Juan Álvarez el hombre, su historia y su tiempo

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JUAN ÁLVAREZ EL HOMBRE, SU HISTORIA Y SU TIEMPO


Universidad Autรณnoma de Guerrero

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Juan Álvarez, el hombre, su historia y su tiempo

CONTENIDO

Prólogo

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Marginalia del sur. Lic. Juan Pablo Leyva y Córdoba

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Juan Álvarez: Medio siglo de historia mexicana. Profr. Ricardo Infante Padilla

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El general murió en su casa Lic. Félix Manuel Villela Hernández

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Plan de Ayutla, antecedentes y consecuencias políticas y jurídicas. Enrique Trujillo Armenta

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Origen y proclamación del Plan de Ayutla Lic. Juan Ramos Valenzo

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Mis quince días de ministro

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PROLOGO

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MARGINALIA DEL SUR Lic. Juan Pablo Leyva y Córdoba Chilpancingo, Gro., Octubre 2001

a asociación civil ”Guerrero Cultural Siglo XXI”, al constituirse legalmente el 7 de agosto de 1995 se fijó, entre otros, los siguientes objetivos: editar en el año de 1999, con motivo del sesquicentenario de la erección del Estado de Guerrero, un diccionario enciclopédico relativo a nuestra Entidad; y las biografías de Don Vicente Guerrero, de Don Juan Álvarez Hurtado y de José Joaquín de Herrera. Con posterioridad se constituyeron las asociaciones civiles Escritores Guerrerenses y la Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Guerrero, con las cuales se firmó un convenio para conjuntar sus esfuerzos en la realización de los objetivos mencionados. El diccionario enciclopédico se presentó en marzo de 1999. A dicha edición siguieron las biografías de Don Vicente Guerrero, con el concurso financiero de la Universidad Autónoma de Guerrero y la de Don José Joaquín de Herrera, debida a la ágil pluma de Ricardo Infante Padilla, quién obtuvo la aportación económica del “Diario de Guerrero”.

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Guerrero Cultural Siglo XXI con la edición que el lector tiene en sus manos, cumple otro de sus importantes proyectos, patrocinadas, la primera edición por el Lic. René Juárez Cisneros, gobernador constitucional del Estado; y la segunda, por la Universidad Autónoma de Guerrero. Se trata de la biografía de Don Juan Álvarez Hurtado en la que colaboraron cuatro escritores y acuciosos investigadores: Ricardo Infante Padilla, Félix Manuel Villela Hernández, Enrique Trujillo Armenta y Juan Ramos Valenzo. La asociación juzgó necesaria la reunión de estos cuatro consocios para intentar completar un libro, que no solo se refiere a la trayectoria política y militar de Don Juan Álvarez, sino que abunda en el entorno histórico en que el Benemérito de la Patria fue

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principal protagonista, desde la Independencia hasta la terminación de la intervención francesa y el consecuente derrumbamiento del segundo imperio. En efecto, la ciclópea figura de Don Juan Álvarez aparece en la historia de México, iluminada por un genuino patriotismo, durante mas de 50 años. Desde 1810 en que se une como soldado raso a las fuerzas de Morelos, hasta la obligada salida del ejército francés y su cauda de belgas, zuavos y austriacos, e incluso negros de Sudán, Nubia y Abisinia, que el monarca francés pidió al Sultán de Egipto para destinarlos a las tierras calientes. En México sólo quedaron los conservadores entreguistas rodeando a un desolado emperador, quien llegó a nuestro país cuando tenía 32 años de edad, el 28 de marzo de 1864. La ocupación francesa, a pesar de que Napoleón III, llamado acertadamente “el pequeño” por Víctor Hugo, le había prometido a Maximiliano que lo apoyaría por todo el tiempo que fuese necesario hasta que el llamado imperio quedara totalmente consolidado, solo duro hasta el 19 de junio de 1867, en gran parte debido a que el pequeño emperador francés, obligado a retirar sus tropas de México para utilizarlas en otros frentes, pensaba sustituirlas por legiones austriacas, a lo que Estados Unidos se opuso terminantemente. Siguiendo instrucciones precisas del presidente Andrew Johnson, el secretario de estado Seward, ordenó en 1866, a su ministro en Viena, que comunicara al gobierno austriaco que los Estados Unidos no podían ver con indiferencia que se enviaran legiones austriacas a México, con cuyo gobierno republicano había mantenido “constantes relaciones cordiales y amistosas”. En una segunda nota, Seward se dirigió a Drouyn de Lhuys, el secretario de estado francés, para hacerle saber que en caso de que se pusieran en práctica esos actos hostiles, Estados Unidos los consideraría consecutivos de un estado de guerra, ante los cuales “no podían comprometerse a permanecer como testigos mudos o neutrales”. En respuesta, el gobierno austriaco notificó a Washington que ya habían tomado las medidas necesarias para impedir la salida de los voluntarios alistados para México y, por su parte, el ministro francés rectificó su nota anterior en la que anunciaba a Seward que las tropas francesas, en lugar de salir del país en un plazo de año y medio, evacuarían en masa el 12 de marzo de 1867. Maximiliano por su parte y Napoleón III por la suya, habían solicitado a Estados Unidos el reconocimiento del imperio establecido por la fuerza

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en México. A los dos contestó Seward que, bajo ninguna circunstancia su gobierno expediría tal reconocimiento y en una declaración insólita, se dirigió a “todas las potencias a quienes lo expuesto pudiera interesar directamente”. La firme actitud de Estados Unidos respecto a los asuntos de México, convenció al monarca francés de que la falta del citado reconocimiento impediría la consolidación del imperio y no tuvo empacho en abandonar a Maximiliano a su suerte. Por su parte, el ejército republicano, mas fuerte y organizado, había emprendido vigorosamente el contraataque y, al partir el ejército invasor, el imperio apenas dominaba las ciudades de México, Querétaro, Morelia, Puebla y Veracruz; todo el resto del país estaba en poder de las tropas jefaturadas por Benito Juárez. Si tenemos en cuenta que Don Juan Álvarez falleció el 21 de agosto de 1867, tuvo la enorme satisfacción de enterarse sobre la retirada de las fuerzas invasoras; y como Maximiliano fue fusilado en el Cerro de las Campanas, en las afueras de Querétaro el 19 de junio de 1867, ésta última noticia lo llenó de alegría. Confirmó que siempre estuvo fundada su inquebrantable fe en que, por sobre todos los obstáculos, al fin se conquistaría la libertad de la patria mexicana. En la conquista de esa libertad y en el establecimiento del régimen republicano y liberal, Álvarez invirtió 57 de sus 77 años de vida. No hay parangón alguno en nuestra historia. Ningún mexicano fue por tanto tiempo tan tenaz, valeroso y persistente en sus inquebrantables ideales. No existe otro compatriota tan congruente entre sus acciones y sus palabras. Tampoco existe el caso de un soldado que pueda comparársele por su sólido patriotismo, e incluso, difícilmente se puede encontrar a un luchador social que tuviera al mismo tiempo la visión de un estadista. A pesar de esta verdad irrefutable – o quizá por eso mismo – Don Juan Álvarez ha sido objeto de injustos ataques y de perversas calumnias. Sus detractores, a quienes intencionadamente no menciono, a fin de evitar favorecer su patológico afán de notoriedad, son gente menor, dominadas por la mezquindad e incapaces de reconocer y admitir la existencia de un hombre privilegiado, que está muy por encima de su mediocre pequeñez. Así, frente a estas diatribas, los historiadores mexicanos, fuera de Manuel Rivera Cambas, quien en su libro “Los Gobernantes de México”, dedica unas cuantas páginas a Don Juan

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Álvarez, juzgándolo únicamente como presidente, no se han interesado verdaderamente en este personaje trascendental en el convulso siglo XIX. Sólo algunos panegíricos escritos por los liberales puros y discursos conmemorativos, se refieren a Don Juan Álvarez. Faltaba la obra que describiera su fecunda vida y valorara su señalada participación en la turbulenta etapa de la que surgió la idea de Patria como consecuencia de la identidad nacional. Parece un merecido reproche a los mexicanos que un historiador estadounidense sea el autor de la más amplia y documentada biografía de Álvarez. Se trata de Clyde Gilbert Bushnell, quien a sugerencia de Nettie Lee Benson, doctora en historia en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de Texas, en la ciudad de Austin, escribió su obra monumental titulada: “La Carrera política y militar de Juan Álvarez”, en 1958, con la que obtuvo el título de doctor en filosofía del departamento de historia de la universidad de Texas. Cuando escribió su libro dijo, con una conmovedora sencillez, que lo había hecho sólo para que “éste controvertido personaje de la historia de México hablara por sí mismo por medio de sus cartas y documentos”. El Instituto mencionado que cuenta con el mayor acervo bibliográfico sobre México con invaluables documentos originales, ahora lleva el nombre de la doctora Benson quien, a juicio de Mario Melgar Adalid, “es no solo la bibliotecaria mas reconocida de los Estados Unidos, sino probablemente la autora extranjera más destacada en aportaciones a la historia de las instituciones políticas mexicanas”. Su libro por excelencia “Las diputaciones provinciales y el federalismo mexicano”, constituye una fuente inapreciable para el estudio de nuestro sistema político. En atención a ello nuestro gobierno le otorgó la condecoración Águila Azteca, la distinción más alta que otorga México a extranjeros que han prestado eminentes servicios a la nación. Mario Melgar Adalid, anteriormente mencionado, entre 1985 y 1987, estuvo en Austin para concurrir a un curso de maestría en Administración Pública, precisamente bajo la dirección de la doctora Benson y entre las lecturas optativas encontró la tesis de Bushnell, de la que solo existía un ejemplar en la biblioteca Perry Castañeda, escrita en inglés y aun sin editarse. El ejemplar solo estaba disponible para consulta, no se permitía fotocopiarlo ni menos obtenerlo en préstamo. Al concluir la lectura, Melgar Adalid pensó en traducir la tesis al español y lograr su publicación. Recurrió a su amigo José Francisco Ruiz Massieu,

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candidato en ese tiempo (1986) del PRI al gobierno de Guerrero. Ruiz Massieu se entusiasmó con el proyecto y autorizó a Melgar Adalid a obtener los derechos de autor para publicar la obra con el patrocinio del gobierno del Estado. Para entonces el historiador Bushnell había fallecido, así que Melgar Adalid estableció comunicación con la viuda quien, alegre porque al fin se publicara la obra de su esposo después de casi 30 años de haber sido escrita, designó a su hija Amy Turner Bushnell para que fungiera como apoderada de la obra histórica de su padre. En virtud de que los textos originales en español habían sido traducidos al inglés por el autor, Melgar Adalid no solo se hechó a cuestas la tarea de la traducción, sino que tuvo que buscar cientos de referencias en los archivos. Al fin la traducción se llevó al cabo íntegramente y a las 0.35 horas del día primero de abril de 1987, antes de tomar posesión, pero ya como gobernador en funciones, Ruiz Massieu firmó el convenio para la publicación de la obra con la titular de los derechos de autor. De este modo, el citado convenio fue el primer documento que Ruiz Massieu firmó como gobernador constitucional del Estado. Se ordenó una edición de dos mil ejemplares para distribuirlos en las bibliotecas del país y en las de Guerrero. Esto explica por qué es tan difícil adquirir ahora un ejemplar. Ojalá que el Lic. René Juárez Cisneros, quien ha demostrado su interés en la difusión cultural, autorice la segunda edición de este importantísimo libro donde destaca, en toda su grandeza, “El Héroe de las Tres Guerras”, como acertadamente llamó la doctora Benson a Don Juan Álvarez. Describo las vicisitudes del libro y, al hacerlo, rindo merecido homenaje a Mario Melgar Adalid, sin cuyo concurso los mexicanos no hubiéramos tenido la oportunidad de leerlo. También lo hago porque en él, sin aludir directamente a los señalamientos adversos a Don Juan Álvarez, se refutan con constancias históricas existentes en original, nada menos que presentadas por un historiador estadounidense, quien condenó la invasión que en 1847 el gobierno de su país llevó a cabo en contra de México. La calificó como una agresión injusta y característica de la perfidia de algunos gobernantes norteamericanos. Esta consideración general del doctor Bushnell no influyó, sin embargo, en la imparcialidad de su tesis. Describe los hechos y los apoya con documentos veraces. Deja al lector obtener sus propias conclusiones. Sobre los infundados ataques contra el Benemérito de la Patria, diremos lo siguiente: a Don Juan Álvarez se le ha calificado como

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analfabeto y falto de educación. Ambas imputaciones son falsas, lo que se deduce no solo del texto de Bushnell, sino también de los cuatro ensayos reunidos en este libro. El padre del héroe, Don Antonio Álvarez, se preocupó porque su hijo recibiera educación y lo envió a la ciudad de México para que la obtuviera del afamado mentor Ignacio Avilés, con quien estuvo 4 años consecutivos. De la relación entre alumno y maestro surgió una amistad perdurable al grado de que, después de la Guerra de Independencia, envió a su hijo Diego para que recibiera instrucción de su viejo maestro. La correspondencia, copiosa y siempre interesante de Álvarez, fue escrita de su puño y letra, con una hermosa caligrafía y su firma, al extremo inferior derecho, recuerda la de Morelos, con líneas transversales cruzadas que forman rombos. Los párrafos obedecen a un orden lógico, tienen buena sintaxis y correcta puntuación. En consecuencia, no se puede afirmar mas que con evidente mala fe, que Álvarez era analfabeto. La educación la recibimos de los padres y de buena crianza dio sobradas muestras el prócer. Fue siempre atento y amable, respetuoso y humilde. En el presente libro se recuerda una anécdota que pinta a Álvarez de cuerpo entero: cierto día llego un veloz jinete con documentos en sus manos a la hacienda La Providencia. Álvarez, vestido a la usanza costeña, estaba sentado a la vera del corredor de su casa. El mensajero apresurado se bajó del caballo y le dijo a Álvarez, confundiéndolo con un peón, que paseara a su caballo, lo que Álvarez obedeció sin chistar; el jinete penetró a la casa y preguntó por el general Álvarez y cuando le dijeron que era quien paseaba su caballo, fue apenado a ofrecerle disculpa. Álvarez con toda calma le dijo: “ no se preocupe, aquí todos somos iguales”. Parte de su buena educación y que revela aspectos medulares de su carácter, fue la forma como intentó y casi siempre logró resolver los conflictos en que actuó como mediador o como jefe de las armas. Insistió en el diálogo como el único medio para llegar al convencimiento y siempre rechazó la confrontación y la violencia; sobre todo cuando tuvo que hablar con los grupos indígenas quienes, por lo general, pedían la restitución de sus tierras. Álvarez estaba convencido de antemano de la justicia de esos reclamos, pero trató de encauzarlos por la vía legal. Su vocación agrarista está fuera de toda duda y la demostró con su firme apoyo a esos grupos despojados del medio de su subsistencia. Existen varios manifiestos signados por Álvarez a favor de los campesinos, quienes lo veían como un padre. Cariñosamente le decían

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“Tata Juan” y éste sencillo título es el que prefirió a los muchos que obtuvo en su carrera militar y política. Otro de los calificativos despectivos con el que se señalo a Álvarez fue llamarlo “cacique”. Si entendemos por cacique al déspota, tiranuelo, arbitrario y mandón, como lo define el Diccionario de Autoridades, con cita de Quevedo; o como lo define el Diccionario de la Real Academia Española: “señor de vasallos o superior en alguna provincia o pueblo de indios; persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos o administrativos y por extensión, persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo”; nada mas opuesto a Don Juan Álvarez. Algunos han querido suavizar el término diciendo que era un “ cacique paternalista”, pero ni así puede aceptarse semejante calificativo. El héroe ejerció su autoridad cuando la tuvo, con arreglo a la ley o a los reglamentos militares. Jamás se excedió en el uso de sus facultades. Su trato con sus superiores fue de obediencia y firme disciplina y con sus subordinados fue algunas veces enérgico pero nunca arbitrario, y por lo que hace a su relación con los servidores de La Providencia, difícilmente se podría encontrar en el sur un patrón tan comprensivo y generoso. La hacienda hacía honor a su nombre: fue el refugio de los republicanos perseguidos; el hogar de los desheredados; la fuente de aprovisionamiento de las fuerzas liberales, donde se reconstruían cañones y rifles, se fabricaban balas, lanzas y pólvora y el lugar donde se brindaba casa y sustento a todo aquel que lo solicitara. Muchas veces, el venerado patriarca contribuyó con dinero de su propio peculio para apoyar la causa en la que había comprometido su vida. En síntesis, Don Juan Álvarez no fue un cacique. Si se quiere llamar de otra manera al prohombre de la Reforma, lo más propio seria darle un título sencillo: “El servidor del pueblo”. Los eternos resentidos, envidiosos de la gloria ajena, también han afirmado con ligereza que denuncia su propensión enfermiza a minar la estatura ciclópea de los verdaderos patriotas, que Don Juan Álvarez no se incorporó a la Guerra de Independencia por convicción sincera, sino porque vio en la insurrección la manera de recuperar los bienes que le había heredado su padre y que el subdelegado de Acapulco administraba en mala hora porque así lo disponían las leyes coloniales, tratándose de los bienes de los huérfanos. Esta dolosa imputación puede ser mínimamente cierta, en cuanto a que el voraz subdelegado no le entregaba al joven Álvarez el producto de sus rentas y lo trataba como

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un simple jornalero, pagándole un mísero salario, mientras maquinaba un plan que hiciera caer en delito al heredero a fin de apropiarse de todos sus bienes. La posibilidad de que Álvarez entrara en legítima posesión de su herencia, parecía ciertamente lejana y es probable que al enterarse del arribo de Morelos a la Costa Grande, advirtiera en el movimiento insurgente que pretendía destruir el injusto orden colonial, un medio para recuperar lo que legalmente le pertenecía. Así, como dice Bushnell, “dejando todas sus escasas posesiones, las armas que portaba, sus ropas en la espalda y con el caballo que montaba, galopó hasta el pueblo de San Miguel Coyuca en donde, en el barrio de San Nicolás, buscó a Morelos y satisfecho se enlistó, como un soldado común, el día 17 de noviembre de 1810”. Morelos lo aceptó de buen grado, le inspiró confianza y lo agregó a su guardia personal. Desde luego le confirió una peligrosa y difícil misión: debería llevar un importante mensaje a Zacatula, a más de 200 kilómetros de Coyuca, y volver de inmediato. Álvarez cumplió con admirable rapidez la orden y a su regreso, Morelos, satisfecho con su desempeño lo nombró sargento primero de su escolta. De esta manera no se descarta por completo el tendencioso señalamiento sobre los verdaderos motivos de Álvarez para incorporarse a la insurrección, pero si ese hubiera sido su único propósito, el prócer no habría continuado con el mismo e incluso mayor empeño en la lucha de liberación. Es lógico suponer que su trato cercano y directo con Morelos, lo informó suficientemente sobre el proyecto de construir una nueva nación e infundió en el joven suriano la semilla de un ideal de libertad y justicia que no lo abandonaría en toda su vida. Si, como se dice, Álvarez solo quería recuperar su herencia, una vez al lado del Caudillo ya no se ocupó de sus bienes y se entregó por completo a la lucha insurgente. Los bienes que su padre le heredó consistían en treinta mil pesos en efectivo, las joyas de la familia, ganado, algunas tierras ubicadas donde el héroe nació, llamado ahora Arenal de Álvarez en la Costa Grande, y una casa; como se dijo, Álvarez jamás recuperó esos bienes ni siquiera intentó hacerlo. Más tarde compró parte de la hacienda La Brea, a la que puso por nombre La Providencia. La compra la realizó en abonos de los cuales solo pagó el primero; el resto fue cubierto después por el gobierno del Estado y el gobierno Federal. La hacienda, ahora en ruinas, se ubica a unos 40 kilómetros al este de Acapulco.

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Otro falso enjuiciamiento sobre Álvarez es aquel que nos lo pinta como un nombre al que sólo le interesaban los privilegios del poder que le permitieran afianzar su dominio en el sur y extenderlo por todo el país. De nueva cuenta se equivocan lo que tal afirman. Lo menos que ansiaba Álvarez era el poder. Varias veces pidió licenciarse del ejército y otras tantas fue convencido de permanecer en su puesto, y cuando llegó a ser presidente interino de la República, cumplió con lo dispuesto en el Plan de Ayutla, convocando al congreso constituyente y de inmediato renunció al cargo. El 4 de octubre de 1855 en que se realizo la votación, el resultado fue: 13 votos a favor de Álvarez; 3 para Comonfort; otros tantos para Ocampo y solo uno favoreció a Vidaurri. Cuando el prócer fue informado de su elección declaró: “Cuanto siento este suceso, porque se juzgará que, como otros, me rebelé contra Santa Anna para que me hicieran presidente; pero poco estaré en el poder, hay un ambicioso a quien hacerle pagar y es preciso darle gusto”. ¿Quién era este ambicioso?. Algunos suponen que Comonfort pues, finalmente, Álvarez le dio gusto. Fue de los primeros en enterarse de su renuncia. Los moderados estaban con él para acceder a la presidencia y a los radicales los convenció el propio Álvarez. Sin embargo nunca se supo a ciencia cierta el nombre del ambicioso, el caso es que, según lo había advertido, Don Juan Álvarez renunció y el 8 de diciembre de 1855 y en ejercicio de los poderes que le confería el Plan de Ayutla, designó a Comonfort como su sucesor. Este pareció rehuir el nombramiento, al grado de que no atendió el llamado de Álvarez para conferenciar al respecto en palacio nacional y tuvo que ir el propio Álvarez a la casa de Comonfort para convencerlo de asumir la presidencia, de la que tomó posesión el 11 de diciembre. En conclusión, Álvarez solo estuvo en la presidencia poco mas de dos meses. Si realmente le hubiera interesado el poder, habría tratado de retenerlo; en cambio prefirió volver a su casa, al lado de su amada familia y dedicarse a las faenas agrícolas, que era lo que en realidad disfrutaba. Su renuncia fue un rasgo de desprendimiento y abnegación que ofrece pocos ejemplos similares en nuestra historia. Además, constituye, por sí misma, la respuesta más contundente a quienes le atribuyen innobles apetitos de poder. La iglesia lo llamó “renegado y apóstata”, por favorecer las leyes de Reforma, mas no hay que olvidar que Álvarez durante toda su vida fue

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un fervoroso creyente. Así como ésta existen otras muchas críticas insanas contra el venerable patriota, desmentidas por la sin par elocuencia de los hechos, pero subsiste quizá la más vitriólica. Se acusa a Álvarez de haber permanecido inmóvil en Molino del Rey el 8 de septiembre de 1847. Por la mañana de ese día el enemigo estaba cerca de Chapultepec. Álvarez ordenó a los generales Julián Juvera y Ángel Guzmán que se dispusieran a atacar el flanco izquierdo de los invasores, sabedor de que Manuel Andrade los atacaría por el frente de acuerdo al plan de combate. Debe decirse que Andrade, a pesar de ser subordinado de Álvarez, no le reconocía la capacidad de dar órdenes. Andrade era un militar con pruritos de aristócrata y no aceptaba la superior jerarquía de “un jornalero convertido en general”. Quizá por eso se retrasó, no obstante que fue requerido por Álvarez para entrar en batalla por medio del general Tomás Moreno. Esto dio tiempo a los invasores para enfocar sus baterías contra la caballería de Álvarez, formada aproximadamente por tres mil jinetes. Álvarez informó en su parte que ordenó ataques de las fuerzas a su mando, los cuales fueron “precisos e instantáneos”, pero que únicamente son eficaces cuando el enemigo está siendo vencido. Agregó que si Andrade hubiera embestido frontalmente el ataque habría tenido éxito, pero en cambio, una bala de cañon que cayó cerca de un regimiento de húsares a las órdenes de Andrade, bastó para desorganizarlo y provocar su huída de tal manera que, debido a la desbandada, la caballería de Ángel Pérez Palacios no pudo hacer contacto con el enemigo. Ante tal situación, Álvarez decidió llevar sus tropas a plena vista de los invasores a fin de distraerlos en su ataque al Castillo de Chapultepec, al mismo tiempo que trató de desalojar a los invasores de las lomas y decidió relevar del mando al negligente Andrade, quien por segunda vez en un día, había desobedecido la orden de Álvarez de permanecer en sus posiciones. Santa Anna, sin hacer caso del parte de Álvarez, escribió en sus “Memorias” que la ineptitud de Álvarez había sido la causa de la derrota en Molino del Rey. Se olvida que el día 7, él mismo desbarató la línea de batalla que pudo ser efectiva, pues dispuso que más de la mitad de los cuerpos de la izquierda y la totalidad de los del centro, se situaran en otras localidades para guarecer las garitas del sur. José María Roa Bárcena en su libro “ Recuerdos de la Invasión Norteamericana”, al recapitular lo ocurrido el 8 de septiembre, dice que la toma de Molino del Rey y Casa Mata, costó a los invasores mas de una tercera parte de sus tropas de asalto y que con otras dos o tres

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victorias como esa, se habrían reducido a la condición de una patrulla; estimó que la caballería de Álvarez habría sido más efectiva si sus jinetes hubieran combatido a pie, como lo hicieron los invasores; que el retiro de algunas fuerzas por el general en jefe debilitó el frente de batalla y que la llegada de éste al lugar del encuentro fue después de haber terminado la acción. Finalmente, cita la respuesta de Santa Anna al diputado Ramón Gamboa quien le reprochó no haber encabezado a las tropas, por lo menos en los frentes más importantes. No lo hizo, según propia confesión, por dos razones: “ la una, que sobraban los hombres que se perdían de vista por su valentía y audacia, de modo que creí que mi persona era inútil; la segunda fue que, siendo yo el único que sostiene a mi familia y no teniendo a quien encomendarle su custodia y subsistencia, me fue imposible dejarla abandonada a sí propia y a su buena o mala suerte”. De modo que todos los soldados mexicanos estaban obligados a exponer su vida. Solo el jefe de las armas no podía hacerlo, por propia decisión. El doctor Bushnell analiza en su libro otras dos versiones de lo ocurrido en el Molino del Rey y con la copiosa documentación de que dispuso, llegó a la conclusión de que “ el factor decisivo del desastre, fue la insubordinación de Andrade”; y agrega que “el cargo de que Álvarez se paralizó por miedo está fuera de todo lugar; había demostrado su valor en muchos campos, quizás en demasiadas batallas, para que alguien le dé crédito a esta afirmación”. Es oportuno decir aquí que poco antes, después de la toma de Puebla, que Santa Anna abandonó sin presentar batalla, el general en jefe dejó pasar a las tropas invasoras hasta Tlalpan, seguidas de cerca por seis mil hombres de caballería bajo las órdenes de Álvarez. Cuando éste último fue requerido por un miembro del Congreso para que explicara esa conducta, lacónicamente contestó que “estaba siguiendo órdenes explícitas de Su excelencia el presidente”. Entre el parte de Álvarez sobre los sucesos en Molino del Rey y la acusación de Santa Anna, ¿cuál de los dos merece confianza para los mexicanos?. ¿ El informe de un patriota e intrépido soldado o el pretendido descargo de culpas de un megalómano oportunista, cuya implicación en el proyecto y desarrollo de la invasión es mas que probable?.

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Después que Santa Anna fue aprehendido en San Jacinto en 1836, donde pretendió huir disfrazado de mujer, fue llevado a Washington donde el presidente Adams lo alojó en la Casa Blanca por un año y después se le permitió salir tranquilamente de Estados Unidos hacia La Habana. Gastón García Cantú, entre otros, está convencido de que fue entonces cuando empezó a gestarse el proyecto de invasión en el que Santa Anna colaboró, según se comprueba con lo acontecido en su desarrollo. Casi todas las órdenes de Santa Anna, consideradas en su conjunto, fueron dictadas para facilitar los propósitos de los invasores. La batalla de La Angostura, contra las tropas de Taylor, quien penetró al país desde el norte, estaba prácticamente ganada por el ejército mexicano, pero Santa Anna inexplicablemente ordenó la retirada. Algo parecido sucedió en Cerro Gordo, donde Santa Anna desatendió las órdenes del Congreso y no defendió el punto donde podía pasar y efectivamente pasó el enemigo. En Padierna desaprovechó la oportunidad de dirigir una batalla campal que quizá hubiera salvado a México. La entrada de los invasores a la capital del país, sin encontrar obstáculos, se realizó previo acuerdo del general Scott y Santa Anna, quien advirtió en ello un medio para presionar al Congreso para considerar un acuerdo de paz. Santa Anna disponía de 30 000 hombres, frente 10 000 de Scott, por tanto, si Santa Anna hubiera rechazado el ataque habría paralizado a los invasores y quizá, obligarlos a retirarse. Frente a todos estos sospechosos desaciertos, el diputado Ramón Gamboa acusó formalmente a Santa Anna de traición a la patria, en un documento que entregó al presidente del Congreso para que lo presentara al pleno. Por su parte, el diputado Mariano Otero juzgó la invasión como una “guerra de conquista” y censuró a Santa Anna por haber consentido, sin acuerdo del Congreso, la pérdida de Texas y de la Alta California. El colmo de estas equivocadas estrategias ocurrió en Churubusco, donde el general Pedro María Anaya fue surtido, en parte, de balas que no eran del calibre que usaban los rifles de sus soldados. Debe decirse, además, que en 1846, Santa Anna estaba en La Habana cuando Veracruz había sido tomada por las tropas invasoras; se dirigió al puerto y se le permitió el paso franco para llegar a México a hacerse cargo de la presidencia y asumir la jefatura de las armas. Estas son solo algunas de las muchas actitudes de Santa Anna en el curso de la guerra que lógicamente llevan a considerar como cierta la hipótesis de su escandalosa traición. Derivar las culpas de la derrota en sus subordinados fue un pretexto del que usó con frecuencia, olvidando que, como general en jefe del ejército, tenía la responsabilidad de dirigir con

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patriotismo la defensa. Los generales se sometieron a sus órdenes y Álvarez no fue la excepción. Ellos desconocían el plan general para rechazar al enemigo y confiaron en que las disposiciones de Santa Anna tendían a ese noble propósito. Nunca imaginaron que su Alteza Serenísima era, en realidad, un fiel colaborador de los invasores. Ojalá que el admirable historiador Gastón García Cantú, concluya pronto su estudio tendiente a demostrar la culpabilidad de Santa Anna en el desastre de la invasión estadounidense, para que no quede duda de que “ El seductor de la Patria”, como lo llamó Enrique Serna no fue, en verdad, mas que un redomado cínico y el peor traidor de que se tenga memoria en la historia de México. Los cuatro ensayos reunidos en el presente libro, no pretenden emular la admirable obra del doctor Bushnell, que sigue siendo la más amplia y documentada biografía de Don Juan Álvarez. Su finalidad es abundar en los antecedentes históricos del Plan de Ayutla y en la trascendencia de ese documento en los sucesos posteriores. Parejamente, se describe en forma pormenorizada y en riguroso orden cronológico la intensa actividad militar del prócer, lo que estuvo a cargo de Félix Manuel Villela Hernández, quien realizó una exhaustiva investigación al respecto. Ricardo Infante Padilla, nos relata medio siglo de historia mexicana en la que destaca la figura imponente del Benemérito de la Patria. Por su parte, Juan Ramos Valenzo se centro en el origen y proclamación del Plan de Ayutla y Enrique Trujillo Armenta profundiza en los antecedentes y consecuencias jurídicas del Plan de Ayutla, desde septiembre de 1821, hasta el final de la intervención francesa. Dicho estudio fue obligado porque no se puede considerar el Plan de Ayutla como un hecho aislado, toda vez que forma parte de nuestro devenir histórico. En efecto, la guerra de Reforma fue la culminación de un conflicto permanente de carácter económico, político, social y aun religioso, que se gestó desde los tiempos de la Colonia. En toda sociedad existen tendencias conservadoras que se oponen a la transformación de las instituciones sociales existentes que propugnan un estado de Derecho justo, con miras al progreso general. La Independencia se orientó hacia la emancipación política y social, pero llevaba implícito el propósito de alcanzar mejores niveles de vida para todos. La élite privilegiada, el clero, los terratenientes y la casta militar defendían sus posiciones frente a la gran masa desposeída de indios y mestizos analfabetos, quienes deseaban un mejoramiento individual y

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colectivo. Este estado de cosas no cambió con el triunfo insurgente. La organización económica y social siguió siendo la misma que la que regía en tiempos coloniales. La única ventaja fue que se afianzó la tendencia liberal, democrática y de abierta oposición al absolutismo. Se vigorizó el propósito de descentralizar el poder político y abolir los privilegios y fueros de las clases que detentaba el poder y la riqueza. Así, desde 1833 apareció un grupo que impulsaba las corrientes renovadoras. Eran hombres instruidos que se habían nutrido en el enciclopedismo francés y conocían la ciencia económica, a la par que eran hombres de acción. Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora acaudillaron a ésta cohorte de plumas y de espadas e iniciaron la aplicación de un programa reformista de gobierno de inspiración liberal. La reacción no tardó en maniobrar para que Santa Anna destruyera la obra legislativa de Gómez Farías. A pesar de que el clero le dio carácter religioso a la Reforma, los progresistas no combatieron los dogmas de la iglesia. La lucha era contra el injusto orden económico y social. Por otra parte, la embestida contra el ejército fue eminentemente política, en cuanto que los militares eran los autores de a asonadas y pronunciamientos que mantenían al país en constante zozobra. Sobra decir que el prototipo de estos generales ambiciosos fue Santa Anna. La derrota que sufrimos en 1847 repercutió hondamente en la convivencia social, en la que cundió un sentimiento de frustración, pero a la vez obligó a la búsqueda de soluciones para aliviar el quebranto. Con Lucas Alamán a la cabeza se consolidó el partido conservador, que pretendía un régimen monárquico. Frente a él y sus corifeos se alzaron los audaces seguidores de Gómez Farías y Mora y en 1850 empezó a circular un documento que contiene los postulados del partido Republicano, Puro o Democrático, aceptados y propagados después por los hombres de Ayutla. La pugna entre liberales y conservadores puede sintetizarse de la siguiente manera: de un lado la libertad y la igualdad; del lado opuesto, los privilegios y las desigualdades sociales. Este es el antecedente inmediato de la revolución de Ayutla; su consecuencia, la Constitución de 1857. En la vida de México abundan los Planes. Las mas de las veces fueron el vehículo para las ambiciones personales, para que un grupo retuviera el poder o para alcanzarlo. En realidad, solo tres Planes son de importancia cardinal: el de Iguala, el de Ayutla y el de San Luis Potosí. El primero desmerece ante los otros dos, pues fue un documento

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elaborado a conveniencia de Iturbide y en el que Vicente Guerrero no participó y no lo hizo porque para él, la Independencia había sido declarada desde el 6 de noviembre de 1813, en el Palacio Nacional de Chilpancingo. De este modo, el Plan mas importante y trascendente del siglo XIX, fue el de Ayutla, del que surgió la Constitución que reconoció la forma de gobierno liberal y republicana, la soberanía popular y sistematizó los derechos y libertades del ciudadano, elevando a categoría constitucional el respeto a la dignidad humana. En este sentido, la revolución de Ayutla no fue uno de tantos movimientos armados denotativos de la inconformidad prevaleciente en contra de determinados regímenes políticos; fue una verdadera revolución social encaminada a establecer una nueva estructura e innovadoras formas constitucionales de organización política y social, coronada por la expedición de las Leyes de Reforma que estableció formalmente la separación de la Iglesia y el Estado. Lo anterior explica por qué dos de los cuatro ensayos aquí reunidos se dedican al estudio del Plan de Ayutla, de sus antecedentes y de sus consecuencias. El libro se ve enriquecido con tres apéndices que contienen documentos muy poco conocidos: El testamento de Don Juan Álvarez, el acta de exhumación de sus restos para trasladarlos a la Rotonda de los Hombres Ilustres en la ciudad de México, y el folleto “Mis quince días de ministro” de Don Melchor Ocampo. Los dos primeros fueron facilitados por el notable bibliógrafo Hermilo Castorena Noriega; y el último logró obtenerlo el ingeniero Joel Dueñas, michoacano de origen, quien se trasladó hasta la ciudad de Zamora para fotocopiarlo del archivo del Colegio de Michoacán. Se juzgó conveniente incluir este folleto escrito por el impoluto liberal después de su renuncia al gabinete de Juan Álvarez, porque en el se explican las diferencias que tuvo con Comonfort y que resumen las mas acusadas que después se produjeron entre liberales puros y moderados. Vale decir que, para Ocampo, los liberales moderados no era mas que conservadores encubiertos. Felicito sinceramente a los autores de los cuatro ensayos porque demostraron ampliamente su talento; realizaron una ingente labor de investigación y procuraron enfocar su estudio en el entorno histórico de casi todo el siglo XIX. Este libro es apenas una pequeña hoja en la corona de laurel del Benemérito de la Patria, Don Juan Álvarez Hurtado.

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JUAN ÁLVAREZ: Medio Siglo de Historia Mexicana Reportaje Histórico

DEDICATORIA Uno de los valores más importantes que ha desarrollado el hombre a través de la historia, es el de la amistad; que desafortunadamente no es algo común entre los seres humanos, de ahí que no pudiendo agradecer a algunos de mis amigos más cercanos de otra manera, he querido que el presente trabajo, esté dedicado al afecto que con alcances fraternales, tengo por dos hombres de extraordinaria calidad humana: Servando Alanís Santos y Héctor García Álvarez. Chilpancingo, Gro., 14 de octubre del 2001.

