Nº 1. Invierno 2020. Oniria Literaria.

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ONIRIA LITERARIA

El tiempo Invierno 2020/21 - Nยบ 1 REVISTA TRIMESTRAL


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Editorial CONSEJO EDITORIAL PUBLICIDAD

Begoña M. Palomares Edición y Diseño Adela Castro Corrección Carmen Sevilla Red Social Jairo Roa Revisión

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Inma-Macu Díaz Colaboración

COLABORACIONES - Abierto a creaciones literarias y artísticas originales. - La no ficción abarca reseña, artículo, entrevista, reportaje... - La temática será propuesta en cada número, en la última página. - La revista Oniria no se hace responsable de las diferentes opiniones vertidas en esta publicación. - Todas las secciones, funciones y colaboraciones, así como los contenidos, publicación y difusión son de carácter gratuito. - Fechas de publicación: septiembre, diciembre, marzo, junio. - Envío de material antes del día 1 del mes de publicación. - Solicitar por correo electrónico las directrices de publicación.

Editado en Sevilla por Oniria Literaria. ISSN: 2695-9542 Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Imágenes de cubierta, contracubierta y secciones procedentes del banco gratuito de Canva.


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EDITORIAL

POESÍA FOTOGRAFÍA

RELATO ARTE DIGITAL

NO FICCIÓN

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Nº 1 . El tiempo Tiempo sin tiempo Mario Benedetti Preciso tiempo necesito ese tiempo que otros dejan abandonado porque les sobra o ya no saben que hacer con él tiempo en blanco en rojo en verde hasta en castaño oscuro no me importa el color cándido tiempo que yo no puedo abrir y cerrar como una puerta tiempo para mirar un árbol un farol para andar por el filo del descanso para pensar qué bien hoy es invierno para morir un poco y nacer enseguida y para darme cuenta y para darme cuerda preciso tiempo el necesario para chapotear unas horas en la vida y para investigar por qué estoy triste y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo tiempo para esconderme en el canto de un gallo y para reaparecer en un relincho y para estar al día para estar a la noche tiempo sin recato y sin reloj vale decir preciso o sea necesito digamos me hace falta tiempo sin tiempo.

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Ana Cardo Saturación débil Historia natural Ramón Romero Certeza Rufino Domínguez El azar iba en serio

Beg O Mar Esto no es un poema Esto sí era un poema y no lo sabía Carmen Sevilla A Cristina


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Saturación débil Ana Cardo Desde un remoto espacio poblado de fantasmas, un desconocido sonríe a un presente que no recuerda -sobre el papel reposa el ocre triste de los años-. Desde allí nos alcanza el eco de la vida de un otro que ahora se nos revela en la borrosa fecha del envés.

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Historia natural Ana Cardo Toda luz es velada en la parva de los relojes mientras la tierra acaricia el sudario de sus hijos. Un enjambre de susurros se entrega al cuenco de las lĂĄpidas en los ramos de crisantemos y en los huecos de las guirnaldas. Giran infierno y paraĂ­so por los callejones de niebla, prenden la llama de las horas hasta hacerlas soledad y silencio.

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Certeza Ramón J. Romero

Llevo tiempo pensando en el tiempo que ya no tengo y siento lo inútil de ver pasar los días esperando un mañana que no sé si llegará. Mientras tanto la vida sigue ahora en este mismo instante eterno y atemporal. Sólo hay presente entre tú y yo, no tengo más certeza que pueda ofrecerte en mis manos. No puedo darte esa tierra por otros prometida, ni puedo entregarte un paraíso por llegar. No tengo más fortuna que mi hoy.

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El azar iba en serio Rufino Domínguez

En esta esquina, antes de ser esquina, desembocaba un arroyo. Por esa calle, mucho antes de ser calle, pastoreaban las cabras. No es fácil imaginarlo. Y nunca sospeché yo, aunque quisiera creerlo, que aquel joven corazón, confuso y apaleado, pudiese brotar de nuevo. El tiempo, siempre el tiempo jugando a los dados.

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Esto no es un poema Beg O Mar

Esto no es un poema no hay métrica, no hay ritmo ni siquiera hay tiempo. No hay objeto percibido, no hay recuerdos, hay presente, tan vacío como este poema, que no es tal. Hay un sujeto sintiente y afirma que su soledad se sostiene en el vacío de este no poema. No hay palabras que prendan la imaginación, como una mecha, que haga arder el pensamiento, e incendie por completo mi ser. No hay llama que desvele mis noches, tienda en ascuas mi cuerpo a merced del deseo y su estela incandescente perdure luminosa a través de las sombras.

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Esto sí era un poema y no lo sabía Beg O Mar

A veces el deseo permanece escondido en la punta de mis dedos, detrás de mis orejas, sobre mi cuello. Resguardado del ruido, se retira del mundo, sumido en su letargo. Y no es hasta que lo perturba una mirada fugaz, se aproxima a la calidez de un torso, advierte unas manos de huesos ávidos que despierta y se yergue en todos sus sentidos. Imagina, el tacto suave de la piel, por la que se desliza, sin rozarla y percibe, en la breve distancia, el dulzor amaderado. Adivina, la humedad de los labios esponjosos, que le invitan a quedarse y a yacer mi cuerpo palpitante, en espera del tuyo. En esa vorágine de desvelos me detengo, recreando el instante, apresando el deseo intacto porque quiero que vengas y reclames, este incendio infinito que provocas en mi.

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A Cristina Carmen Sevilla

Cristina A veces el recuerdo tiene un olor intenso a plenitud ser bajo el manto protector de una noche oscura Ganas adolescentes de existir. En mis recuerdos subversivos, Cristina, yo soy y miro a tras de luz la tenue brisa de la luna.

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FOTOGRAFÍA SERGIO CASTAÑEIRA Game Over PABLO ASTERISCO Aftermath


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SERGIO CASTAร EIRA Game Over

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“Hay un éxtasis que señala la cúspide de la vida y por encima del cual no puede elevarse esta. Y lo paradójico de la vida es que este éxtasis se produce cuando uno está más vivo y se olvida absolutamente de que lo está. Este éxtasis, este olvido de la existencia, se produce en el artista, atrapándolo y sacándolo de sí en una llama de pasión; se produce en el soldado, ebrio de guerra en un campo desolado cuando lucha sin cuartel; y se produjo en Buck cuando encabezaba el grupo, entonando el antiguo grito alobunado, y perseguía aquella presa viva que se escapaba velozmente a la Luz de la luna. Sondeaba la profundidad de su naturaleza, y las partes de su naturaleza que eran más profundas que él, regresando hasta las entrañas Del tiempo. Le dominaba el flujo poderoso de la vida, la marea de la existencia, el goce perfecto de cada uno de sus músculos, de sus articulaciones y de sus nervios, en tanto que representaban algo que no estaba muerto, sino vivo y exuberante, y se expresaba mediante el movimiento, volando exultante bajo las estrellas y sobre la faz de una sustancia muerta que no se movía.” "La llamada de lo salvaje", Jack London.

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PABLO ASTERISCO Aftermath

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“Quiero olvidarme del día de hoy, aunque no lo voy a olvidar. Quiero olvidarme del día de ayer. Y del anterior. De esta semana. De la semana pasada. De este mes. Del mes pasado. De hasta el último año que he vivido, pero no los voy a olvidar porque yo no puedo olvidar. Pero aquí por lo menos, aquí a veces puedo olvidar. Aunque sea un rato” “Tokio, Año Cero”. David Peace

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RELATO Yuppi Rattá Los revisores Rafael Sierra Rabí Gema López El amigo perdido Antonio Pérez Lupe Lar Antonio Jesús Reyes En algún momento dado


