Rafael Germán SánchezRengifo
Pintor y artista visual

Durante mis procesos plásticos me he dado cuenta que mi trabajo es fruto de mi relación ansiosa con la imagen de la muerte; una relación ansiosa que hace que mis ojos se permeen del trágico encuentro con el miedo, la ruptura, el dolor, la melancolía, la angustia... Reacciones y estados que en algun momento encuentro eróticos en tanto son la semilla de una idea de belleza que se revuelve en mi interior, algo que busca expresarse desde síntomas plásticos y me convierte en la ambigüa imagen de un cuerpo que pide a grites volverse algo más, por fuera de este saco de piel y órganos, incitándome a una disección estética de la corporalidad.
Aquella metamorfosis -como una suerte de endoscopia- me ha acercado a algunas flores y algunos insectos, como los lepidópteros, para observar su morfología, sus colores, sus posturas, sus texturas, y así adentrarme a una corporalidad ajena a la mía, sin embargo, la presencia del cuerpo humano se convierte en una cárcel que impide la transformación de mis órganos, mi interioridad, por no decir mi intimidad, me aprisiona. De alguna manera, esto tiene como consecuencia la idea romántica de que estas especies son símbolos de la muerte y la vida, el erotismo, la libertad y la condena, y por eso me interesa cómo dentro de aquél “minúsculo” mundo se podría observar a la muerte, siendo éste un estado de tránsito, un fenómeno que mi imaginación simula.
¿Qué clase de filosofía se oculta bajo el ligero pétalo de una flor o bajo la frágil ala de una mariposa? Mi trabajo es consecuecia de lo que he encontrado con mi mirada en el interior de mis deseos, mis emociones, mis pensamientos: la belleza dentro de los límites de mi carne, de mi fisiología en simbiosis con los colores, los contrastes y las texturas que me puede ofrecer la naturaleza en cuanto a esa sublime y cruel verdad que la mantiene eterna.
Rafael Rengifo Sánchez pinta con las tripas. Es decir, siente lo que pinta, lo que dibuja. Sus cuadros son reflexiones vitales, son parte de lo que le pasa, de lo que piensa, de lo que trae entre las manos. Es, podríamos decir, lo que menos se parece al arte decorativo, aunque sus colores, sus formas, sus composiciones, sus cuerpos, es lo que hace un buen pintor, lo que hace alguien que sabe perfectamente los secretos del oficio. (Antonio Caballero decía, en una de sus reseñas sobre artistas, que un cuadro de Francis Bacon -gran pintor irlandés- es como una patada en el plexo solar y veinte cuadros de Francis Bacon son como veinte patadas en el plexo solar-. Son bellos sus cuadros, aunque hablen de verdades dolorosas, aunque sus analogías no sean un canto a la perfección, aunque la realidad que hay en ellos sea como lo que vivimos casi a diario, lo que se encuentra detrás de nuestras apariencias tranquilas, jardines llenos de flores y de colores, pero otras flores y otros colores, jardines “detrás de mi cabeza” (cita del pintor).
Pero no es la cotidianidad lo que pinta Rafael. Es, sobre todo, al amor a lo que se refieren sus cuadros. Y puede que el amor entre en la cotidianidad (sus gestos, con sus días que se desdoblan, con sus manos que buscan, con sus ojos que se despiertan) de cualquier ser humano, pero no es de lo que más se habla ni, menos, es lo que más se ve.
Las sflores, el objeto-símbolo que utiliza Rafael en las pinturas de esta exposición, portan multplicidad de colores y son delicadas y son leves y son efímeras y son la desnudez por antonomasia. Características del amor, si se mira bien. Ambiguedad entre quietud y estallido. No obstante, lo grotesco y lo monstruoso -son palabras del pintor- no están exentos en el amor. Ni en las flores, que comportan una extraña relación con los cuerpos, con la desnudez, con los sexos. Extraña y real, extraña y simbólica, extraña y bella.
Los colores que utiliza el autor en estas pinturas son vivos, son fuertes, son carnales en ocasiones. Pinturas púrpuras, suculentas, casi físicas. La sensualidad y el erotismo están puestos en los cuerpos desnudos -contorsionados, sinuosos, excitados- hechos para amar, para confundirse, para compartir parte de su espacio con las flores que, vivas, despiertan de su letargo para gozar.
“Hacer tripas corazón” es un dicho popular que se usa para significar que se aparenta el lado amable de algo y se oculta un sufrimiento. Cuando un artista hace un arte visceral, auténtico, aunque sea doloroso, se dice (digo) que lo hace con las tripas. Eso quiere decir, simplemente, que lo hace con el cuerpo, que lo sufre, que le “duele”, que es de verdad. Que es verdad. Aunque al comienzo debí decir que Rafael pinta con el corazón. Otra manera de decir, también, que pinta con las tripas.
