L de Lector No. 17 (Noviembre 2016)

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de Lector vidas

miercolees

leer más allá

De vagabundo a escritor

La ley de la vida

London en yuxtaposición con la naturaleza

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Jack London

No. 17 Noviembre 2016 Año II

Santiago de Querétaro, Querétaro OTRAS ARTES escritores queretanos En busca del oro Addy Melba

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Estimado Lector del L, contentos con la celebración del centenario de la muerte de Jack London, quien muere el 22 de noviembre de 1916, por una causa que ha generado controversia, pues algunos estiman que fue un suicidio, sin embargo es un rumor o especulación de aquellos que así lo afirman. El certificado de muerte de London estableció que fue por una uremia, derivada de la morfina que consumía por el dolor del cáncer de garganta. Este mes, en el MiercoLees presentamos el cuento La ley de la vida, donde se retrata la costumbre india del Yukón, en la cual, cuando un anciano agonizaba en sus últimos días de vida, y los jóvenes mudaban su campamento, era abandonado allí, a morir entre la nieve. El viejo Koskoosh, arrojando ramitas al fuego para mantener el calor, recuerda a la luz de las llamas su juventud, cuando vio a una jauría de lobos devorar a un feroz alce, al tiempo que poco a poco, se ve rodeado en sus últimos minutos por unos lobos. En Leer más allá, Luis Erick reflexiona sobre el interés por analizar al hombre en yuxtaposición con la naturaleza y efigies de animales. En Otras Artes, Valeria García nos recomienda diversas adaptaciones de las obras de London en la pantalla grande y chica, como Asesinos S.L. y Martin Eden que estará próximamente en los cines. En Escritores Queretanos, presentamos a Addy Melba, con un delicioso cuento titulado Robin Hood. En Recomendaciones, la Librería Sancho Panza ofrece un descuento en el libro La sombra del Ángel de Kathryn S. Blair. Ya viene diciembre, pide un deseo. PRT


Noviembre 2016 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar

Vidas

De vagabundo a escritor Héctor Alejo Rodríguez

MiercoLees

la ley de la vida Jack London

Leer más allá

LONDON EN YUXTAPOSICIÓN CON LA NATURALEZA Luis Erick Anaya Suirob

Otras artes

en busca del oro Valeria García Origel

Escritores Queretanos

ROBIN HOOD Addy Melba Espinosa

Asistencia editorial Valeria García Origel Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes, Librería Sancho Panza, Amadeus, Punta del Cielo, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé. Colaboradores Patricio Rebollar, Héctor Alejo Rodríguez, Diana Pesquera, Ricardo Rabell, Librería Sancho Panza, Luis Erick Anaya Suirob, Valeria García Origel, Addy Melba Espinosa.

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blogpartres@gmail.com

L de Lector. Noviembre 2016, año II, No. 17. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 28 de octubre de 2016 con un tiraje de 1000 ejemplares.

Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.


vidas De vagabundo a escritor John Griffith Chaney, conocido literariamente como Jack London, nació el 12 de enero de 1876 en San Francisco, California. Fue hijo de Flora Wellman y de William Chaney, quien no aceptó abiertamente su paternidad y no estuvo presente en la vida de Jack. Flora terminó casándose con un veterano de la Guerra Civil, John London, y la familia se trasladó a Bay Area antes de establecerse en Oakland. Jack creció en las asperezas de la clase obrera, resolviendo de forma difícil sus condiciones de vida. Cursó hasta octavo grado y abandonó sus estudios para disminuir la precariedad de su casa. Viajó en trenes y comerció con ostras clandestinamente, trabajó paleando carbón y en sus tiempos libres asistía a la biblioteca pública con el interés de adentrarse en las novelas, en los libros de viajes y aventuras. La goleta Sophia Sutherland le brindó la oportunidad de embarcarse como marinero rumbo a las costas de Japón durante 1893 y vivir la primera experiencia que, sin saberlo entonces, lo impulsaría a convertirse en escritor. Regresó a Oakland en el mismo año y lo encontró envuelto en disturbios laborales. Su madre, al encontrar un anuncio de concurso para jóvenes escritores, lo alentó para que contara la historia de su viaje. Con su escasa formación, construyó el relato Typhoon off the coast of Japan que conquistaría el primer lugar y el premio de $25 dólares, batiendo así a participantes provenientes de Stanford y Berkeley. Pese a ello, las circunstancias lo obligaron a contratarse de inmediato y después de laborar en condiciones extenuantes, London se unió al Kelly’s Industrial Army, protestando por el alarmante desempleo y la explotación inhumana de los escasos

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Por Héctor Alejo Rodríguez

trabajos disponibles. Tal acción iba a conducirlo a Washington pero desertó de la marcha en Missouri y de ahí se aventuró a la costa este donde inició una voluntaria travesía de vagabundeo. Retornó a Oakland después de ser apresado por treinta días y se matriculó en la Universidad de California por un breve tiempo; cursó hasta el segundo semestre antes de viajar a Canadá en busca de oro en las zonas inhóspitas de Klondike y el Yukon. Dicha experiencia le reafirmó su deseo de escribir y en 1899 comenzó a publicar relatos breves en el Overland Monthly. Terminó de escribir su primera novela A daugther of snows dada a conocer en 1902. A los 27 años, el Saturday Evening Post le publica The call of the wild (1903) que le equiparó algo de fortuna y fama. El mismo año aparece The people of the abyss, cuya narrativa denota su pensamiento crítico hacia el capitalismo y la pobreza, a partir de vivencias propias. De convicciones socialistas, sus reflexiones se hacen presentes en todas sus obras, de forma más preponderante en The War of the Classes (1905), The Iron Heel (1908), Revolution and Other Essays (1910). Otras novelas reconocidas como The sea wolf y White Fang, se publican en 1904 y 1906 respectivamente y se convierten en clásicos de la literatura norteamericana. London se mantuvo activo durante 16 años en los cuales escribió 19 novelas, 18 volúmenes de ensayos e historias cortas, así como numerosos libros sociológicos y autobiográficos como John Barleycorn (1913) que trata su propio alcoholismo. Deteriorada su salud por un cáncer de garganta, London muere el 22 de noviembre de 1916 a causa de una uremia gastrointestinal.


