Nuestro Tiempo 654

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y en el del poder. Pues bien, la universidad es, por un lado, la sede por antonomasia de la ciencia y, por otro, está constituida ad intra según un modelo jerárquico de poder bastante acusado. En cuanto a lo primero, es bien conocido que la ciencia hincha, y el que se cree que sabe todavía no sabe como es debido. Respecto a lo segundo, las posibles causas de soberbia son dos: la altura del status y las obras. No es extraño, pues, que la soberbia aparezca en una corporación feudal vigente hoy día como la universidad, donde los títulos y cargos directivos marcan en exceso el escalafón, y más todavía, en una sociedad como la actual, donde “mandar” y “obedecer” no significan exclusivamente “servir”. En efecto, soberbia es sentirse “señor” del cargo –incluso del que no le han encargado–, no “administrador”. Decíase, además, que este mal afecta sobremanera a la juventud, y la universidad es la

del tiempo –y no mucho– tal juicio cambie hasta el punto de mantener –con la misma determinación– la posición contraria. A las manifestaciones precedentes se pueden añadir más: dar por hecho que los demás no tienen nada que aportar, leer textos más por curiosidad o por crítica que por aprender y salvar la parte de verdad que contienen, callar el error grave y perjudicial de un autor, cuando se debe y ante quienes es debido descubrirlo, so capa de que se tiene cierta preferencia con él, perseverar en el error, tener manías y creérselas... Es asimismo propenso a ensoberbecerse quien, siendo de condición humilde y sin experiencia de gobierno, es elevado a algún cargo. Soberbia académica propia es, sobre todo, creer que el sentido del ser personal coincide con el del yo que uno se ha forjado con sus títulos y currículum y con el que barniza su mirada y actuación, o sea, su entera vida uni-

Si el vicio de la soberbia es el más grave, también será el más tenaz y perdurable institución donde más abunda. Con todo, no es solo un problema de gente joven, pues con el paso de los años este defecto se vuelve tan acrisolado y retorcido como encubierto. También se declara que incide más en las personas públicas que en las privadas, y es obvio que el oficio universitario es público. la SOBERBIA en uno MISMO

Para consigo mismo, la actitud soberbia en la universidad lleva al convencimiento de que sin el propio criterio y experiencia difícilmente se puede acertar en un tema o realizar algo con corrección. Se manifiesta con la arrogancia y la jactancia: la primera, porque el soberbio se siente pagado de sus propios éxitos por encima de su valía; la segunda, porque presume de sus cualidades, con o sin motivo. Lo mismo ocurre con la pertinacia en el propio parecer o la rotundidad con que se afirma un criterio, incluso aunque con el paso Nuestro tiempo

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versitaria. “Así es –advierte J. Philipe– como nos fabricamos el ‘ego’, diferente del auténtico ‘ser’, de modo similar a como se infla un globo. Este ‘yo’ artificial, requiere un gran gasto de energía para sostenerse; y como es frágil, necesita ser defendido. El orgullo y la dureza siempre van unidos… Cuando el Evangelio dice que debemos ‘morir a nosotros mismos’, en realidad alude a la muerte de ese ‘ego’ –ese yo fabricado artificialmente– para que pueda aparecer el ‘ser’ auténtico regalado por Dios”. Si alguien se obceca en la afirmación de su propio yo, va perdiendo de vista su sentido personal, la mayor donación creatural que ha recibido. Como enseña Polo, “lo peor para el ser personal es aislarse o ensoberbecerse, pues el egoísmo y la soberbia agostan el ser donal”. Para captar el sinsentido de la soberbia, tal vez valga la pregunta del libro de la Sabiduría: “¿De qué nos ha servido la soberbia?”; si por ella agoniza 95

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