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Pensar la Independencia, pensar en Manuela Sáenz // Eurídice González Navarrete

EN EL CONTEXTO de conmemoraciones de la independencia de América Latina, que va en el ciclo de 1810 a 1824, la memoria y la historia en torno a las mujeres se siente como una necesidad creciente, histórica y cultural, que vale la pena cuestionar. Hasta fechas muy recientes, a partir de la expansión de la historia de las mujeres en el ámbito de las ciencias sociales de mediados del siglo XX, casi no se mencionaba. ¿Acaso ninguna mujer participó activamente en la vida de los territorios americanos de Norte a Sur? ¿Cómo no percibir a “Manuelita”, entre tantas mujeres sobresalientes en la vida y nunca suficientemente mencionadas al paso del tiempo?

¿Existe una mayor motivación para acercarse a Manuela Sáenz de Aizpuru (Quito, Ecuador, 1797 - Paita, Perú, 1856) doscientos años después, que reconocerla como ”la Libertadora del Libertador”? ¿Es que no brilla con luz propia? Es muy amplio el espacio ocupado por su fuerza femenina en la biobibliografía existente hasta hoy. En apariencia, sólo en apariencia, su fama se debería a su romance de ocho años con Simón Bolívar (Caracas, Venezuela, 1783 - Santa Marta, Colombia, 1830); relación amorosa y fraterna decisiva para inscribirla en la memoria histórica posterior, pues, en el caso femenino, amantes y esposas no tenían trascendencia histórica más allá de dichos roles; pero en su caso, polémicas, contradicciones y debates cada vez más encendidos, dividen a la historiografía más conservadora, públicamente moralista, de otra más progresista, pero no menos excluyente en la tendencia a la narrativa novelada y mitificadora, entre el “mito erótico” y el “patriótico” y la constante manipulación de su memoria, cuando ha sido considerada como prócer de la independencia y hasta precursora del feminismo latinoamericano (Vilalta, 2012: 65).

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Los detalles de la biografía de Manuela Sáenz son escasamente conocidos hasta hoy, a pesar de la existencia de varias obras en torno a su vida. Es importante precisar esto último, son exactamente en torno a su vida, y no a su participación en las luchas junto al Libertador, los momentos más divulgados, quizás en virtud de los documentos. Sin embargo, cómo vivió y se relacionó Manuela antes y durante la guerra de independencia, así como sus últimos años, no lo han sido igualmente; por una parte porque escapan de las posibilidades de contar con fuentes documentales y, por otra, no logran integrarla al contexto histórico. Hasta ahora sigue el debate entre los autores en lo concerniente a la autenticidad de los documentos conservados por la propia Manuela, que sufrieron el incendio en Paita, para ser devueltos más tarde por un amigo patriota y colocados a disposición de la República del Ecuador (Rumazo: 2007).

El año probable de su nacimiento, en 1795, como si fue en 1797, no es tan importante como el contexto histórico, familiar y social en el cual se formó su pensamiento para manifestarse en la disposición y participación en las campañas por la independencia de su Patria y más allá, como soldado que fue ascendiendo por méritos en combate y en la vida política en los momentos más convulsos y en los territorios amplísimos de América del Sur, al lado de los hombres más audaces de esa etapa: Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.

La sociedad en la que creció y a la cual se enfrentó Manuela Saénz reflejaba la crisis del régimen colonial. A fines del siglo XVIII, en Quito, se sentían las afectaciones producidas por la caída de la producción minera de Potosí y la competencia de los textiles con Europa; contrastaba con Guayaquil, abierto al comercio exterior. La capital mostraba signos del estancamiento y profundas diferencias sociales: una élite de profesionales ilustrados, los cuales fundaron una publicación periódica, Primicias de la cultura de Quito, en 1791 convivía con una aristocracia interesada en mantener los vínculos con la metrópoli, lo cual le garantizaba la conservación del orden y la estabilidad necesaria para mantener su poder frente a los sectores populares: mestizos, indígenas, negros esclavos y artesanos, con anhelos de autogobier no, como lo demuestra el hecho de que esta fue una de las primeras regiones donde primero se produjeron levantamientos y desórdenes políticos (diciembre de 1808) y se organizó una junta de gobierno (Guerra; 2008).

Manuela Sáenz, portando la insignia de la Orden El Sol del Perú.

Manuela Sáenz, portando la insignia de la Orden El Sol del Perú.