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Los revisores Yuppi Rattá Ahogamos un bostezo, apoyamos la frente en la palma de la mano y desdoblamos el primer escrito. En casi todos los casos se trata un texto febril, desesperado. Es fácil imaginar las manos temblorosas de sus remitentes pegándose al papel, arrugándolo, dudando si enviarlo o guardarlo bajo la almohada. A los revisores nos ordenan aprobar una carta de cada veinte. Como viejos Eros de biblioteca nos encargamos de evaluarlas y lanzar las pocas afortunadas a los buzones. Únicamente estas elegidas flechas sentimentales harán diana en los corazones destinatarios que, indefensos ante tales arrebatos líricos, recaerán en la trampa conocida como amor romántico. En efecto, consignamos nuestras vidas a decidir qué cartas lograrán su objetivo y cuáles de ellas serán rechazadas como un inútil intento de apareamiento. A medida que las eras avanzan y que los humanos reinventan los mismos dramas de siempre, las cartas se han vuelto más escasas. Algunos albergamos la esperanza de que llegue el día en que desaparezcan —los humanos o las cartas— proporcionándonos libertad y muerte. A pesar de esto —o quizás precisamente por esto— los de arriba ajustan nuestros ciclos de descanso de forma tal que en cada jornada nos sepulte la lápida del trabajo acumulado. Frecuentemente, gracias a que las más altas esferas permanecen sumidas en el letargo de la burocracia, las elegimos al azar. Estremecimientos de placer recorren nuestros cuerpos al saber que nos ahorramos una tarde de tedioso trabajo y que podremos pasarla rememorando los resplandores de las maravillosas calas situadas al sur de Milos. Pero esos momentos son efímeros, pues las criaturas que nos torturan poseen el don de la desconfianza y no es raro que nos sometan a auditorías. Entonces el control es estricto y maldecimos a las Moiras por nuestro destino. Los auditores no dan lugar a engaños ni errores. Exigen no sólo analizar la calidad literaria de cada escrito, sino también interpretar la fuerza de los sentimientos que pretenden transmitir. Nos recuerdan la nobleza de nuestro propósito insistiendo en que somos la chispa divina que reenciende las cenizas de las pasiones. Nosotros asentimos atónitos, con la expresión de niños reprendidos que realmente no entienden qué han hecho mal, porque sabemos que nos engañan. Los amores y reconciliaciones iban a producirse de todas maneras. Nuestro trabajo es tan absurdo como irrelevante, pero no sabemos hacer otra cosa y los auditores son conscientes de ello. Poniéndonos en acción —a regañadientes— invertimos los días apilando en riguroso escalafón pasional cuartillas, octavillas, y hasta blanquísimos y perfectos papiros en los que núbiles de tiempos inciertos redactan sus deseos con notable impericia, pero con una caligrafía perfecta. Los papeles comienzan a amontonarse y nosotros desbordados, estresados y al borde de la rebelión nos reclinamos en nuestros asientos, subimos las sandalias a los escritorios, abrimos las ventanas y disfrutamos las caricias del Céfiro. Los auditores, escandalizados ante nuestra actitud, invocan a los suplentes. Todo el panorama cambia cuando estos seres hiperactivos entran abriendo las puertas a las atropelladas. La oficina se llena con un bullicio que hace pensar en el idioma de las abejas y a nosotros comienza a preocuparnos qué condena —si es que puede imaginarse una peor— nos tocará si somos reemplazados.

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Bajo tal amenaza debemos renunciar a nuestra pacífica huelga. Bajamos los pies del escritorio, saltamos como resortes de las sillas, nos ajustamos las túnicas y recurrimos a nuestra herramienta más refinada. Así es: aguzamos el instinto. Leyendo desde esa nebulosa dimensión sensorial somos capaces de desentrañar los más crípticos significados de cada texto. Entendemos —y eso les costará eternidades a los suplentes aprenderlo— que las cartas más virtuosamente redactadas no son las mejores. Desandamos nuestros pasos y degradamos aquellas románticas y sinceras al abominable fondo de la pila. Preferimos otra mordaz, repleta de horrores ortográficos y de bromas nerviosas que no son suficientes como para disimular un deseo tan puro que explota en ráfagas de cinismo, impidiendo ser expresado con palabrería bonita, que al fin y al cabo no es otra cosa que un tipo de palabrería. Entregamos sin más ceremonia las cartas seleccionadas a los auditores. Ellos, tras escrutarlas detenidamente, las aprueban con moderada satisfacción, meciéndose las barbas, para después retirarse a sus aposentos en silenciosa fila. Los suplentes vuelven a sus casas todavía algo excitados por la oportunidad, pero al mismo tiempo cabizbajos al no haber sido capaces de quitarnos el puesto. Nosotros permanecemos en la oficina hasta que por las ventanas se asoman los dedos de Selene. Todavía nos dura el miedo de la auditoría, pero nos sentimos bien, porque en el fondo sabemos que no volverán a molestarnos por un tiempo y podremos seguir eligiendo las cartas al azar, dejándonos toda la tarde libre para pensar en nuestras vacaciones en las preciosas calas situadas al sur de Milos.

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Rabí (Diálogo teatral para dos actores)

Rafael Sierra Para Maite García. “De los destinos que dios puede conceder a los hombres, el de verdugo no ha de ser menos cruel que el de víctima.” Bulmaro, abad del monasterio de Xanten. Siglo IX. Dos actores aparecen en escena. Uno está recostado tendido en el suelo y cara a la pared. El otro sentado también en el suelo y mirando a un alto ventanuco que se proyecta como sombra en esa misma pared. La escena va surgiendo desde la penumbra a una iluminación que no ha de ser excesivamente fuerte.

―¿Duermes, hermano Judas? (Silencio.) ―No, rabí. Llevo tiempo contemplando como camina la luna entre las estrellas. ―(Se vuelve hacia él.) ¿Qué te preocupa hermano Judas? (Silencio.) ―Pienso, rabí. (Pausa.) Temo, rabí. ―¿Qué temes, hermano? ¿Qué te impide descansar? ―(Se vuelve hacia él.) Me inquietas tú, rabí. (Baja la vista al suelo.) Temo por mí... No sé si podré. ¿No hubiese sido mejor hacerlo de manera distinta, rabí? ¿Haber concluido todo de otro modo? ¿Ha de ser así? ¡La carga es tan pesada! ―Ha de ser así, hermano Judas. Tú lo has dicho. Él lo quiere. Él lo manda. Sí... así... Es necesario que así sea. ―(Suplicante.) Rabí, yo hubiese preferido que fuese de otra manera, que no me hubieras cargado con tan cruel peso. ¿Qué padre hace cargar a su amado hijo con un fardo tan pesado? ¿Qué padre arroja a su hijo al fango de la ignominia? No es justo, rabí. ―Lo sé hermano Judas, pero ¿quién puede entender sus ocultos designios? ¿Quién puede comprender sus secretas razones? ―(Con ansia.) Créeme rabí cuando te digo que no me hubiese importado la lucha, ni el hambre, la sed o la fatiga… ni mi cuerpo lacerado. Ni aun la muerte, rabí. Te lo juro, rabí. Mira en mi corazón. Tú sabes hacerlo, tú ves dentro de mí. Verás que no hay sombra de mentira en lo que te digo. Sé que los que caigan por el Reino, serán los primeros en el Reino. Que los que sean heridos por Él, serán sanados ante Él... Qué los cuerpos rotos y traspasados por el dolor, si lo están por su Santo Nombre, serán cuerpos glorificados y santificados. Es por eso que no temo a nada si es por Él, si es por ti, rabí. Iré con gozo al martirio. Sufrirá mi carne, pero no mi espíritu. Mi cuerpo tendrá miedo, pero no yo. Te acompañaré con temor pero dichoso a la cruz. Feliz de unir mi destino al tuyo, mi dolor al tuyo. Sabes que aunque mi rostro muestre dolor, una sonrisa iluminará mi alma cuando el hierro cruel traspase mi carne, como sé que en breve lo hará con la tuya. ¡Lo sabes bien, rabí, lo sabes! Pero esto es distinto, rabí; es un sacrificio aún peor que la muerte. (Suplicante.) Me cambiaría ahora mismo por ti, tú lo sabes. Sabes que no te miento. Deja que yo haga tu papel y que tú hagas el mío, y que... ―(En voz alta. Casi un grito.) ¡No! ¡Basta! ¡Calla, hermano Judas! Por tu boca habla el Mal. Habla el Maligno que desea derrotarnos ahora que tan cerca estamos de acabar con su Imperio y traer el Reino. (Más calmado.) El Reino de los mil años... El reino que Él nos promete... No, no…

