El teatro de 1939 a finales del siglo XX

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El teatro desde 1940 a nuestros días Tras la Guerra Civil, la dictadura franquista aísla a España de la influencia internacional. Con el tiempo, se crean grupos de oposición y, en los 70, el dictador enferma acelerando la caída del Régimen. La guerra tuvo un gran impacto en el teatro por el exilio de autores y las crecientes presiones comerciales e ideológicas (censura). En el exilio se desarrolla sobre todo en México y Argentina. Destacan dos poetas del 27: Salinas (La cabeza de medusa) y Alberti, con teatro político (Noche de guerra en el Museo del Prado); y Max Aub con su realismo dialéctico y simbolismo (San Juan), Alejandro Casona con su teatro simbólico, de evasión (La dama del alba). En los 40 estuvo condicionado por la burguesía y su ideología. Representa una realidad falsa y desprecia la experimentación. Destacan el teatro histórico-político, de evasión, permite olvidar la realidad elogiando héroes del pasado. Se mantiene la comedia burguesa de final moralizador, que pretende entretener y educar, y exalta a la familia, matrimonio y hogar. Destacan Benavente (La última carta) y Calvo-Sotelo (¡Viva lo imposible!). Por último, en teatro del humor destacan Poncela (Eloísa está debajo de un almendro) y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa). Ambos crean humor de lo inverosímil, cercano al absurdo, se burlan de los hábitos burgueses, anunciando el teatro del absurdo. En los 50 se inició una leve apertura del régimen franquista, lo que permitió algunas novedades. La corriente dominante fue el Realismo social, cuyos temas reflejan problemas y desigualdades sociales. Los espacios escénicos son complejos, y el lenguaje directo, bronco y sin eufemismos. Se mantiene el teatro comercial y con la censura muchos autores no llegan a estrenar sus obras. Destacan Sastre (Escuadra hacia la muerte), Laura Olmo (La camisa) y en especial Buero Vallejo que refleja temas humanos y universales, recurre a la tragedia como subgénero y no ofrecer solución a los problemas planteados, es el espectador el que debe decidir. Tiene 3 etapas: existencial, reflexiona sobre la condición humana (Historia de una escalera), teatro social, denuncia las injusticias que atañen a la sociedad (El tragaluz) y la de innovaciones, cuando suscita la polémica entre dramaturgos del posibilismo e imposibilísimo. Sastre, imposibilista, decía que era preciso hacer un teatro que ignore los límites oficiales, las prohibiciones del sistema. Buero, en cambio, defiende la necesidad de un teatro de compromiso social pero digerible por la sociedad y la censura, permitiéndose su representación. De 25 obras, Sastre, solo logra estrenar 10 durante el franquismo. Con los 60 surge una renovación con el acercamiento a tendencias del teatro extranjero (teatro de Bertolt Brecht, underground, del absurdo) Se alejan del teatro comercial y la búsqueda de nuevas formas técnicas, y surgen los grupos de teatro independiente que improvisan en escena, prevalecen la expresión corporal, danza, luces, música. Entre ellos destacan Fernando Arrabal (Pic-Nic) y Francisco Nieva (Pelo de tormenta). Finalizada la dictadura y eliminada la censura, las instituciones potencian la representación. En 1978 se crea el Centro Dramático Nacional y más tarde la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El panorama es heterogéneo y destacan musicales, monólogos y representaciones de los clásicos. Resalta la corriente del teatro neorrealista con escritores entendidos en las artes escénicas: Antonio Gala (Anillos para una dama), Alonso de Santos (Bajarse al moro), Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano) y Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!)


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