Manuela nació hija natural de Simón Sáenz, de origen español, Regidor de Quito, con Joaquina Aizpuru, quiteña de 29 años, soltera, cuya familia poseía algunos bienes y algunas propiedades, quien murió poco tiempo después del parto. Su padre la reconoce como hija, meritoria actitud de un hombre en aquellos tiempos y, al morir la madre, dispuso que la niña recibiera cuidados en el convento de las monjas de Santa Catalina, convento de clausura, al auspicio de los dominicos en Quito, en el cual Manuela vivió, al parecer, los primeros años de su vida.

Se benefició de la decisión de su padre cuando la llevó a vivir con sus hermanos, hijos del matrimonio de éste con Juana María del Campo, oriunda de Popayán, de una familia con ideas revolucionarias. Es así como Manuela estudia con su hermano José María, sólo 2 años menor que ella. Tenía además un hermano (Pedro Ignacio) y una hermana (Eulalia), pero sería con aquel con quien más se identificaría ella durante toda su vida. La posibilidad de acceder a la lectura de textos de los ilustrados, así como la estimulación a su sed de conocimientos amplios, casi de manera autodidacta, en un ambiente de aprendizaje relativamente libre, condicionaron un pensamiento irreverente y de juicio propio.

Si hubo momentos en la historia en donde las mujeres encontraron mejores condiciones para desarrollar su potencial intelectual fue el contexto del siglo XVIII, el de las luces, período coincidente con el proceso de independencia de las colonias españolas en América y que abre la realidad a la modernidad histórica. La amplitud de miras del momento trae como consecuencia necesidad de libertad en los individuos y en los pueblos, y en especial en las mujeres. En ese ambiente fue propicio el desarrollo de la inteligencia femenina. Muchas mujeres abrieron los salones donde acogieron a pensadores y artistas en sus tertulias, animando el debate y posibilitando la difusión de ideas. Interlocutoras de lujo, eran consideradas iguales a nivel intelectual y espiritual —obviamente solo entre las clases altas, y en pocos casos entre quienes se ganaban la vida desempeñando un oficio—.

Inmersa en la época, doña Juana María seleccionó con libertad los maestros de sus hijos y, por consecuencia, los de Manuela; eran de inclinaciones liberales, civiles e independentistas, de manera que compartieron muchas conversaciones y lecturas. Ciertamente, muchas mujeres de la élite recibieron más directamente los beneficios del espíritu de la Ilustración (Migden Socolow 2000, 177), pues si bien es cierto, las mujeres no accedían a una educación reglada —destinada sólo a los varones— también pudieron formarse de forma mucho más autodidacta y empezaron a cultivar los hábitos de la lectura, el debate, la frecuente y abultada correspondencia (Torras Francés 2001, 83-84) y la narrativa en general, con una libertad desaparecida, paradójicamente, al imponerse, a finales del XIX, los programas formativos específicos para niñas que reforzaron, de forma poderosa, las pautas de domesticidad a las que se las confinó de forma rotunda.

Así, Manuela llegó a poseer una vasta cultura universal. Leía a los filósofos y pensadores de la época y debatía los temas políticos en los salones con los hombres. Hablaba con fluidez el inglés y el francés. Cuando comenzó a relacionarse con Bolívar ya había leído a los filósofos clásicos, así como a algunos de la Ilustración, y podía citarlos en sus conversaciones y en tertulias en las cuales participaba activamente (Bussingault; 2007).

Su infancia transcurrió con estancias en el campo, lo mismo en la hacienda de los Aizpuru en Catahuango, así como en la casa de su padre.

Montaba a caballo al estilo masculino, pues le resultaba cómodo y le fue así mismo muy útil durante las campañas militares.

La masacre de los patriotas en Quito en 1810, impresionó profundamente a Manuela, adolescente aún. Fue la primera experiencia personal de conocer sucesos sangrientos en los marcos del poder colonial, cuando se entera de la noticia del salvaje asesinato de jóvenes amigos de la familia que habían participado en las revueltas contra el poder español, por parte de las tropas realistas de “pacificación”.

Se cuenta de su fuga del convento, a los 15 años, con un oficial joven, según algunos. Sin embargo, los detalles son especialmente contradictorios, pero ciertamente provocaron críticas moralistas por parte de las damas aristocráticas. Debido a ello, o simplemente por motivos de negocios y en busca de mejores oportunidades para sus hijos, don Simón Sáenz decide trasladarse con la familia a Lima. Ya ella había comenzado a reunirse con patriotas quiteños en secreto y se había acercado más a sus esclavas negras Jonathás y Nathan, casi contemporáneas y quienes la acompañarían hasta los últimos días de su vida.