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Debe ser así... Él lo desea. Él lo quiere. Prefiere que sea de esta otra manera... Más difícil, más ardua... más cruel. (Asintiendo.) Ya sabes que su palabra es la Ley, hermano Judas. Lo sabes. ¿Quién puede entenderle? Cuando te uniste a mí ¿no convenimos en hacer en todo momento según su voluntad? ¿Según su palabra? ¿Según sus deseos? Sí, recuerda que decidimos someternos siempre a su incomprensible mandato, a sus ocultas intenciones. Recuerda, que resolvimos no pensar, no intentar saber, no conocer, ni comprender; solo creer, hermano Judas. Creer y abandonarnos en sus manos... Eso es lo que acordamos al principio de nuestra lucha, hermano Judas. Eso convenimos cuando nos dimos a Él. Recuérdalo. ―(Insiste en tono de súplica.) Pero rabí, podemos... ―(Terminante.) ¡No Judas! ¡No podemos! (Pausa.) Nada podemos, hermano, nada. No, hermano, no… Así, así debe ser. Como está escrito, como Él lo quiere. (Apoya su mano en el hombro de Judas que permanece con la cabeza agachada.) Él te otorgó el papel más difícil, hermano... a mí el más fácil. Yo no hubiese podido ser tú, hermano Judas... Quizás seas más fuerte que yo y Él lo sepa. Quizá por eso serás tú quien empuñes el cuchillo, y yo seré el cordero. Quizás por eso Él te otorgó la misión más difícil y a mí la más fácil. ¿Quién puede entenderle, hermano mío? Debe bastarnos saber que Él lo quiere. Con saber que Él lo manda... Solo eso, nada más que eso. ―(Hundido.) Rabí yo no puedo ser yo. Me faltarán las fuerzas. Vacilará mi voluntad... ―(Reiterativo.) Él lo quiere, Él lo desea, hermano Judas. Confía en Él. Él te dará las fuerzas que no tienes. Te fortalecerá en la debilidad. Avivará tu voluntad... ―Rabí, los demás serán alabados, mientras que mi nombre eternamente execrado. Mi simiente, aniquilada, mi sombra siempre maldita... Rabí ¿he de ser yo? ¿Acaso no soy el discípulo que más te ama? ¿El que daría su vida por la tuya? ¿Ha de recaer sobre mí este sacrificio? ¿Es que el premio por amarte ha de ser sufrir el castigo eterno? ―(Asiente apartando la mirada de él.) Así es, hermano Judas. Tú lo has dicho. Esa será la señal más grande de tu amor hacia mí… Él lo quiere. Él lo manda. ¿Quién puede comprender sus secretos designios? No pienses más, hermano. ―(Con desesperación.) ¡Oh! Rabí… yo no. ―(Dirigiéndose al espectador. Judas también se vuelve al público.) Antes de que amanezca llegarán. Vendrán armados. Bajo sus mantos esconderán la daga y el puñal. Traerán la inquina y el odio en sus corazones. Entonces, hermano, te adelantarás, posarás tu mano en mi brazo y tus labios me señalarán. Me darás tu último beso de paz. Los nuestros, los que hasta ayer fueron tus hermanos, por siempre te injuriarán. Perpetuamente serás para todos un apestado, un hijo ingrato, una fiera cruel, hermano Judas. Escupirán sobre tu sombra y cuando mueras, tu cuerpo no conocerá el descanso en la tierra, ni tus huesos dormirán en paz en sepulcro alguno. Tu nombre será por siempre maldito, pero al recibir tu beso, hermano, sabré que será un beso de amor. Un beso de renuncia. Un beso que a ambos nos sacrifica. Judas, hermano, tú no eres menos cordero sacrificial que yo. ―(En tono de súplica.) Rabí, cámbiate por mí. Si realmente eres su hijo, sé yo y que yo sea tú… ―(Muy tranquilo.) No, no, hermano Judas. Yo no soy tan fuerte como lo eres tú. Yo no podría ser tú. Ha de ser así. Ven; recuéstate en mi pecho. Deja que te abrace, hermano, hermano Judas, mi amado hermano. ―(Derrotado.) Rabí… rabí... ―Duerme, hermano Judas. Deja que se cumpla su voluntad antes de que la Luna termine su paseo entre las estrellas...

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El amigo perdido Gema López Él era un chico de ciudad. Ella residía en un pueblo de costa. En las ciudades interiores hace una calor insoportable cuando llegan las temperaturas estivales. Su familia veraneaba asiduamente en otro pueblo de la costa andaluza, pero aquel año decidieron cambiar de dirección. Ese pueblo tenía unos atardeceres increíbles y una luz especial. Arrendaron para un mes, un piso muy coqueto con vistas al mar. Cada día, tenían como rutina, ir a la playa en familia y disfrutar juntos de paseos vespertinos en aquel pueblo marinero. A la semana, Adrián conoció a unos chicos muy majos y se introdujo en aquella pandilla. Tuvo la experiencia de salidas nocturnas fuera del entorno familiar y conoció a diferentes chicas. Pero hubo una que lo cautivó, lo atrapó desde el principio. Marina tenía los ojos azules como aquel mar, su cabello era dorado al igual que las puestas de sol y su sonrisa iluminaba la noche. Sus amigos procedieron a las presentaciones: ―Marina, él es Adrián. «Como las marinas que veo en mis paseos cada tarde», pensó. ―Hola. ―dijo con cierta timidez. ―Encantada. ―su tono de voz denotaba cierto aire extrovertido. Fue un verano inolvidable… Al año siguiente volvió a buscarla, pero aquella marina, aquella barca, ya había atracado en otro puerto. Adrián no podía creerlo, un año de espera, de cartas… y el amor de su vida se alejaba; la perdía de vista a causa de la distancia. Y sufría en silencio… Él la miraba con ternura, con admiración, con amor. Pero ella nunca lo descubrió, ya que Adrián escondió muy bien sus sentimientos. Era tan bueno, tan dulce y cariñoso, que Marina lo veía como a un hermano. No era consciente de la realidad. Ella le contaba todos sus secretos, él era su confidente, su mejor amigo. Su madre, al ver a su hijo padecer, decidió echarle un cable (porque las madres todo lo saben). Un día, Adrián invitó a Marina a pasar el día con sus padres y hermanos en la playa. Cuando todos estaban refrescándose en el mar, la madre aprovechó la coyuntura para entablar conversación con ella, pues había optado por quedarse tomando el sol. La madre no fue tan discreta como el hijo, fue directa al grano, y le confesó los sentimientos que Adrián atesoraba y nunca le desveló. Marina, asombrada, no supo qué decir, enmudeció.El padre de Adrián era profesor, y la madre siguió insistiendo... le insinuó, que si ella correspondía a su hijo y terminaban formalizando la relación, su marido pediría traslado a la costa; cambiarían su mundo por amor. Pero Marina no estaba dispuesta a cambiar de puerto. Al finalizar el verano, ya en la ciudad, Adrián, después de una larga reflexión, decidió agotar su último cartucho. En aquella época, no existía Internet, ni móviles. Hoy todo es más cómodo, más fácil: whatsapp, redes sociales… En aquellos tiempos sólo había lápiz y papel. Se armó de valor y le escribió una emotiva carta en la que ponía su alma al desnudo, y decía así:

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Hoy me miré al espejo y vi a un león muy triste (ya que su signo zodiacal era Leo). Contemplé a un león que iba por la selva cargado de amor, pero con las garras vacías. Si tú quisieras, si me dejaras un hueco para atracar en tu puerto… te haría la barquita más feliz del mundo. Porque tengo tantos mares que enseñarte, tantas ciudades que mostrarte y tantos besos que darte… Mi corazón late con fuerza, mas mis garras sienten debilidad y no logro avanzar. ¿Te vienes a mi selva, o nadamos en tu mar? Tú decides, pero, por favor, dame una oportunidad. Te quiere, Adrián. Ella se sorprendió del valor que tuvo el león, y sabía por su madre, lo atractiva que era aquella propuesta. Sin embargo, estaba cómodamente en aquel puerto, en su zona de confort. Adrián era un hombre bueno, puro de corazón; detallista y atento. Ella lo sabía, pero su respuesta fue: ―Lo siento, pero no. Yo te quiero como a un amigo. No siento lo mismo por ti. Ella sentía cariño hacia él. Pero el deseo, la pasión… esas emociones, Marina las había despertado, y no precisamente con Adrián. Pasaron los años… Él conoció a otra chica en su ciudad, compañera de la facultad, y atracó su barco allí. Por otro lado, su madre falleció y no volvió a aquel pueblo (demasiados recuerdos). Al cabo del tiempo, Marina tuvo una ruptura, ya que se dio cuenta de que aquello no era amor. Sólo había deseo y pasión; y esas sensaciones tienen fecha de caducidad. Ahora era ella quién se encontraba con las manos vacías: naufragó, perdiendo a su mejor amigo y a su chico. Aquella Marina se quedó a la deriva, desolada; esperando el rescate, aguardando otra carta que nunca llegó… Unas palabras de consuelo del amigo perdido.

