Gaudete No.60

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Domingo 2 Marzo 2025 • II Época, No. 60 • Editor P. Armando Flores

La Cuaresma es camino de esperanza

En efecto, esta perspectiva se hace evidente enseguida si pensamos que la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la Pascua, y entonces todo el sentido de este periodo de cuarenta días toma luz del misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor resucitado que nos llama para salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino hacia Él que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús resucitado, es un periodo de penitencia, incluso de mortificación, pero no fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resucitar con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente «desde lo alto», desde el amor de Dios (cf. Juan 3, 3). He aquí por qué la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza. Para comprender mejor qué significa esto, debemos referirnos a la esperanza fundamental del éxodo de los israelitas de Egipto, narrada por la Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto de partida es la condición de esclavitud de Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el Señor no ha olvidado a su pueblo y su promesa: llama a Moisés, con brazo potente, hace salir a los israelitas de Egipto

y les guía a través del desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante este camino de la esclavitud a la libertad, el Señor da a los israelitas la ley, para educarles a amarle, único Señor, y a amarse entre ellos como hermanos. La Escritura muestra que el éxodo es largo y complicado: simbólicamente dura 40 años, es decir el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las pruebas del camino, siempre tiene la tentación de añorar Egipto y volver atrás. También todos nosotros conocemos la tentación de volver atrás, todos. Pero el Señor permanece fiel y esa pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra prometida. Todo este camino está cumplido con la esperanza: la esperanza de alcanzar la tierra, y precisamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad. Y estos 40 días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud, del pecado, a la libertad, al encuentro con el Cristo resucitado. Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada recuperación, todo tiene sentido dentro del proyecto de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.

La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía para alcanzar la vida plena, eterna y beata. Para abrir esta vía, este pasaje, Jesús ha tenido que desnudarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirse el camino hacia la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros estamos salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere decir que Él ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado a través de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en carroza”. No es así. Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, ya que es una historia de amor, requiere nuestro “sí” y nuestra participación en su amor, como nos

demuestra nuestra Madre María y después de Ella todos los santos. La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al tentador por nosotros, pero también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el agua viva de su Espíritu, y a nosotros nos toca aprovechar su fuente y beber, a través de los Sacramentos, de la oración, de la adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido encomendada el día de nuestro bautismo.

En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión» (Misal Romano, Oración colecta, I Domingo de Cuaresma); quien hace el camino de la Cuaresma está siempre en el camino de la conversión. La Cuaresma es signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, que siempre hay que renovar. Un camino arduo, como es justo que sea, porque el amor es trabajoso, pero un camino lleno de esperanza. Es más, diría algo más: el éxodo cuaresmal es el camino en el cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el desierto —todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, los espejismos...—, todo esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, sobre el modelo de la Virgen María, que en medio de las tinieblas de la Pasión y de la muerte de su Hijo siguió creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios. Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma. Sintiéndonos parte del Pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría este camino de esperanza. (Francisco, Catequesis en la audiencia general, 1 de marzo de 2017)

MIERCOLES DE CENIZA

El próximo miércoles 5 de marzo inicia la cuaresma con la imposición de la ceniza. Es día de ayuno. Obliga a quienes tienen entre 14 y 59 años.

En la Iglesia Parroquial se impondrá la ceniza durante la jornada a partir de las 7.00 de la mañana hasta las 9.00 de la noche. Durante la misa de 7.30 pm no se impondrá la ceniza; en ese horario se impondrá en la capilla de Nuestra Señora de Lourdes.

En el Santuario del Patrón Santiago se impondrá la ceniza a partir de las 7.30 am hasta las 20.00 hrs.

En la Capilla del Espíritu Santo, durante la misa a las 19.00 hrs.

Suscitar la fe. Itinerarios para los jóvenes (III)

quistar la fe es el encuentro perso nal con Dios, por la simple razón de que –como decía un gran teólogolo único realmente digno de fe es el amor. Y la fe es ante todo la experiencia del hombre que encuentra a Dios y halla respuesta a sus grandes interrogantes. Esta ha sido la experencia personal de los grandes creyentes, hombres y mujeres, como Abraham, Moisés – el cual ha debido sufrir un cambio radical de sus esperanzas y proyectos de liberación

vid, Elías, María, José, Pedro, Pablo. Todos ellos se han sentido envueltos en la ternura amorosa de Dios e implicados en su proyecto de salvación y se han olvidado de todo y se han puesto en marcha, no porque lo entendieran todo, es más no lo entendían de hecho, pero se han aferrado a Dios con una misión que desarrollar en la vida.

