MR N° 12 - LOS PUEBLOS ABANDONADOS

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MAULE, CHILE

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2019, AÑO 6

PUEBLOS ABANDONADOS


Editorial

LA DESTRUCCIÓN RETÓRICA DE CHILE

Desde que partimos con Medio Rural, la figura del colectivo de los Pueblos Abandonados ha estado rondando siempre. Los abandónicos fijaron la mira en una serie de conceptos que nos parecían -y nos siguen pareciendo- fundamentales para concebir un proyecto desde la manoseada provincia. El primero, y quizás el más osado, fue el imperativo de superar el larismo latismoso del poeta de provincia (pidiéndole desde ya las excusas al amigo de piedra), ese marditismo (sic e hip), el spleen de taberna pobre que tanto daño le hace a la posibilidad de crear cualquier cosa en serio. Luego, entendieron que los proyectos realizados fuera del centro (“excéntricos”, por ponerle) no podían seguir defendiéndose desde la inocencia proveniente de San Rosendo; había que crear una especie de programa ideológico-discursivo altamente enredado para entrar a pelearle el poder a los académicos, editores y amiguitos bien del principado de Providencia, con sus gatos y doctorados (Mellado dixit). Cristian Geisse, en el texto de apertura de este número especial, denomina a esta operación política como “la densidad teórica pichulera”. La última idea, para no mostrar todas las cartas en la primera mano, tiene que ver con entender a la provincia ya no como locus amoenus, ese lugar que aspira a perfección memorística, a recuerdo de la infancia, a reducto de pajarillos y bandoleros, si no que desde el esfuerzo por producir, a través de estas ficciones territoriales, maquetas aún más reales y salvajes que el escenario que habitamos a diario. A fines de la década pasada, en Llolleo, en la última pieza del último preuniversitario del mundo, emprestada por un compañero comunista, un grupo de escritores -casi todos narradores con sensibles inclinaciones poéticas- se juntaron a debatir en torno a la destrucción retórica de Chile y de ahí salió el ya famoso Manifiesto de los Pueblos Abandonados, que remata: “Esta práctica territorial de escritura se reconoce en la voluntad de participar en el rediseño crítico de la república, no sólo para generar otras, sino para desarrollar una poética de la nueva habitabilidad”. 2


Los PPAA -horrible abreviatura que decidimos usar igual porque suena a rama de las Fuerzas Armadas- son altamente conscientes de que su retórica es chamullenta y poco efectiva frente a los perros grandes y se sienten orgullosos peleando los puestos de avanzada de la segunda o tercera categoría. Se saben “cabeza de ratón”, y a mucha honra. Disfrazados bajo una coraza de jerigonza indexada por la que se cuela una mala leche y un humor altamente codificado, los Pueblos Abandonados, han digitado un plan colectivo y persistente, que tiene por objetivo último e inalcanzable: “mover el centro del universo a la provincia”. En el magnífico soneto “Poeta de provincia”, el primer abandónico, Pablo de Rokha, se define como “magníficamente masculino”. Ese ego machista, tan presente en casi todo proyecto provinciano, no podría pasar colado y había que afrontarlo. Pese a que varias mujeres suscribieron el Manifiesto y participaron de los encuentros, a la hora de los quiubos solo los machitos discurseaban. Es más, los textos que aquí presentamos -y que iban a ser publicados por una editorial bacana y santiaguina- están todos firmados por “varones de antiguos cultos”. Conscientes de este asunto insoslayable, cuando les hicimos ver la necesidad de ampliar el arco de voces, no solo por el asunto de género, sino que también de relatos, aceptaron altiro. Les dejamos entonces nuestra selección del abandono de los pueblos. Por los PPAA juegan: Cristián Geisse, Marcelo “el Gestor” Mellado, Claudio Maldonado, Óscar Barrientos, Cristóbal Gaete, Mario Verdugo y Daniel Rojas Pachas. A ellos les sumamos una clase maestra con la poeta Verónica Zondek; una defensa al lenguaje champurria por Daniela Catrileo; una entrevista a Carmen Gloria Núñez, centrada en la educación rural y una selección hardcore de poemas de Rosabetty Muñoz. Zondek propone que el concepto “pueblos abandonados” no solo nombra a un grupo de escritores que trabajan desde la provincia, ella va más allá y también define aquellos lugares despreciados por el poder central y que ya no son rentables, o donde ya no queda nada más por explotar. “En esos territorios, el abandono erige cáscaras u osarios arquitectónicos que se convierten en «instalaciones de la historia» y es posible leerlos como a un libro abierto y tri-dimensional”, dice sabiamente. Rescatamos y compartimos, entonces, ambas visiones acerca de los pueblos abandonados. Por un lado, ese afán aguerrido de trabajar a espaldas del poder central y, por el otro, la obligación de dar cuenta de los territorios que botó la ola. 3


ABANDONADOS Por Cristian Geisse Navarro

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Vivo casi encerrado en Vicuña, tratando de hacer lo mío, actuando en términos territoriales, quizás locales, sobre todo personales; pero sin dejar jamás de proyectarme hacia donde las paralelas se juntan. No escribo para la gente de Vicuña, creo que escribo para todos: esa masa informe, desfigurada, sin rostro ni nombre definido, con la que espero comunicarme no solo ahora mismo, sino por siempre. A pesar de que existen muchas posibilidades de que todo salga como el forro, no me parece mal intentarlo y hago mi apuesta. Y lo hago desde la punta del cerro y a la chucha de la loma. Por el momento no tengo otra opción real. De hecho, creo que me vi forzado a vivir acá. Si hubiese podido me hubiese ido a Nueva York, a París, a Berlín. Quizás a Chiclayo o Tijuana. Incluso a Teherán o Jartún. Cualquier lugar menos acá. Nunca me llevaron los rusos, tampoco los yanquis. Cuando me echaron de todas partes, este fue el único lugar en el que tenían la obligación de recibirme. Era mi carta bajo la manga y en algún momento fue la única que me quedó por jugar. Yo la tenía reservada para el final, pero sin que yo lo viera venir todo se cayó a pedazos. Ahora ya estamos contentos. Soy de acá, desde niño la gente me conoce y me aprecia. Entienden que estoy loco. Yo entiendo su locura. Estamos empate y paso piola. No nos pisemos la capa entre superhéroes. No nos pisemos las mangueras entre bomberos de la misma compañía. No nos pisemos la chara entre gitanos. Soy uno más. Puedo reírme junto a fieros y mijitines. Soy uno más. Ayuda el que tenga una casa. Entonces desde acá urdo, conspiro, me proyecto. Doy vida a mis golems. Es el bunker, la trinchera, el lugar de operaciones. Mi laboratorio secreto. Desde acá me asocio con el resto de abandonados. No sé cómo lo hacen los otros, algunos de ellos lo hacen parecido. Yo lo hago así. Desde acá me desplazo. Saco libros, edito textos, invento poetas. Soy el tonto útil que escribe presentaciones y reseñas. Me las doy de profesor y miento a mis alumnos, mucho. Bailo, me emborracho, corro, canto. Me hundo en la miseria y tengo epifanías. Digo lo que veo, sonrío, lloro, caigo. Me levanto. Creo que soy feliz.

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Vicuña –una ciudad de diez mil una personas- me hace ser quien soy, de distintas maneras. Pero lo que quiero escribir debe entenderse también fuera de aquí. De hecho, no me interesa en lo más mínimo ser leído aquí. Me da susto que me echen del trabajo, que me quiten el saludo y me dejen de querer como me quieren. Y yo los quiero, así es que -como dije- mejor sigamos tan amigos como éramos. Antes me decían poeta. En la calle, digo. Muchos me saludaban así. Yo me enojaba. Lo consideraba casi un insulto. Tengo una imagen ambivalente del poeta: puede ser tanto un talismán humano, como un farsante. Los farsantes son legión y les encanta que los vean. Yo nunca estuve seguro de ser un poeta de verdad, así es que incubé en silencio mis tentativas. Entonces nadie me había leído nunca, pero sabían que yo escribía poemas, ¿por qué? La razón: es muy difícil mantener un secreto en lugares como este. Además, así como debe haber un loco, un borracho, una maraca, un maricón, un paco malo, un cura nuco, uno que hizo pacto, debe haber un poeta. Pero nada más lejano a mi deseo que ser considerado el poeta del pueblo. Suelen ser tipos anormales, aceptados con una mezcla de lástima y extrañeza. Se les tiene una admiración desconfiada, proveniente de la incapacidad de comprender bien de qué se trata lo que hace. De todas formas les piden que declamen en actos público, que escriban discursos a las autoridades, que redacten epitafios, que hablen en funerales, que escriban textos para las revistas de aniversario de los clubes deportivos. Nada más humillante que te pidan “recitar” un poema en una sobremesa cuando todos están medio borrachos. Por eso mismo respiré con alivio cuando me empezaron a decir profesor.

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De todas formas lo que quiero ser es escritor, ¿por qué? No lo tengo muy claro. Desde la cursilería de buscar amor, a la pose de ser un renegado. Quizás porque fui el hijo del medio. Tal vez porque deseo ser artista y los artistas se lanzan al vacío. Quizás sea nada más por la necesidad de prestigio. Por alguna razón mis padres me alentaron a ser escritor sin jamás haber conocido a uno. Yo creo que fue la Gabriela Mistral y el Nobel. El prestigio. Pero qué mierda de prestigio tiene hoy un escritor. Qué poca cosa es hoy en día, qué poco respeto infunde ser escritor. Me hace acordar a un primo que se presentaba como titiritero jurando que las minas se iban a derretir. Hubo que aconsejarlo. 7


En una de esas ser escritor guarda relación con la lucha etológica por marcar territorio. El último tiempo hago muchas lecturas desde ahí. Se nos olvida lo animales que somos. El escritor como un animal territorial entonces. Una extraña manera de ser un macho beta con aspiraciones a macho alfa. Una forma de ir a la pelea por los flancos. Dicen que Napoleón quiso ser novelista. ¿Por qué no fue novelista? Porque era macho alfa, no un animal disminuido. Por eso Neruda no quiso ser presidente: los machos beta igual se agarran a las minas. El abuelo de una compañera de universidad estuvo en el mismo curso de José Donoso y lo describía como “menos que un hombre”. Por ahí vamos entonces. Igual vamos a cambiar el mundo. En una de esas para peor y quizás por debajo, casi nunca sentados en la mesa de los perros grandes. Mejor. Ojalá sin moverles nunca la cola, ojalá aullando con la manada real. Tal vez entre la gente. Incluso solo. Como sea. En esa estamos, desde acá damos la pelea y nos comunicamos con la jauría. Desde Vicuña.

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Por mucho tiempo consideré que era fomentar la violencia comparar el campo literario con un campo de guerra. Ingenuamente, jipisonamente, hubiese preferido la metáfora del juego, quizás la del taller, en una de esas la del carnaval y el payasódromo. Pero no, sabemos que no. Vamos a lo profundo y elemental: es la lucha por la existencia. Es la lucha por vivir la vida de una determinada manera, haciendo lo que se puede. Entonces, al igual que los monos de esos experimentos brutales en los que se los aísla para comprobar que desarrollan histerias igual a la de los humanos, yo busco amigos, otros simios como yo. Entonces me asocio con primates a los que admiro y respeto, con los que siento estamos en la misma rama, con esos que están hundidos como yo en los pueblos abandonados, que quizás ya no tienen dónde ir, que prefieren esta miseria a cualquier otra. Hacerla desde ahí. Mover el centro del universo a la provincia. Ya dije, la podría hacer solo. Si la cosa falla, lo voy a hacer solo. Es mi apuesta. Con ellos o sin ellos. Pero con ellos es mucho mejor.

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Fui invitado a Punta Arenas el invierno de 2011 a presentar la obra de mi socio Alfonso Alcalde, que nació ahí, que huyó durante toda su vida de un pueblo abandonado a otro, que además fue abandonado por su madre y por su padre, que siempre abandonó a todos, incluso a sí mismo, con la única excepción de aquellos que ya habían sido abandonados y no tenían dónde ir. Por una coincidencia significativa también invitaron a Cristóbal Gaete, el editor de mi primer libro de cuentos, que es un tipo que yo encuentro que es de verdad y no de cartón. Yo le conocía y le conozco un proyecto de obra serio y consistente, un real amor por el oficio, con estrategias propias para intervenir en el campo de batalla y en la realidad. Aprovechamos entonces para hacer la presentación de En el regazo de Belcebú, mi libro debut, en una ceremonia dentro de la feria del libro de Magallanes a la que asistieron no más de seis personas. Normal. En la misma feria presenté los tres tomos de Alcalde, que ya me parecía otra cosa. No había más de diez personas. También normal. Además fuimos ninguneados por el extraordinario poeta José Ángel Cuevas. Nada de eso me quitó el sabor a triunfo. Era invierno y yo estaba en la ciudad más austral del mundo. Algo bueno había hecho en mis vidas pasadas para haber recibido un regalo así. Llegar a esa ciudad no es fácil, salir de ella tampoco. Hubo de todo: lluvia, ventiscas, granizo, nieve, sol. Es una ciudad hermosa, pulida por el viento, inclemente y combativa. Una ciudad extrema y radical, que parece otro país, otro planeta, un universo alternativo. Su gente es una hermosa mezcla de rudeza y ternura, de violencia y solidaridad. Viví allí una serie de experiencias que me acompañan hasta el día de hoy. Al llegar conocí a Óscar Barrientos, un tipo de verdad, duro e inteligente y el responsable de que todos estuviésemos allá. Y cuando digo todos hablo de Lemebel, de Mellado, de Cuevas, de César Cabello, de Gaete. Siempre he pensado que la gente a la que me debo acercar es la gente inteligente, sensible y valiente. Me ha resultado. Desde la van en la que nos dirigíamos del aeropuerto al hotel, nos mostró la triste carabela en la que el demente de Magallanes y sus desquiciados seguidores habían atravesado el estrecho. “Hay que tener unos huevos de este tamaño para hacer algo así”, dijo Barrientos. Yo entendí que él era hombre de esa talla, o bien que buscaba serlo. A las diez de la mañana nos invitó un pisco sour. Yo sabía que debía dormir. No lo había hecho en toda la noche y había dormido muy poco las noches anteriores. Pero tengo mis debilidades. Y nos pusimos a tomar schop. Después ron. Carabineros de Chile me despertó mientras dormía con las manos en las rodillas en una 9


esquina. Les expliqué que venía desde Vicuña city a una Feria del Libro. Me dejaron ir. Era de noche y me vi caminando a la mitad de la nada, solo, en medio de calles vacías, con el teléfono descargado, sin dirección ni dinero. Verdaderamente parecía un interminable pueblo abandonado. No había luces encendidas. No había nada ni nadie. Solo yo contra los elementos y mi propia estupidez. Caminé por las que me parecieron horas sin saber hacia dónde mierda iba ni dónde estaba. El frío calaba los huesos y comenzó a nevar. La hipotermia era una posibilidad cierta. Creo que no me había sentido así nunca. Recordarlo me produce siempre extrañeza. Soy alguien raro muy a mi pesar, y a estas alturas ya me gusta ser así. Siento que de alguna forma haberme perdido de esa forma fue una especie de premio por haberme abandonado a mí mismo. Sin duda es uno de los recuerdos que más atesoro de Punta Arenas y quizás algún día pueda contar más. Tengo varios otros. Uno de ellos tiene como protagonista a Marcelo Mellado, quien en una sala lateral que servía de bodega dentro de la Escuela Municipal donde hacían la feria, digitaba con rabia y entusiasmo. “Estoy escribiendo el manifiesto de los Pueblos Abandonados, después lo voy a hacer circular para que lo firmen”, dijo. Loco de mierda, pensé yo, voy a firmar esa cagá aunque no sepa de qué se trata.

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Sabía más o menos quién era Mellado. Yo estudiaba en Valparaíso y mi amigo Mario Verdugo escribía una tesis sobre la provincia donde analizaba una de sus novelas que lleva ese título. Verdugo además de ser uno de los mejores poetas que he leído, es una universidad caminando. Su campus central está en la provincia y en medio del abandono. Conozco a pocos con su capacidad. Si no fuese tan ocurrente y bueno para la talla, uno creería que tiene un asperger. Leve quizás, pero una de esas pifias que dan ventaja. Creo que él es fundamental en esto de dar vuelta el mapa y sacar al centro de la punta de la pirámide. A la chucha con la pirámide. Por supuesto pedirle la novela de Mellado era un despropósito, ya que estaba a la mitad de su investigación, así es que no pude leerla. Ciudad Invisible, una revista porteña en la que Mellado escribía artículos, me lo permitió. También el Clinic. Yo no sabía cuánto de impostura había en su parada, pero de todas formas me parecía un tipo que no temía ensuciarse. Siempre me han llamado la atención las personas que opinan como a hachazos, pero acá había algo más. Detrás de ese rezumante resentimiento, había algo más. Parodia llevada a extremos para los cuales hay 10


“Nos veo jugando en serio aunque estemos en la tercera o segunda división. Entiendo perfectamente la densidad teórica pichulera que muchos desarrollan. A veces me parece palabrería, a veces parodia, pero entiendo que es una manera de atacar desde adentro una hegemonía académico-metropolitana. Los veo haciendo el rediseño crítico del paisaje de provincia. Los veo habitando sus respectivos pueblos abandonados, haciendo de nuevo los mapas, dándolos a entender de nuevo, siendo absolutamente postmodernos, posthumanos, protopostpunks de vanguardia, neoprovincianos empoderados y la

conchesumadre. Y así me veo como uno de ellos “.

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que tener estómago. Un deseo recalcitrante de destrucción, una franqueza irónica que raya en el autoboicot y una risa malvada que le ha traído feroces enemigos. Bien. Bien por él y bien por todos. Creo que ha visto al engendro desde las entrañas, ese pequeño infierno de tristes maletineros y gestores de poca monta, mezquinos funcionarios tratando de hacerse el pino cagándose al que se les pase por delante, especies de títeres deprimentes con patéticas ansias de poder, chupando la famélica teta del arte y la cultura, pegando codazos y aserruchando pisos, esperando su parte de la tajada. Y bueno, también toda la gama de artistoides y artistas del trapecio. Es triste entender que sus caricaturas tienen demasiado de real. Que vivimos en medio de la hediondez, de la ordinariez, de la humillación. Aun así nos permitimos reír. A carcajadas incluso. Una de las cosas más formidables en ese sentido es que no lo dice desde afuera, sino que lo hace desde el interior, en la cancha misma, haciéndose odiar, siendo una piedra en el zapato para los funcionarillos de poca monta que son el ejemplo de lo podrido que puede estar el deforme golem administrativo de la cultura en Chile. Para alguien como yo, hijo de la dictadura, mutilado en términos de asociación, compromiso y protesta, todo lo suyo me provocaba y me provoca mucha admiración. Cuando yo vivía en Valparaíso no llegué a conocerlo. La primera vez que intentó vivir en el Puerto, se fue en contra de una de las tantas mafias de poetas porteños y estos se dieron gustosos el trabajo de darle a entender con quién se estaba metiendo. Escribió un artículo que cualquiera que no fuese un analfabeto funcional iba a entender como una diatriba hiperbólica y caricaturesca. Pero ellos se sintieron ofendidos y antes de un conversatorio de escritores le pegaron unas patadas en la raja y le reventaron huevos en la cabeza. Entre los poetas que hicieron eso estaba uno que un par de años después le iba a meter un balín en la mano a Cristóbal Gaete. Para mí eso nunca fue una coincidencia. Yo diría que en Mellado se cumple aquello de Blake cuando dice que si el necio insiste en su necedad, llega a la sabiduría. Una pulsión interna irresistible lo lleva a escribir como lo hace. Uno diría que así lo iban a terminar echando de todos lados. Uno diría que es eso lo que sigue buscando. Pero que así mismo está llegando donde quiere llegar y se está convirtiendo en el escritor que siempre quiso ser. Cuando estábamos en Punta Arenas y él presentaba su libro La Hediondez, dijo que José Miguel Varas era “un escritor de verdad, no como uno”. No fue 12


la primera vez que lo escuché referirse a otros como “escritores de verdad, no como uno”. Nunca pude entender del todo esa ironía, porque ya en esos momentos él era uno de los pocos escritores que yo conocía en persona y podía considerar de verdad. Quizás tenga que ver con el tópico del provinciano que se siente apabullado por el capitalino, que es uno de los imaginarios que nos encontramos combatiendo.

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Firmé entonces el Manifiesto, con cierta desconfianza, pero con muchos deseos de asociarme. A la larga he comprendido que hice bien, que hubo sabiduría al persistir en mi idiotez. Creo que de manera orgánica y natural me adhiero perfectamente a muchos de sus postulados. Estoy convencido de la necesidad de crear cánones alternativos. Yo mismo me los invento, de paso con autores que jamás existieron. Estoy de acuerdo en desplazar el centro gris del abismo, de robar poder al poder. Admiro la forma como los abandonados entran a jugar en sus respectivas canchas culturales. Nos veo jugando en serio aunque estemos en la tercera o segunda división. Entiendo perfectamente la densidad teórica pichulera que muchos desarrollan. A veces me parece palabrería, a veces parodia, pero entiendo que es una manera de atacar desde adentro una hegemonía académico-metropolitana. Los veo haciendo el rediseño crítico del paisaje de provincia. Los veo habitando sus respectivos pueblos abandonados, haciendo de nuevo los mapas, dándolos a entender de nuevo, siendo absolutamente postmodernos, posthumanos, protopostpunks de vanguardia, neoprovincianos empoderados y la conchesumadre. Y así me veo como uno de ellos.

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La cosa es en serio. Hay su buena dosis de chacota -no puede ser de otra forma- pero la cosa es en serio. Entiendo que todo se gestó en La Bomba de Valdivia. Y luego se realizó el encuentro de Llolleo, donde no pude asistir por razones logísticas. Cuando Mellado urdió en Valparaíso el segundo encuentro, asistí de una. Ahí estaban muchos de los mentors: Verdugo, Rojas Pachas, Barrientos, Gaete, Maldonado. Como es un colectivo, hay muchos socios afiliados. La nómina -entiendo- nunca ha estado cerrada. Y podrían incluirse también los nombres de todos aquellos que trabajan de forma parecida, sin que necesariamente estén coordinados como siento que está el grupo de escritores 13


que acabo de mencionar. O sea –hijos de la palabra del profeta Isaías- se aplica el Marcos 9-40: “el que no está contra nosotros está con nosotros”. Y todo aquel que expulse los demonios del centralismo y el martinrivismo juega para nuestro lado. Valparaíso para mí fue una especie de cumbre. Se leyeron ficciones territoriales y propuestas teóricas relacionadas con el rediseño crítico y simbólico de la provincia. Aprendo mucho en este tipo de instancias. Suelo llegar a mi casa con muchos libros y muchos nombres. Esta vez además llegué con la convicción de que íbamos hacia algún lugar, que no estábamos perdidos, que la cosa andaba y que íbamos a pasar el estrecho en algún momento. Queda viaje, claro, porque esto recién empieza. Pero vamos bien encaminados. El próximo encuentro es cerca de la frontera norte, donde tiene sus canchas Daniel Rojas Pachas. Es increíble la forma como la mueve desde allá. Sin duda su accionar es una especie de paradigma. El tipo es un sayayín. Su editorial es fronteriza y limítrofe en todos los sentidos. Se mueve incansablemente y llega a los lectores a los que tiene que llegar. A los clave. Realiza encuentros y antologías. Difunde literatura que posiblemente no llegaría a Bolivia, a Perú o a Ecuador si no fuera por él. Esos países, al igual que Chile, también son pueblos abandonados; es claro que somos provincia. Pienso que siempre viajamos en su mochila. Con él y Gaete fuimos a Lima. También estuvimos en Arequipa donde tenemos varios amigos que debieran terminar siendo socios estratégicos. En estos momentos, mientras escribo este texto, está en La Paz. Viene llegando de Quito. Creo que si hay alguien parecido a un chasqui, es él. Pero no, la comparación remite a cierto americanismo populista y trasnochado. Hablamos de un tipo absolutamente postmoderno. Un postamericano. Un posthumano. Casi un linyera. Un sobreviviente del apocalipsis peruano y chileno. Desde un punto ubicuo está proyectando una obra arriesgada y profunda, siempre experimental, con clara conciencia de que el lenguaje es el éter y el plasma, la herramienta y el material, el molde de la realidad que muta y busca incesantemente canales: la materia oscura. Y todo sin hacerle asco a la distopía en la que nos solazamos. Porque ojo, me parece que acá todos están haciendo también sus propias apuestas. Nadie en estos postlares desea consideración crítico-estética por ser un niño de provincia. Y yo creo que sus libros y sus textos ya hablan fuerte y claro por cada uno de ellos. Los escritores que he mencionado se defienden perfectamente por sí mismos y se encuentran todos desarrollando estilos ya reconocibles, temáticas genuinas y obsesivas, asumiendo riesgos artísticos que yo creo los van a dejar en un lugar significativo de nuestra literatura. 14


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Con esto remato, entonces. Yo ya se los había dicho antes, yo ya se lo había dicho a quien quisiera oírme: hay que cuidarse de no pasarse a caca. Hay que acordarse de eso que dice Heminway de los escritores de Nueva York: Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse solo una vez terminada sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económica religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias… Afortunadamente estamos muy lejos de llegar a esa situación. Sin embargo creo que finalmente lo más importante está ahí, fuera de la botella, en ese lugar donde estamos solos, todavía más allá de nuestros propios pueblos abandonados. En ese lugar donde entonamos o desafinamos, incluso cuando nadie nos escucha. No hay que ser ingenuo, no hay que dejarlo todo a esa antigualla ingrata que llaman posteridad, no hay que empezar a tener miedo del abandono. No hay que dejar tampoco de creer en todas esas cosas que nos unen, no hay que dejar de hacer encuentros, elaborar proyectos editoriales, prestar ropa para defender trincheras e impulsar escaramuzas, hay que seguir elaborando estrategias y defendiendo nuestros puntos de vista. Pero sin eso otro, sin nuestro abandono más íntimo y personal, sin el deseo de hacer literatura de verdad, nada de lo otro tiene sentido. O eso me parece a mí.

