Los curacas hechiceros de Jauja
enunciado. De ejercer el gobierno don Cristóbal, sería su «padre y amparo y todo d nuestro descanso», esto último quizá en alusión a la exoneración de ciertas cargas propias del sistema colonial. Una hechicera declaró que don Lorenzo Cusichaqui, el flamante cacique principal, «era muy niño que no se sabia limpiar» (f. 85v). Para los contemporáneos, la lógica detrás de los aciagos sucesos en el pueblo Atunjauja era clara. Atacando mágicamente a los Cusichaqui de la parentela cercana de doña Sebastiana, los Calderón Canchaya y los Ticsi Cusichaqui buscaban revertir la decisión de la Corona de reconocer a la parte contraria. Los enfrentamientos por el curacazgo de Atunjauja fueron el hilo conductor de los acontecimientos ocurridos en el repartimiento, aquel que les dio coherencia interna y permitió que las muertes aisladas fueran concebidas como parte de un solo plan general que buscaba hacer el mal a la familia que ahora estaba en el poder. Desde la posición desfavorable de la parte acusada por el visitador de la idolatría, la hechicería era un mecanismo efectivo para disputar el poder, una vía paralela a las batallas legales por los curacazgos que caracterizaron el periodo colonial. Los hechizos eran un complemento de la confrontación política más directa. Desde la perspectiva de los agredidos, en cambio, las muertes por brujería «confirmaban» las sospechas de mala voluntad que se atribuyeron luego a los rivales políticos. También, ofrecían una explicación coherente para un eventual triunfo de los opositores políticos. Gracias a su efectividad para deshacer relaciones familiares que se habían vuelto insostenibles, la brujería en Atunjauja trazó una frontera definitiva entre los grupos que se enfrentaban por dicho curacazgo. Después de todo, los rivales eran vecinos y parientes muy cercanos, lo que pone de manifiesto el carácter ambiguo y riesgoso de las relaciones familiares. Dichas relaciones podían sustentar la autoridad y el poder, pero también podían ser el origen de la más encarnizada competencia. 2. Cincuenta años de inestabilidad Para entender la historia detrás de la denuncia de don Carlos Apoalaya ante el visitador de la idolatría en 1689, es preciso remontarse hasta la década de 1640. La perspectiva histórica permite interpretar los papeles de la idolatría como parte de un proceso, penetrando así en la dinámica más general de las sociedades en las cuales se gestaron. Como se adelantara, las acusaciones de hechicería surgían allí donde otras tensiones recorrían el tejido social. Las acusaciones eran, por lo mismo, expresión de esas tensiones. A la vez, les daban forma legal, lo que facilitaba que los tribunales decidieran el resultado de la pugna a favor de una de las partes. En realidad, los pleitos judiciales, los asesinatos y las vendettas en que se vieron envueltos los miembros del linaje de los Cusichaqui impidieron que hubiera un cacique principal y gobernador estable —reconocido tanto por la Corona cuanto por la elite nativa del repartimiento— al menos desde la segunda mitad de la década de 1640. Este 236