Contra Santiago y otras capitales

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todo en realidad cae, todo se frustra, todo desaparece y algo distinto se levanta después, siempre.

*** La demanda de repercusión cultural no es en este caso una completa primicia. Faluchos, novela de Leoncio Guerrero publicada en 1946, arranca con una santiaguina deseosa de pintar nativos desnudos, o de llevárselos al maestro Cicarelli como botín icónico. Y en un cuento de Mariano Latorre las autoridades locales planean contratar a Nicanor Plaza para que esculpa por fin la heroica anatomía de un guanay. Los dramas que desde hace siglo y medio vienen ocurriendo en la Isla Orrego, la Barra, la Piedra de la Iglesia, la Poza y el Mutrún, hubiesen sido una perfecta respuesta para los berrinches que Guillermo Cabrera Infante atribuía al productor hollywoodense Sam Goldwyn: “Estoy aburrido de viejos clichés, tráiganme clichés nuevos”. Por motivos insondables esa consagración nunca ha terminado de cuajar, y así aconteció igualmente con Maule, la película que Chile Films prometió rodar en los 40 a partir de un premiado libro de Tomás Montecino. En función de tales experiencias truncas, el casi-casi ha sido la tónica de una especie de subgénero maucho que podría rotularse ficción infraestructural o narrativa de obras públicas. A ese rubro se integran hitos como la construcción del ramal y el puente Banco de Arena, las iniciativas para regularizar la actividad portuaria, la depredación de los bosques de pellín, el surgimiento del balneario y las consecuencias nada aromáticas de la celulosa. Una mezcla de tragedias naturales y fails ingenieriles se ha ensañado con Constitución hasta un punto no muy distante de lo que se tiende a pensar de Haití o Bangladesh. Ya sea en trabajos académicos como los de Cortez y Mardones, o en textos más ensayísticos como el que Carlos Acuña titulara Nacimiento de Nueva Bilbao, la historia local asoma plagada de dificultades burocráticas. Acuña, por ejemplo, cita el malintencionado informe de un funcionario penquista acerca de la navegación fluviomarina (“sólo aceptaría que mi barco entrase por ahí si primero me asegurasen el valor de él, y otro fuese dentro y no yo”), mientras que la investigación de Cortez y Mardones se retrotrae a mejoras que solían anunciarse para dos años y acababan 88


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