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TESTIMONIO: HUGO TORRES CHABERT

HOTEL ROSARITO BEACH

Había una vez un niño que se divertía explorando las playas aledañas al Hotel Rosarito Beach, donde vivía con sus tíos Manuel Barbachano y María Luisa Chabert. Cuando fallece don Manuel, María Luisa reconoce en su joven sobrino, virtudes que asegurarían la continuidad del proyecto iniciado por su esposo y lo invita a administrar el complejo turístico. Es durante las siguientes cuatro décadas, ya bajo la operación de su sobrino, Hugo Torres Chabert, que se consolida una etapa de esplendor y crecimiento para el Hotel Rosarito Beach. Tuvimos una amena charla con don Hugo en sus lares, y aquí rescatamos una parte de su valioso testimonio para los lectores de Salad Bowl. (GR).

Un día me encontraron con una foca en la tina. Yo tenía unos 8 años y una foquita salió del mar, yo creo que en busca de comida; la cargué y no se me ocurrió otro lugar donde ponerla que meterla a la tina del baño, pero finalmente, tuve que devolverla al mar.

La figura de mi tío Manuel era muy fuerte, el esposo de María Luisa, mi tía, era un empresario muy importante. Cuando se murió Manuel y María Luisa quedó viuda, yo todavía era muy joven para tomar las riendas, pero sí supervisé todo lo referente al dinero. Recuerdo que el contador se apellidaba Arreola y tenía unas hijas muy bonitas.

Fui primero a estudiar Administración a San Diego State University y luego al Tecnológico de Monterrey porque necesitaba estudios en materia fiscal de México. Me revalidaron las materias que había cursado en Estados Unidos para obtener estudios intensivos en lo fiscal y así obtener mi título de Contador Público.

Hay cuatro etapas de crecimiento del hotel, a mí me tocó la segunda, la primera fue con Manuel quien, por cierto, no sabía nada de hotelería. Él más bien se dedicaba al tema de la electricidad y la telefonía donde no tenía competencia y lo hizo muy bien. Tenía la compañía de Tijuana, es cuando estaba viviendo ahí que se casó con Maria Luisa; él se había divorciado de una paisana que lo engañó. Entonces conoció a mi tía Maria Luisa en México y contaba que un día le llevó una serenata con un pianista que traía adentro de un camión.

La propuesta original era que vivieran en Tijuana pero a mi tía no le gustó para nada la vida de la frontera, entonces la trajo a Rosarito y le dijo: “Acabo de comprar este hotel en construcción”. Estaba avanzado en un 90 por ciento con los primeros cuartos. Y a ella le gustó y dijo sí.

El negocio de don Manuel era la instalación de energía eléctrica, los norteamericanos le vendían la luz, le instalaban los postes, conectaban los cables. Después ya conoció a un ingeniero de Tijuana, muy capaz, y armó una cuadrilla como de 10 o 15 ingenieros. También tenía tratos con la compañía de teléfonos Bell, para instalar la telefonía en la zona. Se hizo amigo de los presidentes de nuestro país, primero de Miguel Alemán y luego de Abelardo L. Rodríguez, fueron ellos quienes le otorgaron la concesión de los teléfonos y de la luz porque él ya tenía la experiencia. También abrió carreteras, y al principio, contrataba a gringos, porque tenía los contactos con el know how. Pero después lo acusaron con el Presidente: “Ese señor Barbachano, anda construyendo nuestras carreteras con gringos”. El hotel Rosarito en realidad lo tenía como un hobby, no le interesaba si ganaba dinero, porque mi tío Manuel recibía sus ingresos fuertes de los servicios de luz y teléfono.

Cuando él fallece no había quién lo reemplazara, yo tenía como 14 o 15 años y había un par de tiburones rondando, pero para quedarse con las concesiones, con el hotel no se metieron. Yo ya me estaba graduando de Contador Público porque aceleré mis estudios. Cada año, los despachos de contadores visitaban la escuela para conseguir candidatos y pedían a los graduados con honores para trabajar y después de seis meses, ya los contrataban.

Yo había sido contratado por una firma norteamericana de auditores, había mucho que hacer con el tema de los impuestos. Ya tenía como 18 años y un día mi tía me dijo: “Ya tienes tu carrera terminada, ya puedes certificar balances, decide que vas a hacer… pero yo soy tu tía y te necesito”. Y me vine de administrador. Así empezó la segunda etapa.

Don Manuel había construido 100 cuartos, ya era el hotel más grande de esta zona. Existían en Tijuana el Caesar y el Nelson. Pero el hotel estaba vacío, yo tuve que pensar cómo iba a promoverlo y fuimos al sur porque no había aquí gente con experiencia en hotelería, eran muy pocos.

Mi tía hablaba buen inglés. Hicimos una lista para identificar de donde venían los pocos turistas que llegaban aquí, para anunciarnos y vimos que la mayoría venían de San Diego y otras ciudades más pequeñas de California. Entonces iniciamos nuestra publicidad en el periódico San Diego Union. En la carrera de Contador Público en el tecnológico, nos dieron estudios de mercadotecnia y eso me ayudó mucho. Así fue como empezamos y ya me quede aquí. Y aquí estoy.

Empecé a hacer una primera torre de siete pisos que me costó 50 millones de dólares que me prestó Serfin, teníamos un buen respaldo, acabé de construir y dos años después ya estaba pagado. Y construí otra más grande, una de 80 cuartos y en tres años quedó construido y pagado. Estaba muy esperanzado de construir uno más grande y eso nos costó más trabajo, es la última torre grande, ya debemos poco, es el último empujón.

Yo recibí el hotel de 100 cuartos y entregué con 471 cuartos, es el más grande de la zona, incluyendo a Tijuana. Está el Grand Hotel, pero no le llega, aunque Alfonso Bustamante dice que sí, pero yo le digo que no. Estudiamos en la misma escuela. También ahí en el tec estudiaban los Fimbres.

El precio en relación con el servicio ha sido la clave de nuestro éxito y los huéspedes regresan porque los tratamos muy bien. Empezaron a venir muchos mexicoamericanos, les llamaba la atención la decoración del hotel estilo mexicano, las enchiladas, la música, son clientes que buscaban la alegría y el sabor de México, porque les recuerda a su país.

Ahorita todavía sigue viniendo ese mismo perfil de turista, yo sí los aprecio, ellos han sido fieles; una vez que les gusta, regresan y son los que han sostenido el hotel por mucho tiempo.

¿Qué sigue? Bueno, mis hijos son cinco y en lo que sí estamos de acuerdo, es en la idea de que el Hotel Rosarito Beach, siga siendo el negocio familiar.

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