Residente Monterrey CC - Diciembre 2016

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AL RESTAURANT

“Si Fundidora, que era de hierro y acero, se acabó, que no se pueda acabar la Taquería Juárez”, decía doña Rebeca.

en el Mercado Juárez. Iba a hacer los pedidos directamente y de las bodegas le mandaban. Escogía la mejor lechuga, todo. Esa parte siempre la cuidó bastante. Hasta hace poco, que subió el aguacate, el tomate, decía “No sacrifiquen la calidad, lo que cueste, pero que esté bueno”. Creo que eso le daba mucha tranquilidad. Siempre nos enseñó que para tener lo que teníamos había que trabajar. No nos preguntaba si queríamos ir. De la caja ella no se salía si no iba una de las tres mayores a cubrirla. Era crear ese compromiso, de cariño y cuidado. Nos decía “Si Fundidora, que era de hierro y acero, se acabó, que no se pueda acabar la Taquería Juárez”. Mi abuelita también. MG: Alguien puso en Facebook que jamás había visto una dueña que trabajara más que un empleado sin embargo para ella eran obligadas las vacaciones. Se cerraba el restaurante 15 días porque eran para la familia. Íbamos a visitar a Querétaro y alguna parte del país. Pero ella no podía dejar sin supervisión y decía que no iba a disfrutar las vacaciones porque todos estaban trabajando y ella no. ¿Siempre han tenido a las cocineras al centro del restaurante? RI: No creo que fuera consciente. Al principio mamá, desde que estaba en el mercado, la veían. Era de madera y el vidrio. Cuando hace la primera Taquería es igual. Era la plancha de cemento y sus vitrinas. MG: Antes no eran así, estaba abierto. La gente hacía fila para pedir para llevar y metían las manos a los tambos de cueritos. Mi abuelita les daba un manazo, no creas que se detenía. Decía “No esté metiendo la mano, eso no se hace, ¿cómo sé que trae las manos limpias?”. LG: Luego nos dimos cuenta de que es parte de la higiene y del atractivo turístico, también.

¿Cómo era su abuela? RI: Ella aplicaba el reciclaje. Las latas de chile las guardaba y en estas fechas llegaba siempre una persona a comprárselas para los arreglos del Día de Muertos. María Guadalupe: El cartón también. RI: Los costales de papa vienen en arpilleras, hacía estropajos para tallar las ollas con eso. Decía “Todo se utiliza, todo sirve”. LG: Una vez la vi llorar y me dice “El refrigerador se descompuso y se echó todo a perder. Me va a castigar Dios. Cómo voy a tirar tanta comida”. Le tocó estar en Querétaro al final de la Revolución y decía que era un hambre tremenda. Que veías muertos, personas que se caían de hambre en la calle. Para ella era importante cuidar el alimento. ¿Y su madre? MG: Mi mamá tenía muy buena memoria. A veces había mucha gente esperando en el puesto y se quería pasar uno de listo y le decía a mi abuelita quién iba primero. Estaba al pendiente. LG: Su abastecimiento era en el Mesón Estrella, por Guerrero, y

¿Cómo han llevado el negocio las diferentes generaciones? LG: Toda la vida trabajaron las dos de la mano juntas, fue como una continuidad. Fallece mi abuelita y sigue mi mamá con nosotras. MG: A nosotras nos involucran desde chiquitas. A los diez años sabes sumar, ya estás en la caja. RI: O falta un mesero y tú tomas la orden. LG: Yo me acuerdo que estaba llorando y con la comanda. Tenía como quince años. Le decía que me daba pena y me respondía “Pena es robar, ándele, vaya”. RI: A mí de repente me tocaba que llegaban amigas de la escuela y yo tomando órdenes. Estás en la adolescencia y te da pena. LG: Ese contacto que tuvimos desde chicas con la gente nos abrió las puertas. RI: De todo nos pusieron a hacer. Pelar papa, deshebrar carne, enrollar flautas. Era tarea de cada una el papel encerado y el canela, que eran de empacar para llevar. Te vendían los rollotes y había un aparatito para cortarlo, ahí estabas en friega. Era todo un proceso de decirte cómo, no de a ver cómo te va. Era como una escuela.

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