escribir y no pasar en limpio. La ruta crece; es la misma ciudad hundida en los cuartos donde se acorrala el amor sin preguntas, sin reflejos más que para sus ojos dulces que devoran. Manejás, llevás el arañazo imperdonable, la mirada previa de los grandes felinos. La ruta debería cambiar, un giro, una bifurcación, los olores del riego aplastando la arenisca, y que el camino conecte y que el mapa tenga algún sentido. Nada, por ahora.
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