02 Febrero 2025
Día de la Candelaria

La Fiesta de la Luz, Fiesta de las Candelas o mejor conocida como Día de la Candelaria, tiene su origen en los pasajes de la Biblia: la purificación de María 40 días después de navidad, es decir el 2 de febrero, y la presentación del niño Jesús en el Templo.
En el tiempo de Jesús, la Ley de Moisés determinaba que todas las mujeres debían presentarse en el Templo 40 días después de haber dado a luz para purificarse, llevando consigo todo varón judío para ser presentado.
De acuerdo con el evengelista Lucas (Lc. 2,22-40) quien entonces vivía en Jerusalén, un hombre llamado Simeón, conducido por el Espíritu Santo fue al templo al mismo tiempo que María y José, tomó al niño y exclamó: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; Luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”
Considerando las palabras de Simeón, que llama a Jesucristo “Luz para alumbrar a las nacionales” (Lc 2, 28-32), la misa de este día inicia con las bendiciones de las velas encendidas que los fieles llevan a la iglesia.
Con el paso de los años, el Día de la Candelaria se centró en vestir la figura del niño Dios para llevarlo a la iglesia y ser bendecido.
En la actualidad, la imagen del niño Jesús en muchas familias es heredada por las nuevas generaciones, como una forma de rendir homenaje a Jesús.
La Candelaria en México
Según Fray Bernardino de Sahagún, autor de varias obras en náhuatl y castellano, consideradas entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los españoles, el 2 de febrero también se acercaba al
día del nacimiento o presentación del Sol en el calendario azteca y el inicio de la temporada de siembra.
Los Aztecas realizaban diversos rituales en honor a Tláloc, Chalchiuhtlicue y Quetzalcóatl, para conmemorar el inicio de la temporada de siembra.
En estos rituales elaboraban alimentos con maíz, entre ellos los tamales como ofrenda para los dioses.
Acorde al libro de los Mayas Popol Vuh, el maíz es el elemento que usaron los Dioses para darles vida a los hombres, por ello su importancia en las ofrendas desde la época prehispánica.
Durante la Conquista de México por los españoles, los frailes eran los encargados de adoctrinar a los indígenas, por lo que se mezclaron las tradiciones prehispánicas y católicas, dando paso a celebrar el día Día de la Candelaria comiendo tamales.


El sentido de la peregrinar

El Jubileo no consiste en una serie de cosas por hacer, sino en vivir una gran experiencia interior. Las iniciativas exteriores sólo tienen sentido en la medida que son expresiones de un profundo compromiso que nace en el corazón de las personas.
A primera vista, hablar de determinados «espacios» en relación con Dios podría suscitar cierta perplejidad. ¿Acaso no está el espacio, al igual que el tiempo, sometido enteramente al dominio de Dios? En efecto, todo ha salido de sus manos y no hay lugar donde Dios no esté: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes, él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos» (Sal 2324, 1-2). Dios está igualmente presente en cada rincón de la tierra, de tal modo que todo el mundo puede ser considerado como «templo» de su presencia. Con todo, esto no impide que, así como el tiempo puede estar acompasado por kairoi, momentos especiales de gracia, el espacio pueda estar marcado análogamente por particulares intervenciones
La esperanza, la virtud que da sentido al camino de la vida
salvíficas de Dios. Por lo demás, esta es una intuición presente en todas las religiones, en las cuales no solamente hay tiempos, sino también lugares sagrados, en donde puede experimentarse el encuentro con lo divino más intensamente de lo que sucede habitualmente en la inmensidad del cosmos.
En relación con esta tendencia religiosa general, la Biblia ofrece un mensaje específico, situando el tema del «espacio sagrado» en el horizonte de la historia de la salvación. Por una parte, advierte sobre los peligros inherentes a la definición de dicho espacio, cuando ésta se hace en la perspectiva de una divinización de la naturaleza -a este propósito, se ha de recordar la fuerte polémica antiidolátrica de los profetas en nombre de la fidelidad a Yahveh, Dios del Éxodo- y, por otra, no excluye un uso cultual del espacio, en la medida en que esto expresa plenamente la intervención específica de Dios en la historia de Israel. El espacio sagrado se ve así progresivamente «concentrado» en el templo de Jerusalén, donde el Dios de Israel quiere ser venerado y, en cierto sentido, encontrado. Hacia el templo se dirigen los ojos del peregrino de Israel y grande es su alegría cuando llega al lugar donde Dios ha puesto su morada: «¡Qué alegría cuando me dijeron: "vamos a la casa del Señor"! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (Sal 121122, 1-2). En el Nuevo Testamento, esta «concentración» del espacio sagrado alcanza su punto culminante en Cristo, que se convierte ahora en el nuevo «templo» (cf. Jn 2, 21), en el que habita la «plenitud de la divinidad»