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HÁBLAME DEL TERRITORIO

Por Marcelo Mellado


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Todo comenzó con una crítica a las prácticas metropolitanas de escritura, realizada como un ejercicio de quejumbre retórica, por algunos escritores de provincia, más o menos organizados. Todo empezó muy lúdicamente, apelando a la urgencia de proponer otros modos de visibilidad que no fueran el canon académico editorial metropolitano. En esos inicios se me vienen a la memoria, nítidamente, los escritores territoriales Óscar Barrientos y Mario Verdugo, un magallánico y un maulino, que al igual que algunos sanantoninos, decidimos, a partir de un análisis objetivo de la situación cultural concreta de nuestras localidades, hacer levantamientos del estado del deseo de producción territorial. Porque sentíamos que había que cambiar el foco de la mirada, que por lo general era un remedo ilustrador recitativo del Santiago culturoso, y por lo menos hacer una apuesta otra o, en su defecto, una puesta en discurso, estratégica, del resentimiento. A Óscar Barrientos lo conocí en el 2006 (o algo así) en Valdivia en un encuentro de escritores y en ese contexto tramamos lo del colectivo Pueblos Abandonados (en adelante PPAA). Hubo una reunión en el bar La Bomba de la ciudad fluvial, donde también estaba José Ángel Cuevas, un poeta de allá que no me acuerdo y nosotros (Barrientos y yo). Con Verdugo, en cambio, habíamos compartido complicidades territoriales en el Valpo de aquellos años, él terminaba un doctorado y yo intentaba sobrevivir moviéndome entre los dos puertos de la región. Los prolegómenos de este escenario crítico que montamos siempre estuvieron teñidos de “voluntad de hueveo”, lo que se constituyó en un dispositivo teórico clave para nosotros, es decir, la ironía, el sarcasmo y la farsa a la que la burocracia, como construcción referencial ficcional, nos condenaba, más allá de la figuratividad y su efectos inmediatos, eran instrumentos de análisis y de descripción que tenían un peso fundamental a nivel de producción teórico textual. Y así fue que pudimos, en parte, dar cuenta de los signos de exhibición del poder en su versión más degradada en la provincia, como el proceso de municipalización de la república, por ejemplo, o la carnavalización de lo público como remedo de la participación popular. Había un resentimiento basal provinciano que era desplazado al ajuste de cuentas con el proceso político-cultural de recuperación 18


de la democracia que nosotros criticábamos ácidamente y con mucha odiosidad rabiosa, porque la cultura también se convirtió en un sistema pagador de servicios políticos menores y en un dispositivo cooptador de iniciativas independientes. Como grupo orgánico hicimos un encuentro en la UPLA (Universidad de Playa Ancha), producto de una alianza táctica con operadores político culturales ahí alojados, por ahí por el 2010 y antes habíamos hecho uno en Llolleo-San Antonio, bastante más precario en la sede de un preuniversitario. Un detalle no menor es que muchos éramos narradores que, incluso, habíamos comenzado escribiendo poemas, que era el modo adolescente más a la mano de inserción en el campo cultural. De hecho, tanto Barrientos, como Verdugo, han insistido en la poesía, que a pesar de ser una tradición muy fuerte en la provincia, asentada, sobre todo, en las tablas de la recitación fogoso y algo histérica, y que a pesar de que ha estado a punto de perder su espesura crítica por el exhibicionismo eventista, sigue siendo un registro epistémico fundamental para la generación de nuevas focalizaciones. Hay que consignar que el campo poético chileno siempre fue muy canónico y con mucha opción institucional, sobre todo por la política cultural, expresa o no, del Partido Comunista, con su carga nerudiana, que correspondía a una especie de patrística simbólico formativa. A pesar de eso De Rokha era clave en nuestra articulación conceptual, porque según la lectura de Verdugo, De Rokha, con su Épopeya de las Bebidas y Comidas de Chile, proponía un reordenamiento territorial que era algo que había que capitalizar como poética de esa relectura del territorio o de lo que en algún momento llamamos “la destrucción retórica de Chile”. Sin duda, el modelo de De Rokha es fundamental en nuestra práctica, no solo porque contrasta con el canónico e institucional Neruda, el más típico de los martinrivistas, como provinciano maldito. El contraste es verificable si comparamos la Oda al Caldillo de Congrio con la epopeya gastronómico territorial de De Rokha. El poema nerudiano es anecdótico y blando, y la receta está muy lejos de constituir una tesis o una especie de levantamiento etnográfico, como es el caso del trabajo de De Rokha que efectivamente hace una propuesta cartográfica a partir de una mirada absolutamente otra. 19


También podemos mencionar a Carlos Droguett, con la novela Eloy, que es la máxima expresión de la novela de bandidos, pero que transforma el género en una impresionante estatuto de una subjetividad al margen de dos mundos, el civilizatorio y el salvaje. Aquí tenemos un gesto anticivilizatorio y antirrepublicano que contrasta con las decisiones editoriales (ya no literarias) que vinieron después, tanto en Chile como en América Latina y que originaron tanto la escena del boom y otras, para posibilitar o sancionar nuestra existencia europea.

Conceptos Operacionales Por otro lado, estaba la perspectiva patagónica de Barrientos y su concepto fundante de “martinrivismo” que alude, a partir de una relectura de un clásico de la chilena literatura, como es Martín Rivas de Alberto Blest Gana, a un desplazamiento provinciano aspiracional de ubicarse en el centro y/o de estar en donde corresponde estar, es decir, en Santiago o en centralidades análogas; cuestión que corresponde a algo más que a un mero viaje de conquista territorial, urbana, de un sujeto, sino más bien a la persistencia de un tópico ancestral de diseño de una subjetividad posible, a saber, “la carrera literaria” como procedimiento de ascensión social. Por otro lado, estábamos nosotros, los de la zona de Llolleo con el Taller Buceo Táctico que desarrollamos (y aún lo hacemos), un trabajo de levantamiento textual territorial a partir de una estrategia político cultural que ponía en relieve una memoria dolorosa, una huella histórica marcada por la lucha asociativa y una voluntad popular creativa de carácter autónomo o propio que determinaba una identidad que, imaginábamos, debíamos establecer como eje de producción de arte. Pero también muy marcados por un “hueveo crítico”, concretamente, con una operación poético política que dignificaba del fracaso, con el que combatimos el “winnerismo” neoliberal de las políticas culturales de la Concertación (y la derecha). La voluntad de poner en escena la provincia y su productividad se fue convirtiendo en una red de trabajo que fue cundiendo en ciertas localidades, a sabiendas de que la provincia clásica pretendía 20


legitimarse por la vía capitalina, es decir, por su servilismo a la zona matricial del poder. Por eso, encontrarnos con escritores como Daniel Rojas Pachas en el límite norte, haciendo de la mixtura territorial andina una obra particular que produjo nuevas construcciones imaginarias, fue una necesidad, además de un hallazgo a nivel de productividad. Y por cierto el testimonio biográfico textual de Cristián Geisse en Vicuña, área territorial simbólicamente clave por su proyecto de crónica de la orfandad simbólica. Además, el trabajo investigativo de crónica histórica e identidad de Cristóbal Gaete en Valparaíso. Y el espectacular trabajo del periodista y escritor Rafael Sarmiento en Villa Alemana y San Antonio, el que a través del trabajo con la crónica policial y la recuperación de tópicos freak de identidad local, incluyendo un interesante trabajo editorial, ha ido constituyendo una interesante escena territorial literaria. En lo personal, el asunto parte de estas prácticas creativas y reflexivas de rediseño territorial textual, en relación a la constitución del campo cultural nacional y regional provincial, y se expande a la política como espacio público. Resumiendo, hubo una especie de toma de conciencia del lugar como acontecimiento textual o como afirmatividad de la experiencia zonal de escritura, entendida como un hecho constructor de imágenes de una visibilidad territorial posible o del rediseño del mapa georretórico; todo esto implicaba delirios de identidad y escarceos con la memoria y la historia como relato proveedor de institucionalidad o no. Hay en toda esta reflexión un modo diferente de hacer el trabajo de escritura o de considerar la acción cultural, más allá de los proyectos individuales que apuntan a los estrellatos y a los ranking editoriales, y a la lectura obsesa de los suplementos de cultura en los medios los fin de semana, en donde se juegan ciertas visibilidades. La política dura ya no la determina como antes, como cierva o como decoración o ilustración del discurso político, incluso podríamos decir que cuenta con una cierta autonomía, siempre fallida pero con escenarios propios. Lo que llamamos literatura, ese enjambre de cosas que van desde el trabajo de escritorio hasta la cuestión editorial, no sin pasar por el campo cultural y el mercado, y sin poder excluir al mundo académico, tiene un espesor 21


y una textura muy diferente a otros momentos de la modernidad. Estoy suponiendo que en el período determinado por la voluntad institucional o de vanguardia, en gran parte del siglo XX, la práctica escritural tenía otra impronta. Hoy, entonces, esa cosa que alguna vez se llamó rol del escritor, cobra otro sentido o se hace más espesa, aunque también se diluye en otros formatos de diseño y construcción. La dimensión territorial es un ejercicio que toma distancia crítica, tanto del pintoresquismo criollista, como del larismo paisajístico utopizante, pero también del amateurismo municipal que se nos apareció como el efecto irremediable de ciertas políticas públicas en cultura, desarrolladas por la Concertación, teñidas de un democratismo perturbador y anulador de la autonomía y de la creatividad. Por lo tanto, para que se constituya en registro y dispositivo crítico debe reestructurar sus códigos y/o maraquear sus tópicos y contenidos, en el sentido en que quizás sea necesario invertir y contrastar diferentes modelos conceptuales, para que desde el ejercicio de la diferencia surja lo necesariamente otro. Lo que ha promovido la derecha y la Concertación y sus epígonos, es la anulación de la cultura crítica y del espesor simbólico, estimulando giros canónicos fáciles de neutralizar por el mercado y la circulación mediática, como la perspectiva de género, el ecologismo, la santificación de los pueblos originarios, el tallerismo artisticoide y otros registros blandos que no alteren los grandes convenios del poder central. Todo esto con un colchón conservador clave, la irrupción del tema del patrimonio que en la práctica es la única política cultural dominante. A nivel ejemplar se puede traer a colación el papel de los centros culturales regionales, que siguen siendo lugar de pagos de servicio políticos o de repartición del poder local. Hay aquí un área de disputa y de reflexión que tendrá consecuencias concretas a no mucho andar. Hemos visto lo que ha ocurrido con la ex cárcel en Valparaíso y el centro cultural de San Antonio, ambos determinados por el poder político, el primero de carácter provincial-regional y el otro municipal, pero en concreto ambos funcionan como un sistema de promoción 22


de políticas gubernamentales y de proyección de figuras políticas, y de control ciudadano, y, fundamentalmente, de cooptación de artistas con visiones otras o radicales.

La estrategia militante A partir de nuestros testimonios, reconocemos como PPAA la irrupción de un nuevo escenario político-cultural, lo que hemos denominado la municipalización de la cultura, cuyo efecto político tiene mayor visibilidad y sentido territorial en la provincia, porque parte de la lucha político cultural que algunos operadores antiinstitucionales y opositores de las redes de poder político hemos dado, se asienta en una especie de reescritura de los tópicos territoriales que diseñaron o armaron la república de las letras chilensis a partir de ese remedo de regionalización que fue el hecho político administrativo, que viene de la dictadura, que pretendía empoderar poderes locales, promoviendo el caudillismo y/o los poderes fácticos. Todos ellos dependientes de las agencias políticas metropolitanas. La municipalización de la cultura posibilitó el eventismo culturoso y negocios del progresismo político que utilizó servilmente la estrategia artístico cultural para comerciar con sus políticas públicas y sus obsesiones. Se puede mencionar como ejemplo el teatrismo de plaza pública, el carnavalismo vandálico y las amateuristas ferias del libro, entre otros eventos (peñas, recitales, veladas artísticas, etc.). El voluntarismo progresista nos obliga a mencionar a mujeres clave en la invención de lo territorial, como a Gabriela Mistral o a Marta Brunet, o a María Luisa Bombal, pero también sentimos que nuestras prácticas han privilegiado signos que las elaboraciones críticas de género también han leído, como son las experiencias fronterizas, tanto a nivel subjetivo, como objetivo. El caso de la producción poética de Florencia Smiths en San Antonio, surgida en el contexto del Taller Buceo Táctico (tributario de PPAA), en el aspecto más político, pero con una autonomía radical a nivel de fórmulas de exposición y visibilidad. Su estética de la herida y los cortes cuerpo territoriales constituyen una trama que rediseña otra sujeto territorial. 23


Porque, claramente, la administración física y política de un territorio supone estrategias de uso del cuerpo masculino que tiene consecuencias burocráticas y de defensa que supone omisiones, y catástrofes, como es el abuso del cuerpo de la mujer, del niño y de los pobres o de los pueblos originarios. Frente a eso habrá resistencias orgánicas y estructurales que el pueblo supo y pudo instalar para no remitirnos a los distintos episodios de las luchas emancipatorias. Habría, quizás, una lectura territorial que quiere y necesita tomar distancia de la estrategia de género, como uno de los nuevos escenarios del mercado académico editorial, porque aquí hay colonización metropolitana y una omisión del testimonio vital de mujeres de comunidades rurales o de las pequeñas localidades (de los pueblos abandonados, literalmente por la razón de Estado, solo asistidos a nivel burocrático) que han resistido la institución, excepto por algunas operadoras políticas que aplicaban malditas políticas públicas, como parte del mercado político general. Las curadoras de semilla, por ejemplo, las horticultoras en general, su rol en las economías de subsistencia, en los relatos de construcción de territorios, en las algueras y artesanas, y tejedoras de redes, en las abuelas de la crianza abandónica y en las maestras de los pequeños villorrios, etc. Aquí la crítica que nos hacemos es que en la provincia, en general, se trabaja, fundamentalmente –sobre todo la burocracia político administrativa– con los parámetros de la academia santiaguina que pautea y edita, y que define la merca ideológica que ahí se transa, determinada en parte importante por los operadores locales que representan al gran poder capitalino, es decir, los maletineros. En este punto aludimos, derechamente, a aquellos sujetos serviles que le llevan el maletín al político mafioso capitalino. El mote de maletineros surgió, al interior de Pueblos Abandonados, cuando el presidente Aylwin se refirió a un secretario suyo que fue uno de los primeros en ser sorprendidos en actos de corrupción a principios de los noventa, recién inaugurada la posibilidad de la democracia en Chile, y don Patricio, para describirlo dijo que era un chico que le llevaba el maletín. Era, sin duda, una noción que debíamos hacerla operativa y que complementaba otras, como la de martínrivismo y municipalización de la política y la cultura. Más aún, sin duda alguna muchas de estas practicantes le tributan al provincianismo general. 24


Una de las cosas patéticas de estos testimonios de secundariedad o terceridad provincianística son las políticas públicas promovidas por los operadores del progresismo en nuestras localidades, tratando de banalizar estrategias de género, preocupaciones ecológico ambientalistas y de ocupación de los espacios públicos, como remedo de la participación ciudadana y del ejercicio democratoide, todo bien controlado por operadores extorsivos. A nivel cultural el progresismo (representados sobre todo por el Partido Socialista, el PPD, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, cuyo nivel de complicidad con el neoliberalismo es un tópico que está más allá de este texto), en el campo del arte y la cultura suele ser un nexo entre un cierto poder político y operadores culturales que se han trasladado del mercado político a la cultura, siendo parte del fenómeno de municipalización (territorialización) de la cultura. En este punto hay ejemplos muy ilustrativos de manipulación político cultural, por parte de operadores ligados a partidos progresistas o ligados a las políticas públicas de los gobiernos de la Concertación y del otro conglomerado que lo reemplazó, que han formado parte de la consolidación del gran proyecto neoliberal, que no es otra cosa que una alianza estratégica con la oligarquía para repartirse lugares de poder en la sociedad chilena. Dicho así, como en tono de ajuste de cuentas con aquellas prácticas democratoides que sentimos nos han hecho tanto daño como república. Un daño estratégico que frustró el capital energético de toda una generación y determinó, en parte, la reposición del facismo en la política y en la cultura.

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POESÍA DEL CONOCIMIENTO Y DE LO SENSIBLE Conversación con Verónica Zondek

Por Jorge Polanco Foto por Tamara Katz

En el mapa de las escrituras valdivianas, pervive actualmente una diversidad de poéticas y trabajos que saltan el arco generacional. Entre los más grandes y los más jóvenes en edad, se percibe una pérdida de la generación intermedia que, en la primera década del 2000, contribuyó a crear actividades y publicaciones. Por la falta de trabajo fuera de la universidad, gran parte de estos escritores no han podido quedarse en Valdivia (salvo Yanko González, Pedro Araya, Antonia Torres y Yenny Paredes excepciones vinculadas al trabajo académico). Mientras que los más jóvenes -muchos de ellos ligados a la Universidad Austral- mantienen una relación de amistad, formando grupos de discusión, lecturas mutuas e intervención política. En la otra esquina de este arco, las y los poetas más grandes están plenamente vigentes, publicando y participando en actividades de diverso tipo. Además de Sergio Mansilla, Bruno Serrano, Pedro Guillermo Jara (recientemente fallecido) y Ricardo Mendoza, por ejemplo; destacan en este grupo heterogéneo, tres escritoras de la misma generación, diferentes en sus poéticas y prácticas: Maha Vial, poeta y actriz, su escritura da cuenta de una poesía que hace emerger en el poema los gestos que sobrepasan el lenguaje; Heddy Navarro, poeta y referente político, ha conjugado una escritura junto a una práctica desde el 27


lugar de las mujeres fundamental en la región; Verónica Zondek, poeta y traductora, ha ubicado su espacio vital en Valdivia, conformando una escritura donde cuerpo, poesía y ciudad se entrelazan en el ritmo lírico. No sé si en la actualidad exista en otra zona de Chile la vigencia de tres poetas mujeres con tal densidad y amplitud de influencias como las mencionadas, que permeen en la poética de un territorio. A Verónica la conocí en Valparaíso a principios del año 2000. En ese entonces me invitó a presentar El libro de los valles, y luego continuamos una relación de amistad que dura hasta hoy, que coincidimos en Valdivia. Es una poeta lírica, de un verso filoso que sigue la ruta de Celan, Mistral y Vallejo; con un oficio ligado también a sus traducciones y una experimentación del verso, extraña a las corrientes narrativas actualmente en uso. Vinculada a la vertiente poética de Humberto Díaz-Casanueva, Verónica Zondek ahonda en la autorreflexión de la escritura y la extranjería de la situación inadmisible del poeta y de la poesía en el mundo contemporáneo. Autora de varios libros desde la década de los ochenta; creadora de talleres de lectura y gestora cultural -en este país del desamparo, de los formularios y del paper-, su labor poética se extiende a los diversos planos de las palabras que resisten a la estandarización del neoliberalismo. Recientemente publicada por Editorial Lumen, establecimos una pequeña conversación con Verónica Zondek. ¿Qué te parece el término de Pueblos Abandonados? “Pueblos Abandonados” es un término que nombra a un colectivo de escritores que anota con claridad su posición respecto al centro literario que es Santiago. Eso no cabe duda. Sin embargo, más allá de nominar a este colectivo, estas dos palabras contienen para mí una ambigüedad de la cual no puedo sustraerme. El concepto, como yo lo leo, hace referencia no tan solo a los pueblos alejados del poder central, si no que también a pueblos que son abandonados por sus habitantes porque la fuente de ingresos se agotó, o ya no es rentable, o a aquellos donde la actividad extractiva y contaminante condena a sus habitantes a la muerte o la enfermedad y los conmina a dejarlos: 28


los pueblos salitreros, Lota, Puchuncaví, Chiloé, por dar algunos ejemplos. En esos territorios, el abandono erige cáscaras u osarios arquitectónicos que se convierten en “instalaciones de la historia” (un ejemplo material de esto lo recorre mi libro Instalaciones de la memoria) y es posible leerlos como a un libro abierto y tridimensional. Este segundo modo de entender el término “pueblo abandonado”, es el que a mí me hace más sentido. ¿Qué significa para ti esta forma de inscripción de la literatura creada fuera de Santiago? Digamos que moramos en lugares abandonados del poder central, y que, leída desde Santiago, nuestra literatura es periférica. Sin embargo, este modo de entender nuestra escritura tiene sus bemoles. Para sentirse parte de un territorio abandonado por el centro, hay que pensarse primero como dependiente de aquel. Yo pienso más bien que es perfectamente posible crear un corpus literario que se narre a sí mismo y se relacione desde la periferia con la de otros territorios. Es decir, hablarle a los coterráneos

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descentrados, vecinos del barrio del día

por el hecho de que no nos hemos hecho

a día, gracias a la creación de un lenguaje

cargo de nuestras propias necesidades y

en sintonía con nosotros mismos. Los

nos auto-ubicamos en el lugar de aquel al

habitantes de estos territorios somos

que le deben y no en el de aquel individuo

perfectamente capaces de tomar el

autónomo que puede y debe crear sus

toro por las astas. Creo que el lugar

propias redes e imaginarios. De hecho,

que habitamos, constituye el centro de

creo que, cada vez con más frecuencia esto

nuestra experiencia. Y, cómo no, si somos

sí se está asumiendo y, que los territorios

honestos, escribimos y generamos desde

alejados del centro producen y se preocupan

ahí la huerta literaria que nos habla.

hoy más de sus creadores y creaciones,

Porque ¿centro de qué o respecto a qué

resultando ser éstas también de interés para

o a quiénes es Santiago? Esa mirada

aquellos que habitan la metrópolis. Así es

centrista de la región respecto a la

como siempre nace y se genera una poesía

metrópolis se asemeja mucho a la mirada

que por cierto es texturada y cambiante,

que tiene de la metrópolis respecto de

porque el territorio se encuentra siempre en

la literatura del norte y por lo mismo es

movimiento, ya sea por migración, conquista

una mirada que nace del ojo colonizado

o avisos de la naturaleza que nos muestran

de sujetos que se enanan ante el rey, y

que la identidad es precaria e inestable y que

que suele presentarse ante sus súbditos

esta se gesta al son de la vida.

como centro único y plenipotenciario

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además de fiel representante de Dios

¿Hay algo rescatable, entonces, en el

sobre la Tierra. Pienso que este es un

abandono?

problema que trasciende en mucho a la

Tal como la poesía gana en libertad y peso

literatura y me parece que es una de las

al ser la abandonada del poder mercantil

tareas pendientes y a tomar en cuenta

y político, es que nosotros, los habitantes

seriamente. Cada uno de nosotros, habite

de territorios alejados del centro, debemos

donde habite, tiene acceso a lecturas y

empoderarnos y crear nuestros propios

a realidades que construyen el ser que

sentidos, poéticas y competencias. La

somos. Y si existe la urgencia de escribir,

poesía es “una tierra” donde se camina sin

pues existe desde allí y gracias a esos

fronteras, sin capital o centro que valga; y

frutos que nos alimentan. No es posible

en esa tierra, se arriesgan los pasos y los

hablar con honestidad sino desde donde

cruces, los abismos y los silencios con el fin

habitamos, aunque la imaginación nos

de acceder y tocar en libertad y de la mano

pueda hacer volar a cualquier lugar. Ahora,

del lenguaje, lo que tiembla porque no se

es cierto que en la metrópolis abundan

doblega. Mal que mal, hacemos parte de un

más los espacios críticos, editoriales y

milagroso y frágil eco-sistema que no tiene

distributivos, pero eso solo se explica

centro alguno. Sus partes, las grandes y las


chicas, se afectan unas a las otras en un

¿Cómo se te ocurrió el proyecto de

constante vaivén que construye realidades

entrevistas a escritores del Cono Sur

en movimiento.

en el que estás trabajando hace más de diez años?

