La Alquimista de Alundaín

CAMPAMENTO NACIONAL DE FORMACIร N DE CUADROS La Vecilla (Leรณn), del 01 al 18 de agosto de 2.016

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Estos pequeños retales de una historia extraordinaria, que pronto será más vuestra que mía, narra las alegrías y percances que suceden a una Alquimista y su Aprendiz. Puede que os identifiquéis en estas líneas, aparentemente sin relación, pero que si soñáis y creéis en la magia como lo hacen los Alquimistas no tardaréis en entender.

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1.

Prolegómenos

La protagonista con la que compartiremos unos días —además de lo que vuestras memorias os permitan— es maga, sabia, erudita, conocedora de las mil verdades, sabedora de sortilegios y de los vericuetos de las sombras.

Su nombre, como las raíces de un árbol milenario, se hunde en la tierra tintándose de misterio.

Escribe caminos con sus pies desde que los caminos son caminos, persigue cada día el haz de luz hasta que se esconde. Sus ropas son sencillas, aunque puede entreverse algún tipo de amuleto que descansa sobre su pecho. Y sus cabellos, cenicientos y oscuros como la noche, esconden un rostro con tantas arrugas como el bastón que la acompaña.

Su pasado estaba ligado a la sociedad. Pero algo hizo que dejase su anterior vida para embarcarse en las quimeras de sus sueños. Ahora vive sola, de forma discreta. En su bolsa de viaje guarda un sinnúmero de recipientes con formas extrañas y cada uno guarda un color diferente, pero todos tienen varias capas en su interior de lo que parece ser una espuma cristalizada. Asimismo, una larga fila de frascos de variopintos colores y densidades rodea el forro interior de la bolsa.

Deducimos pues que se trata de una Alquimista. El arte de convertir cualquier metal en oro, así como también de hallar el elixir de la vida eterna, además de muchas más cosas imbuidas de misterio, como Alundaín, un lugar mágico que pocos conocen…

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2.

Aparece el Aprendiz

La alquimista dormía. La chimenea de su cabaña en medio de ninguna parte emitía una columna de humo que iba desdibujándose hacia arriba y las estrellas ponían puntos suspensivos a los pensamientos de todos aquellos que dormían plácidamente.

Pero de repente, un ruido ensordecedor rompe la calma de la casa. La Alquimista se despierta sobresaltada. Ha sonado como a cristal estallando en mil pedazos. Sale de la cama y acude al lugar desde el que procede el ruido acompañada de un candil. Apenas entra en la estancia, la luz ilumina la cara del visitante inesperado.

Tenía cinco o seis frascos en cada mano y sujetaba un alambique entre la barbilla y el pecho. En el mismo instante en que la luz del candil se reflejó en el oscuro iris del ladrón, este ya tenía un pie en el alféizar de la ventana y se disponía a huir.

Excepto que no esperaba que con un movimiento de bastón de la Alquimista cayera redondo y se golpease la cabeza contra el suelo.

—¡Eh! ¿Pero usted quién se ha creído que es?

—¡Una anciana alquimista que dormía plácidamente hasta que un muchacho entrometido me ha sacado de mi sueño profundo!

—¿Alquimia… y eso qué diantres es?

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Digamos que la curiosidad de un muerto de hambre que buscaba algo que llevarse a la boca, pudo más que el atronador ruido de su estómago. Y ya con un mendrugo de pan que le ocupaba todas las fauces, observó atónito como la Alquimista le hacía una demostración. La Alquimista cogió una piedra del suelo, y cerró su mano sobre esta mientras algo misterioso parecía arremolinarse alrededor. Cuando la volvió a abrir, el viajero entrometido observó tres pequeñas esferas.

—He aquí los materiales que formaban la piedra, separados ahora.

Y con otro movimiento mecanizado volvió a cubrir la piedra con sus manos y al volverla a abrir apareció la misma piedra de antes.

