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El desarrollo de la luz
El color es la clave. Afirmo este punto diciendo que el color le da el carácter a cualquier obra, tanto como se utilice la paleta cromática como la espesura de cada pincelada. La maestría con la que se utilice permitirá generar mayor viveza a la obra, al punto de sentir que está en cualquier momento puede hablar o moverse.
Es necesario soltarse y familiarizarse con los colores para lograr conocerlos y posteriormente manejarlos con cierta habilidad. Perderle el temor al verde y al morado, colores presentes en casi todos los objetos (sobre todo en piel humana), pero que por temor a su utilización o mero desconocimiento no se aplican. Para aquello es necesario adiestrar al ojo. Recomiendo hacer el siguiente ejercicio. Siéntate frente a una manzana y analízala, ¿Cómo la pintarías?, hazte esta pregunta y comienza a reconocer todos los colores a utilizar. Pasando los minutos tu ojo ira diferenciando tonalidades, naranjos, algunos amarillos, un evidente rojo cadmio. Pero en la observación del rojo sucederá algo, en las zonas rojas donde le dé luz blanca ¿realmente es un rojo? O ¿comienza a formarse una especie de violeta? Sin hablar de las zonas más oscuras donde un claro tono vino se hace presente. Después de sentirte que ya lograste encontrar todos los tonos de la fruta, llévalo más allá. Observa un rostro, y sucederá que se encuentran todos los colores allí. Paradójicamente para muchos, el color que a mi parecer le da aquella vivacidad a la piel es el verde, y los rostros están hechos a base de distintos tonos de verde. Este no es un descubrimiento nuevo, claro está. Grandes maestros clásicos utilizaban el verde en la piel para lograr ese aspecto de vitalidad. Se le conoce como Verdaccio, técnica explicada en 5
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El libro del arte de Cennino Cennini; “Toma entonces un poco de tierra verde bien líquida y échala en otro pocillo: con un pincel Romo de cerdas, cogido entre el pulgar y el índice de la mano izquierda, empieza a sombrear bajo el mentón y en las zonas más obscuras, insistiendo debajo del labio, en las comisuras y bajo la nariz; también bajo las cejas, a ambos lados de la nariz y, por último, en los extremos de los ojos, hacia las orejas. Y así, con sentimiento, ve tocando la cara y las manos y donde haya de ir la encarnación. Coge después un pincel puntiagudo de marta e insiste en los perfiles, nariz, ojos, labios y orejas con tierra verde.” ¹.
Mientras más se logra conocer los colores y manejarlos, más fervor e ímpetu tiene la obra. Y esta fuerza del color es dada por la luz que al mismo tiempo aparece gracias al color. Estas dos fuerzas de las que hablo no son dos que se complementan, sino que la misma, es una sola. La luz es color y el color es luz.
En la obra Frutas del mar, se podría decir que la luz es homogénea pintando toda la escena, y técnicamente así es, pero mirémosla más a fondo. El foco de luz es también aquel que encandila y llama la atención del espectador. En el caso de esta obra, el ferviente rojo de la langosta es la luz, o, mejor dicho, absorbe la luz que le llega desde arriba volviéndose el foco lumínico. De esta manera, el resto de los objetos y colores se empapan de este, conviviendo en una armonía visual.
¹ Cennini, Cennino, 1988: El libro del Arte, Ediciones Akal, Página 59
Frutas del mar
Óleo sobre lienzo 60cm de diametro Año 2021 7

Juego de cartas
Óleo sobre trupan 40cmx40cm Año 2020