En cada rincón hubo una lágrima y un bofetón. Ella sentía pánico, miedo, porque no lo quería perder. El silencio era su único compañero y sólo recordaba sus palabras: “Si te preguntan, te has caído en el baño”. Ella no podía detenerlo, ni defenderse, pues era más fuerte que ella. Sólo le quedaba rezar para tener suerte y esperar que todo terminara de una vez. Moraleja: No seas una damicela; habla, exprésate. Recuerda que a nosotras cuando se nos acaba el amor es porque lo vemos con ambos ojos, los del rostro y los del alma.
Memorias del silencio vol. XII 35