6 minute read

Alejandra Gotóo

Advertisement

"Alejandra Gotóo (Ciudad de México, 1991) estudió Lengua y Literatura Inglesa en la FFyL, UNAM. Se graduó con la tesina, El efecto de la juventud: la ciencia y los placeres en “Dr.Heidegger’s Experiment”. Actualmente estudia la maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana, su tesis discute sobre la modernidad, el cuerpo y la mente de los sujetos biomédicos frente a la pandemia de COVID-19".

Huellas sobre la Arena

Algunas noches camino por la playa buscándolas. No me consideraba para nada experta en la tarea, pero intentaba hacerlo bien. Mis compañeros eran biólogos marinos, expertos en biodiversidad o por lo menos veterinarios. Caminar sobre la arena o las rocas de la playa requería más atención de lo que originalmente pensé. Estaba cansada. Un poco por no dormir, un poco porque mis pies descalzos tenían un contacto particular con la tierra madre. Había hecho caminatas antes, más largas, pero nunca sin zapatos.

Ayer fue diferente. Había luna llena y yo buscaba entre las huellas las que se parecieran a las suyas. Era un grupo pequeño, tres personas, una bióloga, una editora y yo. Me sentí tranquila y libre. Caminar junto al mar me hace querer entrar en sus oscuras aguas. La primera tortuga que vimos nos asustó a las tres, pero Sara gritó. Vimos las huellas y al seguir el rastro nos encontramos con un animal grande y ocupado. Nos echamos y colocamos detrás de ella. El objetivo era asegurarnos que pudiera anidar segura, revisar si tenía marcaje para determinar qué tortuga era. Nos sentamos tras ella a esperar, estaba comenzando a cavar el nido. La locación era desafortunada, sabíamos que no podría cavar allí. Justo debajo de ella había un camino de madera para que las personas pudieran caminar con comodidad junto al mar. Esperamos. Dejó de cavar y caminó un poco para buscar otro lugar. Comenzó a acercarse demasiado a un restaurante. Otra locación desafortunada. Dejó de caminar y giró. Regresó al mar. Registramos un intento de nido y un caminar por la playa.

La segunda tortuga carecía de un trozo de aleta. Debió de haber sido atacada en el mar. No parecía una herida hecha en tierra. Fue difícil para ella cavar. Esta vez fue Estella quien dejó escapar un pequeño grito. Registramos sus tags, WX1568, en la aleta derecha y WX1567 en la aleta izquierda. Un nido que parecía sería exitoso. Escribir la información y borrar las huellas. Dejamos muchas huellas humanas y borramos todas las huellas del reptil. Algunas personas todavía comen sus huevos y algunos saben exactamente dónde cavar.

La tercera tortuga de la noche había salido del mar y caminó sobre la playa que se acababa a menos de 5 m. Eso no la hizo detenerse y caminó hacía la calle. Escuchar sus bufidos agitados me hizo estremecer. Estaba bastante lejos de la entrada a la playa, había caminado hasta encontrar otra textura debajo de sí. Y continuó. Me pregunté qué estaría pensando. Los coches estaban detenidos pero tenían sus luces directo hacia ella. Estella les pidió apagar las luces y de ser posible esperar o buscar otro camino. No sería una tarea fácil cargar la tortuga para colocarla de nuevo en su playa. Primero medirla y escribir sus tags. WX2894 y WX2893. Parecía una hembra joven, pero tendríamos que esperar hasta revisar el registro en la base de datos para saber más de ella.

Me acerqué a ella para cargarla. No estaba convencida de poder hacerlo, pero alguien debía hacerlo y nosotras éramos las voluntarias para la conservación de tortugas de carey esa noche. Era nuestra labor asegurarnos que no la atropellaran y que regresara segura al mar. El tráfico ya se había detenido y había una hilera de autos con luces apagadas esperando. Algunas personas bajaron y comenzaron a tomar fotos. “Por favor, no uses flash”, “Colócate detrás de ella”, “Si te ve puede asustarse aún más”, entre otras frases brotaban de la boca de Sara y Estella. Yo parecía estar muda. Veía a la tortuga y me preguntaba en qué momento pensé que sería una buena idea. Nunca había escuchado una respiración como esa. Era algo profundo y a la vez sublime.

Con todas nuestras fuerzas la levantamos apenas unos centímetros. Caminamos con pasos cortos hacia la playa. Entre las tres parecía ser una tarea humanamente posible. Un grupo de hombres dijeron querer ayudar pero nosotras no confiamos en ellos y no soltamos la tortuga. Sentí el sudor recorrer nuestros cuerpos. La colocamos a la entrada de la playa y ella volvió a caminar hacia la calle. Las luces la atraían y sentí muchas ganas de lanzar una piedra para romper los focos. Algunos autos comenzaron a prender sus luces y a complicar la situación aún más. Volvimos a cargarla y esta vez, cuando mis manos tocaron su caparazón sentí energía recorrer mis huesos y músculos. Por unos instantes pensé en soltarla. Estella me dijo: “no”. Creo que lo vio en mis ojos. Volvimos a colocarla en la playa, esta vez un poco más cerca del agua. Nos colocamos detrás de ella para bloquear con nuestros cuerpos la luz. Los autos se habían ido. Por lo menos solo nos quedaba la luz de los faroles y la luna. La vi caminar hacia el mar y pensé lo agradable que sería volver al hogar. Justo antes de tocar el agua volvió a girar y a caminar hacia la calle. Pareció correr puesto que alcanzó el asfalto antes de que nosotras pudiéramos bloquear su camino. Me sentí ansiosa y frustrada. Ahora no había autos detenidos y si no nos apresurábamos podría ser aplastada. Sara la alcanzó primero y la tocó sobre la cabeza, eso pareció calmarla. Estella y yo la tocamos para cargarla. Ella dijo: “no la sueltes”. Supe que no estaba sola. La dejamos casi en el agua. Pero no parecía avanzar. Caminé un poco más.

Ellas estaban a nuestra espalda, bloqueando el camino y la luz. Yo puse mi mano sobre su cabeza como vi que Sara lo había hecho. La respiración seguía siendo agitada y fuerte. Comencé a respirar como ella, quería que la conexión fuera más fuerte. Parpadeó con sus ojos fríos. “Vamos”, le dije. No se movió. “Vamos”, le ordené. “Camina”. Comenzó a moverse y para asegurar que no volviera al camino decidí avanzar con ella. El agua era cálida, el mar del caribe es agradable de noche. La luna iluminaba el agua y ésta reflejaba la luz. Dejé de sentir la arena bajo mis pies descalzos. Nadé un poco más junto a ella. Cuando pensé que estaba suficientemente lejos la solté.

Miré hacia atrás. No pude ver a Sara. Busqué con la mirada a Estella. Tampoco podía verla. Recorrí mi mirada por la playa, no veía a ninguna otra. Mi respiración seguía siendo su respiración agitada con bufidos. Cerré los ojos. “No la sueltes”, me había dicho Estella. Necesitaba dormir. Traté de respirar más profundo y calmada. Volví a buscarlas y seguí sin verlas.

Este cuento relata la experiencia de una narradora que es voluntaria en un proyecto de conservación de tortugas marinas en el Caribe