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Lupe Lar Antonio Pérez La sala estaba atestada y el murmullo empezaba a subir de tono cuando la entrada del magistrado acalló de golpe el vocerío. Una vez éste tomó asiento el ministerio fiscal intervino defendiendo su postura. El acusado, Manuel Valdés, deseaba que todo aquel espectáculo terminase lo antes posible para volver de nuevo a la tranquilidad de su hogar, que fuera una pesadilla de la que despertaría pronto, pero la parsimonia y el deleite en la perorata de Víctor Quesada, el famoso letrado del que muy pocos se libraban, estaban minando su paciencia. Sus argumentos no pudieron volver a ser rebatidos por la defensa, que protestó airadamente en un principio por la presunción de conferir al acusado una actitud que debía demostrarse y que, por tanto, el magistrado admitió, corrigiendo a la fiscalía con una simple amonestación. Víctor tomó nota y procuró no volver a cometer ese error que daba al traste con su alegato acusador. Los cargos versaban sobre homicidios inducidos, descartándose la falsa evidencia del suicidio de una serie de personas con las que había tenido relación aquel ciudadano, respetable hombre de negocios, de aspecto bonachón, pero cuyos tratos pudieron llevar, en la desesperación de los contratantes por cumplir con lo pactado y, por ello, proceder a quitarse la vida. Aunque no todos lo vinculaban estrictamente con su actividad. Había, por ejemplo, una relación con un transexual, Rita, en que se pudo demostrar que el acusado se encontraba en la misma habitación del prostíbulo donde ocurrieron los hechos. El magistrado tuvo que hacer un uso insistente de su campanilla para aplacar los ánimos de Manuel por su vehemencia en mantener que el fiscal fue el que la mató. Víctor sonreía sin inmutarse. El juicio se alargó durante varias jornadas. En ellas fueron apareciendo hechos indudables y otros susceptibles de proporcionar el beneficio de la duda. El jurado popular lo tendría difícil, pensó Manuel con escepticismo. Y finalmente se señaló fecha para la sentencia, confinándose entretanto al acusado a prisión provisional y sin fianza. De haber existido ésta podría haber cumplido su pago sin mayor problema, dado su saneado patrimonio, pero esa declaración lo dejaba sumido en la más absoluta indefensión. Pasó una semana. Esto dio un hálito de esperanza a Manuel ya que implicaba que las deliberaciones habían sido arduas y, por tanto, sujetas a discrepancias y a una posible absolución. No cabían resentimientos ni odios por parte de ninguno de los miembros del jurado, al menos así lo decía su ley. Entonces fue llamado de nuevo a presencia del juez, quien se dirigió al jurado para hacerle la preceptiva pregunta. El jurado dictaminó su resolución. Declarado culpable de todos los cargos, el juez dictó sentencia por la que se le condenaba a cumplir ciento treinta años por la acumulación de penas en los distintos homicidios. Manuel bajó su cabeza y cerró los ojos mientras el murmullo en la sala se iba acrecentando, demostrando, de esa forma, un total acuerdo con la decisión tomada por los miembros del jurado. Hacía un año, Manuel despertó una mañana que prometía otro día rutinario, otro más a añadir a su vida sin sobresaltos. Entonces recordó que su amigo de la infancia, Víctor Quesada, le había llamado dos días atrás para invitarlo a comer. Almorzarían en un nuevo restaurante que este había conocido recientemente.

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Por tanto, las expectativas eran muy distintas, porque conocía a Víctor y sus aficiones, porque no hacía mucho visitaron el lar de Lupe y porque sabía que esa noche volverían a hacerlo. Se ausentó pronto de la empresa para asistir a ese almuerzo. No quería pasar un minuto más encerrado, sometido a presiones y problemas aportados por sus asesores que no les proporcionaban ninguna solución. Allá se las apañaran. Se dirigió a la dirección indicada y poco después aparecía Víctor. Un fuerte abrazo entre amigos antes de entrar al restaurante prometían una tarde sin igual. Tras un agradable almuerzo tomaron el mejor café, ambos estuvieron de acuerdo, que habían probado en mucho tiempo; fumaron sendos habanos mientras degustaban un tibio brandy debidamente cubierto para no perder su aroma y charlaron durante dos horas haciendo tiempo para que cayera la noche. Finalmente, Víctor se inclinó hacia él como para contarle algún secreto. Rita seguía en lo de Lupe, y ahora también estaba Charlotte, la nueva de la que le habían hablado muy bien. Era el acicate que necesitaba Manuel para asentir con efusividad a la propuesta, pero antes debían bajar un poco el nivel de alcohol. Un paseo por varias manzanas antes de dirigirse allí no vendría mal. Cuando el sol se fue a dormir ambos amigos se hallaban frente a Lupe Lar, un discreto residencial que no daba señales externas de las actividades que allí tenían lugar. Se miraron con una sonrisa cómplice y entraron sin dilación. Como ya tenían acordado exigieron la presencia de Rita y Charlotte. Ambas se hallaban a su disposición, ya que Víctor se había encargado de que se les reservaran a ambos con un generoso donativo. Rita bajó las escaleras al poco y tomó de la mano a Víctor mientras Charlotte cogía a Manuel. Más tarde, en la penumbra de la habitación Rita comenzó a hacer un pequeño striptease. Víctor disfrutaba fumando un nuevo puro, deleitándose. Después lo soltó en el borde de la mesilla y empezó a desnudarse. Pudiera pensarse que el cigarro rodó accidentalmente, cayendo sobre la moqueta. El fuego fue intensificándose. Víctor dijo que la puerta estaba bloqueada y Rita, por su parte, viendo la imposibilidad de salir, se dirigió hacia la ventana y la abrió en un insensato intento por acabar con las llamas lo cual hizo que, erróneamente, se avivaran aún más prendiendo las cercanas cortinas y la ropa de cama. Segundos después, viendo como ardía Rita era como si se hallara en otro tiempo, presenciando el fruto de una más de sus sentencias como implacable inquisidor, y no hizo nada por ayudar a aquella desgraciada para librarse de las ávidas llamas que la envolvían. En ese momento, la puerta fue derribada por Manuel y Víctor huyó despavorido y triunfante. Tenía claro que Manuel era un criminal y la trampa surtió su efecto. Un tiempo después, supo que Charlotte también había muerto asfixiada. Ya no tenía salvación posible.