A partir de tu experiencia en Santiago

Tuve una intuición un día cualquiera

y Valdivia, ¿qué te parece la relación

provocada por una chispa extraviada en

centro y periferia?

mi cabeza. Me di cuenta de que nadie

Este es un punto en el que he pensado

había recogido las vivencias y procesos

mucho. He habitado en más ciudades

de la comunidad poética pre, durante y

que las que mencionas y soy, en Chile,

post dictadura en los países del Cono Sur

la primogénita de una familia migrante.

que de algún modo vivieron procesos

Creo que este es un tema en el que suelo

similares y que este material podría arrojar

aterrizar cuando escribo, por lo que

luz sobre los cambios que ocurrieron no

en mis libros deberían encontrarse, al

solo en la escritura, sino que también en

menos, algunos intentos por contestar

las relaciones que se generan entre los

lo que planteas. Siempre me he visto

poetas. Y, que todo esto, porque aún

como afincada en algún tipo de margen

es solo una intuición, puede iluminar

o periferia, es decir descentrada respecto

los cambios fundamentales que pienso

de los poderes fácticos. Esto ya sea por

han ocurrido en la vida de nuestros

incapacidad personal de habitar esos

países. Pero este es un proyecto de largo

espacios de poder o por hipersensibilidad

aliento, que por ahora disfruto mucho y

al rechazo o por condición de ojo autónomo

que además no pienso apurar. Aún me

e inclaudicable. Por otro lado, pienso que

encuentro en la fase de recolección de

siempre se escribe desde una orilla o una

testimonios.

esquina porque si no, corres el peligro de

Pienso que esta experiencia me ha

enceguecer y perder el sentido crítico que

entregado tres cosas:

es el que te permite ahondar y descubrir lo

La primera es que he encontrado que hay

encubierto u oculto. Pienso que la poesía

tantas experiencias como poetas y que

no transita ni se aloja en ningún circuito

muchas veces, aunque ocurrían en mi

de poder y que, en ese sentido, habitar

cercanía, no las conocí. En ese sentido,

la periferia es ganancia y no pérdida. Es

este trabajo me va lentamente urdiendo

en lo descentrado donde se encuentra la

una completud distinta de la que conocía

posibilidad de hablar y crear un lenguaje

antes. Con más matices y contradicciones

que diga lo que importa, que hable lo que

que las que pensaba iba a encontrar.

se experiencia sin enmarañarse en lo que el

Además, me ha permitido darme

poder dictamina como correcto.

cuenta de que la experiencia personal es superada con creces por la experiencia 31


del colectivo y dice mucho de lo que

la tierra y de los cuerpos que la habitan y

define culturalmente a los territorios hoy.

la componen, los seres humanos y otras

Finalmente, los testimonios o respuestas

especies y materias, tenemos todas las de

a los puntos que toco construyen un

perder. La vida continuará flotando en el

mosaico vivo e importante de conocer

tiempo, sólo que será otra. Y me parece

para saber por dónde transitamos hoy y

que como ser vivo y consciente, como

con quienes vivimos.

“parte de”, como poeta, no puedo dejar de

Por ahora estoy solo recabando las

nombrar y problematizar, ni tampoco de

experiencias vividas y contadas y las

encontrar las fisuras por donde colarme y

relaciones entre los poetas y no estoy

asombrarme ante el encanto, dolor, belleza

releyendo sus obras. Estoy intentando

o violencia de los seres vivos y pensantes.

armar una red que nos hable desde lo

Escribir es en cierto modo estar presente

vivido, lo luchado, lo pensado y lo escrito

en ese obvio oscuro y visibilizar lo que una

y mi intención es encontrar si algo nos

detención atenta puede develar a quien

ilumina este presente.

practica esa pausa. Desde ahí se puede anotar de un modo bello, significativo,

Cuando nos conocimos, te presenté

empático y provocativo lo que el ajetreo,

el Libro de los valles, después

la impunidad y la prepotencia adormecen.

Instalaciones de la memoria y asistí a tu

En ese sentido, creo que la geografía

presentación en Santiago de La ciudad

visibiliza esos excesos, desbordes y

que habito (entre otros); considerando

durezas y también las armonías, maridajes,

estos trabajos que aluden a espacios

fraternidades y avenencias a la vez que

geopoéticos, ¿cómo sientes y percibes

nos devela la inter-dependencia que nos es

tu relación con la geografía?

vital para la sobrevivencia.

Pienso que la geografía es al ser humano como el cuerpo es a la persona. Es decir,

¿Cuánto influye el espacio en la

territorio vivo. Yo siento que la geografía

poesía?

no es materia aparte o distinta a la carne

Si el espacio es el lugar que habitamos, la

que nos sostiene y acoge, sino que es parte

relación con la poesía es total. La poesía

integral de nuestra circunstancia y sufre

nace de ese espacio y se sitúa en un

de los mismos amores y desamores. Un

tiempo. Ahí transita la escritura poética que

cuerpo violado en una geografía violada

es la vida anotada y latiente.

suma dos notas a la pauta que se dirige

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impajaritablemente a la destrucción de la

Considerando tu experiencia,

vida tal como la conocemos. Creo que todo

¿cuáles son las poéticas -no los

está íntimamente relacionado y que, en esa

autores- que te interesan a ti en la

violación y destrucción de los derechos de

escritura actual de Chile?


Soy una persona ecléctica por

¿Cuánto importa, entonces, el lugar

naturaleza y por lo mismo me interesan

desde el que se escribe?

muchas poéticas distintas. Lo que aúna

Tal como te decía en una respuesta

ese interés es la forma en que estas

anterior, no creo que se pueda escribir

se expresan, la hondura que estas

desde otro lugar o centro que aquel que

alcanzan y el diálogo poético que puedo

nos es significativo. En ese sentido, a mí

entablar con ellas. Creo, que no hay

me interesan todas aquellas poéticas que

poéticas añejas o ajenas, sino que en la

logren fisurar aquello que nos venden como

medida en que nos activamos con ellas,

realidad inalienable. No me interesa la

estas adquieren peso. En ese sentido,

experimentación por la experimentación,

las poéticas que a mí me interesan

aunque veo en ello un espacio investigativo

son sobre todo aquellas en las cuales

que es capaz de encontrar y entregar

hay una búsqueda y un compromiso

nuevas herramientas para el uso poético

con lo que nos está sucediendo tanto

del lenguaje. Sin embargo, en general, no es

en cuanto a individuos como a lo

lo que me interesa leer a mí. Si tuviera que

societario y situada en el micro y macro

resumirte, te diría que aquellas poéticas

territorio que habitamos. Si el lenguaje

que logran una relación entre lo político y

es lírico, político, experimental, neo

el lenguaje y sus distintas posibilidades es

barroco u otro, o una mezcla de parte

lo que de verdad me interesa para leer y

o todos ellos, es algo que me tiene

también para escribir. Una poética que me

sin cuidado. Lo que me importa, es

enfrente al conocimiento y a lo sensible,

que tenga una coherencia interna y

es lo que me abre a lo desconocido y me

rítmica que me trasmita un mundo

entrega a la conciencia de ser parte de un

que resulte disruptivo respecto al

viaje común, vivo y colectivo.

cotidiano dormido y amenazante en el que vivimos. Creo que es la urgencia poética, hablada a través del lenguaje y sus diferentes herramientas, la que nombra al mundo y a la memoria, que articula la tragedia y la comedia actual de modo contundente y también bello y que además denuncia el abuso de poder y la usura instalada en el cotidiano al penetrar en la realidad y abrir los abanicos de sentido y develar las relaciones y problemáticas que nos envuelven. 33


El HUASOLECTO : Ficciones del Maule en la frontera Por Claudio Maldonado

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El germen. Mi incorporación a los Pueblos Abandonados partió a fines del 2008, cuando conocí al Gestor. Marcelo Mellado andaba con una crisis asmática y yo había vuelto hace un año de un coma. Había leído un par de sus libros y le escribí a San Antonio para invitarlo a un encuentro literario que armaba junto a mi amigo Cricri. Se llamó “Frontera Boca Arriba”. Una de esas noches, después de ponencias y lecturas, en un bar de la calle Lautaro, en Temuco, comenzamos a intercambiar las primeras imágenes abandónicas con el porteño: operadores políticos estragados en el lamebotismo y el robo piola de los fondos de un municipio, grupos literarios de Pitrufquén y Lonquimay armando antologías de 800 páginas para conquistar el parnaso de la sopaipilla universal. Se activaron las risotadas incrédulas de los invitados santiaguinos y las peras afirmativas de algunos coleguitas locales, que de pura timidez no mostraron la hilacha leyendo sus poesías sobre los rieles de una aldea sureña sin tren. La resaca del encuentro pasó al olvido. Por el 2011, una lista que se candidateaba para tomarse y comerse “juvenilmente” la dirección de la SECH, propuso hacer una SECH en zapatillas. Los escritores de Chile que apoyaban tenían que posar en Facebook con las tenis relucientes. Cuatro o cinco escritores de provincia se burlaron del petitorio y atacaron diciendo que en Chillán, Puerto Montt, Arica y Vicuña los escritores tenían la obligación de salir en la instantánea con bototos. La rebelión no movió a nadie, pero debió ser una especie de incentivo para seguir -como dice Nicole- esperando nada. El año 2013 sale el manifiesto de los PPAA, donde firmaron hasta los que no supieron de la existencia del primer encuentro en Llolleo. Digamos que desde ahí me sentí un militante más de una ficción territorial que aportaba una tecla nueva al gastado resentimiento pueblerino escritural chileno. Después los hechos volaron como treiles. A inicios del 2013 vuelvo al Maule, publico una novela y a los meses me llega una invitación de la Universidad de Playa Ancha: “Lo invitamos al segundo Encuentro de Pueblos Abandonados, La otra provincia. Se realizará entre los días 28 y 29 de noviembre. Por favor traer un escrito en torno al tema o en su defecto preparar la lectura de algún pasaje de sus libros”. En la empresa mi jefa me tenía buena y me dio permiso para asistir. Siempre escribo bajo cierta presión, pero esa vez tensé la posibilidad al nivel de estar subiéndome al bus y no tener idea de cuál sería mi espacio entre conceptos como: la estrechez del canon metropolitano, el escritor territorial y las demandas colectivas, el 36


rediseño crítico de la república, entre otros. Casi al llegar a Curicó, pasando por la IANSA, abrí el notebook y comencé a darle duro a una presentación que diera cuenta del habitar por los pueblos donde he trabajado en la mejora de las prácticas lectoras y escriturales de mi entorno, pueblos hechos mierda y que a pesar del hedor igual son apaleados como locos en un saco harinero, por el Estado, la empresa y las lógicas metropolitanas enanitas que se multiplican como panes en los villorrios más peregrinos de lo regional. La meta era llegar a diseñar una exposición sin el color autobiográfico de un tipo inflado de la nada. Inventemos que, saliendo de Rancagua, comprendí que mi rollo tendría que decantar en las diferencias de habla que se han cruzado en esos pueblos habitados, diferencias trasvasijadas en ficciones y que sin duda también estaban en las escrituras de mis otros colegas abandónicos del norte, del litoral central, del Wallmapu, de Chiloé o el extremo sur. Llegando al terminal compré La Estrella, el titular informaba sobre el impacto nacional que causaba la muerte de un muchacho devorado por perros, en la sección “Sexo” el diario relataba el caso de un hombre que mantenía relaciones íntimas con una duende y en la sección “Estrellas” aparecía el motivo de mi visita: “Exclusivo encuentro de escritores provincianos. No participa nadie de Santiago”; “y esa es la idea”, asegura Mellado”. Entré a un cibercafé a imprimir las hojas. Tomé una micro y llegué a la plaza Sotomayor. La inauguración era en el zócalo del Centro de extensión del CNCA. Poco a poco vi llegar a los compañeros expositores, varios cansados, con mochilas cargadas de libros y ánimo. A Cristian Vila, Cristóbal Gaete, Cristian Geisse, Marcelo Mellado, Juan Cameron y a mí nos correspondió abrir los fuegos con la mesa titulada Lecturas de Provincia. Se desplegaron ideas sobre la falta de realismo, glosarios porteños y conjeturas antropológicas vinculadas a la poesía y al territorio. Tuve el honor de cerrar la mesa con algo que ya tenía un título y una posibilidad de expresión. Luego vino un almuerzo bien regado, después un furgón que nos llevó a la Facultad de Artes de la UPLA para escuchar los comentarios de Alberto Madrid sobre el artista visual Juan Downey y su trabajo sobre Chiloé. De ahí llegó la noche, sombrero de todos los días, y en patota nos fuimos a celebrar al sótano de la librería de Meneses, en calle Cummings (la que hoy es la Concreto Azul). Al ritmo de los humos, las cervezas y los destilados, Mario Verdugo habló sobre “Curepto es mi concepto”. Risas y alcances de Oscar Barrientos que también fabula con su ensayo sobre cómo asesinar la imagen mojigata de Martín Rivas y Jaime Pinos pone la lucidez con su idea de que todo es centro. La mayoría andaba con 37


publicaciones muy recientes y la noche avanza y avanza hasta que se pierde entre las escaleras de los cerros. Marchamos rumbo a la pieza de un poeta que tiene el cabello largo hasta los tobillos y que matiza sus versos anticapitalistas tocando una vara tensada con una cuerda. Andamos también con los amigos Inubicalistas: Moncada, Serey y Rodrigo Arroyo, que insiste en que vamos al Máscara a vacilar unos The Cure. Melena nos recibe con agrado y se manda un miniconcierto. Barrientos se ríe muy fuerte y lo retan por ello, alguien fue a por más bebida, ya se han intercambiado casi todos los libros y de alguna forma llega el otro día. Somos profesionales, hay que aperrar. Pero llego atrasado a la mesa que me corresponde y leo un cuento corto para despistar. Volvemos al zócalo y se leen los textos comentados la noche anterior, Rojas Pachas nos recrea la nueva literatura del norte, Víctor Rojas nos encanta con sus museos caseros y Madrid esboza una relectura del viejo y querido criollismo. Es el cierre. Viernes en la noche. Los abrazos y despedidas parecen más cercanos. Al otro día tengo que partir y lo que ha quedado son estas impresiones y el escrito que aquí vengo a presentar.

Huasolecto. Y es en la aldea de Curicó, ese pueblo -que al decir de Florcita Motuda “era tan, pero tan aburrido que no me quedó otra que ponerse creativo”- donde se construye mi interés por el acto de contar ficciones. La mayoría de los abuelos del barrio habían llegado cuarentones a la ciudad, asentándose en el sueño clasemediano de la casa propia y de un buen nicho donde caerse muerto. Sus hijos, mis padres o mis madres, mis tíos y tías. Toda esa parentela pichona dejó sus Comalles natales, sus Hualañés, sus Raucos y sus Cordillerillas infantiles. Llegaron a terminar la enseñanza básica y continuar la media, para cumplir la meta de estudiar una carrerita corta que les permitiera ganarse la plata con más alivio que sus ancestros, que cada vez que podían les narraban las miserias en las salinas de Boyeruca, o los correazos de los patrones por haberse comido una guinda sin permiso. En medio de esos actos conversatorios, tanto públicos como privados, en esa mixtura de lenguaje campesino y de urbe chica, es que adquirí el “Huasolecto maulino curicano”, una forma de comunicación en que las anécdotas, las tallas, las formas satíricas y laudatorias para acercarse y alejarse de la tribu que parecían estar siempre acompañadas del grito agargantado de un jote delirando en las alturas. Términos como: Chijetear 38


“El Huasolecto al servicio de mi ficción se hace más potente al conocer los círculos literarios de los pueblos de la Araucanía, grupos de poetas de Licanray, de Gorbea, de Cunco, de Pucón, de Boroa, de Ercilla, decenas de agrupaciones que se bautizan como Los Amigos del Libro, el Club de jubilados por la poesía de Tirúa, Los poeta de la Nieve de Lonquimay, las Gotitas de lluvia de Nueva Imperial. Todas ellas, agrupaciones talibanas al momento de defender sus versos, firmes en la idea de su apostolado, desfilando para los 18 de Septiembre con sus trajes color marengo, todos con un

libro en la mano y una gorra con pluma ensartada.

(jugar, correr o entretenerse sin parar), Acoquinarse (intimidarse ante algún suceso), Chimiscoleado/ada (sentir los primeros efectos del alcohol), Ajibado/ ada (personas que no andan con la espalda derecha), Pacotillero/era (que hace las cosas mal y a la rápida), Pachochento/enta (que hace las cosas de manera muy lenta y con flojera), Pachotazo (insulto o ataque verbal violento y repentino), Langusino/sina (que siempre anda con ganas de comer, pese a estar saciado), Amalcornado/ada (enfrascado en una pelea con otro/otra), Pispireta (mujer muy joven que se luce haciendo ademanes exagerados que ensalzan su femineidad), Aturrunarse (frustarse u enojarse por una situación y mirar enojado/ada), Azopado/ada (mojigatería silente que se refleja en los gestos de su cara), La Chei (la amante del marido que a cambio de regalos acepta su condición), Pililo/la (persona que viste con ropas muy deterioradas o no muestra interés en la presentación de su indumentaria), Agallucho/ucha (persona valiente, con gallardía frente a un conflicto), y así tantos otros, que forman un glosario que se expande al llegar a frases típicas, llenas de significación en sí mismas: te miraron como el último pendejo de la raja del culo, Andai 39


lamiéndole la cabeza a un tiñoso por cinco pesos, Querís la guerra mundial por ni cobre, Quedaste tamboreando en un cacho. Nótese que la ch y la ll son esenciales en estos términos, y que las frases constituyen, como diría el Gitano Rodríguez, un miedo inconcebible a la pobreza, una tristeza de huaso desterrado, solitario, pero también amante del carnaval de la risa y del esperpento; de la exageración como forma de agradar a un público ávido por escuchar nuevas ocurrencias en las formas de un decir en Huasolecto. Casi todos los veranos de mi infancia los viví en Iloca. El Zafrada, mostrado como novedad, nunca fue rareza en su hablamiento cotidiano. Los personajes curicanos emergen para darle vida a mis informes de lecturas, como diría Marcelo Mellado. Dispositivos de transmisión textual de imaginarios hacia los pares: las perfomances del Julito el lustrabotas, que nos tiraba besos y a más de alguno un agarrón a la maleta. La sonrisa en tinto del Pachín, un cuico vagoneta, medio payaso y niño pinochetista, que vivía de la bolsa del hermano que era dueño de los flipers más importantes del centro. La vida del Brunito, otro hijo pudiente de la aldea, que al nacer resbaló de los brazos de la matrona y quedó con un retardo mental y que al llegar a los 20 años le dio por visitar las escuelas de toda la ciudad y tocar la campana en los recreos. Y así, decenas de anécdotas: el guatón Lele, que fue el primer gran proveedor de pitos de mí generación, ese guatón Lele que armaba las caletas en papel cuché, el único distinguido en la envoltura. Después supimos que los paquetes venían con la cara de Chayanne o de Axel Rose porque este tarambana le robaba los TV Grama a la prima para darle más color. El loco Elmo que se inyectó pisco en las venas, el Johnny Peineta con su escarmenado rastafari buscando flores muertas en el cementerio, el Finfa que se murió de frío en la plaza de la Iglesia del Rosario. Los jugadores del Curicuri, que los veíamos las madrugadas del sábado en las cantinas de Mónica Donoso, meta y ponga: el Chala Díaz y el Pelao Aranís, celebrando por el partido que perderían al día siguiente en el estadio La Granja, que aún no era el medio estadio, sino un estadio completo hecho de puros palitos de helados. El Huasolecto en mí, en los personajes del pueblo, un mundo por explorar, distinto al aburrimiento del que hablaba el joven Florcita de los 70´. Yo en la Alameda Manso de Velasco, a mediados de los 90´, viendo como el Chaka ponía los ojos blancos y la boca chueca para imitar a Eddie Vedder. Ese 40


Chaka Lomboy, que estudió un semestre en el Instituto Curiarte y pirateaba poleras Maui -con la mirada de los tiburones que siempre le salía tuerta, turnia. Como la épica del Cogote de almeja, compañero de Tercero Medio, fanático de Iron Maiden, que por meses le picó leña a los vecinos, lavó autos y cortó el pasto en casas pirulas, para ir al concierto de su vida en la capital y soñar con el autógrafo de Steve Harris o de Nicko Mcbrain. Muchas veces Cogote, en esas juntas arriba del Cerro Condell, nos recreaba la aventura: al final del concierto, el Cogote se cuela como un guarén en la sala vip, donde Bruce Dickinson le garabatea saludos a unos rucios jai. El Cogote de Almeja no encuentra papel en su chaqueta, desesperado le estira el único billete, la única luca para volverse a Curicó. Dickinson dice algo que Cogote no entiende, ríe, aúlla como lobo y le pone la millonaria en el Ignacio Carrera Pinto. Cogote soporta estoico el sabor de la felicidad. Tiene que dormir en el asiento de un SAPU. Al otro día machetea hasta juntar la plata de vuelta. El regreso es total. Enmarca el billete autografiado y lo cuelga en su pieza. Hasta que un viernes de farra, con esa sed que tan sólo a él lo modelara (nos contaba succionando un vino blanco en bolsa) y andando más pelado que el loco Pepe, agarra un martillo y quiebra el vidrio, saca el billete y parte corriendo a la botillería El Tunazo, a por tres cajas de Codegua tinto, a inventar otra historia verdadera a la orilla del Guaquillo. ¿Y el Huasolecto y la literatura dónde quedan? Dos recuerdos literarios tengo de mi primera aldea: cuando en Cuarto Medio hago un plagio de un cuento de Maupassant, más que nada hago un reescritura con elementos del Huasolecto y ahí pasa colado en un concurso y obtengo el primer lugar. Ya me había leído el Punta de Rieles de Manuel Rojas, para mí ese libro era y sigue siendo el primer gran libro de mi vida, y esperaba un buen premio, en realidad cualquier premio, menos la calculadora científica llena de teclas raras e inútiles que años más tarde terminé perdiendo en un liceo industrial de Perquenco. El segundo recuerdo es ese mismo año, como soy “El Nerua del liceo” me invitan, junto a un grupo de mateos del curso, a un encuentro literario en Talca. Es un homenaje a Mariano Latorre. Los mateos se aburren en las charlas, yo también, en la noche los poetas talquinos tienen un mambo y los mateos, que a esas alturas odian todo lo que tenga que ver con On Panta o Zurzulita, exigen que los lleven al internado porque quieren descansar. Entonces yo no puedo conocer a los poetas y nos cierran las puertas con llave.