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La ley de la vida El viejo Koskoosh escuchaba ávidamente. Aunque no veía desde hacía mucho tiempo, aún tenía el oído muy fino, y el más ligero rumor penetraba hasta la inteligencia, despierta todavía, que se alojaba tras su arrugada frente, pese a que ya no la aplicara a las cosas del mundo. ¡Ah! Aquélla era Sit-cum-to-ha, que estaba riñendo con voz aguda a los perros mientras les ponía las correas entre puñetazos y puntapiés. Sitcum-to-ha era la hija de su hija. En aquel momento estaba demasiado atareada para pensar en su achacoso abuelo, aquel viejo sentado en la nieve, solitario y desvalido. Había que levantar el campamento. El largo camino los esperaba y el breve día moría rápidamente. Ella escuchaba la llamada de la vida y la voz del deber, y no oía la de la muerte. Pero él tenía ya a la muerte muy cerca. Este pensamiento despertó un pánico momentáneo en el anciano. Su mano paralizada vagó temblorosa sobre el pequeño montón de leña seca que había a su lado. Tranquilizado al comprobar que seguía allí, ocultó de nuevo la mano en el refugio que le ofrecían sus raídas pieles y otra vez aguzó el oído. El tétrico crujido de las pieles medio heladas le dijo que habían recogido ya la tienda de piel de alce del jefe y que entonces la estaban doblando y apretando para colocarla en los trineos. El jefe era su hijo, joven membrudo, fuerte y gran cazador. Las mujeres recogían activamente las cosas del campamento, pero el jefe las reprendió a grandes voces por su lentitud. El viejo Koskoosh prestó atento oído. Era la última vez que oiría aquella voz. ¡La que se recogía ahora era la tienda de Geehow! Luego se desmontó la de Tusken. Siete, ocho, nueve... Sólo debía de quedar en pie la del chaman. Al fin, también la recogieron. Oyó gruñir

Por Jack London

al chaman mientras la colocaba en su trineo. Un niño lloriqueaba y una mujer lo arrulló con voz tierna y gutural. Era el pequeño Koo-tee, una criatura insoportable y enfermiza. Sin duda, moriría pronto, y entonces encenderían una hoguera para abrir un agujero en la tundra helada y amontonarían piedras sobre la tumba, para evitar que los carcayús desenterrasen el pequeño cadáver. Pero, ¿qué importaban, al fin y al cabo, unos cuantos años de vida más, algunos con el estómago lleno, y otros tantos con el estómago vacío? Y al final esperaba la Muerte, más hambrienta que todos. ¿Qué ruido era aquél? ¡Ah, sí! Los hombres ataban los trineos y aseguraban fuertemente las correas. Escuchó, pues sabía que nunca más volvería a oír aquellos ruidos. Los látigos restallaron y se abatieron sobre los lomos de los perros. ¡Cómo gemían! ¡Cómo aborrecían aquellas bestias el trabajo y la pista! ¡Allá iban! Trineo tras trineo, se fueron alejando con rumor casi imperceptible. Se habían ido. Se habían apartado de su vida y él se enfrentó solo con la amargura de su última hora. Pero no; la nieve crujió bajo un mocasín; un hombre se detuvo a su lado; una mano se apoyó suavemente en su cabeza. Agradeció a su hijo este gesto. Se acordó de otros viejos cuyos hijos no se habían despedido de ellos cuando la tribu se fue. Pero su hijo no era así. Sus pensamientos volaron hacia el pasado, pero la voz del joven lo hizo volver a la realidad. –¿Estás bien? –le preguntó. Y el viejo repuso: –Estoy bien. –Tienes leña a tu lado –dijo el joven–, y el fuego arde alegremente. La mañana es gris y el frío ha cesado. La nieve no tardará en llegar. Ya nieva.


–Sí, ya nieva. –Los hombres de la tribu tienen prisa. Llevan pesados fardos y tienen el vientre liso por la falta de comida. El camino es largo y viajan con rapidez. Me voy. ¿Te parece bien? –Sí. Soy como una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama. Al primer soplo me desprenderé. Mi voz es ya como la de una vieja. Mis ojos ya no ven el camino abierto a mis pies, y mis pies son pesados. Estoy cansado. Me parece bien. Inclinó sin tristeza la frente y así permaneció hasta que hubo cesado el rumor de los pasos al aplastar la nieve y comprendió que su hijo ya no lo oiría si lo llamase. Entonces se apresuró a acercar la mano a la leña. Sólo ella se interponía entre él y la eternidad que iba a engullirlo. Lo último que la vida le ofrecía era un manojo de ramitas secas. Una a una, irían alimentando el fuego, e igualmente, paso a paso, con sigilo, la muerte se acercaría a él. Y cuando la última ramita hubiese desprendido su calor, la intensidad de la helada aumentaría. Primero sucumbirían sus pies, después sus manos, y el entumecimiento ascendería lentamente por sus extremidades y se extendería por todo su cuerpo. Entonces inclinaría la cabeza sobre las rodillas y descansaría. Era muy sencillo. Todos los hombres tenían que morir. No se quejaba. Así era la vida y aquello le parecía justo. Él había nacido junto a la tierra, y junto a ella había vivido: su ley no le era desconocida. Para todos los hijos de aquella madre la ley era la misma. La naturaleza no era muy bondadosa con los seres vivientes. No le preocupaba el individuo; sólo le interesaba la especie. Ésta era la mayor abstracción de que era capaz la mente bárbara del viejo Koskoosh, y se aferraba a ella firmemente. Por doquier veía ejemplos de ello. La subida de la savia, el verdor del capullo del sauce a punto de estallar, la caída de las hojas amarillentas: esto resumía todo el ciclo. Pero la naturaleza asignaba una misión al individuo. Si éste no la cumplía, tenía que morir. Si la cum-

