Buenanueva nº 34

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si hoy escucháis su voz Recordemos que Moisés recibe el mandato de Dios de subir al Sinaí a fin de poner en sus manos las Tablas de la Ley. No parece que vaya a ser un encuentro grandioso ni espectacular, ya que Dios le hace saber que será en el marco de una densa nube, "un cerco de tinieblas", como explicitará el salmista, dando así a este encuentro un matiz enormemente catequético en lo que respecta a la fe adulta (Sal 18,12). Es un encuentro en el que no solo tiembla el Sinaí, sino también el pueblo entero que espera en la llanura: "Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar" (Éx 19,16). Sin embargo, para temblores los de Moisés. Asciende al monte casi maldiciéndose a sí mismo por haber aceptado la misión que Dios le ha confiado. La ha acogido con generosidad, y ahora resulta que lo emplaza para un cara a cara en una cima tan inhóspita como tenebrosa. Nadie, absolutamente nadie lo acompaña; el pueblo entero ha quedado atras por orden expresa de D i o s .

Sube solamente con la Palabra dada por Él. No tiene otro apoyo ni garantía que esta Voz. "Llamó Yahvé a Moisés a la cima de la montaña y Moisés subió" (Éx 19,20b). Subió hacia Dios solo, completamente solo.

“Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí” Moisés se nos presenta como figura —aún velada como todas las del Antiguo Testamento— de la fe adulta, la que no deja de crecer, en contraposición a la fe infantil, la estática, la que se fosiliza al pie del monte. Moisés representa a los buscadores verídicos de Dios, aquellos hombres y mujeres cuyo espíritu inquieto es incompatible con el conformismo paralizador. Representa a aquellos que el Hijo de Dios llamaría "buscadores honestos, en espíritu y verdad" (Jn 4,24). Espíritus tan inquietos y ambiciosos que no se contentan con un Dios difuminado en la lejanía, con todos los peligros que ello conlleva dada nuestra querencia para imaginar y fantasear acerca de lo que, por estar más allá de nuestra percepción, escapa a nuestro conocimiento y comprensión. Los buscadores de Dios a los que me refiero son hombres y mujeres que arriesgan todo en esta su pesquisa; al igual que Moisés que, aun con sus miedos, desafió el cerco de tinieblas que cubría el lugar escogido por Dios para encontrarse con él. Dios así lo quiso porque solamente de este modo Moisés podría constatar por sí mismo si las tinieblas a las que se dirigía no contenían más que la ausencia de Dios o, por el contrario, se allegaría en un cara a cara con Él. A este respecto hay que señalar que, de la misma forma que es Dios quien toma la iniciativa con Moisés invitándole a subir al Sinaí para provocar el encuentro, también la toma con cada persona que "tiene tiempo para su alma". Me refiero a aquellos que tienden su oído para escuchar la Voz que resuena ininterrumpidamente en su interior apremiándolos, al igual que a Moisés, a un cara a cara con Él: "Dice de ti mi corazón: Busca su rostro. Sí, Yahvé, tu rostro busco: no me lo ocultes" (Sal 27,8).

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