Coram Deo

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CORAM DEO

EN PRESENCIA DE LA FAZ DE DIOS RENATA PIERINA

Mi obra pictórica trabajo con la representación de lo divino según mi propia relación y conocimiento de Dios. La luz se vuelve un elemento fundamental, un personaje más en escena, un símbolo implícito que hace aparecer otros aspectos formales de la obra, cuerpos y simbologías que van en un diálogo continuo y que de igual manera generan iconos ya existentes en la memoria de la historia del arte.

A través del color busco encarnar lo sagrado en un contexto cromático usado con anterioridad en la antigüedad. Investigué a pintores clásicos como Fra Angelico, en los cuales la presencia magna aparece representada en el uso de la filigrana y la mandorla. En suma, busco poner a dialogar caracteres distintos con mira a activar lo santo en el mundo contemporáneo.

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“En cada una de las imágenes el cuerpo visible y el objeto son vehículos para entrar en un mundo secreto pero brillante, abiertamente presentado aunque encapsulado, negado a la caricia pero ofrecido a la mirada, tal y como ocurre con la iconografía religiosa. La puesta en escena presenta el tiempo del inconsciente con su libre asociación, sus anhelos y sus miedos; los actos humanos han sido entramados dentro de un mundo irreal y desfasado; la muerte vuelve de nuevo a escenificarse dentro del brillo sagrado de la lámina de oro”.

OBRAS PASADAS

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En la burbuja Óleo sobre cartón 109 cm x 77 cm 60,5 cm de diametro 2021 10
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Lumbrera Óleo sobre lienzo 80 cm x 40 cm 2021

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La cosecha Óleo sobre lienzo 120 cm x 90 cm 2022

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La Reorganización del Yo Óleo sobre lienzo 100 cm x 80 cm 2022

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Exposición concurso Arte Joven de la Universidad de Valparaíso, Sala el Farol, 2022

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Mujer Nocturna Óleo sobre papel 50 cm x 70 cm 2022

Sin Título Óleo sobre lienzo 60 de diametro 2022

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Los Galgos Óleo sobre lienzo 60 de diametro
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Sin Título Óleo sobre lienzo 100 cm x 60 cm 2022

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Sin título Óleo sobre lienzo 100 cm x 100 cm 2022

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CORAM DEO

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es ; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas.”

2 CORINTIOS 5:17

Aparece como un haz de luz que atraviesa mi cabeza. Sé que aquellas imágenes tienen relación conmigo, lo siento así, pero a la hora de explicarlo me quedo sin palabras. Hay personajes y hechos que tienen que estar, la obra no sería la misma sin ellos, pero el trasfondo me es anulado. Mientras la obra está en proceso, las imágenes van encarnando junto con su significado, al mismo tiempo que otras imágenes aparecen en el camino. Quizás puede ser el inconsciente que opera de manera incógnita o una entrega divina de imágenes a mi persona. No sé dónde habré visto aquellas imágenes, pero ahí están, esperando a ser reveladas ante mí. Imágenes con una carga casi religiosa que toman corporalidad a la hora de ser pintadas. Se crea un proceso de diálogo en el paso de darle forma a aquellas escenas. Es una experiencia ver cómo poco a poco la carne se hace presente. Me vuelvo una mera herramienta en el proceso de construcción, la imagen se forma sola y

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me va dando indicaciones de cómo debe ser pintada. Desde una luz más fuerte que otra, a una sombra más violácea y otra más azulina, son decisiones propias de la obra. Mientras se va formando, van apareciendo y encarnando otras figuras que pueden llegar a generar un diálogo o tensión con los personajes ya predeterminados. Ante esto, se crea en mí una discusión interna, si este nuevo integrante aporta o sobrecarga la escena. Si siento que no ayuda a la escena, creo un lienzo nuevo para aquel personaje, así, ninguna idea se pierde. Hablando de ideas, pienso que ninguna idea nace de mí. Creo que nada es de nadie. Las imágenes, los personajes, provienen de dos destinos, la copia de lo ya visto o una entrega divina. Aun así, aquella entrega toma lenguajes existentes para ser comprendida. Ante esta verdad, las imágenes aparecen en mi mente como un regalo divino. Pintando y armando escenas que creo comprender y a la vez no. Es parte del origen de estas imágenes la bruma de misterio y simbolismo que las rodea. No quiero comprenderlas, ni tampoco resolver el misterio que las rodea. Mi obra es eso, el misticismo en su más puro significado, en su más pura experiencia. ¿Qué es el arte sin dudas?¿Y qué son aquellas cosas que generan dudas sin el arte para intentar buscar respuesta?