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En algún momento dado Antonio Jesús Reyes Súbitamente, una brisa del sur subió hasta mesar sus cabellos, y sus ojos se sellaron. De esta manera le sorprendió esta aliteración en la azotea, observando la ciudad que dormía. Ahora, con los ojos cerrados y tras una mueca torpe en la boca comenzó a alternar suspiros entrecortados y sollozos tímidos hasta que las lágrimas empezaron a rebosar escapándose entre los párpados, que apretaba como si de algo sirviera. De haber tenido los ojos abiertos habría visto en la distancia, por ejemplo, las luces de los edificios adyacentes apagarse o encenderse sin orden conocido, o que junto un portal, dos papelillos revoloteaban en el aire como con vida propia ante la atenta mirada de un perro que por allí pasaba mientras a unos metros su dueño le llamaba. Durante semanas y sin que mediara voluntad había memorizado lo que su vista daba alcance desde esta azotea, y en este preciso instante, dándose cuenta de cómo la ciudad iba cambiando y de que cada mínimo cambio más le alejaba del mundo en el que vivía, con más fuerza sentía los barrotes de la prisión de ser uno mismo. Por esto sería aquel llanto… O quizá sería por los grandes aciertos que al final acabaron en grandes fracasos y por las decisiones equivocadas, pasadas, presentes y por venir. O por los recuerdos que se estaban borrando y los que no se podían borrar. O más bien sería por fantasear con pasados que no ocurrieron. Tal es la crueldad irreversible del pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo. En el quinto, y prácticamente al margen de estos sucesos, ella, tan anciana ella, esperaba en la mecedora del salón a que su marido saliera del dormitorio. Desde allí mismo llegó él con expresión de victoria en el rostro y una foto de aquellas de papel. La alzaba como queriendo que llegara al cielo. En la instantánea aparecían juntos, radiantes y a la moda de hacía ya cuatro décadas, con unos peinados más allá de las leyes de Newton. Sus rostros aún conservan una inocencia y unas ganas de vivir indelebles. Se quedaron un buen rato observando aquella imagen, arropados por un silencio más cómodo imposible. Casi, casi imperceptible al ojo humano, en el centro del cenicero cayó ceniza del cigarrillo que una chica sostenía lánguidamente en su mano izquierda. Así de insignificante había sido el impacto que su índice había dado al blanco cilindro. Sería por la falta de ganas de fumar, o porque a veces hacemos cosas sin pensar. Quienes la conocen, asiéndose de la razón que los hechos destilan, dirían que lo segundo. Un médico tras una seria inspección y con rostro preocupado habría dicho que nuestra inquilina del cuarto, y a pesar de su relativa juventud, tenía pulmones de lobo. Un escritor habría dicho que más negro tenía el corazón. Un sacerdote habría añadido que esto se debía a su pensamiento, palabra, obra y omisión. Ajena a esta conversación que nunca se dio, dejó sobre el sofá su lectura pretenciosa y escuchó unas risas casi mudas que provenían del piso de arriba. Sin preguntarse a qué se debería, continuó pensando en ella misma. Así llevaba horas, meses, o más bien toda la vida. Ni ella misma lo sabe. Tampoco hará el intento de preguntárselo, ni nadie había allí que pudiera sacarla de la duda que no tenía. En el tercero, bajo una luz profusa todo seguía oscuro. Una pareja se yuxtaponía en sillones bien separados. Ella leía las noticias. Él se esforzaba en leer algo que al azar cogió de la estantería junto al televisor de penúltima gama. Decimos que se esmeraba en leer sin conseguirlo porque a su mente le dio por viajar unos veinte años atrás, hasta el portal de su primer amor.

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Recordó lo que se susurraron al oído (asuntos nunca propios de horario infantil) y también aquello que se dijeron en voz alta en el altar. Él la miró de reojo allí sentada como intentando rescatarla. Eran los mismos, pero ya no eran lo mismo. El 2020 sería eterno, pero más tiempo hacía que no se decían “te quiero”. Será porque compartir (no sólo) un espacio sin tener ilusión ni expectativas oxida el mecanismo de nuestras vidas, y de este modo hace que las ruedas y engranajes del pulso de éstas a duras penas puedan moverse. Así es como acaban parándose las agujas de nuestras ganas de vivir. El jovenzuelo del segundo se acababa de mudar. Iba de un lado para otro con el aparente desorden de las abejas en una colmena, ocupadas en un caos que solamente lo es ante la mirada inexperta. Fantaseaba con poder recibir la visita de un nuevo amor cuando acabara todo esto. En la equis de esta ecuación se le restaba ya una vecina (la del cuarto, para más señas) que una mañana no llegó ni a devolverle el saludo en el ascensor. A pesar de todo contratiempo, sentía el muchacho que el mes que viene era inminente. Así ocurre con quienes, aunque sea a lo lejos, ven la puerta de la felicidad abierta o entreabierta sin dejar de creer que está al alcance de la mano, lleguen o no a su destino en algún momento de sus vidas. El primer piso no estaba deshabitado, y sin embargo más de uno afirmaría rotundamente que sí. Su inquilino fue quien, hacía ya horas, había subido hasta la azotea a buscar algo más que el aire fresco en la noche, que ya se estaba convirtiendo en día. Una timidísima luz comenzaba a iluminar la terraza donde, si él pudiera prestar atención algún día, un gorrión se abalanza a diario a beber las gotitas de agua que cuelgan de las hojas de las plantas cuando él las riega. En el portal de enfrente del bloque, dos papelillos habían revoloteado en el aire como con vida propia ante la atenta mirada de un perro que por allí pasó. Su dueño le había llamado y aún se dirigían a casa. Desde abajo, y dejándose llevar por las apariencias, se diría que no ha ocurrido nada en las últimas veinticuatro horas.

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1. Amo los mundos sutiles.

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2. Imposible olvido.

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3. Desde mi ventana.

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4. Gracias por estar.

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6. Gente que viene y que va, pero qué sola está!!

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NO FICCIÓN Catherine Molina Viaje a India. Tiempo de aprendizaje. Jose Manuel Roiz Un poco de espacio para el tiempo en el jardín Jose Manuel Reyes Desenfadado


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Viaje a India. Tiempo de aprendizaje. Catherine Molina García -Texto y fotografías-

Contemplo la foto que me han dado del pequeño y la comparo con la que hice yo. En la mía desde luego no se le ve muy bien, tengo dudas. Así que le pregunto a mis compañeras y cuando vuelvo a España le pregunto también a mi madre y a mis amigos, esperanzada cada vez. Pero siempre me contestan que no parece el mismo. Qué contrariedad… Recuerdo muy bien aquella tarde. Íbamos las cuatro en el coche con el traductor, Krishna. Hacía calor pero ya era julio, así que las temperaturas habían bajado un poco. Nos dirigíamos a Konauppalapadu, la última aldea que nos quedaba por visitar. Konauppalapadu se encuentra en el área de Tadapatri, cerca de la frontera con el distrito de Kurnool, pero pertenece a Anantapur. Nos tocaba ver la biblioteca de una escuela de primaria del Gobierno, no era una de las escuelas de refuerzo de la fundación, que tampoco había donado el edificio, por lo que tenía mucho interés para nosotras. Situación real básica.

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Cuando llegamos, ya nos estaban esperando para darnos la bienvenidalgunos hombres, maestros y responsables de la comunidad, y un montón de niñas y niños sentados en el suelo. Cuatro de las niñas se acercaron para entregarnos un pequeño ramo de flores rosas y violetas a cada una de nosotras. Sonriendo tímida pero animadamente, nos las ponían en las manos y luego juntaban las suyas delante de sus bellos rostros, “namasté”. Uno de los hombres dio un breve discurso, Krishna también dijo unas palabras. Pero los chiquillos nos miraban serios, valorando quizá si esas extranjeras paliduchas merecían tanta dedicación. Tuvieron que esperar para decidirse pues primero el grupo de docentes nos quiso enseñar las instalaciones de la escuela. Se trataba de un edificio de una planta formado por tres aulas, una de las cuales estaba derruida. El techo se había venido abajo, por lo que las clases que no podían dar en ella se daban en el patio donde en ese momento se encontraban los alumnos sentados. Ignoro cómo lo solucionaban cuando llegaban las lluvias.


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Las aulas que pudimos visitar no estaban en buen estado, al menos según nuestra mirada occidental. Aparte de la destruida, la cual se encontraba en medio, las otras pedían a gritos una rehabilitación y una buena mano de pintura. Había lavabos gracias al programa de higiene del Gobierno pero no tenían agua. También había cuatro ordenadores pero no sabían utilizarlos. La supuesta biblioteca que teníamos que conocer consistía en unas cuantas cajas de cartón en las que se apilaban libros de texto y algunos de lectura. Realmente no había biblioteca, de hecho los profesores empezaron a reclamarnos una, creían que nosotras teníamos ese poder. Uno de ellos se erigió en portavoz y nos explicó cuánto necesitaban una verdadera biblioteca escolar, más aulas y un profesor de informática. Claro que necesitaban todo eso. Y libros, y agua… Pero lamentablemente no era nuestra función allí, solo habíamos ido a observar y a transmitir, y por supuesto a aprender. De vuelta al patio, y después de algún discurso más sobre nuestro trabajo y las bondades de los libros y del estudio, pasamos a la acción.