En la cabeza del aprendiz una nueva idea tomó forma. Algo que hasta ahora no había sentido nunca produjo una chispa en su pecho, un sonido como el que produce un cofre al abrirse, un tic lleno de magia que le enturbió la mente. Quiso convertirse en lo que vieron sus ojos, decidió ser un Alquimista.

Y así, con este asombro y con el consentimiento (muy fácil de conseguir por otra parte) de la Alquimista, este muchacho se convirtió en su Aprendiz.

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3.

Pasado en la sociedad

En la sobremesa es donde nacen las grandes ideas. Pero sobre todo, es cuando la gente se relaja y se sincera incontroladamente, como si toda la comida que ha pasado por la garganta hubiese narcotizado la tapia del autocontrol. Un día, tras un largo y ligero asueto, el Aprendiz, tras la adaptación a su nueva responsabilidad, aprovechó para preguntar algo que hacía tiempo que le reconcomía.

—Maestra, ¿usted ha comentado en alguna ocasión que vivía en sociedad como casi todo el mundo, ¿qué ocurrió?

La dichosa sobremesa hizo lo que no podía haber conseguido ningún suero de la verdad. La Maga comenzó a hablar.

—Me cansé de lo fácil —susurró hacia el suelo con la mirada inversa en su café humeante.

—Lo fácil, ¿a qué se refiere? —mientras el ceño del aprendiz cobraba una forma parecida a un signo de interrogación.

—Lo más fácil en estos tiempos que transcurren hoy en día, grises y gélidos, es dejarse llevar por la corriente. Es más sencillo de lo que parece. Te presionan, te asustan, te acurrucan en un rincón enmanillado de manos, pies y labios. Un contingente de voces atractivas y melodiosas que te atraen como la miel a las abejas siempre rondan

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tus oídos. El derecho a ser feliz pasó a transmutarse en el deseo por tener cosas. Las posesiones empezaron a ser más importantes para la gente que lo que de verdad consuela el alma, el amor. Tenían las manos llenas y los corazones vacíos. En lugar de establecer vínculos entre sus iguales se limitaban a agazaparse entre las montañas de alhajas que poseían hasta enloquecer. Explotaban guerras por memeces, se peleaban por porciones de tierra, articulaban sus lenguas sin apenas pensar. Usaban las divisas como carta de presentación, destruían la naturaleza escribiendo las últimas páginas de su futuro. Confundieron progreso con abuso: moral, económico, tecnológico, social…

Y yo, harta, harta de seres inmisericordes, harta de consignas vacías, harta de un sinfín de normas sin cabeza, harta de los seres que aborrecen la luz y que reptan en las sombras, di la espalda a una sociedad que olía a cerrazón y partí en busca de una respuesta a una pregunta que tal vez exista. Desde entonces la Alquimia me ha ayudado a conocerme mejor, ahora ya no soy desconocedora de la magia de las personas. Nunca creí en lo fácil.

El Aprendiz vio como la ira de la Alquimista iba difuminándose con su discurso, hasta suspirar tras sus últimas palabras, parecía que estaba en paz con ella misma.

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4.

El intercambio equivalente

En uno de esos innumerables días en los que el Aprendiz se hallaba enterrado entre libros y sin más luz que la de una vela, el rostro se le encendió de repente al encontrar en un viejo pergamino lo que andaba buscando: Para obtener algo es necesario sacrificar algo de igual valor, este es el principio que rige la Alquimia, el intercambio equivalente.

El aprendiz dejó a un lado un montón de notas sobre cantidades de azufre y mercurio y fue hasta la parte que le interesaba.

Dejando de lado la trasmutación de metales, también en el plano inmaterial se produce este efecto. Para poder corresponder un gran favor tiene que producirse algo igual desde el otro lado.

Las fuerzas que viajan entre dos o más personas convergen aunque estén a grandes distancias de separación. Y siempre que la magia de una persona reaccione sobre alguien, la persona receptora estará al mismo tiempo ejerciendo su magia sobre ella.

El Aprendiz se golpeó contra el mamotreto sin entender nada de nada. Pero no se rindió y siguió buscando.