BREVE COMENTARIO AL LECTOR

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l conocer en forma amplia los acontecimientos históricos, así como los personajes del siglo XIX mexicano, es algo insoslayable para comprender este país que suele fluctuar de lo heroico a lo dramático y de lo sublime a lo grotesco. México, como todos los demás países de América Latina, desarrolló en el siglo XIX su identidad nacional en todos aspectos, este fenómeno es producto de la actuación de hombres como don Juan Álvarez Hurtado, nativo del Barrio de “La Tachuela”, ubicado en la ciudad de Atoyac, en la Costa Grande del hoy estado de Guerrero. Nació el 27 de enero de 1790, quien se caracterizó: primero, por ser durante once años uno de los más valerosos y constantes luchadores por la independencia, para después ser figura primordial durante casi doce lustros de historia plagados de cambios definitivos y transitorios que ahora son parte de nuestro ser como nación.

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El texto que tiene en sus manos el lector, no es ni una biografía, ni mucho menos un libro de historia en el sentido estricto; su misión, como la de muchos otros de mis trabajos, es divulgar casi en forma periodística, hechos y acciones, pero sobre todo, recordar la presencia de aquellos que en su tiempo fueron imprescindibles, y que por circunstancias muy variadas no han tenido el suficiente reconocimiento en la historia oficial. El general don Juan Álvarez Hurtado luchó para que México obtuviera su independencia, para que nuestra forma de gobierno fuera republicana, federalista y por la erección del espacio geográfico que hoy conocemos como Estado de Guerrero; con él inician los primeros balbuceos de la democracia, y de paso, en su época nace nuestro concepto de nacionalidad. Al enfrentarse él, y otros prohombres de su tiempo, no sólo a potencias militares como España, Francia y los Estados Unidos, sino también al conservadurismo y la reacción local, teniendo el valor, la pericia, la suspicacia, la visión y quizá, hasta la suerte de habernos legado fórmulas que nos han convertido en una nación. En ocasiones los olvidamos, igualmente omitimos sus lecciones, y sin embargo, en el presente su ejemplo no sólo en lo militar, sino también en lo político y en lo social, nos sirve para entender el momento contemporáneo. Agradezco sinceramente en lo que vale el tiempo y atención que ponga usted a esta lectura, y quedo con la esperanza de que algo de lo aquí plasmado sirva a algún mexicano para valorar a nuestros hombres y mujeres, dialécticos, producto de su tiempo, con errores y aciertos, verlos de manera más humana, cerca de lo que realmente fueron y no como inmaculados héroes de cartón, piedra o bronce.

Atentamente Prof. Ricardo Infante Padilla

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CINCUENTA Y SEIS AÑOS, NUEVE MESES, CUATRO DÍAS Uno de los personajes inexplicablemente menos estudiado y más incomprendido de la historia mexicana del siglo XIX, es el general don Juan Álvarez Hurtado, distinguido soldado de Morelos, compañero de armas de Vicente Guerrero, cuya cercanía permitió al gran tixtleco tener una retaguardia, consejo y apoyo para que su lucha culminara con la independencia de México. Republicano convencido, se enfrentó a todo aquel que atentara contra esta forma de gobierno desde Iturbide, Santa Anna, la caterva conservadora o Maximiliano de Habsburgo. Actor fundamental del federalismo y de la erección del Estado de Guerrero, impulsor del Plan de Ayutla que finiquitara el nefasto santanismo; el general Juan Álvarez acumuló a través de su vida, indudables méritos; luchador indómito por la independencia, por el federalismo, defensor de las causas populares, de la república durante las intervenciones norteamericana y francesa, además de que en sus dominios del sur obtuvieron refugio todos aquellos que luchaban contra el conservadurismo y el atraso político y social. En su contra se asegura que fue un cacique regional al que sólo importaban sus intereses, que protegía bandoleros y hombres desalmados, que evitó luchar contra los norteamericanos en Chapultepec y que participó en el último retorno de Santa Anna, que su rompimiento con el dictador jalapeño se debió a un conflicto de intereses político-militares y a la retención de ciertos impuestos de la aduana de Acapulco; se habla de sus limitaciones intelectuales y se le caracteriza en forma peyorativa como “el cacique” que se dividió el Estado de Guerrero con el otro gran cacique, Nicolás Bravo (a pesar de sus diferencias ideológicas). Un hombre indudablemente de claroscuros, como cualquier ser humano, que en el balance histórico de su vida y obra, de todas maneras se mantiene de pie y considero que lo mínimo que podemos hacer quienes hoy escribimos sobre su persona es tratar no sólo lo positivo, sino incluso aquellos aspectos en los que se han afianzado sus críticos conservadores para descalificarlo, olvidando mencionar la inmensa

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cantidad de servicios que hizo a su patria y sus incuestionables virtudes personales. A partir de 1821 su esfuerzo político y militar le dan estatura propia, que en resumen y en forma ininterrumpida nos muestra a un hombre que se dedicó a la lucha social y política por más de medio siglo y por lo tanto es un personaje insoslayable en la historia mexicana. Podríamos dividir la vida de Juan Álvarez, para facilitar su estudio, en cinco grandes momentos: El primero: su participación en la lucha por la independencia al lado de Morelos y Guerrero, que inicia el 17 de noviembre de 1810, cuando en la ciudad de Coyuca se da de alta como soldado en las fuerzas de don José María Morelos y Pavón. El segundo: su incorporación crítica al Plan de Iguala y en consecuencia al Ejército Trigarante, su alejamiento de Iturbide cuando éste se autoproclama emperador; participando en la caída del efímero imperio y en la instalación del primer gobierno republicano. El tercero: se inicia cuando decide ser miembro de la logia yorquina siguiendo los pasos del Gral. Guerrero, y defender los ideales que esto conlleva, con la lucha entre centralistas y federalistas que culminara con la promulgación de la Constitución de 1824. Participará activamente para apoyar a su amigo Vicente Guerrero en el breve paso de este por la presidencia de la república, llevando la lucha hasta lo militar, teniendo como contendientes a Bustamante y a Bravo, esta etapa tiene un abrupto final que es producto de dos circunstancias: la primera, una lucha militar, infructuosa para su causa y la segunda, el secuestro el 14 de enero de 1831 de Vicente Guerrero por Francisco Piccaluga quien lo entrega a los sicarios del gobierno de Bustamante para que lo asesinen. A partir de este momento Álvarez es el heredero absoluto del proyecto liberal y al morir Guerrero, el principal portaestandarte de esta causa, sobre todo en el sur de México. El paso del tiempo y la confluencia de intereses hace que los viejos enemigos limen asperezas, en diciembre de 1832 Álvarez y Bravo, los dos grandes caudillos y caciques se reconcilian en Tixtla, repartiendo su

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esfera de influencia entre el centro y la costa, en 1836 intentan ambos por su propio esfuerzo formar el Departamento del Sur. Para 1836 se vuelve propietario de un lugar que sería mítico en la historia del México decimonónico como fue la hacienda de “La Brea” rebautizada por Álvarez como “La Providencia”, lugar desde el que se gestarían grandes acciones de tipo político y militar; sería centro de acopio de armas y pertrechos, lugar de refugio y protección para muchos liberales perseguidos políticos así como para aquellos que actuaban bajo las órdenes del general Álvarez. En 1841 Bravo y Álvarez suscriben un documento dirigido al Gobierno de la República con la exigencia de la creación de un estado conformado con las prefecturas de Acapulco, Chilapa, Taxco, Tlapa y la subprefectura de Huetamo, afectando los intereses territoriales de tres estados de la república. Para el 10 de octubre Álvarez y Bravo suscriben en Chilpancingo el manifiesto que crea de hecho el Departamento de Acapulco logrando concretizar la “Sociedad de Amigos del Sur”; en 1843 Bravo y Álvarez se alejan de nuevo, esta vez el motivo de su distanciamiento es la lucha por la erección del estado, dan por terminado el convenio de Chilpancingo signado en 1841 y ambos pretenden ser la figura predominante en el sur de México. Durante este periodo el general Álvarez es poco escrupuloso en sus alianzas y apoyos pues sus intereses más que nada giran en torno al control de los territorios del sur. El cuarto: el 27 de octubre de 1849, se erige por decreto del Presidente José Joaquín de Herrera, el Estado de Guerrero, es nombrado gobernador provisional don Juan Álvarez y posteriormente, el Congreso instalado en Iguala le da el cargo de interino. El quinto: Abril de 1853, el regreso de Santa Anna al poder en poco tiempo es inaceptable para el grupo liberal que en un principio piensa que podrá manipularlo, ahora, sin el menor recato, el siniestro militar jalapeño impone la más brutal dictadura erigiéndose en “Alteza Serenísima”. Para el 16 de diciembre del mismo año se expidió un decreto que concedía a Santa Anna, poderes dictatoriales y el derecho de nombrar sucesor, colocando el nombre de éste en un sobre que sería depositado en la Secretaría de Relaciones, y se abriría a la muerte del caudillo, animado por el ejemplo del Dr. Francia, dictador del Paraguay, Santa Anna exige el tratamiento de “Alteza Serenísima” como antes lo hiciera Iturbide, ordena la expulsión del país de Mariano Arista, Melchor Ocampo y Benito Juárez y vende el territorio de La Mesilla a los Estados

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Unidos; este sería el último exabrupto que la nación mexicana permitiría a este megalómano. En 1854, don Juan Álvarez antecediendo a muchos liberales del país, inicia su lucha contra la última dictadura santanista, se entrevista con Florencio Villarreal se reconcilian ante la amenaza de un mal mayor y se promueve el histórico Plan de Ayutla que a la letra exigía la destitución de Santa Anna.1 Don Juan tiene que enfrentar a los comandantes militares prosantanistas en el estado y posteriormente derrota al ejército comandado por Santa Anna, y no sólo en el sur, en varias partes del territorio nacional se generan revueltas convirtiéndose en un movimiento generalizado, logrando que el 12 de agosto de 1855, Santa Anna renunciara al poder en México por última ocasión en su vida, marchando a Colombia, como era su costumbre, al cómodo exilio en el costeño pueblo de Turbaco. Álvarez entra triunfante en Cuernavaca, erigida en capital provisional de México, y el 4 de octubre de 1855 es proclamado presidente de la república, forman parte de su gabinete Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga, Benito Juárez, Guillermo Prieto, Ignacio Comonfort, este último promueve una lucha intestina entre los liberales, principalmente con Melchor Ocampo. Álvarez decide, por el bien de la unidad, renunciar al cargo de presidente de la república el 11 de diciembre de 1855, regresando a su amada costa, entorno en el cual se sentía a sus anchas, y de paso dándose con esto uno de los hechos más trascendentales de la historia del siglo XIX en México, pues a partir de ésta fecha los liberales y federalistas enfrentaron a los conservadores en aspectos relacionados con reformas integrales que culminarían con la convocatoria a elaborar una nueva Constitución en 1857, en consecuencia y como respuesta del conservadurismo, se inicia la Guerra de Reforma y posteriormente la intervención franco-belga-austriaca conocida entre nosotros como intervención francesa. Durante este periodo el general Álvarez, ya de avanzada edad, se convierte en el gran apoyo ideológico y táctico para el gobierno juarista, de 1862 a 1867. El 1

Anexo.-Proclama del General Juan Álvarez a los soldados de la costa chica y el Plan de Ayutla

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mismo Juárez pide a sus hombres de más confianza que consulten a don Juan Álvarez en caso de necesidad, dada la lejanía y constante movilidad del poder ejecutivo. El general Álvarez logra coparticipar en la caída de Maximiliano y la reinstalación de la república, y fallece en su hacienda de “La Providencia” el 21 de agosto de 1867, rodeado de todos sus amigos y parientes. Don Juan Álvarez es un personaje fundamental en la historia de México por un periodo que abarca cincuenta y seis años, nueve meses, cuatro días, es decir, desde que se incorpora a las fuerzas de Morelos, hasta haber realizado sus tres mayores ideales: la independencia, la República Federal y la erección del Estado de Guerrero.

PRIMERA ETAPA: EL JOVEN JUAN ÁLVAREZ, LOS GALEANA Y MORELOS Como sabemos, la juventud de Juan Álvarez hizo de él, un hombre fuerte, intuitivo, desconfiado, de valor a toda prueba y experto conocedor de la condición humana. A escasos diecisiete años se encontraba solo en el mundo. Doña Rafaela Hurtado, su madre, falleció primero, cuando Juan era todavía un niño, y apenas saliendo de la adolescencia, muere don Antonio Álvarez, su padre, gallego trabajador que legó a su hijo tres cosas muy importantes: un capital para sobrevivir con bastante holgura que alcanzaba la cantidad de $30,000.00, algunas propiedades y joyas; segundo, lo envío a que aprendiera los rudimentos de la educación con don Ignacio Avilés al lado de quien pasara los únicos cuatro años que pudo dedicar en su larga vida al aprendizaje académico; y, tercero, realizar además el primer viaje que hiciera fuera de su natal costa al trasladarse a la ciudad de México, en una de las múltiples arrierías que realizaban tal ruta, y que al parecer era conducida por Hermenegildo Galeana; si como dicen, “los viajes ilustran”, este no fue la excepción, pues ahí el joven Álvarez se percató del descontento y los ideales que abrigaban muchos mestizos como él, y que al paso del tiempo serían sus compañeros de lucha, ratificando además algo que le inculcaran en su casa desde pequeño: un profundo amor por la libertad.

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Dos cosas definieron al joven Álvarez para adherirse en la primera oportunidad a luchar contra los gachupines, es decir, aquellos españoles abusivos que por el simple hecho de haber nacido en la península Ibérica pretendían tener todos los merecimientos y abusaban constantemente de criollos, mestizos, indios y negros, y que generalmente trabajaban en la administración pública; su padre, aunque español, no entraba en esta clasificación, trabajaba de sol a sol y todo lo que obtuvo en su vida fue producto de su trabajo y de la compañía de una esposa solidaria que conoció de la segregación y el maltrato por ser una mujer de origen afromestizo; a la muerte de su padre, don Juan padeció la arrogancia de un gachupín, su herencia fue administrada dentro de las reformas implantadas por Carlos III, las cuales determinaban que el subdelegado de Acapulco administraría los bienes del joven Álvarez hasta su mayoría de edad; ocioso sería decir los sinsabores, ofensas y malos tratos que recibiera el joven guerrerense de este vulgar burócrata inescrupuloso y ratero que mensualmente entregaba al joven Juan un estipendio equivalente al misérrimo jornal de un peón, mientras el gachupín usufructuaba la herencia del padre, esto de seguro, más el ambiente social de racismo y abuso, ayudó en gran medida a generar un rencor a toda prueba hacia el gobierno colonial español. El otro motivo se debe a su cercanía con las personas más humildes del sur, la mayoría de ellos indios, mulatos y negros explotados hasta la última gota de sangre, sin ningún derecho y sin prácticamente nadie que los defendiera, es de señalar que a lo largo de toda su vida e incluso en la actualidad sus detractores argumentaron y argumentan, como si fuera un defecto, la eterna proclividad que don Juan Álvarez tuvo por apoyar las luchas de los campesinos y de los más desheredados, de seguro por eso, sus fuerzas de más confianza siempre estuvieron constituidas por hombres del pueblo llano, a los que sus enemigos llamaban peyorativamente “Los Pintos” por ser el mal del pinto una enfermedad común en el sur de México transmitida por el piquete de un mosquito; entre ellos el joven Álvarez se sentía bien, solía participar en carreras de caballos a lo largo de las playas, así como realizar otro tipo de suertes de la montura que lo hicieron un excelente jinete, y se sabe que en aquel entonces los centauros del sur de México tenían fama en ultramar. Otra de sus aficiones era dirigirse a las playas y los riscos de Petatlán, en donde solía acompañar a sus amigos, los pescadores de perlas, expertos buzos de gran capacidad para la natación y la pesca, se

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asegura que en estas aguas infestadas de tiburones, Juan Álvarez se enfrentó a uno de regular tamaño al que de certera cuchillada mató; este era el mundo de ese joven poderoso físicamente, resentido contra la administración colonial, con más estudios y recursos económicos que la mayoría de sus paisanos, con un profundo amor por la libertad, amor que por cierto siempre fuera relacionado con las tierras del sur que para él se convirtieron en un refugio hasta el último día de su vida. Con todas estas características no es de extrañar que al saber que había iniciado la lucha por la independencia y que hombres como los hermanos Galeana y Tabares –mulato como él- se habían integrado a las tropas de Morelos, decidiera incorporarse en forma inmediata a las fuerzas libertarias. Sabemos que don Miguel Hidalgo y Costilla, antiguo maestro de Morelos en el Colegio de San Nicolás en Valladolid, hoy ciudad de Morelia, encomendó al párroco de Carácuaro partir hacia el sur e insurreccionar aquel territorio, esto no era un acto irreflexivo: existían varios motivos para propiciar aquella acción, por ejemplo, don Valerio Trujano mantenía en su casa de Tepecuacuilco un centro de contacto con los grupos insurgentes del bajío, hay quien asegura que con motivo de la llegada de las recuas comerciales se juntaba con quienes las dirigían y que compartían con él su desprecio por el gobierno colonial y su admiración por los independentistas de Norteamérica, de esa misma fuente sabemos que en ese lugar se reunieron gentes como Vicente Guerrero y que hasta el mismo Morelos usaba esa ruta en sus tiempos de comercio. Otro aspecto de real fuerza desde el punto de vista estratégico, era que el sur no contaba con una presencia militar española de importancia, y que fuera del Fuerte de San Diego las defensas virreinales eran de escaso poder combativo, constituidas fundamentalmente por voluntarios civiles que obtenían de esta manera grados honorarios, como fue el caso de los Galeana y de los Bravo, que llegado el momento desecharon servir al rey y sirvieron a al independencia, aunque existieron casos como el del padre de Vicente Guerrero, que a pesar de ser hijo de esclavos se mantuvo fiel en la milicia al servicio de la corona, además de que ayer como hoy, el sur de México se encontraba en un casi total abandono de las autoridades del centro, dado que aquellas sólo se interesaban por lugares del país con riquezas tales como la minería o la exportación de materias primas. La ruta comercial con Asia tuvo como sede Acapulco a través de la famosa “Nao de la China” o “Galeón de Manila” que hacia dos veces por año viajes al lejano oriente

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con afanes comerciales, dándose el caso de que la distribución de estas mercancías se hacía a través de la arriería, y algunas eran embarcadas hacia el Perú en barcos de carga. Los grandes negocios tales como la explotación minera y las haciendas de caña y cacao sólo estaban permitidas a españoles. Los criollos se dedicaban a las pequeñas factorías y talleres de poca monta, y para el mestizo la única posibilidad de tener una vida desahogada era la arriería, como señala acertadamente Armando Bartra en su libro “Guerrero Bronco” en la página 19. Como se ve, el mestizo dedicado a la arriería era un ser relegado en sus derechos, segregado en su propia tierra y despreciado como persona, por tal motivo se convierte en la materia prima fundamental de la que se nutrirá la lucha por la independencia, con la convicción de que su país está siendo saqueado por una burocracia insaciable y extranjera, conocedores en forma minuciosa de los más recónditos parajes, algunos de ellos con cierto nivel de educación adquieren consciencia de la realidad que vive la colonia y dada su actividad comercial se convierten en autosuficientes económicamente hablando. A su paso por las diferentes poblaciones de mayor importancia en la Costa Grande, Morelos, que inicia sus correrías con veinticinco acompañantes ve incrementada su tropa con algunas de las modestas guarniciones locales. Aumenta sus fuerzas con contingentes de San Luis de los Soberanes, en Tecpan se le incorporan Juan José, Antonio y Pablo Galeana quienes por cierto aportan un pequeño cañón al que llamaban “El Niño”, que se convierte en la primera pieza de artillería de la revolución del sur, llegan gentes de Acapulco, Petatlán, y al llegar a Coyuca con una fuerza de alrededor de mil hombres, se incorpora Juan Álvarez Hurtado el 17 de noviembre de 1810, fecha que pasará a la historia como el inicio de su participación política, militar e ideológica en favor de nuestro país. Álvarez es integrado como soldado raso del primer destacamento fijo del sur, cuyas acciones son en torno a Pie de la Cuesta; es de señalar que don Vicente Guerrero, cuya actuación estaría siempre ligada a la de Álvarez, se incorpora posteriormente el 10 de diciembre de 1810. Al percatarse Morelos de las habilidades, valor y fuerza física del joven atoyaquense lo hace parte de su guardia personal llamada “Los

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Cincuenta Pares” -cuerpo de élite de hombres probadamente leales y de valor incuestionable-, y al poco tiempo le da su primera misión de importancia. El novel soldado de la independencia es enviado a una difícil y peligrosa misión al tener que ser mensajero entre el cuartel general de Morelos y las fuerzas insurgentes ubicadas en Zacatula, el hábil jinete recorre quinientos kilómetros atravesando regiones inhóspitas y parajes en donde existen tropas leales a la corona, e inaccesibles senderos de la Sierra Madre, pero para el aguerrido Juan la misión es una forma de mostrar su eficiencia y la cumple a cabalidad, y en tan poco tiempo, que al regresar el mismo generalísimo Morelos lo asciende a Sargento. Los combates de El Aguacatillo, Tres Palos, Arroyo del Moledor, Tonaltepec y La Sabana le dan la capacidad combativa suficiente para obtener su siguiente promoción, al terminar el combate de Tres Palos, Álvarez asciende al grado de Teniente y al poco tiempo, en La Sabana, adquiere el grado de Capitán. Esta acción se convierte quizá en el primer gran triunfo militar en el que participa Álvarez, dado que el comandante español Francisco Paris había sido enviado desde la capital del virreinato para aniquilar la rebelión del sur, y lejos de ello sufre una estruendosa derrota, en parte gracias a los informes del capitán Mariano Tabares que aporta datos tácticos de utilidad a los insurgentes, quienes por cierto habían demostrado ya su capacidad en un combate que duró casi dieciocho horas. Clyde G. Bushnell en la página 51 de su libro “La Carrera Política y Militar de Juan Álvarez”, nos reproduce un párrafo que se refiere a esta acción plasmada desde luego, desde el punto de vista de los colonialistas: “que los americanos con infame cobardía, rodearon tumultuariamente el campo de Paris, después de que sorprendieron a los centinelas apoderándose de las artillerías y caballos.” y comenta Bushnell “el virrey tendría amplia oportunidad en el futuro para familiarizarse con esta clase de cobardía y aprendería además a respetarla.” Hasta el momento Juan Álvarez sólo había conocido el lado glorioso del combate, pero para el 9 de febrero de 1811, los planes de Morelos eran tomar la instalación militar más importante del sur: El Fuerte de San Diego, para tal circunstancia el generalísimo pretende utilizar la misma táctica al contratar los servicios de un corrupto artillero gallego llamado José Gago, que a cambio de trescientos pesos facilitaría a los patriotas el acceso a las instalaciones militares de San Diego; Morelos no creyó

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del todo en la lealtad del corrupto gallego y decidió lanzar primero una avanzada, el zorro de Morelia tenía razón: Gago los había engañado y los españoles esperaban la acometida. La avanzadilla que iniciaría la toma de El Fuerte iba encabezada por Juan Álvarez, al lanzar la señal convenida lo que recibió fue una descarga de fusilería, las baterías iniciaron un fuego concentrado contra la columna rebelde, complementado con cañones ubicados en otros lugares del puerto y hasta por algunas naves de guerra, el joven Álvarez, por primera vez se enfrentó a una muerte casi inminente, su columna fue brutalmente diezmada y casi la totalidad de sus hombres quedaron ahí (hay quien asegura, cómo Bancroft, que Álvarez no comandaba la columna, aunque la mayoría de los historiadores aseguran lo contrario). Álvarez herido en ambas piernas por una bala de fusil cayó, el acto heroico de un paisano suyo, por cierto, también alcanzado por metralla española llamado Diego Eugenio Solís -a quien algunos historiadores señalan con el apellido Salas, como Luis González Obregón, que dice que Álvarez y él eran de la misma edad, y que Diego Eugenio, era hijo de uno de los sirvientes del padre de Álvarez, que su amistad se remontaba a los tiempos donde ambos corrían y jugueteaban por los parajes de las tierras propiedad del padre de don Juan-, le salva la vida, logra cargar a Álvarez y sacarlo del campo de fuego, aquellos de la columna que resistieron durante dos horas todo el embate de las armas españolas se escondieron como pudieron y se sabe que a la mañana siguiente aquellos que aún se encontraban con vida fueron asesinados a mansalva. Álvarez asciende en esta acción a Coronel del Regimiento de Guadalupe, con escasos veinticinco años de edad ya conocía todas las facetas del combatiente. La siguiente participación de Álvarez resultó igualmente dramática, con el agravante de que no se encontraba en plenitud de facultades pues aún convalecía de sus heridas en Acapulco: Tixtla, primero su toma y posteriormente su defensa, corroboran ante los ojos de Morelos, los Galeana y, desde luego, para el mismo Vicente Guerrero, la sangre fría y el valor a toda prueba que caracterizaron al suriano por el resto de su vida. Ubicada en el centro de Guerrero, Tixtla es un nombre recurrente en la historia del país, terreno de combates gloriosos, ciudad siempre fiel a la república y al liberalismo, lugar de nacimiento de don Vicente Guerrero, Ignacio Manuel Altamirano y la insoslayable presencia de la bravura y entrega de la mujer guerrerense a través de su famosa heroína: doña

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Antonia Nava de Catalán. Esos días deben haber sido bastante ingratos para el comandante Garrote, primero pretendió aprehender a los Bravo y lo que obtuvo fue enfrentarse a las aguerridas fuerzas de los Galeana, que desnudos (pues se estaban bañando), y machete en mano derrotaron y persiguieron hasta desbandarse a las incautas fuerzas españolas; en esta acción Garrote deja cien prisioneros y trescientos fusiles más una gran cantidad de municiones, esto facilitó la toma de Chilpancingo, el día 24 de mayo de 1811. Morelos planea la toma de Tixtla, donde de nuevo Garrote y Juan Antonio Fuentes serían vencidos. Morelos acompañado de su gente comenta que almorzarán en Tixtla. Las defensas realistas se establecieron con eficiencia, sin embargo, el valor de los atacantes, al parecer causó pánico entre los defensores. Cuenta Moisés Ochoa Campos, en su “Historia del Estado de Guerrero”, que: “los realistas se defendían con vigor y comenzaba a escasear el parque entre los insurgentes, cuando de repente, desprendiéndose de la filas de éstos, un jovenzuelo, quien arrastrándose cautelosamente para no ser visto por los artilleros que defendían una batería, logra dar muerte al soldado que disparaba una de las piezas, acción con la que se llenaron de pavor sus compañeros y huyeron, abandonando sus cañones de los que se hicieron dueños los independentistas”.

LA DEFENSA DE TIXTLA Para los españoles resultaba un reto a su honor y el reforzamiento de un punto estratégico la recuperación de la ciudad, el Comandante español Fuentes fue informado de que la confianza excesiva había hecho que muchos insurgentes regresaran a Chilpancingo, ordenando que en ese momento se lanzara un ataque relámpago, los defensores fueron sorprendidos, Galeana hizo lo que pudo, pero sobre todo envió un mensaje a Morelos solicitando ayuda, dos días duró el combate; Juan Álvarez, uno de los más aguerridos defensores, convocó a sus compañeros de lucha a entregar la vida si era necesario, para detener a una columna enemiga que trataba de ingresar. El estoicismo y capacidad combativa, mezclada con una serenidad que siempre admiró a propios y extraños, permitió que la defensa, de pronto, ante la violencia implacable de los patriotas, cambiara la situación haciendo huir a los españoles, muriendo la mayoría de ellos en plena desbandada.

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Al término del combate, y sin decir una palabra, Álvarez se desplomó, de nuevo, sus compañeros lo rescataron, al llevarlo a la enfermería percibieron que en esta ocasión nueve balas habían penetrado en el cuerpo del joven costeño, quien por cierto, y como decíamos en anteriores renglones, aún convalecía de las heridas en El Veladero. La fortaleza física del joven combatiente hizo que en escasos cuatro meses estuviera plenamente recuperado, con alegría y congratulaciones se le adjudica un nuevo puesto de combate, esta vez en un territorio que él conocía como la palma de la mano: su encomienda es ubicarse en Pie de la Cuesta, a cinco kilómetros de Acapulco. Se recuerda que durante su recuperación, Álvarez, el 29 de agosto de 1812, entrega en apoyo a la lucha mil pesos de aquel entonces, producto de su propia hacienda. Su nueva comisión, quizá era una forma de agradecer su esfuerzo, por todos es sabido que para don Juan la costa era su entorno natural, sus intereses personales se encontraban ahí en lo económico y en lo familiar. Esta permanencia en que durante nueve meses apenas sí sostuviera combates aislados, le permitió continuar cortejando a Faustina Benítez, vecina de Coyuca, con la que mantenía una relación amorosa de tiempo atrás, esta joven dama costeña igual que él, sería su esposa, la madre de sus hijos y su compañera en triunfos y derrotas, tanto fue su apego a la causa tanto del marido como de la patria, que el pueblo donde nació hoy ostenta su apellido, convirtiéndose en la ciudad de Coyuca de Benítez. Durante treinta y tres meses Pie de la Cuesta y sus alrededores fueron territorio seguro para la causa de la independencia, el enemigo, permanentemente rechazado evitaba las confrontaciones serias con las fuerzas de Álvarez, era una época verdaderamente gloriosa para el joven luchador. Nace en la ciudad de Coyuca su hijo Diego, quizá esta fue la principal motivación que originó que Álvarez aportara los mil pesos para la compra de armamentos que figura en su hoja de servicios; para el 30 de noviembre de 1812, era el coronel más joven que existía en México, aunque como siempre, los escritores conservadores distorsionaron los hechos, minimizando los éxitos militares de Álvarez limitándolos a una cuestión de orden pecuniario. Morelos, triunfante en prácticamente todas sus acciones, sentía que era necesario reivindicar su derrota en Acapulco, por cierto, última instrucción que recibiera del cura Hidalgo, de ahí que incline todo su esfuerzo para tomar aquel puerto. Coinciden una gran cantidad de

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historiadores en que a pesar de haber logrado su objetivo militar, e incluso la posibilidad de realizar su máxima aportación política al instalar el Primer Congreso de Anáhuac, en Chilpancingo, su táctica fue equivocada: concentrar la mayor parte de sus fuerzas sobre Acapulco, permitió principalmente a las tropas de Gabriel Armijo (quien fuera comisionado por el gobierno colonial, en virtud de ser de origen suriano y aparentemente conocedor de este territorio en forma útil a las armas españolas), siete meses de reorganización y combates en pequeña escala que favorecieron a los realistas. La capacidad de Álvarez hizo que la retaguardia siempre estuviera salvaguardada, sin embargo, después del Congreso de Chilpancingo, Morelos recibe derrota tras derrota, tanto en su persona, como en las de sus principales compañeros, hasta llegar el momento en que de regreso, en Acapulco, ordena la retirada protegida por Álvarez y Galeana, quienes aplicando una política de “tierra arrasada”, no dejaban a los españoles nada útil a su paso. El hostigamiento por parte de los contingentes de Álvarez y Galeana mantenía en constante zozobra a Armijo y sus tropas, sin embargo, un acontecimiento funesto daría otro golpe más a la causa insurgente: el 27 de junio de 1814, al escapar de un enfrentamiento con los realistas, Hermenegildo Galeana golpeó en dos ocasiones contra las ramas de un árbol, ahí quedó tendido, rodeado por los dragones de la caballería colonial, quienes en su gran mayoría temían y respetaban a tan ilustre combatiente, intentó todavía defenderse con su sable, no obstante, nunca falta el infame mercenario que generalmente por abyección, confunde su deber de militar, y con el objeto de agradar a sus superiores, abusa del que ya no puede defenderse: un tipo llamado Joaquín León, del Escuadrón del Sur del ejército colonial le disparó al pecho, Galeana insistía en defenderse sin ninguna posibilidad de éxito, para entonces, ya desmontado León, desenfundó su sable de caballería y de un tajo degolló a Galeana, cortó la cabeza del todo, la instaló en una pica y la llevó a su comandante; su hazaña a los ojos de todos, incluyendo a sus propios compañeros, lejos de ser un acto de valentía militar, fue un acto de ignominia contra un hombre moribundo sin ninguna posibilidad de escapatoria; al llegar a Coyuca el esbirro colocó la lanza con la cabeza de don Hermenegildo en una ceiba, el propio comandante Avilés increpó al cobarde soldado y le aclaró delante del resto de la tropa, que esa era la cabeza de un hombre honrado y valiente, que había muerto combatiendo por sus ideales, y ordenó que

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se le diera la sepultura debida. Al poco tiempo los hombres de Galeana rescataron el cadáver y lo enterraron en un cercano paraje. Al saber de esto Morelos exclamó: ¡se han acabado mis brazos!, ¡ya no soy nada!. Recaía la responsabilidad de la lucha sobre los más jóvenes combatientes, Vicente Guerrero, con el rango de coronel, mantiene la campaña en el sur al lado de quien sería su inseparable compañero: Juan Álvarez. Para septiembre de 1815, Guerrero es nombrado general y se le ordena la protección y resguardo del Congreso hasta su arribo a Tehuacán, este hecho genera que se promueva a Guerrero sobre Álvarez, quien también era Coronel en aquellos momentos, y que por cierto, se había incorporado -como ya lo sabemos-, a la lucha de independencia, con anterioridad al mismo Vicente Guerrero; cabría señalar que Álvarez era sumamente joven para alcanzar ese rango. Al joven coronel Álvarez lejos de molestarle el nombramiento, lo satisfizo, y desde ese día, hasta el fatídico en que a través de la traición y el engaño, Piccaluga secuestró a Guerrero entregándolo a sus enemigos, su amistad y apoyo serían invaluables. Guerrero y Álvarez pasaron 1816 combatiendo a los realistas en la Costa Grande, Dos Arroyos, Sabana y Coyuca, muestra de que ambos, se habían vuelto expertos en una nueva clase de lucha: la lucha guerrillera. Resulta interesante el percatarnos que a través de esa misma forma de combate posteriormente muchos imperios serían desbancados. Otro de los grandes reveses que recibieron los insurgentes guerrerenses, fue la amnistía que en otoño de 1816 otorgó el virrey Apodaca; miles de hombres se acogieron a ella, Álvarez y Guerrero quedaban con muy escasas fuerzas y sólo su espíritu inquebrantable los hacía continuar el ideal; esta parte de la lucha de independencia merece una reivindicación especial para los combatientes del sur y sus comandantes, pues prácticamente, entre 1815 y 1821 la lucha por la independencia de México se circunscribe a las intrincadas tierras de lo que hoy es Guerrero. Intentos desesperados, aunque fugaces se dieron en otros lugares, los nombres de Francisco Javier Mina o Pedro Moreno, el primero, español amante de la libertad sobre todas las cosas, y el segundo un patriota inquebrantable, parecía que auxiliarían a los combatientes del sur, sin embargo su esfuerzo fue truncado con suma rapidez. Don Nicolás Bravo fue capturado el 22 de diciembre de 1817, los integrantes de la Junta de Jaujilla fueron sorprendidos y tres de ellos fueron capturados

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por el ejército español, sólo los esfuerzos de Guadalupe Victoria en Veracruz mantenían cierta luz de esperanza. Para aquel entonces, Álvarez apoyado por Pablo Galeana y Mangoy, derrotaron en algunas ocasiones a las tropas de Armijo, mientras tanto, Vicente Guerrero incursionaba por la Tierra Caliente. Álvarez levanta fortificaciones en el delta del río Balsas, con trescientos hombres se enfrenta a Armijo y es derrotado, sin embargo, apoyado por Pablo Galeana y en ataques relámpago la derrota se minimiza, pues los españoles sufren considerables bajas en este tipo de encuentros, retoma su vieja comisión en Zacatula, sus cuarteles pasan de La Unión a Orilla y a Calpica, su tenacidad le permite incursionar en la provincia de Tecpan y los españoles deciden refugiarse en Acapulco, aquellas famosas “doce batallas” en las que Álvarez no conoce la victoria, tampoco lo derrotan, ni mucho menos lo desaniman, el enemigo español sabe que en unas horas el aguerrido comandante volverá a atacarlo en forma de guerrilla manteniéndolos en constante tensión día y noche. 1819 y 1820 renuevan los ánimos, en más de cinco ocasiones se enfrenta a los españoles saliendo bien librado, derrotando a los realistas en forma estrepitosa cerca de Acapulco, lo que le permite ingresar a Tecpan con relativa facilidad. De nuevo Zacatula lo tendrá como comandante, sus repetidas victorias y el apoderarse de Tecpan renuevan su ánimo y su prestigio. Compañeros como Pedro Ascencio Alquisiras, el famoso “indio de Acuitlapán”, que sólo aceptaba instrucciones de Vicente Guerrero, refuerza la lucha en la región de Mezcala, y con su valor y fuerza proverbial aterroriza a los realistas, Vicente Guerrero le toma la medida a Armijo, lo derrota una y otra vez en la Tierra Caliente, tantos son los ridículos que pasa el militar realista a manos del pardo tixtleco, que se ve obligado en 1820 a presentar su dimisión como Comandante del Sur. Años después, Armijo moriría en estas tierras combatiendo en 1830, en Texca, contra las fuerzas de Juan Álvarez; de esta manera, primero derrotado por Guerrero, y después muerto en un combate contra Álvarez, Armijo de alguna manera pagó con su sangre toda la que derramara en el sur al enfrentarse a sus paisanos que luchaban por la libertad.