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Empezamos a hablar directamente con los alumnos. Eran callados y asustadizos pero avispados y tenían ganas de diversión. Recuerdo sus preciosas caras, sus uniformes, aunque no todos ellos llevaban uno;l pelo negro de las niñas, tan bonito, recogido a menudo en trenzas. Solo una chica sabía lo que era una biblioteca. Nos contó que lo había leído en uno de los libros de la escuela, pero jamás había visto una. Entonces sacamos nuestro tesoro. Se trataba de unos preciosos maletines de color naranja, muy grandes y llenos de cuentos. Eran de una ONG local que, entre otras cosas, se dedicaba a publicar cuentos en las diferentes lenguas de la India. Cuentos infantiles semejantes a los que nosotros conocemos, pero que allí no habían visto en la vida. Porque ni siquiera existían antes y menos en telugu, la lengua oficial de Anantapur. Libros pequeños algunos y otros un poco más grandes, pero con textos cortos y fáciles, repletos de niñas y niños como ellos, de animales, de magia y alegría, y sobre todo rebosantes de color. Los críos se volvieron locos, todos se acercaron corriendo a verlos de cerca y se empujaban unos a otros excitados y riéndose a gritos. No se atrevían a cogerlos sin permiso, pero en cuanto lo obtuvieron vino la parte realmente sorprendente. Cada uno cogió un libro y volvió a sentarse rápidamente en el suelo del patio a leerlo. ¡Pero lo leían en voz alta! Era alucinante, un montón de niños pequeños leyendo cada uno su cuento, todos a la vez.

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Había incluso algunos que acababan antes y venían rápidamente a por otro para volver a empezar. Qué maravilla, ¡ahora éramos nosotras las que queríamos reír a gritos! Y fue cuando lo vi. Justo delante de mí había un chico sin libro. Debía de ser de los que tenían menos recursos por pertenecer a una de las castas bajas, por lo menos eso indicaban sus ropas y su aspecto. Y miraba con recelo a los lados. Le acerqué uno de los cuentos, pero lo rechazó enérgicamente. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido me dejó bien clara su posición. Sus grandes ojos negros transmitían inteligencia y determinación, yo no tenía nada que hacer. Entonces me di cuenta de lo que ocurría. Él no sabía leer. Y prefirió rechazar nuestro regalo con dignidad. Eso sí, una dignidad llena de enfado. Mientras volvíamos en el coche a nuestras habitaciones no pude dejar de pensar en él. Y poco a poco una idea fue tomando forma en mi mente. ¡Podía convertirme en su madrina! Esa era una de las herramientas de la fundación para cambiar la vida de las personas y apoyarlas en su desarrollo integral, y yo había visto cómo a veces los visitantes iban a sus oficinas para hablarles de algún pequeño que habían conocido y al que querían ayudar. Vaya, ¡qué ocurrencia tan fabulosa! Yo sería su salvadora, gracias a mí podría leer y escribir, quién sabe hasta dónde podría llegar un niño que tenía tanta fuerza en la mirada… Sí, estaba claro, yo sería su madrina.

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En cuanto tuve un poco de tiempo disponible en la oficina central comencé las gestiones. El personal es muy eficaz e hicieron lo posible por atenderme pero yo no tenía nada más que una foto mal tomada, que se convirtió en una impresión borrosa, y el nombre de la aldea donde vivía. Enviaron la imagen al personal que trabajaba en esa región para que lo localizaran y dos o tres días después me llamaron para decirme que ya habían realizado los trámites. Afortunadamente, me encontraba cerca y, en cuanto lo supe, corrí a los despachos. Faltaba poco para que acabara la jornada laboral. La tarde estaba algo más fresca que los días anteriores, corría brisa y se había nublado un poco. Seguramente caerían algunas gotas antes de la noche. Me encantaba caminar por las instalaciones de la fundación, viendo las casas sencillas y acogedoras y los árboles frondosos, desconocidos para mí. Recuerdo sobre todo los de flores rojas. Y si había suerte veías también un mono, o toda una familia, saltando de rama en rama. Conforme me acercaba sentía mi corazón saltar, estaba muy emocionada, más de lo que hubiera pensado. En la puerta me aguardaba Sasi sonriente, tenía una carpeta en sus manos la cual me ofreció tras saludarnos. La abrí despacio y cuando vi su foto…, cuando vi su foto me dio un vuelco el corazón, ¿era ese realmente el niño que yo conocí? Desde el papel me miraba un chico muy parecido al que yo recordaba en cuanto a apariencia y a edad.

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Pero esos ojos negros no eran los que tanto me habían impactado, no era su mirada. Intenté responder con entusiasmo y le di las gracias, y escuché las explicaciones de Sasi lo más atentamente que pude. ¿Qué iba a hacer? ¿Y qué pasó después de aquel día? Alguien me dijo que explicara mis temores a la fundación, que expresara mis dudas. Pero eso, ¿de qué hubiera servido? Y qué iba a hacer, ¿descambiarlo si no era el mismo?, ¿como si fuera un bolso o unos zapatos? Se suponía que lo que yo quería era ayudar a un niño, apoyarlo para que tuviera más opciones para estudiar y poder desarrollarse de una manera más amplia de la que en principio le ofrecía su entorno, para que pudiera defender su lugar en el mundo con libertad y seguridad.

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Él lo necesitaba sin duda. Todos sus compañeros. Pero si yo me había fijado en las ropas sucias y estropeadas del primer chico para darme cuenta de que era de los que lo tenían más difícil allí, en esto sí que eran semejantes los dos. Me creí la salvadora de una persona, ¡gracias a mí aprendería a leer! Ese era el milagro. Qué tontería, el chico afortunadamente estaba en la escuela, ya aprendería a leer y a escribir. Yo no era nadie allí, solo podía intentar aportar un granito de arena para que alguien tuviera más herramientas en la vida. Una vida que tenía que sacar adelante, no una vida que le iban a regalar. Mi única función era colaborar para que la balanza estuviera menos desequilibrada. Después me enteré de que esa aportación beneficiaba a toda la comunidad y no exclusivamente a la persona elegida, así que, aunque fuera indirectamente, le llegaría también al otro pequeño. Esta idea me pareció mucho más justa y volvió a dejar en evidencia lo pueril de mi primera postura. Un tiempo después me llegó una carta de la fundación, me notificaban que mi amadrinado había perdido a su padre en un accidente. Él tenía seis años en aquel momento. Ahora su núcleo familiar está formado por una hermana pequeña y por su madre, que ha pasado a ser una mujer viuda. Sé que ella está trabajando pero no es nada fácil ser viuda en India… Tengo que confesar que cuando me lo comunicaron, después de la tristeza por la noticia, respiré aliviada porque yo también estaba con ellos. Nos necesitamos unos a otros para avanzar, eso es ya lo único que tengo claro.

Relato ganador del 3º premio en el XV Concurso de Relatos Moleskin 2020, en la categoría Desarrollo Sostenible.

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Un poco de espacio para el tiempo en el jardín José Manuel Roiz El jardín es una máquina, un biomecanismo, que cerca (paraidós), encierra (hortus conclusus) o materializa (jardin en movement) un espacio y que detiene el tiempo. A la vez, este ingenio, fluye sin detenerse. Y cuando el tiempo se suspende, el lugar desaparece. Luego, volvemos y todas las dimensiones se despliegan para alojar lo que llamamos realidad. Y es que en los umbrales -el jardín lo es y se acoge a sí mismo con una puerta y como portal- distinguimos una regularidad en su estructura: una antesala, un pórtico físico o intangible, un tránsito y un destino. ¿Quién lo percibe así? No toda persona y no siempre. Ahí y aquí, sin soberbia ni pedantería, la necesidad de la mente y la emoción del creador, de la creadora, de la sabiduría del diseño sabio. Reconocer el fuera y el dentro, el dentro y el fuera es antes que nada una actitud, después una imagen y al final palabras. Algunos dedicamos largos ratos a vivir la experiencia del jardín, tanto con el cuerpo puesto en alguno de ellos como habitando un jardín levantado en mitad de la imaginación. No he encontrado en realidad mucha diferencia entre ambas, a fin de cuentas, estas dos modalidades de vivencia se construyen a partir de un común vergel de neuronas y de un sustrato de agua, tierra, aire y fuego brotados del corazón. Y esta experiencia ha cobrado la forma de estudio y exploración cuando deseamos compartirla y explicarla. Bienvenida sea, pues, la urgencia de construir y de enseñar, pues sin ellas rara vez nada se esclarece y todo anida, para no crecer, en la ciudad de las sensaciones felices, pero también en el museo de la autocomplacencia. Y ahora una breve reseña de algunas de las investigaciones.

