sabiote a la vista

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Antonio Rodríguez Aranda —Ha estao bien lo que nos ha puesto de comer Rubí; yo me he quedao «como el tío Tablón de picatostes», y si te digo la verdad no me sa estremecío el cuerpo. —¿Qué te creías tú que venías a lavijar? —preguntó el del al lado. —¿Lavijar?, inquirió un joven con cara de estudiante. —Sí, hombre, eso es el tente en pie que tomamos los del campo en el tajo, o sea, el bocao y el trago que nos echamos a la boca sobre el mediodía. Y en distinto grupo otro preguntó: —¿Pero qué me decís de las olivas? Ya veis, aunque el quinquenio iba a ser malo, con esta cosecha se va a emparejar la cosa, pues lo que pa la feria creíamos que era un pintorreo, la verdad es que ahora hay muchos olivares con las ramas vencías. —¿Vencías? Toma, y palmeás, doblás y tó lo que se diga es poco, por lo menos en la mayor parte de los olivares. Ahora, con el agüilla que está cayendo, lo propenso es que las aceitunas engorden y se pongan como botijillas. En otro lugar, mientras freía picatostes en abundancia y su hija preparaba chocolate, Pepa, la casera hablaba en voz alta con otras mujeres de este modo: —A esta hija mía ya le han corrío las amonestaciones, y tan pronto entre el año la casamos. Cucha, que diréis que no es tiempo de bodas y es verdad, pero que no penséis otra cosa, que mi hija va al altar tan virgen como su madre la echó al mundo. Lo que pasa es que el padre de él está que se muere que no se muere. O sea, como dicen eso de que «ni se muere papa ni comemos». Así es que aunque al mayor lo casé en mejor tiempo, a ésta tiene que ser ahora, pues como también se dice, «al que cierne y amasa de to le pasa». Se oyó a lo lejos una fuerte voz diciendo: —¡Casera!, no hagas más picatostes, que esto que traigo está mejor. Y el que así gritaba entró llevando en sus manos una gran fuente de buñuelos que fue recibida con aplausos. —Este Rubí organiza bien las cosas, dijo uno. —No es la primera zorra que despelleja, terminó otro. A media noche, cuando ya habían desaparecido los buñuelos y los picatostes, el mulero mayor, que era hombre serio, si bien lento de palabra y ademanes, mandó callar a los más habladores y dijo a todos:

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