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¿Quiénes somos los Misioneros de Guadalupe?

P. Alfonso Arceo López, mg
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El evangelio de san Juan nos habla de una mujer samaritana que a una hora muy poco oportuna (al medio día) va al pozo de Sicar a sacar agua (Jn 4, 1-42). Está claro que rehuía el encuentro con las personas, ya que llevaba una vida de pecado y buscaba por todos los medios evadirlas. Pero Jesús estaba ahí y tiene con ella un diálogo inteligente y deslumbrante. Le hace ver que está al tanto de su vida herida por el pecado, pero no se queda ahí, en la censura, sino que abre su corazón a la posibilidad de cambiar su entorno y le muestra que en su interior hay un pozo de agua eterna. Jesús toca delicadamente su corazón. No se limita al regaño, le enseña un modo nuevo de vida, lleno de posibilidades, de redención y de contacto con Dios. En ese breve intercambio, la mujer queda transformada.
Deja atrás su contexto de vergüenza y de evasión, y la cambia por una vida tocada por la pasión hacia Dios. Se vuelve su testigo. La fuerza y convicción de su anuncio es capaz de persuadir a otros para que se sientan seducidos.
Esta mujer no es una persona versada en cuestiones bíblicas,