Quizás esas respuestas nunca se logren responder, pero sí entregar pistas que llevan a las especulaciones que el espectador puede concretar con la mera observación. El fin de mi trabajo es captar miradas, que cada vez que la obra sea observada se encuentre información nueva. Para mí, el logro de una obra es que nunca se le acabe la información, si el espectador siente que ya vio todo, entonces hay un problema. El captar la mirada fue el inicio de mi investigación, utilizando la figura humana como ícono o representación simbólica.

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Volviendo mi mirada a obras bizantinas, paleocristianas y renacentistas, comencé a observar aquellos detalles que utilizan para crear esa atmósfera sagrada.

El uso de las manos es una herramienta que impregna y da una carga inmediatamente a la escena. Un ejemplo directo es el pantocrator. Las figuras santas como María y los mismos santos contienen patrones en poses, objetos y gestos que, asimismo, permiten reconocerlos. Las esferas y manuscritos en sus manos dan a entender una especie de bendición ante el personaje, un ser escogido por Dios, que atemporalmente podemos ver presentes en las estatuas de emperadores romanos o retratos de los papas. Esto lo quiero llevar más allá, sacando del canon establecido al personaje que posee aquello. Dando a entender que cualquiera puede ser el elegido de Dios. Ante esto, entra el ícono a escena. Aquella unión entre lo visible y lo invisible. Lo que permite ver un atisbo de divinidad , que en palabras de Pavel Florenski es para aquellos que no tienen los sentidos tan agudos para verla por sí solos. Contornea la visión celestial, desde una mano apuntando hacia arriba, una expresión, un objeto, una pose, etc. Guiños que abren una ventana para que entre una carga divina a la escena. Dionosio Areopagita lo define como representaciones visibles de espectáculos misteriosos y sobrenaturales. De esta manera, tomo escenas, poses ya familiarizadas con el ojo humano, pero cambiando al personaje, sin cambiar el contexto. Así, entra de manera implícita mi propia persona a escena. Pero para que la escena tome fuerza, es necesario un buen trabajo de color y luz. A la hora de desarrollar el rostro y la piel de los personajes, entré a estudiar los tratados de pintura de Leonardo y Cennino Cennini, aprendiendo a usar la velatura y el verdaccio. La figura

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comienza a encarnar y tomar volumen.

La figura toma vida, permitiendo que el espectador pueda reconocer la figura humana y captar su atención, tanto por la mera presencia y pregnancia de la imagen como por la mirada del personaje. El personaje compone y dirige la escena, pero la escena no es solo ello. De la misma manera que estoy tratando el rostro y anatomía, así mismo se compone el fondo. El lenguaje corporal va acompañado de constantes guiños de obras clásicas, principalmente a la pietà o al descendimiento de Cristo. Todas ellas tienen un factor que les da corporalidad y fuerza: el trabajo con la luz. Creo que durante toda mi vida la luz ha sido un fenómeno que ha acaparado toda mi atención, tanto en su función (el que esta nos permite percatarnos de nuestro rededor compuesto de colores), como en su composición (que al mismo tiempo este fenómeno posea todos los colores en sí). La luz es un factor fundamental en todo, una escena aparece y se compone gracias a esta. Una atmósfera se vuelve tenebrosa o divina con respecto a aquella. Es la clave de cualquier intención de vivacidad. Se entiende como luz un fulgor que da visibilidad a nuestro alrededor, como también al interior. Así, un rayo de luz puede quebrar toda penumbra de una habitación, como aparecer encarnada en alguna figura, iluminando el entorno. Esta se puede expandir en una homogeneidad, al igual que resaltar un espacio en específico. En mis obras, la luz es un ente presente en la escena, de manera explícita o implícita. Está generalmente encarnada en alguna figura, y se le puede reconocer por su brillo, o en otros casos por su fuerte expresión. Una mirada, un color, una tensión, es luz. Es todo aquello que le da carácter a la obra.

Mi intención es mostrar la luz más allá de un mero fenómeno

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físico, sino como un personaje más interactuando en la escena. El color es la clave. Afirmo este punto diciendo que el color le da el carácter a cualquier obra, tanto la paleta cromática como la espesura de cada pincelada. La maestría con la que se utilice permitirá generar mayor viveza a la obra, al punto de sentir que esta en cualquier momento puede hablar o moverse. Busqué familiarizarme con los colores para lograr conocerlos y posteriormente manejarlos con cierta habilidad. Perderle el temor al verde y al morado, colores presentes en casi todos los objetos (sobre todo en piel humana), pero que por temor a su utilización o mero desconocimiento no se aplican. Es necesario adiestrar al ojo.

Cuando uno se detiene a observar las obras renacentistas y barrocas, sorprende su trabajo con la luz. Desde presentar lo divino como un destello del cielo, o abstrayéndose a una filigrana. De cualquier composición que se puede observar, el resultado sigue siendo el mismo, dar una carga magna en el espacio.

