Domingo 22 Septiembre 2024 • II Época, No. 42 • Editor P. Armando Flores
POR EL CLAMOR DE LA TIERRA

Con motivo del Tiempo de la Cración el Papa Francisco ha dedicado su intención de oración de este mes al cuidado del planeta, formulada así: por el clamor de la Tierra, que “tiene fiebre y se encuentra mal, como cualquier enfermo”. Es una fuerte llamada a “hacer frente a las crisis ambientales causadas por el hombre”.
El Papa se pregunta si “escuchamos” el dolor de la Tierra, el dolor de las “millones de víctimas de las catástrofes ambientales”, y pide a la humanidad “respuestas no solo ecológicas, sino también sociales, económicas y políticas”.
El hombre y la creación Huracanes, incendios, maremotos, sequías, deshielo de los glaciares: el grito de la Tierra se oye cada vez más. Son evidentes los efectos de la crisis climática sobre los seres humanos: personas que huyen de catástrofes medioambientales, emigrantes en aumento por los efectos del clima, niños obligados a recorrer decenas de kilómetros en busca de un poco de agua. “Los que más sufren las consecuencias de estas catástrofes -denuncia Francisco- son los pobres, los que se ven forzados a dejar su casa por
inundaciones, olas de calor o sequías”.
Las preocupaciones del Papa se ven confirmadas por estudios acreditados: según el Foro Económico Mundial, los países de ingresos más bajos producen una décima parte de las emisiones, pero son los más afectados por el cambio climático. Se estima que para el 2050 el cambio climático descontrolado obligaría a más de 200 millones de personas a migrar dentro de sus propios países, al tiempo que empujaría a 130 millones de personas a la pobreza.
“La lucha contra la pobreza” y “la protección de la naturaleza”, para Francisco, son dos caminos paralelos, que deben recorrerse de la misma manera: “cambiando nuestros hábitos personales y los de nuestra comunidad”. El hombre, víctima de la crisis medioambiental, puede, por tanto, ser también artífice del cambio: desde la gestión de los residuos a la movilidad, pasando por la agricultura y la propia política, hay mucho por hacer y todo depende de nosotros. Porque el destino del hombre y el destino de la creación no pueden separarse.
Esperar y actuar con la Creación en su Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, el Santo Padre nos invita, como cristianos, a esperar y actuar con la Creación, lo que podríamos traducir como vivir en la Fe. Se trata de escuchar al Espíritu Santo, que es amor, no sólo hacia el prójimo, sino también hacia la Creación, que es obra de Dios y, por tanto, está interconectada con el hombre. Sólo liberando a la Tierra de la condición de esclavitud a la que la hemos sometido, seremos también nosotros libres, anticipando la alegría de la salvación en Cristo”.
Mes de la Biblia PALABRA DE DIOS Y PALABRA DE LOS HOMBRES

Dios nos habla de muchas y muy diversas maneras. Lo hace a través de la naturaleza, de los acontecimientos y de nuestra conciencia. Pero su Palabra nos llega especialmente en los libros bíblicos. Ahí se conserva su Palabra escrita. Es la Palabra del Padre celestial, que "sale al encuentro de sus hijos y entabla conversación con ellos", según una feliz expresión del Concilio Vaticano II.
"Toda la Escritura está inspirada por Dios", nos enseña el Apóstol san Pablo. Y así lo reconocen numerosos textos de los mismos Libros Sagrados. De ahí el valor excepcional que siempre se les dio tanto en el Pueblo de Israel cuanto en la Iglesia de Jesucristo. Los Apóstoles basaron su predicación en los escritos del Antiguo testamento y el mismo Jesús confirmó sus enseñanzas.
"Palabra de Dios", se nos dice después de proclamarse los textos


de la Biblia en las celebraciones litúrgicas. Y así debemos escucharlos y leerlos nosotros, "como lo que son realmente: como Palabra de Dios, que actúa en los que creen", según otra afirmación de san Pablo. Sólo esos textos tienen a Dios por autor principal, y ningún otro escrito, por bueno que sea, puede equipararse con ellos.
Libro de Dios, libro de hombres
Pero si bien la Biblia fue inspirada por Dios de una forma única y exclusiva, eso no significa que haya caído del cielo. A fuerza de repetir que ella contiene la Palabra de Dios, existe el riesgo de olvidar que fue escrita por hombres diferentes y a lo largo de muchos siglos. A la vez que un Libro "divino", la Biblia es un Libro "humano", El Espíritu Santo inspiró a los autores sagrados, pero no para que fueran simples taquígrafos de lo que El les dictaba. Al contrario, se valió le ellos como de instrumentos vivos y conscientes, respetando la personalidad de cada uno, el idioma que hablaban y su originalidad literaria. Por lo tanto, cada uno de ellos dejó en sus escritos un sello propio y un matiz particular.
De hecho, los Libros inspirados fueron compuestos originariamente en diversas lenguas. A saber, el
Año de la Oración
La familia como escuela de oración