plía, daba lo mismo: moría también. ¿Qué le importaba esto a ella? Eran muchos los que se inclinaban ante sus sabias leyes, y eran las leyes las que perduraban; no quienes las obedecían. La tribu de Koskoosh era muy antigua. Los ancianos que él conoció de niño ya habían conocido a otros ancianos en su niñez. Esto demostraba que la tribu tenía vida propia, que subsistía porque todos sus miembros acataban las leyes de la naturaleza desde el pasado más remoto. Incluso aquellos de cuyas tumbas no quedaba recuerdo las habían obedecido. Ellos no contaban; eran simples episodios. Habían pasado como pasan las nubes por un cielo estival. Él también era un episodio y pasaría. ¡Qué importaba él a la naturaleza! Ella imponía una misión a la vida y le dictaba una ley: la misión de perpetuarse y la ley de morir. Era agradable contemplar a una doncella fuerte y de pechos opulentos, de paso elástico y mirada luminosa. Pero también la doncella tenía que cumplir su misión. La luz de su mirada se hacía más brillante, su paso más rápido; se mostraba, ya atrevida, ya tímida con los varones, y les contagiaba su propia inquietud. Cada día estaba más hermosa y más atrayente. Al fin, un cazador, a impulsos de un deseo irreprimible, se la llevaba a su tienda para que cocinara y trabajase para él y fuese la madre de sus hijos. Y cuando nacía su descendencia, la belleza la abandonaba. Sus miembros pendían inertes, arrastraba los pies al andar, sus ojos se enturbiaban y destilaban humores. Sólo los hijos se deleitaban ya apoyando su cara en las arrugadas mejillas de la vieja squaw, junto al fuego. La mujer había cumplido su misión. Muy pronto, cuando la tribu empezara a pasar hambre o tuviese que emprender un largo viaje, la dejarían en la nieve, como lo habían dejado a él, con un montoncito de leña seca. Ésta era la ley. Colocó cuidadosamente una ramita en la hoguera y prosiguió sus meditaciones. Lo mismo ocurría en todas partes y con todas las cosas. Los mosquitos desaparecerían con la primera helada. La peque-


ña ardilla de los árboles se ocultaba para morir. Cuando el conejo envejecía, perdía la agilidad y ya no podía huir de sus enemigos. Incluso el gran oso se convertía en un ser desmañado, ciego, y gruñón, para terminar cayendo ante una chillona jauría de perros de trineo. Se acordó de cómo él también había abandonado un invierno a su propio padre en uno de los afluentes superiores del Klondike. Fue el invierno anterior a la llegada del misionero con sus libros de oraciones y su caja de medicinas. Más de una vez Koskoosh había dado un chasquido con la lengua al recordar aquella caja..., pero ahora tenía la boca reseca y no podía hacerlo. Especialmente el «matadolores» era bueno sobremanera. Pero el misionero resultaba un fastidio, al fin y al cabo, porque no traía carne al campamento y comía con gran apetito. Por eso los cazadores gruñían. Pero se le helaron los pulmones allá en la línea divisoria del Mayo, y después los perros apartaron las piedras con el hocico y se disputaron sus huesos. Koskoosh echó otra ramita al fuego y evocó otros recuerdos más antiguos: aquella época de hambre persistente en que los viejos se agazapaban junto al fuego con el estómago vacío, y sus labios desgranaban oscuras tradiciones de tiempos remotos en que el Yukon estuvo sin helarse tres inviernos y luego se heló tres veranos seguidos. Él perdió a su madre en aquel período de hambre. En verano fracasó la pesca del salmón, y la tribu esperaba que llegase el invierno y, con él, los caribúes. Pero llegó el invierno y los caribúes no llegaron. Nunca se había visto nada igual, ni siquiera en los tiempos de los más ancianos. El caribú no llegó, y así pasaron siete meses. Los conejos escaseaban y los perros no eran más que manojos de huesos. Y durante los largos meses de oscuridad los niños lloraron y murieron, y con ellos los viejos y las mujeres. Ni siquiera uno de cada diez de los hombres de la tribu vivió para saludar al sol cuando éste volvió en primavera. ¡Qué hambre tan espantosa fue aquélla!

