sabiote a la vista

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Antonio Rodríguez Aranda desconoce; otra, el hecho de tratar las cosas con especial cuidado. A mi juicio es un muchacho culto y bien preparado. Al llegar el convidado a la casa a eso de las dos, justificó primero su tardanza y subió después al dormitorio de su amigo en donde éste se hallaba estudiando. —Vengo entusiasmado —le dijo—, pues ya sé de tu pueblo casi tanto como tú. Y lo mejor de todo es que he visto a Lucía y que en el ayuntamiento me ha enseñado el fuero de Sabiote. —Pero aclárate —dijo Luis con sorna—, ¿qué es lo mejor, el fuero o Lucía? Tonto, le dijo el otro con gesto divertido, pero continuó: —Que sepas que oí a Pesetillo pregonar habas de la Serna; que he visto a Bocarrayo vocear su mercancía y darle a los niños paloduz y algarrobas a cambio de trapos y alpargates viejos, así como que he conocido a Merengue, a Chocolate y a Chacón. —Mal concepto vas a formar de mi pueblo... —Muy al contrario. Los dos primeros se ganan la vida de forma que yo desconocía; los otros son, al parecer, más o menos disminuidos psíquicos, pero por lo que he podido apreciar se relacionan y son acogidos con afecto por los demás vecinos. Ahora, eso sí; he visto algo de lo que, si bien me habías hablado, no ha dejado de sorprenderme. Me refiero al mercado de trabajo (llamémosle así) que por las mañanas se forma en la Puerta de la Villa. El hecho de que en estos tiempos los trabajadores del campo ofrezcan públicamente sus servicios en la plaza y sean contratados por quienes los necesitan, es algo más propio de un país africano que de un europeo. Aunque he de reconocer que viendo, como he visto, la forma en que se hacía un «trato», la cosa resulta bastante más humana. —Explícate. —Yo, diciendo que soy forastero y que estaba esperando que abrieran las oficinas municipales, frecuentaba los diversos corros y hablaba con unos y con otros. A uno de estos corros se acercó también cierto paisano y dijo a un hombre de los allí había estas palabras textuales que se me quedaron grabadas: «Oye, Juanillo: ¿estás parao?, pues vente conmigo hombre, que me san venteao las habas que sembré en mi olivarillo de La Solana y tengo que arrancarlas pa que no le den más por saco a las estaquillas». Como ves —siguió Román—, la forma afable en que en la mayoría de las ocasiones

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