Extirpación de idolatrías
1. Arzobispos, visitadores y campañas Las primeras historias de la extirpación de la idolatría se construyeron a partir de un enfoque predominantemente institucional. Ejemplos similares en la historiografía virreinal peruana apuntan a que el sesgo institucional inicial parece ser un requisito indispensable para que fenómenos como la extirpación se asienten firmemente entre las preocupaciones de los especialistas en los Andes. Los primeros investigadores de la materia se enfrentaron a preguntas como cuáles eran la definición y la cronología básicas del fenómeno; cuáles sus objetivos y quiénes sus protagonistas centrales; qué recursos materiales y humanos se pusieron a disposición del aparato extirpador; qué legitimidad le concedía la sociedad de la época; y qué era exactamente aquello que se buscaba reprimir. Los trabajos pioneros sobre la extirpación intentaron responder estas y otras interrogantes en conexión con la historia más amplia de la Iglesia virreinal. En otras palabras, el tema se enmarcó en el desarrollo de la evangelización y de la presencia de la Iglesia católica en América. Tal como sucedió en otras áreas de la historiografía peruana, el progresivo «descubrimiento» de las poblaciones indígenas comenzaría a manifestarse con claridad recién a partir de la década de 1970, por lo que en los trabajos anteriores sobre la extirpación se concedió más atención a los agentes de la represión religiosa —arzobispos, virreyes, doctrineros y visitadores de la idolatría— que a las poblaciones sobre las cuales esta actuó. Entre los ejemplos más relevantes de esta perspectiva fundacional sobre la extirpación se cuentan los esfuerzos de Fernando de Armas Medina (1953) y de Rubén Vargas Ugarte (1953-1962: II, 305-317, III, cap. 1), quienes echaron las primeras luces sobre el aparato eclesiástico construido para extirpar lo que consideraron inicialmente, no sin cierta simplicidad, la «pervivencia» de las creencias religiosas indígenas (Armas Medina 1966-1968). Debido a que puso énfasis en el proceso unidireccional de adopción del catolicismo por los indios en el siglo XVII —el mismo que los concebía como sujetos pasivos, meros receptores del mensaje cristiano—, pero también en parte por el sesgo de las
Griffiths (1998[1996]: 57-58) ha argumentado convincentemente que, a diferencia de su modelo, la Inquisición, la Extirpación fracasó en «institucionalizarse a sí misma». Carecía de una base burocrática constante, de un consejo permanente, de organismos locales que la representaran y de un soporte financiero estable. Sobre todo, su existencia dependía «de la voluntad de individuos poderosos», como arzobispos y virreyes, comprometidos esporádicamente con la organización de campañas extirpadoras. En estas páginas, al referirme a la «institución» de la extirpación, aludo sobre todo a los intentos fallidos del gobierno virreinal por dotar a la extirpación de una base institucional sólida pero, sobre todo, a la perspectiva que se asumió en muchos de los estudios sobre el fenómeno. Sobre el «descubrimiento» de las poblaciones indígenas al que aludo, véase Pease 1976-1977; 19791980; 1998; y, Curatola 2005.
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