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El nuevo Comandante del Sur sería producto de la última maquinación virreinal. El llamado Plan de la Profesa, consistía en nombrar a Iturbide Comandante del Sur, se le conminaba a derrocar a Guerrero y a proclamar una independencia en favor de los españoles, Agustín de Iturbide, militar brutal y arrogante, con ínfulas de aristócrata, quien había sido recriminado por la autoridades coloniales y eclesiásticas por el sadismo e inhumanidad con que solía tratar a los civiles que tuvieran como pariente algún insurgente, sin negar cierta pericia en su actuación como comandante se apegaba más al terror que a la lucha frontal, hombre ambicioso, siempre cercano a los medios del poder, sentía que esta comisión de alguna manera le redituaría grandes dividendos, sin embargo, apenas llegó a los territorios del sur y se enfrentó con los insurgentes, se percató, ante la contundencia de cuatro derrotas consecutivas, que la lucha en estos parajes no le deparaban ninguna gloria militar, él, que había asegurado que en tres meses pacificaría al sur, tendría que retractarse de su prepotente discurso, solicitando constantemente más dinero y más tropas, fue apoyado con los regimientos de Celaya y Potosí, en diciembre de 1820 abandona Teloloapan, con toda la pompa y circunstancia de que era capaz, aseguraba que iba a aplastar a los insurrectos, poco le duró el gusto, en las cercanías de Tlatlaya fue atacada la vanguardia y la retaguardia de su tropa por el indómito Pedro Ascencio; fue tan agresivo el combate que la derrota resultó terrible, obligando a Iturbide a regresar sobre sus pasos a Teloloapan. El 12 de enero de 1821, Vicente Guerrero tomó venganza del cuerpo imperial que había asesinado a don Hermenegildo Galeana, conocido como Granaderos del Batallón del Sur, no sólo los derrotó sino que destrozó completamente aquella unidad, las tropas comandadas por Guerrero, Álvarez y Ascencio dominaban todo el territorio de lo que hoy constituye el estado de Guerrero, el 27 de enero de 1821 se convirtió en una fecha digna de conmemorarse aunque hoy esté prácticamente olvidada, la batalla de “Cueva del Diablo” fue la última acción militar librada por los insurgentes, a partir de ahí, Iturbide, que no era estúpido y a sabiendas de que nunca podría con los insurrectos, cambió de estrategia, de intereses y hasta de aliados, para iniciar su propio juego. Inteligente y audaz como era, hace una mezcla de ideales en un texto que tendría eco en un país devastado y cansado por una guerra que llevaba más de diez años, así surge lo que conoceremos a través de la historia como el Plan de Iguala, distribuido como panfleto, resume

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algunos de los principales artículos de la Constitución de Cádiz de 1812, y otros que fueron plasmados en los “Sentimientos de la Nación” durante el Congreso de Anáhuac; criollos y mestizos, inclusive aquellos que vestían uniforme vieron esto como una salida que daba la independencia a México, sin que esto significara un verdadero rompimiento con España y mucho menos la pérdida de privilegios y canonjías, Vicente Guerrero finalmente aceptó parlamentar con el comandante virreinal, su desinterés, bonhomía, y desde luego, su candidez e inexperiencia política, hicieron que Guerrero aceptara este proyecto de independencia, que a sus ojos, daba por terminada una sangría de once años. Mientras el Plan de Iguala se gestaba, Álvarez combatía a lo largo de la costa, de hecho él no participa en ningún momento en nada que se refiera a los acuerdos del Plan de Iguala, cuando se decreta, él se encuentra con trescientos hombres hostigando el Puerto de Acapulco, los españoles que defendían la plaza se mantenían intransigentes aún después de que el 24 de agosto de 1820, el virrey don Juan O´Donojú firmara con Iturbide los Tratados de Córdoba, libró varios combates con los realistas triunfando en el último. Para el 5 de octubre de 1821, quien hubiera sido su comandante desde la época de Morelos, el general Montes de Oca comisiona al coronel Álvarez para recibir la rendición de la guarnición y el Fuerte de Acapulco, permaneciendo como comandante del lugar hasta agosto de 1822, fecha en que ya asegurada la independencia de México, pide su baja para incorporarse a la vida civil; su renuncia no es aceptada y es nombrado comandante y gobernador de Acapulco y del Fuerte de San Diego. Como señala acertadamente Moisés Ochoa Campos, Álvarez observa a Iturbide y a su plan de independencia como un movimiento político que no resolvió ningún problema social, y agrega el historiador guerrerense: “su vida entera se vería afectada a partir de ese momento por el hecho de no haber puesto sus armas a disposición del ´libertador’ como lo hicieron muchos oportunistas”, se adjunta un texto de Ignacio Manuel Altamirano en ese sentido: “como el general Álvarez, caudillo de la revolución y jefe del ejército que tomó el nombre restaurador de la libertad, no pertenecía el ejército iturbidista y era de los pocos patriotas de la primera época de la independencia que había sido visto siempre con animadversión por los hombres de 1821, no tenía adictos en el ejército de Santa Anna compuesto enteramente por estas criaturas” (refiriéndose Altamirano al movimiento encabezado por el Gral.

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Jalapeño, que terminaría por remover a Iturbide), y de nuevo apunta Moisés Ochoa “todo parecía indicar que Álvarez estaba predestinado a bailar con la más fea” sin embargo, el paso de los siglos lo que nos muestra es que el profundo conocimiento de la naturaleza humana, su olfato político y cautela dieron a “La Pantera de Atoyac” una visión, que al poco tiempo, al proclamarse Iturbide emperador y disolver el Congreso, le daría la razón y generaría el inicio de su segunda parte en las luchas por la edificación de nuestro país.

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SEGUNDA ETAPA: “NO PUEDO ESTAR CONFORME CON QUE EN MI PATRIA HAYA UN TRONO CUANDO HE DERRAMADO MI SANGRE POR DERROCAR AL QUE EXISTÍA” Como sabemos, Juan Álvarez no tenía intenciones de gobernar Acapulco ni de ser comandante militar del Fuerte de San Diego, los anhelos de este joven impetuoso y revestido de gloria, prestigio y fortuna, eran incorporarse a la vida privada, gozar de la compañía de su familia, trabajar sus tierras y vivir en paz hasta los últimos días de su existencia. Seguramente conminado por Guerrero, acepta el nombramiento que le da Iturbide, a sabiendas de que el historial del ex realista contenía infinitas traiciones que empezaron en el bajío y terminarían en su entronización como emperador de zarzuela. A regañadientes se establece en Acapulco, y al declararse Iturbide emperador dice públicamente: “no puedo estar conforme con que en mi patria haya un trono cuando he derramado mi sangre por derrocar al que existía”. Iturbide, en agosto de 1822 retira del cargo a Álvarez e impone al general Francisco Berdejo, quien fuera enemigo de don Juan desde tiempos de la colonia. Berdejo desarma la división de Álvarez, no reconoce el rango de los oficiales y los sustituye por hombres de su confianza, el pueblo acapulqueño y de las costas manifiesta su inconformidad. Álvarez insurrecciona las costas en contra del imperio, lográndolo con suma facilidad en virtud de su prestigio, se adhiere al movimiento encabezado en el sur por Guerrero y Bravo a través del llamado “Manifiesto de Chilapa” que iniciaba su texto diciendo: “luchamos por la restitución de los derechos de la libertad de la nación que con escándalo del mundo ha usurpado don Agustín de Iturbide, eso es lo que perseguimos”. Este manifiesto se daba como consecuencia del que en Veracruz hiciera otro, que a la postre, México conocería como el gran oportunista: Antonio López de Santa Anna, y que terminaría dentro de esta opereta de traiciones conociéndose como el Plan de Casamata, al plegarse a las intenciones de Santa Anna y de los sureños Bravo y Guerrero, el comandante de las tropas que Iturbide lanzara en contra de la insurrección.

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En el sur, Guerrero es gravemente herido en Almolonga, su convalecencia es en una cueva en lo intrincado de la sierra, los combates contra las fuerzas de Iturbide están bajo la responsabilidad de Bravo, Álvarez, Figueroa, José de la Piedra, Montes de Oca, Pablo Galeana, Víctor Bravo y Florencio Villarreal. Expulsado Iturbide, es escoltado por Bravo hasta Veracruz y se instala a través de una resolución del Congreso Nacional con carácter provisional, un Supremo Poder Ejecutivo cuyas funciones iniciaron el 31 de marzo de 1823, y finalizaron el 10 de octubre de 1824, este poder ejecutivo estaba constituido por los generales Negrete, Bravo y Victoria, y como suplente el Mariscal Vicente Guerrero, a partir de aquí se inicia una tercera etapa en la lucha de Juan Álvarez, el militar tendrá que volverse ideólogo y político, quienes unificadamente lucharon por la independencia de México, hoy se dividen por matices. Guerrero y Álvarez, admirando la forma republicana de gobierno en Norteamérica, ven como aliado y asesor al ministro plenipotenciario de aquel país Joel R. Poinsset, se declaran proclives al rito yorquino, enemigo del centralismo y partidarios de la República Federal. Bravo, también masón, hace causa con sus antiguos enemigos y se incorpora al rito escocés, éstos reivindicaban la república centralista y estaban imbuidos de un conservadurismo, que en ocasiones rayaba en añoranza por los tiempos coloniales, en una franca contradicción de los ideales que revistieron las mejores glorias de Nicolás Bravo, a quien muy posiblemente su padre don Leonardo, amante de la libertad y de la independencia, no hubiera secundado.

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TERCERA ETAPA: FEDERALISTAS Y CENTRALISTAS, LUCHA DE INTERESES Y LA PROCLAMACION DE LA CONSTITUCION DE 1824 Los ideales de Álvarez pronto se verían materializados en los trabajos del Congreso Constituyente de 1823 y 1824, éstos culminaron con la proclamación de una Constitución, que a partir del 4 de octubre de 1824, declaraba en México el Sistema Federal, indudablemente por el sur Álvarez y Guerrero se adhirieron al federalismo, a la forma de gobierno republicana, representativa y popular, está por demás decir que siendo Guerrero la cabeza del ideal federalista y Álvarez su segundo, gran parte del sur reconocía a esta causa como la suya. Al celebrarse las elecciones, un hombre honesto fue elegido presidente: el insurgente don Guadalupe Victoria, quien combatiera esencialmente en el territorio de Veracruz, se convertiría de esta manera en el primer Presidente de la República. Nicolás Bravo fue declarado vicepresidente en un afán conciliatorio; sin embargo, Bravo detestaba el hecho de que un liberal federalista ocupara la primera magistratura, intentando una revuelta y golpe de estado en 1827, iniciando con esto más de cuarenta asonadas desde esta fecha hasta la presidencia de Benito Juárez. El golpe de estado de Bravo tuvo poco éxito, y en Tulancingo, la cabeza del movimiento liberal y federalista que era Vicente Guerrero, lo derrotó y en atención a sus servicios prestados durante la lucha de independencia, le perdonó la vida, imponiéndosele como castigo su deportación del país con destino al Ecuador; durante este viaje que se prolongaría por varios países terminando en los Estados Unidos, murió por enfermedad su único hijo, hecho que acrecentaría su odio por Vicente Guerrero, y que definitivamente haría que Bravo al paso del tiempo hiciera cuanto fuera posible por eliminar a don Vicente, habiendo acusaciones muy serias en su contra en el sentido de que fue él, quien instigó e incluso cofinanció la traición, secuestro y asesinato de Guerrero con posterioridad. Para 1828 se efectuaron las segundas elecciones, en ellas compitieron Gómez Pedraza y el popular general don Vicente Guerrero, tras algunas maniobras de corte económico y habiendo historiadores que aseguran que con financiamiento de los comerciantes españoles ricos de la ciudad de México, cuyos capitales sirvieron para definir la consciencia de algunos diputados, Gómez Pedraza gana las elecciones a Vicente

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Guerrero. El político liberal, historiador y médico Lorenzo de Zavala; Lobato; Cerecero; apoyados por Joel R. Poinsset desde la legación yanqui; y una revuelta iniciada por Santa Anna proclamando el Plan de Perote, desarrollan un movimiento militar popular conocido en la historia como el Motín de la Acordada. El pueblo y algunos militares saquean los comercios elegantes propiedad de los españoles en el Parián de la ciudad de México, esto como represalia a la intromisión que éstos tuvieran para supuestamente corromper a los diputados. Vicente Guerrero toma posesión el primero de abril de 1829, previo reconocimiento del Congreso. Durante todo este periodo Juan Álvarez apoya incondicionalmente a su compañero y amigo, al igual que la mayoría de los habitantes del sur y de las clases populares de la república; entre las principales acciones que se realizan durante el gobierno de Guerrero se encuentra la derrota del brigadier español Isidro Barradas, que desembarcara en Tampico con la finalidad de reconquistar México para la corona de su país; tal intentona fue derrotada por el siempre oportuno Antonio López de Santa Anna y el General Mier y Terán. El general Guerrero, en un afán reconciliatorio amnistió a los desterrados políticos, y el resentido Bravo pudo regresar a su patria; tal medida no fue del agrado de Álvarez, quien sin embargo, como siempre, se disciplinó a la opinión de quien él consideraba su jefe y comandante. Otro decreto fue el de la expulsión de los españoles del territorio nacional; en esta ocasión, Álvarez, un hombre sin resentimientos y de gran sentido común se opone ante el hecho de que si algunos peninsulares intervenían en forma negativa contra la república, muchos otros la apoyaban, además de que habían luchado en favor de la independencia; el razonamiento de Álvarez una vez más fue comprobado: la salida de los españoles descapitalizó al país, y muchos de ellos que eran vistos como traidores en su tierra, al ser expulsados, tuvieron que enfrentar situaciones dramáticas, en algunos casos prisión y hasta ejecuciones por parte de las autoridades del imperio español. Álvarez se convierte en protector de muchos españoles perseguidos, apoya y defiende los intereses de quienes en su caso, justificaban los bienes que poseían, quizá esta fue la única ocasión en que Álvarez manifestó su desacuerdo con una decisión de Guerrero, cosa que no debilitó el nexo entre ambos. Tal era el prestigio de don Juan Álvarez, que el mismo Lorenzo de Zavala, Ministro de Hacienda en el gobierno de don Vicente, escribiría en uno de sus textos: “pocos hombres han

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reunido en tanto grado el valor y perseverancia... Álvarez es un hombre astuto, reflexivo y capaz de dirigir masas de hombres organizados. Cuando una vez emprendido sostener la causa que abraza, puede contarse con su constancia y firmeza. Su aspecto es serio, su marcha pausada, su discurso frío y desaliñado, pero se descubre siempre bajo aquel exterior lánguido un alma de hierro y una penetración poco común. Su escuela en la milicia ha sido el campo de batalla, en donde ha hecho la guerra siempre contra los españoles y sus lecciones fueron la experiencia de veinte años de combates”. El efímero gobierno de Guerrero (del primero de abril al 22 de diciembre de 1829), enfrenta un nuevo golpe de estado, los errores de algunos de sus colaboradores y su poca habilidad política, prácticamente lo han dejado sólo, sin embargo, hasta los historiadores más conservadores reconocen a Guerrero como “amante idealista de la libertad y de la democracia al grado que pudo decirse de su administración que se buscaría inútilmente en ella actos de arbitrariedad o despotismo, ya que había pasado toda ella a manos del pueblo”, su única retaguardia, como siempre, son el sur y Juan Álvarez, los conservadores encabezados por el gobernador de Veracruz, don Sebastián Camacho, el español Don Juan Grambi y el ultraconservador coronel Juan Antonio Facio (quien fuera el que entregara los dineros que sirvieran para secuestrar a Guerrero y posteriormente asesinarlo), proclaman el Plan de Jalapa. Álvarez -entonces comandante de Acapulco-, es invitado a levantarse en contra de Guerrero, cosa que indignado rechaza, con actitud sensata evita dispersar sus tropas lejos del territorio suriano manteniendo su actitud vigilante; una vez más Álvarez tuvo razón, Bravo es comisionado por los golpistas para derrotar a quienes apoyan a Guerrero en el sur, y quienes alguna vez compartieran ideales hoy son enemigos a muerte, su primer encuentro se da el 25 de abril de 1830, así se inicia la lucha en defensa de Guerrero, combate en Venta Vieja, Acapulco, el Manglar, Dos Arroyos, Chilpancingo y Texca, donde como decíamos en anteriores párrafos, Armijo fue derrotado y muerto. El peso de la lucha recae exclusivamente en Álvarez, quien después de Texca controla aproximadamente cien leguas de territorio en que ningún militar en su sano juicio intentaría molestarlo, Guerrero mientras tanto se encuentra en cama a consecuencia de aquella terrible herida que atravesara su espalda y su pecho, que en ocasiones, lo haría escupir sangre, y para su desgracia nunca sanaría. Después de un largo periodo sin luchar, Álvarez decide ir en busca de Bravo, el día 29 de diciembre sus fuerzas

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toman posiciones en los Montes de Molino y Totequemil entre Chilpancingo y Tixtla, la batalla se prolongó por más de cinco horas, ya entrada la noche los combatientes se enfrentaban con bayonetas y cuchillos, la participación del coronel Gabriel Valencia fue decisiva para la causa de Bravo, las tropas costeñas huyeron dejando atrás armas, municiones, equipaje y provisiones; fue tan cruenta la batalla que Álvarez perdió dos caballos, después de ese desastre Guerrero se refugia en Acapulco y Álvarez en Texca. El siguiente episodio sería definitorio en la vida de Álvarez: primero, porque gracias al azar evita acudir a la invitación que le hiciera el mercenario Francisco Piccaluga, pues Álvarez tenía que atender una riña de menores consecuencias que se había generado al interior de El Fuerte de San Diego, este hecho fortuito le salva la vida. Entre el 14 y 15 de enero de 1831 (variando la fecha en diferentes textos de historia), el General Guerrero fue engañado por Francisco Piccaluga, quien recibiera cincuenta mil pesos del Ministro de la Defensa, de apellido Facio, para que mediante algún subterfugio secuestrara al General Vicente Guerrero y lo entregara a las fuerzas leales al gobierno en Huatulco, Oax. Existen testimonios en el sentido de que el contacto entre Facio y Piccaluga se dio a través de una carta personal del general Bravo, aunque Bushnell plantea que existía un resentimiento de Piccaluga contra Guerrero por un supuesto embargo de las autoridades de Acapulco sobre “El Colombo”, barco propiedad del genovés, y la versión que aparece en “México a Través de los Siglos”, es de que Piccaluga tenía dificultades con el fisco que le fueron condonadas por el gobierno conservador, además de recibir cincuenta mil pesos del Ministro Facio. Como haya sido, es sin lugar a dudas, uno de los crímenes políticos más aberrantes de nuestra historia, sobre todo ante las circunstancias de que Guerrero nunca abusó de aquellos a quienes tuvo prisioneros, e indultó a su paso por la presidencia, a sus más acendrados enemigos. El fusilamiento de Guerrero en Cuilapan, Oax., convierte al general Juan Álvarez en la cabeza del movimiento federalista y máximo defensor del ideario liberal. La última acción en favor de Vicente Guerrero, la realiza Álvarez acompañado de unos pocos hombres armados, al abordar un pequeño velero y tratar de dar alcance a “El Colombo”, cosa verdaderamente imposible por las diferencias de velamen y capacidad de navegación, dándose por vencido, al percatarse que aquel barco filibustero giraba al llegar a la punta de la bahía de Santa Lucía poniendo proa hacia el sur; este sería

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un desesperado intento de Álvarez por rescatar una vez más a su amigo y compañero, y por cierto también sería la última vez que lo viera con vida. Ahora, el joven general recibe sobre sus espaldas todo el peso del proyecto federalista y liberal, para él, el asesinato de Guerrero no puede quedar impune, por tal motivo, contacta con todos aquellos que estén dispuestos a secundar una lucha que remueva del poder a los conservadores centralistas, que a su juicio, gestaron, financiaron y ejecutaron el asesinato del gran prócer de la independencia. Su causa es apoyada por la mayoría de los habitantes del sur y una inmensa proporción de intelectuales, militares, y trabajadores del campo y la ciudad, por tal, en 1831, Álvarez seguía combatiendo militarmente e igualmente a los inicios de 1832, el gobierno del centro sabía de antemano que Álvarez era irreductible en su propio terreno, y ofrecen un pacto de cese de hostilidades y amnistía en el que Álvarez será el que ponga las condiciones; se entrevista con Nicolás Bravo el 14 de abril de 1831 en Los Guajes, paraje cercano a Dos Arroyos, este intercambio verbal pone fin, según Bushnell a la guerra en el sur, el día 15 de abril de 1831, desde Texca, Álvarez dirigió una carta a Bravo, diciéndole que había cumplido con lo pactado y que esperaba acciones que mostraran la buena intención del gobierno, finalmente el acuerdo planteaba lo siguiente: Primero, que se le confiriera a él, como a sus seguidores completa amnistía y que no se estigmatizaran sus hojas de servicio con términos como “perdón” y que no se les privaran de los trabajos o profesiones que desempeñaban antes de la revuelta; segundo, que sería el tesoro público quien pagaría cualquier deuda en que hubieran incurrido con motivo de la revuelta; tercero, que el gobierno federal pondría en libertad a todos los prisioneros bajo su mando tan pronto se firmara la capitulación; cuarto, que Francisco Mongoy, prácticamente paralizado y en cama, que pertenecía a las fuerzas de Álvarez, debía ser incluido en la amnistía. Para el 26 de abril se confirmaban resueltas todas las peticiones de amnistía a Juan Álvarez y sus seguidores; comentó al respecto el historiador conservador Lucas Alamán “después de acogido a esta gracia aquel general -desde luego refiriéndose a Álvarez- no hubo especie de consideración que no se le prodigase y aún pudiera decir, capricho que no se le satisficiese”. Como siempre, Álvarez, suspicaz y desconfiado como una pantera, mantuvo algunas fuerzas a buen recaudo. El gobierno acepta de mil amores todas y cada una de las condiciones que don Juan impone y el 25 de abril de

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1832, la primera revolución federalista en México impone sus reales sin que aquellos que participaron en ella, siquiera imaginaran la gran cantidad de sangre, hombres y sufrimiento que costaría al país el imponer esta forma de gobernar. En otras partes del país, el asesinato por parte del gobierno del coronel Esteban Moctezuma, quien a los ojos de muchos era el líder de la rebelión, lejos de apaciguar los ánimos reaviva los rescoldos, el eterno Antonio López de Santa Anna incrementa el descontento, Gómez Farías se convierte en el dirigente intelectual de este reinicio, y el 2 de enero de 1832 redacta el Acta de la Guarnición de Veracruz y de Ulúa, con lo que la lucha vuelve a tomar cierto auge. Don Juan Álvarez mantiene su palabra, pero apoya la instalación en la presidencia de Gómez Pedraza, la respuesta gubernamental es el envío de una poderosa fuerza militar dirigida por Nicolás Bravo. En 1832 Álvarez de nuevo se trenza en feroces combates con Bravo, mientras tanto, el 23 de diciembre de 1832 se firma el Acuerdo de Zavaleta, desconocedores de esto, Álvarez y Bravo continúan peleando, “La Pantera de Atoyac” saca la mejor parte y Bravo se refugia en el centro del estado; el 13 de diciembre Bravo es sabedor de que las cosas en el centro se han arreglado en contra de su causa e invita a Juan Álvarez a una entrevista, ahí Bravo, según algunos historiadores hizo creer a Álvarez que tal acuerdo reinstalaría a Iturbide en el poder, deciden conjuntar esfuerzos y firman el tratado del 18 de diciembre de 1832, sus fuerzas unificadas dan un poder militar inmenso al sur. Las comunicaciones que Gómez Pedraza intercambia con Bravo y Lorenzo de Zavala (en aquel entonces gobernador del estado de México y hombre de confianza de Guerrero), hacen que el general Álvarez tenga mayor claridad sobre la verdadera trama del asunto; para demostrar su veracidad, Zavala envía a Manuel Primo Tapia -amigo personal de Álvarez-, quien después de muchas horas de conversación hace que el líder costeño modere sus esfuerzos militares. Ambos próceres tranquilizaron su relación con el centro y Bravo exigió como gesto de buena fe, que Gómez Pedraza autorizara el mantener su comandancia en la División del Sur, Álvarez en cambio, presentó una demanda ante el gran jurado, y a través del diputado Antonio Barragán exigió que Lucas Alamán, Manguino, Espinoza y Facio, fueran juzgados por su complicidad en el asesinato de Vicente Guerrero; ante tal hecho Facio abandonó el país, Manguino y Espinoza enfrentaron los cargos y Lucas Alamán se dio a la fuga y desapareció. Otro logro que se obtiene de esta reunión y que posteriormente será la norma a través de la cual

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logran convivir hasta su vejez, habitando el mismo espacio geográfico Álvarez y Bravo, es que mientras Bravo reconoce la influencia y preponderancia de Álvarez en las costas, Álvarez acepta la hegemonía de Bravo en el centro. En tanto, al genovés Francisco Piccaluga, quien después de su hecho vergonzoso se mantenía errante, la primera nación americana que toma medidas en su contra es Costa Rica, en donde se ordena que en caso de tocar algún puerto de esa nación la tripulación entera de “El Colombo” sea pasada por la armas; en Génova, Italia, se decreta a Piccaluga como reo de alta traición y se le condena a pena de muerte, acciones similares se dan en otros lugares del mundo; sin embargo, en México no existe ninguna declaración que penalice el artero acto del filibustero genovés, a tal situación, Álvarez lanza una pregunta pública “¿in que urbe vivimus?. Creo que la posteridad deberá revisar, junto a las cuentas de las desgracias de sus hijos, ejemplos que muestren como funciona la venganza pública: no seremos nada si no aprendemos a controlar nuestras pasiones”, (cita tomada de Castillo Negrete). El jurado deliberó de la siguiente manera: de cincuenta y dos miembros, cincuenta votaron haciendo cargos a Lucas Alamán; cincuenta y dos por procesar a Facio; cuarenta y cinco para procesar a Espinoza; y, en el caso de Manguino, no se encontró suficiente evidencia, se hizo pública, abundante información sobre la forma en que fue secuestrado y asesinado Vicente Guerrero, en el colmo del cinismo, desde el extranjero Facio escribió un libelo falsario y vitriólico contra Álvarez, asegurando que no había levantado la mano para defender a Guerrero, y que esto lo hizo para heredar la posición que aquel ostentaba, y abundaba, que si Guerrero pudiera levantarse de su tumba, maldeciría el nombre de Álvarez, sobre todo, al saber que Piccaluga le había ganado la partida en entregar a Guerrero y cobrar la recompensa. Como vemos, la infamia de los conservadores no tiene límites, no los tuvo y no los tendrá, pues años después Facio, desde luego, desde el extranjero continuaba denostando la persona de Álvarez, ratificando con sus palabras que don Juan era exactamente lo contrario de lo que sus enemigos pretendían demostrar, sin embargo, partiendo de aquella vieja frase que reza “difama, que algo queda”, muchos historiadores tanto nacionales como extranjeros evitaron ubicar a Álvarez en el verdadero lugar que ocupó en la historia.

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Durante este lapso de tiempo, Álvarez intenta rehacer su vida normal y cumplir la promesa que hiciera a su amada esposa, en dar, a ella y a sus hijos un lugar de reposo y de regocijo, adquiere así, algunas tierras que pertenecían a la Hacienda de “La Brea”, en donde funda lo que sería su morada, su cuartel general, su región de refugio, su almacén de armamento y finalmente, el lugar donde pacíficamente y después de haber cumplido con su patria, dejaría de existir en 1867, bautizando el lugar como Hacienda “La Providencia”. Como señala Armando Bartra, en su libro “Guerrero Bronco”, “Álvarez se constituye en el cacique mayor, su fortuna nada despreciable es complemento de su profunda base social, temible capacidad de fuego y decisivo peso político”, a pesar de lo drástico del lenguaje de Bartra y su frío análisis marxista, vislumbramos a un hombre, que sin negar su influencia y fortuna, es un cacique, que lejos de ser temido, es amado, casi podríamos asegurar que el rango lo adquiere por consenso popular, Álvarez es rico por herencia, temido por su valor en defensa de las mejores causas y su influencia se debe más que nada a una trayectoria constante en favor de la independencia, federalismo y su tan amada libertad. Como sabemos, “La Providencia” resultó un refugio providencial para muchos que a consecuencia de sus ideales hubieran perdido la vida, o de menos, habían alcanzado el exilio o la cárcel, el término “cacique” aquí cabría más aplicarlo como solía concebirse en tiempos prehispánicos, pues sin apelar a ningún título, aquel recio pardo siempre respaldó las luchas campesinas, defendió al indígena, y apoyó rebeliones de la peonada, así pues, los análisis que se hacen sobre su persona merecen imparcialidad, sus aspectos negativos y positivos no deben de ser soslayados, pero tampoco sujetos exclusivamente al análisis virulento y deformado de los escritores conservadores, ni al severo y frío análisis de corte materialista-dialéctico, y mucho menos a aquellos que por un falso pudor simplemente lo evitan por resultar un hombre de luces y sombras, es decir, un ser humano en el más amplio sentido de la palabra. La lucha por sus ideales no para. En 1833 se levanta contra el Plan de Escalada, expedido en Morelia, cuya fundamental bandera era “religión y fueros”. Encabeza dos reñidos combates en Chilapa y Chilpancingo, para entonces diputado federal, se hace cargo de las acciones militares y su ejército se mantiene en pie por la inmensa lealtad de sus seguidores a pesar de los estragos que el cólera hacía entre las tropas a

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su mando, por primera vez en su larga trayectoria de luchador social y refrendando la confianza que los desposeídos tenían en él -cosa que lo haría diferente siempre de personajes como Nicolás Bravo, paladín de la aristocracia-, defiende a una comisión de indígenas que acuden a “La Providencia” en busca de su apoyo, éstos, habitantes de la región de Atoyac, conocían su trayectoria y quizá hasta fueron sus compañeros en algunos combates, su queja consistía en que constantemente eran extorsionados y amenazados por el teniente Cesáreo Ramos, quien se encontraba ubicado en el destacamento de Tecpan, la mediación de don Juan evitó el derramamiento de sangre como lo haría varias veces a través de su larga historia; desde aquel entonces las clases pudientes de Guerrero y de todo el país encontraron una nueva faceta “negativa” que lo caracterizaría hasta el final de su vida, ponerse siempre de parte del campesino y el trabajador agrícola, así como de las comunidades indígenas. Aquí cabría recordar que de los dos libros que escribe Juan Álvarez, uno de ellos describe la vida de los peones de las haciendas del estado de Morelos, tal texto, se hizo necesario en virtud de la violencia que se generó en aquellos parajes y que para variar se achacaban a la influencia de don Juan, cuyo prestigio no se limitaba al ámbito de lo que hoy es Guerrero, pues era igualmente respetado en amplias regiones de Morelos, Estado de México, Oaxaca y Puebla. Para entonces, Álvarez comienza a recibir los honores que ha cosechado durante su vida, el estado de México lo proclama por el Decreto No. 280 del 25 de abril de 1833, Benemérito del Estado, y se le otorga un escudo que reza: “La legislatura del Estado de México al verdadero patriotismo”, Inician este periodo Santa Anna y Gómez Farías, encabezando un gobierno liberal, el primero, como solió hacerlo a través de su vida, se retiró a Manga de Clavo su famosa hacienda veracruzana; y Gómez Farías inicia la expedición de gran cantidad de leyes liberales que serían antecedente de las posteriores Leyes de Reforma; como vimos en párrafos anteriores, la respuesta del clero y los conservadores fue aquel pronunciamiento de “religión y fueros” dado el 26 de mayo de 1833, Álvarez mantiene constante correspondencia con Gómez Farías, aclara al gobierno su lealtad diciendo “que no entraba en componendas con los enemigos de la federación”, y utilizando su influencia aborta cualquier tipo de movimiento en contra del gobierno reformista, sin apoyo económico de ninguna especie, tomando recursos de su propia

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hacienda se mueve por todo el sur con la intención de que se mantenga la paz por el bien del federalismo liberal, asegurando sobre tales medidas “estamos todos convencidos que sus decisiones harán que los tiranos tiemblen”. Para variar Nicolás Bravo vuelve a hacer de las suyas, y el 2 de diciembre en Chichihualco promulga un pacto de defensa en favor de los fueros del clero y del ejército, enviando una carta al maleable general Santa Anna. Como siempre Santa Anna, al escuchar las ofertas conservadoras da rienda suelta a su imaginación calenturienta y se prepara a cambiar de bando y sustituir a Gómez Farías, por lo pronto, desconociendo al vicepresidente en funciones, Bravo, a nombre de la gente de “bien” lo invita a aceptar su plan y a separarse de la chusma, y concluía aquella misiva diciendo “glorioso será el morir mártires a un tiempo por la fe de Jesucristo y por la libertad de la Patria”. El 6 de marzo de 1834 Álvarez y Gil Pérez sorprendieron al jefe rebelde Luis Domínguez Esquivel (colaborador de Bravo), con una fuerza de cuatrocientos hombres coptados en Chilapa, la pericia de los liberales hace que Domínguez muera y la mayoría de su fuerza sea destruida, justo es señalar que en esta campaña, quien encabeza las tropas de la federación es don Guadalupe Victoria. Para el 24 de abril de 1834, Santa Anna acepta la oferta, pero ahora como conservador y se mantendrá hasta el 28 de enero de 1835, Álvarez lanza el Manifiesto de Texca de 1835, desconociendo la presidencia de Antonio López de Santa Anna, defiende las instituciones federales y por cuarta ocasión se levanta en defensa de este tipo de gobierno, a consecuencia de esto, por enésima ocasión, Bravo enfrenta a su viejo enemigo, don Nicolás totalmente distorsionado de sus ideas del tiempo de la independencia, se ha convertido en el paladín del atraso, el conservadurismo, el clero y la reacción militarista; Álvarez, inmutable como siempre, defiende sus viejos ideales que ya resultaría ocioso repetir. Santa Anna cambió de bando, aceptaba retomar la presidencia y derogar las leyes reformistas, Gómez Farías sale de la presidencia y se refugia en Nueva Orleans, no sin antes recordarle a Bravo que moralmente debe salir del país como lo había ofrecido, desgraciadamente Álvarez se encontraba ajeno a todos estos manejos que se daban en la capital del país; sin embargo, y como siempre,

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mientras todos luchan por el poder y entran y salen del exilio, el General se mantiene en sus montañas del sur como un baluarte inexpugnable. Don Juan se enfrenta al traidor y aprovecha para publicar en el Periódico “El Mosquito Mexicano” un texto bastante largo que inicia de la siguiente manera: “Articulo Primero.- No se reconoce al Gral. D. Antonio López de Santa Anna derecho a ejercer, en calidad de presidente de ella, mientras no se justifique de haber impedido a la representación nacional el ejercicio de sus funciones ante jueces competentes que obren fuera de la influencia de sus armas. Articulo Segundo.- Se repondrán las autoridades de la federación y de los estados que aún no hubiesen cumplido el tiempo de sus respectivos encargos y que hubiesen sido removidos en virtud de motines o asonadas apoyados en el Plan de Cuernavaca. Artículo Noveno.-Como el título de este plan será sin duda alguna de la Constitución y de los principios y como de su adopción dependen los principios del establecimiento de una paz sólida y permanente, se premiarán los servicios que se presten a su favor, a la vez que se exigirá la responsabilidad al que de cualquier modo la contraríe, 23 de marzo de 1835, Texca. Firma Juan Álvarez y Primo Tapia. " Como siempre, desde el Bajío, mocho por tradición, la respuesta a Álvarez no se hizo esperar, Rafael Canalizo, gobernador de Querétaro, realizó la Proclama del 4 de Abril de 1835, por supuesto en favor de la defensa de la religión católica, del clero y del ejército en funciones, que aseguraba estaban seriamente amenazadas por el plan de Álvarez, y al referirse a él expresó: “el caudillo revolucionario y atrevido recibirá el castigo de su arrojo a la par que sus colaboradores. Ya no más piedad, ya no más indulgencia con hombres a quienes las virtudes son desconocidas.”. Imagine usted, lector de estas líneas, el nivel de fanatismo e inconsciencia que padecía el gobernador Rafael Canalizo al asegurar que en algún momento se había tenido piedad e indulgencia contra los liberales federalistas, y que además, éstos, que en su mayoría habían sido luchadores por la independencia, desconocían las virtudes del ser humano, pertenecientes a esta caterva fueron, son y seguirán siendo aquellos que difaman y distorsionan la verdadera imagen de “La Pantera de Atoyac”: el costeño Juan Álvarez Hurtado.

