Capítulo 2 Acusaciones de brujería Witches, in this sense, are merely those called “witches” in a society. Alan Macfarlane 1970: 4
Era el año de 1689. Don Carlos Apoalaya, prominente señor étnico de uno de los tres grandes curacazgos del valle de Jauja, denunció el extraño fallecimiento de su esposa ante el visitador de la idolatría. Según el cacique de Ananguanca, su esposa, potencial heredera del vecino curacazgo de Atunjauja, había encontrado la muerte como resultado de los maleficios que varios hechiceros se habían encargado de lanzar contra ella. La desgracia tenía nombre propio. Los «ynstrumentos de hechisos» que se hallaron en la recámara de la cacica, la identidad y la procedencia de los brujos involucrados y las múltiples declaraciones de testigos que su esposo logró reunir en favor de su acusación apuntaban a establecer que los brujos habían actuado convocados por don Cristóbal Calderón, otro señor étnico local. Para don Carlos, el anhelo de poder y la venganza eran los móviles que explicaban los ataques mágicos. Don Cristóbal había sido derrotado judicialmente en sus pretensiones al gobierno del curacazgo de Atunjauja por el cuñado del curaca denunciante. Este personaje había muerto en Lima poco tiempo antes, también víctima de las artes de los mismos hechiceros. Precisamente, cuando en 1689 su heredero estuvo listo para asumir el gobierno del curacazgo de Atunjauja, los ataques mágicos y la muerte de la cacica impidieron que se llevara a cabo la ceremonia que lo investiría en el cargo. Cerca de dos años después, y sin haber concluido la causa por idolatrías iniciada en 1689, don Carlos presentó nuevas denuncias contra dos indias del valle de Jauja, a quienes sindicó como brujas. Asimismo, estableció otra vez una conexión entre su mala suerte, la brujería y la lucha por el poder. La ambición se ocultaba tras una historia de amor. Las dos hechiceras fueron denunciadas por su intento de concretar, ayudadas por el poder de la magia amatoria, la unión del hijo y heredero de don Carlos con la hija de una de las brujas acusadas. El temor del curaca denunciante se desprendía del hecho de que el curacazgo de Ananguanca pasara, merced a dicha unión, a manos ajenas a la familia. La resistencia de don Carlos y de su esposa se tradujo en varios intentos, por parte de las brujas denunciadas, de arrebatarles la vida con potentes maleficios. Mientras todo esto sucedía, en noviembre de 1690, el visitador de la idolatría inició una nueva averiguación en uno de los pueblos pertenecientes al curacazgo de