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El silencio de la aldea. Fin de la literatura en el Maule. Me voy con mis Huasolecto y con mis personajes a Temuco. Por el azar de la flojera, porque saqué 488 puntos en la PAA, porque en esos tiempos quería ser como los escritores que vacilaban el carrete gentileza de Mariano Latorre, llego a Temuco en el tren Santiago Puerto Montt. Hago el viaje inverso al de mis amigos, que se van a Santiago en su mayoría. Después de un viaje de 20 horas, comienzo a estudiar Pedagogía en Castellano. La Araucanía se constituye en el espacio donde potenciar el Huasolecto. Es aquí donde conozco a los primeros escritores, Guido Eytel y sus talleres de narrativa, Jaime Huenún y sus talleres de poesía en Freire, la importancia de Jorge Teillier y su Lautaro mítico, el hombre pájaro y su alegría sicodélica en Puerto Saavedra, los escritores veinteañeros igual que yo: Gloria Dünkler, Ernesto González, Ángel Valdebenito, Rodolfo Hlousek, Juan Wenuan, Lucio Calquín, las bandas roqueras mapuches como los Pirulonko, los punketas Mal Caracho y tantos personajes que hicieron que la flojera peregrina de algunos profesores de la Universidad de la Frontera fuera una caracha al lado de tanto mundo nuevo por explorar. Mi Huasolecto comenzó a tener un escenario sostenido en realidades que no eran de mi zona. Las memorables jornadas de José Antinao, el Tumbaito Torres, en el Gimnasio Ñielol, tres veces campeón nacional de boxeo amateur, me hacen escribir un cuento sobre un boxeador curicano impotente y castrado por su mujer, luego la creación de un cuento de un bombero pirómano que incendia las casas de sus amigos en la población Dragones. El casero, que me arrendaba la pieza de estudiante, era de la institución y me nutría día a día con las pericias y miserias del cuartel. El Huasolecto al servicio de mi ficción se hace más potente al conocer los círculos literarios de los pueblos de la Araucanía, grupos de poetas de Licanray, de Gorbea, de Cunco, de Pucón, de Boroa, de Ercilla, decenas de agrupaciones que se bautizan como Los Amigos del Libro, el Club de jubilados por la poesía de Tirúa, Los poeta de la Nieve de Lonquimay, las Gotitas de lluvia de Nueva Imperial. Todas ellas, agrupaciones talibanas al momento de defender sus versos, firmes en la idea de su apostolado, desfilando para los 18 de Septiembre con sus trajes color marengo, todos con un libro en la mano y una gorra con pluma ensartada. Todo un caldo de cultivo para el que sería mi primer libro titulado Santo Sudaca, libro prologado por un escritor curicano, Gilberto Sanger, que es parte del bestiario de esos escritores curicanos que nunca conocí. Esto fue 42


el año 2008, el año en que organicé el “Frontera Boca Arriba”, un encuentro de narradores, donde por primera vez compartí las ideas del Huasolecto con creadores de distintos lugares del país. Ahí supieron, por ejemplo, el significado de: Cañanón/ona (persona que siempre habla en un tono alto y estridente), Jangrollo (comida en la cual no se identifican los alimentos que la constituyen, una suerte de mezcla poco agradable a la vista), andai como Dolly Penn (alusión a que la persona está con mal olor corporal y que está lejos de tener el aroma de un desodorante que en los años 60 fue muy popular en Chile), Andai con cara de circunstancia (que anda con aspecto de aflicción y que esta actitud lo hace lucir ridículo), Lo hiciste a la ñanga ñanga (hacer algo de manera descuidada y con malos resultados), Aquí el que caga menos caga un kilo (que dentro del grupo familiar o social ya no hay respeto al orden ni a la jerarquía), Se le cayeron los títulos (dícese de la persona que no quiere realizar una actividad doméstica y muestra dificultad o molestia por ejecutarla), Oye, santito, ¿dónde te pondre? (sarcasmo destinado a la persona que anda pendiente de que la tratan bien y ante cualquier descuido se siente ofendida o agredida). Y al llegar al final, de esta muestra del glosario huasolectiano, vuelvo a esa Florcita Motuda aburrida de a finales de los 70´, pero solo para decir que este músico nacional fue compañero de curso en el liceo del único de mis tíos vivos, un profesor básico que jamás ha salido de Curicó y que lo único que quiere es jubilar. Este pariente o la vida de este familiar (él no lo sabe) me sirvió como base para elaborar lo que fue mi primera novela llamada Piel de gallina, quizá un intento por clausurar un ciclo, un zona detestada de mi oficio como profesor secundario, sin los miedos ancestrales a la pobreza material, sino con miedos nuevos, a perder las ganas de vivir practicando un oficio que muchas veces pareciera no llevar ningún sentido: ejercer la educación formal en la secundaria de Chile. Me tomaré la licencia de engañarme y decir que fueron los dioses los que me hicieron partir de la Araucanía, justo en el momento de terminar mi novela, pero la realidad siempre es menos rica. Vuelvo a un Maule nuevo, a Talca. Mi Huasolecto está a la espera de nuevas ficciones, no tengo la menor idea de cómo serán mis nuevos libros (si es que los hay), como dijo Henry Miller: “Mis mapas y mis planes me sirven de guía”. Dejo todo a voluntad, invento, deformo, miento, inflo y confundo de acuerdo a mi humor el día. ¿Cómo poder sentirme oprimido por vivir en una aldea que me da todo el silencio para imaginar?. 43


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Bon Jovi se lo llevรณ todo Por ร scar Barrientos

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Cuando yo estudiaba en la universidad nos hicieron leer La Epopeya de Gilgamesh, la narración escrita más antigua de la historia, redactada en lengua acadia y escritura cuneiforme. En dicho relato se cuenta la historia de un rey déspota y vanidoso que gobernó Babilonia. La diosa Aruru envía a un ser nacido del barro que responde al nombre de Enkidu para combatir al rey sumerio. No obstante, traban amistad e inician una larga seguidilla de peripecias, siendo la más importante el encuentro bélico con el ogro Humbaba en el Bosque de los Cedros. Según la interpretación psicoanalítica (y esto lo recuerdo muy bien porque lo respondí como un papagayo en el examen final) Gilgamesh es el héroe civilizado y Enkidu el hombre primitivo, pero ambos son un mismo ser porque subyace en ellos una historia de amor y pertenencia, ya que en la búsqueda de la inmortalidad, el espíritu de Enkidu narra al monarca victorioso su estancia en el reino de ultratumba. Héroe y ayudante participan de la misma proyección. Siempre que recuerdo esa historia no pienso en sagas mesopotámicas ni en Freud, si no en Bon Jovi. No me refiero a Jon Bon Jovi, el rockero norteamericano nacido en New Jersey el año 1962. Hablo más bien de su proyección que -según el abordaje psicoanalítico- sería también él mismo. En realidad se llamaba Bernardo Triviño Utrobicic, pero todos le decíamos Bon Jovi y eso le gustaba. Así que a contar del minuto uno lo llamaremos simplemente Bon Jovi. Ambos debíamos haber tenido entre once y doce años cuando nos conocimos en el helado Punta Arenas ochentero. Fue en una fiesta de cumpleaños de un compañero de curso. Tiempos de pubertad y lampiñez donde todavía las madres te enviaban a esas instancias con un regalo y algo más arreglado de lo corriente. Punta Arenas también distaba mucho de ser New Jersey, aunque no conozca New Jersey. Era una ciudad provinciana y helada que asocio más bien a un pueblo de Europa del Este, aunque tampoco he estado nunca en Europa del Este. Fue el propio festejado quien me presentó a Bon Jovi. Me topé entonces con un joven de facciones afiladas, ojos pardos y labios delgados que calzaba un polerón muy jetón con el número 89. Tenía una expresión amable y parecía observar la fiesta con cierto asombro, un asombro muy ligado a la niñez. Al principio hablamos de las naves de La Guerra de las Galaxias, después jugamos cachipún apostando unas láminas de un álbum de superhéroes y finalmente salimos a la calle para dedicarnos al tombo. Cuando empezó a caer la noche invernal magallánica y las luces bajaron, nos pusimos a 46


bailar en el living con las pocas chicas que habían, aplicando esa distancia de cuando uno no sabe nada de nada. Apenas el casete dio paso al tema You Give Love a Bad Name, Bon Jovi me miró fijamente con una seriedad abismante.

— Ahora empieza la fiesta - dijo.

Como si estuviera poseído por el espíritu del mismísimo oxigenado de New Jersey tomó un desodorante a manera de micrófono e ingresó en medio de la pista cantando a todo pulmón. Todos quedamos pasmados por esa salida de un histrionismo delirante y estoy seguro que si el próximo tema no hubiese sido de Guns N’ Roses nos zampamos un concierto completo. Apenas terminó la canción volvió a ser Bernardo Triviño, pero ya nada era igual en la fiesta, había entrado Bon Jovi y se lo había llevado todo. Lo encontré en un rincón muy sudoroso bebiendo una gaseosa como un boxeador hidratándose después de un round exitoso.

— La cagaste, huevón -le dije-cantai igual a Bon Jovi.

— Por eso me dicen Bon Jovi -me respondió no pudiendo ocultar su orgullo.

Jamás olvidaré ese rostro altivo y los ojos fijos en un vacío más interior que exterior. Pensé cuántas veces había visto los videos de su ídolo y ensayado frente al espejo cada uno de sus gestos. Ahora que lo pienso era Enkidu imitando a Gilgamesh. Pasaron varios años hasta el próximo encuentro. Ocurrió en un Festival escolar al que asistí como público. Era un evento musical donde concursaban todos los colegios de Punta Arenas con canciones y coreografías. La enorme cancha del gimnasio y sus graderías se repletaban de jóvenes con el jeans rajado en la rodilla como Modern Talking y las muchachas usaban unas mechas erectas imitando el peinado de Ana María Gazmuri en Bellas y Audaces. Se iniciaban los malditos noventa, las bebidas free, los matinales, el chino Ríos, Aylwin, Frei, Lagos, Pinochet en Londres. Toda esa tormenta de complacencia y estiércol, la gran cantata a la hojarasca.

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Yo iba a ese festival con las puras ganas de ver chicas lindas, ya que era un adolescente retraído y como dice el poeta cuando todavía no era antipoeta “no había dado mi primer beso ni derramado mi primera lágrima”. Era un solemne encubierto al que más bien le atraían las canciones de la Nueva Trova Cubana y las peñas, minuciosamente extemporáneo y algo patético. Si Punta Arenas no era New Jersey tampoco era La Habana, aunque tampoco haya ido nunca La Habana. Es decir, iniciaba mi larga y sostenida vocación por la derrota. Cuando terminó la coreografía de las chicas de María Auxiliadora, el presentador (seguramente un profesor de música al que no le pagaban horas extras por organizar el megaevento) presentó con frenesí a Bernardo Triviño, el Bon Jovi magallánico. En medio del humo del escenario, con un jeans nevado, una polera musculosa, un abrigo que le llegaba hasta los tobillos y un pañuelo en la cabeza con estampado de la bandera de Estados Unidos ingresó nuestro héroe con su banda. Se debe haber despachado unas cuatro canciones al hilo y esta vez la apropiación del personaje me pareció más cabal, dotada de un empoderamiento aún mayor. El público lo ovacionó discretamente y él agregó dos temas a su actuación, aunque nadie se los pidió. Era el propio Jon Bon Jovi que había tomado prestado el cuerpo de alguien en la ciudad más austral del mundo. Este Bon Jovi local no le tenía miedo al ridículo y eso sin duda era un punto a su favor. También resultaba innegable que el nivel de producción era exponencialmente más elaborado para ese festival provinciano de escolares desafinados. Volví a casa bastante tarde y mientras enfilaba rumbo por Diagonal Don Bosco, decidí pasar al servicentro para comerme un completo. Ahí me topé a boca de jarro con el mismísimo Bon Jovi bebiendo una limón soda con su guitarrista. Le di la mano. Lo felicité por su participación en el festival. Me miró extrañado como si me viera por primera vez y ahí tuve que recordarle ese cumpleaños en que nos conocimos, hace ya tiempo. Pareció acordarse. Me habló de que a fin de año terminaría cuarto medio y como se trataba de un tiempo de decisiones, había resuelto que lo suyo era la música y su facilidad por el idioma inglés.

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— Eso también se lo debo a Bon Jovi -me dijo sin trepidar.

— ¿La música?


—No, corrigió, la facilidad para aprender inglés. Al menos el inglés que me

interesa.

— ¿Cuál inglés te interesa?

— El americano, claro está. No me interesa el inglés británico -concluyó como

si se tratara de una obviedad— El inglés de Paul McCartney es como el hoyo. De ahí comenzó a hablar con su amigo de modernos equipos de amplificación y marcas de guitarra, de una pedalera que había mandado a pedir a Miami. Hablaban como entendidos y probablemente lo eran. Quedé excluido de la conversación.

—¿A él lo conoces? -me preguntó de improviso indicando al guitarrista.

— Sí, fuimos compañeros de curso en la Escuela Yugoslava durante la básica-

aclaré amablemente- Javier Lobos.

— Buena memoria, brother- dijo Bon Jovi- pero a él no le molestaría que lo

llamaras Richie Sambora. Mi ex compañero de curso esbozó un rictus dejando entrever sus dientes ya nicotinosos.

—¿Es verdad?- le pregunté a Javier Lobos.

— Por supuesto- contestó Richie Sambora.

Ambos se despidieron cortésmente y emprendieron retirada en esa noche fría. Mientras terminaba mi completo los observé alejarse lentamente por la avenida con sus instrumentos a la espalda. Esa imagen me quedó grabada a fuego en la memoria. Tanto Bon Jovi como Richie Sambora concordaban conmigo en cierto desprecio a la circunstancia vital del presente, pero ellos- a diferencia míasabían que el futuro estaría signado por el sueño gringo de la gloria. Huelga decir que durante una respetable cantidad de años no tuve noticias de Bon Jovi ni menos de Richie Sambora. Yo me fui de Punta Arenas durante un tiempo largo por razones de estudio. Luego volví y me radiqué en la ciudad natal. Me casé. Me separé. No tuvimos hijos. Ahora vivo con dos gatos en un departamento de Avenida España. No gano tan mal sueldo, pero me aburro. Una noche especialmente aguardentosa en que salía de un chinchel de calle Errázuriz muy ebrio, paré al primer taxi que se detuvo antes mis ademanes descoordinados más propios de un náufrago que de un peatón. Apenas me 49


instalé en el asiento del copiloto, el chofer me reconoció por mi nombre. Quedé por instantes desconcertado y acerqué mi rostro a su cara iluminado por la débil linterna del celular. La sorpresa fue elocuente.

— ¡Bon Jovi!- exclamé.

— Sí, soy yo- confirmó sonriendo.

Confieso que se me llegó a despertar la borrachera. En el trayecto a mi casa nos pusimos al día. Tenía el pelo largo y pajoso, teñido de rubio. Se veía mucho más joven que yo, aunque eso no viene a ser un mérito. También les habían caído unos kilos y algunas arrugas en el rostro, pero eso tampoco es reprochable, ya que hasta el Bon Jovi real estaba cuesta abajo a punto de cirugía plástica y liposucción, actuando en series de mala calidad y cantando baladas románticas en un espantoso español de gringo viejo y pasado de vuelta. Esto fue ya adentrado en el año dos mil, y salvo la internet y los celulares, todo seguía más o menos igual. Le conté que era profesor de lenguaje en un colegio privado. Naturalmente no le narré esa zona de pruebas nucleares que es mi vida sentimental. En cambio, él me comentó que estuvo durante algunos años en Estados Unidos desempeñándose en variados oficios que iban desde lavaplatos hasta entrenador de hockey. Que había visitado la casa natal de Bon Jovi en New Jersey, como quien concreta una peregrinación casi religiosa. Por problemas de papeles de residencia y económicos había retornado a Chile. Estaba casado desde los diecinueve años, incluso antes de hacer el gran viaje. Tenía un hija de dieciocho, pero finalmente se había divorciado de su esposa.

— ¿Este taxi es tuyo?- pregunté.

— Sí- salió al paso- A decir verdad tengo una pequeña flota de taxis. Hoy

estoy reemplazando al chofer porque lo operaron de apendicitis. Tengo un equipo de hockey y hago lo que más me gusta, hacer imitaciones de Bon Jovi. Una vez que se detuvo el vehículo a la entrada del edificio, me mostró una especie de carnet color lila con una foto suya a todo color. Me explicó luego:

— Este es la identificación del Bon Jovi International que me visa como

imitador oficial. Si te fijas bien, tiene la firma del propio Jon. Los espejos de autoproducción de la realidad son muy complejos, crean esperpentos, marionetas deformes, pensé mientras veía a Bon Jovi arreglar el taxímetro. 50


— ¿Y Richie Sambora?- le pregunté.

— Seguimos tocando juntos.

Antes de encender el motor nuevamente me regaló una entrada para ir a ver su show al casino Dreams, con derecho a un trago. Intercambiamos celulares, nos despedimos con un abrazo. En ese instante, mientras reposaba en mi cama, recordé nuevamente el libro con el cual inicié esta semblanza, haciendo hincapié en que la progresión narrativa plantea las doce tabletas, siendo el recorrido mítico por los doce signos del zodíaco. De hecho, Gilgamesh representa al sol y Enkidu a la luna. De esta forma, Bon Jovi proyectaba sobre la efigie del rockero de New Jersey todo un universo incorruptible, libre de las tristezas de lo trivial, como alguien que contempla una colosal fuente de luz conduciendo su taxi por una ciudad invernal y gris. Decidí asistir a su show. Sentado en una mesa del casino, absolutamente solo, contemplé largamente su concierto. Me di cuenta que nuestro héroe, a la par de envejecer junto a su modelo, había desarrollado la síntesis perfecta de su proxémica y tonalidad. Incluso agregó un tipo que lo filmaba de cerca. Bon Jovi se aproximaba a la cámara, entregándole el primer plano perfecto, gesticulando en inglés y encarnando al rockero como una reproducción mecánica. En todo caso, optó por un repertorio más melódico. Llegué a fantasear qué pasaría si el Bon Jovi original, aburrido de su rutina, se le ocurriera venir a vacacionar a un lugar tan apartado del mundo como Punta Arenas, luego se le antojara jugar unas fichas en el casino y se encontrara con esto. ¿Qué vería? ¿Su pasado? ¿Su presente? ¿Una caricatura de su obra? ¿Una existencia trunca que de pronto alza su arboladura en medio del mar? Nadie puede saberlo. Luego del show terminamos bebiendo unas cervezas con Bon Jovi y Richie Sambora, quien continuaba sonriente y silencioso. Un viento invernal llegaba a estremecer los ventanales de la schopería donde se nos ocurrió rematar la noche. Bon Jovi habló con entusiasmo de que había mandado a pedir la samboreña, la guitarra del grupo hecha a medida, compuesta de tres mástiles, un mástil para mandolina, otro con doce cuerdas y el tercero con seis cuerdas. Y siguieron 51


hablando de canciones, de baterías y bajos, todas conversaciones donde yo tenía bastante poco que aportar. Pude notar en sus explicaciones, siempre apasionadas, que su tentativa no era suplantar al rockero norteamericano sino contribuir al ensanchamiento de su imaginario, rodeando al arquetipo con los emblemas de una inmortalidad que se multiplicaba por los lugares más apartados de la tierra. Desde aquella oportunidad se me hizo una costumbre asistir a sus conciertos, aunque para ser sinceros nunca me ha gustado particularmente la música de Bon Jovi. Solo que la promesa de la sublimación y la tentación de clonar el sueño del otro, me empezó a parecer un prodigio en mi vida aburrida de profesor, en mis horas infinitas de soledad y en las largas colas en el supermercado para comprarle comida a mis gatos. También se me hizo habitual rematar después de la función en una schopería con Bon Jovi y ocasionalmente con Richie. En esas conversaciones me fui ilustrando del riguroso acopio que albergaba en torno al ídolo de toda su vida, supe que su nombre real era John Francis Boingiovi Jr., que tenía un equipo de fútbol propio llamado Philadelphia Soul, que se había casado en secreto con su novia de secundaria Dorothea Hurley, que su madre Carol había sido conejita playboy y muchas, muchas cosas más, siempre relatadas con fascinación y didáctica. En una oportunidad me dijo con frenesí, mientras la vivacidad cubría de llamas sus ojos:

— Mi idea es que haya clubes Bon Jovi en todo el mundo y comenzaremos

con Chile, ya me he comunicado con un Bon Jovi de Talca, otro de Ancud y uno de Coronel. Más al norte nos ha ido mal. La idea es hacer encuentros de Bon Jovis y te aseguro, brother, que en menos de un año yo presidiré el Bon Jovi Club de este país y luego iremos por el Bon Jovi internacional. Su frenesí luego tomó un matiz corporativista e incluso sindical, ya que entre sus intenciones también estaba defender el pago adecuado de imposiciones y el derecho a vacaciones de los imitadores de Bon Jovi. Al margen de eso, sentí que al igual que Gilgamesh el héroe se negaba a morir, buscando en sus acciones más inmediatas todos los fragmentos de inmortalidad que estuvieran a su alcance. 52

— ¿Cuál es el videoclip de Bon Jovi que más te gusta?- le pregunté a boca de jarro.


Me dijo, sin dudarlo, que era la canción Blaze of glory. Dicho videoclip era parte de la banda sonora de una película que había sido famosa en los noventa y que se llamaba Jóvenes pistoleros. Las palabras de Bon Jovi fueron pronunciadas con tal énfasis y aderezo que todavía las conservo en la memoria como un tesoro:

— Bon Jovi, en esa canción conversa con Dios y le pide que le otorgue morir

en la gloria, conservar el signo de Caín antes de que todo sea consumido por el olvido, él mismo se define como una pistola de seis tiros, como una vela al viento. En el videoclip, Jon canta al pie de un acantilado, desafiando la altura y el peligro. Es la historia de un joven pistolero que ha decidido llevar la misión que se le encomendó en vida hasta las últimas consecuencias. Observó el ventanal y luego citó un trozo de la canción: — Shot down in a blaze of glory/ take me now but know the truth. Pero otro episodio más sazonaría esta seguidilla de acontecimientos acerca de este hombre que era Narciso y Némesis del célebre rockero norteamericano. En una oportunidad ingresé a la garita de un taxi resguardándome de la intensa nevazón. Pedí un móvil a la radiocontroladora, una muchacha blanca de bucles intensamente rubios, muy joven, aunque de semblante algo triste. Se llamaba Sonia. Me advirtió que sus taxis estaban colapsados con los pedidos y que la demora sería al menos de cuarenta minutos. Era sábado y yo no tenía prisa. Hablamos de todo como si fuésemos viejos amigos. Fluyó una curiosa confianza, casi paternal, de mí hacia ella. Apareció el tema de la vida privada como quien saca un conejo de un sombrero, y no pude evitar hablar de mi ex mujer. Se destapó un foso séptico en mi rostro.

— Como la odio- concluí rabioso- Me gustaría volver a casarme con esa

mujer, para divorciarme dos veces de ella.

— Yo me casé el año pasado- me confesó ella apretando los dientes- y lo

único que quiero es divorciarme.

— ¿Ya no estás enamorada?- pregunté distraídamente.

— Creo que quizás nunca lo estuve. Cedí ante la influencia de mi padre. El

quiere que la estampa de su ídolo quede hasta en su familia. Todo por culpa de ese Bon Jovi, gringo conchesumadre. Me puse de pie como un resorte. No pude evitar la pregunta:

— ¿Quién es tu marido? 53


— Richie Sambora.

— ¿Javier Lobos?

— ¿Lo conoces?

Asentí con la cabeza.

— ¿Tu padre es Bernardo Triviño Utrobicic?

— Sí- contestó Sonia- Bon Jovi.

La joven, algo desencajada, me pidió explicaciones porque le alarmó que yo supiera tantos detalles de su vida personal. Tuve que salir al paso para aclararle que yo no era un sicópata ni un depravado. Simplemente me limité a contarle en forma muy anodina mis encuentros pasados con su padre y su marido. Eso último no dejó de llamarme la atención ya que la diferencia entre ellos era de fácil veinte años, dado que Richie Sambora tiene mi edad. De pronto llegó el taxi y me quedé con la imagen de la muchacha agobiada despachando móviles, molesta y atada a los designios de un ídolo que quizás jamás conocería, condenada a perpetuar su estirpe en la ciudad más meridional del planeta. Ahí me di cuenta que Gilgamesh no sólo se proyectaba en Enkidu sino que también buscaba nuevos ayudantes, así en la estructura del héroe mítico también radicaba una curiosa genealogía de eslabones y redes donde la influencia de su acción era como los círculos concéntricos que genera un guijarro al caer en la fuente. Pero el asunto quizás tiene hasta aristas atávicas. Quienes vivimos en las ciudades aisladas del globo somos presa del capricho de dioses delirantes y casi siempre paganos. Nuestros sueños son la ambrosía que nunca sacia sus apetitos. Así lo palpé en esos días rutinarios, sólo interrumpidos por los conciertos de este amigo. Cierta tarde no datada ordené el departamento y encontré unas cajas viejas. En una de ellas hallé mi libreta de comunicaciones del colegio, un casete de Silvio, un texto escolar de biología de tercero medio, una revista TV Grama que incluía un poster de Bon Jovi y la gastada edición de La Epopeya de Gilgamesh que leí en la universidad. Releí algunos pasajes, especialmente cuando el rey pierde a su doble y recurre a un sabio cuyo epíteto se traduce en sumerio “El de los Días Remotos”. –A esos no condenaron los dioses aquí- razoné.