Pero también recordaba épocas de abundancia en que la carne se les echaba a perder en las manos y los perros engordaban y se movían con pereza de tanto comer, épocas en que ni siquiera se molestaban en cazar. Las mujeres eran mujeres fecundas y las tiendas se llenaban de niños varones y niños mujeres, que dormían amontonados. Los hombres, ahítos, resucitaban antiguas rencillas y cruzaban la línea divisoria hacia el Sur para matar a los pellys, y hacia el Oeste para sentarse junto a los fuegos apagados de los tananas. Se acordó de un día en que, siendo muchacho y hallándose en plena época de abundancia, vio cómo los lobos acosaban y derribaban a un alce. Zing-ha estaba tendido con él en la nieve para observar la contienda. Zing-ha, que, andando el tiempo, se convirtió en el más astuto de los cazadores y terminó sus días al caer por un orificio abierto en el hielo del Yukon. Un mes después lo encontraron tal como quedó, con medio cuerpo asomando por el agujero donde lo sorprendió la muerte por congelación. Sus pensamientos volvieron al alce. Zing-ha y él salieron aquel día para jugar a ser cazadores, imitando a sus padres. En el lecho del arroyo descubrieron el rastro reciente de un alce, acompañado de las huellas de una manada de lobos. «Es viejo –dijo Zing-ha examinando las huellas antes que él–. Es un alce viejo que no puede seguir al rebaño. Los lobos lo han separado de sus hermanos y ya no lo dejarán en paz». Y así fue. Era la táctica de los lobos. De día y de noche lo seguían de cerca, incansablemente, saltando de vez en cuando a su hocico. Así lo acompañaron hasta el fin. ¡Cómo se despertó en Zing-ha y en él la pasión de la sangre! ¡Valdría la pena presenciar la muerte del alce! Con pie ligero siguieron el rastro. Incluso él, Koskoosh, que no había aprendido aún a seguir rastros, hubiera podido seguir aquél fácilmente, tan visible era. Los muchachos continuaron con ardor la persecución. Así leyeron la terrible tragedia recién escrita en la nieve. Llegaron al punto en


que el alce se había detenido. En una longitud tres veces mayor que la altura de un hombre adulto, la nieve había sido pisoteada y removida en todas direcciones. En el centro se veían las profundas huellas de las anchas pezuñas del alce y a su alrededor, por doquier, las huellas más pequeñas de los lobos. Algunos de ellos, mientras sus hermanos de raza acosaban a su presa, se tendieron a un lado para descansar. Las huellas de sus cuerpos en la nieve eran tan nítidas como si los lobos hubieran estado echados allí hacía un momento. Un lobo fue alcanzado en un desesperado ataque de la víctima enloquecida, que lo pisoteó hasta matarlo. Sólo quedaban de él, para demostrarlo, unos cuantos huesos completamente descarnados. De nuevo dejaron de alzar rítmicamente las raquetas para detenerse por segunda vez en el punto donde el gran rumiante había hecho una nueva parada para luchar con la fuerza que da la desesperación. Dos veces fue derribado, como podía leerse en la nieve, y dos veces consiguió sacudirse a sus asaltantes y ponerse nuevamente en pie. Ya había terminado su misión en la vida desde hacía mucho tiempo, pero no por ello dejaba de amarla. Zing-ha dijo que era extraño que un alce se levantase después de haber sido abatido; pero aquél lo había hecho, evidentemente. El chaman vería signos y presagios en esto cuando se lo refiriesen. Llegaron a otro punto donde el alce había conseguido escalar la orilla y alcanzar el bosque. Pero sus enemigos lo atacaron por detrás y él retrocedió y cayó sobre ellos, aplastando a dos y hundiéndolos profundamente en la nieve. No había duda de que no tardaría en sucumbir, pues los lobos ni siquiera tocaron a sus hermanos caídos. Los rastreadores pasaron presurosos por otros dos lugares donde el alce también se había detenido brevemente. El sendero aparecía teñido de sangre y las grandes zancadas de la enorme bestia eran ahora cortas y vacilantes. Entonces oyeron los primeros rumores de la batalla:

no el estruendoso coro de la cacería, sino los breves y secos ladridos indicadores del cuerpo a cuerpo y de los dientes que se hincaban en la carne. Zing-ha avanzó contra el viento, con el vientre pegado a la nieve, y a su lado se deslizó él, Koskoosh, que en los años venideros sería el jefe de la tribu. Ambos apartaron las ramas bajas de un abeto joven y atisbaron. Sólo vieron el final. Esta imagen, como todas las impresiones de su juventud, se mantenía viva en el cerebro del anciano, cuyos ojos ya turbios vieron de nuevo la escena como si se estuviera desarrollando en aquel momento y no en una época remota. Koskoosh se asombró de que este recuerdo imperase en su mente, pues más tarde, cuando fue jefe de la tribu y su voz era la primera en el consejo, había llevado a cabo grandes hazañas y su nombre llegó a ser una maldición en boca de los pellys, eso sin hablar de aquel forastero blanco al que mató con su cuchillo en una lucha cuerpo a cuerpo. Siguió evocando los días de su juventud hasta que el fuego empezó a extinguirse y el frío lo mordió cruelmente. Tuvo que reanimarlo con dos ramitas y calculó lo que le quedaba de vida por las ramitas restantes. Si Sit-cum-to-ha se hubiera acordado de su abuelo, si le hubiese dejado una brazada de leña mayor, habría vivido más horas. A la muchacha le habría sido fácil dejarle más leña, pero Sit-cum-to-ha había sido siempre una criatura descuidada que no se preocupaba de sus antepasados, desde que el Castor, hijo del hijo de Zing-ha, puso los ojos en ella. Pero ¿qué importaban ya estas cosas? ¿No había hecho él lo mismo en su atolondrada juventud? Aguzó el oído en el silencio de la tundra, y así permaneció unos momentos. A lo mejor su hijo se enternecía y volvía con los perros para llevarse a su anciano padre con la tribu a los pastos donde abundaban los rollizos caribúes. Al aguzar el oído, su activo cerebro dejó momentáneamente de pensar. Todo estaba inmóvil. Su respiración era lo único


