En busca de la infancia perpetua Muñecos, cartas y álbumes de figuritas. De He-Man y los Titanes en el ring a los Super Amigos y los Ositos Cariñosos, el retrato de una maquinaria artesanal que funciona con la nostalgia y la obsesión como motores de un rescate emotivo de colección. Por Pablo Corso. Fotos de Sebastián Pani
L
a vitrina tiene dos cuerpos. En cada cuerpo, siete estantes. En cada estante, hasta cinco filas. Y en cada fila, al menos 10 muñecos. Son He-Man y Skeletor, Superman y Lex Luthor, Luke Skywalker y Darth Vader en un despliegue de poder obsceno: energía latente lista para destrozar el vidrio. Cada tanto, Adrián Paglini saca alguna de las 400 figuras –un cálculo conservador– para jugar con sus hijos. “Bajo mi supervisión”, aclara. Tiene 42 años, es alto y pelado, todavía musculoso. Lleva el Castillo de Grayskull tatuado en el hombro izquierdo, a Lion-O de los Thundercats en el derecho y a Thor en la pantorrilla. Estamos al fondo de una casa de un rincón de Saavedra, rodeados por yoyós de Flash, brazos de Mazinger y pósteres de Titanes en el ring. Un Orko de pañolenci flota sobre la ventana que deja pasar unos rayos de luz. Al principio, Adrián cuenta su historia en voz baja, un poco trabado. Pero después se suelta. Y no puede dejar de contar, de enumerar y de mostrar. “Mis placares están tomados”, reconoce. Cuando abre sus puertas, se le vienen encima arsenales de álbumes, cajas y carpetas con juguetes y memorabilia retro. Toca las hojas de una carpeta archivadora con regocijo.
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Rectángulos de nailon transparente protegen los sobres de figuritas, los tatuajes de los chicles Stani, los superhéroes escondidos bajo las tapitas de Crush. Cada objeto resucita un recuerdo difuso: un eco de felicidad instantánea. En 2002, cuando tenía 25, recibió una encomienda. La mandaba su madre desde Tres Arroyos, lugar que había dejado para estudiar en la ciudad. Había cartas de Match 4 (la clásica serie de vehículos de Cromy), vasos transparentes de He-Man y muñecos de los Super Amigos, la liga incorruptible del Salón de la Justicia. Mientras despegaba el furor de la compraventa online, Adrián empezó a comprobar que los recuerdos de la infancia, perdidos entre el tiempo y las mudanzas, podían recobrar materialidad. “Vengo a buscar un muñequito”, se presentó avergonzado en la casa de un coleccionista que tenía el Lex Luthor que le faltaba. De a poco, se fue soltando. Conoció a más fanáticos en las redes y aprendió a buscar gemas en eBay. Lidió con la ansiedad de las demoras y con la angustia de algunas pérdidas por el camino. Después de tachar todos los muñecos, capas y armas pendientes en los catálogos de Thundercats y Super Amigos, se decidió a saldar otra cuenta. Había sido fanático de
He-Man, pero los personajes y accesorios de Mattel eran demasiado caros. De a poco, fue comprando a Skeletor, Man-At-Arms y Teela en distintas versiones –las originales, de 1983; las adult collector, de 1998– en lotes. Dice que no era un fanático: solo los quería bien pintados y con todas las piezas. Pero lo perseguía un recuerdo. Al lado de la casa de Tres Arroyos, un vecino más acomodado disfrutaba del Castillo de Grayskull: el Rosebud de una generación. El día que lo consiguió, pudo cerrar el círculo. “Coleccionar es mi revancha”, resume desde el sillón donde maneja Universo Retro, el negocio que empezó hace una década como un blog en el que posteaba fotos de sus nuevos muñecos. Ahora es una plataforma de producción y venta de juegos de naipes inspirados en Cromy, libros de cómics con reediciones emblemáticas como Cazador y otros de homenaje a Carlitos Balá, Anteojito y el dibujante José Luis García López, entre otras piezas que buscan reconectar con la infancia. Aunque usa nombres y personajes que cotizan en divisas, Adrián plantea que lo suyo es valor agregado: contenido nuevo a cargo de dibujantes y diseñadores argentinos. Cuando no está yendo al correo para enviar sus productos al interior, carga con
Adrián Paglini, fundador y dueño de Universo Retro, y su invaluable colección.
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