(Col 2, 9). Con su venida el culto está llamado a superar radicalmente los templos materiales para llegar a ser un culto «en espíritu y verdad» (Jn 4, 24). Asimismo, en Cristo, también la Iglesia es considerada «templo» por el Nuevo Testamento (cf. 1 Co 3, 17), como lo es incluso cada discípulo de Cristo, en cuanto habitado por el Espíritu Santo (cf. 1 Co 6, 19; Rm 8, 11). Evidentemente, como demuestra la historia de la Iglesia, todo esto no excluye que los cristianos puedan tener lugares de culto; es necesario, sin embargo, que no se olvide su carácter funcional respecto a la vida cultual y fraterna de la comunidad, sabiendo que la presencia de Dios, por su naturaleza, no puede ser circunscrita a ningún lugar, puesto que los impregna todos, teniendo en Cristo la plenitud de su expresión y de su irradiación. El misterio de la Encarnación, por tanto, transforma la experiencia universal del «espacio sagrado», restringiéndola por un lado y, por otra, resaltando su importancia en nuevos términos. En efecto, la referencia al espacio está implicada en el mismo «hacerse carne» del Verbo (cf. Jn 1, 14). Dios ha asumido en Jesús de Nazaret las características propias de la naturaleza humana, incluida la ineludible pertenencia del hombre a un pueblo concreto y a una tierra determinada. «Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est». Esta expresión colocada en Belén, precisamente en el lugar en que, según la tradición, nació Jesús, adquiere una peculiar resonancia: «Aquí, de la Virgen María, nació Jesucristo». La concreción física de la tierra y de su emplazamiento geográfico está unida a la verdad de la carne humana asumida por el Verbo. (Juan Pablo II. Carta sobre la peregrinación, 29 junio 1999)
"La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos como felicidad el reino de los cielos y la vida eterna, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras propias fuerzas, sino en la ayuda de la gracia del Espíritu



Santo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817). Estas palabras nos confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón, cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: "¿Qué será de mí? ¿Cuál es el destino del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?".
Todos nos damos cuenta de que una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si el camino de la vida no tiene sentido, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos preguntamos por qué debemos caminar: de ahí la desesperación del hombre, el sentimiento de la inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: Me he esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado.
También he sido un hombre o una mujer de fe.... ¿De qué ha servido mi lucha si todo acaba aquí? Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un horizonte luminoso, sólo cabría concluir que la virtud es un esfuerzo inútil. "Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, también el presente se hace vivible", decía Benedicto XVI (Carta encíclica Spe salvi, 2).
El cristiano tiene esperanza no por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió y resucitó y nos dio su Espíritu. "La redención se nos ofrece en el sentido de que se nos ha dado una esperanza, una esperanza fiable, en virtud de la cual podemos afrontar nuestro presente" (ibid., 1). En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que queramos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.
A muchos cristianos dubitativos,
que no habían renacido del todo a la esperanza, el apóstol Pablo les plantea la nueva lógica de la experiencia cristiana: "Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe y aún estáis en vuestros pecados. Por tanto, los que han muerto en Cristo también están perdidos. Si hemos tenido esperanza en Cristo sólo para esta vida, somos más dignos de lástima que todos los hombres" (1 Co 15,17-19). Es como si dijera: si crees en la Resurrección de Cristo, entonces sabes con certeza que no hay derrota ni muerte para siempre. Pero si no crees en la Resurrección de Cristo, entonces todo se vuelve vacío, incluso la predicación de los Apóstoles.
La esperanza es una virtud contra la que pecamos a menudo: en nuestros malos anhelos, en nuestras melancolías, cuando pensamos que las felicidades pasadas están enterradas para siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos por nuestros pecados, olvidando que Dios es misericordioso y más grande que nuestros corazones.
No lo olvidemos, hermanos y hermanas: Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero no olvidemos esta verdad: Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos por nuestros pecados; pecamos contra la esperanza cuando el otoño en nosotros anula la primavera; cuando el amor de Dios deja de ser un fuego eterno y no tenemos el valor de tomar decisiones que nos comprometen para toda la vida.
El mundo de hoy tiene tanta necesidad de esta virtud cristiana. El mundo necesita esperanza, como necesita paciencia, virtud que va de la mano de la esperanza. Los hombres pacientes son tejedores de bien. Desean
obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y querrían todo y todo ya, la paciencia tiene la capacidad de esperar. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, los que están animados por la esperanza y son pacientes son capaces de atravesar las noches más oscuras. Esperanza y paciencia van unidas. La esperanza es la virtud de los jóvenes de corazón; y aquí, la edad no cuenta. Porque también hay ancianos con los ojos llenos de luz, que viven una tensión permanente hacia el futuro. Pensemos en aquellos dos grandes ancianos del Evangelio, Simeón y Ana: no se cansaron de esperar y vieron bendecido el último tramo de su camino por el encuentro con el Mesías, al que reconocieron en Jesús, llevado al Templo por sus padres.
¡Qué gracia si fuera así para todos nosotros! Si, después de una larga peregrinación, al dejar las alforjas y el bastón, nuestro corazón se llenara de una alegría que nunca antes habíamos sentido, y nosotros también pudiéramos exclamar: "Ahora deja, Señor, que tu siervo / vaya en paz, según tu palabra, / porque han visto mis ojos tu salvación, / preparada por ti ante todos los pueblos: / luz para revelarte a las naciones / y gloria a tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32).
Hermanos y hermanas, sigamos adelante y pidamos la gracia de tener esperanza, esperanza con paciencia. Esperar siempre ese encuentro final; pensar siempre que el Señor está cerca de nosotros, que nunca, nunca la muerte saldrá victoriosa. Vayamos adelante y pidamos al Señor que nos dé esta gran virtud de la esperanza, acompañada de la paciencia. Gracias. (Catequesis del papa Francisco, 8 mayo 2024)