Una vez se posó una mariposa en la nariz
Un lienzo en blanco es el receptáculo de pensamientos y sentimientos generalmente desbordados. Que esté en blanco no signifique que esté vacía, sino que se rebosa de energía imprescindible para la mezcla orgánica e inmaterialmente poética entre lo corporal y lo espiritual. Es un proceso que metaforiza la génesis de las tensiones y reflexiones, y que tiene su culmen en la mirada, en los ojos de aquél que contemple el resultado.
Yo soy pintor de corazón, pero a éste órgano vital, amorfo y desentrañable, no he podido dar… tal vez, porque pintar se ha vuelto para mí un asunto que cambia repentinamente y es imposible captar en su totalidad, más bien, es eso lo que me agarra y me aprehende, porque siempre hay impulsos que motivan a entregarse, pero también los hay que alejan, sin perder, claro, totalmente el impulso de aquél órgano. Es un vaivén de sentimientos.
Así han tomado forma mis cuadros, son casi como demonios en el sentido Platónico de la palabra, personificaciones de un mensaje muy interior, algo muy íntimo, pero que salen a la luz como si el cuadro fuese ese susurro, ese grito o ese orgasmo. Me gusta esa encarnación que va tomando lo íntimo hacia un Eros y un Tánatos y que corresponde al conflicto del estado de las cosas, al deseo siempre ambivalente, desestabilizado… Por eso utilizo las flores para mi discurso pictórico y narrativo, tan hermosas, pero tan frágiles, eternas en el plano de lo bello, pero efímeras en la realidad: Una lozana flor que esconde una terrible belleza, que siempre está muriendo y naciendo a la vez, pues, como el aroma tierno que sueltan algunas flores al estar pudriéndose, el cuadro se alza para ser contemplado, desprendiéndose de él un poco de vida.
Nepenthes, me devoran las ansias de que me trague Acrílico sobre MDF 40x30
Con este proyecto exploro las manifestaciones de lo visceral durante la experimentación de la angustia. Vinculo lo patológico y lo metafísico desde mi posición como sujeto afectado por la ansiedad, intentando, por esta razón, descender hacia mis entrañas (como Catábasis), lugar donde habitan mis heridas, mis vacíos y desbordar aquél grito que no logro escuchar.
La presentación de colores carnudos e intensos tiene la intención de manifestar un tono “dulce”, comestible, de la pintura; de igual manera, el elemento flor me permite construir esa imagen del interior que se abre, denotando un sentido bello de lo visceral.
La idea es presentar la figuración como un elemento “háptico” denotando esa contradicción entre lo carnoso y grotesco de nuestras entrañas, aquella suculencia de nuestros dolores. Por otra parte, mi intención es manifestar esa ambigüedad entre lo corporal y lo ausente de la carne, pues, dónde las vísceras emergen, las entrañas, se oculta algo en la mente de su anfitrión.
Hay una semilla de la belleza oculta en el grito de lo invisible, en la vibración constante de un mundo que nuestra percepción no logra del todo aprehender. Me interesa aquello terrible que se oculta en nuestro interior, como una especie de sensación arcaica que solo convirtiéndonos en insectos, puede transferirnos y hacernos saber. Mi trabajo gira en torno a la metamorfosis del miedo, de ese miedo que se gesta en el amor y que termina en plantar flores de marchita belleza, de ese miedo que se encuentra en el interior de manera que se disemina en las oquedades del espíritu.
El uso de polillas, mariposas, flores, hongos, se debe primordialmente a un asunto morfológico y simbólico. Por ejemplo, las flores siempre han estado cargadas de esa dualidad belleza-mortalidad, del drama de la existencia humana en el que lo bello no perdura al poner la vista en la singularidad de la flor y no en la entera estructura de la planta. Siento que la relación con ese órgano, funge como una relación muy metafísica de la libertad y el amor, utilizamos flores para ritualizar nuestra finitud y aceptar la inminente muerte de nuestros cuerpos, tanto en un sentido figurado y literal; las flores nos ayudan a recordar que todo tiene un punto final. En el caso de los lepidópteros, la metáfora también apunta a esa idea de libertad fugaz. ¿Cómo no nos podemos deslumbrar de aquella metamorfósis que consume al cuerpo para transformarlo en otro más ágil, pero menos duradero? Hay lepidópteros que no tienen boca y que vuelan solamente en busca de pareja. Es una relación que me interesa porque es básicamente una imagen de la libertad.
