Creación y belleza
es posible mediante el deseo, mediante la fuerza erótica que busca conocer, explorar su interior; esa selva de signos y de significados que constituyen cada color, cada línea, figura, palabra o sonido. El mundo humano es un mundo hecho de palabras. Las creaciones humanas son esencialmente productos de formas, siempre distintas, de lenguaje. El espíritu creador desea plasmar aquello que contempla, la idea. Una vez dada a luz, la obra se constituye como algo completamente independiente, no pertenece ya al artista, como tampoco pertenece por completo al que la contempl porque la experiencia es siempre diferente. La forma se pertenece a ella misma, por ello el deseo nunca es saciado por completo: después de unos instantes de ausencia, reaparece. Nos encontramos aquí ante la imposibilidad de hallar la plenitud por completo. Al escucharla, leerla o contemplarla, vemos que la obra misma se nos ofrece como ventana, donde la belleza hace su aparición particular, bajo uno de sus múltiples rostros. En la obra el sentido es “(…) aquello que combina los tres vectores: lo que podemos representarnos, lo que es para nosotros objeto de un deseo, y lo que es objeto de una investidura, de un afecto positivo”10, en otras palabras, es una representación –forma–, un deseo –Eros–, y un telos –culminación– que constituye la cesación de ese deseo. 10 Ibíd., p. 135.
La forma constituye el texto, es unidad en multiplicidad de representaciones, el deseo es la manera en la que el sujeto –creador o espectador– se relaciona con ella, y el telos es cesación de la experiencia de la culminación de ese deseo, es el estado de contemplación de la idea, lo bello se instaura como ventana desde donde se observa el concepto, es el puente que se cruza, no el fin, “(…) cuando alguien contempla la belleza de este mundo, y, recordando la verdadera, le salen alas y, así alado, le entran deseos de alzar el vuelo, y no lográndolo, mira hacia arriba como si fuera un pájaro, olvidado de las de aquí abajo, y dando ocasión de que se le tenga por loco (…)11. Después de haber invocado a Platón, podríamos concluir, en palabras de Marguerite Yourcenar, que “(…) del mismo modo que no existe amor sin arrebato del corazón, apenas existe auténtica voluptuosidad sin la fascinación de la belleza. El resto no es más que funcionamiento maquinal, como la sed o el hambre”12.
11 PLATÓN. Fedro. Op. Cit., f. 249d. 12 YOURCENAR, Marguerite. El hombre que amó a las Nereidas. En: Cuentos Orientales. Madrid: Punto de Lectura, 2008., p. 75
Revista Cazamoscas. Año 4 N° 6, Febrero-Junio de 2010. pp. 33-40
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