Mientras su mente buscaba una explicación a todo aquello, notó algo en los pies. Se trataba de un conejo, que posiblemente se había colado por la puerta mientras trabajaba.

Dejó el estudio y lo posó sobre su regazo pensando que en cierta manera, uno siempre recibe lo que da.

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5.

Susurros desde Alundaín —¿Qué es exactamente Alundaín? —lanzó al aire el Aprendiz frunciendo el

ceño.

—La etimología de Alundaín se esconde entre quimeras. Se trata del punto exacto donde convergen las imágenes de todos los locos soñadores. Aquí pululan todas las respuestas a los peros del mundo que las almas rebeldes han formulado. No te engañes, no se trata de un monumento funerario o de una fosa común de sueños rotos.

En Alundaín todo es posible. Los que aspiramos a ver Alundaín somos un grupo de soñadores que quieren evadirse de una vida monótona y acomodada. Tenemos tantas razones para estar juntos como locuras inventa un enamorado.

Queremos crear, descubrir, pensar en este lugar donde todo el mundo tenga la posibilidad de realizar sus sueños y fantasías. Eso es Alundaín, un lugar: donde todo es posible, donde la felicidad es una verdad irrefutable, donde sobran las aventuras, donde la gente sueña despierta y la magia de los sueños es la fuerza de nuestros actos.

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6.

Cicatrices

Mientras el Aprendiz pululaba por el laboratorio, inquisitivo con todos los frascos de vidrio, se paró ante el horno de Atanor. Mercurio, su nueva mascota, andaba correteando por encima de todos los aparatejos. Allí siempre había un fuego encendido, aunque la Alquimista no se encontrase trasmutando metales. Los leños crepitaban con una cálida melodía que aletargaba la mente del aprendiz. Una vez más el tiempo dejó de existir y sus ojos se hundieron en el fuego sin buscar nada.

—¿Y bien? —con estas palabras la Alquimista sorprendió al aprendiz que salió de su anquilosamiento súbitamente.

—Nada maestra, me encontraba aquí observando el fuego. Las llamas que arden por dentro de los leños sacan a relucir unas delgadas líneas naranjas que parecen feas cicatrices, que van ensanchándose hasta quebrar el tronco.

—No todas las cicatrices son feas, ni mucho menos malas —dijo la Alquimista.

—No le entiendo —respondió sorprendido.

—Hay cicatrices que no se ven. Las personas recorren los caminos preocupadas por no darse de bruces contra otra otros caminantes, sin embargo, sus almas se tocan.

Todas nuestras almas convergen. Cuanto más tiempo pasamos con alguien más posibilidades hay que deje algún estigma en nosotros. Y eso, ni es feo, ni mucho menos malo.

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Los ojos del Aprendiz seguían pidiendo más, así que no se movió ni hizo ademán de hablar.

—Igual que los árboles acumulan cicatrices según crecen, nosotros también lo hacemos. Todas las personas que se han cruzado en nuestro camino nos han dejado cicatrices y precisamente porque no pueden verse, somos nosotros los que tenemos que recordarlas siempre.

El Aprendiz examinó concienzudamente su mano, pensando que lo que buscaba no se podía ver y se hundió en sus recuerdos para pensar en todos aquellos que habían dibujado sus cicatrices, las que le habían llevado a ser como era.

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7.

Constelaciones

Tras otro día de duro trabajo, Alquimista y Aprendiz reposaban junto a la lumbre. A uno le dolían todos los músculos por haber tenido que reordenar el laboratorio una vez más tras una nueva explosión, al otro le dolía la cabeza mientras se devanaba los sesos por encontrar el error en la fórmula accidentalmente explosiva. Ambos esperaban que el otro entablase conversación.

El Aprendiz, como siempre, preso por su arrojo, fue el primero en lanzarse: —¿Conoces las historias detrás de las estrellas, maestra?