Esta obra toma como pretexto las relaciones con lo otro que emergieron en la pandemia y cómo la imagen de la angustia cobra sentido cuando la imagen misma es una configuración desde el impacto de lo externo, junto con la implosión de nuestras cualidades; el cuerpo se torna monstruoso en cuanto lo externo se imbrinca con una interioridad débil, una intimidad que no se logró formar a cabalidad por la desesperada actitud del cuerpo que encerró el exterior en su frágil interior.
Mi propuesta es elaborar una representación de la imagen “propia” como entidad amorfa, informe o en constante re-figuración; este trabajo me permitió observar otras perspectivas en torno a aquel impulso monstruoso que incide en el cambio: la angustia del encierro.
Cruentación nace de una necesidad inabarcable de mirar al interior, de diseccionar el trauma y de buscar tratar al pathos como un cuerpo, un organismo que se deposita dentro de nosotros. Estas inquietudes se vieron alimentadas por la gran influencia que tuvo mi padre en la infancia y que, de alguna manera, todavía tiene a través de su profesión como médico forense.
Aquella gestación de la muerte durante mi vida se ha manifestado en ocasiones por una inestable relación con el orden, con lo social y conmigo mismo. Inseguridades y ansiedades toman el rostro ambiguo de una melancolía cotidiana que se entierra en mí y crece en la soledad del diálogo que me ha conllevado a ficcionarme como si fuera un cadáver, un occiso como lo llamarían los forenses, y que no es más que ese grito interno, ese gesto infracorporal que se oculta en las vísceras y que no conozco si no es imaginándome representaciones del interior.
El significado de “cruentación” viene desde la Edad Media que se utilizaba cuando el cadáver expulsaba líquidos cadavéricos por la presencia de su asesino. Creencia claramente falsa, pues, si algo se expulsa no es por voluntad propia del cuerpo, sino por la acción física de su movimiento. Sin embargo, esta ficción me ha permitido trasladarla a esa imagen del grito, del cadáver que sigue enviando mensajes encriptados a través de sus entrañas.
De esta manera, me permito utilizar los diagramas forenses como soporte para realizar autorretratos y revelar algo informe que, subrepticiamente, convive en mi interior.
Rafael Germán Rengifo Sánchez
Neiva, Huila, 1997
CORREOS: ragere97@gmail.com
rafael.rengifo@udea.edu.co
REDES: https://www.instagram.com/raphaelgermain
ragerearte.myportfolio.com
ESTUDIOS
2022 Artes plásticas y visuales, Universidad de Antioquia
2013 Bachillerato, Colegio Salesiano San Medardo
MUESTRA DE DIBUJO, Las formas del dibujo, 2019, Biblioteca Carlos
Gaviria Diaz
MUESTRA TRABAJO DE CAMPO, Bochorno y soroche, 2022, Edificio La Naviera
MUESTRA RESIDENCIA NAVIERA, Estacionarios, 2022, Edificio la Naviera
MUESTRA DE GRADO, Elogio de lo invisible, 2022, Cámara de comercio de Medellín, sede centro.
EXPOSICIONES INDIVIDUALES
La inconforme metamorfosis, Biblioteca Carlos Gaviria Diaz, 2022
EXPOSICIONES COLECTIVAS
ZOOM LAB 2017, Paisaje Rural Contemporáneo, Colombo Americano
MUESTRA ESTUDIANTIL DE PINTURA 2017, CreaLab
Pintor y artista visual nacido en la ciudad de Neiva, Huila en 1997. Hizo toda su carrera artística en la Universidad de Antioquia de la ciudad de Medellín. Ha trabajado como tallerista en torno a técnicas pictóricas como el óleo, el acrílico y la acuarela; también ha sido auxiliar cultural de la oficina cultural en la Biblioteca Carlos Gaviria Diaz, realizando labores en torno a la curaduría y el montaje de exposiciones, además de la investigación y revisión de textos para la revista Leer y releer.
Su mirada hacia la naturaleza ambigua y angustiosa del ser le ha volvado su mirada a un mundo colorista en el que los cuerpos pretenden generar vibraciones a partir de su textura y su croma.
El órgano esencial, el órgano nutricio de la planta, su raíz, la sujeta indisolublemente al suelo. Si es difícil descubrir, entre las grandes leyes que nos agobian, la que más pesa sobre nuestros hombros, respecto a la planta no hay duda: es la que la condena a la inmovilidad desde que nace hasta que muere. Así es que sabe mejor que nosotros, que dispersamos nuestros esfuerzos, contra qué rebelarse ante todo. Y la energía de su idea fija, que sube de las tinieblas de sus raíces para organizarse y manifestarse en la luz de su flor. Tiende toda entera a un mismo fin: escapar por arriba a la fatalidad de abajo (...)libertarse, inventar o invocar alas, evadirse lo más lejos posible, vencer el espacio en que el destino la encierra...