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Todos los galgos van al cielo
( o a u n d o s a m b i e n t e s e n Alm a gr o ) Como nunca en la vida política reciente de los argentinos, un animal se llevó la atención de todos. La semilegalidad de las carreras de galgos se terminó de restringir en el Congreso, prohibiendo la actividad con penas no excarcelables. En el fondo, la tradición, la sensibilidad citadina, el cuentapropismo criollo, las barbaridades cometidas, los derechos de los animales y el populismo instagramero agitaron, una vez más, diferencias de clase y de las otras. ¿Alguien puede por favor pensar en los galgos? Esta mañana, Lucero tiene furia. En casa es pura calma: duerme en un colchón de dos plazas y se ducha con calefacción. Pero ahora, cuando le zumban las carreras junto al oído, tres microespasmos viajan por el lomo fibroso y electrifican su pelaje gris. - Ya de chico le encantaba venir. Sabe que es domingo. Hoy empezó a llorar a las 7. Lo dice su dueño Marcelo Machy Senas, que vive en Cañuelas, trabaja en un barrio privado y usa una remera con la frase “Mi madre me dio la vida. Los galgos, las ganas de vivirla”. Lucero tiene una musculosa blanca y un bozal de plástico. Mientras lo acercan a la línea de meta, corcovea como un toro de rodeo. POR Pablo
En las gateras, los perros están tensos. Ya no quieren palabras ni caricias de sus largadores: solo hacen foco en la “liebre”. Cuando el manojo de flecos sale disparado, las puertas se abren con un chasquido metálico. Un milisegundo después, los galgos activan su épica. Las pisadas sobre la tierra húmeda son una ráfaga fugaz. Los perros flexionan y estiran las patas, encorvan y extienden el lomo, suben y bajan el morro. Antes de que todo termine, pero cuando ya está todo definido, los dueños se meten en la pista para que no se escapen. Lucero queda segundo. Machy lo agarra del pescuezo, le hace tomar 200 mililitros de agua azucarada y disimula la frustración: Corso
Fotos: Javier Borri
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“Ahora se tira a dormir dos horas”. El canódromo bonaerense está en un campo perdido, entre silos y galpones. A un costado de la pista observan peones en bermudas, gauchos con pulóver y familias de picnic. Vienen de Chivilcoy, Bragado, Marcos Paz, Moreno, La Plata. Creen en la familia y en Argentinísima Satelital, en la liberación de la genética y en la restauración de un destino: sus perros nacieron para correr. La escena ya es clandestina en la primavera de 2015. Un año más tarde, cuando el Congreso prohíba la actividad en todo el país, será una postal inhallable. Pero los galgueros insisten: no son una mafia ni cortan los tendones de los animales descartados. Los