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Santa Anna prefiere evitar más confrontaciones con Álvarez, le pide que no abandone el país y le asigna el mando militar de toda la región sur, hábilmente el militar jalapeño prefiere que Álvarez se encuentre dentro del territorio nacional, donde el espionaje, a través del clero y los conservadores mantendrían al gobierno del centro, informado de cuanto movimiento hiciera el guerrerense, don Juan, aprovecha la circunstancia y también se percata de que fortalecerse desde dentro, e igualmente estar informado de cuanto pasa, le es más útil. Desde luego, el gobierno centralista nunca le tuvo confianza, su confinamiento a la región militar del sur lo dicta el Secretario de Defensa el 12 de febrero de 1836, en cambio Nicolás Bravo, departe alegremente entre los centralistas, en donde cosecha los frutos de su “transformación ideológica”, incluso hay que recordar que sucedió a Santa Anna por unos días, del 10 al 17 de julio de 1839. Como era de esperarse, el gobierno de Santa Anna resultó el más absoluto desastre, entre otras cosas, el territorio de Texas, ante la derogación de la Constitución de 1824, por la centralista enarbolada por Santa Anna, inicia una revuelta, las consecuencias las sabemos usted y yo perfectamente: para el 2 de marzo de 1836, Texas se declara una república independiente y ante la brutalidad y torpeza de Santa Anna, los texanos lo derrotan y toman prisionero, remitiéndolo como tal a los Estados Unidos. Álvarez mantenía su palabra, se dedicaba a sus propios negocios, y como ya hemos comentado, adquiría parte de los terrenos de la hacienda de “La Brea” a un costo de veinticinco mil pesos, cuyos pagos se repartirían en cinco partes iguales, se dice que Álvarez sólo pagó la primera, y que solicitó al gobierno del estado, que se hiciera cargo del resto, cambió de nombre a la hacienda, -como ya dijimos-, por el de “La Providencia”, e invirtió en las labores del campo para recuperar la fortuna que había perdido durante las luchas por la independencia y por la república; sin embargo, el maduro general no baja la guardia, constantemente existe un cuerpo de aproximadamente seiscientos hombres armados y montados, que con rapidez pueden trasladarse a cualquier lugar del estado. Entre sus actos sociales, se recuerda el carteo constante con don Mariano Riva Palacio, yerno de don Vicente Guerrero, igual cosa realiza con la viuda del General, doña Guadalupe Hernández de Guerrero, a la que de vez en vez envía apoyos económicos y presentes, como

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seguramente lo hubiera deseado su gran compañero de lucha, a tal grado es su fidelidad a la familia Guerrero, que administra las tierras que eran de su posesión, poniendo un caporal de todas sus confianzas, pagando personalmente los salarios y cuidando del ganado. En este lugar se entera de la prisión y derrota de Santa Anna, también se entera del ridículo edicto que decía que todas las insignias con el escudo nacional debieran llevar un crespón negro y las banderas mantenerse a media asta, por la prisión del torpe, y por cierto, en San Jacinto, cobarde general Santa Anna, que trató de huir de sus perseguidores disfrazado de mujer. Al desatarse el conflicto con la legación francesa que conocemos en la historia de México como la “Guerra de los Pasteles”, México sufre una invasión a su territorio. La ciudad de Veracruz fue bombardeada sin que las fuerzas nacionales, para variar comandadas por Santa Anna, hicieran nada por evitarlo, Álvarez, haciendo caso omiso de sus diferencias con Santa Anna y con el centralismo -puede que hasta recordando aquella famosa frase de Guerrero de que “La Patria es Primero”-, ofrece sus servicios para combatir a los franceses, sin embargo, el temor de que resurja militarmente y tome fuerza política, evitan su participación directa en la lucha contra los invasores. Debe haberle causado gracia a don Juan, soldado serio y valiente, la ridícula y patética forma en que Santa Anna, con más teatralidad que eficiencia militar simula un ataque a los franceses que ya embarcaban. Conociendo lo poco confiable que era este bufón, los franceses protegieron la retirada de sus tropas con fuego de artillería, y cargaron sus cañones en forma poco ética con pedacería de metal, uno de estos hizo impacto cerca de él y le destrozó una pierna; si el proyectil en lugar de haber sido metralla hubiese sido una verdadera bomba, muy posiblemente Santa Anna hubiera sido enterrado como héroe y México no hubiera perdido dos millones, doscientos mil kilómetros cuadrados. Aquí inicia una nueva etapa de las relaciones de Álvarez con Bravo, en esta ocasión sus intereses confluyen hacia un mismo fin: la creación de una entidad federativa que comprenda el territorio del sur, ambos firman un memorándum dirigido al gobierno de la república en donde exponen los motivos para constituir una nueva entidad conformada con las prefecturas de Acapulco, Chilapa, Taxco, Tlapa y la subprefectura de Huetamo. Corre el año de 1841 y para Álvarez las cosas van muy bien, ha recuperado la paz familiar, ha sido ascendido a General de División y

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ha logrado limar asperezas con Bravo, suscribiendo el documento anteriormente citado, creando la “Sociedad de Amigos del Sur” y de hecho, el Departamento de Acapulco. En Guerrero, Álvarez tiene más presencia que Bravo, en más de una ocasión sirve de árbitro y pacificador, la proliferación de latifundios afectaba principalmente a las tierras comunales indígenas y al terminar la independencia habían perdido éstos su principal medio de subsistencia: la siembra del maíz y otros alimentos, las grandes haciendas incrementaban su territorio a base de esas tierras, que generalmente servían para el pastoreo o estaban ociosas. Para 1838, la situación se recrudeció y para el 41, el mismo prefecto de Chilapa, Sr. Vicente J. Villada, solicita la intervención de Álvarez como mediador, la lucha por la tierra se había convertido en una revuelta casi de corte racial, Chilapa, Zitlala y Quechultenango se habían levantado en armas en contra de los terratenientes, el gran caudillo de esta lucha llamado Pitzonzin, aceptó la mediación del general, los abusos continuaban y en esta misma región se insurrecciona Quechultenango, la torpeza de los militares enviados por el centro y apoyados por personal de confianza en las haciendas inició una lucha sanguinaria, la revolución agraria crecía, ahora Mochitlán, Quechultenango, Tlapa y la Tierra Caliente, también estaban insurreccionadas, la fuerza indígena armada de arcos y flechas, lanzas, machetes, hondas y uno que otro viejo fusil, pusieron en jaque a los descendientes de españoles propietarios de las haciendas, antecediendo al ideario zapatista, Álvarez convoca en “La Providencia” a indígenas de los poblados antes mencionados y también a los de Santa Ana, San Jerónimo, Santa Catarina, San Agustín, Ayahualulco, San Juan, Colotlipa, San Miguel, Jocutla, Heuycantenando, Atzacualoya y San Martín, promete en la reunión de junio de 1842 tratar él personalmente el problema agrario con las autoridades del gobierno central, principalmente la reducción de las pesadas contribuciones, y desde luego la restitución de las tierras robadas; como era de esperarse, los indios creyeron en Álvarez, pero los hacendados evitaron cumplir sus compromisos y diseminaron la información de que las tropas exterminarían a todos los pueblos de la región, a esto se añadió la impopular ley que obligaba a pagar un real al mes per capita, como es obvio los indios se lanzaron a la lucha; haciendas como la de “San Sebastián” fueron incendiadas muriendo sus propietarios, el ejército intervino brutalmente, los indios, principalmente los de Ayahualulco procedieron a incendiar las haciendas de “San Martín”, “Tlaxinga”,

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“Atlitengo” y “Mazintla”, los propietarios locales, obviamente afines al conservadursimo, decidieron culpar al General Álvarez, Santa Anna ordenó su arresto en 1843, y de nuevo ordenó a Bravo salir en su persecución, sin embargo, en esta ocasión el viejo insurgente se negó. Como era de esperarse y como siempre ha sucedido en estas indómitas tierras del sur, la mano dura no logró absolutamente nada, los indios de Metlatónoc, Tlapa, Atlixtac, Malinaltepec, Totomixtlahuaca y muchísimos pueblos más, incluyendo distritos como Huajuapan, Tepozcolula y Matamoros ubicados en Oaxaca y Puebla, se levantaron también, como era obvio los indios derrotaron al ejército. Esta vez fue el mismo gobierno a través de Bravo, quien pidió de nuevo a don Juan Álvarez su intervención, el prestigiado liberal, sin más acompañantes que una reducida escolta se citó con los rebeldes en Mochitlán, ahí se acordó la amnistía general y el arbitraje sobre el problema de las tierras, en donde una comisión tripartita decidiría, formada por un representante del gobierno, uno de los indígenas y otro más de los propietarios. La torpeza, cerrazón y estupidez de los propietarios volvieron a cuestionar a Álvarez, con la muy conocida cantaleta de que “era él quien azuzaba a los indios en beneficio de sus propios intereses”. Don Juan elaboró un manifiesto que sería el primero en la historia de México antecediendo en muchos años al Plan de Ayala, en él se defendía el derecho que los indios tienen sobre sus tierras, asegurando que no existía mayor injusticia que el no dotar a aquellos de un pedazo de tierra en donde vivir, recordaba que estas tierras fueron otorgadas por la corona española, que los títulos eran perfectamente válidos y que su antigüedad fluctuaba entre 1708 y 1716, que tales documentos eran perfectamente legítimos como lo aseguraban las firmas y sellos ahí mostrados, y terminaba diciendo que durante siglos los indios no habían representado absolutamente nada para la nación, y añadía “podrán ser algo de pronto si se les auxilia con la oportunidad que corresponde después serán mucho más, cuando la educación haya progresado en ellos, borrando las impresiones serviles de su origen y que tengan otras necesidades e intereses”. Años después, como ya señalábamos, don Juan de nuevo fue acusado de participar en otra revuelta de corte agrarista, teniendo que hacer un nuevo manifiesto en julio de 1857, describiendo la forma de usura y abuso de que eran víctimas quienes trabajaban en las haciendas.

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Comenta Moisés Ochoa Campos que “con su resuelta actitud agrarista Álvarez aumentó su prestigio en el sur, pudo unificar la voluntad de todos los sectores populares y hacer que los pueblos presentaran un sólo frente que había de conducir a la erección del estado de Guerrero”. Dos cosas a lo largo de sus vidas unificarían los esfuerzos de Juan Álvarez y Nicolás Bravo: la primera, la lucha por la independencia de México; y la segunda, la creación de una intendencia o estado, según el tipo de gobierno centralista o federalista, en los territorios que abarcaban el sur del país. Sin embargo, dentro de esta lucha conjunta siempre existirían roces y diferencias, desde 1814 habían logrado un acuerdo fundamental, la hegemonía de Bravo o influencia de su cacicazgo sería en el centro del estado, fundamentalmente Chilpancingo, Tixtla, Chilapa y demás pequeños poblados circunvecinos, la influencia o cacicazgo de Álvarez sería en las costas. Bravo emanaría su poder desde Chilpancingo, ciudad muy cercana a su hacienda de Chichihualco y que sería considerada como una ciudad escocesa o conservadora por muchos años; Álvarez en cambio, tendría como sede una propiedad rural: la hacienda de “La Providencia”, su natal Atoyac o Tecpan resultaban más lejanos e inaccesibles, y Acapulco estaba lleno de gachupines y antiguos realistas. La idea de fundar una entidad propia en el sur no es producto original de la mente de Álvarez o de Bravo, fue don José María Morelos y Pavón quien promovió la creación de una entidad política con vasto territorio y que llevara el nombre de Tecpan, esto en honor a las hazañas, lealtad y valor de los hombres del sur, cuya capital sería el poblado de Tecpan, que sería ascendido a capital regional, los límites que Morelos había planteado eran: el río Balsas o Zacatula al poniente; y por el norte el mismo río comprendiendo los pueblos que se encuentran al borde a una distancia de cuatro leguas al llegar a Cutzamala; siguiendo para el oriente, el límite lo marcaría el pueblo de Totolzintla; para el sudeste, la línea recta de La Palizada, quedando dentro Tixtla y Chilapa, grosso modo esta era la ubicación que el generalísimo Morelos daba a la mencionada provincia.

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CUARTA ETAPA: LUCHA POR LA ERECCION DEL ESTADO DE GUERRERO CAPITANIA GENERAL DEL SUR, Así se organizaron estos territorios después de la independencia, y quedaron a cargo del flamante Mariscal Vicente Guerrero, esta jurisdicción abarcaba: Tlapa, Chilapa, Tixtla, Ajuchitlán, Ometepec, Tecpan, Jamiltepec y Tepozcolula, pertenecientes estas dos últimas a las intendencias de Puebla y Oaxaca. Al advenimiento de la Constitución de 1824, lo natural era que la Capitanía del Sur pasara a ser un estado en virtud del contenido federalista de tal documento, sin embargo no fue así, al paso del tiempo los antiguos insurgentes generaron un movimiento para la creación de una entidad en donde, por características propias tales como la geografía, el ideario político y militar, características demográficas, etnográficas y sociales, se prefiguraba una entidad diferente a las existentes, los centralistas alegaban que eso era imposible, en virtud de que este territorio carecía de recursos económicos propios para sostenerse, pero sobre todo, de hombres preparados para autogobernarse. El 10 de octubre de 1841 Álvarez y Bravo emiten un documento que en una de sus partes señala: “a la verdad como los que hacen estos cargos son hombres de escasos conocimientos locales, es necesario concedérselos en el sentido con que hablan, el sur efectivamente carece de acopio de hombres profundos que formen disertaciones en materias metafísicas y sublimes; pero en su lugar no faltan individuos adecuados para el gobierno de los pueblos, hombres a propósito para entender y socorrer sus necesidades, hombres en fin que dotados de prudencia, discreción y experiencia se hayan con mejores conocimientos para estar en contacto con los habitantes del departamento que los colmados de ciencia que están desnudos de aquellas apreciables circunstancias, esta parte del sur puede tener los mismos elementos que otros departamentos de su clase”. Tanto Álvarez como Bravo no se encontraban solos en su lucha por la creación de la tan anhelada entidad federativa en el sur, los acompañaban en sus intenciones gentes como el general Nicolás Catalán, antiguo insurgente; el general Isidoro Montes de Oca, quien al igual que Álvarez formó parte de “Los Cincuenta Pares”, la afamada escolta que cuidara a Morelos; el general Tomás Moreno, que aunque de origen guanajuatense siempre luchó en las tierras del sur; el capitán

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Lorenzo Campos; el general Luis Pinzón; el coronel Ignacio Comonfort, quien fuera prefecto de Tlapa; el general Rea; el coronel cubano Florencio Villarreal; el coronel Manuel Gil; el coronel Cesáreo Ramos; don Manuel Dublán; el Lic. Pedro Conejo; el Lic. Joaquín Mier; el general Guzmán Mongoy; y los Casarrubias. Este grupo de personas, en muchas ocasiones, se encontraron en el campo de batalla, e incluso, unos perecieron a manos de otros, la gran mayoría seguidores de Juan Álvarez, los otros, incondicionales de Nicolás Bravo, tal es el caso del militar cubano Florencio Villarreal, nacido en la Habana, formó parte del ejército realista integrándose al fijo de Veracruz en 1817, al promulgarse el Plan de Iguala sirve a las órdenes de Nicolás Bravo, durante catorce años permaneció como máxima autoridad de la Costa Chica llegando a enfrentarse a Álvarez en diversas ocasiones, cayó prisionero en Churubusco a manos del ejército norteamericano, hombre hábil y de buena educación, había servido con lealtad al general Bravo, sin embargo, a la muerte de este, colabora en forma cercana con el gobierno de Álvarez, de ahí que al redactarse el Plan de Ayutla, como una muestra de unidad se adjudica su primera redacción al coronel Villarreal, y su final reforma y promulgación a don Juan Álvarez. Como simple anécdota, recordamos que tristemente Florencio Villarreal terminó sirviendo al imperio de Maximiliano, regresando a su viejo ideal reaccionario, una de sus acciones más notables en esta etapa fue servir de guía turístico a la emperatriz Carlota Amalia en su visita a las Grutas de Cacahuamilpa. Otra intentona fue la creación del Departamento de Acapulco, tal hecho apareció a los ojos de muchos miembros del gobierno central como un intento de secesionismo, los generales Álvarez y Bravo ofrecieron recibir con agrado una comisión que se percatara de cuales eran las verdaderas intenciones, y así se hizo; superada esta leve emergencia, se dieron a la tarea de convocar a gran número de los llamados “notables” en el estado, cuyo principal argumento consistía en que durante veinte años su petición había sido ignorada, se fortaleció la “Sociedad de Amigos del Sur”, y finalmente todo quedó en muy buenas intenciones. Las reuniones de notables y militares se sucedían una tras otra, cada vez había mayor organización y en ocasiones el gobierno del centro no veía con malos ojos, y hasta entendía como un acto de justicia histórica la creación tan solicitada.

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Al iniciarse las hostilidades militares con los Estados Unidos, siendo presidente de la república el general José Joaquín de Herrera y Ricardos, se envió el decreto a la Cámara de Diputados, para la creación de un estado que sería formado por territorios tomados al estado de México mayoritariamente, a Puebla y a Michoacán, la principal oposición vino de parte de los gobernadores de Puebla y de Michoacán, habiendo quien asegura que don Juan Álvarez amenazó al gobernador michoacano y que en alguna ocasión secuestró al del estado de México; también se le adjudica a Álvarez el hecho de que tropas a su mando azuzaran a comunidades y habitantes en las márgenes del río Balsas para pedir su incorporación al nuevo estado, la guerra mandó al archivo la solicitud del presidente Herrera, para 1847 Álvarez se incorpora con una fuerza de caballería de cinco mil hombres pertenecientes a la División del Sur, siendo esta etapa de su lucha militar una de las que más perjuicios le acarrearían, el más grave incidente durante la citada guerra se da cuando en las cercanías del Castillo de Chapultepec y de Molino del Rey no participa en los combates con las fuerzas norteamericanas que destrozaban a las mexicanas, cuando él se encontraba en la Calzada de la Verónica -terrenos de la Hacienda de los Morales, a escasos dos o tres kilómetros de donde las acciones se desarrollaban-, es muy factible que Álvarez se limitara a recibir instrucciones de Santa Anna en virtud de que cuando propuso iniciativas para enfrentar al enemigo en su primera participación durante esta guerra, concretamente el 13 de agosto de 1847, tal iniciativa fue rechazada por no convenir a los intereses de Santa Anna, Álvarez propuso en el momento oportuno al Gral. Valencia -que compartía posiciones de defensa con él-, un plan de acción contra la vanguardia norteamericana que se aprestaba a ingresar a la ciudad de México, Valencia rechazó el plan enviando un comunicado al estado mayor de Santa Anna que respondió lo siguiente: “porque, estando, tanto V. E. como dicho señor general, sujetos a las instrucciones que con fecha 11 del corriente se les emitieron por este ministerio, no se puede emprender aquellos movimientos que pueden alterar el plan de operaciones que lleva su S. E (refiriéndose a Santa Anna) en sus movimientos militares. Muy laudable es, y el señor presidente se complace en que el E. Señor Álvarez y V. E. combinen sus movimientos; más esto ya se deja entender que es una manera que no modifique o altere la base fundamental de las instrucciones, pues si esto se verificara, se rompería el hilo de la combinación y no podría llevarse adelante con buen éxito”, este rechazo a la iniciativa militar de

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Álvarez, aunado a la forma por demás extraña en que el farsante jalapeño, supuestamente burló el bloqueo de los norteamericanos para ingresar a Veracruz, y que hoy sabemos fue una instrucción precisa del presidente Polk a los comandantes navales encargados de la acción frente a Veracruz, que a la letra decía “Si Santa Anna desea penetrar en los puertos mexicanos déjesele el paso libre.”, existe además una carta personal de valencia dirigida en privado a Santa Anna el mismo día 13, indicando que había persuadido a Álvarez para que se dirigiera el día 14 a atacar la retaguardia del ejército yanqui, con lo cual las tropas de Álvarez quedarían ubicadas entre la retaguardia del ejército de E. U. y las tropas frescas y recién avitualladas que venían de Puebla, base desde la que el general Scott lanzaba la ofensiva contra la capital, pues el avituallamiento y refuerzo de soldados se hacían desde el Puerto de Veracruz hasta la base de operaciones de Puebla, existiendo un documento de Pacheco, ubicado en Atlixco que aseguraba que existían catorce mil norteamericanos reunidos en Puebla y once mil que avanzaban sobre la ciudad de México, como se ve, la tropa de Álvarez, calculada entre cuatro y cinco mil hombres se hubiera encontrado en medio del fuego de fuerzas infinitamente superiores a las suyas, lo cual de seguro lo hubiera conducido a un desastre. Santa Anna responde a Valencia “comprendo... que usted lo ha persuadido a que abandone el camino carretero que debía haber llevado a retaguardia del enemigo, y lo ha hecho situar a un flanco de este situado hasta 10 leguas, cuando debía tenerlo a la retaguardia según instrucciones que expresamente se le dieron; y como esto trastorna mis planes en parte considerable, he de merecer a usted se enmiende esta falta, dejando que el general Álvarez vaya a cumplir con lo que el gobierno le tenía prevenido y ahora le repite, desaprobándole como es consiguiente su conducta; pues ha quedado libre el enemigo para comunicarse con Puebla que es su base de operaciones y recibir de ahí los auxilios que quiera sin ser hostilizado por su retaguardia”, como el lector se percatará, Santa Anna pretendía que cinco mil hombres de caballería, sin apoyo de artillería ni de infantería iban a poder derrotar a un ejército de once mil hombres que ya bordeaban la ciudad de México, más catorce mil que se aprestaban a unírsele, orden no sólo absurda, sino incluso criminal. Valencia, hombre ambicioso y con afanes protagónicos muy parecidos a los de Santa Anna, al cual pretendía sustituir en el poder aprovecha la ocasión para llevar a cabo un doble juego y ratifica en una segunda misiva dirigida a Santa Anna “dije a

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usted en la primera (carta) la combinación que me proponía el señor Álvarez y la contestación que le di, no conviniendo en sus ideas, y si que marchara, conforma a las mías y a las prevenciones de usted, a retaguardia del enemigo”, sin embargo, en realidad Valencia había conminado al general Álvarez a modificar el plan de Santa Anna instigando al comandante suriano el día 12 desde Anacamilpa, en un parte que a la letra decía: “supuesto que los servicios de esta división pueden ser más útiles por este rumbo por el próximo ataque que usted calcula darán a la capital los enemigos, cambia mi propósito y al amanecer de mañana emprendo mi marcha para Texcoco, donde aguardo las noticias que tenga a bien comunicarme, pues deseo que ambos coadyuvemos a las glorias de la patria y al exterminio de nuestros invasores. Por el camino de Río Frío marcha una partida de nacionales con el objeto de que vayan observando el movimiento de la retaguardia enemiga”, tal comunicación sólo la supo el general Álvarez, quien pretendía ser manipulado, él y su tropa por Santa Anna y por Valencia, con la finalidad que ya antes hemos citado. Lógica era la suspicacia, y en consecuencia la precaución que Álvarez debía tomar ante las acciones de indecisión, dudosa estrategia y falta de poyo por parte de Santa Anna, como fue el caso de la Batalla de La Angostura, en la que al caer la noche Taylor era atacado frontalmente por entusiastas soldados mexicanos, dispuestos a todo por desalojar a los yanquis del país, mientras que las fuerzas de caballería del general Miñón evitaba la retirada del ejército norteamericano, obligándolos a mantener la posición con un gasto notable entre muertos y heridos, sin embargo, el resultado de la batalla quedó indeciso, y aunque el mismo general Taylor estaba convencido de que había sido prácticamente derrotado, y que los siguientes embates serían incontenibles, para sorpresa de todos Santa Anna ordenó la retirada con el pretexto de que las tropas necesitaban un descanso, esta batalla en que la victoria estuvo al alcance de la mano se convirtió en una derrota al evitar por órdenes de Santa Anna, que se persiguiera y aniquilara al enemigo que se retiraba, cosa que de seguro hubiera cambiado el rumbo de la guerra, estos elementos de juicio eran suficientes para que un militar de la estatura de Álvarez temiera que sus tropas fueran usadas como carne de cañón con la finalidad de disminuir el potencial militar del sur y en consecuencia del movimiento liberal y por ende, el fortalecimiento de Santa Anna y su política, existe el antecedente que desde el día 8 de septiembre se había abstenido de enfrentarse a los yanquis que ya

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ocupaban las instalaciones de Molino del Rey, esta misma acción se repite el día 13, ordenando a sus tropas intactas, dirigirse a la Villa de Guadalupe, algún historiador militar como Manuel Balbontín lo exculpa diciendo que Álvarez tenía poca experiencia en batallas a campo abierto y que su lucha siempre fue en terrenos abruptos y serranías, todos sabemos que eso, por banal, queda descartado; sin embargo, lo que es verídico y fundamentado en documentos que así lo acreditan es que Santa Anna ordenó la retirada de Álvarez con su fuerza intacta, instrucción que también recibió y acató don Nicolás Bravo, encargado de las tropas en aquel lugar, que es quien conmina al director del Colegio Militar a que la instalación sea abandonada en virtud de que Santa Anna ordena a las fuerzas en reserva retirarse, curiosamente el acatamiento por parte de Bravo parece no ser recordado por los puntillosos historiadores que descalifican a Álvarez en la misma circunstancia. Sabemos que el director del colegio recibió la orden y solicitó permiso al mismo tiempo para permanecer en el Castillo de Chapultepec como voluntarios, él y doscientos hombres que así lo manifestaron, contingente constituido por estudiantes y personal que laboraba en el mismo, muriendo en la toma de aquel inmueble, seis cadetes que conocemos como “Los Niños Héroes”, quedando heridos y mutilados gran cantidad del resto de los combatientes, quienes fueron condecorados por el General Herrera, a la sazón, Presidente de la República, al cumplirse un año de su heroica acción. Al poco tiempo va a tener otro incidente poco afortunado al ordenar por deserción, el fusilamiento del Capitán Casimiro Ramos, a quien se le acusa de cobardía en acción, Álvarez evita ser llevado a un Tribunal Superior de Justicia por su influencia y prestigio. Al término de la intervención norteamericana, de nuevo el citado decreto de erección del estado se emitió, con la oposición del gobernador del estado de México Francisco Modesto Olaguibel, quien además de oponerse a perder parte de su entidad acusa a Álvarez de una deshonrosísima actuación contra el enemigo estadounidense, habilidosamente olvidando que la inacción y la retirada de Álvarez fueron instrucciones directas del comandante en jefe del ejército en aquel momento, general santa Anna; sin embargo, las situaciones cambian y los gobernadores se suceden. Finalmente todos los gobernadores, y tomando en cuenta lo lastimada que había quedado la nación, decidieron ser prudentes y enviar a sus respectivas legislaturas la solicitud hecha por parte del gobierno federal,

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accediendo de esta manera a la cesión territorial, especial apoyo obtiene en el estado de México al declararse gobernador al Lic. Mariano Riva Palacio, quien fuera nieto del General Vicente Guerrero. Así, el 27 de octubre de 1849 se erigió el estado de Guerrero, siendo su primer gobernador interino don Juan Álvarez, quien a través del Congreso del Estado instalado en Iguala (por aquel entonces capital provisional de la entidad), convoca a elecciones en 1850, declarándolo Primer Gobernador Constitucional del Estado de Guerrero, además de Benemérito en Grado Heroico por su trayectoria como luchador y por su esfuerzo para la creación de la nueva entidad.

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QUINTA ETAPA: LAS ULTIMAS Y TRASCENDENTALES LUCHAS DEL PROCER SURIANO El 29 de abril de 1853 y a consecuencia del llamado Plan Jalisco, Santa Anna regresa al poder por última vez, y en un principio todo hace pensar a los liberales que podrán establecer cierto control sobre el viejo y desprestigiado militar, desgraciadamente las cosas no son así y Santa Anna, más rencoroso y desquiciado que nunca, alegando que él había venido porque así se le había rogado, organiza antes de un mes un gabinete constituido por el intelectual más católico y conservador que tuviera a su disposición: es el historiador Lucas Alamán, el General Álvarez envía una carta al general Santa Anna manifestando su desacuerdo con el nombramiento de Alamán, en virtud de que este tuvo notable participación en el asesinato del General Guerrero, sentado con esto un precedente que contradice a quienes aseguran que don Juan sumisamente aceptó el gobierno de Santa Anna en un principio, este gobierno se caracterizará por la preponderancia de la religión católica y de los fueros civiles y militares. A escasos dos meses de su toma de poder, Santa Anna inicia los trámites de una nueva administración de la república, anulando las legislaturas federales y estatales, concediéndose él mismo, las más amplias facultades para actuar a su libre arbitrio, al poco tiempo se prohibió todo tipo de publicación que criticara al régimen bajo el lema “o encierro, o destierro o entierro”, mientras que la policía política expulsaba del país a una gran cantidad de liberales. El mismo Lucas Alamán, enemigo irreconciliable de los liberales, y resentido por la carta enviada por Álvarez oponiéndose a su designación, declara que “a Álvarez le llegará su turno como le llegó a Guerrero”, ratificando así las sospechas que se tenían sobre su participación en la detención y asesinato del consumador de la independencia. En el colmo del paroxismo Santa Anna decide erigirse prácticamente en emperador y entrega un sobre sellado y lacrado a la cancillería en manos de Alamán, en el que designa quien será su sucesor el día que fallezca. El país no podía seguir soportando tal cantidad de ignominias de un personaje tan desquiciado, que para colmo vende en veinte millones de dólares otra parte del territorio nacional colindante con el estado de Arizona, conocida como La Mesilla, los yanquis entregan a Santa Anna como adelanto siete millones de dólares.

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Por aquel entonces, don Juan y su esposa, -según carta de su fiel amigo y secretario José Gómez, dirigida a Riva Palacio-, han estado gravemente enfermos durante varias semanas, Álvarez, al que los climas templados nunca le sentaron bien decide abandonar Tixtla para poder convalecer en la Costa, para colmo Santa Anna que había pedido a Álvarez que enterraran el hacha lo destituye como Comandante General del Sur. Tan pronto se repone, inmediatamente Álvarez inicia contactos con diversos personajes, algunos, connotados liberales, otros no tanto, pero todos coinciden en un fin común: a Santa Anna hay que quitarlo del poder a como de lugar; así el 3 de enero de 1854 se reúne con su antiguo enemigo Florencio Villarreal, ex colaborador de Bravo, reunión que se realiza en la Hacienda “La Providencia”, y planifican una acción conjunta en contra del omnipresente sátrapa jalapeño, dicen los críticos de Álvarez que éste en un principio aceptó las lisonjas provenientes de Santa Anna, y que sus diferencias se dieron porque los impuestos recaudados, sobre todo en Acapulco y ciudades principales de la costa no llegaban a las arcas del centro, y que además Santa Anna había sustituido al Comandante militar de Acapulco y al Director de aduanas, cosa que molestó a don Juan; estos comentarios no dejan de ser chismes que intentan desacreditar al General Álvarez, que como ya hemos visto desde un principio estuvo en desacuerdo manifiesto con la designación de Lucas Alamán, y desde luego se inconformó con las medidas que afectaban a las autoridades de los estados y el regreso al centralismo. Mientras tanto el General no pierde el tiempo, envía un propio a los Estados Unidos, solicitando al gobierno de aquel país que no entregue el resto del dinero por la compra de La Mesilla a Santa Anna, asimismo obtiene de un acaudalado español, los recursos suficientes para armar y avituallar el movimiento revolucionario que depondrá a su “Alteza Serenísima””. Álvarez lucha por la independencia, posteriormente por la implantación del régimen federalista, más tarde su Plan de Ayutla largará del poder para siempre a Santa Anna, colabora en la Guerra de Reforma, y finalmente es un bastión en contra de la Intervención Francesa, así que minucias como manejo de impuestos o un puesto burocrático y militar

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más o menos, sólo resultan argumentos ridículos que en nada influyen en las grandes decisiones que tomara don Juan. Se acercan a don Juan Álvarez, Eligio Romero, Melchor Ocampo, Arriaga y el Lic. Benito Juárez, ex gobernador de Oaxaca, quienes se incorporan a la lucha apoyados en el Plan de Ayutla. Habían sido expulsados del país hacia Nueva Orleáns, y así, Melchor Ocampo, abogado, originario de Michoacán, durante su exilio se gana la vida haciendo cerámica; Mata, otro de los exiliados, consigue trabajo como mesero; don Benito Juárez, trabaja en una fábrica de puros, y en sus horas libres forman una junta revolucionaria que apoya la lucha que se genera en el sur; es sabido que en aquel momento la figura fundamental del liberalismo mexicano es don Juan Álvarez, y que al conocer que se organizaba una insurrección apoyada en el Plan de Ayutla, los exiliados de Nueva Orleans viajaron a La Habana, de ahí a Panamá y posteriormente a Acapulco para ofrecer sus servicios a las fuerzas de don Juan Álvarez. Al respecto, existe un anécdota en el sentido de que un joven muy modesto de vestimenta austera, con más aspecto de sacristán que de guerrillero, se acercó a don Diego Álvarez para que lo apuntara en la lista como soldado de línea de aquel cuerpo expedicionario que iniciaría la lucha contra Santa Anna, al pedirle su nombre pronunció: “me llamo Benito Juárez García, soy originario de Oaxaca”, se le preguntó que en qué forma podría colaborar con la lucha y él respondió que con la realización de documentos y en la respuesta de todo tipo de correspondencia, se le dotó de una camisa de manta, de un pantalón de la misma tela, una cajetilla de cigarros y se le indicó la forma en que recibiría sus alimentos y cuál sería su habitación; al poco tiempo, el General Álvarez se percató de que aquel humilde personaje era el gran liberal, ex diputado federal y gobernador del estado de Oaxaca, que regresaba del exilio, que había viajado con dinero facilitado por los patriotas mexicanos que residían en Brownsville, Texas, que tenían como misión juntar fondos para quienes se reincorporaban a la lucha en el país y que sin reclamar ningún cargo de dirección reconocía la jetatura de don Juan Álvarez y solicitaba con toda la modestia que siempre lo caracterizó, un lugar para participar en la lucha, naturalmente que don Juan, inmediatamente lo invitó a él y a los exiliados que con él llegaban a formar parte de la dirección del movimiento; posteriormente, como veremos más adelante, al triunfo de la lucha Álvarez, erigido en

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presidente de la república, lo nombraría Ministro de Justicia y posteriormente sería el más notable presidente de México durante el siglo XIX. Durante ese periodo se recopiló la siguiente anécdota: arribó a la Hacienda de “La Providencia”, un oficial de caballería que traía un parte urgente para el general Álvarez, al llegar a la puerta de la casa el militar indicó en forma brusca a un hombre de edad, vestido humildemente, que tomará la rienda de su caballo y lo paseara; aquel hombre tomó las riendas del caballo y sin decir palabra se dedicó a realizar lo que se le había indicado, el correo manifestó a la guardia que traía un parte importante que tenía que ser entregado en propia mano al General Juan Álvarez, a lo que el guardia contestó, “pues ahí lo tiene, es el señor que detiene la rienda de su caballo”; como se verá, don Juan, incluso, en el momento en que era la figura más importante del liberalismo mexicano, no perdía la modestia y sencillez que siempre lo caracterizaron. Para 1854 Álvarez empieza a organizar su ejército, y como siempre, “La Pantera”, con mentalidad de zorro, había puesto a buen recaudo una gran cantidad de equipo y armamento que estuvieron escondidos en forma conveniente en algún lugar de “La Providencia”, estas armas provenían de las que había quitado a Armijo en Texca, en 1830, y que ahora servirían para continuar la lucha por sus ideales. La principal finalidad de estas tropas es evitar el desembarco de fuerzas santanistas y mercenarios, lanza una proclama desenmascarando las verdaderas intenciones de Santa Anna, que esta vez ha decidido instalar la más brutal tiranía; para el 27 de febrero de 1854, en la ciudad de Taxco se reúne con don Ignacio Comonfort y un gran grupo de liberales, ésta reunión se prolongaría en la hacienda “La Providencia”, con el fin de redactar lo que posteriormente sería el Plan de Ayutla. Mientras tanto, Santa Anna dando una muestra más de cobardía y de usura, y ante la velada amenaza de una supuesta invasión, vende el último pedazo de territorio mexicano que anhelaban los yanquis, como ya decíamos el territorio de La Mesilla es incorporado al Estado de Arizona, el mismo embajador de los Estados Unidos, quien había ofrecido veinte millones de dólares por parte de su gobierno, se enfurece al saber que el eterno oportunista se ha conformado con siete. El pueblo de México en general, padece un profundo hartazgo y Santa Anna a partir de entonces carece de toda base social, este tipo de