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más de CHAUCER

que interrumpía el gran silencio... Pero ¿qué era aquello? Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Un largo y quejumbroso aullido que le era familiar había rasgado el silencio... Y procedía de muy cerca... Se alzó de nuevo ante su turbia mirada la visión del alce, del viejo alce de flancos desgarrados y cubiertos de sangre, con la melena revuelta y acometiendo hasta el último instante con sus grandes y ramificados cuernos. Vio pasar raudamente las formas grises, de llameantes ojos, lenguas colgantes y colmillos desnudos. Y vio, en fin, cómo se cerraba el círculo implacable hasta convertirse en un punto oscuro sobre la nieve pisoteada. Un frío hocico rozó su mejilla y, a su contacto, el alma del anciano saltó de nuevo al presente. Su mano se introdujo en el fuego y extrajo de él una rama encendida. Dominado instantáneamente por su temor ancestral al hombre, el animal se retiró, lanzando a sus hermanos una larga llamada. Éstos respondieron ávidamente, y pronto se vio el viejo encerrado en un círculo de siluetas grises y mandíbulas babeantes. Blandió como loco la tea, y los bufidos se convirtieron en gruñidos... Pero las jadeantes fieras no se marchaban. De pronto, uno de los lobos avanzó arrastrándose, y al punto le siguió otro, y otro después. Y ninguno retrocedía... –¿Por qué me aferro a la vida? –se preguntó. Y arrojó el tizón a la nieve. La ardiente rama se apagó con crepitante chisporroteo. Los lobos lanzaron gruñidos de inquietud, pero el círculo no se deshizo. Koskoosh volvió a ver el final de la lucha del viejo alce y, desfallecido, inclinó la cabeza sobre las rodillas. ¿Qué importaba la muerte? Había que acatar la ley de la vida.

Por la editorial

Datos Curiosos

I

El primer libro que motivaría sus aspiraciones durante su niñez fue la novela Signa, de la escritora italiana Ouida.

La amistad que lo unía al poeta George Sterling hizo que lo inmortalizara II haciendo referencia de sus rasgos en personajes de sus novelas Martin Eden (1909) y The valley of the moon (1913). Fue un gran aficionado al boxeo, cubriendo como corresponsal la llamada del Siglo”, combate entre James III“Pelea Jeffries y Jack Johnson, que además tuvo una gran expectativa de circunstancias raciales. Socialista de alma, contendió dos veces por la alcaldía de Oakland, en 1901 y IV 1905, sin conseguir los votos necesarios para alcanzar ese cargo público.

V

Su muerte se ha visto rodeada de especulaciones, debido al uso de morfina que utilizaba para calmar los dolores que lo aquejaban. Se llegó a hablar de un posible suicidio al determinarse la causa de muerte por envenenamiento o sobredosis de esta droga que derivó en la uremia.


leer más allá

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London en yuxtaposición con la naturaleza Escribir, y leer, leer, y, escribir, dos de las cosas más solitarias que existen, ¿o, no? En lo personal, me permito diferir, a pesar de que en este momento me encuentro solo pulsando las teclas de mi ordenador, sé que esto que plasmo será leído en algún momento por usted gentil lector, o por lo menos espero que sea gentil, y tolerante, porque suelo cometer muchos errores y fallas que espero sean comprendidas. En esta edición comienzo a notar una predilección de nuestro editor por los autores angloparlantes, como el que hoy nos atañe. Como de seguro en secciones anteriores podrían leer le tocó el contexto de una unión americana en plena revolución industrial y de pensamiento, dentro de una camada de literatos muy interesante y hasta me arriesgaría a decir trascendente, Henry James, Edith Wharton, Elmer Rice Burroughs, Theodore Dreiser, Sinclair Lewis,å Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, y el mismo Jack London, todos ellos compaginando un pertinaz interés por una mezcla del análisis del hombre en yuxtaposición con la naturaleza y efigies de animales, análisis que recuerda a un servidor el trabajo desarrollado por los antropólogos, sociólogos y otras disciplinas que podemos denominar modernas, es interesante valorar nuestra naturaleza como seres, como sociedad, y las sociedades de ese momento la realidad que vivimos, mas viviendo en un México semi-integrado al modelo estándar internacional. Tomaré la más famosa y una de las menos abstractas de las obras del autor colmillo blanco, esta historia tiene un timo que nos puede resultar complicado, por lo menos para lo rápido que nos llega la información y resultados en nuestros días,

Por Luis Erick Anaya Suirob

además en lo personal esas escenas dentro de los grandes climas fríos resultan en un entumecimiento en el ánimo, por lo que yo les recomiendo acompañar el libro con un rico y caliente chocolate, que aceite los engranes mentales y mantenga nuestro calor corporal. Durante la trama, vinieron a mi recuerdos y comparaciones con algunos elementos de otras obras que le recomiendo alternar o tomar en continuación, el ya mencionado clima frío me remite en mucho a varias de las obras de Tolstoi, destacando la borrasca y los cosacos, son tan crudos y antihumanos como el este relato de lobos (de dos y cuatro patas), lo que me recuerda esos animales antropomorfos de la obra de Rudyard Kipling en el libro de las tierras vírgenes, que aunque más abiertos y francos los diálogos animal a humano, humano a animal, la interacción y reconocimiento de ambos como parte del reino animal y la búsqueda de similitudes es más que afín, también y en algo recordé al noble y santo Francisco de Asís, en los motivos del lobo de Rubén Darío. Y si bien el sentido de cada una de las obras es distinto, se emparentan en el uso de los elementos o imágenes antes descritos, formando la oportunidad para disfrutar de un árbol de lecturas concatenadas con relación y contexto similar. Yo como siempre le invito gentil lector a que aproveche y lea más allá de lo que nos presenta la obra en primeros términos, de riqueza a los momentos, a los tiempos, descubra, eso que el autor tuvo por inspiración, por diario y lo que heredo e inspiro. Me retiro del presente texto deseándole a usted, felices y ricas letras, hasta la próxima.


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GANADOR

LA BREVEDAD

Quimera

¡Participa con tu mini ficción!