54


Aquel viernes pasé a beberme unas copas al Colonial. Es un bar muy kitsch donde te puedes encontrar afiches de todo lo pop y movimentista a que alguien pueda apelar, desde Lennon hasta el Che, desde Chaplin hasta Ghandi, pero lo más bizarro fue hallar a Bon Jovi en la barra visiblemente intemperante, demacrado y ojeroso, destruido.

— ¿Qué te pasó?- le pregunté sin vacilar.

— Este es el fin- sentenció.

Le pedí al barman dos gin tonic. Con voz resquebrajada me contó que Televisión Nacional de Chile había generado un concurso denominado “Igual a…” y lo extendió a regiones. Un jurado mediático evaluaba a los participantes. En Punta Arenas se presentaron al casting dobles de Ricardo Arjona, de Beto Cuevas, de Ricky Martin e incluso apareció un señor jubilado que imitaba a Luis Dimas. Bernardo se presentó como el doble de Bon Jovi no sólo apelando a su dilatada trayectoria al respecto sino también recurriendo a su cédula de imitador oficial. Eso no convenció mucho a los evaluadores.

— Apareció un pendejo de veintitrés años… con más desplante escénico, que

no sólo persuadió con su actuación al jurado que era mejor Bon Jovi que yo, sino que también me quitó el trabajo en el casino Dreams- terminó su relato. Los círculos concéntricos se cerraban y el último disparo de optimismo se perdía en el socavón de lo innombrable. Al fin, Bon Jovi y yo éramos iguales, ambos divagábamos en torno a lo irremediable, los dos en la barra de un bar junto a otros ídolos muertos coordinando la altura de la caída de todos ellos.

— Me han quitado a Bon Jovi- declaró con la voz quebrada Bernardo

Triviño Utrobicic. El estremecimiento, eso fue lo que se activó en el centro de mi pecho. No podía permitir que el rey sumerio y su ayudante no aspiraran al cáliz de la inmortalidad, a derrotar al ogro de Humbaba, no podía concebir ahora el devenir como un sol amarillento y desteñido. Pedí otra corrida y declaré, tras ponerme de pie, con una elocuencia que yo mismo ignoraba:

— Escucha bien, Bon Jovi, eres un joven pistolero que merece la gloria.

No te la puede arrebatar nadie. Este fin de semana iremos a Torres del Paine y grabaremos ahí tu propia versión de Blaze of glory, demostraremos cómo 55


asciende un héroe hasta las cumbres nevadas. Una sonrisa del porte de los dos océanos que confluyen en el estrecho de Magallanes se dibujó en el rostro de Bon Jovi. Algo me hizo creer que se dio cuenta, que supo que debíamos convocar nuevamente a los dioses del mundo antiguo. A los dos días un taxi surcaba la carretera rumbo a Última Esperanza cargado de equipos e instrumentos. Bon Jovi al volante y yo de copiloto. Atrás Sonia y Richie Sambora que ya se habían reconciliado. Llegamos hasta la base de las Torres del Paine e instalamos un improvisado escenario. Sonia filmaba todo con una cámara digital. Una ráfaga de viento helado sopló sobre nosotros cuando los dedos articularon los primeros arpegios y desde lo profundo de los parlantes se escuchó la voz de Bon Jovi cantando: “I wake up in the morning/ and I raise my weary”. En mi interior resonaban como campanas que tañían en la pretérita catedral de los siglos, aquellos versos de Gilgamesh: “¡Contempla su muralla exterior, cuya cornisa es como el cobre! ¡Mira la muralla interior, que nada iguala! ¡Advierte su umbral, que de antiguo viene!”. Y en la guitarra viajaba la redención sorpresiva de la tristeza, ya que la canción subía por los cielos desafiando la proeza del acantilado y en esa pirueta de ondas sonoras se exorcizaban los espíritus del dolor. Destapé una cerveza e hice un brindis en sordina por toda la vorágine que por fin se fundía en una sola sinfonía, en Gilgamesh y Enkidu, en todos los Bon Jovis hundidos en las montañas de la locura. Alcé mi lata por los sueños que fueron a varar a los cementerios del olvido, por los amores que naufragaron irremediablemente, por las enormes ciudades y parajes ignorados, por quienes nunca fueron a New Jersey, La Habana, Europa del Este, por los ídolos que se llevaron nuestras vidas ahora convertidos en poster de schoperías, por los ochenta, los noventa y los dos mil, por las décadas ciegas sin bastones ni alegría, por los datos inútiles, por los días oscuros y las páginas de nuestras biografías que nadie jamás escribiría, por las quimeras y maquetas de lo real elaboradas cuidadosamente en los rincones más tristes y alejados de la tierra.

56


De mis ojos brotaron las lágrimas que emana de esa gran noche, lloré por los mártires de causas en las que nunca participaron, por el otro, por el arcano que nunca conocimos y que sin saberlo se tragó nuestra última cucharada de esperanza. Bon Jovi cantaba y en su inglés americano resonaba la voz andrajosa de las edades, todo el dolor de lo incompleto y el viento del fin del mundo, que recorría las quebradas de las torres, traducía sus versos así: “Mirando fijamente una bala/ permíteme hacer mi última posición/ dispararme en una llamarada de gloria/ tómame ahora pero sabe la verdad/ estoy saliendo en una llamarada de gloria./ Señor yo nunca dibujé antes/ Pero lo primero que dibujé fue sangre/ no soy hijo de nadie/ Llámame joven pistolero/Soy un joven pistolero”.

57


Ratada Por Rosabetty MuĂąoz


Una mirada atenta se fija en la esquina mostrando su humedad de orines; en el muro y la carcoma de los humores callejeros; en los marcos de las ventanas, ese musgo que crece y sugiere un mundo ajeno y secreto respirando adosado al vidrio. Un mundo creciendo, palpitando allá afuera. Y están las bolsas de basura desparramadas en el suelo, el olor que emanan las carnicerías, la pena de las vitrinas pobres. En la noche se sueña con un pez reventado, aún agitándose sobre el muelle y que, encima, tiene rostro de niño. Todo esto es también el sur que habitamos. El que escribe convencido del poder de la palabra se hace cargo del revés de las cosas, de los intersticios, de esa parte de la realidad que no quieren ver los festejantes de este sistema. Quiero decir que no somos o no debiéramos ser, los escritores de hoy, vivientes del sur, los defensores de una visión bucólica; no somos y no debiéramos ser los guardianes de un supuesto paraíso natural donde los seres humanos son mejores que en el centro o las grandes urbes. Más allá de los estereotipos y prejuicios, nuestro esfuerzo ha de ser “decir el sur”, pero este, con las puntas afiladas, con todas sus impiedades y también maravillas. Escribir acá, en el sur, es apenas una seña más de una identidad que el centro siempre ha mirado con sospecha. Los escritores que hemos elegidos quedarnos estamos en permanente estado de alerta para no dejarnos atrapar por las trampas de las categorías que nos sitúan y etiquetan. La condición de provincianos sureños no es una bandera, por cierto, pero tampoco es un lastre y tal vez sea, incluso, una ventaja: tenemos el salvaje espacio natural y despiadado para recordarnos cómo se nos arrojó desde el principio a una vida áspera y bella. Y tenemos también la demora del tiempo - o de la ilusión del tiempo - para notar las imperceptibles huellas que va dejando su transcurrir. Uno puede aquí usar el ojo como un lente de microscopio para examinar, ver, una sección del tejido en descomposición y dedicarse a su análisis; declarar, recrear, denunciar el estado de la lesión. Reparar, incluso. ¿Por qué no? Las palabras, desde muy antiguo, han sido también sanación para muchas sabias comunidades.


60


Ningún movimiento en el follaje. Ni pájaros baten alas ni suena el río en su tajo. Se diría un cristal enverdecido esta tarde de ardiente. A orillas del mar soldaditos montan a las chicas del pueblo mientras espían los hijos de contingentes anteriores. Son niños sin barcos cruzándoles las pupilas. Nada les ilumina más que el hallazgo de una rata viva a quien sacarle los ojos.

61


Despierta el pueblo en su gris acostumbrado. Rumor de carnicerĂ­a y sangre goteando desde las presas. Tras el vidrio enrojecido, tras el filo del cuchillo, un gesto dulce atraviesa la calle y se deshace, mĂ­nimo, en la espesura del aire.

62


La aridez de las huertas terminó por cansar a todas. Nada, ni las zanahorias crecían en eses pedregal. Partirse el lomo por un puñado de cilantro. ¿Y las flores? Dirán. ¿Y esas dalias enormes, como árboles? No me recuerden a esas carnívoras. Parecía que lustraban sus pétalos al olor de la desgracia. Crecían, se abrían, movían sus estambres a medida que íbamos cayendo.

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Un espeso olor a semen se descuelga de los techos, escurre y se apoza en la puerta de ciertas casas. Las esposas sorprendidas en adulterio riegan sus dalias gigantes. Simulan no oĂ­r / no oyen el insistente golpear del hacha en el patio trasero. Hay dĂ­as en que se puede caminar sobre el odio endurecido.

64


Ocurre que, mirado desde arriba, seduce este camino: un hilo entre el verde que desemboca en el pueblo arrinconado. Un aviador italiano, alguna vez, bajó en playa y se quedó para siempre. Ahí, el fuselaje parchado, las cortinas la herrumbrosa puerta de emergencia. El aso es que las dalias voltean lado a lado, engatusando y flamean los trapos azules. Un aire cargado de suspiros, te lo advierto, producirá esa inquietud en el bajo vientre y querrás bajar, oh sí. (así me lamía la rata me lamía ella, saboreando)

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Afuera, el pueblo estacionado. La misma señora en zapatillas cruzando a comprar con la chauchera en la mano; el mismo taxi salpicando agua sucia, niños escarbando con un palo las pozas de la calle. La imperturbable estatura

de los cerros.

Sólo en el páramo interior se acumula el devenir y el cuerpo escupe rictus, arrugas, agarrotar de huesos. Tuvieron que venir a rematar las ratas porque esto iba para largo.

66


La gracia ha de caer en llamaradas sobre las ruinas sobre cada árbol, cerro, hendedura. Un santo oficio sobre la naturaleza. Y tal vez mi cuerpo

con sus grietas y copas

se levantará otra vez.

Armaríamos entonces otras ciudades: éstas tan frágiles hicimos.

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Anotaciones de un viaje a Peña Blanca Por Cristóbal Gaete


1.

Un segundo duraban los haces de luz, el mismo tiempo tenía para ver

las asas de los aerogeneradores. Era manejar en una tierra de gigantes, las luces desconectadas para disfrutar esa oscuridad inmensa. Tomé un desvío y avancé por un áspero camino de tierra. Después de saludar a mi suegra y conversar un poco estaba en Peña Blanca. De día se ampliaba el campo que era, una comunidad agrícola en que cada casa parecía ser una loma indistinta, sin portones. Fuimos a la casa de la abuela de mi pareja a las 11 de la mañana, y un hombre alto me recibió con una lata de Becker, Roberto, su tío. El sol pegaba duro en la tierra. Me mostró el cabrito entero que nos esperaba. Solo había que llegar allá. Todo el día fui sorteando pequeños baches, comer para no dejarme llevar por el alcohol. Íbamos camino a las carreras a la chilena. El hombre me contaba que en otras localidades cercanas las carreras eran más grandes, pero tenían una cancha con la que ni soñaban en Valparaíso; dos pistas divididas, un hipódromo recortado. Yo había ido a unas en el fin de los cerros del puerto, tenía que cruzar por paraderos y paraderos de blocks de zombies en las esquinas para llegar a una pista dispareja. Los jinetes montaban con el interior de los sillones, corrían caballos de feria, castigados por la pega cerro abajo. Acá no, eran animales en su mejor forma. Había centenares de personas apostando. Todos los huasos impecables tomaban cerveza Corona, fuera de una ramada con cumbia, a pleno campo también un pepito paga doble. Muchas personas pedían apostar, se elegían como en un baile, así lo hicieron la abuela de mi pareja contra mi hija. La señora fue con el caballo menos impresionante, pero ganó, tenía el medio ojo. Mi hija le pidió el dinero de todos modos, y ella se lo pasó. De vuelta a casa, los restos del cabrito se convirtieron en una cazuela, y seguimos comiendo y bebiendo, pero en declive. Había hallado en Roberto algo así como una persona que no tenía pretensiones sobre mí, como los amigos. Y tal como ellos me agarraba para el hueveo, diciéndome que unos jinetes habían estado con mi pareja la última vez que vino sola. Después el tío Roberto dormitaba con la boca abierta delante de las muchas fotos familiares. Algunas producidas, otras casuales. Roberto salía en las colectivas, con gran parecido a su padre enterrado hace años. Pero la mejor, lejos, era una de las personales, donde su caballo salía en dos patas y él encima: qué fuerza debía tener ese animal para sostener a ese hombre de cerca de dos metros. Había también otros tíos que hablaban poco conmigo, me veían en mi situación: pareja de su sobrina regalona y padre soltero. 70


Salí a fumar y mi pareja me contó la historia. Como en Peña Blanca solo había una escuela, su madre se fue a Ovalle a estudiar el bachillerato y lo pasó pésimo en una casa que la recibían de forma muy distinta a las hijas de la familia. El otro tío que era más adusto, Carlos, también había tenido una etapa pesada en otra casa. Roberto, a diferencia de ellos, no aguantó, lloraba y decidió volver donde su madre. Los hermanos más grandes lograron vivir en esas ciudades hostiles. Dentro, Roberto estaba apenas despierto y me indicó que durmiera en su cama. Mi hija se acomodó con mi pareja y su madre. En la madrugada sentí un galope, pensé en levantarme y ya era tarde. Roberto había partido con los animales. Me imaginé galopando con él en el cero grado del valle. Sentí la queja de mi hija, golpeé suavemente la puerta y estaban todas despiertas. Mi hija se sentía pésimo, le dolía todo. No había un hospital cerca para llevarla, y no parecía capaz de levantarse. Mi pareja le hizo una cruz de carbón en su frente. La abuela, de pie afuera, sabía qué había sucedido. La había ojeado. En un par de horas se sentía mejor, volvimos a dormir.

2.

Al otro día todo era igual. Cuando desperté y pude lavarme —bañarme

imposible con el chorro de agua que caía— ya estaba de vuelta Roberto. Me iba a dar una lata cuando me tomó mi pareja y comenzamos a andar por distintas partes de Peña Blanca. En el cementerio el apellido de su abuela se repetía cada dos o tres lápidas. Se veía, a lo lejos, una mina de cuarzo que parecía haber escupido el mineral. Subí un cerro para ver cómo atrapaban el agua de niebla una cervecería artesanal. De noche volvimos a la casa de la abuela, jugamos cra por horas, apostando monedas.

71


3.

Era la mañana de la partida. Roberto me contó que todo lo que

rodeaba la casa antes era verde. Que cuando colocaron esas hélices, al agua se empezó a ir. Esa máquina del hombre empujaba las nubes. En un momento, me encargó conseguir fardos de pasto en Quillota. Partimos.

4.

Cualquier semana sería fácil conseguir pasajes, pero no en Semana

Santa. Pensamos en viajar a Santiago, o enganchar algo en la carretera fuera de La Calera. Nuevamente les pedí el auto a mis papás, pero no había tal ya. En el camino a la única línea que estaba en el terminal de Viña del Mar y no en Valparaíso, donde no había nada, dos personas devolvieron los pasajes a La Serena. Esos serían los nuestros. Esta vez no iba mi hija. Fuimos viendo una película steampunk y/o dieselpunk de Peter Jackson. Era tan impresionante y vacía, un Mad Max victoriano. El bus lleno era una ciudad que se movía a otra, en todas direcciones en esta fecha. Bajamos del bus en medio de la carretera. Nos esperaba Cristian, la pareja de la madre de mi pareja. Nos llevó rápido por ese camino áspero y profundamente oscuro. Esta vez vi más tranquilo lo lejanas y gigantescas de esas hélices. Más que empotradas en el suelo, parecían ser parte de la noche, a la que suspendían. En la iglesia del pueblo velaban a Roberto. Un cáncer lo había devorado de forma rápida. Él no lo creía, recordaba que una araña lo había picado. Esperó cinco días antes de ir al doctor. Estaba con el ataúd cerrado. No pregunté por qué. Saludé a mucha gente, la abuela ya no estaba, era muy tarde. Un hombre bajo tomó de la cintura a mi pareja. Ella se detenía a saludar a todos, yo me di cuenta que podía estar más tranquilo atrás. Compartí pan y te con Cristian. Él le prestó las llaves del auto a Patricio, que durmió allí con su pareja.

72


5.

En el tiempo que yo no había ido, había muerto el perro del tío Carlos

también. Según me contó mi pareja, nunca lo había escuchado así, con esa mezcla de pena que superaba la rabia. Sabía quién lo había matado. El perro era un compañero fundamental de sus labores. Casi arreaba solo las ovejas. Esa fue la voz que imaginé cuando llamó a mi pareja para decirle que Roberto había muerto. Una voz que se animaliza es la del dolor. Antes de enfermar, Roberto peleaba demasiado con su madre y eso molestaba a los demás hermanos. Con ese parecido físico a su padre era una discusión fuera de tiempo.

6.

Patricio nos despertó en la mañana, en el momento justo. Ya era

la hora del final para Roberto. En la iglesia no había cura, sino un pastor y una mujer que dio oraciones. Nadie quiso enterrar a Roberto el Viernes Santo, todos los curas tenían misas. Significaba un desvío: en vez de trabajar con el dolor de la familia el pastor seguía hablando del dolor en sí mismo, agitándolo. Caminamos al cementerio, ayudé a sacar las decenas de arreglos florales del templo. Me llamaba la atención cómo la comunidad y alrededores se hacía presente en ellos. En el cementerio alguien comenzó a acomodarlos sobre el nicho familiar, otros abajo. Sentí su hálito a vino pesado. Él mismo puso en un parlante inalámbrico unas rancheras. Vi en la entrada un hermano de Roberto que no conocí más que en fotos, con actitud desafiante en las imágenes. Reía. También un hijo de Roberto, que por primera vez descubrían muchos. Esa forma de caminar, citadina y aletargada, con cadenas, lo hacía tan distinto, pese a vivir en Ovalle. Caminamos por la tierra a la casa de la abuela de mi pareja.

73


7.

Allí me quedé en el patio, y me senté al lado de un hombre

mayor que me habló de su vida en Maipú. Trabajó en la CTC recogiendo las monedas por años de los teléfonos públicos. Yo recordé noches en Valparaíso y Quillota pateándolos para ver si caía algo. Pero le hablé de otro recuerdo, de Martín Vargas manejando en Santiago, después de darme una entrevista. Insultaba a todos, con una tremenda furia. Yo recordaba a mi padre diciéndome que aprendí a conducir en la academia de conductores Martín Vargas después de chocar. Le conté lo que hacía. Esto. Después llegó la abuela y me contó que su hijo, antes de ir al hospital por última vez, se había despedido de sus animales. Con harta voluntad habló con cada uno. Con su caballo y perro. Y que cuando llegó la noticia el animal lloraba en la noche, sentía el dolor. Sus gestos y peinado me recordaba mi propia abuela, muy salida de la peluquería para los eventos. Sus manos se entrelazaban con las mías, la forma de saber mi temperatura. Cada persona que llegaba le removía el dolor.

8.

Partimos a la casa de mi suegra, una casa construida en otra

loma. Allí llegó Patricio a dejar el auto con su pareja, y empezamos a tomar combinados entre todos. Lo que siempre me imaginé que pasaría, sucedió lejos de la casa de Roberto. Casi todo lo habla Patricio. Mientras, dan las clásicas películas de Semana Santa en la televisión del living. Veía a Jesucristo curar a un ciego con barro mientras Patricio contaba que busca colchones o muebles que la gente bota y así inventa lucas, o vendiendo caldos en las canchas de los clubes de barrio. Salgo en un auto a comprar cigarros, al volver el único que fuma es el Pato, que cuenta el reverso de esas historias afuera, cuando estamos solamente iluminados por las estrellas. El que cuida todas esas canchas es también vendedor de falopa y le regaló un chihuahua porque cría mascotas. Pato fuma como yo solo cuando toma, y eso le recuerda los pool donde apuesta. El cigarro termina e interviene la conversación dentro con el mismo hilo, mostrando las fotos de las mascotas, contando cómo se 74


llevan. Dice que el perro se lo regalaron porque juega en el club y su mente me parece la de un jugador que dribla barreras temáticas. Cuando salimos a fumar de nuevo me cuenta que nadie lo toca, porque estuvo en la cárcel, que patea los tiros libres y los penales porque le pagan una bolsa de veinte cada gol. Lo imagino sin canilleras recorriendo la cancha. Adentro comienza las historias de la cárcel, perkines, estoques ardiendo en cera, el amor de su pareja allá dentro, su baile en la obertura del Festival del Huaso de Olmué para salir antes. Afuera volvemos a fumar y me dice que vayamos a La Serena en el auto de mi suegra. Que en la calle se encontró con uno que tuvo atados en la cárcel y le disparó en la espalda. Era él o yo. Ahora está inválido y volvió a la cárcel por vender drogas. Dentro de la casa se apagan las luces, mi suegra las apaga. A lo lejos, veo las asas y su destello.

9.

Nos llevan a Ovalle unos tíos lejanos de mi pareja. En el autor

dicen que es la picadura de la araña, y no un cáncer, el que envenenó la sangre de Roberto. En Ovalle paramos a esperar el bus de vuelta. Dejamos las mochilas en una familiar de mi pareja, que es igual a su abuela. Veo sus murallas decoradas con cosas chilenas y chinas, así también era la casa de mi abuela. Salimos a caminar por la ciudad, que me recuerda mucho a San Felipe y Los Andes, murallas de adobe, estructura colonial. En la plaza hallo un puesto de libros, compro uno de Matías Rivas por quinientos pesos. De vuelta en Valparaíso lo vendo en veinte mil con envío.

75


76


Carmen Gloria Núñez, Psicóloga y Doctora en Educación:

“Tú te vas a pasear a algunos pueblos acá y son pueblos. Que tengan cajero automático no los hace ciudad. Pero en Chile está esta cosa de querer aparecer como un país urbano”.

Por María Paz Rau

77


Carmen Gloria Núñez se ha dedicado

de un investigador que estudió el

durante la última década a investigar

cierre de escuelas después del huracán

la Educación en la ruralidad,

Katrina, en New Orleans. Y conecté

específicamente los cierres de las

como las dos cosas, dije “chuta, justo

escuelas rurales en Chile, dando cuenta

ahora el tema del terremoto en Chile,

del impacto que tiene esta situación en

seguramente va a empezar a pasar

las relaciones sociales que se producen

algo muy similar”. Y, efectivamente,

entre la comunidad y la escuela . Los

después de investigar durante dos

principales resultados señalan que los

años comenzaron a salir muchos

estudiantes se sienten parte de un grupo

llamados a cerrar escuelas rurales

socialmente integrado, lo cual constituye

desde el gobierno de ese momento,

un capital social que no es transferible

por lo tanto el tema político fue muy

a otro centro educativo. Nuñez explica

fuerte. Y en un momento hay una

que: “Lo que interesa en el caso de las

asesoría de Paul Vallerie, que fue el

escuelas rurales muchas veces no tiene

gobernador de New Orleans para el

que ver con cuántos niños y niñas hay,

huracán Katrina, que tuvo que ver

si no con cuánto aporta esta escuela,

con el plan de reconstrucción en

por ejemplo, a la cohesión social de un

Educación. Entonces entendí que no

pueblo”.

andaba para nada perdida, o sea, iba a

1

pasar más o menos lo mismo, que es Tu investigación sobre el cierre de

la capitalización a partir del desastre

las escuelas rurales comienza el

natural. a partir de esto, lo que aprendí

año 2010, justo luego del terremoto.

fue que en Chile los desastres naturales

¿Adviertes alguna relación entre

son vistos como una oportunidad para

estos hechos?

la privatización, y por lo tanto, para el

Justamente había estado hacía poco en

cierre de escuelas rurales.

un congreso de educación en Estados Unidos, y había escuchado una ponencia

Lo interesante de esta investigación es que se trabajó directamente

1 Los artículos que se tomaron como referencia para la construcción de esta entrevista fueron: Núñez, C.G.,

es tú rescatas de este tipo de

Solís, C., Soto, R., Cubillos, F. & Solorza, H. (2013). “La

metodología?

escuela da vida: el cierre de las escuelas rurales en

Es interesante esa experiencia, porque

Chile según las comunidades”. Sociedad Hoy, 24, 49-54. Núñez, C.G., Peña, M., Cubillos, F. & Solorza, H. (2016). “Estamos todos juntos: el cierre de la escuela rural

78

con los relatos de los niños. ¿Qué

un buen dispositivo de investigación te da la posibilidad de conocer que

desde la perspectiva de los niños”. Educ. Pesqui 42(4),

los niños efectivamente producen

953-967.

un discurso muy crítico respecto


de su realidad social. En ese caso el

incidencia directa, porque no es que

trabajo se realizó con niños en una

todos sean trasladados a la misma

zona costera de la VI Región, cerca de

escuela, todos juntos, si no que

Pichilemu, que también fue afectada

como existe la “libertad para elegir”,

por el tsunami, y ellos van diciendo,

los niños se desplazan según donde

por ejemplo, “el pavimento llega hasta

los pongan los papás, pero también

aquí no más, porque hasta acá llega

donde los reciben. Esa metáfora

la parte en que están las casas de los

creo que es muy bonita porque en

surfistas. Nosotros vivimos allá arriba,

definitiva lo que los niños destacan de

y el camino es de tierra”. Entonces es

las escuelas es que están juntos todo

interesante, porque niños pequeños

el tiempo. En la sala de clases, cuando

tienen una mirada propia muy crítica de

van a comer, cuando salen a recreo,

las transformaciones que están pasando

juegan juntos.

en su pueblo, son súper conscientes de las desigualdades que se generan. Ellos

Este artículo apunta al cierre de la

tienen muy claro que las decisiones

escuela rural desde la mirada de

en torno al pueblo y a la urbanización,

las políticas públicas y muestra

pasan por el poder económico de los

una cifra que dice que entre el

grupos. Los surfistas son los que tienen

2000 y el 2015 se cerraron más

la plata, entonces ellos sí tienen camino

de 900 escuelas rurales porque al

pavimentado.

parecer mantenerlas abierta no es económicamente sustentable.