El uso de contrastes tonales permite realzar esta intención de luz como un carácter espiritual. El personaje en escena siente aquella carga atmosférica, y sus rasgos se lo confirman al espectador. La suma del brillo de la escena con la expresión de los personajes, potencian el carácter divino que se quiere representar.

El que la luz incide en un espacio cerrado, le da un carácter intimista a la escena y comienza a generarse algo muy curioso a mi parecer. Ese carácter íntimo, privado, nos permite entender que aquella “revelación lumínica” es un suceso personal del individuo de la escena. Ante esto, no estoy afirmando que no es para todos, al contrario, aquella revelación moldea al personaje a revelar.

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Que es la luz más que la clara representación de lo vivaz, aquel guiño de realidad que nos permite familiarizarnos con las obras. Porque eso es un hecho inminente, toda buena obra respira lo mismo que el espectador que la admira. Eso es lo que debe aspirar un creador, a mi modo de ver: a que su obra quite el aliento del observador mientras esta lo inhale.

Al aparecer la luz, el color, la escena se revela a los ojos. El cuerpo toma carnalidad y expresión, de la mano con una pose. El lenguaje corporal del personaje es fundamental junto con la simbología. Las manos, la mirada, la dirección del cuerpo, dan a entender la presencia de un carácter divino. El gesto subraya la intención y coexiste con esta misma, mostrándose de manera natural.

Por otro lado, en mi imaginario hay un constante uso de simbologías, tanto propias como ya existentes a lo largo de la historia. Usualmente presentes dentro del personaje, haciendo un forado para introducirlas. Especialmente, el uso de la esfera, el destello y el cuadrado son los protagónicos en mi simbología. Tomando la esfera como el poder/presencia de Dios, el destello como la revelación/aparición del Espíritu Santo y el cuadrado como la figura humana, ya que el cuadrado representa la tierra, el espacio y todo lo limitado, lo finito. A diferencia del círculo, que representa el cielo y lo infinito, además del tiempo. La importancia de la simbología tanto implícita como explícita en mi obra es clave. Esta se vuelve un código para el receptor, dándole un sentido a la experiencia del mensaje. La gracia de la simbología es que tiene muchos lenguajes sin cambiar su identidad.

Con el uso de la línea, la geometría, la filigrana y el uso del color comencé a desarrollar las mismas imágenes anteriores, pero captando su esencia más pura. Como lo escribió El Lisitski en Arquitectura, Arte y Diseño; “Comenzó a construir un nuevo

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organismo, ya no como representación sino como creación”. La obra deja de representar una escena, ya no hay representación porque la obra es la escena misma, es el hecho en su estado más puro.

En este caso, la composición es la predominante en la obra. Simplificada en líneas y curvas, estas van expandiéndose por el lienzo, generando otras simbologías, por ejemplo, la intersección de dos círculos generan la mandorla. La composición se basa en líneas, curvas y principalmente color. El color es la clave en toda obra pictórica, es la esencia. En mi pintura abstracta, las líneas y curvas son doradas y contrastan con los fondos oscuros que suelo utilizar, actualmente el azul. De cualquier forma, mientras el color de fondo se mantenga oscuro, la pregnancia del dorado se mantiene, y este, al igual que los mosaicos bizantinos, sale del lienzo cuando hay poca luz. Los contrastes de intensidades de color generan esas distancias unas con otras, aun estando en el mismo plano. Es como lo que sucede con Malevich: en Cuadrado negro la saturación cromatica está sobre una superficie blanca que genera entonces un espacio nuevo, una nueva perspectiva. A diferencia de mi obra figurativa, aquí el misticismo que envuelve la obra capta la mirada del espectador de una manera más introspectiva y misteriosa.

El díptico Coram Deo entrega un mismo mensaje en dos lenguajes distintos, que a la vez se complementan, no pueden funcionar uno sin el otro. Vuelvo a revisar un motivo muy conocido en el mundo cristiano llamado el doble nacimiento o la nueva naturaleza. La herramienta del doble en esta situación es determinante, ya que representa a la misma persona, pero en transiciones diferentes. Al igual que en las obras del descendimiento de

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la cruz, el cuerpo cayendo sin fuerza representa los últimos alientos a la vida mortal, para pasar a la fase divina. Un cuerpo caído y débil, cayendo de su cruz, frente a un cuerpo de frente, renovado, con seguridad, una especie de pantocrator, pero con rasgos cariñosos, de consuelo y amor, propios de la virgen maria en la Pietà. Ambos son la misma persona y a la vez no. Misma persona, situaciones diferentes. Así mismo, la luz desde arriba baña a estos personajes que son conscientes de su existencia, tanto que la segunda figura indica hacia arriba, señalando la presencia de Dios. Ambos lienzos le dan corporeidad a una presencia que refleja lo sagrado. Lo invisible se vuelve visible ante el ojo humano.

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Díptico Coram Deo 150 cm x 120 cm Óleo sobre lienzo 2022

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