Hillary Yamileth Núñez Chacón

1.- Escribe tu mini ficción, tema libre, con una extensión que deberá ser entre las 70 y 100 palabras máximo. Formato de tu cuento: en Word, Arial 12, interlineado 1.5 pt 2.- Envíanos tu cuento antes del 20 de Agosto a blogpartres@gmail.com Necesitamos tus datos: Nombre, teléfono y edad. 3.- Un Premio mensual: Un paquete de libros y la publicación en L de Lector.

MENCIÓN

Me encanta escribir historias, pero ninguna como la propia... Hoy me dispongo a redactarla, pero a mi corta edad he vivido tanto, que será infinita. Eterna. Aún cuando ya no exista, la escribiré. Terminaba de decirse a sí mismo estas palabras cuando a lo lejos y en medio de la lluvia, vio aproximarse un automóvil a toda velocidad, sobra decir el resto, quedó con los ojos fijos para siempre. De cualquier forma su muerte no era tan lamentable, pues como bien dijo al principio, ya había vivido demasiado.

5:25

Orlando F. Pedraza Octavio intentaba apagar el reloj despertador de Mickey Mouse que marcaba las 5:25. Logró callarlo. Lejos estaba el recuerdo pueril de su madre comprándole el reloj en su viaje a Disneynaldia. “Gracias a este reloj todas las días serán maravillosos” le dijo Paulina. Todas las mañanas recordaría ese viaje con su

amada madre en la tierra donde todos los sueños se hacen realidad. Paulina ya no está, falleció ese mismo año de cáncer. Octavio no sabía de su enfermedad. Ella había planeado la última gran experiencia con su angelito. Treinta años pasaron, Mickey sigue despertándolo, todo se vuelve realidad.


OTRAS ARTES En busca del oro Autodidacta, vagabundo, marinero, ostrero y finalmente, en su lucha por salir adelante, escritor. Jack London tuvo la fortuna de tener establecida su carrera literaria a la par del comienzo de nuevas tecnologías de impresión de revistas, lo cual lo llevó rápidamente al éxito y por lo que la filmografía entorno a su obra comenzó mucho antes de su muerte. Fue hasta el cine hablado que se hicieron las mejores adaptaciones de sus obras, la primera, basada en su novela autobiográfica, Martin Eden, dirigida por Sidney Salkow, experimentado en cine de piratas y aclamado en los años cuarenta y cincuenta por sus películas de aventura, El barco de la muerte (1942), en la que se narran sus experiencias como marino y las dificultades que tuvo para llegar ser escritor. La influencia de London llegó hasta el cine alemán e italiano, donde se produjeron una serie de adaptaciones en los años sesenta, más o menos, inspiradas en sus obras, así como adaptaciones dentro del género eurowestern. En Alemania, Harald Reinl, dirigió un par de adaptaciones de cuentos de Jack London, El aullido de los lobos (1972) y El hijo del lobo, mientras que en Italia, la más destacable fue La llamada del lobo (Gianfranco Baldasello, 1975), donde los actores, como en muchas ocasiones, se volvieron lo más recordable de la producción. En la inagotable ambición de transformar las palabras en imágenes, se llevó también a la pantalla grande una novela inconclusa de London, Asesinatos S.L., la cual, algunos años después de la muerte del escritor, fue acabada por Robert L. Fish. La novela tuvo su debout en el cine mediante un guión de Michael Relph y Wolf Mankowitz y fue, exitosamente dirigida, por Basil Dearden. La adaptación fue nominada para un Premio Globo de oro en 1970 en la categoría de mejor película extranjera de habla inglesa. Cabe mencionar que la novela de London transcurre en Es-

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tados Unidos y la película está ambientada en Europa en el siglo XX y fue protagonizada por Diana Rigg, Oliver Reed, Telly Savalas y Curt Jurgens, ganando también una nominación en los Golden Laurel en 1970 como Nueva Cara Femenina para Diana Rigg. Considerado el libro más leído de este autor, e incluso, una obra maestra, La llamada de la selva ha tenido numerosas adaptaciones, empezando en el cine mudo. Sin embargo, entre todas las adaptaciones, sería esta admirable producción la que se convertiría en la adaptación de referencia de dicha obra. La película se rodó durante tres meses en escenarios naturales, para igualar las descripciones de la novela, donde el frío era insoportable para los miembros del equipo y cuenta con una hermosa fotografía en blanco y negro. El protagonista, Clark Gable, saltó a la fama con este título. De esta misma novela corta también llegó a hacerse una versión en dibujos animados seriados, Anime Yasei no Sakebi, con veintidós episodios, una película de dibujos animados japonesa de los años ochentas y en el 2009 vivendi Entertainment distribuyó una de las versiones en 3D Digital Real. Desde 1907 hasta el año en curso, desde largometrajes hasta mini series de televisión, basadas tanto en sus obras como en su vida, el legado de Jack London nos emociona, nos inspira y nos conmueve con el realismo de sus historias. Sin duda, todas las aventuras que vivió London, sirvieron para dejar un legado que hasta hoy en día se replica en otras artes, siendo Martin Eden la siguiente película que veremos en pantallas grandes, y que aún no tiene fecha pues sigue en desarollo. A pesar de que London fue el autor americano mejor vendido, mejor pagado y el más popular de su tiempo, en su juventud buscaba la manera de sobrevivir en las calles, en barcos y en minas de oro, sin saber que el oro que estaba buscando llegaría a través de sus letras.


Una colección de la A a la Z con las obras más reconocidas de la literatura clásica. 27 autores consagrados y cuidadosamente seleccionados para que vivas en cada letra una aventura. Te invitamos a que seas parte de esta colección y te sumerjas en el abecédario más exclusivo uniendo tus letras favoritas y fomentando la lectura y cultura de nuestro país.

