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ELIGIO VALENCIA ROQUE
ELIGIO VALENCIA ROQUE
DE ARANZA A TIJUANA
Ofrecemos a los lectores de Salad Bowl un fragmento del libro Eligio Valencia Roque, de Aranza a Tijuana Esta biografía nos acerca a un personaje singular que llegó siendo apenas un adolescente a esta ciudad para abrirse camino en la vida. Con el tiempo, llegó a estar al frente de lo que sería, por varias decadas, el diario regional más importante de Baja California: “El Mexicano”. Compartimos un avance de esta historia que verá la luz próximamente como parte del trabajo que realizamos desde Perrín Rivemar Editorial. Sirvan estas letras, producto de largas conversaciones que sostuvimos con él, para recordar a don Eligio y honrar su memoria.
Mi infancia en Aranza
Nací el 20 de agosto de 1940 en un pequeño poblado rural llamado Tenencia de Aranza, perteneciente al municipio de Paracho, Michoacán, en donde se hacen las guitarras. Esto de Tenencia como división política territorial, según me decía un maestro de la universidad Nicolaita, solo existe en Ios municipios de Paracho y Morelia. Esta división de origen español con raíces medievales implicaba el derecho de propiedad sobre una superficie de tierra y tiene similitud con los sistemas de propiedad de la cultura purépecha.
Se podría decir que vengo de una familia rural, más no propiamente campesina, porque ni mis padres ni mis abuelos tuvieron tierras. Mi padre fue arriero y leñador, tareas en las que me inicié desde muy pequeño. Ahí transcurrió mi infancia, en esa pequeña comunidad rural de Aranza, Michoacán, enclavada en la región de la meseta tarasca. Entonces, la población era aproximadamente de 2,800 habitantes en más o menos cuatrocientas casas. Aranza está situado a una altura de 2,500 metros, su clima es frío, cuenta con abundantes pinos, particularmente en la zona montañosa y prácticamente era propiedad comunal. De igual forma, mis abuelos eran nativos de esa pequeña comunidad y tampoco tuvieron tierras. Mi padre se llamaba Cecilio Valencia Ortiz y mi madre Prisciliana Roque Álvarez. Mi abuelo paterno también se llamaba Eligio Valencia y mi abuela Anastasia Ortiz. Mi abuelo materno se llamaba Anastasio Roque y mi abuela Jacinta Álvarez.
Para mandarnos a la escuela, mi mamá nos daba tortilla con café, no había para más. Todos los días nos levantábamos temprano, al filo de las seis de la mañana, para ir a cortar leña. Era una rutina diaria porque apenas traíamos a la espalda leña suficiente para el consumo del día y para tener con qué cocinar. No conocíamos todavía las estufas.
En aquel tiempo, recuerdo que llegaba un pick up de los guardias forestales con árboles frutales para regalar al pueblo y yo siempre iba por algún árbol para plantarlo en el solar de la casa. Unos se me secaron y otros dieron frutos; me acuerdo de uno que daba duraznos muy bonitos, de colores tornasoles, y dos manzanos que se llenaban de manzanas; yo pensaba que, seguramente, así había sido el manzano del cual le dio Eva a Adán a probar el fruto prohibido.
Cosecha del maíz
A veces acompañaba a mis tíos a la cosecha del maíz. Las mazorcas se iban echando en unas canastas que van colgadas por la espalda y se llaman chunde, atrás de ellos se acostumbra que algunos vayan pepenando las mazorcas que se caen al suelo o se desechan por alguna alguna razón, a mi me tocó tambien andar de pepenador. A veces se sembraba trigo, a veces maíz.
Se corta el trigo con una herramienta que llama hoz, tiene dientes pequeños y juntos, como si fuera una sierra, y tiene su agarradera; se va cortando casi al ras de tierra y se va amontonando el trigo en montículos, en bultos, y así se lo llevan a su casa los que cosechan el trigo. En temporada de mucho viento, en febrero (febrero loco y marzo otro poco), se hace un pozo en la calle y se coloca un tronco donde se amarran mulas, caballos o burros y los hacen que circulen pisoteando las matas del trigo ya secas, asi suelta la vaina el trigo y la ramita que es muy delgada se despedaza con las pisadas. Ya que está bien trillado, con un pico se levanta todo lo que es trigo y la paja ya molida, y el mismo viento, se encarga de limpiar la basura del trigo. La vida entonces era muy distinta a la de ahora.
Yo tenía lo indispensable. Aunque dormíamos en petate porque no había nada de colchones como ahora, yo no ambicionaba nada porque no sabía que existía algo más de lo que conocía. No existía luz eléctrica y nos alumbrábamos con ocote; no había médicos y, solo en casos graves, los enfermos se trasladaban a la vecina población de Paracho en busca de un doctor. Las enfermedades más comunes de niños y adultos se curaban con hierbas que, generalmente, eran aconsejadas por una anciana del pueblo quien gozaba de ligera fama de bruja. Puedo decir que, gracias a Ia laboriosidad de mi padre y al cuidado en el hogar de mi madre, viví una infancia feliz.