Pesadilla en las redes, ¿esperanza periodística?

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Desde hace dos años, Facebook y Twitter atraviesan un vendaval de críticas inédito. La responsabilidad en el escándalo de las fake news, la tercerización de datos privados y la disconformidad de sus socios mediáticos obligan a repensar la relación entre dos industrias en tensión permanente. ¿Lo viral tiene los días contados? ¿Hay espacio para el optimismo en las redacciones?

Pesadilla en las redes, ¿esperanza periodística?

La tapa de Wired de marzo de 2018 no tiene palabras; apenas una imagen de‐ moledora. Un Mark Zuckerberg de ojos extraviados lleva la cara pintada de mo‐ retones, el labio inferior partido y una curita sobre el arco superciliar derecho. En las páginas interiores, los periodistas Nicholas Thompson y Fred Vogelstein ne‐ cesitaron 11.069 palabras para explicar qué hizo Facebook con el mundo y qué hizo el mundo con Facebook en los últi‐ mos dos años. En base al testimonio de 51 empleados actuales y pasados, con‐ taron como nunca antes las batallas entre la compañía y los medios tradicionales, las tensiones internas por la responsa‐ bilidad en el triunfo de Donald Trump y la desorientación de un CEO que no ter‐ mina de hacerse cargo de la criatura. En 2015 Facebook lanzó Instant Articles, una funcionalidad que habilitaba publi‐ caciones directas de los medios. Parecía un éxito: a mediados de año ya había su‐ perado a Google como el líder en lectores referidos a los sitios informativos. La pla‐ taforma se estaba convirtiendo en dueña de las noticias; el lugar por excelencia para conectar a los publishers con los lec‐ tores. Pero el enfoque tenía fallas. Face‐ book había contratado a pocos periodis‐ tas y no se estaba haciendo las preguntas cruciales: qué era un hecho, cómo se di‐ ferenciaba de una opinión, qué era justo POR PABLO CORSO I LU STR ACI ÓN : JAVI ER J OAQ UÍ N

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cubrir y qué no. En su obsesión por pre‐ servar la neutralidad, una investigación del Washington Post ocupaba el mismo espacio que la fake news de un medio re‐ gional. En febrero de 2016 –cuando la fiebre electoral empezaba a levantar in‐ tensidad en Estados Unidos– la compañía abrió una ronda de preguntas internas para Zuckerberg. “¿Qué deberíamos ha‐ cer para evitar que Trump sea presidente en 2017?” fue una de las más votadas. Por esos días ya había cambiado parte de su estrategia. Un feed de noticias popu‐ lares, generado por un algoritmo pero moderado por 25 periodistas, seleccio‐ naba las noticias más importantes y les daba prioridad en los muros. Cuando la web Gizmodo publicó que el equipo prio‐ rizaba las historias liberales en detri‐ mento de las conservadoras, el senador republicano John Thune pidió explica‐ ciones. Facebook negó las acusaciones pero a fines de junio volvió a cambiar el algoritmo: los muros priorizarían posts de amigos y familiares. Mientras la ame‐ naza de Trump se volvía más concreta, la empresa eligió mirar hacia otro lado. Por esos días, a Zuckerberg se le había abierto otro frente de batalla. Rupert Murdoch y Robert Thomson, del conglo‐ merado News Corp, le reprocharon el cambio inconsulto. Si Facebook no ofrecía un mejor trato a su industria, empezarían a quejarse en voz alta. Peligraba nada me‐ nos que el status público de neutralidad de la empresa que siempre se había de‐ finido como plataforma y nunca como publisher, algo que la habría puesto en la órbita de las regulaciones que siempre quiso sortear. Los medios se sentían el “socio bobo” de un monopolio codicioso; gastaban millones para producir histo‐ rias de las que Facebook se beneficiaba sin dar casi nada a cambio. El Huracán Trump puso la pelea en pausa. Sus consultores de campaña, plantea Wired, vieron en Facebook “la forma de di‐ rigir la operación política de marketing directo más efectiva de la historia”. La convirtieron en un vehículo recaudatorio; cruzaron datos, identificaron perfiles, di‐ reccionaron la publicidad y armaron gru‐ pos de seguidores cada vez más grandes. Los likes, comments y shares de los posts del magnate empezaban a multiplicarse.

También las fake news. Un estudio de Buzzfeed determinó que en los últimos tres meses de campaña las falsedades compartidas en la red habían generado más impacto que las principales noticias publicadas por The New York Times, The Washington Post y la NBC. Decían, entre otras cosas, que el Papa había pedido vo‐ tar a Trump, que Hillary Clinton era se‐ guidora de Satán y que había fundado Es‐ tado Islámico. Por acción u omisión, Fa‐ cebook había favorecido la polarización y el deterioro de la conversación pública. En uno de los resultados más inesperados de la política moderna, el 8 de noviembre de 2016 Donald Trump se convirtió en el 45to presidente de su país. Combatiendo al clickbait. Conmocio‐ nado y culposo, Facebook dio algunos pa‐ sos en diciembre. Si recibía señales de que una historia era falsa, la reenviaba a un equipo de fact-checkers. Cuando des‐ mentían un artículo, se lo etiquetaba como disputed (“en disputa”). Tampoco alcanzó. Los medios sentían que los al‐ goritmos los habían empujado a publicar historias cada vez más irrelevantes bajo el paradigma del clickbait (algo así como “ciberanzuelo”: las noticias escritas con el único propósito de generar clicks). Zuc‐ kerberg empezó a preguntarse si su cre‐ ación no había traído más daños que be‐ neficios. “¿Estamos construyendo el mundo que queremos?”, escribió en un post retórico. El factor Rusia (ver aparte), la presión de los medios y el descrédito ante los usuarios lo empujaron hasta que hizo una concesión inédita. Las empresas periodísticas que usaran los Instant Articles podrían empezar a cobrar suscrip‐ ciones, una estrategia de supervivencia para el periodismo en la era de la pos‐ verdad. La capa blanda del muro también cambiaría. En línea con la idea de que las interacciones se asocian al bienestar, em‐ pezarían a priorizarse las “interacciones significativas” (más comments y menos likes). “Facebook vuelve al negocio de ha‐ cernos sentir horrible por la inferioridad de nuestras vacaciones y la mediocridad de nuestros hijos, incitándonos a com‐ partir más nuestras privacidades”, enfu‐ reció el periodista Franklin Foer en The Atlantic.


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