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Relatos de un juego
Y es que hasta el más mínimo e inocente empujón puede terminar con la carrera de un jugador, sino pregúntenle al español Marc Crosas, quien -sin saberlo- corrió por última vez como profesional detrás de un balón a mitad de campo. Su agresor fue el argentino Rubens Sambueza, un futbolista temperamental que interrumpió la etapa de aquel número ocho que agonizaba en el pasto tras una rotura de ligamento cruzado que acabó en su retiro desde ese día, el 3 de septiembre de 2015.
Existen otra clase de desgraciados que no titubean, que no se tocan el pecho a la hora de defender una pelota, mucho menos cuando el esférico acecha su arco. Denis Irwin fue un demonio, un inconsciente que para muchos sencillamente cumplía con su labor defensiva. La violenta entrada del 8 de abril de 1996 truncó la carrera de David Busst, un valiente defensa central que fue a rematar a portería a los 87 segundos del partido entre Manchester United y Coventry City. El guardameta Peter Schmeichel se horrorizó, vomitó y varios jugadores tuvieron que recibir atención psicológica por las terribles escenas que dejó una entrada tan salvaje. El partido se detuvo y tardaron más de 10 minutos en limpiar la sangre regada sobre el Old Trafford, cuyo inmueble parecía más una escena de crimen que una cancha de futbol.
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Las múltiples fracturas de tibia y peroné fueron un calvario para el zaguero inglés, quien además de retirarse del deporte de sus amores, tuvo que enfrentarse a 10 operaciones en 12 días porque su pierna estaba en riesgo de ser amputada. Después se tomó la libertad de mostrar la secuencia de una lesión que atentó contra la salud de su extremidad debido a las infecciones. Pasó por el quirófano 26 veces con el único deseo de seguir completo de la cabeza a los pies.
Y ejemplos como estos hay varios, donde los agredidos están obligados a eso, a ponerle el pecho a las balas en cada juego hasta el día de su retiro. Algunos tienen la suerte de cumplir con su deber; sin embargo, el cuerpo manifiesta cada golpe, cada minúsculo rasguño. Quién diría que Gabriel Batistuta, ese brillante jugador que había sido el mayor goleador en la historia de la Selección Argentina en Mundiales con 10 anotaciones, terminaría rogándole a un doctor que le cortaran las piernas dos días después de su retiro. Batigol aseguró que ya no tenía cartílago ni tendones, y que los 86 kilogramos del peso de su cuerpo era completamente apoyado sobre los huesos y eso era lo que le generaba un sufrimiento que tardó muchos años en desvanecerse, hasta que un doctor le realizó una fijación de tobillo por medio de tornillos.
¿Y qué pasa con esos que terminan con las carreras? Con ellos no pasa nada. El mismo cuento de siempre: los lamentos, las disculpas, las palabras de aliento. Habladurías que en una cancha o en un quirófano se las lleva el viento. En la actualidad ya nadie acepta los perdones, a los jugadores que lloran desconsoladamente como si ellos hubieran recibido el golpe, así como Everton Giovanella en septiembre del 2001, quien no pudo controlar el llanto después de lo que había hecho, sin querer…
Sí, como decía El Chavo del 8: “Fue sin querer queriendo”. Por favor, el brasileño del Celta de Vigo se pasó de vivo y llegó con fuerza desmedida en medio campo a Manuel Pablo, un jugador que además de que no pudo controlar la pelota, terminó por sufrir una impactante fractura de tibia
Por Carlos Ruvalcaba
ruvacarlos@outlook.com