El padre acordó el matrimonio con el comerciante inglés James Thorne, a quien había conocido en uno de sus viajes a Panamá, en 1816. Este le doblaba la edad a Manuela, pero se enamoró de ella. Se casaron el 27 de junio de 1817 y con ello, logra la independencia personal anhelada. Logra, incluso, convencer a su hermano José María de pasarse de las filas del batallón realista Numancia a las filas patriotas.

De este modo Manuela estaba incorporada a la lucha por la independencia antes de encontrarse personalmente con Bolívar. Ya daba pruebas de inteligencia, espontaneidad, valentía, pasión por sus ideas y lealtad a sí misma. Casada con el inglés y viviendo en Lima, se identifica con Rosita Campuzano, guayaquileña, que también entonces residía allí y vivía organizando tertulias y encuentros sociales en los donde empezó a participar Manuela. Allí encontró no sólo la compañía de la compatriota, sino un espacio para la conversación de temas tan cotidianos como la marcha de la campaña en el sur. Por ello se dice que ambas contribuyeron a crear en Lima, un clima favorable a San Martín y a su ejército del Sur, vencedor ya por aquel año de 1821. Por él le fue conferida la orden de Caballeresa del Sol, en sustitución de los antiguos títulos de nobleza por grados de mérito.

Su amistad con Rosa la enriqueció con toda la información sobre el prócer argentino, la cual le sirvió más tarde para asesorar a Bolívar en ocasión de los preparativos de la entrevista de Guayaquil. A fines de 1821 Manuela logra viajar a Quito, con la autorización del esposo, con quien rompe definitivamente relaciones que ya eran para ella una molestia, según ha relatado. Él nunca cesó de insistir en la conservación del matrimonio y en su amor por Manuela. En Quito se convirtió en colaboradora civil del ejército libertador comandado por Antonio José de Sucre y más tarde se encontraría con Bolívar allí mismo, para no separarse de ese camino jamás.

Por esa fecha se produce la batalla de Pichincha. Participa en uno de los operativos para informar sobre las posiciones enemigas. Curó entonces a los heridos, transportó medicinas y provisiones para las tropas libertadoras y así inició una amistad con Sucre que duraría hasta la muerte de este. Ella se percata de la envidia de algunos y se lo comenta. Ya entonces “fumaba un cachimbo de marinero, se perfumaba con una loción de militares, se vestía de hombre y andaba entre soldados” (García; 1989). En Quito recibió la entrada triunfal del Libertador y el 16 de junio prepara de antemano una corona de laureles, la cual lanza a Bolívar desde el balcón y por la noche comparte con él en el baile organizado por la victoria. Durante los 18 días de permanencia del Libertador se inicia la relación entre ambos, cada vez más apasionada y comprometida. Allí conversaron probablemente del asunto de Guayaquil, su importancia para el decursar de la guerra y para el futuro de la república colombiana. Es su confidente y consejera; defiende Guayaquil por su importancia para el comercio de Quito, su tierra; él, para mantener fuerte a Colombia (Álvarez; 1995). Comparten las preocupaciones militares y las responsabilidades políticas en los días previos al encuentro en Guayaquil de ambos próceres, que, como se conoce, se celebró entre 25 al 27 de julio de 1822.

Museo Manuela Sáenz, en Quito, Ecuador.

Museo Manuela Sáenz, en Quito, Ecuador.

Manuela regresaría a Quito y Bolívar parte hacia Cuenca y Loja; más tarde a Lima y se entera del levantamiento en Quito, sofocado por la propia Manuela, quien sale a enfrentarse directamente a la calle, a riesgo de su vida, una vez más. En septiembre de 1923 la llama a Lima para atender la secretaría de la campaña libertadora y la nombra “húsar”. Ella demuestra poseer excelentes capacidades organizativas, perfecciona su propia disciplina militar y le participa a Bolívar su desconfianza del entonces vicepresidente colombiano Francisco de Paula Santander y le sugiere al Libertador firmar las comunicaciones consignando lugares fuera del territorio peruano, para evitar las acciones de aquel, cuyos movimientos sigue de manera permanente y conociendo su oposición al liderazgo de Bolívar.

En el año de 1823 compartieron muy pocos momentos, pero en 1824, ella percibe y observa el rechazo de la aristocracia, así como de una parte de la población del Perú contra el gobierno y las tropas de Bolívar y se lo expresa a él, que en esos días estaba enfermo en Pativilca, adonde lo fue a visitar. Con él marcharía a Junín y llega a participar en la batalla del 6 de agosto, a pesar de la resistencia que él le opone. Se destacó en el combate y fue ascendida a capitán de húsares.