¿Hubo alguna frase o

Entonces, ¿cómo se puede proteger

planteamiento de los niños que te

a la escuela de esta lógica que

llamara la atención en torno a la

parece seguir avanzando en

escuela?

educación?

El artículo se llama “Estamos todos

Lo que pasa es que implica quebrar

juntos” y justamente refleja que lo

la lógica argumentativa. Creo que

que les gusta de la escuela rural y con

justamente donde ha sido exitosa

lo que se sienten más identificados

esta política neoliberal en Chile es en

es con esta dinámica de que están

instalar un discurso de obviedad; es

todos juntos, versus cuando la escuela

obvio que el factor económico prima.

se cierra y se tienen que desplazar a

Sin embargo, eso se debe a que

otro establecimiento, porque ahí se

tenemos una política de financiamiento

separan, ahí cada niño se va a una

que no se justifica, que las escuelas se

escuela distinta. Entonces ves como la

financien por vouchers les hace mucho

política neoliberal en Chile tiene una

daño. Entonces, más que el hecho 79


de que las escuelas de zonas no

tesis también muy bonita, que se

urbanas tengan pocos estudiantes,

llamaba “La escuela da vida”, bajo

es el hecho de tener una política de

la metáfora de la gente para hablar

financiamiento que hace que estas

de que la escuela rural da vida al

sean poco sostenibles.

pueblo, que es el corazón, la columna vertebral. Entonces a veces puedes

La idea de que las escuelas debe

tener doce niños en la escuela, y sí,

ser rentables, ¿no?

son súper pocos, pero resulta que

Claro, lógica que se comienza a

esa escuela cumple otra función en

instalar en Chile de manera reciente,

lo rural, que es de congregar, de

con el tema del vouchers, es que las

reunir. Cuando hay por ejemplo algún

escuelas tienen que ser rentables.

desastre natural o algún incendio,

Esto de que son un gasto y no son

la escuela rural es la primera que

una inversión. Es curioso que durante

se activa y todo el mundo se va

el gobierno Frei Montalva fue cuando

para allá, entonces son centros

más escuelas rurales se abrieron a

neurálgicos. Aplicar la racionalidad

lo largo de todo Chile y que luego,

económica es un sinsentido, o sea,

¡su hijo y la Concertación se encargó

si es así, efectivamente habría que

de cerrar! La educación estaba vista

cerrarlas casi todas. Entonces en

como una inversión social y hoy día

lo que hay que tener mucho ojo es

está considerada como un gasto.

como tratar de insistir en dar vuelta esta argumentación. Muchas veces

80

¿Puedes profundizar eso de

que los mismos profesores caen

quebrar la lógica argumentativa

en esta lógica “pucha, es que no es

neoliberal?

rentable”… ¡Pero es que por qué tiene

La educación nunca debió haber

que ser rentable! Esto es una escuela,

sido pensada como algo rentable,

no es un bar, no es un restaurant.

no es para eso. Es como poner

Como decía Friedman, que igual

un hospital y decir, bueno, pero

que los bares y los restaurantes, las

es que no es rentable, ¿por qué

escuelas deberían estar sometidas

tiene que ser rentable? Si la idea es

a las mismas leyes de oferta y

justamente poner el foco en otras

demanda… si el bar es bueno, el bar

dinámicas, en otros intereses. Hay

se mantendrá abierto, porque resulta

muchos lugares en que cierran la

que esto es otra cosa, entonces yo

escuela y como que el pueblo se

creo que es una forma de proteger

desarma. Eso lo hemos visto con

las escuelas, es tratar de insistir en

un par de investigaciones y con una

quebrar esas lógicas.


Según el CENSO 2002 la población

y de profesionalización de los

rural alcanzaba el 13% de la

estudiantes?

población total de Chile, y el

La verdad es que es interesante

2007 según la FAO esa cifra se ha

porque a la escuela rural llega de

reducido al 10% ¿El constante flujo

todo y sale un poco de todo. Existe

-campo ciudad- no será también

una creencia muy fuerte de que los

un motivo para el cierre de estas

niños de escuela rural luego salen

escuelas?

y no logran la típica meta que es

Ahí hay que tener harto ojo, porque

llegar a la Universidad. Sin embargo,

las cifras del INE con respecto a

en los lugares donde nosotros

población rural son muy inferiores a

hemos trabajado, tienen niños que

las que tienen la OCDE con respecto

efectivamente les va muy bien y

a Chile. El 2014 vino una comisión

luego pueden continuar sus estudios

justamente para analizar el tema

universitarios. Aunque creo que ese

rural, para aplicar las metodologías

tampoco debiese ser el foco porque

que ocupan según sus definiciones

la escuela rural tiene la capacidad

de lo que es lo rural. El análisis de la

de adaptarse muy bien al ritmo de

OCDE dice que el 36% de la población

aprendizaje de los niños y por eso se

en Chile es rural versus el 12% del

desarrollan otros aprendizajes.

INE. Y es bastante obvio lo que dice la OCDE, tú te vas a pasear a algunos

¿Cuál es la posición del profesor

pueblos acá y son pueblos. Que

en este tipo de establecimientos?

tengan cajero automático no los hace

Lo que creo que les falta es más

ciudad. Pero en Chile está esta cosa

apoyo. En general como que el

de querer aparecer como un país

profe que va a hacer a clases a un

urbano. Chile insiste en tener este

establecimiento rural, si lo hace bien

imaginario de país urbano, como muy

o mal, como que es cosa de él. A lo

aspiracional, que en realidad no tiene

más está la evaluación docente, pero

mucho sentido.

no es un apoyo, es un control. Ojalá que con el Servicio Local eso mejore,

Siguiendo esta línea, si pensamos

que la Corporación Municipal o el

que la escuela rural es de

sostenedor de las escuelas, pudiese

alguna forma congregadora

dar más apoyo a los docentes. Lo

y generadora de cohesión de

que hemos visto que en general es

la comunidad, ¿cuál sería su

que la mayoría de los profes de estos

sentido en términos pedagógicos

establecimientos son bien creativos,

propiamente tal, de formación

se les ocurren cosas, y además como 81


no están circunscritos a la sala de

¿cómo definirías tú la nueva

clases, salen mucho al patio o al

ruralidad?

huerto. Aprovechan de recorrer

La nueva ruralidad es un concepto

el terreno, entonces tienen otras

que ya tiene sus años y hay varios

instancias, pero sí creo que sería

autores que trabajan en ese tema.

bueno preocuparse un poco más por

Hoy día es muy difícil establecer

la actualización de los profes, ese

un límite entre qué es lo rural y

es un punto que se podría mejorar.

qué es lo urbano. Se habla hoy

Lo interesante de es es que como

día por ejemplo de otro concepto

están un poco aisladas, a las escuelas

que es la “rurubanización”. Creo

se les ocurre hacer cosas súper

que hay que poner más ojo en

novedosas, porque están menos

los cambios culturales o en los

controladas. Entonces, quedan muy a

elementos culturales, más que en las

la arbitrariedad de qué tan bueno es

transformaciones del territorio. Como

el profe, como te decía.

te comentaba, un pueblo puede tener las calles pavimentadas, puede

82

Me gustaría leerte un párrafo

tener cajero automático, pero sigue

de tu artículo “estos últimos

funcionando culturalmente como

son aspectos interesantes de

pueblo, donde todos se conocen,

analizar de las dinámicas sociales

hay relaciones de parentesco o las

emergentes que caracterizan

actividades productivas a las que se

la nueva ruralidad. Los límites

dedican. Por lo tanto me parece

entre lo rural y lo urbano parecen

que hay que seguir manteniendo

hacerse más difusos, los nuevos

esos otros elementos de análisis

fenómenos migratorios desde la

como para definir si una zona es

ciudad al campo traen aparejado

rural o no, más que la cantidad de

el arribo a lo rural de formas de

habitantes, por ejemplo. Hay otras

organización social y territorial

características. Todavía se ocupa

más propios de lo urbano, como

mucho el caballo, y eso es bien

la segregación residencial

curioso la verdad, hay zonas donde

y escolar, la competencia

hicimos el estudio con los niños, y

entre escuelas. Todas estas

donde tú veías las cuatro por cuatro

transformaciones vistas en este

y los caballos entre medio, pero

caso de la perspectiva de las

era fácil identificar quién era de ahí

niñas y niños rurales”. Lo que te

y quién no. Hay elementos de las

quiero plantear es que ustedes

tradiciones culturales que creo que

hablan de una nueva ruralidad,

son mucho más importantes que qué


tanto se ha transformado el territorio

estandarizadas, por ejemplo. De

o no. Me pareciera que debiera ser

local, nada, por lo tanto, ver para

un elemento definitorio de lo rural.

creer. En ciertas iniciativas como siempre se busca este consenso

Otro asunto complejo, en ese

entre todos los sectores y que

sentido, es el de la inmigración.

nadie salga perdiendo, al final

Ahí hay una cifra desconocida porque

terminas como en una especie de

las escuelas rurales reciben a todos

Frankestein, que todos terminan

los niños y punto. Sobre todo en el

ganando algo y nadie termina

norte donde hay mucha inmigración

perdiendo mucho.

ilegal entre Perú y Bolivia y un grupó importante de personas va desplazándose por temporadas. Y en muchas escuelas los reciben no más, aunque no estén matriculados. Entonces sí se analizan las cifras oficiales y dicen que cerca del 5% de los niños migrantes en básica están en escuela rural, pero yo creo que es mayor a eso, aunqué no están reportados. Respecto de la Ley de Desmunicipalización que se aprobó en el 2017. En ese momento la Ministra Del Piano decía “recuperaremos la educación pública como baluarte y motivo de orgullo”. Aunque no haya pasado mucho, ¿crees que va por ahí el camino? No lo tengo tan claro. Yo creo que en realidad la Desmunicipalización en Chile ha sido una reforma muy tibia. Lo que yo he visto de cómo están funcionando algunos servicios locales de educación, es que están poniendo un énfasis mayor aún en las pruebas 83



Curepto es mi concepto (tรณpicos y perspectivas de la ficciรณn territorial)

Por Mario Verdugo


Fidel Sepúlveda, el autor que homenajeamos aquí con ese verso suyo que suena a fallido eslogan de Sernatur o a delirio hiphopero, dirigió el Instituto de Estética de la Universidad Católica y se impuso la tarea nada modesta de fundar un nuevo paradigma para el estudio del arte. La sofisticación de su trabajo epistemológico no parece coincidir con la insidia de quienes despectivamente lo tildaban de huaso, a menos que se adorne el adjetivo con algún prefijo esnobista: un post-huaso, un -trans o un neuro-huaso. El poema en cuestión se publicó en un libro titulado Geografías, de 1974, y en él se sintetizan algunas de las experiencias más comunes en relación con el territorio. Dice Sepúlveda: “De Curepto, / mire amigo, / yo no acepto / que diga bellaquerías. (...)¿Que ahora está arruinado? / ¡Por honrado! / ¿Que lo han envejecido? / ¡Los años y lo sufrido! (...) Y por eso / yo no acepto / a ningún inepto / que diga bellaquerías / de Curepto. / Perdone lo que le digo, / amigo, / pero ese es mi concepto / de Curepto”. No vale por ahora detenerse a desmenuzar las implicancias de esto que aparenta ser un objeto paraliterario o una tomadura de pelo, situada en lo que tal vez sea un caso ejemplar de pueblo abandonado, amén de terremoteado y escarnecido -no hace tanto- por el montaje performático de un hospital falso. Preferible que los versos de Sepúlveda, su temple reivindicativo, su probable ironía, funcionen como entrada a una historia no exhaustiva de la ficción territorial en Chile. El interés sería recorrer cuatro visiones dominantes, cuatro tópicos o topógenos, cuatro modelos de espacialización dentro del proceso en que las regiones, provincias o periferias han ido construyéndose y reconstruyéndose discursivamente. Más o menos a la usanza de Wolfgang Iser, el término ‘ficción’ adquiere aquí un sentido que va más allá de su empleo restringido en narrativa, actuando entonces como una matriz para generar significados y para abrirse al conocimiento de mundos imprevisibles y heterogéneos. Cero intenciones, por supuesto, de caer en una caza de brujas antirregionales o en la enumeración de un recetario geopolítico.

86


1. Criollismo En el topógeno criollista, durante la primera mitad del siglo veinte, la periferia aparece como un espacio que se exhibe, que se expande y del que se extraen insumos de toda especie. La patria chica de Gabriela Mistral y el rincón de Mariano Latorre se representan en tanto resúmenes de la chilenidad, partes quintaesenciadas del país, es decir, son espacios vistos como mónadas: se les reconoce, como diría Alain Roger, la capacidad de concentrar lo máximo en lo mínimo. Por ello y nada más que por ello estas partes se hacen dignas de exhibición: por una condición heterónoma o tributaria, de acuerdo con un imperativo que enajena su identidad. Ninguna aldea, ningún potrero, pampa o selva, ningún guanaco y ninguna bandurria valen por sí mismos, sino en la medida en que aportan un botín de imágenes para la celebración identitaria de Chile. Además de una exhibición de mónadas territoriales, el criollismo propende a una ampliación sintagmática. Para decirlo de otra forma, el criollismo es un dilatado catastro que procura recoger informaciones valiosas en los extremos del territorio, ampliando con ello el ecúmeno, el mundo que la cultura ocupa y visibiliza por esos años. La expansión reproduce aquel tropo de la “tierra virgen”, típico del discurso colonial y pesquisable desde el corpus de los conquistadores castellanos hasta las bazofias etnocéntricas de Hollywood. Las regiones, con arreglo a dicho tropo, están pidiendo a gritos que unos agentes externos las ocupen, las cultiven, las penetren y las fecunden. En los extramuros de la metrópoli habría una despensa literaria: una página en blanco o un libro abierto, como afirmase a la sazón el crítico Armando Donoso. Mientras el primer término (“Chile”), acapara toda la inteligencia, el poder y la actividad, el otro (“la provincia”) debe contentarse con ceder sus tesoros a cambio de una suerte de desfloramiento cultural. Los vínculos entre el país y su periferia, como puede entreverse, involucran la participación de un tercer actor, que goza del privilegio de nombrar, mapear y organizar. Este actor es el centro, el núcleo vital del Estado. Desde allí se enfocan los territorios mostrados e incorporados y es allí donde se acopian los recursos extraídos. Tal perspectiva no admite disensos, con la salvedad, acaso, de los reclamos de Ernesto Montenegro contra ese turismo narrativo, esa rueda de mirones que se aprovecha de la periferia para entregarla al consumo de los lectores urbanitas. Montenegro, no obstante, pondera en contrapartida a quien es de seguro el más escoptofágico, el más intruso de los criollistas 87


o precriollistas, nuestro Peeping Tom Federico Gana, cuyos Días de campo se encuentran enteramente modelados por la mirada supervisora del “patroncito”, a un nivel –diríamos– casi panóptico. La figura encargada de la extracción corresponde en cualquier caso a lo que llamaríamos un baqueano literario: un guía por los caminos del hinterland. En conjunto estos baqueanos componen una avanzadilla de expertos que trepan, que bajan o que se internan por el territorio con un alto sentido patriótico, y que luego elaboran esas materias primas en sus novelas o poemas. Son en general - era esperable - hombres de la ciudad, oriundos o afincados en Santiago, y el destinatario de sus reportes es igualmente un público metropolitano. Quien se apersona en la periferia, como escritor o como personaje, lo hace con una limitación temporal y sin el deseo de establecerse. Es alguien que solo está ahí por un tiempo y que llega movido por una expectativa de usufructo. Al respecto se diría que el criollismo comporta también el despliegue de toda una geo-erótica, puesto que, bajo su férula, las relaciones amorosas y sexuales, el atractivo y la potencia, se determinan según el espacio en el que se reside o se quiere residir. Así se aprecia por ejemplo en la novela Ully, donde un pintor de Santiago se instala por un rato en el sur para inspirarse en el bosque virgen - recolectando bocetos para una posterior exposición en la gran urbe-, y que de paso se relame con la virginidad de una lugareña a la que no tarda en abandonar. Algo semejante ocurre con los cuentos de Hernán Jaramillo, donde un santiaguino protomillennial llega a Pelluhue buscando recobrar sus energías decrecientes. Luego de libar su medicina durante algunos meses, nada menos que la leche que brota “espontánea y dadivosa” desde el pecho de una nativa, el santiaguino se despide con “académica oratoria” y vuelve revitalizado a su tertulia de la capital, en tanto que Clarisa -la pelluhuana de pechos esquilmados- se deshace de sus carnes, enflaquece y muere. Podrá replicarse que se trata de un episodio ridículo, un alarde kitsch, pero lo cierto es que el mismo esquema se reitera ad nauseam en el medio siglo de auge criollista. La relación entre las partes y el todo, entre las regiones y el país, adquiere las características de un contrato leonino, inclusive por boca de quienes serían los próceres de aquella generación: Latorre despotricando contra la barbarie de Zurzulita o Fernando Santiván sugiriendo que a los niños del Llaima debía educárselos como a deficientes mentales, antes de reconvertirlos, claro está, en aras de la promisoria economía nacional.

88


2. Larismo El topógeno lárico se define por una simultánea maniobra de deslocalización y relocalización. Desde 1950, proliferan los discursos que ponen en tela de juicio el valor nacional, monádico, atribuido a la periferia del territorio. No costará mucho ningunear a Latorre y a lo que se comienza a considerar un agotador desfile de yuntas de bueyes. En sus metatextos, Teillier desecha el sello descriptivo que había orientado la relación con el referente en el segmento previo, sustituyéndolo por un retratamiento de las materias locales en función de su verdad oculta, secreta, universal, trascendente, metafísica, profunda. Al paisaje - se dice - hay que verlo más allá de las apariencias, o como un signo que esconde otra realidad. Al territorio se accede ya no de manera directa sino por medio de una convención. En lugar de pueblos vistos y transcritos, se hablará de pueblos leídos y prescritos o reescritos. En cuanto a la identidad de los enunciadores láricos, lo más importante es la postulación de una lateralidad o de una marginalidad que contrasta con el centralismo de los baqueanos criollistas. Este cambio tampoco se halla libre de sospechas, y así lo pondrán de manifiesto quienes ven a la buena nueva teillieriana como un producto de la estadía en la metrópoli y no como como la posición que el poeta intenta estipular, o sea, ni arriba ni en el centro, sino al lado de (los objetos referidos) y al margen de (la sociedad moderna y capitalina). Aunque la axiología lárica no es estable, puede decirse que aquí la provincia asciende sin que le haga falta modernizarse. Reivindicar un espacio renuente a su dinamización, ese tan manido “orden inmemorial de las aldeas”, desde luego que conlleva un riesgo político. A Teillier se le reprocha su afán por reforzar el estancamiento en tiempos libertarios. La contradicción se resuelve mediante un bucle o un “hipérbaton histórico” - dicho al modo del oriolano Mijaíl Bajtín - que ubica en un mismo territorio tanto al pasado remoto como al futuro deseable. Sabemos, sin embargo, que sujetos como Enrique Lihn nunca se terminarían de tragar este sermón, y que no son pocos los que aún repelen al lar como una poética repetitiva y hasta majadera. Según recuerda Luis Oyarzún, algún crítico de la época retomaría la célebre frase de González Martínez para recomendarle a Teillier que le torciera el cuello al ganso, en irónica alusión a esas “jocundas aves que croan más de una vez en sus versos”.

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Con evidentes diferencias, la obra de Teillier, la de Efraín Barquero y la de Rolando Cárdenas comparten, por un lado, un vaivén entre diversos grados de referencialidad y, por el otro, la exposición de un horizonte que excede a la nación. En el larismo disminuyen las nomenclaturas endémicas, las loicas y los peumos antaño mimados por los héroes del criollismo, aunque las remisiones a toponimias concretas siguen constituyendo un punto crucial, de forma que el pueblo fantasma o el país de nunca jamás se relocalizan en espacios ejemplares como Lautaro, La Frontera o Magallanes.

3. Regionalismo Sugerimos aquí como fecha de arranque a 1973, cuando las botas militares -a decir de René Jara- han hecho que la modernidad empantane ya definitivamente las aguas de Lautaro. Es una fecha, vale aclararlo, que marca no tanto un comienzo absoluto como una considerable intensificación. De lo que llamaremos regionalismo hay antecedentes al menos desde 1908, año en que Carlos Soto Ayala edita su Literatura coquimbana, el parnaso regional más antiguo del que se guarden registros. ¿Cuáles son los rasgos del tercer topógeno? El empleo de paratextos que en vez de nacionalizar materiales diversos -como sería usual a inicios de siglo- se empeñan ahora en “nortinizarlos” o “ensurecerlos”; el sello ponderativo, la exaltación de una comunidad subnacional con ayuda de la literatura allí localizable; el aumento de las enunciaciones proferidas desde las regiones, o sea, un nuevo cambio deíctico; y, por último, la relación histórica con el proyecto regionalizador impuesto por la dictadura pinochetista. El engendro prototípico de este período es el parnaso regional, que podría ser descrito como un catálogo a menudo voluminoso, generalmente una antología o un diccionario, en el que se celebra el territorio propio valiéndose de los poetas y narradores que en esa región han nacido, o de los que allí se han avecindado, o de los que sobre ese lugar han escrito o garrapateado. Los parnasos a veces rayan en la magnificación, como lo demuestran los 320 autores que Matías Rafide une a la literatura del Maule, o los quinientos que Matías Cardal integra a la del Biobío, o la cifra similar de reseñas que Ernesto Livacic agrega a su Historia de la literatura de Magallanes. Si un excelentísimo poeta escribió que de la virginidad prolongada a la prostitución hay apenas 90


unos pasos, el regionalismo parece oscilar en cosa de segundos entre la radical pérdida de autoestima y el pseudotriunfo o el autobombo, entre el fracaso humillante y las fantasías de un narcisismo de las pequeñas diferencias. Sea a través de mamotretos o breves notas de prensa, los regionalistas fluctúan entre la percepción quejumbrosa o enfurruñada de su desmedro frente a la hegemonía del centro, y la ostentación hiperbólica de los méritos literarios (temáticos o biográficos) de cada zona. El orgullo por nuestros paisajes, nuestros libros o nuestros poetas, desemboca casi siempre en un gesto de canonización compensatoria, que permite a los productores de mamarrachos líricos —por el solo mérito de su oriundez o su afincamiento— figurar en compañía de premios nacionales o de premios Nobel. Quienes quedan marginados de las bellas letras chilenas, rentan así del consuelo de ser aplaudidos como poetas iquiqueños, chillanejos o temuquenses. El operador regionalista se presenta como alguien de ahí, y que permanece ahí al momento de pergeñar su respectivo parnaso, no habiendo salido aún del entorno inmediato (como lo hiciera el migrante lárico), ni habiendo vuelto ya enriquecido a la metrópoli (como estilaran los baqueanos). A contrapelo de este arraigo que se dice voluntario, el regionalismo sigue muchas veces las directrices del rediseño castrense, que concibe a la región como un modo de pertenencia alternativo, en vistas del peligro supremo que revestirían las juntas de vecinos y otros focos de contagio marxista. Es el centro el que decide combatir la concentración de oportunidades en Santiago (tenido de costumbre como un falso El Dorado), puesto que tal concentración termina frustrando a las provincias y haciéndolas presas fáciles de la anarquía, de la lucha de clases y de la subversión que suelen tentar también a los rosendos que se desplazan hacia los márgenes urbanos. El topógeno regionalista, como lo insinúa un muy bizarro florilegio de la dupla Montes & Orlandi, se acoplaría entonces al deseo militar de generar identidad cultural entre conregionales.