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excesos ayudó a limar las asperezas entre liberales, moderados y puros; el primero de marzo de 1854 se proclama el Plan de Ayutla, exigía el derrocamiento de Santa Anna, la reinstalación de un Congreso Constituyente y se reconocían como cabezas del movimiento a don Juan Álvarez y a Ignacio Comonfort; los liberales dada la escasez de recursos económicos, notaban que su lucha avanzaba con relativa lentitud, Santa Anna utilizó cinco millones de dólares de la venta de La Mesilla para reforzar a su ejército; en una de las más ridículas acciones de egocentrismo, Santa Anna se había hecho coronar como “Alteza Serenísima”, sus excesos y teatralidades no tenían límite, mientras se enfrenta a mil y un problemas en el país, gasta en comprar satín de seda amarilla y barbas postizas para uniformar a la guardia que lo escoltará durante su coronación y en el palacio de gobierno, su joven esposa Dolores Tosta estrena todos los días diferentes joyas, y su vestuario es directamente traído de Europa; para sostener esto Santa Anna aplica impuestos a cada ventana, a cada puerta y hasta a la posesión de mascotas. Como podemos ver, los rasgos de ausencia de la realidad de quien se autoproclamara su "Alteza Serenísima" ya eran verdaderamente escandalosos. Santos Degollado y don Epitacio Huerta se adhieren al Plan, en Michoacán; don Ignacio de la Llave, en Veracruz; don Juan de la Garza, en Tamaulipas; el voluble Santiago Vidaurri, en Nuevo León; Ignacio Pesquera, en Sonora; y hasta el oficial de policía Plutarco González, en el estado de México; por los moderados se incorpora don Manuel Doblado, en el bajío; y hasta el conservador Antonio Haro y Tamariz, en San Luis Potosí. La propuesta resulta atrayente para todos los hombres de buena fe, se planteaba que una vez que se desalojara a Santa Anna del poder, el general en Jefe Sr. Juan Álvarez convocaría a un representante por cada estado o territorio, quienes elegirían a un presidente interino y quedarían sirviéndole de consejo, procedimiento similar se llevaría a cabo en cada uno de los estados, se realizaría un estatuto provisional, sobre la base de que la nación fuese siempre una sola, indivisible e independiente y la república se organizaría por medio de un congreso extraordinario. Una de las últimas infamias que comete Santa Anna es, difamar hasta el día de su muerte, a uno de los militares y políticos más honestos que han existido en este país, a través de la prensa y sus incondicionales, primero destituye de su cargo en el Monte de Piedad a don José

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Joaquín de Herrera y Ricardos (Presidente que decretara la erección del estado de Guerrero y que siempre fuera enemigo permanente de los excesos santanistas), lo hostiga a través de periodistas pagados y de léperos que lo insultan y ofenden frente a su casa de Tacubaya; el mal estado de salud y la soledad hacen que don José Joaquín muera ante el regocijo de Santa Anna y sin el más mínimo reconocimiento por parte de la nación. Conociendo la situación política y militar que privaba en el país, Santa Anna, paranoico y sabiéndose rechazado incluso por algunos conservadores, instala tropas en el camino a Veracruz, la única defensa que le interesa es la de su persona, dedica los últimos días de su estancia en la ciudad de México a enviar al extranjero todas sus riquezas y posesiones personales, el 16 de agosto por la noche se hace pagar doscientos treinta y dos mil pesos oro a cuenta de sueldos pendientes, la madrugada del 17 abandonó la capital del país terminando así con su última aventura gubernamental. Santa Anna, dada la benevolencia de los liberales, anciano y ciego, se le permitiría regresar para morir en México, semi loco seguía teniendo ínfulas de grandeza. Don Juan Álvarez al frente de liberales puros y moderados entra triunfalmente en la ciudad de Cuernavaca el primero de octubre de 1855, la alegría del pueblo es extraordinaria, pues como sabemos, Álvarez tenía una gran cantidad de seguidores en esa parte del país, dirige un manifiesto a la nación y nombra una Junta de Representantes de los Estados que elegirían presidente interino, el 4 de octubre esta junta lo nombra Presidente Interino de la República, sin embargo, la existencia de liberales puros en su gabinete como Melchor Ocampo, Ministro de Relaciones Exteriores; Benito Juárez, Ministro de Justicia y Guillermo Prieto en Hacienda, hacen que don Ignacio Comonfort, quien ostentaba la cartera de Ministro de la Guerra, se oponga a los anteriores nombramientos iniciando una seria desavenencia con el flamante presidente Álvarez. Como tradicionalmente sucede en nuestro país, una vez que las grandes causas han triunfado, y olvidado cuál era el punto nodal de la lucha, se inician los recelos y las diferencias entre facciones que perciben diferentes matices en un mismo objetivo; así sucedió durante la independencia, así sucedió sucesivamente durante toda la primera mitad

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del siglo XIX y los revolucionarios de Ayutla no podrían ser la excepción, las diferencias entre puros y moderados hicieron que la revolución triunfante, desde un principio tuviera fuerte divisionismo, las medidas radicales tomadas en contra del clero fueron del total desagrado del Ministro de la Guerra, Ignacio Comonfort. Don Juan Álvarez, en virtud de su edad y de sus achaques había tratado de ser parte de la dirección de la lucha pero no eje central, cuando se vio escogido presidente de la república exclamó: “¡cuanto siento este suceso!, porque se juzgará que me rebelé contra Santa Anna para que me hicieran presidente”, a la situación ya de por sí tensa, habría que agregar que a don Juan nunca le gustó apartarse de su costa, para él, hasta el permanecer en Tixtla, en Chilpancingo, en Chilapa le resultaba difícil por el clima, de ahí, que escogiera de los males el menor, decidió iniciar sus gestiones como gobernante en la ciudad de Cuernavaca, ahí por lo menos era visto con afecto por la mayoría del pueblo y su clima no era tan frío como el de la ciudad de México. Las diferencias no cejaban y cada día se hacía mas insostenible la unidad del gobierno liberal, la influencia del clero en el ejército era tal, que a punto estaba de haber una revuelta entre liberales moderados y puros, la posibilidad de un golpe de estado hacen que el gobierno se traslade a la ciudad de México en contra de la voluntad del presidente, los acontecimientos se suceden unos a otros, su salud empeora, las insidias palaciegas no cesan un sólo instante, la prensa con fuertes tintes racistas agrede al presidente a cada momento, e incluso, sus famosos pintos, que en más de una ocasión vertieran su sangre por las mejores causas de la república, eran vistos con desprecio por los habitantes de la capital. Finalmente, Comonfort decide tomar partido por los conservadores y provoca una rebelión en Guanajuato, Álvarez desilusionado, pero prudente y sabio como sabía ser, enfrentó la situación decidiendo por su renuncia, provocando que historiadores como Fuentes Mares, que en un absoluto desconocimiento de la personalidad de Álvarez, lo calumnia, lo difama y hasta aporta datos equivocados, al analizar al personaje, reconoce la nobleza del general, cuando una noche se presentó en casa de Comonfort, el ministro seguramente pensó que el aguerrido suriano venía en son de reclamo, pero no fue así, al encontrarse ambos personajes, el general Álvarez le hizo saber que las diferencias políticas, sus achaques y el clima de la ciudad de México eran demasiado para él,

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que el movimiento que había encabezado no tenía como finalidad el divisionismo, le pidió un abrazo a Comonfort y le dijo: “es usted el nuevo presidente de la república”; entre anonado y sorprendido, Comonfort respondió que eso no iba a ser tan fácil, pues su nombramiento dependía de que lo ratificaran gentes que no coincidían con sus posiciones, Álvarez le hizo patente que aquellos hombres avalarían su decisión, se despidió ratificándole su amistad, e inició su camino al sur. Poco tardó Comonfort en percatarse del error que había cometido, sus nuevos aliados desataron revueltas por todos lados, y muy a su pesar, el general Álvarez tuvo que regresar a la lucha, en Guerrero tuvo que enfrentar a los reaccionarios, en Acapulco, en Tlapa y en la Costa Chica, tomó Cuautepec mientras el resto de los militares liberales se enfrentaban a personajes como Juan Vicario, que combatía en la región norte del estado y en Morelos, el grito de “religión y fueros” de nuevo ensangrentaba al sur, para abril de 1856 la rebelión estaba casi sofocada y las últimas andanzas de Vicario asediando Cuernavaca, serían el último combate, pues la simple proximidad de las fuerzas de Álvarez, hizo que huyera. Un movimiento popular hizo que vecinos de Cuautla y Cuernavaca pidieran su incorporación al Estado de Guerrero, finalmente tal hecho, no se realizó. Don Juan, de regreso a su amada Costa declaró: “pobre entré a la presidencia y pobre salgo de ella, pero con la satisfacción de que no pesa sobre mí la censura pública, porque dedicado desde mi tierna edad al trabajo personal, se manejar el arado para sostener a mi familia sin necesidad de los puestos públicos, donde otros se enriquecen con ultraje de la orfandad y de la miseria”. Hoy nos preguntaríamos ¿cuántos presidentes de México podrán repetir estas mismas palabras refiriéndose a su persona?, De seguro pocos, muy pocos. Se iniciaron los trabajos de la Constitución de 1857, desde el 17 de octubre de 1855 el presidente Álvarez, en cumplimiento del quinto punto del Plan de Ayutla convocó a un Congreso Constituyente que daría leyes a nuestro país, que sería gobernado “bajo la forma de república democrática representativa”, y así el 14 de febrero de 1856 inició sus trabajos el Constituyente, terminándolos el 5 de febrero de 1857. La jura de la Constitución de 1857 se realizó durante el gobierno de

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Comonfort, que declaró “está realizada la más importante de las promesas que hizo a los mexicanos la Revolución de Ayutla: queda jurada la Constitución Política de la República decretada por el Congreso en 1856”. Se excomulgó a todo aquel que acatara la Constitución. Esto creó un verdadero cisma en el gobierno, pues todos los funcionarios y empleados gubernamentales y militares debían de jurar obediencia a la misma, desde luego, en el ejército no tardó en explotar el descontento, Comonfort, con el afán de mediar, solicitó reformas a la flamante Carta Magna, con lo que finalmente él mismo traicionó sus ideales y el 19 de diciembre de 1857 se sumó al Plan de Tacubaya que a la letra exigía la derogación de la Constitución, poder discrecional del presidente de la república y la elaboración de una nueva Constitución de corte conservador; este acontecimiento dio inicio a lo que en la historia de México se conoce como “Guerra de Tres Años”, o “Guerra de Reforma”. Durante los años 1858, 59 y 60, don Juan Álvarez dirige la División del Sur, y aunque las tropas no son personalmente dirigidas por él, coordina las operaciones sobre Taxco y Cutzamala en contra de los gobiernos de Zuluaga y de Miramón. Don Juan, para 1861, es una figura fundamental del liberalismo, pero cansado e incomprendido prefiere mantenerse en “La Providencia”, su vida familiar es de fundamental importancia para aquellos años, y sintiendo el cansancio de casi medio siglo de lucha, dicta su testamento nombrando albacea a su hijo Diego y a su esposa Faustina Benítez; pero para el viejo insurgente no todo eran sinsabores, el Congreso y el gobierno del Estado de Tamaulipas lo declaran “Ciudadano” de tal entidad, rindiéndole tributo por su incansable lucha a favor de la independencia y el federalismo. Pero sin saberlo, la lucha para don Juan no ha terminado, y a pesar de que en sus últimos años se dedica a dictar a sus secretarios dos libros y a recibir honores de orden nacional e internacional, el destino le depara una última prueba. En el año de 1862 México es invadido, el presidente Juárez gobierna la nación y declara la imposibilidad de liquidar los adeudos internacionales, casi todos de corte leonino, y producto de empréstitos que los gobiernos conservadores habían obtenido para pertrechos militares y despilfarros. Francia, Inglaterra y España

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desembarcan tropas en Veracruz, el ministro Inglés y el comandante de las fuerzas españolas, general Prim, deciden reactivar las negociaciones con el gobierno de Juárez y retiran sus tropas y sus naves de guerra; sin embargo Napoleón III, conocido como “Napoléon el Pequeño”, pretende emular a su ilustre antepasado, realizando conquistas en ultramar, ya lo había logrado en el norte de África y en Indochina, en lo que hoy conocemos como República Popular de Vietnam, y pensó que México sería una presa fácil, el emperador de Francia ni siquiera respeta los acuerdos diplomáticos que se habían tomado durante el desembarco, e inicia las acciones militares en forma alevosa, Juan Álvarez es el gran baluarte en el sur del gobierno juarista, a tal grado que el mismo Juárez aconsejaba a sus generales que en caso de no poder acordar con él personalmente, se dirigieran a “La Providencia”, pues las directrices que recibieran del General Álvarez eran como suyas propias. Del 62 al 67 que dura la Intervención Francesa a la que se incorporan las tropas conservadores mexicanas, belgas, austriacas y hasta mercenarios argelinos y de otras latitudes, encuentran en sus muy esporádicos intentos por dominar al sur, que tal empresa es prácticamente imposible, el control militar, táctico y estratégico de Álvarez que delega el mando de las acciones en el campo de batalla a su hijo Diego y a otros militares distinguidos como el general Cesáreo Ramos, el general Berdeja, el coronel Solís y otros, se concretizan en logros para la república. Álvarez supo del inicio de hostilidades entre el ejército francés y el mexicano el 9 de abril de 1862, según señala Bushnell. En una proclama dirigida a las tropas a su mando, Álvarez los invita a olvidarse del número de hombres de que consta el ejército francés, les recuerda que la fe, la decisión y el valor eran más importantes que el número de armas. Don Juan, que es muy dado a las citas de tipo literario e histórico, recuerda a Leónidas y sus trescientos héroes que se enfrentaron al poderoso ejército de Jerjes en las Termópilas, e igualmente recuerda a Epitacio Sánchez que con un grupo de treinta aguerridos guerrilleros mexicanos, derrotó a cuatrocientos españoles durante la guerra de independencia. El 10 de enero de 1863 cuatro barcos de la armada francesa penetraron en la bahía de Acapulco, fueron recibidos con fuego de artillería, pero los cañones franceses, de mejor manufactura, destruyeron las instalaciones artilleras de la costa; sin embargo los franceses decidieron no desembarcar en el puerto y continuaron su ruta por el pacífico. Don Juan les había preparado una recepción en la que dos mil hombres encabezados por su hijo Diego les

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harían saber que el sur nunca sería un territorio al que pudieran dominar con facilidad y menos en forma permanente. El año de 1864 transcurre entre breves enfrentamientos y hostigamiento por parte del enemigo, tanto extranjero como nacional; Diego Álvarez, bajo la dirección del viejo don Juan derrota a su eterno enemigo Vicario, y de paso obliga a los franceses a desalojar el puerto. En 1865 y ante la cobarde defección de Ramón Cajiga, gobernador de Oaxaca, que decide pasarse al lado de los franceses, don Juan emite el siguiente comunicado a Matías Romero, embajador de México en Washington: “Si se nos echan encima a pesar de la diferencia numérica pelearemos cada centímetro de nuestro territorio, repitiendo la memorable época de nuestra primera guerra de independencia, no le puedo asegurar que triunfaremos, pero definitivamente lucharé con cada fuerza disponible porque eso es lo que debemos hacer para asegurar el triunfo de la república, tengo fe en el futuro de mi patria”. Entre 1864 y 1866, don Juan contó con la presencia y apoyo de un huésped sumamente distinguido: Ignacio Manuel Altamirano. El joven Altamirano, ahora erigido en aguerrido coronel de la División del Sur, compartía estos momentos de lucha y de gloria con quien fuera su primer apoyo para poder realizar estudios, finalmente Altamirano se incorpora a las fuerzas de Vicente Jiménez en Tixtla, quien por cierto también recibía indicaciones desde “La Providencia”. La última orden como militar llegó a don Juan el 21 de agosto de 1867, el periódico oficial de la federación publicó una orden a los Generales de División con mando de tropa, entre los que incluía a don Juan Álvarez, comandante de la División del Sur, en donde además se le reconocía el título de Benemérito de la Patria, y se le indicaba que a partir de esa fecha la tropa a su mando quedaba incluida como la quinta División y que abarcaba la guarnición de Acapulco; esta última orden ya no podría ser acatada por el anciano General guerrerense, el magnífico patriota, el defensor de los pueblos indios, el luchador por la independencia, el joven escolta de Morelos y compañero de andanzas de Vicente Guerrero dejaría de existir precisamente ese día. La patria, una vez más, había obtenido los servicios de don Juan Álvarez, que a pesar de su avanzada edad demostró con creces todas las virtudes de que lo revistió la naturaleza y que sirvieron a la causa de México, de la libertad y de los

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hombres honestos del sur. En el epitafio de su tumba, allá, en su amada “Providencia”, se grabó el siguiente texto: “AQUÍ YACEN LOS RESTOS DEL C. GENERAL DE DIVISIÓN JUAN ÁLVAREZ HURTADO, BENEMÉRITO DE LA PATRIA Y DECANO DE LA INDEPENDENCIA MEXICANA, CAMPEÓN DE LA DEMOCRACIA E INICIADOR DE LA REFORMA, SIENDO PRESIDENTE EN 1855. EN LA VIDA PRIVADA FUE EXCELENTE ESPOSO, TIERNO PADRE Y LEAL AMIGO; NACIÓ EL 27 DE ENERO DE 1790 EN EL BARRIO DE LA TACHUELA DE LA CIUDAD DE ATOYAC Y FALLECIÓ EN SU HACIENDA DE LA PROVIDENCIA EL 21 DE AGOSTO DE 1867; SU ESPOSA E HIJOS OPRIMIDOS DE DOLOR CONSAGRAN A ESA MEMORIA ESTA HUMILDE LÁPIDA.”. El haber podido realizar este modesto trabajo sobre un hombre tan insigne y al mismo tiempo tan humano, nos remite nuevamente a reflexionar el porqué don Juan Álvarez Hurtado continúa siendo un héroe disminuido en su grandeza por quienes se dedican a escribir la historia oficial y al mismo tiempo me parece que a todo aquel, en especial los jóvenes, y muy en especial los jóvenes del sur de México, al conocer la constancia, honestidad, valor e inteligencia de Álvarez, tendrán un bastión más para sentirse orgullosos de su pasado y para ratificar la importancia que el esfuerzo de los mejores hombres del sur ha tenido para con nuestro país, y, finalmente, que nos place que hoy una gran cantidad de historiadores dediquen su esfuerzo a revivir las hazañas de don Juan Álvarez Hurtado.

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APÉNDICE ANEXO 1.- PROCLAMA DEL GENERAL JUAN N. ÁLVAREZ A LOS SOLDADOS DE LA COSTA CHICA Y EL PLAN DE AYUTLA (Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional) Ante la dictadura santanista, el grupo progresista preparó un plan en contra del régimen, el cual fue proclamado por el Coronel Florencio Villareal, el 1/o. de marzo de 1854; este documento conocido como el Plan de Ayutla, fue suscrito por los Generales Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. En él se desconoció al General Antonio López de Santa Anna, como Presidente y a los funcionarios del gobierno que lo apoyaran y señalaba que el comandante del Ejército Revolucionario, nombraría un Presidente Interino, el cual convocaría a un Congreso que daría a la nación una organización republicana, representativa y popular, creándose con ello instituciones liberales. La Revolución de Ayutla creció logrando que las principales ciudades y regiones del país, se reunieran con la finalidad de derribar al régimen dictatorial. El General Álvarez, para poder obtener el apoyo de la población lanzó constantes desplegados a la población que simpatizaba con el naciente movimiento. Un ejemplo de ello lo constituyó la proclama emitida por el citado General en Texca, actual estado de Guerrero, el 21 de julio de 1855. Fue tal el éxito de este desplegado que el apoyo de la población fue total, al grado de que Santa Anna, se vio obligado a abandonar el país el 16 de agosto de 1855. El movimiento triunfó y Juan Álvarez fue nombrado Presidente Interino de la República, el 4 de octubre del mismo año. El triunfo de la Revolución de Ayutla motivó la creación del Congreso en 1856, el cual promulgó la Constitución Liberal de 1857.

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ANEXO .-PROCLAMA DEL GENERAL JUAN ÁLVAREZ A LOS SOLDADOS DE LA COSTA CHICA Y EL PLAN DE AYUTLA

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MANIFIESTO A LA GRAN NACION MEXICANA POR EL CUAL EL GENERAL ANTONIO LOPEZ DE SANTA ANNA PROCLAMO LA REPUBLICA. (Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional) Al día siguiente de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, el 28 de septiembre de 1821, se estableció la Junta Provisional Gubernativa, integrada por personalidades del clero, militares y aristócratas, la que de acuerdo al Plan de Iguala y Tratados de Córdoba, debía servir como gobierno provisional; una vez reunida la junta, redactó y decretó ese mismo día el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, además de designar una Regencia, presidida por el Generalísimo Agustín de Iturbide. El 18 de mayo de 1822, varios grupos de soldados secundados por el pueblo de la Ciudad de México, proclamaron a Iturbide como Agustín Primero, Emperador de México, al día siguiente el Congreso amenazado por una multitud aprobó la elección de Iturbide y este aceptó el cargo el mismo día. A partir de su coronación el emperador se volvió mas impositivo y disolvió el Congreso que se había declarado abiertamente en su contra, e inmediatamente estableció una Junta Nacional Constituyente, con los diputados afectos a él. Cuando la mayoría del país estaba inconforme con la nueva forma de gobierno, en el Puerto de Veracruz, el 2 de diciembre del citado año, el General Antonio López de Santa Anna, a la cabeza de 500 hombres lanzó el Plan de Veracruz, por medio del cual proclamó la República y él como primer jefe de ella. En el manifiesto que el General Santa Anna dirigió a la nación, hizo referencias del poder sin límites del emperador, de la disolución del Congreso, de la falta de libertad de expresión entre otros aspectos. Ante este tipo de situaciones que él consideraba llevarían al país a la ruina, propuso un sistema republicano, por el cual se afianzarían los derechos y libertades del pueblo mexicano, además de observarse la constitución española y decretos mexicanos hasta que se redactara una propia. El mismo Santa Anna mencionaba que no lo movían honores y premios, sino el bien común de la unión y fraternidad de americanos y europeos; para lograr lo anterior estaba dispuesto a sacrificar su propia existencia y fortuna y a cambio de ello exigía a los soldados de la Patria, valor, fidelidad y constancia.

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El General José Antonio Echavarri convocó a una reunión de oficiales, cuyo resultado fue el Plan de Casa Mata, lanzado el 1o. de febrero de 1823, por el que desconocía a Iturbide y pedía se consultara a la nación sobre la nueva forma de gobierno que debía adoptarse. Los Generales Santa Anna y Guadalupe Victoria apoyaron dicho plan, obligando a Iturbide a restablecer el Congreso, el 7 de marzo de 1823, y ante él presentó su abdicación el 19 del mismo mes. El Congreso un mes después declaró nula la elección del emperador y lo obligó a salir del país.

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MANIFIESTO A LA GRAN NACION MEXICANA POR EL CUAL EL GENERAL ANTONIO LOPEZ DE SANTA ANNA PROCLAMO LA REPUBLICA. (Paliografiado, Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional)

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EL GENERAL MURIO EN SU CASA -Juan Álvarez en acciónLic. Félix Manuel Villela Hernández Chilpancingo, Gro., Año 2001

DEDICATORIA: A las instituciones culturales que son parte de mi esfuerzo: Escritores Guerrerenses, A.C. Guerrero Cultural Siglo XXI. Sociedad de Geografía y Estadística, Guerrero.

Agradecimientos: Una vez más, quiero reconocer la tolerancia que me tuvo Mati, mi esposa, durante el tiempo que me llevó esta tarea. Mis más sinceros agradecimientos para Hermilo Castorena Noriega que me dio acceso a su archivo personal, además de obsequiarme varias copias fotostáticas de 13 importantes documentos que fueron considerados en la obra; a Silvana Martínez que tuvo la gentileza de dirigir mi trabajo de captura; al Lic. Juan Pablo Leyva y Córdoba, a los maestros Arturo Nava, Ignacio Mena y Hermilo Castorena, por tener la paciencia de revisarla y confirmar los acontecimientos históricos que se tocan. Mi reconocimiento a Ricardo Infante que me alentó logrando que mi entusiasmo se desbordara por ver con detenimiento la vida del general Juan Álvarez, personaje que tiene ángulos tan relevantes en la historia de México y de nuestro estado. Comprendo que el creador de la entidad guerrerense merece un análisis más profundo -¡hay tanto que decir!- me esforzaré por enriquecer este trabajo. Al Lic. René Juárez Cisneros, gobernador del estado, seguro de que continuará apoyando el esfuerzo de los investigadores guerrerenses que deseen seguir hurgando en nuestro pasado histórico, para conocerlo y valorarlo en sus justas dimensiones. Esta es una parte modesta de aportación, en ese gran proyecto cultural.

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I.- EL SUR HACIA FINES DEL SIGLO XIX. EL ORIGEN. Antonio Álvarez, español de origen gallego, llegó al país en 1786. Como otros muchos de sus paisanos, con el deseo de hacer fortuna en las tierras conquistadas del Nuevo Mundo. Era originario de Santiago de Compostela, en la provincia de Galicia en España, famosa por su religiosidad y sus concurridas romerías y peregrinaciones. El sueño de los españoles que venían a México, era el de llenar sus alforjas de oro y plata; regresar a su terruño y disfrutar de esa cosecha por el resto de su vida. Sin embargo, algunos que nada dejaron tras el camino de su aventura, sentaron reales y se establecieron definitivamente en las tierras de la esperanza. Estos fueron los propósitos de Antonio Álvarez. Cruzó el antes temido Atlántico; pasó de largo por la isla de Cuba para desembarcar luego en Veracruz; siguió al poco tiempo a la capital de la Nueva España, y se dio el tiempo necesario para pensar detenidamente el rumbo que tomaría para establecerse en definitiva. Escogió, como meta final, las costas del Pacífico. Fue así como llegó al puerto de Acapulco. Este lugar reunía muchas de las cualidades que todo buen español aventurero buscaba para hacer fortuna: puerto de altura y cabotaje; lugar que tocaba la rica nao de Filipinas conocida por doquier como la nao de China; allí salía y llegaba todo tipo de mercancías en tránsito desde Asia rumbo a México; mercancías que atravesaban el país hasta el Atlántico para llegar a Europa, siguiendo la ruta terrestre Acapulco-Veracruz. Estas naves, a su regreso a Filipinas, nunca se iban con las bodegas vacías, cargaban con todo aquello que se elaboraba en la América hispana para el consumo; manufacturas indianas o europeas, útiles para el uso y consumo de la población del extremo oriente. Era también puerto de embarque de la ruta marítima, en viaje redondo, de la Nueva España a Perú. Escogido el lugar y establecido en él, Antonio Álvarez se relacionó con las autoridades, buscando acomodo y el imprescindible apoyo entre los españoles establecidos. Los recién llegados a cualquier poblado de México, buscaban protección y relaciones que los unieran y los fortalecieran dentro del grupo de poder que allí representaban. Sus lazos de unión se hacían indisolubles una vez localizados. Ante la vista de los criollos, los mestizos y los nativos; los españoles eran los amos y el poder. Eran los dominadores. Representaban la autoridad; y para darlo a entender, aparte de estar unidos, debían manifestarse como únicos poseedores del derecho, de la fuerza y de la ley, y había que demostrarlo. El puerto de Acapulco, era diferente a otros grandes puertos del país. Su movimiento marítimo, era columpio de un vaivén del

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comercio entre Asia, Europa y Suramérica; la recaudación de las aduanas, tanto por concepto de importaciones, como por exportaciones, se manifestaban como fuentes principales de la riqueza; el filón donde colmaba su insaciabilidad de cobros el gobierno virreinal, que los anexaba a las fabulosas e inacabables partidas que se enviaban al rey de España. Una gran parte de esa inmensa fortuna, se iba quedando en los bolsillos de los representantes de la corona en México. Los administradores, con todo el poder de su representación, soltaban alegremente las manos en los fondos que por ley, pertenecían al gobierno dominante. La entrada y salida de diversos productos y mercancías; la llegada y la partida en viajes comerciales de naos, galeras artilladas, barcos y naves de todos los calados; el trajín de gentes de incontables razas; de los credos más variados, hombres de todos los temperamentos; aventureros y trabajadores, elementos diversos que en conjunto, le daban al puerto las características en importancia, de los centros de recaudación fiscal que la corona española requería. Antonio Álvarez anduvo de aquí para allá recorriendo los pueblos costeños y casi los absorbió relacionándose debidamente. En tránsito, pudo establecerse repetidas veces en el puerto, pero no era el punto final de su camino, no lo hizo, porque sintió que no llenaba sus aspiraciones esenciales; buscaba algo más seguro, más tranquilo; algo que le permitiera hacer fortuna en forma apacible y honesta; una fortuna que no pensaba llevarla a la madre patria; hacerla aquí, y aquí disfrutarla hasta donde le fuera posible. Consolidarla en un lugar permanente. Sus sueños nunca fueron los de acumular lingotes de oro para ir a gastar su valor en los centros de esparcimiento de su país o de Europa. En Acapulco buscó una casa donde le dieran hospedaje y comida barata. Allí conoció a una mujer atractiva, mulata que le atendía bien. Al poco tiempo en ella encontró apoyo y orientaciones para formalizar sus propósitos y en la misma razón para sus viajes. Era una mulata atractiva, aunque de no muy buena reputación. Al español, no le importaban los malos conceptos que de ella tuviera la gente; a él lo atendía y lo comprendía, lo orientaba y le servía en cuanto le pidiera. Con ella decidió hacer planes para formar una familia honesta. No le importaba lo que pensaran o dijeran sus paisanos. Quería vivir sepultado en el olvido de los demás, al abrigo pródigo de estas tierras conquistadas por sus mayores. Estas tierras que consideró hechas para ellos dos como pareja. Vivirían al amparo del amor y el hogar de la familia que deseaban formar. Sabía que los lazos de amor que surgieran entre ellos, serían indisolubles. Aunque no se lo aconsejaban, buscó con calma, por su cuenta y riesgo, el lugar adecuado para fincar su propiedad, cultivar el campo, y coleccionar las monedas obtenidas con el esfuerzo de su trabajo. Él no había dejado polvos amargos tras de su camino; el Atlántico lavó sus ambiciones y los pasos de sus anteriores correrías, que no arrastraban

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manchas de delito; o las penurias de sus familiares lejanos, o las avaricias de una supuesta nobleza que debería rescatar. En Acapulco, pues, conoció a Rafaela Hurtado, cierto, porteña robusta, que se adecuaba a su edad, y le parecía que tenía las características apropiadas para hacerla su compañera. Unieron sus vidas y formalizaron sus propósitos. Trazaron sus planes y no tardaron en encontrar el lugar para echar raíces. En sus frecuentes viajes de negocios, Antonio Álvarez había conocido muchos lugares de la Costa Grande. Pero ambos decidieron comprar y ubicarse en el rancho de La Tachuela, conocido como barrio perteneciente al pueblo de Santa María de la Concepción Atoyac, para establecerse. Partieron hacia allá y levantaron su casa. En el Barrio de la Tachuela; hoy conocido como Arenal de Álvarez en el municipio de San Jerónimo de Juárez, desde un principio estuvieron dedicados al trabajo, hasta su muerte. Desde luego dieron muestras para encausar el rancho que fincaron, primero en un rústico solar y que poco a poco, con los años, lo fueron ampliando con modesta celeridad, gracias a la dedicación y esmero con que lo iban formando. Este barrio, recibió el nombre de La Tachuela, debido a la abundancia que había en su terreno, de un matorral, ya casi desaparecido por las tumbas para la siembra, muy semejante al huizache, que tenía en sus ramas, un tipo especial de espinas: cortas, puntiagudas y resistentes, que parecían tachuelas. De ahí que le acomodaran ese nombre. Pronto puso alegría en el hogar el nacimiento de un varoncito que consolidaba la unión de aquella pareja. La exuberancia de la naturaleza se manifiesta plenamente en aquella parte de la costa, y fue el mejor escenario para el desarrollo del nuevo ser que se integraba a la familia Álvarez Hurtado. El Ing. Ricardo Heredia Álvarez, recogió rumores históricos que se volvieron leyenda en voz del señor Isaías Alarcón Cienfuegos, de Tixtla. Se afirmaba que el español Antonio Álvarez, al viajar hacia el sur desde la capital de la Nueva España, al llegar de paso a esa población, traía consigo a dos niños; afirmándose que uno de ellos era su hijo Juan. El padre dejó encargados a los dos menores con la familia Alarcón Cienfuegos por varios años, teniendo tanta intimidad familiar que incluso, como era costumbre, la familia protectora y los niños usaron indistintamente los apellidos Alarcón o Álvarez. Sin embargo, don Juan, no lo menciona así en su testamento, y lo ignora también su biógrafo, Pérez Hernández, que fuera a la vez su secretario particular.

SANTA MARÍA DE LA ASUNCIÓN ATOYAC. Haciendo volver las páginas de la historia, recorremos mentalmente aquellos pasajes cuando Cuauhtémoc, último rey y señor

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de los mexica, cayó en poder de los españoles, y Hernán Cortés dispuso los primeros movimientos para consolidar la conquista. En apoyo a lo que se logró con la espada y la codicia, la cruz de la religión le dio estabilidad y fuerza. Grupos de misioneros católicos se esparcieron por los nuevos territorios y derribando los templos de la idolatría, levantaron las iglesias de la cristiandad y evangelizaron a los conquistados. Una de esas tareas transformadoras, fue la de aplicar a los poblados nombres de santos y mártires católicos. Era una forma efectiva de adentrarse en la conciencias de los naturales. A la población de Atoyac, los misioneros agustinos, representados por Fray Juan Bautista Moya, le adjudicó el nombre de Santa María de la Asunción de Atoyac. Se encuentra localizada entre las coordenadas geográficas: 17° 12’ de Lat. N., y 100° 26’ de Long. W. Donde se encuentra asentada, siempre fue un lugar privilegiado por la Naturaleza. Hacia el suroeste, lado del mar, se extiende la fértil planicie de la costa que se alarga de norte a sur con litorales sin límite para la vista. Al lado opuesto, las estribaciones de la Sierra Madre del Sur: ambas, colosales murallas naturales que encierran un vergel dentro de su paralelismo. En medio de ese portento natural, creció ese nuevo miembro de la familia. En el bautismo, recibió el nombre de Juan, Juan Álvarez Hurtado, pero posteriormente, sólo sería reconocido como Juan Álvarez, alias El Gallego. El apodo se lo heredaron los vecinos y conocidos, por que así nombraban a su padre, desde sus correrías en Acapulco; sobrenombre que le perduró para toda la vida. Sus rasgos fisonómicos denotaban su origen, su descendencia genética. Unos los heredó de su madre, de auténtica cepa mulata; los europeos, de su padre, traídos desde allende el mar. La historiadora, maestra Teresa Pavía, nos da una descripción detallada sobre la preponderancia étnica de nuestro personaje. Algún autor o biógrafo equivocado, creyó ver en un rasgo de la firma del ilustre guerrerense, la letra “N”, y la hizo notar en sus obras como parte integrante de su nombre; sin más, se la agregó como si realmente existiera; y le atribuyó el nombre de Juan “N”. Álvarez. Esto dio motivo para que otros investigadores buscaran inútilmente la razón de la “N”, en calendarios, parentescos o asentamientos de bautizo, sin que se encontrara razón que justificara la aparición de la famosa “N”, que tal vez, alguien creyó ver en algún rasgo de su firma, cuando don Juan la haya hecho con cierta premura, cosa que en ninguna otra ocasión volvió a aparecer. Debido a la carencia de su acta de nacimiento que nunca ha aparecido, otros autores se fundaron en el error y lo siguieron escribiendo como si se llamara Juan (N) Álvarez, en la actualidad se ha corregido la falta. Hace mención de ello el escritor

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Hermilo Castorena Noriega en su obra “La N de Juan Álvarez”,. I que publicó con motivo de un concurso biográfico sobre don Juan Álvarez Hurtado, en el mes de octubre de 1990. Antes de la llegada de los españoles a este lugar, solamente se llamaba Atoyac, pequeño y tranquilo pueblo indígena, bañado por la brisa que el mar empuja por las tardes hasta deshacerla en las altas crestas de la sierra. El clima cálido de las planicies se mezcla con el templado tan pronto inicia su ascenso a las montañas hasta volverse frío en las partes altas de las cumbres. Atoyac, está distante de Acapulco unos 84 km hacia el norte, con 200 msnm. Sus suelos pertenecen a la clase de los chernozem o negros con descalcificación, propios para la agricultura. Su flora es mediana caducifolia, con árboles de altura media de 15 metros, y tallo cilíndrico principalmente. Hacia la parte alta crecían los árboles de pascua, lirios, palos de arco, mariposa, pitos, vara de estrella, zolohxóchelt y peineta. En los bajos, que es zona cálida, abundaban el cascaloxóchelt, primaveras, clavellinas, bocotes, mezquites, criscétilos o san Juan, quiebraplatos, tachuelas; y en los altos de la sierra, tupen el bosque los encinos, pinos, ayacahuites y magnolias. La población fue levantada junto al cauce del río. De ahí que su nombre en náhuatl fuera el de Atoyac, de atl=agua, y toyahui= corriente, que traducido al castellano, significa: corriente de agua, y hay quienes opinen que se traduce como lugar del río, o agua que se esparce. Fue fundado por el año de 1498 por indígenas originarios de Mexcaltepec, pertenecientes al reino de Zacatula. Así era el lugar que el gallego Antonio Álvarez había escogido para establecerse en las tierras exuberantes y cálidas de la costa, muy cercanas al puerto de Acapulco.

JUAN ÁLVAREZ HURTADO. Nació el 27 de enero de 1790. Para entonces su padre ya se consideraba bien establecido; contemplaba una fortuna que iba en aumento cada día. Hacía inversiones para agrandar la propiedad y le agregaba factores que la hacían más próspera. La tierra y el ganado eran la fuente de su trabajo. La naturaleza de aquella región era pródiga, y con dedicación, prometía progreso y abundancia. Su hijo Juan fue el único descendiente del matrimonio. En medio de este ambiente pródigo fue creciendo y despertando a la vida y las costumbres del medio ambiente costeño. Su madre era afecta a I

.- El mismo gobierno del estado, publicó una ficha cronológica en 1971, con el título de: Gral. Juan N. Álvarez Hurtado”. Véase en el apéndice el decreto que rectificó este error.

