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Juan Picho, curaca y hechicero
caPÍtulo 6 juan PicHo, curaca y HecHicero
—Digo aqui publicamente que quanto e depuesto y dicho a Vuestra Merced asi de las brujerias como de las demas cosas an sido mentira y figsiones mias no solo por mi boluntad sino que e sido yndusido de parte superior esta es la uerdad y por la quenta que e de dar a Dios que no a pasado mas de lo dicho en que me Ratifico y Buelbo a Rogar a Vuestra Merced me perdone y a Vuestra Paternidad Padre mio Dios se lo pague por el uien que a hecho para mi alma [...]. —Hare las amistades con mucho gusto pero sera rason que quando dicho don Francisco me a ynjuriado tan capitalmente que no solo me a querido matar sino destruirme la honra con muchisimos testimonios deponiendo de mi que soi brujo usando de echiserias materia tan sensible quando me hallo con una hija casadera y parientes honrados aya querido dicho don Fransisco destruir mi credito y mis deudos. Supuesto diálogo y petición de disculpas de don Francisco Llloclla Cachin a su cacique principal, don Juan Picho, 1691
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A fines de 1690, un rumor circulaba por los pueblos del repartimiento de Luringuanca: el cacique principal y gobernador interino, don Juan Picho, había sido involucrado en un caso de brujería. Las palabras que desencadenaron las pesquisas del visitador de la idolatría estaban contenidas en la declaración de un indio forastero de Canta (al noroeste del valle), llamado Pedro Guaman. En presencia de varios testigos, Pedro les confesó a los alcaldes indígenas del pueblo de Mito que había ido a buscarlo un sobrino del gobernador interino y le había dicho que su tío le «rogaba» que acudiese al pueblo de Concepción a curarlo. Pedro llegó allí pasada la media noche. En casa del curaca, Pedro encontró a este, a su mujer y a dos viejos hechiceros, llamados Ana Juliana y Diego Yacan.
Ubicada en medio de la habitación, una mesa alrededor de la cual se habían sentado los cuatro personajes ayudó a Pedro Guaman a dilucidar el motivo real de su visita. Sobre la mesa había vino, aguardiente, chicha, coca, maíz blanco y algunas piedras de distintos colores. Pocos minutos después, mientras el cacique y gobernador Picho agradecía a Pedro por haber venido, un grano de maíz saltó misteriosamente de la mesa y rebotó en el pecho del recién llegado, depositándose otra vez sobre la misma. La trayectoria descrita por el grano fue rápidamente interpretada como un
mal agüero, por lo que la hechicera recomendó a su gobernador «que no se confiase» a Pedro «porque le abia de adenunçiar». Don Juan prefirió seguir el consejo de Juliana y despidió a Pedro en términos cordiales, no sin antes confesarle «que estaba muy triste por que le pareçia que le abia[n] de quitarle el gobierno» y preguntarle luego «que remedio podria tener para este negoçio». Pedro le respondió que se encomendase a Dios —al menos eso declaró a sus captores e interrogadores—.
En relación con las dudas de don Juan Picho acerca de su permanencia en el gobierno de Luringuanca, Pedro Guaman agregó a su declaración que oyó mentar a la hechicera los nombres de don Francisco Llocllecachin y de don Domingo Hernando de Mendoza y que, a juzgar por la escena que presenció, «daba malisia que contra los susos estaban sacrificando por arte del demonio». Pedro dijo a su interrogador que el desgaste de las velas que alumbraban la escena lo habían hecho concluir que los presentes habían estado reunidos toda la noche en casa del gobernador, adivinando con coca y maíz. La declaración de Pedro fue suficiente para que se notificase al visitador de la idolatría, don Antonio Martínez Guerra, y se abriera proceso a los implicados. Cuatro días después, el visitador dio inicio a las pesquisas que nos revelarían a los actores involucrados en los sucesos denunciados.1
Cualquier investigador familiarizado con los papeles de la idolatría puede dar fe de la aparición recurrente de episodios como este, provenientes de varias regiones del virreinato. Prácticas de curandería y sesiones mágicas de adivinación no son inusuales en este corpus documental. Pero antes que explorar las creencias y prácticas detrás de este asunto,2 el presente capítulo aborda la acusación contra don Juan Picho desde la historia más general del repartimiento de Luringuanca, específicamente, los avatares de la sucesión curacal y las pugnas por el poder entre los curacas de dicho repartimiento. Desde la captura y confesión inicial del hechicero Pedro Guaman, los sucesos revelaron la conexión que existía entre prácticas mágicas, política y extirpación de la idolatría. Don Juan Picho, gobernador interino del repartimiento, recurrió al auxilio de determinados hechiceros y de la brujería para conocer si la suerte le sería propicia y si se conservaría en el gobierno, para así eliminar por medios
1 La confesión de Pedro Guaman en AAL. Hechicerías e Idolatrías, leg. 8, exp. 6 [1690], f. 4r-4v. Salvo indicación en contrario, los folios que se citan entre paréntesis en el texto principal corresponden a este expediente. El testimonio de los alcaldes que apresaron a Pedro difiere en algunos detalles menores. Véase f. 19r-20r. Griffiths (1998[1996]: 225-227) ha analizado brevemente este caso. Sus opiniones coinciden en líneas generales con las que se ofrecen en este capítulo. Sin embargo, Griffiths no va más allá de los datos proporcionados por el expediente en su evaluación de las «enemistades y tensiones» mencionadas en el mismo. 2 Lo hizo Kenneth Mills con este mismo expediente 1997: 111-226.