—Por supuesto —le contestó la alquimista con indiferencia—. Desde tiempos de los griegos han llegado hasta nosotros esas bellas historias. Cuentan los mitos de los grandes héroes. Mi favorita sin duda es Casiopea, una historia alucinante sin duda, comienza con…

—Eso pensaba yo que dirías —le espetó el Aprendiz con una sonrisa casi redonda—. De donde yo vengo se piensa diferente. Pensamos que las constelaciones resumen nuestras aventuras y caminos recorridos. No son sino un mapa que nos recuerda de dónde venimos para blindar nuestros sueños. Por ejemplo, esa que tienes ahí enfrente de ti, esa con forma de cazo, marca el camino de mi hermano. Él, como yo, partió muy joven a buscar su leyenda, y tras varias aventuras parece haber encontrado un lugar donde quedarse.

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La Alquimista, asombrada, no pudo evitar preguntar.

—¿Crees que también mi vida ha dejado su estela en el cielo?

—Los menos aventureros tienen una única estrella —explicaba el Aprendiz al tiempo que tejía todo un entramado de líneas ascendentes y descendentes por el cielo—.

Pero si bien tú no has dejado nunca de ir de aquí para allá, todo el firmamento puede ser tu vida. Solo tú puedes encontrarte en el cielo. A ti y a los tuyos.

Era noche cerrada. Y los dos escrutaban el cielo en busca de recuerdos mágicos, buscando en el mapa estelar el tesoro de su vidas.

8.

El día

Los días se suceden siempre uno detrás de otro y nuestros protagonistas nos son más cercanos. Siempre aprendemos algo de sus aciertos y errores, de sus formas de ser y de sus gustos.

A la Alquimista le gusta el día. Le sorprende como la luz del sol llega tan rápido a todos los sitios. La luz tiene algo, algo que te despierta más que el café. La Alquimista es una de esas personas que podría pasarse toda una mañana mirando el cielo hasta que pase una nube con la forma que está pensando. Y de repente darse cuenta de que el tiempo se le ha escurrido bajo su atenta mirada hacia el cielo. Pero a ella el tiempo le da igual.

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Acepta un día lluvioso como quien se acepta como es. La lluvia es tan buena como lo son los rayos del sol. Es feliz en este concierto de dos movimientos que es la vida. Tras la leve música de la noche empieza la orquesta de briznas que bailan al azar del viento, pájaros que contestan a la sombra danzante de un árbol agradecido.

La Alquimista sigue engañándose día a día. Cree que no necesita compañía, que nunca volverá a vivir con sus iguales, pero por los barrancos que son sus arrugas cada vez fluye más una idea más fuerte, la idea de volver y actuar.

Y entre estos y otros pensamientos más anodinos se gira, para ver si su sombra sigue ahí. Y mientras ve cómo el Aprendiz sigue recostado con su forma tan particular y desenfadada, tratando de meter a Mercurio dentro de un sombrero, y sonríe sin mover los labios.

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9.

La noche. El Halconero Real de los sueños

Al aprendiz le gusta la noche. Y dormir alto, cuanto más alto mejor. Piensa que cuanto más cerca se encuentra de las estrellas más brillantes serán sus sueños.

Los sueños forman parte de la Alquimia en cierta manera. Nuestros más profundos deseos forman una amalgama con el dolor, la alegría, la frustración, la perseverancia, el amor y así con todo lo que experimentamos.

Pero todo esto no sería nada sin la figura del Halconero Onírico. Dentro de cada uno de nosotros existe un Halconero Real de los Sueños. Él es quien se encarga de llamar a unos y a otros y dar luz y nitidez a los sueños.

Sabe qué motivaciones necesitamos para afrontar un desafío, qué recuerdos tiene que traer de vuelta antes de que tomemos una mala decisión, qué sensaciones tiene que despertarnos antes de separarnos de alguien importante.

El Halconero Real de los Sueños también gusta del divertimento. De vez en cuando nos lanza lienzos incomprensibles que no entendemos, imágenes que no tienen explicación alguna, trata de despistarnos. Pero siempre llega el día en que ese sueño cobra sentido.

