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La dignidad de la sexualidad en el noviazgo y el matrimonio: un reto.

Por: Carlos Ernesto Martínez

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Originario de Minatitlán, Veracruz. Tesista de la Facultad de Derecho de la UNAM cuya tesis se titu: “El aborto como antinomia del sistema jurídico mexicano en el marco del derecho internacional de los derechos humanos”. Becario del Programa Mil Becas Generación Bicentenario. Diplomados en Teología, Antropología y Teología Litúrgicas, Bioética, y Existencialismo y Personalismo por la Universidad Pontificia de México. Estudiante de Maestría en Bioética en la Universidad Anáhuac México. Coordinador General del movimiento “Dilo Bien” Ciudad de México. Corresponsal de la Revista México VIVE en Veracruz.

Muchos de los problemas relacionados con los fenómenos sociales se deben al marco antropológico adoptado consciente o subconscientemente. Y es evidente que la visión que impera hoy es la liberal-utilitarista. El liberalismo, desde los tiempos de Locke, ha otorgado un valor sagrado a la autonomía por encima de todo, y crea el espejismo de ver los derechos y la corporeidad como “propiedad”; ergo cualquier colisión con los otros, necesariamente conlleva una noción de “tú contra mí”. 1 ¿Mi cuerpo, mi decisión? Las raíces emanan de la Ilustración y del culto a la libertad. El utilitarismo, por su parte, conlleva la obtención del máximo placer y el mínimo sufrimiento para el mayor número de personas; sin otra variable más que el costo-beneficio que el individuo, en su subjetividad, le dé a cada cosa. 2

Este binomio salta a la vista cuando volteamos a ver el mundo que nos rodea, y tuvo un renacer a partir de la mal llamada “revolución sexual” del siglo pasado. Pero, décadas antes, con la irrupción de las guerras mundiales, del existencialismo y sus respectivos cuestionamientos, surge una tendencia objetivista, de la que nacen los tratados de derechos humanos, de revalorar a la persona.

Ahora, ¿qué es la dignidad? Mucho se ha escrito al respecto, pero una definición certera, que para el caso nos ocupa, es la

1

Carpintero, Francisco, en Megías Quirós, José Justo (coord.), Manual de Derechos Humanos, Thomson Aranzadi, Navarra, 2006, pp. 91-95.

2

Tarasco Michell, Martha en Khuthy Porter, José, et. al., Introducción a la Bioética, 4a. ed., Méndez Editores, Ciudad de México, 2015, pp. 28-29.

siguiente: “La perfección o intensidad del ser que corresponde a la naturaleza humana y que se predica de la persona, en cuanto esta es la realización existencial de aquella humana”. 3 ¿Cuáles son las implicaciones de esta dignidad? Sintéticamente, al ser un valor supremo del ser humano, requiere la satisfacción de ciertas necesidades básicas, buscar el bien objetivo de la persona y fungir como un límite a la acción de terceros y de uno mismo. Sobre ella, una máxima legada por Kant obliga a abstenerse de usar a la persona como medio, y respetarla como fin en sí mismo.

Esta parte de la dignidad es la más difícil de materializar; en parte por aquella creencia de tener una disponibilidad absoluta del cuerpo, como cualquier objeto sobre el cual ejercer dominio. Pero la realidad es que, al ser la persona su propio cuerpo, la indisponibilidad como objeto, y más, como objeto de comercio, es absoluta.

Dicho lo anterior, también debe entenderse que la sexualidad no se reduce a la genitalidad, sino que se manifiesta en cada uno de los actos del ser persona. Siendo el ser humano, sexuado por naturaleza, el ser hombre o mujer, condiciona su modo de actuar y de expresarse. En esta tesitura, el ejercicio de la sexualidad, con todo lo que implica: palabras, gestos de cariño, placer, unidad y procreación, es una conducta inherente de la persona. Pero esto no significa que no tenga límites.

Desde que el placer se volvió un negocio, tener relaciones sexuales se tornó una necesidad. La realidad es que, fisiológicamente, no lo es, a diferencia de la alimentación, la oxigenación o la defecación, pues de ellas depende la vida y el desarrollo de la persona. Y cuando las parejas se usan como objeto sexual, su relación corre peligro de ser efímera, dependiente de la efusividad del placer y de la “eficiencia” del cuerpo para obtenerlo, so pena de buscarlo en otro lugar, despersonalizando al ser humano y acotándolo a la corporeidad sin trascendencia.

Dos lecturas que recomiendo con profundo cariño, aun sin la necesidad de ser católico, por la belleza y profundidad con la que se retoma el tema de la dignidad de la sexualidad y la familia, son las Exhortaciones Familiaris Consortio y Amoris Laetitia de los papas San Juan Pablo II y Francisco, respectivamente.

¡No tengas miedo de ir contra corriente, de brindarle la dignidad al ejercicio de tu sexualidad y de practicar la castidad como estilo de vida en respeto a ella! Contrario a lo que se cree, tiene muchos beneficios. Después de todo, ¿qué mejor forma hay de mostrar un verdadero amor que el esperar a la madurez que el matrimonio otorga para entregarse mutua y completamente? Y si te han condicionado a tener relaciones sexuales para “probarte”, entonces mi querido lector: ¡Ahí no es!

La razón de lo anterior estriba en que, al dejarse fuera esta imperiosa necesidad de darle valor auténtico a la persona en su totalidad, fácilmente se desvirtúa la naturaleza y el propósito unitivo de la relación sexual, reduciéndola la obtención de placer, y en los casos más extremos, a través de una contraprestación cuando se practica la prostitución. Las relaciones tienen, erróneamente, el sexo como un eje.

3

Hervada, Javier, Lecciones propedéuticas de filosofía del derecho, EUNSA, Pamplona, 2000, p.449.

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