En numerosas ocasiones el Magisterio recuerda la importancia de la oración
hebreo, la lengua semita que los israelitas encontraron en la Tierra prometida; el arameo, que llegó a ser la lengua del pueblo; y el griego hablado comúnmente en la época de Jesús. En esta lengua se escribió todo el Nuevo Testamento y dos Libros del Antiguo. La mayor parte del Antiguo, en cambio, fue escrita en hebreo, y sólo unas pocas partes en arameo.
Un ejemplo puede aclarar esto. El que ejecuta una obra musical está condicionado por las características del instrumento utilizado. También Dios condicionó su Palabra a los que El eligió para escribirla. Una adecuada lectura de la Biblia exige que se tenga bien presente esta realidad sin que eso oscurezca el sello divino que está presente en cada una de sus páginas. La Biblia es Palabra de Dios "escrita" por los hombres y palabra de los hombres "inspirada" por Dios.
El Concilio Vaticano II lo expresa de una manera sumamente elocuente: "Las palabras de Dios, al ser expresadas por lenguas humanas, se hicieron semejantes a la manera humana de hablar, así como un día la Palabra del eterno Padre se hizo semejante a los hombres, asumiendo la carne de la debilidad humana" (Constitución sobre la Revelación divina, 13).
en familia y recuerda como las primeras enseñanzas recibidas en la infancia son decisivas y permanecen en la vida cotidiana, incluso cuando se crece. La familia, dentro de la cual el niño aprende a dar los primeros pasos y a decir las primeras palabras, como “mamá” o “papá”, “gracias” y “por favor”, representa también el lugar para enseñar a orar y a decir “gracias” al Señor. Creciendo, practicará la oración siguiendo el ejemplo de los papás, aprendiendo a confiarse en el Señor incluso en los momentos más difíciles, seguro de su ayuda.
En la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, el Papa Francisco recuerda
Por más que cueste comprenderlo, los cristianos aceptamos que, al hacerse hombre en Jesucristo, Dios se haya sometido a todas las limitaciones propias de la naturaleza humana. ¿Por qué no vamos a aceptar también que Dios se haya valido de las limitaciones e imperfecciones del lenguaje humano para transmitirnos su mensaje divino? En el fondo, se trata del misterio de la "humanidad" de Dios que quiso salvar a los hombres "poniéndose a su altura".
"La Iglesia siempre ha tenido y tiene las Sagradas Escrituras juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe, ya que, inspiradas por Dios y consignadas por escrito de una vez para siempre, ellas comunican inmutablemente la Palabra del mismo Dios". (Constitución sobre la Revelación divina, 21)
Para leer y comentar
1 Mac. 12. 9 Flp. 2. 5-11
2 Tim. 3. 14 - 4. 2 2 Ped. 1.19-21; 3. 15-16
Para orar
"Mi alegría está en tus preceptos, no me olvidaré de tu Palabra" Sal. 119. 16.

que «los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos» (Ex. Ap. Amoris Laetitia [AL], 19 de marzo de 2016, n. 288), concluyendo que «solo a partir de esta experiencia, la pastoral familiar podrá obtener que las familias sean al mismo tiempo Iglesias domésticas y fermento evangelizador en la sociedad» (AL, n. 290).
San Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Familiaris Consor- tio, reconocía la importancia de la oración compartida en familia,
pues «en la familia, de hecho, la persona humana no solo viene generada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que, mediante la regeneración del bautismo y la educación de la fe, ella viene introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia» (FC, n. 15).
Algunos momentos propicios para la oración familiar
En la mesa antes y después de los alimentos
Uno de los principales lugares de reunión familiar es seguramente al compartir al menos una comida al día. Este momento podría ser una pequeña pero significativa ocasión para orar juntos en la familia, agradeciendo al Señor por lo recibido y orando por los más necesitados. Los niños pueden
aprender así, que el pan cotidiano, que pedimos en la oración del Padre Nuestro, no es solamente un concepto abstracto, sino una petición concreta que hacemos como hijos a nuestro Padre. El alimento que se come juntos, es una gracia recibida del Señor por medio de la providencia, que nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida. Ofrecemos, a continuación, unas oraciones que cada familia puede adaptar según su propia sensibilidad.
Al iniciar y al terminar el día
Otra ocasión favorable para la oración en familia es el momento en el cual los niños deben ir a dormir. Orar al Señor por el día que concluye, por los familiares enfermos, o incluso solo agrade cer por la tarde dedicada a jugar con los amigos, ayuda al niño a reconocer las gracias recibidas del Señor en ese día. Sería bueno