Es una forma de mostrarnos nuestros deseos, nuestros anhelos, nuestros sueños, dentro de los mismos sueños. Y por supuesto es que nos descubre Alundaín, donde todos trabajan con todos por conseguir la felicidad.

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No vayamos a pensar que el Halconero Real solo trabaja de noche, también podemos soñar despiertos, con los ojos como platos. Depende de nosotros aprender a soñar de día. Porque cuando encuentras a alguien que sabe soñar con los ojos abiertos, ves en su mirada un brillo especial, y si te acercas lo suficiente y prestas atención, puede que alcances a ver su Halconero Real de los Sueños echando fuego al horno de Atanor que es nuestra mente, donde todo lo que vivimos se mezcla y se convierte en el oro de los sueños.

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10.

El horno de Atanor

La noche es el lugar idóneo para los alquimistas. Las energías dejan de moverse de aquí para allá y pasan a concentrarse en ciertos lugares mágicos. Igualmente, todos los metales cobran un brillo especial sin más luz que el fuego del horno de Atanor.

Aquí la Alquimista pesa diversas cantidades en la balanza y las soluciones van viajando de alambique en alambique. Mientras lleva a cabo su búsqueda, sus labios se mueven imperceptibles y recita sortilegios con los que da forma al metal y controla al fuego. Sus palabras mágicas y la armonía del fuego parecen encajar en un profundo nivel de conciencia. A la Alquimista le encanta crear, transformar la —a veces— aburrida realidad.

A lo largo de su aciaga búsqueda se ha dado de bruces contra el fracaso tantas veces como su corazón se contrajo. Y no por eso cesó en su empeño. Sabe que lo difícil se cocina a fuego lento, que las cosas eternas no se hacen en un segundo, y que mientras busca la respuesta a un único acertijo, hallará otras mil respuestas a su vida.

El Aprendiz observa y cataloga en su mente todos los movimientos y palabras que caza al vuelo de boca de su maestra. En un momento dado ve que la Alquimista flaquea y está a punto de venirse abajo. Lleva toda la noche luchando contra su perseverancia.

El Aprendiz cree que puede echarle una mano, se acerca al horno de Atanor, manda a descansar a la Alquimista y sigue la cadena de conjuros inaudibles sin equivocarse en una sola palabra. El fuego le hace caso.

La Alquimista, entre parpadeos de abatimiento, sonríe por dentro al ver que el Aprendiz le ha brindado su ayuda.

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11.

Un cielo sin líneas

No me gusta ser de ninguna parte. El hombre olvidó hace demasiado su naturaleza viajera. Los ríos no dejan de fluir, las aves no dejan de volar, el cielo no deja de girar sobre nuestras cabezas… y nosotros nos obcecamos en quedarnos quietos, en echar raíces, aunque en lugar de crecer como los árboles nos empequeñecemos, nos volvemos oscuros, vacíos… como si no quisiésemos formar parte de este mundo.

Los hombres, según pierden la movilidad en las piernas y en la mente quieren poner barreras por todas partes. Las únicas barreras que no conocen son sus ideas cerradas y malolientes. Levantan muros, alambradas, zanjas, dibujan mapas coloreando según los recursos que la tierra les ofrece en cada lugar… No pertenecen a ningún sitio, solo a las cosas. Nadie puede negarse a compartir con nosotros este cielo. Incluso ponen fronteras dentro de sí mismos, separan lo que piensan de lo que sienten, lo que sienten de lo que sueñan, lo que sueñan de lo que persiguen equivocados…

La patria de los hombres está debajo del cielo y la única lengua que no debieran entender es la bífida lengua de la intolerancia.

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Se empeñan en llamarse hermanos de una misma tierra, cuando lo que comparten es el cielo, sin líneas y con un color que solo recuerda a paz.

12.

De la perfección y el dolor

—¿La perfección? No la he conseguido todavía, en ello ando enfrascado.