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Lo primero es no entrar demasiado deprisa en un jardín. Para eso están las cancelas, los arcos de entrada, los portillos, una raya en el suelo, la vieja puerta, una madera semienterrada. O un detenerse. Un ritual de entrada, una ceremonia, un decorado para cambiar de imaginario, para realizar el tránsito de la vida doméstica, laboral, del primer lugar y del segundo, al tercero (la tercera naturaleza), a nuestro espacio; nuestro porque somos nosotros mismos fuera del tiempo. Si no se vive esa transformación no se entra en el jardín, ni el jardín nos toma, se discurre por él como por un supermercado. Luego está la mirada. La mirada rápida que no es ver, sino mirar. Los jardines y los parques escritos, más que plantados, para ser leídos con un mensaje claro, incluso propagandístico, hacen de la simetría y el vértigo de los ejes directos hacia su fin o su sinfín (barroco francés) su ideario. El mensaje debe quedar claro, aquí hay inteligentísimo artificio de escalas, dimensiones, pendientes y posiciones, puede surgir el milagro de la música de las esferas, pero es raro y caro. La mirada lenta, hide and reveal, el sendero se ondula, en cada curva zigzaguean pies de arbustos, arbolitos de silueta conveniente o salvaje, piedras, lejanías semiocultas que nos entretienen y sugieren preguntas. Cambios de dirección que reconstruyen el mapa de sombras y en el echar de menos la capacidad de un murciélago para ecolocalizarse, perdemos… tiempo. El jardín teniendo el mismo ancho y largo que antes, se ha hecho más grande y si todo se da bien, se hace eterno.

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Y ahí en tu rincón preferido pasan las horas sin tener idea de cuántas y cuando entra el ansia de que el jardín no se acaba, es que se acaba y hay que volver, pues cuando piensas en el tiempo ya corre el tiempo y el jardín se ha esfumado. La esperanza de volver, por eso cuidamos nuestros jardines, quienes los cuidamos. Fuera ya, pasamos a modo ingeniero del tiempo y para no extendernos hoy más, aquí algunos ejemplos de engranajes, mecanismos y conmutadores:

La ondulación, como perihelios, de los caminos y senderos. La ubicación en zigzag de árboles, arbustos ejemplares, a lado y lado de las líneas que llaman visuales que son las de mirar y deberían ser también las de ver. El juego con los tamaños de los objetos que a la par que dilatan el espacio, ensanchan el tiempo. Las bambalinas, pantallas y prodigios jardineros de la semiocultación. Los dispositivos de ritmo estacional, por ejemplo, las hojas amarillas y rojas del otoño (no se barren), la escarcha y la desnudez del invierno, el fulgor sonoro en el agua de la primavera y el canto de la chicharra del estío (no se dan tratamientos). La invitación a encontrar lo que se esconde: una fuente, una grotta, un ninfeo, un banco con un nombre, la lápida que dice “aquí yace el tiempo” y poemas así.

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Los olores y los sonidos por medio de la hipnosis que nos dejan incapaces de ver y de movernos. Las historias, todo cuento requiere un tiempo y tiempo, un jardín debe abrirse con el espíritu de escuchar y oír una historia. Qué rápidos, que pronto se acaban los jardines sin cuento. Las pátinas del tiempo, musgos, desgastes, desperfectos, una piedra que antes fue nueva recién extraída de la cantera ahí quieta ha visto y oído tanto y que, a decir verdad, ¡cuánto se le nota! ¿Por qué el tiempo lento? No es necesario explicarlo, porque si es para la felicidad es un imposible, pero lo mejor del jardín es que es el lugar del tiempo que no puede ser.

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Desenfadado Jose Manuel Reyes Mi relación con el Tiempo nunca fue fácil; demasiada asimetría: mi vida girando en torno a él y él sin saber ni que existo. Durante una etapa hasta sentí ganas de rebelarme, quijotescamente, y llegar tarde a todas partes, como queriendo dejarle claro a ese gigante que no estaba dispuesto a obedecer sus reglas; pero la gente tiene poco aguante con los impuntuales, y la soledad no buscada acaba siendo muy estresante. Más allá de la broma, creo que me costó comprender que el reloj tan sólo daba la hora; que el Tiempo es otra cosa. De arena, digital, de agujas, da igual, el Tiempo es para el reloj como el Universo para el telescopio. Creemos verlo. Creemos medirlo. ¿Pero realmente podemos? Si tuviésemos un oído más fino, quizás podríamos oír que se ríe de nosotros. ¿Acaso no es verdad que una hora equivale siempre a sesenta minutos pero que no siempre dura lo mismo? Puede que, mientras nosotros nos lo tomamos tan en serio, él sólo juegue. Por si acaso, este desenfadado ensayo le recoge el guante y también juega. (El presente texto sólo contiene errores, dudas y apuestas; ninguna certeza). Una vez pensé que el Tiempo no existía. Que era el mayor de los espejismos; un truco de magia infinito; una ilusión tan necesaria que hasta se nos coló en el ADN (el tigre incorporó las rayas y el ser humano este tipo de conceptos o constructos). Y que al margen de que nazcamos o no con una barra de pan bajo el brazo, siempre traemos al nacer un reloj imaginario, uno que no se lleva en la muñeca sino muy hondo en la conciencia. Sí, una vez pensé que nos sentíamos tan desorientados sin el faro del Tiempo que nos vimos obligados a crearlo. Que lo que llamamos Tiempo no existía antes de que se nos ocurriera, igual que ha pasado con tantas otras herramientas que nos ayudan a llevar una vida más organizada.

Eso pensé. Y caí en la cuenta de que el primer dato que nos asignan –además de nuestro nombre– es el día, mes y año de nacimiento, incluyendo también lo que marcaba el reloj en ese mágico momento; pero sólo la hora y los minutos, no los segundos. Parece ser que los segundos no siempre reciben el mismo trato que el resto; que hemos humanizado tanto el concepto de Tiempo que hasta lo hemos provisto de jerarquías, clases, estatus. A veces los segundos no importan lo suficiente, y los invisibilizamos. Pero una vez me quedé dormido al volante; fue una cabezada que duró un segundo; y puedo contarlo gracias a que sólo duró uno. Desde entonces, cuando me preguntan la hora, siempre incluyo en mi respuesta la expresión de los segundos; me da igual que me miren enarcando bruscamente las cejas. En fin, cosas como ésas las pensé una vez sobre el Tiempo, pero dos veces las dejé de pensar después: la primera vez las dejé de pensar por si acaso me había equivocado; y la segunda vez por si acaso había acertado, porque no quería ese acierto, porque esos zapatos me hacían rozaduras. Prefiero el Tiempo del que hablan los versos. Y es cierto que a veces tropiezo, pero al menos suelo levantarme más contento. Me gusta pensar que el Tiempo es una especie de puente eterno. Y que permite que ningún viaje acabe, que sólo muden los paisajes. Y me gusta creer que nos habla pero que aún no hemos aprendido a entender cómo funcionan sus palabras. (Ese tic-tac no es el discurso más largo de la Historia, es sólo el sonido de una máquina). En resumidas cuentas, si este ensayo desenfadado se hubiese arriesgado a incluir alguna certeza, ésta habría sido la de que el dicho "El Tiempo es oro" se quedó extremadamente corto. (Conforme a mis últimos cálculos, junto al Amor, lo es casi todo).

En Ayamonte (Huelva). A 30 de noviembre de 2020. Siendo las 21:42 y treinta y siete segundos.