Es cierto que hay otros encuentros, en circunstancias diversas, que pue-

den ser también caminos válidos para suscitar la fe. Pensemos, por ejemplo, en la participación de los discípulos en las bodas de Caná, donde la fe de María se convirtió en causa de su propia fe: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discíplos” (Jn 2,11). O en el encuentro de Jesús con la Samaritana, que provoca su confesión de fe y la conversión de los samaritanos por el testimonio de la mujer: “Cuando llegaron donde él los samaritanos le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por su palabra y decían a la mujer: Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo (cf. Jn 4, 41-42). O en el diálogo de Marta con Jesús tras la muerte de Lázaro en la que Marta realiza una de las confesiones de fe más perfectas: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que iba a venir al mundo” (Jn 11,27) O en el caso del centurión, cuya hija muerta y resucitada por Jesús le conduce a una confesión de fe y con él a todos los de su casa (cf. Jn 4,1-4).

1 NdR. Don Pascual Chávez, fue Rector Mayor de los padres salesianos.

Una escena especialmente iluminadora – como ya he señalado– es la del camino de fe de los discípulos de Emaús que desencantados por la frustración de sus expectativas, destruídos por la muerte en cruz de Jesús, se reencuentran con la fe al cruzarse con un peregrino que hace con ellos camino, ilumina su mente y da calor a su corazón con la interpretación de la Escritura y se da a conocer en la fracción del pan (cf. Lc 24, 13-35). En este conocido pasaje, tan hermoso desde el punto de vista literario como rico desde la óptica catequética, encontramos los elementos fundamentales para una experiencia de fe: la Palabra que ilumina y da calor, el Sacramento que nutre y fortalece, el Testimonio que nos hace evangelizadores, la Comunidad que nace de una misma fe compartida.

Siempre he intentado hablar a los jóvenes y a los hermanos desde la propia experiencia, a partir de cuanto yo he vivido desde el momento en que mi madre, dos días antes de morir, me confesó que había pedido un hijo sacerdote y yo la respondí diciendo que yo era el fruto de su oración. Entonces tenía once años. Desde entonces han sido decisivos en mi vida el trabajo con los jóvenes, el ejercicio del ministerio sacerdotal, el estudio y la docencia de la Sagrada Escritura, el año transcurrido en Tierra Santa, la hermosa tarea de formador de los futuros sacerdotes salesianos, la toma de conciencia de la pobreza en el mundo.

Hablando a los jóvenes me gusta hablar de Jesús, de aquello que significa en mi vida, de aquello que sería si él me faltase. Pienso que a ellos les impresionan las palabras pero más aún los testimonios de alegría y de afecto.

A mí me fascina la experiencia de San Pablo, en primer lugar porque es el único que habla biográficamente, de forma testimonial. Escucharle contar lo que él era antes de encontrarse con Jesús, cómo perseguía denodadamente a sus seguidores, y en que se ha convertido después, ayuda a entender los criterios de verificación de toda experiencia auténticamente cristiana (cf. Ga 1,13-17). Con frecuencia nos ilusionamos pensando haber hecho experiencia de Dios sólo porque tenemos un sentimiento de conmoción, pero ese sentimiento psicológico religioso no provoca ningún cambio de vida.

Escuchar a Pablo, tal y como se expresa en la carta a los Filipenses, que todo cuanto era para él precioso lo considera “pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por perdí todas las cosas, y las tengo por basura

para ganar a Cristo” ( Flp 3,810). Escuchar a Pablo que no se deja condicionar por nadie y defiende con coraje, sin ceder a componendas, la “verdad del evangelio” (Ga 2,5.14). Escuchar a Pablo que confiesa que para él “el vivir es Cristo” (Flp 1,21), que ha sido “crucificado con Cristo” y ya no es él el que vive sino Cristo quien vive en él: “la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,21). Escuchar a Pablo que no ha

querido otra ciencia “si no es Jesucristo y éste crucificado” (1 Co 2,2), y que puede presentar argumentos para hacer público y creíble su amor a la Iglesia como ningún otro apóstol puede pretender. (2 Co 11,18-30). Escuchar, por último, a Pablo que se enorgullece de llevar en el propio cuerpo los estigmas de Cristo por quien el mundo ha estado crucificado por él y él por el mundo (Ga 6,14-17). ¡Estos son los rasgos que definen la identidad del verdadero creyente!

