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¿Existe el instinto materno?
Plantear esta pregunta puede resultar controvertido, sobre todo en países como México, donde hay una actitud de veneración hacia las madres. En la literatura psicoanalítica podemos encontrar posturas a favor de la existencia del instinto materno. Por ejemplo, el famoso pediatra y psicoanalista británico Donald Winnicott afirmaba que la mujer sana sabía de manera espontánea cómo cuidar a su bebé, no necesitaba ningún manual ni indicaciones específicas.
Este autor incluso se refiere al estado emocional y físico que invade a la madre durante el periodo previo y posterior al parto, al que denominó preocupación maternal primaria, que le permite a la madre comprender las necesidades de su bebé y atenderlo con sensibilidad y empatía, lo que favorece el desarrollo pleno de su pequeño.
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Sin embargo, en el extremo contrario están autoras como Élisabeth Badinter, filósofa y feminista francesa, quien pone en duda la existencia del amor maternal en términos de instinto, como si se tratara de una necesidad arraigada en todas las mujeres. ¿Tan solo porque la procreación es natural, al fenómeno biológico del embarazo debería corresponder siempre una actitud maternal determinada? Badinter también se pregunta si en el origen de esta creencia convencional no habría una intención de quitar libertad a las mujeres y mantenerlas en casa al cuidado de los hijos.
Pero no es la ocasión para este debate. Mejor volvamos a nuestra pregunta, ¿existe o no el instinto materno? Parece difícil lanzar una afirmación categórica en un sentido o en otro. Pensemos, por ejemplo, en las madres que tienen algún trastorno, como una depresión grave o una psicosis, que les