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Pero fue sin querer
Aunque no lo crean el cinismo también forma parte del juego, es el defecto más subrayable de los miles que trae encima un jugador de futbol. Porque solamente un futbolista es capaz de abusar de la intensidad sobre su oponente y al mismo tiempo levantar las manos mostrando inocencia, casi jurando en vano por la mamá o la tía que su intensa metida de pierna fue al balón, mientras el contrario se retuerce en el suelo con uno o varios huesos rotos acompañados de gritos de dolor.
Lesión de Busst durante el clásico ante el United y la entrada de Marcelo sobre Luciano en los octavos de final de la Copa Libertadores.
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y peroné. Así que las lamentaciones no me las trago, porque cuando el árbitro de inmediato señaló falta, Giovanella se arrodilló ante el juez con las manos en la cabeza como si se tratara de un mal señalamiento, mientras que el del Deportivo la Coruña mostraba a los demás una pierna partida a la mitad. Una jugada limpia producto de la mala suerte, sí, claro. Para colmo, aquella vez todos corrieron a consolar a un supuesto hombre inocente que se veía enteramente afectado por lo que había hecho, asegurando que deseaba poder revertir los papeles y ser él el lesionado. Y Acá abro paréntesis, el 19 de diciembre de 2004 dio positivo en un control antidopaje por meterse nandrolona, un esteroide anabólico que potencia el crecimiento muscular. Qué tipo más ventajoso, lo único que le creí fue su remordimiento, el mismo que tuvo su compatriota Marcelo el primer día de agosto de este año.
Se jugaban los octavos de final de la Copa Libertadores, el ex del Real Madrid causó -sin querer- una fractura escalofrian- te a su rival Luciano Sánchez, del Argentino Juniors. Lo raro de la jugada en el minuto 55 en el Estadio Diego Armando Maradona fue que el jugador del Fluminense era el que tenía la pelota. ¿Cómo? Sí, esta vez el agresor no fue a pelear un balón dividido o se barrió con dureza para truncar la posesión. Todo lo contrario, pisaba la pelota, realizaba sus clásicas gambetas y, cuando esquivó a Luciano con dos pisadas de balón, acabó por machacarle la rodilla.
Existen dos tomas de la jugada, una muestra que la velocidad lo llevó a plantar el pie a unos centímetros de la rodilla que quedó como alfombra en el piso y en la otra se nota a leguas la saña. He visto una y otra vez esa trágica escena, que aunque la piel se me ponga de gallina, analizo cada segundo y no encuentro respuesta a esa crueldad. Porque yo no me imagino a un malabarista soltando un puñetazo al querer atrapar un platillo. Así de sencillo.
Y bueno, nuevamente llegaron las llamadas por teléfono, las disculpas transmi- tidas por medio de las redes sociales, en fin. El afectado le otorgó el perdón desde una silla de ruedas, con una luxación completa de rodilla que lo dejará fuera por casi un año y lo más doloroso, un futuro incierto. En este mundo futbolístico lleno de tragedias, existen lesiones que le duelen más a un país que al propio afectado. El 29 de noviembre del 2020, en un duelo entre Wolverhampton y Arsenal, otro brasileño para variar: David Luiz, defendió una pelota que acechaba su área tras un tiro de esquina. Y nuevamente -sin querer- en lugar de rechazar la pelota con la cabeza, se dejó lanzar como un misil hacia el cráneo de Raúl Alonso Jiménez, quien se desplomó sin dar señales de alguna respuesta. El mexicano que estaba inconsciente, ensangrentado, tuvo que abandonar el partido en camilla y con oxígeno. Esa misma noche fue sometido a una intervención quirúrgica debido a la fractura. Su carrera, la cual atravesaba por su mejor momento, estaba en el aire. Imagínense, era el ídolo de un equipo en la Premier League, había marcado goles a todo el Big Six (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester United, Manchester City y Tottenham); Jiménez aún tenía mucho que dar, varios clubes de mayor trascendencia ya le habían puesto los ojos encima, pero esa bajeza interrumpió una racha próspera que hasta la fecha no se le ha vuelto a ver. Otra vez las atenciones, el cómo vas, el cómo te sientes, recupérate pronto. Pero nada volvió a ser igual, su nivel se esfumó a los ochos meses después de haber pisado nuevamente una cancha de futbol. Ahora juega con el Fulham, donde en su debut ya marcó un gol con todo y que su herida en la cabeza aún no cierra al cien por ciento tras tres años. Por eso tiene que usar una banda en la cabeza, una protección ortopédica como medida preventiva. Así que no les quede duda que este delantero literalmente se juega la vida en cada partido. Y así como a Raúl le cambió la vida una espantosa lesión, hay otros que también tuvieron que modificar completamente su estilo para continuar en el deporte de sus amores. Todos recordamos al exguardameta Petr Cech por sus grandes lances y también por el inconfundible casco de rugby con el que siempre salía al ruedo, a raíz de la fractura craneal que sufrió el 14 de octubre del 2006, en un partido entre Chelsea y Reading. Corrían los primeros 15 segundos cuando en una carrera por el balón, el checo se adueñó de la redonda antes de que Stephen Hunt llegara a él. La velocidad era tal que la rodilla del volante terminó por sacudirle las ideas. El silbante pidió asistencia, mientras el descarado dorsal 10 se acercó nuevamente al portero y le dio una palmada de aliento a su adversario, quien tuvo todavía la gallardía de salir a gatas del terreno de juego para ser atendido.
El descaro, la saña, el ventajoso, la imprudencia, la fuerza desmedida, todas estas son válidas porque tenemos la errónea idea de que el balompié es un deporte para hombres. Se nos olvida que no son solamente jugadores sino seres humanos. Que hay una delgada línea entre la vida y la muerte cuando no cabe la sensatez. Las disculpas, las justificaciones, los llantos incesantes son solamente consecuencias de la poca inteligencia que hay en un campo, que no necesariamente tiene que ser de batalla. El futbol es arte, un espectáculo puro, no una guerra o un centro de combate. Y que, de ahora en adelante, al agresor no le quepa en la boca la palabra -perdón- cuando su bruta mesura se salga de control.