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¡Feliz cumpleaños Misioneros de Guadalupe!

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Desde la MISIÓN

Desde la MISIÓN

P. Sergio César Espinosa González, mg

Estrenaba mis 21 años cuando ingresé al Seminario de Santa María de Guadalupe para las Misiones Extranjeras el 5 de octubre de 1969. Para mi sorpresa, el seminario que me acogía iba a cumplir apenas sus 20 años, dos días después de mi ingreso.

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En ese tiempo, no pensaba mucho en la historia de mi seminario, sino en el futuro para el que me estaba preparando.

Sin embargo, la historia tiene su sentido, pues contiene las raíces indispensables para que las ilusiones no se queden en espejismos y los sueños puedan verse realizados.

Fueron jóvenes soñadores los que presentaron sus inquietudes misioneras a los obispos mexicanos en la década de los años 40.

Con el apoyo del clero y a través de las Obras Misionales, el deseo de un seminario de misiones fue calando en el espíritu del pueblo de Dios; y paulatinamente, se cristalizó esa idea. Había que precisar qué tipo de misiones se quería emprender desde este novel seminario. La decisión no fue sencilla, todo parecía importante, pero los recursos humanos y materiales no serían suficientes para abarcar todo.

Las diócesis mexicanas ofrecieron algunos de sus seminaristas y sacerdotes para iniciar nuestro seminario. Mons. Alonso Manuel Escalante, no sólo fue el primer rector, sino un verdadero padre, promotor y alma del Seminario de Misiones.

Los pioneros fueron cuidadosamente seleccionados, siendo 12 los candidatos con los que surgió nuestra obra el 7 de octubre de 1949, efeméride que se celebra anualmente con acción de gracias y regocijo en las casas y Misiones del instituto.

Ahora, celebramos el 73 aniversario de la fundación del Seminario de Misiones. Una obra de la Iglesia mexicana que continúa tan vigente como el día en que se fundó.

Nuestra gratitud va a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo, que nos ha asociado por pura gracia a la misión que le fue encomendada, y al Espíritu Santo, el aliento divino que impulsa la Iglesia para que la Buena Nueva llegue hasta los últimos confines de la tierra.

Gratitud a Santa María de Guadalupe, que nos inspira constantemente para mostrar a Jesús como la Buena Noticia encarnada que transforma todo pueblo y cultura.

Gracias a la Iglesia de México, a los obispos que durante 73 años han acogido, sostenido y animado a su Seminario de Misiones.

A los presbíteros y miembros de la vida consagrada que nos han acompañado y apoyado. Y al maravilloso pueblo de Dios, cuyas oraciones y donativos nos permiten seguir adelante en esta ardua y a la vez gozosa tarea.

También, tenemos a muchos hermanos, presbíteros y laicos, a quienes agradecer por su labor; algunos ya gozan de la vida de Dios, otros viven su ancianidad en oración por las misiones, y unos más van dando su vida en los trabajos que nos encomiendan nuestros superiores.

Junto con la gratitud, es preciso reconocer que a veces no hemos estado a la altura de esta sublime vocación, y no nos queda sino aceptar nuestra debilidad, pedir perdón y encomendarnos a la misericordia de Dios y de su Iglesia.

¡Felicidades, Misioneros de Guadalupe!

Poco más de siete décadas de aprendizaje

Este 7 de octubre de 2022 los Misioneros de Guadalupe celebramos 73 años de estar viviendo los valores del Evangelio a donde hemos sido enviados por la Iglesia de México: países de primer y tercer mundo, capitalistas y con régimen comunista, de mayoría católica y, próximamente, de mayoría musulmana.

Han sido poco más de siete décadas de presencia misionera, y al hacer una mirada retrospectiva de nuestro caminar, es bueno preguntarnos hacia dónde podemos encauzar nuestras reflexiones con relación a la experiencia que adquirimos como misioneros.

