El desarrollo de la luz El color es la clave. Afirmo este punto diciendo que el color le da el carácter a cualquier obra, tanto como se utilice la paleta cromática como la espesura de cada pincelada. La maestría con la que se utilice permitirá generar mayor viveza a la obra, al punto de sentir que está en cualquier momento puede hablar o moverse. Es necesario soltarse y familiarizarse con los colores para lograr conocerlos y posteriormente manejarlos con cierta habilidad. Perderle el temor al verde y al morado, colores presentes en casi todos los objetos (sobre todo en piel humana), pero que por temor a su utilización o mero desconocimiento no se aplican. Para aquello es necesario adiestrar al ojo. Recomiendo hacer el siguiente ejercicio. Siéntate frente a una manzana y analízala, ¿Cómo la pintarías?, hazte esta pregunta y comienza a reconocer todos los colores a utilizar. Pasando los minutos tu ojo ira diferenciando tonalidades, naranjos, algunos amarillos, un evidente rojo cadmio. Pero en la observación del rojo sucederá algo, en las zonas rojas donde le dé luz blanca ¿realmente es un rojo? O ¿comienza a formarse una especie de violeta? Sin hablar de las zonas más oscuras donde un claro tono vino se hace presente. Después de sentirte que ya lograste encontrar todos los tonos de la fruta, llévalo más allá. Observa un rostro, y sucederá que se encuentran todos los colores allí. Paradójicamente para muchos, el color que a mi parecer le da aquella vivacidad a la piel es el verde, y los rostros están hechos a base de distintos tonos de verde. Este no es un descubrimiento nuevo, claro está. Grandes maestros clásicos utilizaban el verde en la piel para lograr ese aspecto de vitalidad. Se le conoce como Verdaccio, técnica explicada en
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