91


4. Provincianismo La cuarta visión que reseñamos es, ahora sí, propiamente un tópico, “un material preformado que se mantiene en la tradición, pero cuyos orígenes son ignotos” (es la definición precisa de María Isabel López Martínez). El tópico de la provincia se funda en un modelo al que podemos designar geoestatus, a saber, la hipervaloración del centro y la minusvaloración de la periferia en un contexto subnacional. Su efecto de Perogrullo es la verticalización valorativa del par centro-periferia, de manera que el primer término queda instalado también “arriba”. Por de pronto, la capital aparece como el único lugar deseable, el único lugar de llegada, el único horizonte de realización individual y colectiva. Si lo consideramos como una réplica a escala de los imperialismos modernos, veremos que este esquema se reitera inclusive entre quienes se mueren de rabia o de pena por los abusos que comete el Primer Mundo. Es como si lloriqueáramos por las palizas que nos da el matón del colegio y enseguida llegáramos a nuestra casa a flagelar al hermano chico. No estaría de más preguntarse qué pasaría si la mitad de las monstruosidades o bellaquerías que hasta hoy se predican sobre los sujetos de provincias se dijeran también a propósito de un negro, un judío, un mapuche o una mujer. Lo provinciano es todavía una otredad condenable con total impunidad, una otredad demasiado ligera, por ejemplo, para los paladines postcoloniales o para las conciencias espabiladas que promueven las leyes antidiscriminación. El tópico completo o algunas de sus estabilidades campean en Martín Rivas, en las crónicas de Jotabeche, en las comedias de Barros Grez, en las novelas de González Vera, Daniel Belmar, Adolfo Couve o Gonzalo Contreras, pero además en otras literaturas (partiendo por Madame Bovary y cierta porción de la narrativa francesa decimonónica) y en otras latitudes y en otras hechuras semióticas (desde Fellini a Borat, desde Dogville a Smalville o Pleasantville o Springfield). La condena no nace acá de un factor sexogenérico, etnorracial o socioclasista, sino de la capacidad impregnadora de un espacio tan nocivo que acaba lisiando a sus habitantes. El geoestatus es un ejercicio de petulancia cultural y una práctica clasificatoria basada específicamente en el territorio. Son seis estabilidades, a lo menos seis pilares narratológicos los que integran el tópico provinciano. Ninguno de estos pilares podría existir si no existe el geoestatus. 1) Minusvalías: Como se supone que la provincia es un espacio que no cambia o que no se moderniza, prosperan las patologías de la movilidad 92


(cojera, parálisis), del hábito (alcoholismo, tedio, rutina) y de la visión (miopía y ceguera, o aquella mirada corta que, de acuerdo con Martí, era típica del aldeano convencido de que en su terruño se encontraba el eje del universo). 2) Sedentarismos: La obstinación del provinciano en “quedarse”, redunda en una experiencia mitigada o espuria de la modernidad. 3) Huidas: El provinciano quiere y debe irse, su relación con el espacio-tiempo prestigioso es también una modernidad vicarial, manifestada como un permanente deseo de centro que en ocasiones desemboca en una laboriosa resocialización (léase Martín Rivas siendo reevaluado a ojos de los Encina). 4) Retrasos: Los vecinos de la provincia exhiben su aspecto degradado como un espectáculo cómico y demodé; el “ser” provinciano se revela en el “parecer” y a la primera ojeada. 5) Topofobias: Visitar la provincia es un constante padecer, narrarla equivale a un continuo devaluar; los pueblos de Chile asquean, enferman y contaminan a los forasteros. 6) Esterilidades: Las uniones endogámicas no pueden sino engendrar más minusválidos; el capital erótico se distribuye entre dominatrices, inseminadores y sementales metropolitanos; aldeanas desechables y pueblerinos sexualmente indigentes. Lo que no se mueve, se corrompe. Descrito mil veces no como un remanso sino como una charca, una noria insalubre donde se pudren los proyectos, un espacio sin posibilidades de elección o transformación, un comodín de vida detenida cuya única función es servir de trasfondo para el dinamismo de afuera, la provincia parece ser, pese a todo, el bodrio que un Chile tragón de territorios ha ido arrojando desde hace más de un siglo y medio en sus producciones literarias.

5. Perspectivas A Clifford Geertz podemos rapiñarle dos imágenes que confirman de manera aparatosa el carácter cambiante de los ordenamientos espaciales. En la primera, el rey Hayam Wuruk sale de la capital de Java presidiendo un desfile por doscientas localidades dispersas entre más de veinticinco mil kilómetros cuadrados. Este desfile avanza por senderos que apenas soportan el paso de medio millar de carretas y un muy efectista elenco de monos, elefantes y camellos. A la caravana la escoltan multitudes de aldeanos perplejos que rivalizan en el monto de sus tributos. En la segunda imagen, la nomadía 93


capitalina se convierte en una condición perenne. A fines del siglo XIX, la corte de Mulay Hasán de Marruecos es más bien un campamento que dura apenas unos días o unos meses antes de instalarse en otra región. Las expediciones por todos los rincones del país, sin que llegue a establecerse nunca una metrópoli fija, son vistas como un signo del vigor y de la divinidad del monarca, a tal punto que sus ministros deciden proseguir con la marcha incluso cuando Hasán es ya un cadáver hediondo, risiblemente escondido dentro de una tienda en la que todavía se depositan regalos y manjares. Con una serie de modelos espaciales hemos querido mostrar lo que por estos lados constituye la lógica de visualización hegemónica: maneras de ver y de representar que a veces influyen en la percepción y el uso social del territorio empírico. Se habrán notado, por una parte, las consecuencias nada enaltecedoras que estas imágenes tienen de vez en cuando para las provincias, así como las tensiones internas que el proceso exhibe. Lo que queda momentáneamente afuera es inmensurable —Cristo de Elqui, Lugar sin límites, tierra del Valle Central que Juan Luis Martínez atesora en una bolsita, etc., etc.— , pero para finalizar convendría más referirse a ciertos incidentes que plantean opciones, cartografías críticas, otras estructuras del sentir. Ante el tópico y su pretensión de calco, de verdad indiscutible y fatal (es decir, escribimos sobre pueblos de mierda porque esos pueblos de mierda efectivamente existen), una solución es la metaficción y la parodia. Así lo muestran las obras de Marcelo Mellado y Andrés Gallardo, donde la condena se dirige ya no al espacio per se, sino al discurso que lo construye o lo tematiza, ya no a Curepto (en nuestro caso) sino al concepto que tenemos de Curepto. Lo significativo es que estas narrativas se mantienen dentro de la misma trama textual, pero retorciéndola. Ocupan los viejos nombres (paleonomios los llamaba Derrida), pero reubicándolos en un rango diferente. Lo de ellos sigue siendo provincia, pero una nueva provincia, que es el título de una gran novela de Gallardo. Sería casi una inversión o una dignificación del insulto, como ha ocurrido en un ámbito distinto con el término marica o queer. Si a la provincia se la desprecia por su falta de movimiento, por esa condición de agua estancada y viciosa, otra reacción posible es mostrar que la inmovilidad no es necesariamente un disvalor. El movimiento constante, el criterio ascensional -como en su hora expresara el argentino Rodolfo Kusch- no es más 94


que un deporte mesiánico de la modernidad urbana, indiferente para quienes buscan no tanto desarrollarse como domiciliarse, no tanto “ser alguien” como “estar siendo” o “estar no más”, vivencia apreciable, sin ir más lejos, en los libros de Carlos León. Por lo demás, si hablamos de estancamiento, difícil que haya algo más estancado que el mismo tópico de la provincia, con sus situaciones estándar y sus personajes sinónimos, por décadas y décadas, hasta el hartazgo. El desprecio del espacio regional como localización epistémica, aquel estereotipo que habla de una escritura ingenua y pasada de moda, se contradice efectivamente mediante la formación de contracampos o subcampos literarios, lo que sucediese en los sesenta con grupos provincianos como Trilce y Arúspice. Y al establecimiento de un mapeo único, donde a las regiones solo les cabe rendir tributos económicos y simbólicos a la nación o a su capital, puede contestarse con recorridos a la deriva, aleatorios, alternativos a ese atlas nacional que siempre se construye de norte a sur (país de rincones y loca geografía) o teniendo al centro como foco o como meta. Habría por cierto otros mapas ficcionales, mapas menos represivos, como el que late en la rokhiana Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile, y también otras direccionalidades, silenciadas por la imposición vertical nacionalista, como aquella que se afirmara en sentido oriente-poniente, cuando el Maule era un río navegable y era también la base de una geocultura, mucho menos comunicada con Santiago que con Argentina —a través de las sendas transcordilleranas— y con Perú, Ecuador y hasta California —a bordo de los faluchos que salían del puerto de Constitución. Pero burlarse no está mal, como lo hacen los poetas de San Antonio en los relatos de Mellado o los separatistas de Coelemu en Gallardo. Dicen que el propio Fidel Sepúlveda, cuando le querían sacar fotos en Santiago, es decir, cuando le querían disparar, cuando lo querían fijar, cuando lo querían capturar, posaba siempre muerto pero muerto de la risa. Todo vale, en suma, con tal de escapar a la inmovilización perversa que se atribuye a nuestros pueblos abandonados.

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Merodeos en torno a la potencia champurria

Por Daniela Catrileo Foto Álvaro de La Fuente

En el pueblo mapuche existen palabras que no habían sido escritas, al menos en los signos occidentales. Sin embargo, se han mantenido vivas, ardiendo, ungiendo con ceniza las huellas de su temblor. El diálogo por entonces era un albergue entre viaje y sonido que marinaba su secreto en la vibración del viento. Un impulso de la lengua habitando el trayecto del lenguaje, una composición desde los sentidos y la naturaleza. Una relación de dimensiones que transforman y heredan lo común: la memoria. Porque la escritura es otra, tejidos en la trama de un witral1, un musgo a un costado de la vertiente, la canción de un ave como seña del amanecer. Sin embargo, la dungun2 ha sido herida y la violencia en contra del mapudungun es una de sus fracturas. Un modo de exterminio que ha quedado estampado en los relatos de diversos mapuche. Tanto por las consecuencias colonizadoras y sus vejámenes que obligaron el exilio hacia la waria3, como por la expulsión y reducción de territorios. Aquella

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Witral es el telar mapuche.

2

Dungun refiere a la lengua,

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Waria refiere a la ciudad.

a la palabra.

obligada diasporización con su proceso de tormentas y esquirlas, ha forjado testimonios en múltiples

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narrativas. Desde el relato de la pérdida, hasta la obligación bajo tortura por el olvido de su lengua. Por eso ante todo, hoy es nuestra deuda escuchar lo que imaginábamos sumergido. Nütram4 le decían, le dicen, le decimos. El rito de la oralidad para mantener viva la palabra que cuerpo a cuerpo era transportada con su estela de vivencias. ¿Qué tonos brindarle a aquellos sonidos que viajaron durante años hasta llegar a nosotros? ¿En qué lenguas escribir nuestras heridas? ¿Cuál es la dungun del exilio?. Pues apenas aullamos en las sombras de su lenguaje, esperando quizás algún trozo de su forastera seña. Arroparse de pronto de aquellos velos que exigen tanto como aquellas voces. Escribir y borrar, tachar y volver atrás. La incisión como portadora de la experiencia se libera, paradójicamente en cada intento del wirin5 por aparecer. De alguna manera la palabra también es liberación. Nos arrojamos, entonces, a re-descubrir lo que nos había sido negado: navegar entre las corrientes que sostienen nuestra genealogía. En ese instante también se abraza lo champurria6 como potencia y derrame. Instalando un entre de movimientos, de imágenes, de identidades, para armar una voz que fuese a la vez una recolección de discursos y reconstrucciones colectivas. Nunca es un espacio, es una llaga abierta que destila sin destino. Nunca se escribe sobre sí, en este no-lugar, el mantra de la memoria tiene un principio común sobre el desamparo. Cuando se origina la escritura, aquellos nombres destinados al olvido por la hegemonía de la historia pueden tener un lugar en el lenguaje de nuestra multiplicidad. Una política común como albergue y principio sensible de nuestras prácticas. Aquello involucra un habitar en conjunto el territorio sin tierras que nos tocó pisar. Resignificar la dungun también es reconocerse mapuche, warriache7 y champurria en la imaginación de un apañe porvenir. 98

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Nütram es una conversación, un diálogo. 5

Wirin se utiliza como la acción de rayar, dibujar o escribir en mapudungun. 6

Champurria: hace referencia a un entre identitario de lo mapuche con lo otro (chileno, criollo, etc.), en ese sentido nomina aquello que está mezclado, mixturado. Suele tener un tono peyorativo al reconocerse desde la impureza, sin embargo, la propuesta de esta reflexión es resignificar lo champurria como una posibilidad de multiplicidad identitaria con una memoria común mapuche.


Fuimos encontrando nuestros cuerpos, reconociéndonos en este viaje. Nosotras, nosotros, que siempre fuimos cuerpos bestias, salvajes, contaminados, por fuera de todo. Pues no estábamos allá, ni éramos tampoco de acá. Desde esa articulación colaborativa, es interesante la rotura y la interrupción. No tan sólo por medio de la escritura, sino también desde la experimentación colectiva, desde la política, desde un pensamiento que sea capaz de proponer y componer frente a esa fractura, frente al incendio de la ausencia. Este intersticio creativo y político, permite reflexionar sobre una potencia champurria como una fuerza de la memoria. La idea es de algún modo profanar, hasta llegar a la interrupción de lo soberano, de la propiedad. Salir de la sacralidad por una lucha común desde lo mapuche. En este caso, la utilización de una recuperación y resignificación de la palabra, antes con tono peyorativo pero que ahora podría devenir en un potencial liberador en común, un devenir de las bestias. Al contrario de 7

Warriache en mapudungun se refiere a los mapuche que habitan la ciudad.

la despolitización del mestizaje y su ocultamiento de la diferencia por medio de la matriz universal de “integración”. Desde lo mapuche y sus hendiduras en nuestros cuerpos y territorios como espacios/figuras diaspóricas y múltiples. Articulando nuestras políticas desde la errancia contra el multiculturalismo institucional o el fetiche negativo que se convierten en el reverso de una máquina winka que aún sostiene una estructura colonial. La idea de comunidad es posicionarse en diversas trincheras, a través de la producción y alteración de la lengua, de las formas y su pensamiento. Erradicando el enfoque estereotipado de lo mapuche. Emerger como mezcla y fuerza de aquella cadencia, una potencia champurria que arrastre todo consigo para volver a ser cuerpos en movimiento, en lucha. Sin un sentido propio de pureza, sino al contrario, contener aquella hibridez, el nudo que nos otorgó la diáspora.

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VIDEO KILLED THE RADIO STARS They took the credit for your second symphony. Rewritten by machine and new technology, and now I understand the problems you can see. Por Daniel Rojas Pachas

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Tenían sus habitaciones en el tercer piso de la casa, almorzaban aparte pero convivían con nosotros luego de cumplir sus tareas de aseo; mayormente eran adolescentes recomendadas por una vieja señora yerbatera que compartía sus extrañas artes aprovechándose de las supersticiones de mi madre y tía Gina. Las empleadas llegaban a la ciudad a terminar sus estudios secundarios de noche, y año a año iban rotando porque se iban con el galán de turno que las embarazaba al ritmo de Chacalón. Debo al menos haber culeado con media docena de ellas. La primera, Úrsula, tenía 15 y yo 14. Flaca y exótica, ya había estado con otros en su tierra, ella me contó todos los detalles una vez, después de que lo hicimos. Al comienzo era tímida, bueno, en lo que a hablar se refería, pues ella fue quien se lanzó; en ese entonces no hablaba, solo se sacó la ropa y me invitó a pasar a su cuarto como si fuese un juego, me desvistió y comenzó a chuparme entero, se montó encima, me tiraba el pelo y me obligó a chupar su vagina; tenía una tetas pequeñas pero duras, lo recuerdo bien, sudaba mucho y era violenta al jugar con mi pene y lamerlo. Al terminar me echó del lugar porque tenía que bañarse. Así ocurrió unas cuatro veces, luego la rutina cambió porque sintió la necesidad de compartir su pasado. Hablaba mal español pero yo la entendía a la perfección, no era tan complicado cuando agarrabas el ritmo de su habla. Mi mamá la echó de la casa por floja y porque según ella, la mocosa no entendía las instrucciones, dijo que era retardada. Yo me había enamorado de Úrsula, odié a mi mamá en secreto por eso y por un buen tiempo quise matarla. Mi madre siempre tenía en su habitación una jarra de agua mineral que bebía todas las noches porque su boca se amargaba debido a un problema estomacal; en dos oportunidades estuve tentado a echar veneno para ratas, no sé qué me disuadió, tal vez porque olvidé a Úrsula y todo volvió a su curso. Cuando llegó Viviana, a quien también me culié ya con más experiencia gracias a las enseñanzas de la selvática, pasé por alto las conversaciones y el compromiso emocional, sabía que mamá encontraría una excusa para botarla, eso hizo con todas de cualquier modo, era un asunto de poder más que otra cosa. Con Úrsula tuvimos un sistema de señas, sería su sangre de la selva, era una arrecha: cuando yo me encerraba a hacer una tarea o jugar videojuegos tocaba mi puerta con la excusa de que le ayudara en sus deberes escolares o para una prueba que tendría en la nocturna, se quedaba por horas escuchando música en mi discman sin decir nada, y se iba una media hora antes de sus clases a ducharse, le encantaba estar ahí, sentir el agua. Me duché una vez con ella, fue algo bello, como las fantasías que te venden las pornos, solo que con sutileza. Al irse en lugar de adiós o nos vemos, decía 102


“tengo que ducharme” con su extraño acento, tiempo después descubriría era una invitación. Perdí muchas oportunidades con Úrsula, era demasiado idiota y aniñado para entenderlo. Luego se convertiría en un hábito y yo controlaría la situación con estas chicas. Debo admitirlo, Úrsula fue mi universidad desconocida, mi primer beso y mi primera cacha. Cuando cumplí dieciocho y mi viejo me regaló dinero para un viaje a donde quisiera, pensé en buscarla, usar el tiempo y el dinero para saber qué había sido de su vida y quizá rescatarla de lo que fuese que estuviese viviendo, eran los resabios de esa estúpida sensibilidad y amor que pensaba tenía hacia su cuerpo. Terminé yendo a Brasil en busca de otras como ella para olvidarla. Hubo antes de que terminará el colegio otra chica como Úrsula que fue bastante especial, se llamaba Fabiola, no era tan bonita pero sabía explotar sus encantos provincianos: unas largas piernas morenas, pantalones cortos que resaltaban su hermoso culo y unas camisetas manga corta que eran sobras de mi hermana y que mi mamá se las daba sintiéndose muy generosa. Varias veces pillé a mi viejo viéndole el culo cuando servía la cena. Fabiola no usaba sostén y algunas de esas camisetas dejaban entrever los bordes de sus pezones. Mi mamá le gritaba mucho y sentía que tenía la labor de civilizarla. Fabiola no era idiota, se daba cuenta de su encanto, era su poder sobre el patrón y su casa. Fue de las que más duró y con la que incluso salí un par de veces a fiestas y conciertos de grupos chicha. Era otro universo, supongo que era incómodo para los dos. Para sus amigos o conocidos yo era como el novio extranjero o algo así. Nunca entendí mucho ese juego, la verdad me dejaba llevar y valía la pena porque Fabiola tenía una pieza en un pueblo joven y de no haber ido con ella a culear a esos lugares, jamás habría salido de la burbuja de la casa. Era una tonta sensación de ilícito, de vulnerar los márgenes que me había impuesto mi vieja los que me empujaban a seguirla en esas aventuras. En una oportunidad, seguro queriendo probar su potestad me echó de la casa y me dijo, aquí yo mando cojudo, así que te vas, ya me lo metiste, me chupaste las tetas, listo, ahora vete a tu casa pituco de mierda. Me vestí y salí a un tierral, largas calles en un cerro sin saber cómo llegar a casa, era tarde y veía pasar unos mototaxis que en mi imaginario eran solo caricaturas en algún programa de los sábados. Tuve que caminar cerro abajo hasta llegar a una especie de urbanización semi iluminada y asfaltada donde pude ver unas primeras micros, una de eestas decía centro. En esa época todavía no existían celulares con gps o cabinas de internet, solo teléfonos monederos en las esquinas, pero 103


el único que pude encontrar había sido vandalizado. Llegué a casa pasada la medianoche, mi madre me dio dos bofetadas y papá solo me miró con rabia, ya habían llamado a la policía y a mis amigos, estos últimos no tenían idea y los tombos ni siquiera les prestaron atención, me insultaron y sentí rabia, pero me tragué todo, les dije que había tomado una micro equivocada, que me quedé dormido en el camino y que por error terminé más allá del centro por un cerro, y que me había quedado sin dinero y tuve que caminar. Parecía verosímil, no dijeron más, mamá me abrazo, tía Gina también, papá dijo que era un idiota, que no tenía necesidad de usar micros, que para la otra si requería más dinero para taxis lo pidiera o que el mismo podía llevarme, le pedí perdón y me fui a la habitación. No pude dormir esa noche, pensaba en cómo vengarme de Fabiola, acusarla de robo, de la pérdida de algo valioso en la habitación de mamá o mi hermana, algo por el estilo. Idiota y mimado, típico de un pituco de mierda cojudo, recordar esa frase me hacía odiarla más, pensé en mejor hacerle daño, golpearla, o humillarla la próxima vez que lo hiciéramos, obligarla a lamerme el culo o metérselo duro ahogándola, pero nada de eso jamás ocurrió, no tenía los huevos para hacerlo, eran sólo fantasías y ella tampoco volvió el lunes, seguro se aburrió de jugar con nosotros, además decía que mi viejo le daba miedo, que era un sicópata. La vieja yerbatera le dijo a mamá que Fabiola se había ido con su abuela a la sierra, según la vieja la chibola se embarazó de un chico de la nocturna, quizá un profesor o un milico de mierda con el que salía los fines de semana. A estas tipas les encantan los uniformados. La experiencia de culearme a Úrsula en su habitación escuchando technocumbia, el poder jalarle los pelos mientras la montaba o apretarle las piernas en el aire y morderle las tetas por órdenes suyas me dieron una confianza extrema. No hubo romance o enamoramientos luego de eso, ya sabía qué buscar en las chicas del colegio, cuáles eran las estrategias y evitaba perder el tiempo con las huevonas necesitadas de fantasías, de melodramas; ninguna de esas rubias huevonas o hijitas de papá serían lo suficiente cochinas para pasar el culo, y yo sólo quería divertirme y probar cuanto más pudiera, todos los sabores y olores. Un conocimiento temprano del cuerpo de una mujer y cómo servirles no es malo para superar el miedo que los de mi edad en ese entonces tenían. Idealizar era el gran error, las distintas chicas que sirvieron en casa fueron prácticas para llegar a la cerda más rica y deseable de todos, la tía Gina. 104