Me parece que, en estos 73 años, hemos ido descubriendo que, ser misionero, no es tanto llevar a Dios como encontrarnos con Él en los lugares a los que somos enviados; que el Señor es el protagonista de nuestro quehacer en la historia; que Él convierte al otro hacia sí e incluso en nuestra actividad pastoral nos convierte a nosotros mismos hacia Él; que, como portadores de un mensaje, más que predicadores, hemos de buscar acompañar a aquellos que encontramos en los países de misión; que evangelizar es ser evangelizados.

En el ejercicio de mi sacerdocio misionero, al verme como un testigo de Él, he ido constatando cada día que, más que ir a ayudar a alguien, es encontrarme a Dios como el Señor que guía y gobierna mi caminar. Ha sido precisamente ahí, a donde se me ha pedido ir, donde se me ha ido revelando que la salvación del otro no depende de mi predicación, sino de Él, mi Señor, quien es el actor de mi propia historia como misionero.

He aprendido que, aunque tengo un mensaje que proclamar, esto debe hacerse con respeto, en la creencia del que me escucha y en diálogo con los que he sido enviado, sin cohibirme por ello en el anuncio de la verdad del Evangelio, que es para lo que he consagrado mi vida. No imponiendo mi fe o mis devociones a nadie,

Santa María de la Encarnación

• Nació el 28 de octubre de 1599 en Tours, Francia. Desde joven sintió su llamado a la vida religiosa.

• En 1617, sus padres la ofrecieron en matrimonio con el dueño de una fábrica de seda, con quien tuvo un hijo.

• Dos años después, quedó viuda, asumiendo la dirección de la fábrica y realizando sus votos de virginidad perpetua en 1621.

• Encargando el cuidado de su hijo a su cuñado, en 1631 ingresó con las ursulinas de Tours, profesando el 15 de enero de 1633.

• En 1639 es enviada a América, donde abrió el primer monasterio de ursulinas en Quebec.

• Aprendió las lenguas nativas, componiendo diccionarios y catecismos.

• Su labor misionera con los amerindios fue muy valiosa, fundó muchas escuelas católicas.

• Murió el 30 de abril de 1672. Fue beatificada el 22 de junio de 1980 por san Juan Pablo II y el Papa Francisco la proclamó santa el 3 de abril de 2014.

Santa María de la Encarnación

Oración

Padre celestial, Que diste a Santa María de la Encarnación una fuerza heroica ante las adversidades que encontró en el camino de la vida. Que nosotros, tus hijos, a través de su intercesión, soportemos con valentía todas las pruebas y perseveremos hasta el final en tu amor.

Te lo pedimos, por nuestro señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

sino ser presencia significativa de quien soy amado y a quien amo. Una actitud balanceada en la verdad que pregono y en el respeto profundo de la creencia –religión o fe– del que está frente a mí, a quien yo también he de escuchar; una actitud así es la que hace que me nombren “misionero”.

Mi devoción a la Virgen de Guadalupe, asimilada desde niño, cuando mi mamá me hablaba de ella, es un garante que fortalece mi entusiasmo para que mi presencia sea de esperanza de vida con quienes me encuentro en el camino, atento a las necesidades de aquellos que, con queja de desánimo, me buscan para hallar solaz, a fin de que, participando en sus penas y angustias, así como en sus alegrías y esperanzas, avance en el camino de Dios.

Tener una verdad plena que anunciar, como lo es el Evangelio vivo de Jesús Resucitado, hecha en diálogo y con actitud de escucha ante otras creencias, lejos de una postura soberbia donde yo tengo la verdad, me parece que nos sitúa en la dinámica del carisma de Misioneros de Guadalupe.

¡Felicidades, querida familia misionera! por este LXXIII aniversario de fundación de nuestro instituto. Han sido varias décadas que nos siguen proyectando a ser testigos de lo que la Iglesia de México ha formado y sostiene en nosotros, Misioneros de Guadalupe.

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