Los curacas hechiceros de Jauja
En su confesión, don Juan Apoalaya se presentó como buen cristiano, como era de esperarse. No fue necesario aplicar ningún tipo de tortura, sin embargo, para que reconociera que, como «miserable», había estado amancebado con María Vilcatanta. Con ella el cacique vivió en su casa, no veinte años como sostenían sus acusadores, pero sí unos catorce. De su unión nacerían tres varones, que constan documentalmente a pesar de que las transcripciones de sus partidas de bautizo resulten algo cuestionables. Aunque negó haberse amancebado con María Felipa, su prima, don Juan confesó que esta lo asistía en su casa como «criada» desde hacía unos ocho años. No pudo negar, en cambio, la relación con su otra prima, María Verónica. Empero, agregó en su descargo que no podía asegurar que don Carlos Guaynalaya, hijo de esta, fuera también su hijo. También, dijo ser falso el que hubiera repudiado a su legítima mujer, argumentando que vivían como esposos, salvo en las ocasiones en que esta viajaba a Orcotuna para atender sus asuntos personales. No logró, sin embargo, que ella declarara para certificar esta información. Tuvo que aceptar también su ilícita amistad con Juana Camargo, la cual duró unos ocho meses. Aunque el curaca no admitió estar amancebado con el resto de mujeres comprendidas en la acusación, sabemos que don Juan no fue fiel a la verdad al menos en tres casos. El 7 de noviembre se sorprendería a María Agustina, india casada de Chongos, y a la ya mentada Juana Camargo, durmiendo en la cárcel con el cacique de Ananguanca. María Agustina confesó el 12 de noviembre que «trataba» con él desde hacía muchísimos años y que fue llevada a la celda por orden del mismo. Aunque había tratado de huir del cacique en más de una oportunidad, este la había amenazado con la muerte. Adicionalmente, pasando por alto a una tía de María Vilcatanta, llamada doña Teresa Unocyaro, don Juan prefirió no hablar de otra manceba que resultaría crucial en esta historia.10 Así, es claro que, al menos en determinados casos, don Juan reconoció sus «culpas» y prefirió descalificar a los testigos en su contra antes que refutar sus acusaciones. 2. Ausencia de parientes Don Juan Apoalaya había obtenido el pleno reconocimiento de las autoridades virreinales como cacique principal y gobernador del repartimiento de Ananguanca. Este reconocimiento le otorgaba cierta legitimidad ante los ojos de las autoridades en tanto funcionario colonial y miembro de la elite indígena. Su padre, un homónimo, había sido también cacique principal y gobernador del mismo repartimiento al menos La primera partida, que supuestamente provenía del folio 25 del Libro de Bautismos de Chupaca, en f. 92v. La segunda, en f. 91v. Esta partida no parece original porque el mismo Larrea y Peralta transcribe una versión distinta, a f. 92v. 10 La confesión en f. 16r-21v. Acerca de su ortodoxia, f. 19v. Las omisiones del cacique respecto de sus mancebas, en f. 123r-125r y f. 132r.
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