Poco después, cuando Bolívar organiza las tropas para entrar victorioso en Lima y aplastar la resistencia, Manuela sigue con él por los Andes peruanos y lo apoya: “Así puedo mirar dos frentes, seguro de encontrar el respaldo que tú lograrás en ese cuartel” (Idem). El 24 de octubre le escribe a Manuela contándole que el Congreso colombiano lo había despojado de las facultades extraordinarias y se las confió a Santander, por tanto perdía todo el apoyo del gobierno para continuar la lucha en el Perú. En consecuencia, ella actúa con él organizando otra campaña: la recolección de chatarra, confiscación de campanas de las iglesias para fundirlas, requisa de oro y plata. Al mismo tiempo, fomentan la instalación de telares, todo para sufragar los gastos de campaña.

Aún en contra de la voluntad del Libertador, participa en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, junto a Sucre. Ella organiza y abastece a las tropas, atiende a los heridos y se bate a tiro limpio, como uno más. Por eso aquel le solicita a Bolívar se le conceda a la heroína el grado de coronel del Ejército colombiano, con lo cual provoca la total oposición de Santander.

Las relaciones entre Bolívar y Manuela durante el año 1825 consistieron esencialmente en el cruce de una abundante correspondencia, pues la situación era muy compleja: ella en Lima, él más al sur. Ella se manifiesta muy preocupada por la situación de los territorios liberados, por la importancia de estos para la consolidación de la independencia y por las complicadas y contradictorias relaciones políticas que se estaban desarrollando. Al parecer, fue ella quien le propuso al Libertador la creación de Bolivia. Finalmente en los últimos días de ese año se logran reunir en “La Magdalena”, Lima, sede del gobierno. Pero, ante el descontento generalizado y las intrigas contra él, éste decide viajar a Venezuela y dejar a Manuela en Lima, para informarlo. Allí ella participa en la defensa del poder patriota y por ello es apresada por las autoridades y expulsada del Perú. Se informaba acerca de la situación política y social gracias a amplias redes que logró construir con patriotas y, en particular, con sus esclavas.

En 1828 se encuentran en Bogotá, donde organizó la quema en público de un muñeco con el nombre de Santander, mientras ya era inevitable la desintegración de Colombia. Ella, suspicaz y firme, logró convencer al Libertador de escapar por una ventana en la noche del 25 de septiembre de 1828 y, con ello, salvar la vida. Ha sido el suceso más divulgado, le valió el título de Libertadora, aunque no fue la única ocasión.

Estatua de la Generala, Manuelita Sáenz.

Estatua de la Generala, Manuelita Sáenz.

Diariamente ponía en funcionamiento su “equipo de exploraciones”, sus esclavas, quienes tenían entre sus obligaciones, ocuparse de averiguar en las calles, en el mercado, mientras hacían las compras, todos los pormenores de la vida social en la ciudad y los rumores que estuviesen corriendo.

En 1830 renuncia Bolívar a la presidencia y se separan el 8 de mayo, él hacia Cartagena, ya muy delicado de salud, como se conoce. Manuela se quedaría un poco en Bogotá, pero él ya no retorna: muere incluso antes de llegar a la costa, en San Pedro Alejandrino el 17 de diciembre de 1830. En Guaduas se entera ella de la noticia.

Queda desamparada en Bogotá, a merced de los enemigos personales, casi los mismos del Libertador; fue despojada de su grado militar, de su renta como oficial y, para poner punto final, expulsada de Colombia.

No le queda otro camino y sale hacia Jamaica con sus esclavas, casi hermanas ya, por la fuerza de la vida y de las dificultades. Allí logra sobrevivir apenas vendiendo sus joyas y haciendo trabajos menores, pero no se siente víctima, pues sigue provocando terror a los gobernantes, pues desde 1830 hasta 1856, su vida continuó siendo considerada como la de una conspiradora activa y una subversiva peligrosa, razón por la cual fue expulsada de su país, primero, por el presidente de Colombia y rival de Simón Bolívar, Francisco José de Paula Santander (1792-1840), y luego, por el de Ecuador, Vicente Rocafuerte (1783-1847). Inició, así, un exilio en Paita (Perú), desde 1835 hasta su muerte en 1856, pues ya nunca aceptó regresar a su tierra natal.