Lograr que todas las empleadas, Fabiola, Úrsula y Viviana me chuparan la pichula, poder tener sexo anal con al menos tres, aprender a ponerte los condones en segundos, controlar el correrme para durar más, el besar con lengua y sacar el sostén con una sola mano, eran técnicas que ya manejaba a los catorce, por eso mis compañeros me parecían idiotas. No teníamos nada en común, ellos escuchaban música basura, tenían miedo a las chicas, demasiada presión les impedía ver más allá, en cambio, el tener sexo cuando lo quisiera me liberó, me permitió centrarme en otras cosas, dedicarme a la pintura, investigar con precocidad sobre arte, descubrir otros mundos, el meterme en la escena universitaria de la Escuela de Bellas Artes como espectador en exposiciones e iniciar charlas con tipos maduros que me veían como un pendejo sabiondo pero superdotado. Mi conocimiento de artistas y movimientos me sacó de la rutina de casa y la escuela. Tenía 16, estaba por terminar el colegio y tenía este grupo de amigos, imitadores de los beatniks, unos poetas fracasados que escribían manifiestos pero siempre tenían hierba, alcohol y acceso a unas amigas cerdas que lo único que querían era experimentar fuera de los libros y poner en juego las maniobras de sus poemarios eróticos mal redactados y sentirse radicales, protagonistas de una mala copia sudaca de la escena del Nueva York de los setenta. Daba igual, yo también quería probar, y eran fáciles de impresionar, no leían, no escuchaban, en el fondo eran tan poseros que un par de datos y recomendaciones les volaba la cabeza y estaban siempre tan drogados que podías patearlos o culearte a las comadres sin que al otro día lo supieran, era parte de todo el rollo de pretender ser vanguardia. Roger Kalavera, un diseñador gráfico que había vuelto al país luego de estudiar nuevos medios o algo por el estilo en Argentina, tenía arrendado un departamento en una zona horrible del centro. Era un espacio enorme por el cual pagaba lo mínimo, una especie de antro de reunión en el que siempre te encontrabas pura basura pretenciosa vendiéndose, chicas que aspiraban a ser modelos, curadores, académicos snobs, críticos de arte, era el lugar donde todos venían a rematar las fiestas o las charlas magistrales a las cuales asistían. En el depa los debates se prolongaban de modo idiota, algunos airados se ofuscaban y lanzaban dramáticamente botellas o hacían el amago de irse a los golpes, estoy seguro en todo caso que ninguno de ellos, jamás tiro un puñete en su vida. El lugar estaba cerca de otros antros donde vendían drogas y alcohol hasta altas horas y como nadie más vivía en el edificio, sólo había una 105


imprenta en el primer piso, nunca hubo quejas por el excesivo ruido o desorden que se armaba. Si algo hay que admitir es que todas las divas que pasaban por el piso de Kalavera eran un escándalo mayúsculo. Esa época fue un tanto confusa, pasaba poco tiempo en casa, faltaba mucho al colegio, papá amenazó con enviarme a vivir con unos tíos al sur para que me enderezara, vaya concepto. Mamá decía que tenía malas influencias en la ciudad y que a este paso no me graduaría o lo que es peor no ingresaría a Arquitectura como ella deseaba. Había llegado ebrio a casa un par de veces, y en una oportunidad me atraparon besando y corriéndole mano a una chica que llevé a la casa, era una de esas aspirantes a modelo y actriz que Kalavera me presentaba, pudimos tirar en cualquiera de las habitaciones llenas de colchones o sillones viejos que tenía K en el departamento, pero la tipa que creo se llamaba Cecilia, me dijo que le daba asco tirar en un colchón sobre el cual quizás cuántos vagos o amigos de Roger pasaban sus genitales y culos. Tenía razón, la verdad yo pensaba culearmela de pie pero no logré convencerla y como estábamos muy bebidos, tomé un taxi y le dije vamos a la casa de mis padres, en el tercer piso podremos hacerlo en la habitación de mi tía, es un lugar tranquilo y perfumado. Le conté que mi tía era fotógrafa de una revista importante y que trabajaba en la página de sociales. En parte era verdad, Gina era fotógrafa y trabajó en eso, ahora estaba desempleada. La idea le encantó, cuando llegamos a casa ya la había manoseado entera en el taxi, y no pude aguantarme hasta llegar a la habitación, hice mucho ruido y no me di cuenta cuando mi madre bajó y encendió las luces, tenía algo en las manos, creo que una escoba o algo así, debe haber creído era un ladrón, era fin de semana, papá estaba de viaje por trabajo y las señoras que trabajaban en ese momento tenían salida, estaba sola porque Gina estaba donde su novio de aquel entonces, mamá se puso a llorar como histérica y y a gritar espantando a la chica. Sin mediar explicación, salí con Cecilia, mamá se quedó ahí postrada y ofendida. Tuve que acompañar a C a la esquina a tomar un taxi, traté de convencerla para que me recibiera en su casa, pero me dijo que yo era un mocoso aproblemado y que no quería tener nada que ver conmigo, le dije que era una perra idiota y que su nariz era horrible, que así jamás podría ser modelo y que si la había elegido para estar con ella esa noche, es porque era la más fácil de toda la fiesta y que Kalavera me había dicho que no tenía estómago suficiente para estar con alguien de una nariz tan 106


fea sin vomitar. Mi objetivo era herirla y lo conseguí porque me golpeó en el ojo con su bolso y se fue corriendo sin esperar el taxi. No me molesté en seguirla, qué sentido tenía arrepentirse y hacer las paces, no es como si fuésemos a ser novios. En el futuro me la topé dos veces, me ignoró por completo y en una oportunidad que estaba acompañada de una amiga noté que me insultaba. Esa noche no volví a casa, no quería enfrentar el rollo de mi vieja, y tenía algo de dinero, tomé un colectivo que era más barato y le pedí me llevara al centro, a un bar llamado Cleopatra. En realidad el Cleo es un club de bailarinas y putas. La primera vez que fui al lugar, fue con Augusto Estuardo, un tipo de como 30 años con dos hijos de distintas relaciones, la primera de un matrimonio que tuvo por la iglesia y todo, la segunda de una novia con la que estuvo conviviendo. Estaba en segundo año de psicología, cuando en realidad ya debería estar titulado y trabajando, el tipo optó por quedarse pegado porque conocía a los profesores, sus modos y compartía con las recién ingresadas sus secretos o eso le daba ventaja sobre los compañeros jóvenes. Era una especie de mentor y personajillo en la universidad, para algunos un gurú, un tipo que siempre se estaba comiendo pendejas lindas, para otros un loser que nunca terminaría la carrera y estaría ahí vegetando hasta que la universidad lo echara o fuese demasiado viejo como para que el personaje que había construido fuera rentable. Lo conocí en una fiesta de Kalavera, Estuardo era un buen tipo, pero el típico fracasado que queda encasillado, algo así como ese personaje de Linkletter de Dazed and Confused que dice, lo que me gusta de las novatas es que cada año que pasa yo estoy más viejo y ellas más niñas. La verdad es que cada vez que me lo topaba, lo veía peor, siempre estaba atrasado con la tuición de las hijas, sin trabajo, arrastraba una deuda de colegiatura por inscripción de ramos y salía con chicas que se tiraba seguido pero en las cuales tenía que invertir, aún vivía con su madre y por lo mismo caía seguido donde Kalavera para dormir o culear ahí en esos colchones que tanto detestaba Celilia narizotas. En ese periodo conocí a mucha gente, la mayoría intrascendente, y a varios me los toparía más adelante en la universidad al comenzar a estudiar Estética y teoría del Arte, aunque procuré sólo limitarme a compartir con ellos en las fiestas y en ciertas reuniones e ir dejándolos 107


atrás lo más rápido posible para no viciarme con sus lamentos y aspiraciones. Por lo mismo me forcé a no salir más de una vez con ninguna tipa de la carrera o de la universidad y recalaba usualmente en el Cleopatra o lugares de ese tipo, o también iba a esas tocatas a las que me llevó Fabiola, para levantarme pendejas que usualmente trabajaban en casas de mi barrio o con familias como la mía. Durante los últimos años de la universidad, empezó toda la masificación de celulares y de internet y la gente se volvió más estúpida y superficial que de costumbre. Dejé el hábito de salir con estas chicas de barreadas porque aparecí en un par de fotos de facebook ebrio junto a un grupo de amigos de Carmen, una negra rica con la que iba a polladas y cosas así a bailar y hacer el tonto. No es que me importará pero lo dije antes, siempre he vivido –por mucho que lo niegue– en una burbuja de pretensiones. Tuve que hacer muchas maniobras para lograr ocultar el rastro de esas fotos, al menos hasta dónde sé, uno no puede hacer eso en internet. Me borré de esos sitios, algo que todos cuestionaban porque decían que se volvía más difícil ubicarme y que también perdía la chance de promover mi arte como ellos lo hacían con sus carreras de escritores, músicos o personajes públicos con sus fanpages, yo la verdad sólo veía a idiotas más disociados que antes. El lugar de Kalavera cerró. Roger se fue a Argentina de nuevo porque nunca pudo encontrar campo ocupacional para su genio y todas las rémoras se trasladaron a un bar llamado Milicas que quedaba a unas cuadras del piso de K, pero ahí conversar era un despropósito. En realidad nunca hubo mucho sentido en los debates y melodramas, pero a lo que voy es que al menos el rito, el acto simbólico de ostentar una opinión que no estuviera mediada por un posteo o foto etiquetada y compartida al instante existía, era real, algo tangible y que no requería de otra prueba que estar ahí o que alguien lo contara como algo épico o idiota dependiendo del ánimo. Ahora todos se sentaban en círculo a retransmitir su genialidad al mundo y eso terminaba por asquearme, entre otras cosas, por eso me alejé definitivamente del círculo de poseros, amigos de Kalavera. Me quedaba el Cleopatra, sin embargo, eso duró hasta una ocasión en que fuimos con unos amigos con los cuales tuvimos la grandiosa idea de perdernos en una bruma de alcohol, pues era la última noche de soltero de uno de ellos. Partimos temprano, se trataba de un recorrido por bares de turistas tomando tragos coloridos, mezclas inusuales de destilados y música para adolescentes, la camarera del último de esos sitios tenía buenas piernas y coqueteamos un 108


poco. Cuento corto, pagamos y seguimos el recorrido a la próxima estación, una fuente de soda llena de obreros y damas gordas atendiendo. La cumbia ambientaba el sitio, las baldosas en las paredes y el olor lo hacían un gran baño en el que estábamos todos encerrados embriagándonos. Cada sitio que continuaba la ruta trazada de forma espontánea nos dejaba en peores condiciones, y nos fue llevando más bajo en la escala humana. En el centro, Milicas estaba cerrado por un problema en sus tuberías, entonces alguien sugirió ponerle acción al asunto e ir al Cleo y ver a unas chicas bailar. Llegamos temprano, las damas estaban sentadas en círculo junto a la barra, el neón golpeaba la vista, nos sentamos al fondo, en el acto el dueño nos mandó a una de las chicas a dejarnos los tragos que incluyen el pago de ingreso al sitio, ella le comenzó a acariciar el cabello a mi amigo a punto de casarse y le preguntó si podía sentarse con nosotros a compartir un trago muy caro que debíamos invitarle para tener acceso a su grata compañía. La verdad es que yo le dije venimos a ver y beber nada más, ella se rió y quiso ser divertida y algo irónica –me di cuenta que eran chicos de universidad sin mucho que ofrecer– señaló. Yo no tenía ánimo para ser amable, la verdad que desde la entrada me pude percatar que las chicas del lugar, aburridas de esperar al público estaban todas chateando desde su celular, desconectadas de su trabajo, quizá era la única forma de matar la rutina, no pude evitar deprimirme, algunas de estas tendrían hijos o una pareja real afuera, pensé en cómo le mandaban mensajes amorosos a estos mientras estaban en sostenes o topless siendo devoradas por las pocas miradas que habían bajo tanta luz morada y fucsia. A esto nos hemos rebajado, una existencia condenada a transmitir la menor futilidad en instantáneas por una red inmensa que es como el gran basurero de nuestras emociones. La verdad que la ruta del trago, el saber que uno de mis pocos amigos se casaba y que seguro todo cambiaría y que yo seguía siendo el mismo hijo de puta amargado y creído, un pije sobre-intelectualizado y adicto al sexo, no mejoraba producto de esa imagen. Desnudas, metidas en whatsapp o twitter y esta pendeja media pasada de peso haciéndose la lista –bueno si movieras más tu culo fofo bailando en lugar de estar chateando con el cerdo de tu marido o quien sea detrás de esa pantalla, quizá te invitaría una docena de tragos, pero como la tanga que tienes no cubre tu panza deforme y tu culo con celulitis pasaremos de tu estupenda conversación. Acto seguido un tipo me tomó del cuello y me sacó a la fuerza arrojándome al suelo de la calle. Daba lo mismo, no quería estar ahí, ni volver a entrar a un lugar para ver bailarinas hiperconectadas, todo había terminado por irse al carajo, estaba envejeciendo y 109


algo en mí se había quedado estancado. Pensé en Úrsula, en nuestro naufragio propiciado por mi madre, sus pechos mojados y hermosos, las invitaciones a ducharnos, la divina juventud, eran años en que la belleza de un cuerpo era como descubrir el aire. Tenía dinero ahorrado, quizá podría buscarla, pero dónde estaría ahora, quizá en Facebook, esa idea me deprimió aún más.

La tía Gina Ella fue el monte Everest de las cachas, el K7. Emborracharla ese año nuevo y obligarla a que bailara para mí y tener todo en video es quizá el punto más alto de mi vida y la venganza superior contra mi madre y su familia llena de hijos de puta. Gina siempre me gustó. Era la hermana menor de mi vieja, se llevan casi quince años, tenía treinta y cuatro cuando su novio médico la dejó, se sentía devastada, diez años de noviazgo, toda una inversión perdida. La escuché decir que sentía que se le estaba yendo el tren. Mamá la invitó a pasar las fiestas con nosotros y yo estaba cursando segundo año de Teoría del Arte y todavía vivía con mis viejos. Hacía rato que había dejado la práctica de encularme a las empleadas, además mamá temerosa de mi viejo y sus hábitos de andar espiándolas optó por contratar señoras viejas y gordas. También para ese tiempo ya había cambiado a la yerbatera por los complementos vitamínicos en polvo. La casa necesitaba más decencia, estaba bueno ya de mocosas vestidas con harapos enseñando las tetas, decía de cuando en cuando. La muy idiota no sabía que mi viejo se tiraba a las secretarias de la empresa o bien quizá lo sabía pero prefería hacernos creer que lo ignoraba en favor de la tan mentada decencia. Ese año nuevo Gina se lo pasó llorando encerrada. Cuando cruzó la puerta con su maleta, supe al instante que me la comería, la ayudé a traer sus cosas desde el departamento en que vivía para que pasara el verano con nosotros, lloró dos veces en el taxi y un par más en el corto tramo de la puerta a la escalera que conducía al segundo piso donde estaba el cuarto que le habían dispuesto. Al subir los peldaños Gina me agarró el brazo porque según ella, tan delicada, se le doblaban las rodillas por el dolor. Me dijo cuánto me quería, que desde chico siempre fui el que más le gustaba de mis hermanos y que esa vez que me perdí por el centro de la ciudad pensó en qué sería de todos sin mí, que ella se hubiera matado si algo me pasaba. Afirmó que me estaba volviendo un buen hombre, muy bonito además, no como mi padre o ese tarado de Ricardo, su ex. Cuando llegamos al cuarto dejé su bolso en un sillón y nos sentamos en la 110


cama, la dejé hablar y me dispuse a ser cariñoso y empático. Colocó su mano en mi entrepierna y la dejó allí un buen rato, mientras dejaba que sus lágrimas corrieran por mi cuello pude tocarle la espalda y las caderas, no se inmutó solo dijo que sería un gran apoyo para ella. La ayudé a instalarse en su habitación, al terminar me dijo que tenía un vodka para la fiesta pero que podíamos compartirlo mejor entre nosotros y podíamos hablar de arte, que yo podría ponerla al día sobre pintura pues siempre tuvo esa fascinación por los artistas y sus vidas y que ella veía en mi esa pasión, esa rabia, lo que seguro tenía que ver con la ausencia de mis padres, con el hecho de que ambos trabajaran y se hubieran dedicado más a mis hermanos y que al ser yo el menor de todos los hijos de la familia, tal como ella, habíamos quedado a nuestra suerte y por eso debíamos cuidarnos, que eso nos unía muchísimo como almas gemelas o una mierda cursi por el estilo. Comenzamos a tomar de la botella vodka puro y le largué unas historias sobre pintores y sus familias, sobre las pulsiones tras cada pincelada y los traumas que encerraban los cuadros. Al comienzo creí que fingía interés, pero estaba de verdad interesada en esas babosadas que eran pura info de enciclopedia o documental de cable, a la sexta ronda de tragos estábamos listos, ella se reía de mis chistes, de la burla a mis compañeros, nos reímos del matrimonio de mis padres, el trago se me fue a la cabeza y ella estaba delirando, era puro éxtasis, saltó sobre mi entrepierna, abrió con una sutileza increíble el cierre de mi pantalón hurgó y tomó con desesperación mi pichula, la sacó y comenzó a jugar con sus dedos, se arrodilló y me miraba con una sonrisa coqueta mientras me acariciaba la pierna y daba besos a mis huevos, no tardó mucho en comenzar a chuparme la pinga, veía sus ojos claros mirar hacia arriba con lujuria buscando complicidad, estaba sorprendido, no tanto en verdad pero fingí estarlo y ser una presa fácil, sabía que eso la calentaría más y tenía intención de ver hasta dónde pretendía llegar. Su rostro lucía de lo mejor, mejillas sonrosadas, se detuvo para sacarse la blusa y los sostenes, se bajó el pantalón de tela que llevaba y quedó en calzones, Gina no era muy alta pero si delgada y tenía un culo glorioso que comenzó a mover mientras se metía los dedos a la boca y los chupaba, era notorio que pensaba ser una maestra frente a su estúpido e inexperto sobrino, pisarla era la venganza perfecta en contra de su familia a la que odiaba en lo más profundo, molesto por esa sensación de superioridad que ostentaba y empujado por el alcohol que había seguido bebiendo mientras bailaba, me paré y tomé fuerte su cabello y la empujé contra la pared de la habitación, ella trató de decir algo cómo qué pasa, o detente, pero le sujeté el cuello ahogándola con una mano 111


mientras con la otra le doblaba el brazo y con las piernas abría las suyas como si se tratase de un arresto, acto seguido apreté su culo para confirmar cuánto habían servido las clases de gimnasia o la mierda a la que fueran todos los días junto a mamá, agarré mi pene y sin mediar delicadeza alguna se lo metí por el culo, costó un poco pues trató de resistirse creo, más por instinto y pudor. Todo era confuso pues jadeaba y se movía conforme pero a la vez luchaba o al menos eso quería hacerme creer, sus ojos se cristalizaron y comenzó a gemir y balbucear, seguía apretando su garganta mientras le mordía la espalda con mucha bronca, empezó a llorar y se le corrió el maquillaje y comenzó a sudar, se paraba de puntillas y trataba de hacer un amago de pataleo, le solté por un momento el cuello y dijo me vas a romper el brazo, para por favor. No le respondí, sólo aflojé un poco mi fuerza sobre la extremidad y la lancé contra la cama, estaba entregada totalmente, me abalancé sobre su vagina, levanté sus piernas en el aire y comencé a trabajar con mi lengua sobre su clítoris, ella se tapó la boca para no gritar y alertar a quien sea que estuviese en la casa en ese momento, mi hermana o alguna de las empleadas. Su maquillaje era un caos maravilloso, estuve en la operación de darle placer oral un buen rato, cuando la vi derrotada, pidiendo parar; en realidad mentía, era una especie de mecanismo de recato lo que la impulsaba a pedir eso. Tomé con fuerza sus cabellos, la levanté y la forcé a colocarse de rodillas sobre la cama, me paré en el colchón y apretando su cabellera y orejas la sumergí sobre mi pene obligando a que lo tragara. Dije una estupidez como adóralo, él ahora es tu dios, al recordar esto siento vergüenza de solo pensarlo, a veces me bajaban esos delirios de porno barata, es un descuido que no he podido reparar, un mal hábito. Ella asentía y sus ojos se veían deliciosos pidiendo una tregua, su maquillaje era como una de mis pinturas, se escurría y su boca estaba llena de baba y semen. La tuve un buen rato así, perdí la cuenta, soolo la dejé ir cuando comenzó a golpear mi trasero con sus manos en señal de que no podía respirar, porque a esa altura había tapado sus fosas nasales con una de mis manos tal como soñé años atrás castigar a Fabiola. Parecía lista a rendirse, a morir, no dejé que se apagara, la solté y como quien sale del mar procuró tomar una enorme bocanada y escupió sobre la cama. Le dije eres una puta asquerosa, ella se rió y dijo que nunca la habían cachado así, seguro mentía, quién sabe, tenía mucho despecho por enfrentar. Dijo que Ricardo era un marica que no pasaba de subirse arriba de ella, estaba deleitada y yo también, jamás había realizado en una sola ocasión tantas formas de aproximarme al cuerpo de otro, solo me dejé llevar por todo lo que había visto y había practicado por partes con Úrsula y las otras chicas. 112


Nos acostamos y me abrazó, estuvimos ahí unas dos horas al menos como si fuésemos novios o algo por el estilo, en un momento se dio vuelta y puso su trasero contra mi entrepierna y me pidió la abrazara pero que ya no fuera un bruto, que ahora solo quería un poco de ternura. Le besé el cuello y le dije que la amaba, nos besamos y abrazamos, ella también me juró amor eterno, eran puras idioteces infantiles; de cualquier modo es algo que siempre tendremos. Gina se fue a la mañana siguiente sin avisarle a nadie, se fue de la ciudad y luego del país con parte de sus ahorros. Soolo se comunicó con mamá para evitar preocuparnos por su salud. Un año después de esa noche me llegó un mail que decía: “Aunque siento mucha culpa te amo mucho, siempre serás mi favorito, no te vuelvas un bruto como ellos. Era cursi, pero no tuve fuerza para burlarme”.

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Manifiesto de los Pueblos Abandonados Un fantasma recorre la República, el rumor de una poética territorial o las voces exegéticas de una certidumbre tópica, el fantasma de la provincia. ¡Qué duda cabe! Frente a la banalidad burda de los cánones que la razón metropolitana dictamina, con sus críticos academicoides, su discursividad patética y compensatoria, y sus relaciones políticas de poder. La escritura territorial se manifiesta como una propuesta simbólica y material de la diversidad de prácticas escriturales de nuestro país. Surge en un momento en que el campo político se descompone con la hegemonía perversa de una derecha que insiste en imponer su proyecto anti nacional y con una concertación corrupta que se niega a profundizar la democracia y que es cómplice del modelo impuesto por la oligarquía. En este contexto un grupo de escritores que habitan en la provincia manifestamos que una nueva voluntad de escritura, centrada en la independencia y las autonomías locales, y que pretende ensayar la reescritura territorial como registro de estas prácticas, se propone como una poética que le hace frente a la ofensiva canónico institucional que las políticas culturales de la derecha y de la concertación han promovido. Esta poética territorial, que también tiene la forma que alguna vez llamamos “pueblos abandonados”, se aleja de la metafísica autoral narcisista y de la obsesión editorial y/o académica que rige el campo literario metropolitanizado. El escritor territorial se hace cargo de las demandas colectivas y participa de las luchas o causas particulares de su pueblo. Es parte activa de las asambleas ciudadanas de su localidad, lucha con los estudiantes en las calles, pone su capacidad letrada al servicio de un proyecto emancipador.

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Ese fantasma tautológico que recorre la república de Chile, el fantasma de la provincia, es un dispositivo político que no sólo es refractario al canon metropolitano y a sus flujos hegemónicos e impositivos, que incluye la razón académica y el mercado editorial, es también un nuevo flujo territorial, un rediseño del paño textual que trascienda el status de granero simbólico que tradicionalmente se nos ha atribuido. Hablamos desde los pueblos abandonados de nuestra patria, tristes emplazamientos corroídos hasta la médula de los huesos por la perversa lógica municipal. Aquí no hay autores, quizás un archipiélago de voces dispersas y colectivas, resentidas y rabiosas, que tienen como blasón la subjetividad, la independencia y autonomía territorial, como motor de los cambios sociales y de los proyectos emancipatorios en proceso de forja. No más cortesanía, no más martinrivismo, no más regionalismo cupular, no más invenciones e imposturas editoriales que intentan nuevos mercados de circulación, que suelen ser los modos instalativos del chilenito emprendedor. Queremos darle sitio a los nuevos registros de la cosa público textual, al informe, al levantamiento de un nuevo orden escritural. Las llamadas tecnologías del espíritu son un soporte político editorial que beneficia nuestra mirada de escritores o practicantes territoriales. Esta práctica territorial de escritura se reconoce en la voluntad de participar en el rediseño crítico de la república, no sólo para generar otras, sino para desarrollar una poética de la nueva habitabilidad.

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