—Aquí todo está enfrascado —señaló el Aprendiz con sorna mientras le daba a Mercurio un trozo de zanahoria-.

—Verás, cuando yo era pequeña, me encantaba dibujar, dibujaba a todas horas.

Aves, paisajes, sueños, invenciones. En el momento en que daba por terminado el dibujo, me parecía perfecto. Me asombraba de mi talento, la forma en que perfilaba, las sombras que conseguía con el carboncillo. Y orgulloso, guardaba todos mis dibujos.

Transcurrido un tiempo, cuando no conseguía la técnica que deseaba, buscaba refugio en el pasado, sacaba mis dibujos a respirar, a ver si enarbolando la bandera de un pasado glorioso me motivaba a perseguir mis metas. Mi sorpresa fue que ya no me parecían nada buenos, con el tiempo había superado mi propia creación y ahora cualquier simple garabato podía eclipsar aquellos dibujos.

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—¿Dejaste de dibujar? —preguntó el Aprendiz en busca de una moraleja precipitada.

—Nunca se me ocurrió, aquello me sirvió de consuelo, pensé que con trabajo duro y poco tiempo puedes superar a tu yo del pasado. Y todavía hoy me sigue pasando en todas las facetas, no dejo de aprender de mis errores, aunque a veces sigo tropezándome en una piedra que me es excesivamente familiar.

La Alquimista guardó una pausa dramática reordenando las ideas en su azotea.

—¿Y sabes lo que resulta aún más curioso? Que con el dolor pasa justo lo contrario. En tu juventud cualquier punzada de dolor parece mortal, una caída, una pérdida… pero con el tiempo aprendes a llevar ese dolor. Pero este nunca desaparece, al contrario que la perfección, que es tan difícil de encontrar.

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13.

Encuentro casual

Nuestros dos protagonistas se encontraban enzarzados en una discusión de nuevo.

—¿Es que acaso hace falta andar para considerarse a uno mismo caminante? — exclamó la Alquimista.

—¿Conoces algún poeta que no escriba poemas aunque sea en sus pensamientos?

La Alquimista rió.

—Tú mismo lo has dicho, no hace falta que recorra caminos de verdad, puede recorrerlos en su cabeza.

Una vez me crucé con un caminante. Llevaba poco equipaje: una vieja bolsa de viaje raída por las costuras, un catalejo lacado y un cuaderno destartalado en el que durante el trayecto que compartimos no dejo de anotar cosas.

—¿Dónde vas? —le pregunté.

—Donde mi azar y los caminos me lleven.

Compartí con él una noche en un refugio para peregrinos. No soltaba prenda. Estaba agazapado en un rincón, pero sin dar señales de temor. Parecía estar desintegrando todo 21

lo que le envolvía. Parecía que estuviese desmontando la realidad átomo a átomo y tras esto se dedicase a ensamblar parte a parte de nuevo hasta reconstruirlo todo y dejarlo intacto. No hizo falta que intercambiáramos otra palabra. Noté que le gustaba el silencio. Yo por aquel entonces era joven y quería que mis ideas llegaran a todos a gritos. De este caminante aprendí el valor del silencio. Más tarde supe que había dejado de andar. La fuerza inicial con la que empezó la andadura se había difuminado en sus sueños. Decidió parar y seguir caminando entre sus ideas. Además justo antes de que nuestros caminos se separasen me entregó un pequeño trozo de piel que todavía guardo que rezaba “la plegaria del caminante”. Me dijo que ya no lo necesitaba, lo había tatuado en su memoria.

—¿Así que siempre será caminante?

—Así es.

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14.

Aparición

Tal vez hoy aparezca Alundaín. Las condiciones han de ser especiales. La luz ha de incidir de una forma específica sobre el horizonte, el aire no ha de pesar, la mente ha de estar en calma. La noche es su espacio natural, emite su propia luz.

Tal vez esta noche aparezca Alundaín.

Es lo que todos los buenos alquimistas desean. Es por lo que luchan día a día. Se trata de un espacio único, donde se encuentran los iguales y pueden verse a la cara como lo que son, hermanos de cielo.