poder concluir estas oraciones con el intercambio de la paz entre los hermanos, para así no ir a dormir enojados por lo sucedido en la jornada, siguiendo así la sugerencia que le gusta repetir al Papa Francisco: ¡no terminen nunca el día sin hacer las paces!
Uno de los más bellos ejemplos de este tipo de oración se encuentra en las que son llamadas comúnmente las «Oraciones del Buen Cristiano», es decir, aquellas oraciones que entraron a formar parte de la tradición cristiana de los últimos siglos y que muchos de nosotros hemos podido recibir como don de los abuelos o de otros familiares. (“Enséñanos a Orar”. Vivir el Añor de la Oración en preparación al Jubileo 2025)




El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 9,30-37) nos cuenta que, de camino a Jerusalén, los discípulos de Jesús discutían sobre quién «era el más grande entre ellos» (v. 34). Entonces Jesús les habló de forma contundente, que también se aplica a nosotros hoy: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). Si quieres ser el primero, tienes que ir al final de la fila, ser el último y servir a todos. Con esta frase lapidaria, el Señor inaugura una inversión: da un vuelco a los criterios que marcan lo que realmente cuenta. El valor de una persona ya no depende del papel que desempeña, del éxito que tiene, del trabajo que hace, del dinero que tiene en el banco; no, no depende de eso; la grandeza y el éxito, a los ojos de Dios, tienen otro rasero: se miden por el servicio. No por lo que se tiene, sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino.
Hoy en día la palabra “servicio” parece un poco descolorida, desgastada por el uso. Pero en el Evangelio tiene un significado preciso y concreto. Servir no es una expresión de cortesía: es hacer como Jesús, que, resumiendo su vida en pocas palabras, dijo que había venido «no a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Así dijo el Señor. Por eso, si queremos seguir a Jesús, debemos recorrer el camino que Él mismo ha trazado, el camino del servicio. Nuestra fidelidad al Señor depende de nuestra disponibilidad a servir. Y esto cuesta, lo sabemos, porque “sabe a cruz”. Pero a medida que crecemos en el cuidado y la disponibilidad hacia los demás, nos volvemos más libres por dentro, más parecidos a Jesús. Cuanto más servimos, más sentimos la presencia de Dios. Sobre todo cuando servimos a los que no tienen nada que devolvernos, los pobres, abrazando sus dificultades y necesidades
¿Quién es el más grande?
El EvangElio dEl domingo marcos 9,30-37
con la tierna compasión: y ahí descubrimos que a su vez somos amados y abrazados por Dios.
Precisamente para ilustrarlo, Jesús después de haber hablado de la primacía del servicio, hace un gesto. Hemos visto que los gestos de Jesús son más fuertes que las palabras que usa. Y ¿cuál es el gesto? Toma un niño y lo coloca en medio de los discípulos, en el centro, en el lugar más importante (cf. v. 36). El niño, en el Evangelio, no simboliza tanto la inocencia como la pequeñez. Porque los pequeños, como los niños, dependen de los demás, de los adultos, necesitan recibir. Jesús abraza a ese niño y dice que quien recibe a un pequeño, a un niño, lo recibe a Él (cf. v. 37). Esto es, en primer lugar, a quién servir: a los que necesitan recibir y no tienen nada que devolver. Servir a los que necesitan recibir y no tienen para devolver. Acogiendo a los que están en los márgenes, desatendidos, acogemos a Jesús, porque Él está ahí. Y en un pequeño, en un pobre al que servimos, también nosotros recibimos el tierno abrazo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, interpelados por el Evangelio, preguntémonos: yo, que sigo a Jesús, ¿me intereso por los más abandonados? ¿O, como los discípulos aquel día, busco la gratificación personal? ¿Entiendo la vida como una competición para abrirme un hueco a costa de los demás, o creo que sobresalir es servir? Y, concretamente: ¿dedico tiempo a algún “pequeño”, a una persona que no tiene medios para corresponder? ¿Me ocupo de alguien que no puede devolverme el favor, o sólo de mis familiares y amigos? Son preguntas que podemos hacernos. (Francisco, Audiencia general, 19 septiembre 2021)