De la vida parroquial
BAUTISMOS
El día 02 de febrero 2025, por el sacramento del se incorporaron al Pueblo de Dios:
Axel Mateo, hijo de Patricia Lizeth Maravilla González, vecinos de Sahuayo, Jonathan Tadeo, hijo de Nathaniel Eduardo Hernández Magallón y Verónica Jazmín Torres Gutiérrez, vecinos de Sahuayo.
MATRIMONIO
El día 25 de enero de 2025 unieron sus vidas, por el sacramento del matrimonio los novios Luis Felipe Rocha López, originario vecino de sahuayo, hijo de Luis Felipe y Adriana con Karina Elizabeth Muñiz Sanchez, originaria y vecina de Sahuayo, hija de José Antonio y Alejandra.
OBITUARIO
El día 27 de enero en el Santuario del Patrón Santiago, se celebró la misa exequial de María de los Ángeles Vargas Vargas, fue sepultada en el Panteón Municipal.. El día 29 de enero en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de J. Jesús Rosas Ochoa, sus cenizas fueron depósitadas en la Cripta Parroquial.

La presentación deL señor
El Evangelio del Domingo Lucas 2, 22-40
Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor: cuando la Virgen María y San José presentaron a Jesús recién nacido en el templo. En esta fecha también celebramos el Día de la Vida Consagrada, que nos recuerda el gran tesoro dentro de la Iglesia que suponen aquellos que siguen de cerca al Señor al profesar los consejos evangélicos.
El Evangelio cuenta que, cuarenta días después de su nacimiento, los padres de Jesús llevaron al Niño a Jerusalén para consagrarlo a Dios, como prescribe la ley judía. Y, mientras describe un rito previsto por la tradición, este episodio llama nuestra atención sobre el comportamiento de algunos personajes. Están reflejados en el momento en que experimentan el encuentro con el Señor en el lugar donde se hace presente y cercano al hombre. Estos son María y José, Simeón y Ana, que son modelos de acogida y entrega de sus vidas a Dios. Estos cuatro no eran iguales, eran todos diferentes, pero todos buscaban a Dios y se dejaban guiar por el Señor.
El evangelista Lucas describe a los cuatro en una doble actitud: actitud de movimiento y actitud de admiración.
La primera actitud es el movimiento. María y José se ponen en camino hacia Jerusalén; por su parte, Simeón, movido por el Espíritu, va al templo, mientras que Ana sirve a Dios día y noche sin descanso. De esta manera, los cuatro protagonistas del pasaje evangélico nos muestran que la vida cristiana requiere dinamismo y requiere la voluntad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo. El inmovilismo no se corresponde con el testimonio cristiano y la misión de la Iglesia. El mundo necesita cristianos que se dejen conmover, que no se cansen de andar por las calles de la vida, para llevar a todos la palabra consoladora de Jesús. Todo bautizado ha recibido la vocación de proclamar,
de anunciar algo, de anunciar a Jesús, la vocación a la misión evangelizadora: ¡anunciar a Jesús! Las parroquias y las diversas comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de los jóvenes, las familias y los ancianos, para que todos tengan una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas.
La segunda actitud con la que San Lucas presenta a los cuatro personajes de la historia es la admiración. María y José «estaban admirados de lo que se decía de él [de Jesús]» (v. 33). La admiración es también una reacción explícita del viejo Simeón, que en el Niño Jesús ve con sus ojos la salvación obrada por Dios en nombre de su pueblo: esa salvación que había estado esperando durante años. Y lo mismo ocurre con Ana, que también «alababa a Dios» (v. 38) y hablaba de Jesús a la gente. Es una santa habladora, hablaba bien, hablaba de cosas buenas, no de cosas malas. Decía, anunciaba: una santa que iba de una mujer a otra mostrándoles a Jesús. Estas figuras de creyentes están envueltas en la admiración, porque se dejaron capturar e involucrar por los eventos que estaban sucediendo ante sus ojos. La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de admirar nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el viaje de la fe y la vida cotidiana. ¡Hermanos y hermanas, siempre en movimiento y dejándonos abiertos a la admiración!
Que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el Don de Dios para nosotros, y a dejarnos implicar por Él en el movimiento del don, con alegre admiración, para que toda nuestra vida se convierta en una alabanza a Dios al servicio de nuestros hermanos.