Tal vez esta noche aparezca Alundaín.

Si apareciese, debéis estar listos. La magia solo se ve cuando uno quiere verla. Y tan solo hace falta que parpadeéis para perderos algo que siempre recordaréis. Alundaín es vuestro, lo habéis construido vosotros, son vuestros sueños, la magia que sabéis sacar de las pequeñas cosas, el brillo de una estrella imposible que todos lleváis en vuestros actos. Es el lugar desde el que se extrae la magia de los sueños para poder seguir viviendo, es la fuerza que os ayuda en vuestros actos. La luz iluminará lo que buscáis en medio de la noche.

Tal vez, esta noche, aparezca Alundaín.

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15.

Pintura corporal

La Alquimista garabateó en uno de sus cuadernos amarillentos algo con forma humana. Tras esto, comenzó a lanzar pinceladas de colores al tiempo que hablaba a su Aprendiz.

—Cada color que ves aislado en el interior de este cuerpo representa una cualidad humana. Pongamos que el rojo es el sufrimiento, el azul la alegría. Si algo me ha enseñado la Alquimia es que los metales son por sí mismos algo, pero cuando los mezclas con otros es donde surge la verdadera magia, en el mestizaje de los metales.

Esto ocurre dentro de nuestros cuerpos con todos los colores que guardamos. Tenemos amor, esfuerzo, perseverancia, que por si mismos son duros como el acero, sin embargo en cuanto se mezclan entre ellos es cuando la magia obra su efecto.

Algunas de estas mezclas tienen nombre, porque las personas somos de ponerle nombre a todo, cuando mezclamos rojo y azul por ejemplo, sufrimiento y alegría, aprendemos a levantarnos después de fracasar, esto se llama resiliencia.

El problema es que no siempre podemos nosotros mismos controlar nuestro interior y, como alquimista que aspiras a ser, siempre debes perseguir esta química interior tan particular.

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El Aprendiz dio un respingo, como si hubiese estado ausente y preguntó: —¿Entonces tenemos colores en nuestro interior y podemos hacer cosas con ellos?

Su maestra se echó las manos a la frente descorazonada y retomó la explicación, en busca de un símil diferente y con la esperanza infinita que caracteriza a los grandes maestros. Porque algo no se sabe de verdad hasta que se es capaz de trasmitirlo, puedes conocer la localización exacta de un tesoro que quieres compartir con alguien, pero si no enseñas el camino o acompañas a ese alguien, nunca encontrará el tesoro… En este caso el tesoro es Alundaín, un corazón que nos une a todos, una marca irreconocible, algo que es solo nuestro.

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16.

Del amor y las arrugas

Pasó una noche, pasó una mañana. En este pequeño universo que nos ocupa todo seguía igual y nada era lo mismo. Mientras la Alquimista meditaba sobre el peso de dolor, reparó en que su joven Aprendiz estaba garabateando en un papel. Mercurio olisqueaba la hierba y pasaba inadvertido. La Alquimista se acercó acechando por la espalda sin que el Aprendiz advirtiera su presencia. Estaba dibujando a una mujer. Una mujer bellísima.

—Si querías dibujar a una hermosura solo tenías que haberme pedido que posara—le increpó la Alquimista y acto seguido preguntó—: ¿Es alguien real o es invención tuya?

—Es una chica que conocí en uno de mis viajes. Su piel era tan morena y cálida como la tierra en verano… creo que me enamoré de ella en el mismo momento en que entró en mis ojos.

—Oh, me estás provocando arcadas hijo —soltó la Alquimista abruptamente sacudiéndose el vestido— ¿Tú también eres de esos que idealiza el amor? Lo único que sabéis hacer es fijaros en el caparazón y si algo os resulta feo lo cubrís de mármol o pintura, o peor, miráis hacia otra parte.

