
riano Otero, los más amargos, en clavados en la tragedia que se abatió sobre México, llegaron durante el periodo presidencial de José Joaquín He rrera. En una nación enferma, el cólera que asolaba a la capital, una peste más entre las muchas padecidas, segó su vida. Otero pa reció prever su suerte.
En una carta del 14 de mayo de 1850, punto final de su correspondencia con el doctor Mora, que se hallaba en Londres, se refirió a esa circunstancia: “aunque hace quince días que tenemos el cólera a treinta leguas, todavía no invade la capital, que se encuentra alarmadísima”.
La muerte sorprendió a Otero cuando regresaba del Senado. Llegado a su casa, “de pronto sintió alguna mo lestia y se retiró a las piezas interiores. A poco gritó: ten go el cólera y me muero; que llamen al padre León” (…) “Pocas horas duró la agonía del jalisciense ilustre –narra Gui llermo Prieto−. Se rompió con su sepulcro la copa de sus días, llena de glorias y de esperanzas”. Recibió sepultura en el panteón de San Fernando.
Hijo de Ignacio Otero y María Mesta, ambos españoles criollos, Mariano Otero Mesta nació el 4


1841
Formó parte del denominado Plan de Jalisco, un movimiento que contó con el apoyo de muchos militares para repudiar y excluir a Anastasio Bustamante del poder.

1844
Fue alcalde del Ayuntamiento de la Ciudad de México.


Otero realizó diversas biografías, efemérides y fue un escritor perseverante que se le destaca por intercambiar impresiones con personajes y otros actores políticos de la época, donde el tema principal era México, su situación y propuestas para mejorarlo en sus diversos ámbitos. Un hecho que marcó su vida fue cuando el 3 de mayo de 1843 fue detenido -junto con Mariano Riva Palacio y José María Lafragua-. Debido a las irregularidades presentadas durante el proceso, ideó la defensa de los derechos y garantías de los ciudadanos ante la autoridad, a través del Juicio