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Ana Cardo - Ramón J. Romero - Rufino Domínguez Beg O Mar - Carmen Sevilla - Sergio Castañeira Pablo asterisco - Sergio W. Tenis - Rafael Sierra

Colaboraciones Gema López - Antonio Pérez - Antonio Jesús Reyes Toni Villegas - Nacho Martín - Catherine Molina Jose Mauel Roiz - Jose Manuel Reyes


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POESÍA Ana Cardo. (Camas, Sevilla, 1990). Ata los perros con longaniza, a los peces con sirenas, a las ambulancias con sardinas. No se distancia de nada, pues nada le sorprende. Ha publicado en algunas papeleras y en un bosque de pacientes amigos. Nada aguarda; poco guarda y, pese a ello, siempre se encuentra con una desconocida. Ramón J. Romero. (Huelva, 1975). Le gusta la Literatura en general y la poesía en particular. En breve editará un libro con dos poemarios y varios relatos cortos. Rufino Domínguez García. (Valdelarco , Huelva, 1955 ). Actualmente reside en Sevilla. Profesor, ya jubilado. Ha publicado, únicamente, dos libros de poemas: "Palabras" en 2016 y "Postdata" en 2020, ambos con Ediciones en Huída (Sevilla). También ha colaborado en los últimos números de la revista electrónica "El Fantasma de la Glorieta". Beg O Mar. (Sevilla, 1976). Filósofa reciclada en bibliotecaria, refugiada en la literatura y los libros, desde los que construye puentes y espacios de encuentro (clubes de lectura). Escritora residente de Oniria. Carmen Sevilla Rodríguez. (Monachil, Granada, 1979). Asomo a la vida desde la poesía, desde las historias que cobijan al mundo, palpo el rostro de la Belleza que me mantiene presente, aunque escondida, entre fuertes ramas de abrazos y pájaros.

FOTOGRAFÍA

Sergio Castañeira. (Cádiz 1979). Fotógrafo Freelance. Se forma en diferentes talleres organizados por la Universidad de Cádiz para luego seguir su formación en Sevilla sobre lenguaje y creación fotográfica en la escuela y galería El Fotómata y en la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla, realizando el Curso de Experto Universitario en Fotoperiodismo y Fotografía Documental. A su vez, también ha recibido talleres con fotógrafos profesionales como Ricky Dávila, Eduardo Momeñe, Anders Petersen, Jose Manuel Navia o David Jiménez. Pablo asterisco. (Sevilla, 1970). Arrojado al mundo en contra de su voluntad. Fascinado por el engaño de los recuerdos y las trampas de la memoria. Aficionado al sincericidio. Rebelde de barra de bar y fotógrafo a ratos.

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RELATO Sergio W. Tenis. "Yupi Rattá", (Cochabamba, Bolivia, 1977). Vió por primera vez la luz en Cochabamba, Bolivia, durante un bochornoso verano. Ocurrió a medianoche —mucha luz no vio— y las altas horas del parto acarrearon algunos problemas burocráticos. El sudoroso notario no sabía si certificar que había nacido el día diecisiete o el día dieciocho. Decidió no decidir —¡ay, las paradojas!— y apuntó una fusión entre un ocho flaco y un siete difuso, emborronándolo con el pulgar sobre la hoja de papel oficio. Su vida comenzaba desdibujada, manchada por el absurdo. A pesar de haber sido incapaz, entre otras cosas, de alcanzar el éxito académico, higiénico o social, su persistencia lo empujó a perpetrar voluminosas obras literarias, escritas desde el inodoro —para no perder ni un valioso segundo— que jamás superaron el estreñido cerco de las editoriales. Hoy en día la era digital le permite postear, twitear y twerkear esquivando la censura de los pollaviejas de biblioteca. Blog: diogenespaja.org Rafael Sierra. (Amsterdam,1963). Lector, que no escritor. Colaboraciones en diversas revistas literarias, sociales... Dos novelas: "Once Minutos. Un encuentro entre Adolf Hitler y Georg Elser". (Edit. Absalon) "Cartas a Hitler" (Edt. Funambulista). Adaptaciones teatrales de ambas para la Compañía de Teatro "El Beso" y "Thor". Guiones cinematográficos. Gema López. (Ayamonte, Huelva, 1974). Su vida transcurre entre su lugar de nacimiento e Isla Cristina, donde pasó sus primeros cinco años de vida. Trasladó su residencia a Huelva, por imperativo familiar. Comenzó estudios F.P. lo que la hizo desarrollar su actividad profesional en la rama administrativa. Ya, desde su tierna infancia, apuntaba dotes para la creatividad literaria -transmitida genéticamenteempezando a destacar en el colegio por sus originales redacciones, cuentos y hasta haciendo pinitos como guionista de una obra de teatro para el colegio. Recientemente ha publicado su primera novela, "La fuerza de Alexia", ambientada en esos lugares de su infancia y juventud, que tan bien conoce. Y Portugal. Antonio Pérez Ruiz. (Sabadell, Barcelona, 1963). Residente en Sevilla desde hace 50 años, es un escritor y funcionario público de la administración autónoma andaluza, que cuenta en su haber con una treintena de reconocimientos y/o premios literarios en diversos concursos, amén de publicaciones de muchos de ellos en formato digital o en papel. Dispone de un blog propio “Cortos y micros” con la url https://aprflapierre.blogspot.com. Antonio Jesús Reyes. (Sevilla, 1976). Estudió Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla. Fue profesor de idiomas en su ciudad natal y Brujas (Bélgica), y trabajó para la Universidad de Cambridge. Escribe crónicas y críticas musicales en diferentes medios como Achtung Magazine, 8Pistas Revista Distopía o Decireves (México). Lleva en solitario la gestión de Solo en las Nubes, el único blog en el idioma de Cervantes dedicado al fundador de Pink Floyd, Syd Barrett, y sigue colaborando en la enciclopedia musical The Complete David Bowie (Nicholas Pegg). En 2014 publicó una obra en prosa y verso junto a dos autores más llamada El Tormento del Erizo. En este momento se encuentra escribiendo este párrafo de presentación en el barrio de la Macarena, en tercera persona, como si él no fuera él mismo. Blog “Solo en las Nubes”: http://sydbarrettpinkfloydesp.blogspot.com/

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ARTE DIGITAL

Toni Villegas, "Xeito". (Cádiz, 1.965). Gaditano afincado en A Coruña. Destaca desde la infancia en diferentes artes plásticas. Realiza estudios reglados en la Escuela de Artes Aplicadas de la ciudad de Cádiz y desde ahí comienza una notable trayectoria profesional que abarca varios años como creativo publicitario en conocidas empresas. Actualmente domina diferentes técnicas como la pictórica, fotográfica, Arte Digital y otras. Abierto a nuevas tendencias desde una mirada, siempre, poética. Nacho Martín Palomares. (Sevilla, 1966). Pintamonas, aprendiz. Religiosamente woodysta; marxista y kraheiano. Contemplativo, hedonista. Peliculero, amante de la charlotada; lector discontinuo y valedor del punto y coma. nachomartin.weebly.com NO FICCIÓN Catherine Molina. (Córdoba, 1975). Filóloga por estudios y bibliotecaria de profesión. Apasionada de la literatura y de los libros como objetos de valor. Siempre dispuesta a hacer un viaje, que dure una mañana o un mes. Algún día quizá escriba. José Manuel Roiz. (Sevilla, 1962). Es el pseudónimo de José Manuel Rodríguez Pérez (sigue Cózar Roiz). Biólogo, jardinero, paisajista, educador medioambiental, naturalista y filósofo, escritor y conferenciante. Algunas ocupaciones: Coordinador del Servicio de Parques y Jardines de la Exposición Universal de 1992. Director y profesor de la Escuela de Jardinería Joaquín Romero Murube de Sevilla (2000-2014). Presidente de la Sociedad Mediterránea para el Paisajismo la Educación y el Empleo y de la Asociación para la Salud Anayama, vicepresidente de la Asociación Cultural Tardis y director del Tardis Landscape Studio. Funcionario de la Consejería de Educación y Deporte de la Junta de Página web (en construcción): https://tardislandscapestudio.com Jose Manuel Reyes. (Ayamonte, Huelva, 1974). Suerte de malabarista especializado en no dejar caer al suelo ninguna de las facetas que le integran: literatura, abogacía, inteligencia emocional y canción de autor. Se adentró en las letras escribiendo el texto de sus canciones; luego entraría en juego la poesía; y actualmente es el relato el espacio literario que más transita.

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Muchas gracias por la participación. Nos vemos en el siguiente número, en marzo de 2021, el tema será: "La identidad".



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