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—Tú no lo entiendes —Tú no lo entiendes, tú no lo entiendes… ¡Tú sí que no lo entiendes! Ya tenemos aquí al dechado de virtudes, al abanderado del amor. El amor es sordo a imperfecciones, ¿crees que mis arrugas no son bellas? Te equivocas, ¡he tardado tantísimos años en conseguirlas!, ¿cómo no iban a ser bellas?

Deja de mirar con esos ojos que solo ven y ponte a mirar con tu corazón que además siente. Y deja de pensar si esto o lo otro es amor o no sé qué, uno no sabe lo que es el amor. Uno lo siente. Hay tantos tipos de amor como ideas descabelladas en esta cabezota tuya.

El aprendiz ignoraba a su maestra mientras repasaba los trazos de su dibujo con los ojos cerrados.

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17.

Es fuerza

Los que no se rinden nunca saben lo que es el esfuerzo. Un combustible invisible que nos alienta a no rendirnos. El esfuerzo es la fuerza de nuestros corazones, y no se mide en logros o fracasos, sino en intentos. Porque la perseverancia enseña en su camino sin darse cuenta.

Los Alquimistas son adalides del esfuerzo, entregan sus vidas a un camino cuyo éxito seguramente no logren, pero eso les atiza todavía más. Hay que ir con cuidado al utilizar la palabra imposible, en cualquier momento, un loco, un Alquimista, puede lograr algo con lo que todos sueñan y hacerlo tan posible como el día de mañana.

Pero, ¿de dónde sale ese empuje por perseguir un sueño? Nace de la responsabilidad de ser felices, de la obligación de utilizar las alas que nos nacen, del sudor que riega nuestras ilusiones y batacazos.

La vida es generosa con nosotros y tenemos que devolver esa generosidad luchando por saber quiénes somos. Quien no se esfuerza, quien no lucha, no vive de verdad.

Es fácil reconocer a un luchador, tiene una mirada única y desafiante que alcanza las estrellas, salta mares y empuja muchedumbres. De la magia de nuestros sueños, sacamos la fuerza para nuestros actos. Esforzarse por cumplir un imposible, es sobre todo, vivir.

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18.

El hilo dorado

La Alquimista colocó una mano sobre la mejilla del aprendiz y dijo:

—A la gente no le gustan las despedidas. No entiendo por qué, da igual lo bien que hayas actuado, cuánto hayas dicho, cualquier cosa que digas en esos últimos segundos antes de decir adiós será más importante que todo lo que dijiste en el pasado.

Mi sortilegio más potente, mi conjuro más poderoso, es este recuerdo que conservaré, no solo mientras mi cuerpo se sostenga, sino mucho más allá en el tiempo, después de la carne, después de la vida. Un recuerdo en forma de hilo dorado que me ata a cada una de las personas con las que he compartido algo importante y que nos hace sentir especiales, solo nosotros podemos verlo, permanece invisible para el resto. Porque en caso de que necesitemos ayuda mutua, podemos encontrarnos recogiendo el sobrante del hilo en una madeja. Porque lo que hemos vivido es pura magia y es más real que nada.

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Por mucho que nos empeñemos en sentarnos delante de un brote a observar cómo crece la flor, nuestros ojos no son capaces de fijarse en tan pequeños detalles. Y sin embargo, el resultado nos sorprende observando. De igual forma yo no sé cómo has crecido bajo mi atenta mirada. Y ahora, llegado el momento de nuestra separación, eres grande.

A la gente no le gustan las despedidas. No entiendo por qué.

Y si alguien algún día se cruza en nuestros caminos, nos reconoceremos, por nuestras cicatrices, por nuestros sueños y por el cielo, que será el mismo que ha sido testigo de todo esto que ya se va haciendo polvo poco a poco, pero que mientras nos despedimos, se cristaliza en nuestro interior.

Después de esto ninguno dijo nada, el Aprendiz dio media vuelta y emprendió su andadura dándole las gracias a su Maestra, por haberle dado tanto a cambio de nada.

Textos de Juan Rivera Sanjaime Director de Formación

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