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Las flores enamoradas
Rafael Rengifo Sánchez pinta con las tripas. Es decir, siente lo que pinta, lo que dibuja. Sus cuadros son reflexiones vitales, son parte de lo que le pasa, de lo que piensa, de lo que trae entre las manos. Es, podríamos decir, lo que menos se parece al arte decorativo, aunque sus colores, sus formas, sus composiciones, sus cuerpos, es lo que hace un buen pintor, lo que hace alguien que sabe perfectamente los secretos del oficio. (Antonio Caballero decía, en una de sus reseñas sobre artistas, que un cuadro de Francis Bacon -gran pintor irlandés- es como una patada en el plexo solar y veinte cuadros de Francis Bacon son como veinte patadas en el plexo solar-. Son bellos sus cuadros, aunque hablen de verdades dolorosas, aunque sus analogías no sean un canto a la perfección, aunque la realidad que hay en ellos sea como lo que vivimos casi a diario, lo que se encuentra detrás de nuestras apariencias tranquilas, jardines llenos de flores y de colores, pero otras flores y otros colores, jardines “detrás de mi cabeza” (cita del pintor).
Pero no es la cotidianidad lo que pinta Rafael. Es, sobre todo, al amor a lo que se refieren sus cuadros. Y puede que el amor entre en la cotidianidad (sus gestos, con sus días que se desdoblan, con sus manos que buscan, con sus ojos que se despiertan) de cualquier ser humano, pero no es de lo que más se habla ni, menos, es lo que más se ve.
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Las sflores, el objeto-símbolo que utiliza Rafael en las pinturas de esta exposición, portan multplicidad de colores y son delicadas y son leves y son efímeras y son la desnudez por antonomasia. Características del amor, si se mira bien. Ambiguedad entre quietud y estallido. No obstante, lo grotesco y lo monstruoso -son palabras del pintor- no están exentos en el amor. Ni en las flores, que comportan una extraña relación con los cuerpos, con la desnudez, con los sexos. Extraña y real, extraña y simbólica, extraña y bella.
Los colores que utiliza el autor en estas pinturas son vivos, son fuertes, son carnales en ocasiones. Pinturas púrpuras, suculentas, casi físicas. La sensualidad y el erotismo están puestos en los cuerpos desnudos -contorsionados, sinuosos, excitados- hechos para amar, para confundirse, para compartir parte de su espacio con las flores que, vivas, despiertan de su letargo para gozar.
“Hacer tripas corazón” es un dicho popular que se usa para significar que se aparenta el lado amable de algo y se oculta un sufrimiento. Cuando un artista hace un arte visceral, auténtico, aunque sea doloroso, se dice (digo) que lo hace con las tripas. Eso quiere decir, simplemente, que lo hace con el cuerpo, que lo sufre, que le “duele”, que es de verdad. Que es verdad. Aunque al comienzo debí decir que Rafael pinta con el corazón. Otra manera de decir, también, que pinta con las tripas.


Una vez se posó una mariposa en la nariz




Un lienzo en blanco es el receptáculo de pensamientos y sentimientos generalmente desbordados. Que esté en blanco no signifique que esté vacía, sino que se rebosa de energía imprescindible para la mezcla orgánica e inmaterialmente poética entre lo corporal y lo espiritual. Es un proceso que metaforiza la génesis de las tensiones y reflexiones, y que tiene su culmen en la mirada, en los ojos de aquél que contemple el resultado.
Yo soy pintor de corazón, pero a éste órgano vital, amorfo y desentrañable, no he podido dar… tal vez, porque pintar se ha vuelto para mí un asunto que cambia repentinamente y es imposible captar en su totalidad, más bien, es eso lo que me agarra y me aprehende, porque siempre hay impulsos que motivan a entregarse, pero también los hay que alejan, sin perder, claro, totalmente el impulso de aquél órgano. Es un vaivén de sentimientos.
Así han tomado forma mis cuadros, son casi como demonios en el sentido Platónico de la palabra, personificaciones de un mensaje muy interior, algo muy íntimo, pero que salen a la luz como si el cuadro fuese ese susurro, ese grito o ese orgasmo. Me gusta esa encarnación que va tomando lo íntimo hacia un Eros y un Tánatos y que corresponde al conflicto del estado de las cosas, al deseo siempre ambivalente, desestabilizado… Por eso utilizo las flores para mi discurso pictórico y narrativo, tan hermosas, pero tan frágiles, eternas en el plano de lo bello, pero efímeras en la realidad: Una lozana flor que esconde una terrible belleza, que siempre está muriendo y naciendo a la vez, pues, como el aroma tierno que sueltan algunas flores al estar pudriéndose, el cuadro se alza para ser contemplado, desprendiéndose de él un poco de vida.
















Nepenthes, me devoran las ansias de que me trague Acrílico sobre MDF 40x30