BÚSCALA EL PRÓXIMO MIÉRCOLES DE CENIZA EN LAS IGLESIAS DE NUESTRA JURISDICCION PARROQUIAL

De la vida parroquial

BAUTISMOS

El día 02 de marzo de 2025 por el Sacramento del Bautismo administrado por el Pbro. Enrique Alcalá Velarde, se incorporó al Pueblo de Dios Alexander, hijo de Ricardo Andrés Cuevas y Mónica Jeara Canela Garcías, vecinos de Sahuayo.

OBITUARIO

El día 25 de febrero de 2025, en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de Francisco García Avalos, fue sepultado en el Panteón municipal

El día 26 de febrero de 2025, en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de Margarita González Ayala, fue sepultada en el Panteón municipal.

El día 1 de marzo de 2025 en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de María Guadalupe Embarcadero Salazar, fue sepultada en el Panteón municipal.

¿P

odrá un ciego guiar a otro ciego ? El Evangelio del Domingo Lucas 6, 39-45

El pasaje del Evangelio de hoy presenta parábolas breves, con las cuales Jesús quiere señalar a sus discípulos el camino a seguir para vivir sabiamente. Con la pregunta: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39), quiere subrayar que un guía no puede ser ciego, sino que debe ver bien, es decir, debe poseer la sabiduría para guiar con sabiduría, de lo contrario corre el peligro de perjudicar a las personas que dependen de él. Así, Jesús llama la atención de aquellos que tienen responsabilidades educativas o de mando: los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándoles a que sean conscientes de su delicado papel y a discernir siempre el camino acertado para conducir a las personas.

Y Jesús toma prestada una expresión sapiencial para indicarse como modelo de maestro y guía a seguir: «No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado será como su maestro» (v. 40). Es una invitación a seguir su ejemplo y su enseñanza para ser guías seguros y sabios. Y esta enseñanza está encerrada, sobre todo, en el Sermón de la Montaña, que desde hace tres domingos la liturgia nos propone en el Evangelio, indicando la actitud de mansedumbre y de misericordia para ser personas sinceras, humildes y justas. En el pasaje de hoy encontramos otra frase significativa, que nos exhorta a no ser presuntuosos e hipócritas. Dice así: «¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?» (v. 41). Muchas veces, lo sabemos, es más fácil o más cómodo percibir y condenar los defectos y los pecados de los demás, sin darnos cuenta de los nuestros con la misma claridad. Siempre escondemos

nuestros defectos, también a nosotros mismos; en cambio, es fácil ver los defectos de los demás. La tentación es ser indulgente con uno mismo -manga ancha con uno mismo- y duro con los demás. Siempre es útil ayudar a otros con consejos sabios, pero mientras observamos y corregimos los defectos de nuestro prójimo, también debemos ser conscientes de que tenemos defectos. Si creo que no los tengo, no puedo condenar o corregir a los demás. Todos tenemos defectos: todos. Debemos ser conscientes de ello y, antes de condenar a los otros, mirar dentro de nosotros mismos. Así, podemos actuar de manera creíble, con humildad, dando testimonio de la caridad.

¿Cómo podemos entender si nuestro ojo está libre o si está obstaculizado por una viga? De nuevo es Jesús quien nos lo dice: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto» (vv.43-44). El fruto son las acciones, pero también las palabras. La calidad del árbol también se conoce de las palabras. Efectivamente, quien es bueno saca de su corazón y de su boca el bien y quien es malo saca el mal, practicando el ejercicio más dañino entre nosotros, que es la murmuración, el chismorreo, hablar mal de los demás. Esto destruye; destruye la familia, destruye la escuela, destruye el lugar de trabajo, destruye el vecindario. Por la lengua empiezan las guerras. Pensemos un poco en esta enseñanza de Jesús y preguntémonos: ¿Hablo mal de los demás? ¿Trato siempre de ensuciar a los demás? ¿Es más fácil para mí ver los defectos de otras personas que los míos? Y tratemos de corregirnos al menos un poco: nos hará bien a todos. (Francisco, Angelus, 3 marzo de 2019)

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