mágicos a potenciales rivales al cargo. Su respuesta particular a la incertidumbre del poder y a la oposición política resulta predecible, en realidad, si se toma en cuenta la larga historia de acentuada inestabilidad del poder nativo en el repartimiento de Luringuanca durante el siglo XVII. Las dos primeras secciones de este capítulo se concentran en estos aspectos, a saber, la relación entre el curaca y los hechiceros denunciados y el contexto más general de la sucesión en Luringuanca.
Como se verá, el punto de partida de la causa de 1690-1691 se sitúa varias décadas atrás, mucho antes de su inicio «formal» por la denuncia ante el visitador de la idolatría, cuando la sucesión de la línea tradicional de curacas principales del repartimiento de Luringuanca, los Limaylla, entró en crisis. Durante casi medio siglo, indios principales de dicho repartimiento, algunos de ellos curacas de sus respectivas parcialidades, cuestionaron la autoridad del cacique principal designado por la Corona para hacer frente a dicha crisis de sucesión. Debido a que el ascenso de don Juan Picho fue el resultado de la intromisión de las autoridades virreinales en la dinámica local del poder, el gobernador interino se vio obligado a imponerse entre los otros curacas de Luringuanca a lo largo de varias décadas. Allí donde su autoridad no pudo establecerse firmemente, se dieron las condiciones necesarias para que Picho recurriera a la hechicería y, como contraparte, que otros montaran una acusación contra el cacique ante los tribunales eclesiásticos.
La razón que asistía a don Juan Picho para acudir al auxilio de la magia —la conservación del poder— se hallaba en estrecha conexión con las motivaciones de sus opositores. Los antagonistas del curaca, apoyados en alianzas con personas importantes de la localidad, se valieron de la causa por hechicería para intentar deponerlo, en una batalla que llevaba varias décadas de existencia para ese entonces. Sus motivaciones no se pueden soslayar si se pretende aportar al complejo problema de cómo leer las causas de hechicería. Por eso, a este asunto se dedican la tercera y la cuarta sección de este capítulo. Una vez más, los expedientes de idolatrías de Jauja sirven como puerta de ingreso a la compleja red de alianzas e intereses de índole local que una acusación de hechicería ponía en movimiento —y de la que la misma era expresión—, a pesar de que este no ha sido el uso privilegiado que de ellos se ha hecho. Como se dijo, enfrentamientos de larga data —y seguidos en distintos frentes— eran el origen de la acusación y no tanto el eventual accionar del visitador de la idolatría. Funcionarios como los visitadores parecían actuar solo cuando percibían que el terreno era propicio y contaban con aliados entre los curacas descontentos. Por eso, en un nivel más profundo, los problemas en torno a la pugna entre parcialidades indígenas y a la conservación del poder curacal se mostraban de nuevo con nitidez, tal como había sucedido en la causa por amancebamiento seguida contra don Juan Apoalaya, cacique principal de Ananguanca, cuatro décadas antes.
Si bien las disputas por los curacazgos del valle parecen haber sido una constante durante los siglos XVI y XVII, dichas pugnas podían asumir en ocasiones la forma