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tener aves canoras y de bellos colores en su casa; por eso también, tuvo a la vista los tucanes, margaritas, gallinas pico de oro, pájaros de mayo, jilgueros, gorriones, primaveras, calandrias, pericos, cotorros y palomas. Conoció y corrió tras las urracas, aguilillas, guacos, guacamayas, búhos y lechuzas. Supo del instinto de limpieza de los zopilotes y las auras frente a los cuerpos yertos o la carroña fétida; distinguió la placidez y la presencia del peligro, en los cantos y el chillido de los animales, tanto domésticos o cautivos, como libres y dañinos que lo rodeaban. En las cercanías abundaban los tigres, pumas, onzas, panteras, gato montés, jabalíes, tejones y todo tipo de víboras, como la coralillo, azotadora, boa, cascabel sorda, alacranes y escorpiones. Desde chico se volvió cazador de lagartijas, iguanas, tortugas, faisanes. Asistió con su padre a la caza del venado y a la persecución del lagarto. Aprendió al lado de los labriegos, las primeras faenas del campo: usar el azadón, correr la escarda, montar a caballo, la recogida del ganado y su “herrada”, el degüello de las reses y su destazamiento. Aprendió a dividir los cortes de la carne y el destino que se le daba cuando estaba fresca, o para hacerla oreada hasta convertirla en cecina para que, ya fuera seca y salada, durara mucho tiempo, o bien, sólo asoleada un poco para su consumo inmediato. En sus primeros seis años de vida, fue buen observador y aprendiz de las tareas del hogar y el campo, al lado de sus padres, que lo mantuvieron diestro en todas aquellas que incluso, iban más allá de su edad. Nada en especial; era la vida normal de un muchacho de campo de su edad, dentro de una familia de medianas comodidades, en esa época. Este valioso aprendizaje y los bienes que se fueron acumulando, serían la herencia que los padres dejarían al hijo. Ambas cosas de incalculable valor para el futuro insurgente. Hasta los trece años, el joven Juan creció como todos los muchachos de la costa: jugando con sus compañeritos bajo la sombra de árboles y palmeras; corriendo a la orilla del río Atoyac, y escapando –cuando ya pudo hacerlo- a las playas del mar, que para él eran la admiración más grande. En unión de los hijos de los caporales y vaqueros, de arrieros y campesinos, fue fortaleciendo su espíritu libre y férreo; entre las inmensidades del mar y la elevación agreste de las montañas. Y lo más importante en su vida: aprendió a querer profundamente al terruño, que lo sentía como un jirón vivo de su cuerpo; como una prolongación palpitante de su patria. El padre, temeroso de que el hijo se perdiera en la ignorancia como era común entre los jóvenes costeños, pobres y sin mayores posibilidades ni aspiraciones, tomó la determinación de que se educara, de que adquiriera la más elemental cultura. Muchos españoles de lugares más importantes y mejor comunicados, lo hacían. Sacrificar la presencia del niño dentro de tan reducida familia, se compensaba al saber que su instrucción educativa le daría más prestancia social, para que sus bienes, logrados con esfuerzo, quedaran a su muerte, en

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manos de un digno heredero, de un hombre trabajador y preparado para todos los avatares de la vida. De acuerdo con su esposa, decidieron enviarlo a la Ciudad de México para que estudiara. Algo insólito en aquellos apartados lugares y para esos difíciles tiempos. La familia se sintió con posibilidades para sostenerlo a la distancia y en uso de ese derecho, lo enviaron a la capital aprovechando el paso de una recua de los Galeana, que llevaba mercancía, y que cada año dos veces cruzaba por allí, cuando la producción ya era suficiente para su venta. En 1796 partió el joven para convertirse en un estudiante de la Ciudad de México, capital de la Nueva España. Con las recomendaciones respectivas, lo dejaron al cuidado de un ameritado profesor de la época que manejaba su propia escuela con el nombre de Instituto de Primeras Letras, y que gozaba de un merecido prestigio como educador pese a su juventud, el maestro Ignacio Avilés. Esto le permitió a la familia Álvarez tener un acercamiento de confianza con el educador que se prolongó por el tiempo de la estadía del muchacho como estudiante. Esta ausencia ocupó casi un lustro, debido a lo azaroso de los caminos y el tiempo prolongado de los viajes. Cuatro años sin volver a casa. La lejanía, incluso, le impidió estar presente en los funerales de la madre, quien falleciera el día 30 abril y sepultada el 3 de mayo de 1799. Fue un golpe duro, que no pudo atenuar la distancia. Mucho sintió el deceso. Más le dolió no poder estar en el velorio ni en el cortejo hasta el sepulcro. Comprendió que la lejanía es dolorosa y que nos hace impasibles ante los obstáculos insalvables de la vida. Él, sólo pudo regresar a su terruño, un año después, hasta 1800, cuando hubo terminado el ciclo de sus estudios elementales. Cuando ya estuvo en condiciones de hacerlo, localizó el mesón donde apacentaban las recuas y se puso en contacto con los arrieros que partirían en viaje de regreso hacia la costa; y por indicaciones de su padre, se preparó para el ansiado retorno. Entró en comunicación con el jefe de la caravana, que pertenecía a los Galeana y se incorporó a la columna el día señalado para la partida. Este viaje hacia la tierra amada, abrió el pórtico de su propia historia; fue como un capítulo que aparece anticipadamente brillante, con los nombres de los personajes que en esta ocasión le tocó conocer y que pronto entrarían en su futuro; en esos menesteres heroicos que vendrían para forjar el México nuevo, como nación independiente. Nos narra el Profesor Leopoldo Carranco Cardoso 1 en una de sus obras, esta leyenda histórica que aún corre de boca en boca en los pobladores de Tepecoacuilco, lugar donde convergían los caminos de herradura que por aquellas épocas, conducían de las costas del sur a la Ciudad de México, y que por ese motivo tuvo que vivirla el joven Juan

1

.- Originario De Tepecoacuilco, Gro.

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Álvarez, ahora con motivo del regreso a su terruño. Este mismo pasaje nos lo relata Ramón Sierra López, y nos dice que Juan R. Campuzano 2, lo coloca en la Navidad de 1798, aunque no concuerda con las edades de los protagonistas. Para fortuna de Álvarez, le tocó a él, ser actor de los siguientes acontecimientos: se cuenta que ese día de fines del siglo XVIII, con motivo de pernoctar y hacer descansar las recuas de los arrieros que regresaban de México al Pacífico, se encontraron ciertas personas ya conocidas que, después de saludarse e intercambiar algunas pláticas, se dieron cita como en otras ocasiones en que allí coincidían. El lugar para el convivio sería la posada “Vigía de los Caminos”, que años después se llamó “Posada del encuentro” por lo que sucedió esa noche. Morelos –uno de los personajes- ya era arriero que concurría a este mesón y posta del camino que aliviaba el cansancio del trayecto recorrido durante el día. Esa noche José María Morelos se encontraba presente, y le tocó saludar entusiasmado a otro joven compañero de los caminos: Vicente Guerrero. Álvarez vio también, cómo se le trató con gusto, a otros lugareños destacados, que en posteriores ocasiones, tuvo la oportunidad de conocer más ampliamente. Aceptó por lo que vio y oyó, que esa era una valiosa oportunidad que Morelos no podía desperdiciar, de acuerdo a los comentarios que oía siempre durante el trayecto, y durante los encuentros de los arrieros con sus amigos, en este como en otros lugares. Álvarez presentía reunirse con personas de insospechada importancia para el futuro de la patria. Ese día, Álvarez estuvo presente en todos los movimientos de Morelos; presenció los saludos que se dieron con Julián de Ávila, que recién había llegado de su rancho ganadero situado en las inmediaciones de Zacatula. Fue testigo del encuentro en Tepecoacuilco del cura de Carácuaro con los arrieros, viejos amigos suyos: Ignacio Ayala que era rico comerciante del lugar, con Antonio Gómez Maturana y su sobrino Antonio Gómez Ortiz, que administraba los bienes de esa familia; a los hermanos Juan, Ignacio y Rafael de Orduña, todos ricos comerciantes y adheridos a los negocios de los Maturana. Por supuesto, estuvo presente también, Hermenegildo Galeana, a cuya recua se unió Álvarez en México para hacer su viaje de regreso a casa. Y pese a su edad, le satisfizo por siempre asistir a esa reunión, aceptándola por invitación que le hicieran Ignacio Ayala y Antonio Gómez Ortiz. A excepción suya, porque apenas lo había conocido, todos se consideraban amigos de Valerio Trujano y de Francisco Hernández; éste, a ojos vistas, arriero de mucha confianza, que transportaba el producto de las minas como azogue, barras de plata y tejos de oro, tanto a Guanajuato, como a México y Acapulco.

2

.-Escritor tixtleco.

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La reunión alcanzó proporciones importantes, porque los asistentes concurrieron con sus familias, quienes dieron el toque social necesario, y con ello, el fondo distinto requerido, para distraer la curiosidad general que despertara la importancia de las pláticas manejadas, que con mucha discreción, ya versaban sobre la liberación del país, pretendiendo seguir el ejemplo de algunas naciones europeas y los Estados Unidos. Enseguida, todos aceptaron la invitación de Valerio Trujano para asistir a Misa de Gallo en la capilla familiar, puesto que la fecha mencionada coincidía con la Noche de Navidad. Esto fue el broche de oro para que Álvarez, cerrara su estancia inolvidable en ese lugar. La educación adquirida por el adolescente Juan, lo diferenció de la gente común en el lugar donde vivía. Se había cumplido el deseo de sus padres. Era notorio el respeto con que se le consideraba a partir de su regreso. Quienes le rodeaban le siguieron dando mayores muestras de aprecio, pese a que ahora había crecido y se interesaba un poco más por los escritos y las lecturas. Comprendió la importancia que tenía la educación en el medio difícil donde campea la ignorancia, pero no se envaneció por ello; si no al contrario, se hizo más afable, solícito y comprensivo con los demás. Amante del entorno geográfico de su terruño, pronto se readaptó al medio de vida normal. Se incorporó al trabajo en ayuda a las faenas de su padre y se convirtió en un ayudante más en el quehacer familiar. Esto no le impidió cubrir las exigencias aventureras de su iniciada juventud. Con alguna regularidad escapaba a los poblados vecinos, y en franca camaradería, se unía al ambiente de sus amigos de infancia, que desembocaba con frecuencia en largas correrías de aventura. Esta actitud lo mantenía unido a muchos jóvenes de su edad con quienes compartía esas diversiones y paseos. Llegaba a visitar poblaciones tan distantes como lo permitían los negocios que le encomendaban, porque aprovechaba esos viajes de comercialización para hacerse acompañar de amigos trabajadores y disfrutar de sus charlas y conocimientos del rumbo. Esto le permitió no ser ajeno al manejo de los animales de carga, lo aprendió en su familia y entre los arrieros. Supo por distracción y pasa tiempo, como pulsar las cartas para los distintos juegos de azar; para hacer fintas y cargar las apuestas o retirarse a tiempo. Aprendió a rasgar la guitarra para acompañarse en serenatas que organizaban sus acompañantes mayores en poblados donde conocían a damitas de sus simpatías. Conoció las canciones populares y corridos en boga entre la gente de la costa. Gustaba de zapatear en fandangos, y en ocasiones, bebió con sed apetitosa la tuba1 que en exceso embriagaba a sus amigos; o la chicha2 que por las noches, al acampar en algún paraje, relajaba a los 1

.- Bebida fermentada de coco.

2

.- Bebida casera, fermentada de maíz.

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arrieros para proseguir al día siguiente con mayores bríos la jornada, empujando su atajo por aquellos intrincados caminos. Al igual que muchos de aquellos acompañantes, Juan había ido conociendo poco a poco las veredas que confluían a los caminos reales; sabía de dónde venían o hacia dónde iban. Calculaba con la altura del sol la distancia que faltaba para llegar a los mesones o parajes de descanso que dieran comodidad y seguridad a los caminantes. Reconocía los lugares a propósito para dar de beber a las bestias de carga y dónde debían apacentar. Ocho años estuvo al lado de su padre y bajo su dirección, aprendiendo todas las actividades que antes de ir a los estudios conoció solamente de vista, debido a su poca edad. Pese a que lo consideraban joven e inexperto aún, sólo le dejaba emprender tareas que lo fortalecieran. Para él fue insustituible la ausencia de su madre. Careció de lo fundamental en casos como el suyo: el cariño, la dirección y el apoyo maternal. Su padre todavía no lo consideraba apto para el manejo de sus negocios. El hombre ya sentía el agobio de los años; el peso del trabajo acumulado en sus viajes, en el trabajo de la vida diaria; y pensó en la mejor forma de garantizar su mediana fortuna, para que no se esfumara en las inexperiencias de su hijo. Creyó encontrar la fórmula para que este la disfrutara a su debido tiempo, y tuviera la experiencia necesaria para que no la dilapidara, y acabara pobre, como veía que sucedía con otras muchas herencias legadas a la ligera. Pensaba en una mala temporada de cosechas, que le dieran a su hijo una sugerencia equivocada, o que éste la siguiera sin cautela, y en mil imponderables que lo hicieran fracasar. Y tal vez... ¿porqué no?.. en un juego de azar avalado por su juventud. Así se habían perdido muchas propiedades que por impulsos de la inexperiencia, al influjo del alcohol o al acicate de aventureros que siempre están al acecho de las oportunidades. Por eso, don Antonio, su padre, previendo su agotamiento, y presintiendo estas eventualidades, trató de arreglar a solas y legalmente la situación con la correspondiente oportunidad. Aprovechó el comedimiento de su paisano y amigo el subdelegado del gobierno virreinal en Acapulco y lo nombró su apoderado, para que fungiera como albacea de sus bienes, y los dejara en manos de su hijo solamente cuando cumpliera la mayoría de edad. El subdelegado, era hombre avaricioso y soberbio con los débiles, subalternos, indígenas o mulatos; estaba dispuesto siempre para aprovecharse de las circunstancias y vivir de sus beneficios. A sabiendas de todo ello, don Antonio le tuvo confianza; considerando que el paisanaje peninsular le garantizaba honestidad para que manejara la herencia de su hijo, pese a que éste estaba considerado dentro de las etnias de los pardos por su ascendencia materna. Los pardos eran gentes despreciables para la soberbia de los españoles.

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Los bienes en juego sumaban aproximadamente treinta mil pesos, entre propiedades y efectivo. Suma modesta pero considerable en esos tiempos. Estos bienes fueron trasladados a las manos del subdelegado a la muerte de Antonio Álvarez, y éste las comenzó a manejar a su arbitrio, usufructuándolos en su provecho. Sucedió lo inevitable, el antes aventurero gallego, que supo consolidar su fortuna con arduo trabajo en las pródigas tierras de la costa, falleció en febrero de 1807. Su hijo, mozalbete de escasos 17 años, tenía asegurada su herencia en manos de un albacea que haría lo imposible para no soltarle los bienes en depósito, al legítimo heredero. Nada entregaría pese a las más urgentes necesidades que se presentaran al joven Álvarez, alegando que las leyes le obligaban a mantenerlas en sus manos hasta que aquel cumpliera la mayoría de edad. Jamás pensó este cándido padre, que un paisano, peninsular como él, aplicara ese rencor de soberbia racial con su hijo. Pese a ello, le tuvo confianza y le dejó poder legal para manejar sus negocios, como albacea de los mismos para cuando él faltara. Ya cerca de la fecha que le marcaría la mayoría de edad, Juan se presentó con naturalidad y confianza a reclamar con razones, parte de lo que era suyo; su albacea se lo negó, y en cambio le exigió que mientras llegaba a la edad indicada, siguiera ganándose el pan, como otro jornalero más dentro de la propiedad, recibiendo trato y salario como cualquier trabajador; y se mantuvo con el salario equivalente al de un peón; con eso obtuvo lo indispensable para vivir. Así la fue pasando hasta que cumpliera la mayoría de edad, si es que no cometía una falta que lo obligara a perderlo todo. El joven Álvarez comprendió que estaba desamparado, su albacea casi lo obligaba a rebelarse; no podía recurrir a la ley y apoderarse de lo suyo, porque el representante de la ley estaba usufructuando lo que le pertenecía por derecho. El joven heredero no tuvo más remedio que regresar a su hacienda y sumarse a las labores comunes y corrientes de todos los trabajadores para poder sobrevivir, ya que tenía que atenerse al salario que por ello recibía del subdelegado; esperanzado sin duda a cumplir la mayoría de edad para poder recibir la herencia y disfrutarla debidamente. Todo mundo conocía el problema, no había sido, ni era el único. Le aseguraban que para esas fechas la paloma habría volado llevándose el efectivo y lo que pudieran darle por los bienes, que sin duda vendería. La vida estaba llena de antecedentes. Esta situación no le impidió realizar su vida normal como joven que era. Seguía frecuentando a sus amigos, y ellos lo llamaban de patrón; hacía sus viajes de acarreo con la producción a los centros de consumo en la misma costa; disfrutaba de sus paseos al mar y visitaba los poblados vecinos; y comenzó a mirar a las muchachas de buen parecer en todos esos lugares. Además de ser un trabajador más en la finca de su propiedad, y de ser otro asalariado de su protector, se desenvolvió como cualquier costeño dedicado a su trabajo y a seguir las corazonadas de sus

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inquietudes de juventud, pero seguro de que era el propietario de una modesta finca. En su interior, sabía que era dueño de una fortuna, y que para merecerla a su debido tiempo, tenía que dedicarse a consolidarla, templando su espíritu. Mientras lo hacía, tenía una vida plena de libertades. Orgulloso y altivo como las montañas del sur, que contemplaba a las orillas de su pueblo; enorme y libre como las aguas del océano que se extendía tan cercano bajo un cielo sin límites; pero comprensivo y solícito para con los demás, como pocos lo eran. Estar bajo los designios de un albacea inmisericorde, soberbio y aprovechado, le hizo sentir profundamente el poder influyente de los españoles sobre los criollos, los mestizos, los indígenas, y demás mezclas raciales consideradas inferiores. La fuerza del colonizador que se sentía de raza pura y superior a todos, por el sólo hecho de venir de la península ibérica, patria del conquistador de América. Este país era la Nueva España, una prolongación dependiente del poder de la corona; los demás, eran súbditos que obedecían las consignas, y se les ejecutaba sin miramientos si no las cumplían, de acuerdo a sus jerarquías de clase. Cada uno de éstos, sabía perfectamente su rango social, para que, por sí solos se encasillaran en el que le correspondía. De eso deberían estar seguros; de otra manera ellos, los españoles puros, estaban prestos para recordárselos recurriendo a los medios legales, e ilegales, que cualesquiera que fueran, les favorecían. Álvarez, considerado pardo por ascendencia materna, bien lo sabía. Esta dualidad de personalidad que lo asediaba, lo iba empujando a situaciones de meditación y determinaciones emocionales, que le permitirían en ciertos momentos, tomar decisiones que le darían respuestas acertadas sobre el futuro de su vida. La audacia de sus hechos, se basaba siempre en una experiencia que retenía en la mente y la aplicaba con decisión. Sabía apreciar y comprender el pensamiento de los españoles y el comportamiento de los americanos de su patria. Supo distinguir cuando la justicia respondía con principios, y cómo el abuso se imponía pese a lo elemental de la razón. Las diferencias de raza, de posesión de bienes, de trabajo y de todos esos matices que implanta una sociedad sin escrúpulos. Supo distinguir entre el abuso de los fuertes y las incapacidades de los débiles; los acosados por el infortunio y los caídos en desgracia, y lo que significaba tener el privilegio de ser peninsular, acrecentar sus caudales y volver a la madre patria para disfrutar plenamente y sin inhibiciones el producto de su rapiña. Si dejaban hijos ilegítimos con alguna lugareña, ya estos se enfrentarían a su propio destino.

II.- LA LUCHA DE INDEPENDENCIA EN EL SUR. EL ENTORNO.

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El padre de Juan Álvarez siempre se sintió español; gozaba de ciertos privilegios que por esa razón merecía. Pero su trabajo y trato con los indígenas y clases sociales menores; o la convivencia con su esposa, lo hicieron sentir muy cerca de los americanos. Tal vez a su modo, en lo personal, se sintió más apegado a estas tierras que le daban cuanto poseía, mientras, con buena administración y trabajo adecuado, crecían sus propiedades y fortuna. En cambio a su hijo, se le conocía como mestizo, como pardo, descendiente de español y de mulata; y como tal, alcanzaba el marcado desprecio de los peninsulares, que señalaban su origen y su provincialismo. Sintió en carne propia la discriminación de los españoles, que llegaban a estas tierras en busca de fortuna y regresaban con ella a su patria, donde la disfrutaban a placer. Padeció el desprecio de españoles y de criollos; el maltrato que ellos aplicaban a todo hijo de español y madre indígena o ascendiente negroide. Estaba catalogado por los peninsulares, como parte de la escoria social en el nuevo mundo. Por ese solo hecho, las circunstancias lo hacían aparecer como practicante seguro de los degradantes placeres sensuales, los juegos de azar y las raterías. En sus continuos viajes a las playas, repetía el placer de contemplar las olas del mar; correr con vivacidad y alegría sobre la arena virgen en la explanada de las playas; o ver el blanco cristal de las olas al romperse espumadas contra los farallones. Había recorrido constantemente los caminos ribereños del litoral desde Acapulco hasta Petatlán. Había hecho viajes de arriería conociendo las veredas y los vericuetos del rumbo. Había apreciado el trabajo de los campesinos en las tierras fértiles de la costa, y aplicar el esfuerzo que exige el cultivo del tlacolol a los sembradores de la sierra; conocía el dificultoso esfuerzo de los pescadores en todo tipo de temporal. Y qué decir de los buceadores, que luchaban incansables con la resistencia acuática marina y los seres que en el océano vivían, manifestándose a veces más terribles que las tormentas. En las profundidades del mar, en los arrecifes y en las grandes olas, el peligro latente no es sólo de los tiburones, la mantarraya o las medusas, también lo son, las propias deficiencias físicas. Incluso, todavía se escucha como una leyenda, la breve aventura que tuvo Juan Álvarez al enfrentarse con un tiburón, cuando se unió a un grupo de amigos, de la hacienda de los Galeana, que se dedicaban como buceadores a la busca de perlas. Porque alguna vez, llegó a pensar en la tentación de ser un buceador de perlas, como algunos de sus amigos que así se ganaban la vida. En ese pasaje inolvidable, con arrojo y decisión pudo librarse del escualo liquidándolo con certero arponazo. Se hizo amigo también de atrapadores de tortugas, de hábiles viradores que en luchas disparejas las volteaban sobre la arena, les daban muerte y las destazaban, disfrutando de su carne finalmente. Aprendió con ellos a utilizar el caparazón para trabajar objetos artesanales labrados de carey, que después harían juego en el lujoso

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vestir de las damas de la ciudad, o las ricas provincianas en las fiestas tradicionales. Este modo de vivir en la Naturaleza costeña, los hacían sentir felizmente libres ante el hombre y su destino; aunque eran terriblemente pobres, codeándose a diario con el peligro y la miseria. Por toda la riqueza que pudieran extraer del mar, les pagaban los más raquíticos precios; pero haciendo comparaciones por la libertad que los unía a su trabajo, eran infinitamente felices. Triste vida la del nativo americano, y opulenta, petulante y abusiva la del gachupín, ese hombre hispano que tenía posibilidades de tener un caballo y montarlo, para diferenciarse del individuo del populacho que siempre iba a pie. Gachupín, porque espoleaba al vencido. Era la espuela española sobre los ijares de la obediencia aborigen. Eran españoles peninsulares los únicos autorizados para ser obispos, funcionarios de gobierno y oficiales del ejército, y se jactaban de la pureza de su sangre, encumbrados permanentemente en las representaciones del poder. En 1808, se contaban 70,000 frente a los 6’000,000 de habitantes nativos del país. Sin embargo, controlaban todas las fuentes de producción y la administración de la riqueza. Por muy pobres que llegaran de su patria, al poco tiempo se hacían de fortuna. Esto les permitía trabajar con patrones españoles, que en muchas ocasiones, eran los únicos que pedían en matrimonio a sus hijas, acumulando a su favor fortunas ya establecidas, ya fuera por dote o por herencia. Fácilmente se convertían en financieros del país; pero al mismo tiempo, se hacían más arrogantes por su riqueza, y más odiados por el pueblo ante esa actitud de soberbia. Se abrió un abismo enorme entre el criollo indolente y los mestizos e indígenas. Con el solo hecho de ser españoles tenían jerarquía, sin importar si eran prófugos de la justicia, desertores o aventureros miserables. Llegaban a esta tierras con rango de sangre y se apoderaban con facilidad de la riqueza producida con el sufrimiento y el dolor de los nativos. Sobresalía su egoísmo y su inmisericorde explotación del trabajo de los indígenas. Luego regresaban a su patria, y nunca se notó lo que en ella hicieran para emprender negocios o empresas florecientes, algo que con esa riqueza de aquí arrancada con dolor y sangre fuera próspera. En todos estos aspectos de la vida política, social y económica de su país, Juan Álvarez cavilaba haciendo un análisis severo sobre su propia situación, frente a un mundo que lo señalaba en el banquillo de los mestizos. Posesión indefinida y comprometedora ante la vista de los dos grandes grupos divididos: los españoles y los criollos. Los españoles, no les tenían confianza a los criollos, porque temían que se aliaran a los sojuzgados; y los indígenas, menos confianza les merecían, porque creyeron, con mucha razón, que eran quienes podrían ser aliados de los criollos en un caso dado. El temperamento del mestizo era diferente al del criollo, que cautelosa y celosamente protegía lo que era su riqueza; y la pasividad

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del indígena, que por las armas y la religión se mantenía conforme con su sometimiento. En ambos grupos era sospechosa su postura. Los primeros por su soberbio abuso, se habían hecho odiosos y despreciables de los segundos. Desde el virrey para abajo, todos eran funcionarios venales; todos aspiraban a acumular fortunas a cualquier costo y luego marcharse con ellas. Esta actitud había incubado en el pensamiento de los dos millones de mestizos, sentimientos revolucionarios que los llevarían a emanciparse. Juan Álvarez, observador del fenómeno y atento a los comentarios circulantes, se inclinaba seriamente a favor de los oprimidos. El virrey Revillagigedo, también observador de los acontecimientos, comprendía que la voracidad de sus funcionarios requería de un control que no alterara los ánimos. Fue por eso que se establecieron las intendencias, y con ello, los indígenas podían aprovechar su comercio con mayor beneficio y menor rigor por parte de leyes y autoridades. El tiempo vino a demostrar que los españoles, siempre encontraron la forma de burlar las nuevas estructuras. La administración de los bienes ajenos era apetecida por los subdelegados, porque las más de las veces, finalizaban dentro de sus redes los bienes de los clientes. Este era el caso que podría suceder con Juan Álvarez. El subdelegado de Acapulco que administraba sus posesiones, se atendía con la cuchara grande, al manejar libremente aquel dinero y posesiones haciendo negocios ilícitos que agrandaban su personal riqueza. El año de 1807, Álvarez se sintió con la necesidad de pedir algo de lo que le pertenecía, porque era natural que emprendiera un negocio por su cuenta al presentársele una oportunidad, pero se encontró con la muralla de las leyes que se lo impedían; tenía que esperar hasta 1810 en que entraría a la mayoría de edad. Y ante la soberbia del subdelegado, representante legal del virrey, que manejaba con descaro sus propiedades y su dinero, sintió el odio hacia esa clase social, propia de los déspotas funcionarios, y no dejó de pensar en los medios de que se valdría para recuperar lo suyo y vengarse de la afrenta sufrida.

EL INSURGENTE. Ya avanzados los primeros meses de 1810, Juan Álvarez estaba enterado de que algunos criollos, conspiraban para iniciar una revuelta que diera libertad al país. Se pensaba aprovechar el momento que vivía España, sin la presencia del rey Fernando VII, por estar en calidad de prisionero en Francia, detenido por las fuerzas de Napoleón Bonaparte que tenían el propósito de adueñarse de Europa. Muchos hombres no lo entendían, pero él podía comprender la situación, dado que vivió en la capital del país, donde se generaban los

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comentarios discretos e indiscretos en torno de la política que prevalecía y la trama que en su entorno se tejía. También tuvo la oportunidad de leer los panfletos que con frecuencia se colaban con disimulo a los hogares, y que por lo general llegaban a las manos de los arrieros, quienes con cautela los hacían llegar a los núcleos importantes de la actividad económica en el centro del país y las provincias. Este grupo de hombres del camino, eran miembros, sin querer, de una hermandad sólida que inspiraban confianza y prometía unión y honestidad, logros que se pretendían obtener para los propósitos libertarios. Su profesión los hacía escuchar cuanto se decía en torno a las aspiraciones del pueblo mexicano en ese reglón. Sabían guardar las distancias y la discreción que el caso requería. Hasta esos momentos nadie desconfiaba de ellos, sabían que eran herméticos y que garantizaban la discreción. Sin embargo, eran quienes más sabían de la urgencia de buscar y encontrar las mejores soluciones que alcanzaran la independencia. Álvarez estaba enterado que en el sur de la provincia de México, sobre todo en Tepecoacuilco, se gestaba un movimiento, con el propósito de apoyar la conspiración que dirigía en Querétaro el cura Miguel Hidalgo y Costilla desde una casa cercana a la del corregidor Miguel Domínguez y su esposa, doña Josefa Ortiz, mujer valerosa hasta el sacrificio, que participaba en este movimiento. En sus adentros, Álvarez ansiaba la llegada del 29 de septiembre o la del 2 de octubre, para que se iniciara el movimiento del “jubileo” anunciado por el padre Hidalgo por conducto de Julián de Ávila, que era el enlace entre Dolores y Tepecoacuilco. Pero fue hasta principios de octubre cuando se tuvieron noticias de que la conspiración se había descubierto y el movimiento se había anticipado. Estalló con precipitación por la traición de uno de los confabulados. Se sabe que Álvarez preparó una visita a su albacea, pero se ignoran los arreglos a que hayan llegado. Al incursionar Morelos en las costas del Pacífico el subdelegado había desaparecido del puerto. Lo que sí se sabe, es que en cierta ocasión, siendo ya soldado de las filas insurgentes, Álvarez tuvo la oportunidad de facilitar dinero para la causa, dinero que antes no tenía, sacando adelante una situación económica difícil de los insurgentes. Cierto es también que en ese año de 1810, era la fecha señalada para que los bienes heredados de su padre pasaran a su poder. Ante la avalancha de noticias y sucesos, Álvarez vio llegado el momento de tomar una decisión firme, en la que no se detuvo a meditar un instante. Ante sus gentes, él había sido un alentador de confianza. Su resolución ya estaba predeterminada. De antemano todo mundo sabía el camino que en esos momentos debería seguir. Sólo su pensamiento estalló para recordar con la rapidez de un relámpago, los rostros y las palabras de los hombres que conoció en la posada “Vigía de los caminos” cuando regresaba a la costa, después de sus estudios en la Ciudad de México.

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Todo encajaba para formar el marco del cuadro que latía en su mente desde aquellos tiempos, y que al recordarlo por enésima vez, le parecía un rompecabezas. Recordaba vagamente los nombres de Morelos, Guerrero, Ávila y Valerio Trujano. No se diga de Hermenegildo Galeana, a quien seguía tratando, por necesidades de negocios y por la relativa cercanía de sus estancias. Sabía que la hora de los hechos había llegado después de tantos años; pero nunca era mal tiempo; ya se sentía hombre en la mayoría de edad; era hora de demostrarlo. Ese era el fin de sus relaciones con su apoderado, quien, como ave de paso, ya había volado, llevándose lo que cupo en sus avarientas alforjas. De su parte, Álvarez hubiera cortado de tajo esos tratos desde hacía mucho tiempo. De estar presente el delegado y quedaran pendientes sus asuntos, hubiera tomado por la fuerza lo que legalmente era suyo. ¡Se acabarían los subdelegados, albaceas y demás tunantes que ocupaban los puestos del poder para imponer sus fueros y enriquecerse a costa de los demás! ¡Se acabarían los abusos y las injusticias! La chusma sublevada por Hidalgo en Dolores el 16 de septiembre, al ser descubierta la conspiración, avanzaba inexorable, convirtiendo su camino en un río de sangre y de venganza plena. Se sabía que llegó a Celaya, a Guanajuato y a Valladolid. Corría el rumor insistente, de que el cura José María Morelos y Pavón, había dejado su iglesia de Carácuaro para ir a entrevistarse con el padre Hidalgo, acontecimiento realizado en Charo, en plena avanzada con el ejército del levantamiento. La gente, en el sur, solamente esperaba el regreso de Julián de Ávila, que estaba encargado de traer las nuevas. Llegó con ellas a su tierra natal, pero el rumor avanzaba delante de las huestes de Morelos que ya había tocado Zacatula, cumpliendo la encomienda de Hidalgo de ponerse al frente en la conquista de las costas del Pacífico. Su meta definitiva era tomar el puerto de Acapulco, lugar importante de aprovisionamiento por mar del gobierno virreinal. La clave estaba en tomar el fuerte de san Diego, valuarte militar donde se acantonaban las tropas y se almacenaban víveres y pertrechos de guerra. A su regreso a Carácuaro, Morelos hizo entrega de su parroquia al coadjutor, Mariano Escandón Llera, no sin antes hacerle el comentario de su decisión, ya que era su entrañable amigo y que con mucha anticipación le había platicado de sus inquietudes, por lo que estaba enterado de sus misteriosas actividades. Todo lo dejó previsto para el regreso a su curato en caso de fracaso, pero ese regreso ya no se daría. Se calzó las botas ese día, el general más importante que emergería de la insurgencia. Su ruta libertaria estaba marcada, y el destino llevaría sus pasos hasta el paredón de fusilamiento, el 30 de agosto de 1815 en Ecatepec. Se dirigió primero a Carácuaro, donde según el historiador Teja Zabre, reunió 25 hombres, algunas lanzas y unos cuantos mosquetones. Bustamante, indica que solamente salió de este lugar acompañándose de dos sirvientes, una escopeta cuata y “un par de

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trabucos”. Luego se dirigió a Nocupétaro, donde según el historiador René Avilés, dice que llama a su última misa en ese lugar y lanza su primera convocatoria a las armas y escoge sus primeros 16 hombres para la lucha; ellos son, según Jesús Romero Flores: Félix Fernández, que fungió como secretario, Gregorio Zapién, su asistente, Vicente Guzmán, Gregorio Velásquez, Francisco Zamarripa, Benito Melchor de los Reyes, Roque Anselmo, Francisco Cándido, Marcelino González, Teodoro Gamero, Román de los Santos, Francisco Espinosa, José Concepción Paz, Máximo Melchor de los Reyes, Andrés González y Bernardo Arreola; ya con ellos, Morelos continuó a Huetamo. Se sabe de sus pasos hasta este lugar, por medio de una carta que el cura escribe el 3 de noviembre de 1810, a su amigo Francisco Díaz de Velasco, a quien relata los pormenores de su aventura. Armó a los vecinos de esos lugares que sólo esperaban su llamado, y sin pérdida de tiempo, enfiló rumbo a Zacatula. Pese a que no conocía muy bien esa amplia zona, no se le hizo dificultoso el trayecto realizado entre el 25 de octubre y el 13 de noviembre. Por fortuna tampoco tuvo contratiempos. Al término del camino, en la desembocadura del Balsas, que en ese lugar recibe el nombre de Zacatula, contaba ya con 25 hombres; sus armas eran lanzas y unos malos mosquetones. Allí se le unieron el capitán de la milicia y cincuenta elementos armados, partiendo enseguida hacia Petatlán, donde el sargento de la guardia le dio la bienvenida en ausencia del capitán de los milicianos. Esto aumentó su ejército con cien nuevos y aguerridos soldados; le llegaron también, algunas armas casi inservibles. Al arribar a Tecpan, ya era esperado en plan de combate por el capitán Juan Antonio Fuentes, quien al final desistió de la lucha al ver que la mayoría de sus hombres desertaban para sumarse al bando insurrecto. Era efectiva la arenga y argumentos que hacían los Galeana a favor del movimiento, y la destacada presencia de Morelos que comenzaba a imponerse como dirigente del movimiento. Solo, el capitán Fuentes salió de estampida hacia Acapulco. Ante el avance ininterrumpido del lugarteniente de Hidalgo, Juan Álvarez decidió unirse, en su momento, a esas filas. Con ello rompía en definitiva, las cadenas de su opresión personal, y podía al fin, deshacerse del recuerdo de la tiranía del subdelegado. El 9 de noviembre, las tropas de Morelos ya rodeaban el puerto de Acapulco, pero su preocupación era la falta de artillería para la toma del inexpugnable fuerte de san Diego; sin ella, se podía decir que era imposible un asalto; menos aún tomarlo. Sin embargo, para el día 12, ya habían caído los puntos cercanos importantes: Aguacatillo, Veladero, La Sabana, Las Cruces, Llano Largo y Puerto Marqués. Muchos soldados realistas oriundos de aquella zona desertaban de sus filas, y eso ayudó a la toma de esos puntos estratégicos. Con estos previos movimientos, Morelos había logrado cortarles las comunicaciones por vía terrestre con la Ciudad de México.