Recibía casi a diario a visitantes entre los que se cuentan Giuseppe Garibaldi, en 1840, quien sería el artífice de la unidad italiana, después de haber participado en momentos de las luchas sociales en América del Sur. En 1843, de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, con quien comparte una conversación de recuerdos, pesares y también de nostalgias.

Hasta sus últimos días no cesa de escribir y anotar en su diario y reflexiona: “… Pienso en algunos amigos míos que darían todo por tenerme en su casa… No existe nada interesante en este miserable puerto; lo único que vino, una compañía de teatro que no encontró lugar…” e insiste: “Mi interés es mi país, es ser quiteña. Muy quiteña fui desterrada para la infelicidad de mi país” (Poma, 2003).

Del lugar exacto donde reposan sus restos no queda todavía una idea clara, como lo demuestran algunos autores. Pablo Neruda la llamó “La insepulta de Paita”, cuando no pudo encontrar la tumba en los desiertos inhóspitos del norte del Perú (Álvarez, 1995).

De su pensamiento independiente y emancipatorio dan fe incluso los críticos de Bolívar; se expuso a las peores críticas de las mujeres y de los hombres de su época, las asumió con desprecio y las rechazó con frecuencia, incluso contraatacó las calumnias y las condenas de los aristócratas y de muchos patriotas, igualmente moralistas.

Así, sus biógrafos coinciden en afirmar: Manuela Sáenz “durante casi dos siglos ha sido objeto de amor, admiración y alabanza, a la par que de odio, crítica y denostación”.

En el contexto americano y bajo circunstancias, vivió y maduró su pensamiento libre, reflejado en su vida personal, incluso en tiempos anteriores a su relación con Bolívar. Su actitud se correspondió con su libertad de ideas, para seguir pensando y resistiendo frente al poder de los gobernantes de Colombia y Ecuador, al escribir después de la muerte del Libertador: “…y su voz que ya no es mía, ya no me dice nada” (Espinosa, Apolo 2006, 130).

Referencias

Álvarez Saa, Carlos (1995). Manuela: Biografía. Entrevista imaginaria.

Quito. Aray, Edmundo (2000). Manuela Sáenz: Esa soy yo. Quito.

Ayala, José Luís (2001). Eternidad de manuela Sáenz. Sociedad bolivariana del Perú. Lima.

Cacua Prada, Antonio (2002). Manuelita Sáenz. Mujer de América. Fondo Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana. Ecuador.

García Márquez, Gabriel (1989). El general en su laberinto. Editorial Alfred A. Knopf.

Espinosa, Apolo (2006). Carta de amor póstuma de Manuela a Bolívar en Paita, s.f. Historia de América

Andina (2003). Universidad Andina Simón Bolívar; Quito; Ecuador; 2003; V. 4.

Migden Socolow, Susan (2000). The Women of Colonial Latin America. New York: Cambridge University Press.

Poma Mendoza, Vicente (2003). La Coronela Manuela Sáenz: Perfil político, militar e ideológico. Quito. P&C.

Roura Machuca, Tania (2005). Manuela Sáenz. Una historia maldicha. Editorial La Iguana Bohemia. Quito.

Rumazo González, Alfonso (2007): Manuela Sáenz. La Libertadora del Libertador (biografía). Ediciones de la presidencia de la República. Caracas, Venezuela.

Torras Francés, Meri (2001) Tomando cartas en el asunto. Las amistades peligrosas de las mujeres con el género epistolar. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.

Vilalta, M.J. (2012). “Historia de las mujeres y memoria histórica: Manuela Sáenz interpela a Simón Bolívar (1822-1830)”. European Review of Latin American and Caribbean Studies 93, October 2012 | 61-78 Published by CEDLA – Centre for Latin American Research and Documentation | Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos, Amsterdam.

Índice de ilustraciones

Pág. 32 Mariategui Blog (Diciembre 2015) Fotografía tomada de la página: https://mariategui. blogspot.com/2015/11/companera-manuelita.html?spref=pi

Pág. 35 Zurita, Juan (2011) Fotografía tomada de la página: http://museosdelmundo.com/wp-content/uploads/2019/01/Museo-Manuela-S%- C3%A1enz-1.jpg

Pág 36 RMEINHOF / Coordinadora de Simón Bolívar ( Agosto 2013) Fotografía tomada de la página: https://coordinadorasimonbolivar.wordpress. com/2013/08/12/la-generala-manuela-saenz-libertadora-del-libertador-escrito-por-marta-rojas/

Pág. 38 Deliz, Argenis (Noviembre 2017) Fotografía tomada de la página: https://globovision.com/article/m1