En la provincia de Cádiz, España, en octubre de 1805, Francia y España son aliados en la batalla contra la tercera coalición, Reino Unido, Austria, Rusia, Nápoles y Suecia, alianza militar que pretender derrocar a Napoleón del poder. Gabriel de Araceli, un huérfano de 14 años de edad, es acogido en Vejer de la Frontera por la familia del capitán de navío, Don Alonso quien, junto con un viejo contramaestre, Marcial, anhelan participar en la batalla que tomará lugar en el cabo de Trafalgar. Y así, Gabriel nos narra sus aventuras a bordo del Santísima Trinidad, cuando, animado por la ilusión de viajar en un barco de guerra, acompaña al capitán y al contramaestre en la peligrosa hazaña que lo hará crecer de una manera inesperada y que dejará sin duda muchas sorpresas, algunas no muy gratas.


Es Nochebuena, hace exactamente siete años, murió Jacob Marley, socio de Ebenezer Scrooge, un viejo egoísta y avaro quien además desprecia la Navidad. Scrooge es visitado esa misma noche por el fantasma de su antiguo socio, condenado a vagar por una eternidad cargando una pesada cadena que representa el mal que cometió en vida. El fantasma le advierte que será visitado por tres espíritus que le darán la última oportunidad para salvarse de terminar como él. La noche siguiente, cuando el reloj marca la una, el primer fantasma aparece, tal como su difunto socio se lo advirtió. Así las dos noches siguientes, Scrooge es visitado por los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras, quienes le muestran su vida a través de momentos y detalles, que lo harán darse cuenta de su individualismo y codicia, y de que le espera un futuro nada agradable, haciéndolo rogar a los espíritus una segunda oportunidad para mejorar y tener un futuro más amable. Scrooge finalmente celebrará una feliz Navidad.

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escritores Queretanos Robin Hood

Por Addy Melba Espinosa Addy Melba Espinosa Gómez es queretana de nacimiento y comunicóloga de profesión, creció rodeada de lectores que le enseñaron la magia oculta en las páginas. Así, mientras muchos sueñan con ser como los héroes que protagonizan las grandes historias, ella convirtió en sus héroes a los creadores de aventuras. Su afición por escribir la llevó a continuar sus estudios en diversos talleres y finalmente a terminar su primera novela, El fantasma de al lado, (Par Tres Editores 2016). Además de leer, Addy disfruta de compartir su afición, los libros, y espera que su trabajo le ayude a crear más adictos a la lectura. Falta poco tiempo para el amanecer, el lodo de mi cara empieza a endurecerse y tengo que mover mis manos y piernas para evitar que se entuman. Imposible saber cuando tiempo llevo agazapado sobre este árbol, mis movimientos son tan mínimos que incluso los animales, que cuando llegué regresaron a sus escondites, empiezan a moverse alrededor mío: como si yo fuera una rama más en este frondoso bosque. De acuerdo a la información de palacio ya no puede faltar mucho tiempo. El dinero destinado a las cruzadas del Rey Ricardo salió por la mañana enviado por Juan sin Tierra. Un suave ulular de paloma me hace bajar la mirada al arbusto donde se esconde el Pequeño Juan, me hace una seña en dirección al centro del sendero, una descuidada familia de faisanes camina a solo unos metros de mi amigo y a tiro seguro de mi flecha. El hambre, no solo la mía, sino la de mis hombres y sus familias me tienta; aun así muevo ligeramente la cabeza en forma negativa y mi compañero de armas entiende el mensaje. El tiempo está en nuestra contra, una pieza de caza no se desprecia fácilmente, pero no puede equipararse con el tesoro arrebatado al pueblo y destinado a una guerra ajena a nosotros. El hermano del Rey es el personaje más odiado por el pueblo. Se dedica a extorsionar a los campesinos a causa de las cruzadas. Dice que si su hermano no estuviera luchando para recuperar Tierra Santa no tendría que subir los impuestos. Tampoco tendría que subirlos si se ahorrara esos fas-

tuosos banquetes, además no puede tratar de difamar al Rey Corazón de León. Los faisanes levantan vuelo intempestivamente, mi mirada se cruza con la de Juan, asentimos prácticamente sin movernos, ha llegado la hora. Escucho los cascos de los caballos, levanto el arco, mi mano izquierda sube en ángulo recto mientras que la derecha tensa lentamente la cuerda y detiene la flecha. El lodo de mi cara termina de secarse y cae algo de polvo mientras inclino la cabeza afinando la puntería. El trote ligero de los caballos me indica que la caravana tiene prisa pero se siente segura. Estiro mi brazo derecho, mi puntería es buena, me atrevo a decir que la mejor del reino, tengo que fijar la mirada y esperar a que mi blanco quede en el punto exacto. Un instante puede hacer la diferencia, se acerca la caravana. La madera de las ruedas del carruaje real cruje a cada paso, señal de que el botín puede ser incluso mejor de lo esperado. Veo que se acerca el chofer, pienso un momento en su familia, en que el solo trataba de darles algo mejor que la vida de campo y que yo los dejaré desamparados. Pienso en las familias que mueren todos los días a causa de los impuestos cada día más asfixiantes. Desaparece la empatía por el chofer y es reemplazada por el silbido de mi flecha que aterriza justo en la yugular tiñendo rápidamente de escarlata el cuerpo sin vida de quien estaba guiando la caravana. Los caballos frenan bruscamente y retroceden espantados ante la doble sorpresa de la muerte del hombre y la súbita apa-