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Los indígenas de Atoyac, acudieron al encuentro de Morelos para unirse a sus fuerzas, Juan Álvarez, esperó un poco. En una muestra de meditación y decisión firme, recorrió por última vez su finca; realizó rápidas visitas a los hogares de sus compañeros de trabajo y confirmó la decisión de los enlistados para la aventura. Entonces tomó el camino que lo sumaría a las filas de los insurgentes. Llevó como única compañía su caballo y las armas que portaba. Eran la mejor muestra de su determinación. Apenas le hacían bulto las ropas de cambia que arrastró consigo. Se dirigió a San Miguel Coyuca y penetró al barrio de san Nicolás, en donde le indicaron, encontraría al general. Esas calles y esos barrios le eran bastante conocidos. Ya los había recorrido para ver a su amada, quien oía los requiebros de sus amores. Notó junto a Morelos la presencia de viejos conocidos, y su juventud tomó confianza ante ellos. Todos escucharon sus palabras para pedir ser aceptado en las filas de aquel ejército casi improvisado. Vio con agrado las caras de los presentes que daban muestras de consentimiento. Se le tomó como soldado raso. Era el 17 de noviembre de 1810. Juan Álvarez se había convertido en patriota insurgente. Debido a las discretas recomendaciones de aquellos amigos presentes, su elemental educación, y sin duda, al lejano recuerdo de Tepecoacuilco, Morelos lo nombró miembro de su guardia personal. No solamente el físico del joven le inspiraron confianza, también los conocimientos que manifestaba tener en la lectura y en la topografía de aquellas tierras inhóspitas. Esto lo hacía, con urgencia, indispensable en la cercanía del caudillo. La oportunidad de manifestarse apto y eficiente cual era, se le presentó al poco tiempo. Morelos le asignó una comisión de relevante importancia: llevar un mensaje urgente del general a Zacatula. El trayecto de ida y vuelta, alcanzaba cerca de 500 kilómetros. Contaba con tramos escarpados y peligrosos; con espesos bosques y caudalosos ríos; además tenía que evitar los encuentros no deseados que entorpecieran su cometido. Su regreso fue oportuno y eficiente, dando cumplimiento a satisfacción de su encomienda. La recompensa justificada no se hizo esperar, el mismo general lo promovió a sargento primero dentro de su escolta personal. El jefe realista Francisco Paris, acantonado en Oaxaca, recibió órdenes para que acudiera en defensa de Acapulco, y dirigió sus fuerzas, unidas a las de Juan Antonio Fuentes, reclutadas después de su huída de Tecpan, y a las de José Sánchez Pareja. Juntos, se enfrentaron al ejército de Morelos en La Sabana, donde tuvo Álvarez la primera oportunidad de combatir contra el ejército de la corona. Era su bautismo de guerra estando al lado del caudillo rebelde. Se continuó en la batalla de Aguacatillo, donde avanzaron hasta Paso Real de la Sabana, y tras 17 horas de combate, los realistas se plegaron a Tres Palos, ante la deserción de muchos soldados originarios de la región.

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Con el capitán realista Mariano Tabares logró contactar Morelos, a quien le hizo saber algunos movimientos de Paris, que le permitieron sorprenderlo por la noche del 4 de enero de 1811, derrotándolo. Paris salvó la vida milagrosamente en ese combate. La valentía de Álvarez en esos encuentros fue sobresaliente. Por ello, le fue otorgado el grado de capitán de caballería en el regimiento de Guadalupe, que estaba bajo las órdenes directas de Morelos. Estos encuentros bélicos, le aportaron al ejército insurgente, la captura de 609 rifles, 5 cañones, 52 cajas de equipo militar, 83 mulas cargadas de provisiones y dinero en 19 de ellas. Estos beneficios fueron importantes dada la escasez de armas en el ejército insurgente, y dieron mayores aspiraciones para la toma del fuerte de san Diego. Siguiendo el procedimiento que usaron con Tabares, se entró en comunicación con el artillero español José Gago, quien se comprometió a dar los pormenores para la entrega de la fortaleza; a cambio, recibió el pago de 300 pesos. Morelos, con exagerada precaución distribuyó sus fuerzas de tal manera que no ofrecieran blanco a descubierta, y las pérdidas, no fueran tan desastrosas en caso de un descalabro. Una de las dos columnas en que dividió el avance, estuvo al mando de Juan Álvarez, quien la dirigió hacia el puente levadizo de la fortaleza, donde se suponía se daría la voz de contraseña para el ataque. José Gago, en vez de dar el aviso convenido, calló y los insurgentes recibieron en respuesta, una lluvia de balas de cañón y fusilería, que de inmediato fueron respaldadas por la acción de las baterías del puerto. Prueba irrefutable de que Pepe Gago los había traicionado, desde entonces se le consideró doblemente traidor. El más afectado en el desastre, fue el grupo de Álvarez, porque los españoles lo tuvieron al alcance de sus armas por su temerario acercamiento. La mayoría de sus hombres quedaron muertos y esparcidos en el área cercana al puente levadizo, y él, cayó gravemente herido, por una bala de rifle que le atravesó ambas piernas, dejándolo en el suelo inutilizado. Su muerte hubiera sido segura en ese lugar donde convergió lo más granado del fuego. Por fortuna, estuvo cerca su inseparable amigo de la niñez y juventud, Diego Eugenio Salas, quien pudo presenciar el trágico suceso. Con esfuerzos sobrehumanos se le acercó, lo subió a sus espaldas, y bajo una lluvia de fusilería, lo llevó a cuestas, casi a rastras, a lugar seguro. Los insurgentes vivos o heridos que por seguridad habían permanecido agazapados en el foso del puente, fueron blanco perfecto de los carabineros realistas que al atacarlos, bajo los nuevos rayos del día, prácticamente los asesinaron. Gracias a la oportuna intervención de su amigo para salvarlo en esa trágica noche, Juan Álvarez pudo seguir en la lucha libertaria. LA RECUPERACIÓN.

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Estuvo atendiéndose en cama de las heridas recibidas junto al puente levadizo del fuerte de San Diego. Estaba postrado cuando se dio cuenta que la toma de la fortaleza se había suspendido. Sanaba en los campamentos que levantaron en La Sabana. Los deseos de acompañar a sus amigos de armas se acrecentaron el 4 de abril, cuando supo que el coronel Juan Antonio Fuentes, tan conocido para él, atacaba sus fortificaciones. Nada pudo hacer personalmente, pero fueron escuchadas sus indicaciones. Se sintió mejor cuando le llegó la noticia de que el enemigo había sido rechazado limpiamente. Esta acción valerosa y ejemplar, fue reconocida por el general Morelos y demás jefes insurgentes, y ante los comentarios acordes de sus correligionarios; aún convaleciente, recibió con satisfacción el ascenso a capitán. El deseo de participación en la lucha pronto, lo vio realizado el 1° de mayo siguiente; el mismo coronel realista se presenta en busca de la revancha y el triunfo, pero Álvarez, con paciencia, había preparado sus fortificaciones, artilladas suficientemente y tuvo excelente defensa; esto le hizo sentir los ánimos de un soldado en condiciones de luchar nuevamente. Después del asedio infructuoso al castillo, y del rechazo del coronel Fuentes, el 3 de mayo dispuso Morelos marcharse del lugar rumbo a Chilpancingo, no sin antes dejar una guarnición especial en La Sabana. La zona estaba transitada por grupos realistas que les cortaban los caminos, y con decisión, los insurgentes se abrieron paso hasta Texca. Después, cuando estuvieron frente a Chilpancingo el 24 de mayo, se revistió de alegría al recordar su estancia en ese lugar a su regreso de la Ciudad de México, tras sus estudios elementales en la escuela del maestro Ignacio Avilés. En aquellos tiempos era un adolescente que viajaba bajo la protección de la arriería de los Galeana, que desde viejos tiempos comerciaban de la Costa Grande a la ciudad capital. Ya se movilizaba con agilidad, cuando estuvo presente en los preparativos para el ataque a Tixtla, que se hicieron el 25 de mayo de 1811 por la tarde y por la noche. Escuchó con atención los proyectos y los dispositivos. Morelos con la firmeza y sagacidad de un estratega, dispuso la formación del ataque que estaría bajo el mando de Hermenegildo Galeana. Tras una batalla rápida que les dio el triunfo, establecieron barricadas y defensas de acuerdo con los planes trazados; barricadas que tan grandes servicios les prestarían el 15 de agosto siguiente. En esta batalla de Tixtla, el valor de Álvarez salió a flote nuevamente, pese a que recibió nueve heridas en el cuerpo. En la reunión para hacer proyectos y analizar resultados, su valentía fue motivo de reconocimientos. Morelos propuso su ascenso a teniente coronel, decisión que fue aprobada unánimemente por su Estado Mayor.

RUMBO A CHICHIHUALCO.

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Morelos tomó la determinación de abandonar el sitio del fuerte de San Diego y por lo tanto, de Acapulco, para marchar a Chilpancingo. Para él era de suma importancia hablar con los hermanos Bravo. Este lugar con frecuencia se visitaba porque estaba sobre el camino del puerto a la Ciudad de México. Esa vía era utilizada por la arriería y todos los viajeros en ese tránsito; tropas y mercancías pasaban por allí. Además, era punto importante del trayecto Cuernavaca- Tepecoacuilco. Más que en Chilpancingo, casi todos los de la familia Bravo habitaban en alguna de sus haciendas, siendo la principal, Chichihualco. Los realistas vigilaban constantemente este lugar, porque tenían referencias de que los Bravo simpatizaban con la insurgencia, y que allí preparaban un golpe a las fuerzas armadas y a la administración del gobierno de la Nueva España; que, incluso, fabricaban parque y pólvora en la cercana gruta de Michapan. Sabedor Morelos que allí se encontraban los dueños por esas fechas, quiso entrevistarse con ellos para invitarlos a participar en su bélica aventura; sabedor también de que comulgaban con sus ideas, y de que ya habían chocado sus diferencias con personajes del virreinato. Hacia allá envió como avanzada a Hermenegildo Galeana quien hizo el primer contacto con los Bravo; con ellos tenía vieja amistad y juntos, hicieron los preparativos para la llegada del caudillo. Conforme Morelos se acercaba a Chilpancingo, el contingente insurrecto crecía. En esta zona, eran ampliamente conocidos los miembros de la familia Bravo; hacendados ricos que poseían propiedades extensas en el centro del actual Estado de Guerrero. Todos ellos dedicados a la agricultura. La familia estaba formada por los hermanos Leonardo, Víctor, Máximo y Miguel; además, Nicolás, hijo de Leonardo. Todos ellos habían manifestado su animadversión al gobierno virreinal, por sus atropellos y abusos constantes; y nunca ocultaron sus simpatías por la independencia. En varias ocasiones dieron muestras de ser hombres de ideas liberales. Con intenciones de impedir este encuentro, las tropas del español Lorenzo Garrote, que reunía el contingente de 600 hombres, recibieron órdenes de su comandante Fuentes, de que coparan la hacienda y tomaran vivos o muertos a sus ocupantes, y así evitar este encuentro. Pasaron muy temprano del 21 de mayo por Chilpancingo y se instalaron en las inmediaciones de Chichihualco; a las doce de ese día, estaban preparándose al ataque. Los soldados de Galeana ansiosos de un descanso después de su larga caminata, sudorosos y cansados, se bañaban en el río; y los hombres de los Bravo realizaban en la hacienda, faenas para el acopio de víveres; estaban tan ajenos a la proximidad del enemigo que disfrutaban plenamente de un singular descanso. Garrote ordenó la acción de ataque contra aquella gente que parecía indefensa y enajenada con las aguas del río. Garrote estuvo a punto de ganar la batalla, pero el aviso oportuno a los jefes insurgentes, hizo que Galeana y los Bravo, acudieran en auxilio de los suyos, derrotando a

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las fuerza virreinales que huyeron despavoridos por respuesta tan sorpresiva; ante el oportuno aviso que se dio, se levantó una avalancha oscura de costeños desnudos que con machete en mano, tasajeaban y decapitaban a los soldados enemigos al grito de ¡Galeana! ¡Galeana!. Llegó la caballería de los hermanos Bravo que atacó al enemigo por los flancos. Este abandonó en el sitio del combate sus pertrechos, y no se detuvo hasta llegar a Tixtla donde se encontraban los jefes realistas. Morelos atrasó un poco su llegada a Chichihualco, debido a que dio un descanso a su tropa en el rancho de La Brea, lugar que conoció por primera vez Juan Álvarez, sin imaginar siquiera lo que significaría en su vida futura ese lugar. Seguramente se vieron... posiblemente no... Juan Álvarez y José Joaquín de Herrera tuvieron encuentros bélicos. Pero por los datos que se tienen, en este lugar, y en Pie de Cuesta, ambos se encontraron en rudas batallas estando en filas opuestas. Herrera, por que se encontraba enlistado en el ejército realista. Tuvo batallas en Agua Zarca y El Veladero, en las que estuvo Álvarez; el veracruzano también formó parte de la fuerza expedicionaria que se envió a la Tierra Caliente. Estuvo en las tomas de Tlacotepec, Ajuchitlán y Coyuca, hoy Coyuca de Catalán. Por su desempeño, logra el nombramiento de gobernador del distrito de Tlapa a la que luego renuncia. Estuvo en la toma del puerto por el ejército español en 1817, y se le designó encargado de la zona militar de Acapulco. Un día estuvo Morelos en Chichihualco en la hacienda de los Bravo después de la batalla de Tixtla, permitiendo a sus hombres el festejo del triunfo allí obtenido. Partió luego y el 24 de mayo ocupó la población de Chilpancingo por la noche, sin ninguna resistencia. Su interés ya había sido satisfecho: el de comunicarse inmediatamente con los Bravo, e invitarlos a sumarse al movimiento libertario. Él confirmó sus propósitos, sabedor de antemano que habían sido informados de la situación por Galeana, y de la aceptación de unírseles a la lucha. Con la aprobación de la familia Bravo de participar, se estableció con tranquilidad aquella noche en Chilpancingo y se dispuso a preparar el ataque a Tixtla. Era otro lugar importante de los centros poblacionales sobre la ruta del camino real hacia Chilapa, Tlapa y Puebla, todas eran importantes encrucijadas que se unían a la bifurcación de los caminos hacia México, Veracruz y Oaxaca; por lo tanto, era muy importante tomarlas para cortar los suministros al puerto de Acapulco. Se ordenó descanso el 25, y al día siguiente por la madrugada, atravesaron el macizo montañoso del Moxhihuac que los separaba de Tixtla, en busca del enemigo que tenía un contingente de 1,500 hombres fortificados, con ocho cañones listos para disparar contra el ejército insurgente de 600 efectivos.

BATALLAS DE TIXTLA.

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Los preparativos en Chilpancingo, se realizaron al pie de la letra y nada tardaron para reportarlos listos. El ataque estaba anunciado para iniciarse con las primeras luces del día 26 de mayo de 1811. Se partió después de la medianoche. Al frente iba Hermenegildo Galeana y bajo sus órdenes, participaba Juan Álvarez. Apenas clareaba tuvieron a la vista el caserío; Morelos distinguió moverse entre los soldados realistas la figura de un hombre gigantón, que inspiraba temor a los próximos combatientes. Pese a las fortificaciones que se apreciaban desde la alturas, Morelos, con cálculos de estratega, dijo a Vicente Guerrero que estaba en el batallón de Guadalupe, y que eran conocidos como “los Guadalupes”, “--Usted, con una sección de caballería, atacará por la retaguardia, mientras nosotros lo hacemos frontalmente. Tengo confianza en el triunfo; nos reuniremos enseguida con usted. A las doce comeremos en Tixtla.” Vicente se perdió por la vereda que bajaba, al trote seguro de su caballo, perdiéndose entre los ahuehuetes del Tequiac, seguido de su gente. Galeana que había escuchado la conversación, se dirigió a Morelos: “-Señor: le pido me permita traer a su presencia, vivo o muerto, a ese gigantón, que se llama Martín, es del pueblo de Acalco; eso dará término al temor que se le tiene.” Se sabe que fue aceptada su propuesta. Como era su costumbre, Morelos se puso al frente, repitió las últimas órdenes y desmontando de su caballo, le indicó al padre Talavera, que pidiera la rendición de la plaza, con el propósito de no derramar inútilmente sangre inocente y salvar la responsabilidad de todo jefe rebelde. La respuesta del jefe enemigo fue el rechazo del ofrecimiento, afirmando que ellos vencerían; la arrogancia del jefe realista se apoyaba en la superioridad de ejército y el poderío de su artillería. Sin mediar palabra, el caudillo montó a caballo y ordenó el ataque. La bravura de sus hombres se desbordó. Avanzaron bajo el fuego del enemigo, arrasándolos y devorándolos sobre los parapetos que los protegían. Era incontrolable la avalancha atacante, que no tardó en envolver las principales calles y la parroquia, donde se refugió la última resistencia enemiga. Seis horas fueron de dura batalla para llegar al triunfo. Se tomaron de los realistas derrotados, ocho cañones y 200 mosquetones. Ignacio Manuel Altamirano, dejó a la posteridad, un merecido elogio a los insurgentes y a Vicente Guerrero, al relatar lo sucedido en esa ocasión: “El regimiento de Guadalupe, muy disminuido pero fuerte todavía en más de 300 hombres, y guiado siempre por los Galeana y por Vicente Guerrero, avanzó por los puntos señalados, y horadando casas y marchando a pecho descubierto, se acercó a las últimas fortificaciones de la plaza... Don Miguel y don Víctor Bravo tomaron toda la parte fortificada del norte; Guerrero penetró hasta el pie de los parapetos levantados a espaldas de la parroquia, y en cuanto se oyeron las

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descargas de la columna que guiaba Morelos en persona, Galeana ordenó el asalto al atrio de la parroquia... “Aún resonaban algunos tiros en el atrio, cuando las puertas de la sacristía, que daban al presbiterio, se abrieron y el capitán Vicente Guerrero, descubierto y con el sable metido en la vaina, se presentó e hizo ademán de hablar. “El cura se precipitó a su encuentro. “-Señor don Vicente; Vicentito, hijo mío; tengan ustedes misericordia de nosotros; aquí no hay más que mujeres. “-Señor cura –dijo Guerrero—la plaza es nuestra; pero no tengan ustedes cuidado alguno, porque sabemos respetar a la gente pacífica. --Vicentito, amigo mío, por lo más sagrado que tenga usted, acompáñeme a ver a S.E. (Su Excelencia) el señor Morelos para aplacarlo. “—Señor cura –dijo Guerrero—no hay necesidad de aplacarlo; lo que va usted a hacer es inútil. Ya he dicho que las familias pueden retirarse en paz... “Después Galeana le presentó a Morelos 300 indios de Tixtla, que habían sido hechos prisioneros en la parroquia y en otros puntos. “—Guerrero –dijo Morelos—usted que habla el mexicano, diga a estos naturales que están libres, y que si quieren seguir nuestras banderas, los recibiré. “Guerrero arengó a sus compatriotas y les dirigió palabras tan expresivas, que todos ellos pidieron seguir con los insurgentes.” Juan Álvarez, tuvo una relevante participación al lado de Hermenegildo Galeana, que respondiendo a la estrategia planteada por Morelos, les dio la victoria ante un enemigo superior en todas las líneas de combate. Después la fuerzas victoriosas se dedicaron a organizarse y normalizar la vida de la población. Fueron ellos los que ahora se fortificaron, y esperaron que los acontecimientos se dieran por sí solos. Los hechos se sucedieron como ellos los esperaban. Las fuerzas virreinales tratarían de tomar venganza; se presentaron nuevamente ante la plaza de Tixtla y pretendieron recuperarla el 15 de agosto. José Antonio Fuentes, jefe realista, creyó oportuno aprovechar que los soldados de Vicente Guerrero se habían trasladado a Chilpancingo, a participar en los festejos de la Virgen de la Asunción, que cada año se celebran en la parroquia para ofrendar a la patrona del lugar. Los soldados de Galeana, y Álvarez a su lado, se encontraban en estado de alerta en Tixtla. El combate se inició con la respuesta efectiva de los defensores. Fuentes atacó en un asalto relampagueante, incendiando y saqueando. Galeana mandó un mensaje a Morelos que se hallaba a doce lenguas de Tixtla, - tal vez en Chilpancingo- quien de inmediato hizo los preparativo para ir en su auxilio. La valentía de Juan Álvarez, se manifestó como siempre en diversas momentos del combate y repetía constantemente a Galeana, que se sostuviera hasta el último

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momento el ataque enemigo, cuando comenzaban a sentir la superioridad sobre ellos. Álvarez cumplió las órdenes de detener a los atacantes que penetraban las defensas internas del pueblo. Su carga fue decisiva, casi los destruyó y los obligó a retirarse. Morelos llegó a las dos horas y atacó el flanco derecho del enemigo, dejándolo entre dos fuegos. Ante esto, Fuentes sólo tuvo una opción: la retirada. Esta se comenzó a realizar siguiendo las órdenes superiores, pero una llovizna persistente les mojó la pólvora, y Morelos conocedor del percance, mandó un ataque de degüello que decidió el triunfo a su favor. La caballería insurgente arrasó y la derrota enemiga parecía un desastre lastimoso. El pequeño arroyo Xoxtecoapan parecía llevar sangre en vez de agua. Habían perecido 200 soldados realistas a la carga de los lanceros. Los sobrevivientes fueron perseguidos hasta Chilapa. Cayeron 800 prisioneros; se tomaron suministros y municiones. Bravo siguió la persecución del resto, hasta Tlapa. Entre los prisioneros tomados en Chilapa, se encontraba José Gago, el español que había recibido los 300 dineros de la traición para entregar el Fuerte de San Diego en Acapulco; con él se encontraba José Toribio Navarro, su amigo y socio en esta promesa. Los dos fueron fusilados tras juicio sumario como doblemente traidores. En la batalla de Tixtla, el arrojo y la temeridad de Álvarez, le hicieron recibir nueve heridas, que lo obligaron a recurrir al puesto de socorros para atenderse de ellas. Esto le atrajo, después de los combates, el reconocimiento de los altos dirigentes. Galeana hizo saber la propuesta de Álvarez, insistiendo que se aguantaran hasta lo último en la batalla; que sostuvieran el acoso un poco más cuando estaban a punto de rendirse, y reconocieron que esos momentos esperados, hicieron inclinarse el triunfo hacia los insurgentes. La decisión de Morelos, no se hizo esperar, propuso que Álvarez fuera ascendido a teniente coronel, por su denodado esfuerzo en la lucha. Autorizado a curarse para sanar en lugar seguro sin alejarse mucho de los puntos estratégicos, se dirigió a San Miguel Coyuca en la Costa Grande, con el propósito de estar informado sobre los movimientos que se gestaban en torno al puerto de Acapulco, objetivo central de su campaña. Establecido en Chilapa, Morelos se dedicó a organizar su ejército; les proporcionó uniformes por primera vez; por medio de los jefes se les orientó en disposiciones disciplinarias, y les dio armas; en esta batalla de Chilapa había obtenido como botín de guerra 400 fusiles, 4 cañones, pertrechos y 400 prisioneros. Tomó medidas en los asuntos de rentas públicas, como si se tratara de un estado organizado. Estos pasos, le mostraron con claridad a Morelos, que no estaba equivocado, que era factible pensar en el manejo de una provincia propia de la causa insurgente. Ya había considerado a Tecpan como centro político de esta provincia. El primer trámite, fue el de dar a este lugar la categoría de ciudad, y nombró como intendente de la misma a Ignacio Ayala. El documento suscrito en Tecpan por Morelos al respecto, lleva la fecha

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del 13 de octubre de 1811. Lamentablemente, Álvarez estaba convaleciendo y no pudo estar presente. Pese a ello, conocía la situación precaria de las tropas insurgentes, con el deseo de participar en su transformación, hizo un donativo de sus propias reservas, por la cantidad de mil pesos, afirmando que era una aportación a la causa independentista. No hay adversidad que no se encuentre respaldada por satisfacciones. La más importante que tuvo Juan Álvarez en esta ocasión, además de su estancia en San Miguel Coyuca, fue la de encontrar respuesta favorable en labios de su amada Faustina Benítez 1, quien aceptó convertirse en su esposa. Apenas recuperado y casado, a fines de 1811, recibió instrucciones de establecerse en Pie de la Cuesta para estar más cerca del objetivo de aquella empresa: Acapulco. De inmediato hizo un recorrido en torno al puerto, que le permitió tener el mejor panorama de los acontecimientos. El 11 de febrero de 1812, hace un rodeo para dirigirse a la hacienda de San Marcos. Al percatarse de su movimiento, los realistas lo atacaron en el punto conocido como Los Amates, en donde su tropa salió victoriosa. CUAUTLA Y HUAJUAPAN. Morelos, después de permanecer un tiempo en Chilapa, encamina sus pasos a Cuautla, donde Calleja le impondrá un sitio terrible. Álvarez se encontraba por los rumbos de la costa, cuando sucedió el sitio de Cuautla; sintió la angustia de los insurgentes, y respiró como ellos cuando se rompió el sitio con heroico final, después de 73 días de asedio y penurias sin fin. Tras la retirada de Morelos a Chiautla, se enteró que sus tropas obtuvieron una sonada victoria el 4 de julio, sobre los realistas. Al escapar del sitio de Cuautla Leonardo Bravo 1 se da cuenta que entró equivocadamente en la hacienda del ahora enemigo Gabriel Yermo; éste, en vez de darle protección, en respaldo a una vieja amistad, lo hizo prisionero y lo entregó a los realistas. Morelos ofreció canjear su vida por la de 800 prisioneros que tenía en manos de diversos jefes insurgentes. No fue aceptada la oferta A Leonardo Bravo lo sentenciaron a morir a “garrote vil” como los traidores, y lo ejecutaron. Ni siquiera intentó persuadir a sus familiares para que aceptaran el indulto que ofrecían los realistas. La respuesta de Nicolás Bravo, fue el perdón a 300 soldados prisioneros bajo su custodia, que siendo hombres de combate, la mayoría de ellos, comprendiendo el significado de esa acción, en vez de buscar el retiro o reincorporarse al ejército de los suyos, se unieron a las tropas insurgentes de Bravo.

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.- En su memoria San Miguel Coyuca, hoy lleva el nombre de Coyuca de Benítez. 1 .- Originario de Chilpancingo, (17-- -1812)

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El día 7, Morelos toma nuevamente Chilapa derrotando a los realistas y con ese triunfo, prácticamente cuenta con autoridad en toda la región hasta las faldas serranas de Acapulco. Es cuando se lanza a Huajuapan en auxilio de Valerio Trujano, que era un renombrado soldado insurgente tras las batallas victoriosas de Silacayoapan y Yanhuitlán. El sitio de Huajuapan se inició el domingo 5 de abril de 1812, y terminó 111 días después, de acuerdo a Bustamante y Alamán. Bravo fue la avanzada de Morelos, quien llega poco después, el 23 de julio, y ataca a los sitiadores, que no soportan más tiempo entre dos fuegos. Así se rompió el sitio, que abrió las puertas a Morelos para adueñarse de Tehuacán, Oaxaca y la zona de La Mixteca.

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EL CERRO DE ÁLVAREZ.. Al considerar Álvarez que su familia corría peligros estando al alcance de las fuerzas virreinales, y que en ocasiones las incursiones penetraban a sitios que se consideraban seguros, optó por buscar un lugar a prueba de ataques y lejos del territorio conocido por el enemigo. Decidido donde establecer hogar a su esposa, la ubicó en un punto sin peligros, en un cerro conocido ampliamente por él, y que más tarde llevaría el nombre de “Cerro de Álvarez” en las proximidades del río Balsas, a inmediaciones del rancho de Acapilpan. En estos movimientos, que buscaban la seguridad de su esposa y obtener reconocimientos, vino en este lugar el nacimiento de su hijo Diego el 12 de noviembre de 1812 que llegaría a ser el heredero de sus bienes económicos y políticos. Algunos historiadores han afirmado que su hijo Diego llegó al mundo en la tranquilidad y seguridad que podría haberle dado San Miguel Coyuca, entre ellos Clyde Gilber Bushnell, uno de sus más profundos biógrafos. Desde Oaxaca, el generalísimo Morelos le expidió un despacho en el que lo nombraba coronel de las fuerzas insurgentes, y comandante en la región de Zacatula, con fecha 30 de noviembre de 1812. Estaría bajo la supervisión del general Isidoro Montes de Oca. Su amor a las armas y el ideal libertario que le había inculcado Morelos, le estaban retribuyendo merecidos reconocimientos. Siguiendo las instrucciones de Morelos, el siguiente día 13 de abril, partió a Pie de la Cuesta, y realizó un recorrido de inspección a las fortificaciones del cerro de El Veladero, que estaban en espera del asalto definitivo al puerto de Acapulco. Con este fin, puso refuerzos a estas fortificaciones que dieron sostén por un año más al asedio del puerto. Cumpliendo con su deber al frente de las trincheras que resguardaban la inmovilidad de Acapulco, Álvarez se enteraba de los grandes acontecimientos que como caudas gigantescas, se levantaban al paso de Morelos. El generalísimo elevó a la categoría de ciudad a Chilpancingo, con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción, y le otorgó el rango de Capital del país, al instalarse allí el Congreso que daría estructura política al movimiento libertario que había iniciado Hidalgo, y que por ese hecho, se le conoce como Primer Congreso de Anahuac. Era la culminación de la lucha libertaria para la emancipación de Anáhuac que había proclamado Hidalgo desde el templo de Dolores. Este acontecimiento se dio el 13 de septiembre de 1813. Llegaron los electores de la Provincia de Tecpan, y después de una misa solemne celebrada por el doctor Velasco ese 13 de septiembre, Rosáins leyó el reglamento dispuesto por Morelos para el desarrollo de los trabajos. Salió electo representante de esta región José Manuel de Herrera. Al día siguiente, ante una multitud admirada por tal excepcional suceso, Morelos expuso la necesidad de que la antigua Junta de Zitácuaro, se sustituyera por un Congreso Nacional. Este estuvo

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formado por: Ignacio Rayón, representante por Guadalajara; José Sixto Verduzco, por Michoacán; José María Liceaga, por Guanajuato; Andrés Quintana Roo, por Puebla; Carlos María de Bustamante, por México, y José María Cos, por Veracruz. Fungieron como secretarios Cornelio Ortiz de Zárate y Carlos Enríquez del Castillo. A ellos se unieron luego los representantes de Oaxaca y Tecpan: José María Murguía y José Manuel de Herrera, respectivamente. El secretario del general Morelos, Rosáins, fue quien leyó ante el Congreso el documento de Morelos con el nombre solemne de “Sentimientos de la Nación” El 20 de agosto de 1813, Hermenegildo Galeana, responsable del sitio en Acapulco, había recibido aviso de rendimiento de la guardia virreinal de la fortaleza de San Diego. Se hicieron todos los preparativos y dicho enclave le fue entregado ese mismo día. Álvarez convaleciendo de sus heridas, enfermó también de viruela y obtuvo el 29 de agosto, permiso temporal para retirarse del ejército. Se dirigió al Cerro de Álvarez, que era el refugio de su esposa y su hijo Diego, donde se recuperó con las atenciones de ella, quien estuvo al cuidado de su enfermedad contraída en el fragor de las batallas, y él, en cama, estuvo pendiente de su familia. Sabía que los hechos de armas se sucedían, y que su estancia al lado de los suyos sería breve, después de su recuperación que la hizo saber a Morelos. El intendente Ignacio Ayala, le expuso la situación prevaleciente y lo invitó a que se reincorporara a su ejército debido a lo urgente de su presencia, y se estableció de inmediato como jefe del campamento insurgente en El Veladero. Al llegar Hermenegildo Galeana a ese lugar, le hace entrega del mando, y el 4 de abril se le comisiona en el campamento Pie de la Cuesta. El coronel José Gabriel de Armijo aprovechó la ausencia de los principales jefes insurgentes y ya tenía ocupado Acapulco. Atacó sorpresivamente al coronel Álvarez el 15 de abril y lo obligó a retirarse derrotado a San Luis de Soberanis, hoy San Luis de la Loma.

CAE UN MARISCAL. Recuperado del descalabro, regresa a San Miguel Coyuca para incorporarse a las fuerzas de Hermenegildo Galeana el 27 de junio de 1814, día trágico para este mariscal insurgente, ya que fue la fecha de su muerte durante un combate en las cercanías de esa población. Existen tres versiones sobre la caída de Galeana, caudillo muy querido y popular entre los insurgentes. La verdad sobre esos decires, es que murió peleando contra las fuerzas virreinales. Y como una inmisericorde venganza, recibió un tajo de machete, con el que lo decapitaron, para cerrar el singular expediente de su participación en la lucha libertaria. A partir de entonces, Álvarez se unió al general Julián de Ávila, el 6 de julio, combatiendo a su lado por un tiempo. Con ello, reafirmó su vieja

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amistad, valorando a la vez en este hombre, los lazos que lo ataban a los principios que enarbolaba Morelos.

DERROTAS Y RESURGIMIENTO. No siempre los laureles de la victoria coronaron su frente. En el mes de octubre se enfrenta al teniente José Miguel de Nava sufriendo una seria derrota. El 20 de enero de 1815, es derrotado nuevamente en el cerro de Ixtla. El 10 de agosto atacó Petatlán con éxito. Poco después se une a Isidoro Montes de Oca. En el mes de noviembre, recorrió con él parte de la Costa Grande, partiendo desde San Miguel Coyuca. En este trayecto tomaron conocimiento de la suerte que había corrido el Congreso, y la aprehensión de Morelos ocurrida en Texmalac 1. Mucho lamentaron estos negros acontecimientos para la causa. Pero su espíritu de lucha se vio fortalecido de nuevas esperanzas para proseguir con la empresa. Con profundo pesar se enteró que El Siervo de la Nación, había caído frente al paredón de fusilamiento a las tres de la tarde del 22 de diciembre de 1815, en San Cristóbal Ecatepec, cerca de la Ciudad de México. Con mayor empeño se aferró a las armas y continuó en la lucha. Lo llama con urgencia Julián de Ávila, para que se le una y juntos ataquen San Luis de Soberanis, combate que se realiza el 20 de junio de 1816, en el que triunfa Pablo Francisco Ruvido. Tras la derrota, Álvarez es perseguido y toma camino rumbo al río Balsas. Pese a lo tenaz de la persecución, logra escapar del asedio. Julián de Ávila, para escapar también, tomó la ruta hacia Michoacán dividiendo a los perseguidores, que lo perdieron de vista al poco tiempo. Los dos caudillos surianos burlaron a su enemigo, que con posterioridad volverían a enfrentarse. Álvarez, tomó rumbo al refugio donde se encontraba su esposa y su hijo. Buscando la costa, los llevó consigo, tomando el camino a Zacatula donde encontró la protección requerida, pero sin abandonar la causa. El 23 de julio de 1817, estando en el litoral del Pacífico, se puso al frente del campamento insurgente de La Orilla. Ubicado en este lugar, nació su hijo Encarnación el 25 de marzo de 1818. Partió de la Sierra de Ahuindo, pero queda al frente del campamento Isidoro Montes de Oca, y se dispuso a incorporarse a las fuerzas de Vicente Guerrero. En la hacienda de Nuxco fue sorprendido por Silvestre Pano que lo dejó en libertad, indicándole el camino por donde encontraría al jefe

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.- Nombrado también como Texmalaca.

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insurgente. Regresó a la Sierra de Ahuindo en la desembocadura del Balsas, allí conocido como río Zacatula. El 19 de octubre de 1818 recibió la designación del Gobierno Provisional Mexicano reunido en Jaujilla (Junta de Jaujilla), como 2° Comandante General de la Costa del Sur. Pese a la distinción, el 26 de marzo de 1819, presentó renuncia a ese cargo, que sin nombramiento, reconocía como tal, a Vicente Guerrero. Sabía el rango que él pudiera tener en la zona, sin usurpar jerarquías. Después del 15 de abril marchó de La Orilla rumbo a Tecpan. Comenzaba una etapa de triunfos consecutivos.

