Catalina Torres
Lo más grande que yo jamás vi

I cuando nos mudamos, alrededor no había nada ni una sola casa construida, ni un niño jugando a la pelota, solo alambres de púas agrupados en las esquinas, terrenos baldíos el pasto que me llegaba hasta las rodillas recuerdo el pasto y también el olor a carne mordida casi violeta, a punto de pudrirse quizás algún caño de escape pero más bien lo que yo escuchaba eran teros que cantaban probablemente anunciando la lluvia a mis diez años yo tenía una vista rasa, podía estirarme y tomar la fruta con la mano, andar sin remera y sin peligro, desperezarme
en la carretera de tierra, el pastizal rozándome la piel, el jugo de la naranja oxidándome la boca
no había vereda ni había cemento ni timbres, ni calefacción ni almacenes, ni escuelas había un barrio desaparecido había pasto y más pasto
II teníamos pocas cosas: algunos bolsos con ropa vieja enormes sacos de pórtland juguetes descuartizados que se posaban sobre el alféizar de las ventanas en realidad lo que más teníamos era el silencio
III en ese barrio los límites eran difusos
mi casa era mía, pero también de los perros salvajes y abandonados que salían al trote suave a eso de las siete de la tarde acompañados por el aire caluroso la combinación exacta de vapor y productos químicos quemados buscaban algo que les llenara el espacio vacío entre sus huesos largos y finos algo para mentir sus vientres, abarrotadas de lombrices, encontraban restos de pollo y bolsas de plástico, entraban a mi cuarto y rumiaban, se acurrucaban a los pies de mi cama y yo no les tenía miedo
disney en la cocina están gritando un vaso se revienta contra el piso los restos quedan ahí, como cadáveres embalsamados
ellos no me miran ni se aman, y los cristales se me incrustan en los dedos
patino sobre las baldosas negras soy una película de disney en canal abierto el corte es una punta de flecha señala que el tejido de esa casa ya no existe
me desmayo: recuerdan que tienen una hija el médico dice que me van a cortar el pie será exhibido en algún museo en forma de piedra
vidrio volcánico
parlantes Panasonic
I ustedes que viven más allá del puente decían algunos de mis compañeros de clase mientras señalaban con el dedo el horizonte y las grúas de los edificios a medio construir y los camiones que cargaban animales asustados, sus cuerpos hacinados y nerviosos a punto de morir
más allá del puente era vivir al lado del frigorífico chimeneas que lanzaban humo putrefacto humo que se nos pegaba en las manos y en los ojos hasta en la boca brisa de muerto
mis padres mentían en esa época mentían como la mayoría de los padres mienten cuando tienen miedo a veces se encerraban en el baño por horas mientras, yo me miraba al espejo la mentira era como el murmullo de la ropa rozando la piel cuando se gesticula, algo suave pero que calaba hondo, mentira que se instaura y permanece después, padre salía yo dormía en un colchón en el piso pero igual teníamos unos parlantes panasonic que me doblaban en altura y padre siempre ponía a charly y lo bailábamos toda la mañana toda la tarde toda la noche hasta que el sol se quebraba en pedazos y entraba por las rendijas de la casa como si también a nosotras algo se nos alterara como si también estuviésemos tristes como si no fuésemos niñas
por la noche me sobresaltaban dos cosas: el ruido de los autos chocándose en la autopista la posibilidad de la muerte tan cerca metales y vidrios quebrados, zumbando y aleteando, intentando encontrar algo de piel donde anidarse
también me despertaba el ruido de mi propia caja torácica cuando me faltaba el aire ese ronquido roto como de trueno augurando tormenta