rición de el Pequeño Juan y el Fraile Tuck quienes con un par de lanzas terminan con los primeros guardias que no logran ni acercar la mano a sus espadas. Mis flechas abaten a otros dos antes de que el resto de la escolta reaccione. Es una lucha veloz, sangrienta. Mi cuerpo se calienta con la adrenalina y la ira tiñe todo de escarlata. Tras un par de flechas más, salto del árbol y termino con otra vida a la velocidad del cuchillo que saco de mi bota. Me coloco a espaldas de Juan, juntos, aumenta la velocidad y seguridad de nuestro ataque: sabemos que la espalda está segura. El choque de las espadas se mezcla con los gritos agonizantes de los guardias y solo el silencio me indica que la batalla terminó. Miro a mi alrededor, mis hombres milagrosamente están vivos, magullados, pero a diferencia de los guardias, quienes defendían oro ajeno, ellos lucharon con el coraje de quien lucha no solo por su vida sino por la de aquellos que cuentan con el resultado de la batalla para sobrevivir. Miro el campo teñido de mi venganza, miro lo que queda de la carroza y el botín que salvará a tantos. Veo a los huérfanos que he creado con mi flecha y mi cuchillo. Tengo que decirme que es por el bien de muchos. Reparto el botín, me llevo algo más para las viudas y huérfanos de los guardias. En la noche la obscuridad alberga mis más fuertes dudas en esta lucha donde ya no se quien es el enemigo, ni quien el héroe. El Rey a quien aclama el pueblo, pero que está en una guerra que no trae más que hambre. El príncipe que sube los impuestos so pretexto de mantener al héroe. Y yo, el ladrón que crea viudas y huérfanos para después salvarlos del hambre en un país que muere lentamente. Vestido Azul Con el vestido azul, que un día conociste me marcho sin saber si me besaste antes de irte. Tarareo la canción mientras quemo la última página de mi diario en la chimenea. Releí cada página antes de quemarla. Primero quemé las tuyas y después solo quedaron fragmentos de esta aldea gris. Estoy harta, no puedo seguir con la misma rutina todos los días. ¿Cómo podría? Hoy repetí la rutina por última vez, saludé a la señora gorda que se persignó ante el largo de mi falda, sonreí ante el anciano

que volvió a confundirme con mi madre. Limpié la casa y prendí la chimenea al atardecer. Ahora veo como las páginas se encogen, se ennegrecen, y desaparecen mientras las llamas parecen bailar pidiendo que no dejen de alimentarlas. Se terminó, ya no hay más hojas llenas de ti. Las llamas se agachan, me piden alimento. Decido darles todo aquello que te contenga. Empiezo con las fotos, pero tengo que seguir con la vela que me diste en ese aniversario, el mantel sobre el que comimos en aquella ocasión, las copas que usamos en ese brindis. Con el beso amargo de aquel licor, hubiera bastado mi amor. La canción sigue conmigo. Las llamas no parecen disfrutar del cristal tanto como del papel, lo tratan de saborear, pero se hartan y lo escupen en pequeños fragmentos que llegan hasta mi. Se clavan en mi piel y salen pequeñas gotas de sangre que caen muy lento; parecen tener tan pocas ganas de abandonar mi cuerpo como tu recuerdo. Miro a un lado y a otro: dos paredes grises; atrás: una ventana; frente a mi: solo la chimenea. Le doy la espalda a las llamas por un momento, las escucho mientras crujen por algo más y me doy cuenta de que los únicos recuerdos que quedan los llevo conmigo. Saco los fragmentos de cristal que siguen en mi piel, me acerco a la chimenea, los recuerdos salen junto con mi sangre, algo más rápido. Pienso que por fin me voy a deshacer de ti pero es cuando vienes a mi. Pensé que te habías ido para siempre, pero mientras le entrego mis últimos recuerdos a las llamas, me tomas de los brazos y me sacas por la chimenea. Puedo ver la aldea bajo nosotros y sonrío. Nunca más veré esos techos de triángulos en serie, las cercas que pierden sentido cuando todos pueden entrar a cualquier casa sin previa invitación, veo por última vez la chimenea que escupe el humo de tus recuerdos y cierro los ojos, dejando que tus brazos me lleven lejos de la aldea y lejos de ti. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos Más textos de Addy John Lackland La cerradura La huida La película Cinco


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Recomendaciones Mientras el coche avanza por la carretera, Amy clava su vista en las nubes y sube el volumen de si iPod; las únicas constantes en su vida parecen ser el cielo y la música de los Beatles. Su padre la está obligando por enésima vez a cambiar de casa, de ciudad, de amigos. Lo detesta, detesta ser la nueva en la escuela y detesta tener que empacar una y otra vez la posibilidad de una vida normal. A esto agregará un nuevo ingrediente: su vecino Arthur, un fantasma solitario, también amante del cuarteto de Liverpool y con aspecto de haber salido de una película retro. Tal vez este cambio no sea tan malo como Amy pensaba…

A LA SOMBRA DEL ÁNGEL Kathryn S. Blair

Pocos personajes hay tan apasionantes como Antonieta Rivas Mercado, una mujer que tomó un papel activo ante su mundo, lo que la llevó a ser una de las figuras más notables en el México de inicios del siglo XX. Escritora, bailarina, políglota, promotora del voto femenino, creadora de proyectos culturales, mecenas de los artistas más importantes de aquellos días... Kathryn Blair, esposa del único hijo de Antonieta, llevó a cabo una investigación de veinte años para darnos un retrato íntimo de esta mujer sorprendente. En esta novela descubrimos su vida, desde su primer entorno infantil en una élite cultural, con viajes a Europa y una constante sensación de orfandad frente a la madre, hasta los años decisivos de su etapa adulta, donde se revelan su frágil mundo interior, su ímpetu y sensibilidad artística, sus tormentosos amores y su relación creativa con artistas como Diego Rivera, Carlos Chávez, Manuel Rodríguez Lozano, Tina Modotti, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, el Dr. Atl, Nahui Ollin, entre otros.

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