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Lina María Benjumea Alzate

Pereirana, Licenciada en Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, fundadora y directora de la revista digital de mujeres Ellasuna.

"He explorado la escritura creativa a través de relatos y versos libres, acompañada de la voz de mis abuelos, exaltando la tradición oral y el legado de sus generaciones"

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Blanca

Blanca llevó el monte a su patio, llevó la maleza con musgo y raíces, en su espalda cargaba un bosque que llevaba el olor de sus abuelos y palabras indecibles.

De tierra en tierra, guardaba las semillas que germinaron en otros patios, no escribía en papel, pero dejaba su nombre en las caricias de las hojas verdes y los tallos, leía las nubes e interpretaba los susurros del agua, en ocasiones divagaba en el futuro de otros a través de las líneas de las manos.

Evitó esa mala costumbre de casarse, para florecer con sus plantas y mirar las estrellas. Nació para cuidar, curar y hacer germinar.

Si a alguno la pena o el dolor le embargaba, Blanca llegaba a su puerta con olor a tierra y un manojo de matas debajo del brazo, a veces entraba con aceites y oraciones, era ella, tan sabia, tan espiritual, tan hierbatera; que enmudecía las penas con los elementales de la tierra o llamaba a San Gregorio para que llegara en la noche y sanara a los otros mientras el velón estaba encendido.

La magia de su casa a metros se sentía, al entrar por las chambranas y la esterilla, un miedo invadía a los visitantes, tal vez por lo oscuro o por la colección de extrañas muñecas que sentaba en las sillas de su sala y parecían mirar con desconcierto. Así, huyendo del terror que les producía el lugar, llegaban al espacio apacible en su patio atraídos por los olores de plantas y las arepas de mote que brindaba Blanca con sus manos sanadoras. Cuando su cuerpo se cansaba y la enfermedad llegaba, ella prefería ir a su patio, recobrar las memorias de sus abuelos y buscar entre los seres verdes de tallos el componente de sanidad, confiaba más en las plantas que en los médicos de batas blancas.

Y se veía ella tan vigorosa y obstinada contra la medicina tradicional, tan afable con las semillas y tan aduladora de santos, tan libre y tan encadenada a su camándula, tan hermosa, tan bruja y encantadora.

La casa heredada de su padre, siempre fue un rincón con enigma, de ser un espacio acogedor a ser un sitio tenebroso, un día, las supuestas políticas de progreso, surcaron un proyecto para hacer una amplia carretera, obligando a Blanca y otros vecinos a vender su espacio encantado, salió de allí con harapos, santos y algunas matas, dejó un solar para la carretera fría en el país de las ideas de atrasos, donde impera el cemento sin consideración con la vida.

En el despojo y el caer de la madera vieja, descubrieron que su casa estaba tendida en un cementerio, allí, todos adularon de la atmosfera de misterio que guardaba el espacio, al fin esa era la alegoría del desplazamiento y la muerte, antes unos habitantes con dioses de sol, asesinados, desplazados por una lengua y costumbres impuestas por invasores, con sus santos, dioses misóginos y de guerra, luego Blanca desplazada por decisiones políticas sin consideraciones humanas, en fin, el mismo ultraje en otros tiempo; para los funcionarios públicos, eran solo, historias sin relevancia, sueños de campesinos, huesos y ruinas de una vieja casa, nada importante para el logro de una buena carretera.

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A cierta distancia Blanca se marchó con su hermano y sobrina, dejando espacio para algunas muñecas, plantas y santos, las arepas de mote cambiaron su sabor. Tras años, el cerebro descarriado trabó su lengua y nubló sus recuerdos.

En una casa estrecha fui recordando su nombre, no hallé ni su mirada ni sus recuerdos, tampoco me recetó bebidas ni auscultó el futuro, era alguien con un cuerpo envejecido y un corazón palpitante, pero no era Blanca, no hallé a la bruja inspiradora. Relato inspirado en Blanca, la mujer de las plantas y la sabiduría, habitante de la vereda Alto Tablazo en Manizales, Caldas.

Óleo sobre madera. Sobre las rocas.

Las nubes y los Andes (Paramillo del Quindío)

Perspectivas con óleo de una montaña que se cubría de nieve, dejando de llamarse nevado para convertirse en Paramillo hace unos años, una montaña de colores ocres, que tras el deshielo y la erosión deja entrever un lugar mágico en las alturas de los Andes colombianos.

Guajiro.

Parque Natural Nacional de los Nevados.

Frío contraste.

Páramo de Letras - Manizales.

Velón de páramo.

Parque Natural de los Nevados.

Niebla.

Nevado del Tolima.

Agradecimientos a quienes participaron en esta publicación, compartiendo sus miradas e interpretaciones del mundo a través de palabras y colores para recordarnos que somos tierra.