III.- EL PRIMER IMPERIO. NUEVAS BATALLAS. Tuvo un encuentro de armas el 27 de junio contra José Miguel de Nava obteniendo un merecido triunfo en el cerro de Atoyaquillo, de la sierra de Tepetixtla. Para agosto se había posesionado de Tecpan. Enseguida recibió el nombramiento de comandante de Zacatula. Tomó la plaza de Zoyaltepec el 17 de enero de 1820. El 21 de febrero derrotó en Agua del Perro al coronel Carlos Moya. El 22 de marzo causó fuerte descalabro a las fuerzas virreinales, en la Barra de la laguna de San Miguel Coyuca. En El Tomatal, resistió la carga de sus enemigos el 28 de abril. El 4 de junio, sorprendió a los realistas en Ejido Viejo. Se situó en Agua del Perro, y el 6 de septiembre exhortó a los habitantes de Atoyac y El Zanjón (hoy San Jerónimo) para que se incorporaran a la causa nacional. Se enfrentó y derrotó al capitán Alejandro Novelo, a la vista del mar en el pueblo de Cabañas, el 21 de diciembre de 1820. Se internó a la sierra y el 16 de enero de 1821 se presentó en Jaleaca al caudillo Vicente Guerrero, con quien pasó a Chichihualco el día 26, para combatir el 27 en la Cueva del Diablo, al teniente coronel Francisco Antonio Berdejo. Buscando la protección de los caminos serranos, el 6 de marzo llegó a Atoyac, y tomando el rumbo de San Jerónimo, el 16 arribó a Tixtlancingo. El 23 inspeccionaba el campamento de Pie de la Cuesta, analizando las posibilidades de realizar un ataque, decidió tomar parte en la batalla que se libró en Acapulco, activando la refriega. Con Isidoro Montes de Oca, se posesionó del cerro El Limón, el 30 de ese mes; al día siguiente se aproximó a Venta Vieja. Conocidos los movimientos y las decisiones tomadas por el General Vicente Guerrero, a quien respetaba y admiraba, se une al Plan de Iguala, y acepta ser miembro del Ejército Trigarante. Su aportación consiste en esos momentos en 300 hombres y 122 fusiles. El 2 de abril de 1821, había acampado en La Sabana. El 13 de mayo se retiró a la laguna de Mitla, en compañía de Montes de Oca, debido a la presencia del coronel realista José Joaquín Márquez Donallo. Siguió

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a Tecpan y el 12 de junio se encontraba en Tixtlancingo, con instrucciones del jefe del Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide, para continuar sitiando la ciudad y puerto de Acapulco. En Pueblo Nuevo recibió instrucciones del General Montes de Oca para marchar a Costa Chica en auxilio del coronel José Antonio Reguera, que había reconocido el Plan de Iguala. Emprendió ese recorrido el 30 de julio de 1821 y el 3 de agosto siguiente escarmentó en San Marcos al sargento José Ángel Jiménez, a quien volvió a derrotar en la cuesta de El Perulero el día 8. El 10 regresó a San Marcos, y de allí a Texca. El 25 recibió órdenes de Montes de Oca que partiera a Tecpan para que organizara en ese lugar la milicia local. Cumplió la comisión y regresó rumbo a Acapulco. El 2 de octubre acompañó a Montes de Oca en Venta Vieja, y discutía con los comisionados encabezados por el teniente de fragata Juan Novoa y Gayosso, los pormenores de la entrega de la Plaza de Acapulco. Montes de Oca le ordena hacerse cargo de la Comandancia del puerto, que le confirmaría Iturbide, tres meses después. Conservando sus fuerzas en este lugar hasta agosto de 1822, en que el mismo Agustín de Iturbide lo nombra Comandante Militar de Costa Grande. Se dirigió a la Garita de México, hoy de Juárez, y firmó el día 5 el Tratado de Capitulaciones con el teniente coronel Diego García. El 15 de octubre de 1821, entró a Acapulco. El día siguiente, ocupó el castillo de San Diego, al mismo tiempo que asumió el cargo de Comandante Militar a nombre de la Independencia de México. José Joaquín de Herrera se dio de baja del ejército virreinal después del triunfo del Ejército Trigarante. Se retiró de las armas y se dedicó a su antigua labor de boticario en Perote, Veracruz. Iturbide lo invita a incorporarse al mando del ejército que integra, en sustitución de Agustín de la Viña, que no acepta el cargo. Al poco tiempo se incorpora a la milicia formando una columna que llamó “Granaderos Imperiales”. Fue así como se reintegra a la historia mexicana el hombre que se preocuparía –ya como presidente de la república- por legalizar en 1849, la erección del Estado de Guerrero.

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DESCONOCIMIENTO DE ITURBIDE. Don Juan llevó a su hijo Diego a estudiar en la capital mexicana en enero de 1822, inscribiéndolo en el antiguo colegio de su maestro Ignacio Avilés, en donde lo mantuvo hasta 1826. En la misma capital, Diego, se graduó de bachiller en 1829, para luego entrar al seminario de la Ciudad de México donde estudiará jurisprudencia; estudios que interrumpiría a la caída del general Vicente Guerrero. Es entonces, en el año de 1822, cuando Juan Álvarez recibe de Iturbide el nombramiento de Comandante Militar de la Costa Grande. Regresó al sur y el 23 de octubre llegó a Acapulco, para preparar la defensa portuaria en vista de que la escuadra de Lord Cochrane, se presentó en la bahía, en forma desafiante. A principios del siguiente año pasó a Atoyac, y el día 12 de febrero se hizo cargo de la Comandancia General de la Costa del Sur, con motivo del retiro de Montes de Oca. El 14 estaba de regreso en Acapulco y se dedicó a la organización del Batallón Constancia. El 26 de marzo obtuvo licencia de dos meses para atender a su quebrantada salud y trasladarse a México para atenderse. Entregó el mando provisionalmente al coronel Nicolás Basilio de la Cámara. Cumplido el permiso que disfrutaba, retornó al puerto suriano y asumió su puesto; pero el Emperador Agustín de Iturbide, designó para sustituirlo el 1° de julio, al coronel Francisco Antonio Berdejo. Unido a los principios republicanos de Guerrero y Bustamante, desconoció al gobierno Imperial, el 27 de febrero de 1823. Vicente Guerrero y Nicolás Bravo lo habían hecho con anterioridad. Antonio López de Santa Anna, se levantaba en armas en Veracruz, enarbolando el Plan de Casa Mata. Guadalupe Victoria que permanecía en las montañas sin reconocer a Iturbide, dio ánimos para esgrimir la protesta, fortaleciendo la petición de un congreso constituyente. El 27 de febrero de 1823 desconoce el Imperio de Iturbide, y la gente de la Costa Grande se le une apoyándolo. Considera adecuado el Plan de Casa Mata y se adhiere a la idea de convocar a un Congreso Constituyente. Es cuando se le atribuye la expresión: “no puedo estar conforme con que en mi patria haya un trono, cuando he derramado mi sangre por derrocar al que existía”. Fue nombrado por el Supremo Poder Ejecutivo como comandante de la 5ª. División del Sur con residencia en Ometepec. El 15 de junio no aceptó dicho cargo y solicitó su retiro del ejército, hallándose en San Miguel Coyuca el 14 de julio.

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SE RETIRA Y REGRESA. Sin embargo, el 22 de agosto desconoció al gobernador interino de Acapulco, capitán de fragata Flaminio Agasini, y con este hecho se le consideró en activo nuevamente, puesto que no se mantuvo a la expectativa como correspondía a su petición de retiro, además de que estaba en tránsito la negativa del gobierno a su solicitud. Su presencia en el ejército de la zona era de suma importancia.. Nombrado comandante de la guarnición a partir del 21 de septiembre, desempeñó ese cargo simultáneamente al de jefe del Batallón Activo o Provincial de Acapulco. Entregó otra vez el mando militar a Nicolás Basilio de la Cámara, y fue a la Costa Grande con el objeto de formar el Batallón de Zacatula. Retornó a Acapulco en mayo de 1824 y se puso al frente de los asuntos militares que tenía confiados. El 20 de julio seguía despachando en el puerto y el 8 de agosto marcha al frente de sus fuerzas. Derrotó en Texca a 400 rebeldes que se estaban convirtiendo en amenaza a la paz establecida en su territorio. Dos días después estaba de regreso en Acapulco, sabedor de que había vuelto la calma. El 13 de septiembre, de acuerdo a las actividades que desempeñó, ocupaba igualmente el empleo de Capitán de Puerto. A mediados de octubre conoció en detalle los acontecimientos ocurridos en la capital del país: Guerrero había ocupado la presidencia de la logia masónica de los Yorkinos, donde se agrupaban los liberales, y lo invitaba para incorporarse a ella. Estaba al frente del grupo masónico contrario, del rito escocés, grupo de los conservadores, el general Nicolás Bravo. Mucho tuvo que ver en la ocupación de estos puestos de dirigencia antagónicos, el embajador estadounidense Poinsset, que ya trabajaba a favor de la expansión de su país. La Constitución que regiría a la nueva nación, se había promulgado el “4 del mes de octubre del año del Señor de 1824, 4º. De la Independencia, 3º. De la Libertad y 2º. De la Federación...” A los pocos días, y de acuerdo a la nuevas leyes, fue declarado presidente de la república el general Guadalupe Victoria, quien, para evitar el descontento de los poderosos escoceses, se inclinó por que el Congreso nombrara a Nicolás Bravo para ocupar la vicepresidencia de la república. El general Guerrero, pudo haber participado como candidato a la presidencia con grandes posibilidades de triunfo, pero no lo hizo; y leal ante las disposiciones de la ley, decidió alejarse del escenario y partió a un merecido descanso en su natal Tixtla. Se dedicó a meditar sobre la política nacional, y atenderse de las dolencias que padecía –y nunca dejó de padecer- causada por las heridas de las últimas refriegas, que le dejaron ocultas unas esquirlas óseas, causadas por impactos de bala. Álvarez no desaprovechó la ocasión para visitar a su admirado jefe, con quien profundizó ideas y conceptos sobre el federalismo. Por razones de enfermedad, el 9 de mayo de 1825, Álvarez entregó la Comandancia Militar, al teniente coronel Manuel Victoria y se trasladó a

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México para atender su salud. Como siempre, aprovechaba todos los momentos propicios para atender asuntos de política y reafirmar posiciones militares ante los representantes del gobierno. El 23 de agosto regresó a Acapulco y recibió la comandancia militar por parte de quien lo sustituía. Volvió a enfermar y el 3 de noviembre de 1825 tuvo la imperiosa necesidad de un descanso. Encomendó el mando militar al expresado jefe que con anterioridad había cubierto su ausencia. A principios de 1826 estuvo en condiciones saludables y volvió con nuevo vigor al frente de la Comandancia Militar de Acapulco, por entrega que le hizo el comandante interino. Cuando el general Isidoro Montes de Oca fue designado para cubrir la jefatura militar el 2 de mayo, de 1827, llegó a Acapulco y de inmediato ocupó el cargo que le entregó Álvarez. Éste descansó unos días en el puerto y a continuación hizo un recorrido por la costa. El 12 de septiembre, ya estaba al lado de su familia en San Miguel Coyuca. Su estancia fue breve, pues tuvo que regresar al puerto el día 16. Por órdenes superiores, el 7 de octubre recibió la comandancia militar del puerto, y el 5 de noviembre envió prisionero a México, al coronel Francisco Marcos Mangoy, por haber asesinado a unos españoles cerca de la Sabana, al sobrevenir un brote armado a favor de la expulsión de los hispanos; y habiendo avanzado la División de Zacatula , mandada por el teniente coronel Cesáreo Ramos, el 29 de diciembre de 1827, le negó la entrada a Acapulco a esa fuerza expedicionaria que conservaba el orgullo de que él la había formado. OTRA VEZ EN ACTIVIDAD. Algunos autores consideran que en esta época, de ser un caudillo, pasa a ser un cacique, si se toma como base la aproximación metodológica de Max Weber, que expone Fernando Díaz Díaz. Anota que un caudillo y un cacique reúnen características comunes, como: “a) La búsqueda por obtener la dominación de un grupo social determinado, misma que puede fundamentarse en la costumbre o tradición, en la ley, o en la gracia personal o “carisma”; b) los diferentes medios que son utilizados para alcanzar esa dimensión: oportunismo político, medios económicos especiales, cualidades personales (simpatía, audacia, “machismo”, etc), c) el empleo de una clientela más o menos numerosa; d) la orientación de una bandera o partidismo político; e) y, frecuentemente el colocar a su servicio los ordenamientos legales, jurídicos o administrativos, para aumentar o garantizar la continuidad de la dominación alcanzada”. Nombra como características del cacique las siguientes; “a) ...mentalidad rural distingue al cacique. b)... una obra de matiz regional. C)... defensa del statu-quo; e)... tránsito de la dominación carismática a la tradicional...”. Y por lo tanto, las considera aplicables a partir de esta etapa, en la vida de Juan Álvarez.

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Fue clara la posición del soldado del sur, ante la amenaza de expulsión de los españoles del país, a muchos de ellos se les acusaba de intentar restablecer el poder de la corona hispana. Puso oídos sordos a las diversas opiniones, y se vuelve defensor de muchos españoles conocidos por él, que tenían una vida pacífica y constructiva. Al declararse protector de quienes se lo solicitan, muchos de ellos recurren al general para garantizar sus bienes. Sin embargo, después de oír y opinar sobre antagónicas razones del asunto, el 11 de enero de 1828 se adhirió al Plan contra los españoles y entregó el mando militar al coronel Montes de Oca, para ponerse al frente de la llamada Columna de la Libertad, el día 15 de enero. El 17 salió de Acapulco y pernoctó en Venta Vieja. Arribó a Ejido Nuevo el 18 de enero; el 19 entró a Dos Arroyos; el 20 descansó en Venta del Peregrino, y el 21 acampó con su gente en Dos Caminos. El 23, ocupó el pueblo de Petaquillas y el 24 hizo su entrada triunfal a Chilpancingo. El 27 siguió camino a Tixtla, y con parte de su contingente se dirigió a Chilapa el 29 del mismo mes. Se internó en Puebla y consiguió arribar a México. Fiel y respetuoso de las jerarquías del gobierno, rindió parte de las razones que lo llevaron a este peregrinaje, para luego regresar a Acapulco, en acatamiento de órdenes recibidas. Inmediatamente se puso de acuerdo con el general Isidoro Montes de Oca, y sostuvieron el Plan proclamado por el Jefe Antonio López de Santa Anna, desconociendo la elección presidencial del general Manuel Gómez Pedraza. Los masones escoceses lograron con argucias, inclinar la balanza del Congreso a favor de Pedraza. El 15 de noviembre recibió del gobierno central las órdenes correspondientes para asumir el cargo de Comandante Militar de Acapulco, al ser depuesto el coronel José Ignacio Pita. Por ruta diferente a la recorrida por Montes de Oca, el 26 de este mes salió del puerto. Ambos, en Chilpancingo, desalojaron al general Nicolás Catalán. En persecución del mismo, se dirigieron a Iguala y tomaron la ciudad al convenir Catalán en abandonar la plaza. Siguieron a Tepecoacuilco y Cuernavaca y continuaron su recorrido el 18 de diciembre de 1828, separándose de la columna Montes de Oca por estar enfermo. En ese breve lapso, Guerrero había ocupado, del 8 al 25 de diciembre, el Ministerio de Guerra, al darse por enterado que Santa Anna le daba su apoyo a la presidencia de la república. El 17 de febrero de 1829 se encontraba otra vez en México, con el propósito de dar, con su presencia, testimonio de adhesión a la corriente política que favoreció al general Guerrero. Tuvo la oportunidad de entrevistarse con él, que gozaba de merecido prestigio como único y sincero consumador de la Independencia Nacional. Esta entrevista dio como resultado que dos días después, lanzara una Proclama en la capital de la república, despidiéndose de los habitantes de la ciudad por la acogida tan generosa, que los capitalinos brindaron a la División del Sur a sus órdenes, y asegurando que sus hombres volverían a la metrópoli en defensa de las instituciones, si la forma de gobierno

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adoptada por la nación estuviera nuevamente amenazada. En esas condiciones, el 14 de marzo de 1829, regresó a Acapulco. Por dar preferencia a resolver asuntos de su jurisdicción, no creyó necesaria su presencia en la Ciudad de México, para el 1º de abril en que tomaría posesión de la presidencia, su entrañable amigo y jefe. Al poco tiempo, con gran agrado para su modo de pensar, tuvo la noticia que el 20 de septiembre el general Guerrero, recibió en pleno desarrollo de un programa teatral, un parte de guerra, donde se le comunicaba que el comandante Barradas, que quiso reconquistar para España el territorio nacional, había sido derrotado por Terán y Santa Anna. Con ello, la nación daba por consolidada su independencia. Guerrero dio lectura a ese informe a la concurrencia del teatro, que estalló en júbilo. Los acontecimientos adversos al presidente de la república se habían precipitado en la capital y el interior de la nación. Previniendo los sucesos, el 21 de diciembre de ese año, Álvarez tenía reunida considerable tropa en el puerto suriano, con intención de acudir en auxilio del presidente Guerrero, si fuera necesario, porque le llegó la infausta, aunque noticia esperada, de que había sido derrocado por el vicepresidente Anastasio Bustamante, quien se había prestado a tender una trampa al caudillo suriano, estando claro que el vicepresidente saldría ganancioso. Llamado con urgencia por el prefecto José María Bermúdez el 3 de enero de 1830, se adhirió al Plan de Jalapa. El 3 de marzo entregó el mando al general Francisco Antonio Berdejo, y el día 7 emprendió el viaje a Tecpan. El 15 de marzo conferenció en El Zanjón con el teniente coronel Manuel Aivar y Galeana, y el capitán José María Córdova, para planear la reconquista de Acapulco que se encontraba en manos del gobierno usurpador. Rechaza el Plan de Jalapa el 6 de abril y se pronuncia a favor de Guerrero y contra el Plan de Jalapa. El 18 tomaron el castillo de San Diego los partidarios del general Guerrero y Álvarez entró a Acapulco, cuando Berdejo se embarcó buscando salvar la vida. La figura de Álvarez a caballo era para todos familiar. Repentinamente se encontraba en Acapulco como en Tixtla, en Texca o en Chilapa. Su cabalgar incansable no tenía fin. Poco se le veía caminar a pie. Todos recordaban que se debía en parte, a las heridas de las balas que le atravesaron las piernas en el primer intento de la toma del fuerte de San Diego. El 20 se apoderó del puerto. Con referencia a los sucesos y los personajes que la vivieron, pronunció la frase: “Los serviles no pelean con la ayuda del cielo”. Como “División Protectora de la Soberanía de los Estados” nominó a su tropa, y el 22 de marzo salió de Acapulco para establecerse en Venta Vieja, esperando entrar en acción contra los gobiernistas que se acercaban para atacarlo.

NICOLÁS BRAVO RETORNA DE SU EXILIO.

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Con el propósito de contrarrestar el movimiento rebelde, el día 25 partió de Chilpancingo el general Nicolás Bravo, que ya había vuelto de su destierro en Suramérica. Este destierro se le decretó al ser derrotado por Guerrero en Tulancingo, cuando se rebeló contra el presidente Victoria, siendo Bravo el vicepresidente de la república. Don Nicolás, siempre aconsejado por los conservadores, sembró el ejemplo de que el vicepresidente puede rebelarse contra el presidente para intentar sustituirlo. El 24 de abril Álvarez fue derrotado por Bravo en cruenta batalla, y de Venta Vieja logró escapar al cerro del Veladero, que abandonó el 5 de mayo siguiente, ante el acoso del coronel Mariano Barbosa y el capitán Tomás Moreno. Este último logró darle alcance y lo batió en el paso del río de San Miguel Coyuca el día 26. Con la gente de El Zanjón y Atoyac, derrotó el 6 de junio a su antiguo antagonista, el general Francisco Antonio Berdejo y al coronel Pablo María Moulíaa, en el punto boscoso llamado El Manglar. Al día siguiente sobreponiéndose a los esfuerzos realizados, estaba en Cabañas, y el 23 atacó la Ciudad de Acapulco, sin conseguir ocuparla. Pasó a Venta Vieja en donde el 29 seguía a la expectativa. Efectuó una operación envolvente y el 1° de julio sitió en Dos Arroyos al coronel Juan S. Amador, a quien logró aprehender y luego dejó en libertad para trasladarse a Chilpancingo. Con fecha 5 de ese mes, Guerrero se hallaba en Guadalupe, y aprovechando su estadía en este lugar, y con el derecho de su investidura, le extendió despacho dándole el nombramiento de general al patriota suriano. En 25 de julio llegó a Texca como un relámpago; de inmediato salió para hacerse presente el 5 de agosto. Con motivo de la proximidad del general José Gabriel de Armijo, retrocedió a San Miguel Coyuca, en donde se encontraba el 16. En esta fecha se le une su hijo Diego que contaba 18 años y había abandonado sus estudios en la Ciudad de México, para empuñar las armas en favor del presidente Vicente Guerrero. Álvarez se movilizó enseguida hacia Tixtlancingo y el 26 de septiembre atacó en Texca a su sanguinario enemigo, cuyos soldados cayeron prisioneros. Fecha fatal en la vida de tan activo militar español, enemigo de la insurgencia, que pereció a machetazos y puñaladas el 30 de este mes cuando, en su huída, queriendo protegerse, tuvo una caída aparatosa en el fondo de una barranca.

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IV.- EN LA VIDA REPUBLICANA. LA PRESIDENCIA DEL GENERAL GUERRERO. Oportunamente se enteró de los sucesos que se desarrollaban en la Ciudad de México, y el desconocimiento que hizo el Congreso, por maniobras políticas de los conservadores, el 4 de febrero de 1830 del gobierno del general Guerrero, concretando su fallo en breves palabras: “El general Vicente Guerrero tiene imposibilidad para gobernar la república” Toma el puerto de Acapulco el ya general Juan Álvarez y da a conocer su pensamiento: “Me engañé cuando el 3 de enero me adherí a este gobierno creyéndolo equitativo; pero he visto y la experiencia ha acreditado que es antiliberal, que protege únicamente a los serviles, como habéis visto en esta ciudad...” Guerrero, perseguido por las fuerzas de Bustamante, y asediado por los patriotas que le pedían volver a las armas en contra del mal gobierno, se fue a recorrer los viejos caminos conocidos de las montañas del sur. Álvarez llevó a la práctica ciertas precauciones para evitar ser asesinado por envenenamiento en las comidas; cosa que ya se había intentado. Agregó a sus artimañas de precaución, la costumbre de usar una cuchara de plata que le era inseparable; con ella iniciaba a tocar sus alimentos antes de comerlos. La cuchara cambiaba su color al contacto con brebajes venenosos, y de inmediato se percataba de que podía comer o no, lo que le servían. Esto le evitó la muerte en varias ocasiones. Muchas otras veces, daba a los perros parte de sus alimentos antes de tomarlos. Álvarez emprendió nueva expedición, el día 20 y el 23 se posesionó de la Hacienda de Buenavista al retirarse sus ocupantes. El 25 se reunió con el general Vicente Guerrero y continuó con él su avance. Por Petaquillas, prosiguió la marcha y el 29 de diciembre de 1830 acompañado por su ejército antigobiernista, hasta hacer alto en la cumbre de Frontequinil, de las lomas de El Molino. Poco antes, Álvarez tuvo que enfrentar a las tropas perseguidoras del presidente de la república; triunfó en algunos encuentros logrando aprehender a varios perseguidores. Dejó en entera libertad al coronel Félix Marino; y el 6 de octubre de 1830 se adueñó de Acapulco. Marchó sobre San Marcos y el 7 de noviembre traspuso el río Papagayo. Al día siguiente acampó en Dos Arroyos y el 25 se dedicó a reunir gente para su tropa en Texca, donde acampando, permaneció allí hasta el 19 de diciembre. Después de su estadía en Tixtla, el general Guerrero tuvo que enfrentar a las fuerzas de Nicolás Bravo, a quien el gobierno de Bustamante sagazmente lo convenció, para que fuera precisamente don Nicolás, el perseguidor de su paisano y antiguo compañero de armas e ideales, aduciendo algunas intervenciones de Guerrero que le afectaron para que le decretaran su penoso y reciente destierro de México.

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Luchó con denuedo el presidente el 2 de enero de 1831, pero esta vez Nicolás Bravo derrotó a Guerrero. Ante tal situación, el caudillo decide establecerse en Acapulco, en espera de que calmaran los ánimos en el enmarañamiento de los sucesos que lo involucraban. Álvarez salió y llegó a Texca, donde era espectador de los acontecimientos hasta el día 19. Como Guerrero seguía establecido en Acapulco y trataba de lograr una remesa de armas de Petacalco por conducto de un marino que consideraba su amigo, éste, de origen genovés llamado Francisco Picaluga, le hizo una formal invitación para afianzar el trato del envío de armas, comiendo a bordo de su bergantín “El Colombo”. Don Juan, recelando de tal invitación a la que estaba invitado, le envió un propio a Guerrero tratando de disuadirlo para que no asistiera a dicho convite. Álvarez, por algunas atenciones de su oficio, no pudo acompañarlo de momento en el puerto como hubiera querido, pero se entera con fundados temores que el marino italiano Picaluga, convenció al ex presidente a que aceptara la fatídica invitación a comer a bordo de su bergantín “Colombo” fondeado frente a las playas en la bahía de Santa Lucía. Casi pisando los talones del propio enviado, llegó Álvarez a las playas de Acapulco, sin alcanzarlos. Mucho lo lamentó, porque Guerrero no hizo caso al escrito donde manifestaba sus dudas sobre la sinceridad del navegante genovés. Y dudó en ciertos momentos del giro de los acontecimientos si él también hubiera acompañado al caudillo, o si lo hubiera convencido de no aceptar la invitación estando él presente. Ante la incredulidad de una traición de su “amigo” extranjero, la opinión de Guerrero se impone ante la insinuación de Álvarez en su recado. Éste se encontraba tan lejano para insistir, que nada más pudo hacer para impedirlo. Al cabo de este hecho triunfó el ofrecimiento de las “treinta monedas” que deslumbraron a Picaluga y lo hundieron en el mar de la traición y la desgracia, trastocando las páginas siguientes de la historia nacional. Era imposible intervenir; las distancias por cortas que fueran, eran insalvables en un corto tiempo en esa época. Álvarez se enteró de los sucesos que se realizaron ininterrumpidamente del 6 de enero en Acapulco. Volvieron a enlazarse hasta el día 20 con los acontecimientos que continuaron en la Bahía, que desde entonces se llamó del Prendimiento, donde se encuentra la playa llamada La Entrega, en Huatulco; después vino la prisión de Guerrero en el convento de Santo Domingo en Oaxaca y el magnicidio con visos de juicio sumario ejecutado dentro del atrio de la iglesia de Cuilapam, perpetrado en la madrugada del 14 de febrero de 1831. Álvarez, ignorando como todos la ruta de Picaluga, nunca tuvo posibilidad alguna para trasladarse a través de las montañas que separaban a ambos revolucionarios. Pero en el alma, sintió agigantarse su espíritu patriótico y una fe inconmensurable en la república federalista: banderas sagradas que lo unieron a la lucha de Vicente Guerrero.

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Superando los golpes que asolaron su espíritu por la muerte del general Guerrero, el 3 de abril se encontraba en Tixtlancingo, dispuesto a continuar en la lucha; y el 7 estaba en Texca. El 14 sostuvo una entrevista con Bravo en las lomas de Los Huajes, cerca de Dos Arroyos, para buscar los puntos de coincidencia, y de ser posible, unificar esfuerzos que consolidaran su participación en este nuevo capítulo de la historia. Se retiró a Texca, y el 15, tal vez producto de su entrevista con Bravo, firmó sus respetos al gobierno de Bustamante. Aprehendido Guerrero y entregado a sus enemigos, que le hicieron juicio sumario se consumó al hecho en vil asesinato, Álvarez continuó levantado en armas. Sacrificado su jefe, y con las reservas del caso, atendió las recomendaciones del general Nicolás Bravo tendientes a la pacificación del rumbo. V.- ÉPOCA DE LA PRIMERA REFORMA. RETOMA SU OFICIO MILITAR. Marchó a imponer la ley en la zona de El Zanjón que estaba convulsa tras la caída de Guerrero, y el 25, con el mismo fin, estuvo en San Miguel Coyuca. El 30 de abril, el Congreso de la Unión, desconociendo la legalidad de los grados superiores recibidos, aprobó su grado anterior de coronel de las fuerzas militares. El 9 de mayo solicitó su retiro del ejército estando en San Miguel Coyuca, y el 12 se encontraba en Texca. Siguió hasta Tepetixtla en donde el 14 de junio siguiente, permanecía en espera de noticias sobre una solicitud que hizo para que se le permitiera embarcarse al extranjero. El 17 estaba nuevamente en San Miguel Coyuca. El 11 de agosto arribó al lugar el primer teniente Felipe Romero con el objeto de recibir las tropas que estaban a sus órdenes, confirmando con ello, que su solicitud había sido aceptada. Se acompañó con el allegado a Texca y el día 13, dando a saber la finalidad de tal visita y diligencia, siguieron luego a Tixtlancingo, aplicando el mismo procedimiento. Retornó a San Miguel Coyuca y el 6 de septiembre de 1831, se le concedió retiro del ejército por acuerdo del usurpador, presidente de la república Anastasio Bustamante. El 3 de enero de 1832 vivía en su rancho de Tepetixtla, y el 7 estaba en San Miguel Coyuca. No se daba un momento de reposo. El 21 estaba en Acapulco y el 8 de febrero siguiente obtuvo la elección como diputado federal por el Estado de México, aunque no llegó a presentarse en la capital para ocupar la curul obtenida. Consideró que era una actividad que lo retendría en la capital alejándolo del dominio de sus posiciones. El 4 de marzo seguía en el puerto de Acapulco, y el 26 en Tepetixtla, y así como el 30 ya estaba nuevamente en San Miguel Coyuca.

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El 12 de junio despachaba sus asuntos en Tepetixtla y el 9 de agosto abandonó su retiro, para entrar en campaña contra el gobierno de Bustamante, que a su modo de apreciar las cosas, era un gobierno espurio. El día 11, tras algunos movimientos, llegó a Acapulco y, de acuerdo con el comandante de la corbeta de guerra “Morelos”, José Santos Iglesias, secundó el movimiento a favor del general Manuel Gómez Pedraza, para llevarlo a la presidencia de la república. El 12 de agosto lanzó sendas proclamas en Acapulco a la División del Sur y a los habitantes de la región para dar a conocer la situación que prevalecía y las decisiones tomadas. Estos acontecimientos lo mostraban nuevamente activo, como el constante defensor de la república. Marchó a la Costa Grande y el 30 de septiembre de 1832 publicó otro manifiesto en Tecpan, analizando la situación y recomendando al general Isidoro Montes de Oca, como un amigo de los pueblos del sur. El 1° de diciembre le expidió despacho provisional de general de brigada el caudillo López de Santa Anna desde su cuartel de Tacubaya con el supuesto e inequívoco propósito de atraerlo a su causa. Con intenciones de imponerse al general Nicolás Bravo, el 11 de diciembre, se situó en el Salto de Valadés y el 12 logró posesionarse de Tixtla. Bravo lo atacó el 13 de diciembre y lo hizo retroceder a Ixcateopan. Volvió este general a los ataques y finalmente sostuvo una entrevista con él para pactar la paz, el 18 en la ciudad de Tixtla. También se logró entre los dos caudillos, el reconocimiento de sus áreas de mando, tocando a Nicolás Bravo la zona central del hoy Estado de Guerrero, y la costa para Álvarez. Éste entró a Chilpancingo, reconociendo como superior jerárquico a Bravo. El pacto de reconciliación hizo que surgieran tiempos de tranquilidad y paz en el suelo suriano. Se dirigió a Acapulco el 25 de diciembre de 1832, un día después de que el presidente Gómez Pedraza le había ratificado el despacho de general de brigada. El 27 seguía en ese puerto. El 7 de enero de l833 estaba en San Miguel Coyuca y mandó una felicitación a Gómez Pedraza por su exaltación a la presidencia de la república. El 17 de ese mes llegó al puerto de Acapulco y permaneció algún tiempo, hasta que el día 10 de febrero, se dirigió al Congreso General para que sometiera a juicio a los responsables del asesinato del caudillo del sur, general Vicente Guerrero. El 29 de marzo, lanza una proclama en Acapulco, pidiendo colaboración y ofreciendo tranquilidad y justicia al hacerse cargo de la administración de la región, por designación del gobierno nacional. Se le había nombrado diputado al Congreso de la Unión, representando al Estado de México, pero no teniendo mucho interés en su participación política, se apresuró a solicitar licencia por enfermedad, y así no tomar posesión de su curul. El 3 de mayo de 1833, ya cumplidos sus 43 años de edad, |la Legislatura local le envió un escudo con la grabación del siguiente lema:

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“En 1833 la Legislatura del Estado de México, al verdadero patriotismo”. Mientras, el día 11, en sesión secreta del Senado de la República, se le reconoció el grado de general de brigada efectivo, aunque él ya había manifestado que no era necesario, ya que opinaba que “el cumplimiento del deber, no necesita de otra recompensa que la estimación de la sociedad”. El 19 de junio se desplaza a Venta Vieja, con el propósito de combatir a los partidarios de los generales Gabriel Durán y Mariano Arista. Luego marchó a Tixtla, tomando el camino hacia Taxco. Tuvo que detenerse en Chilpancingo, amagado por el coronel Tomás Moreno, que lo sitió en esa ciudad. Hizo su escape hacia el sur, acampando en Dos Caminos, el día 1º de julio. Fue hasta el 10 que regresó a Acapulco, donde pudo ser oportuno para detener una conspiración que en septiembre, se fraguaba en contra del gobierno central. El 17 de septiembre, en plan de combate, se dirigió a Chilapa, tomando de paso, la plaza de Chilpancingo. Estaba en contra del Plan de Religión y Fueros, llamado también Plan de la Escalada, proclamado en Jalisco.

DISTINCIONES Y BATALLAS. Una de las distinciones honrosas que recibió en esos tiempos, fue el nombramiento que le hizo el 26 de ese mes, como “ciudadano de Tamaulipas” el Congreso de ese estado en pleno. Regresó a Texca, lugar que tan bien conocía y le tenía estimación y respeto, para reunir gente armada. Al levantamiento en armas de Nicolás Bravo contra el gobierno de Santa Anna, salió de Acapulco para irse a instalar en Tixtla donde tenía gente de confianza, el 7 de diciembre. Desde allí, el día 13, persiguió a los disidentes Bravo y Valentín Canalizo. En las cercanía de Tixtla derrotó a Bravo y lo obligó a replegarse hasta Chilapa. El 20 recibió el nombramiento de Jefe de la División de Operaciones del Sur, en sustitución del general José Antonio Mejía. La persecución contra Bravo, no había terminado, para ello, se le unió el general Guadalupe Victoria, para trabarle combate en la hacienda de Apetlanca, cercana a Teloloapan, el 14 de enero de 1834. Con el general Victoria marchó a Teloloapan, para entrar el 18 en Iguala, y luego, el 19 llegar a Tepecoacuilco. En este lugar, Victoria pone a su disposición una División para que la operara en el trayecto de Mezcala a Acapulco. De regreso a Tixtla y estando en esta población, recibe un escrito el 28, que le envía desde Ecatzingo, el bachiller Carlos José Guadalupe Tepixteco Abad, pidiéndole que se adhiriera a su Plan Revolucionario. Después de pensarlo, el 5 de febrero siguiente, da contestación declinando la solicitud y afirmando que era un leal servidor del gobierno. El 5 de marzo de 1834, asistió a la toma de Chilapa, llevada a cabo por el general Guadalupe Victoria, y participó en la persecución que se

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hizo al coronel de cívicos Luis Domínguez Esquivel, donde éste perdió la vida. Ya para el 19 estaba de regreso en Tixtla. El 13 de mayo asumió nuevamente el mando de su División, que había dejado el general Miguel Barragán. El 31 tomó rumbo al puerto, y de allí se dirigió a Texca para estar allí a partir del día 5 de junio. Con la agilidad de un militar en acción, tomó enseguida rumbo a San Miguel Coyuca a donde llegó el 17, allí autorizó la disolución de sus tropas, dejando este asunto solucionado, regresó tranquilamente a Texca. Acostumbrado a la movilización permanente, se dirigió a los pocos días a Pueblo Viejo, donde dedicó su tiempo a ciertas faenas del campo que lo entretuvieron hasta el 2 de julio de 1834, para reintegrarse a Texca hasta el día 8, de donde parte para amanecer el 9 en Tepetixtla. Otra vez va a Texca. Ante quienes era necesario, hizo saber que se habían solucionado sus dificultades con el coronel Antonio Mazián al tener una entrevista de aclaraciones mutuas. El 9 de noviembre, ya se encontraba en Tecpan, para asistir a una importante reunión con los generales Isidoro Montes de Oca y Luis Pinzón, que se presentaban en representación de Nicolás Bravo. Después de esta reunión, vuelve a Texca el 25 de diciembre y decide reincorporarse a la vida activa castrense, porque de inmediato, regresando a su estancia en Texca, se dedica a reclutar gente armada para integrar su ejército. El 23 de marzo de 1835 se pronunció por primera vez, en contra del presidente general Antonio López de Santa Anna por su centralismo, y dio reconocimiento como jefe de la nación al Vicepresidente Valentín Gómez Farías. Un mes después, en respuesta, fue dado de baja del ejército por decisión del presidente de la república interino Miguel Barragán y le ordenan que salga desterrado del país, en compañía de su hijo Diego. Acabada la rebelión por las tropas gobiernistas, el 3 de noviembre rindió sus armas en Texca, donde acampaba, y recibió de parte del gobierno el acuerdo donde se le comunicaba el destierro en unión de su hijo Diego. Se entendía que era la respuesta que daba Santa Anna, ante su postura de enfrentamiento e inclinación hacia Gómez Farías. Su postura ante Santa Anna sería decisiva en adelante, y la alianza con Nicolás Bravo, más permanente.

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DIFERENCIAS CON SANTA ANNA. Haciendo oídos sordos a la orden de destierro, se une al general Nicolás Catalán, y ambos sofocan el motín de los antisantanistas, que habían ocupado el fuerte de San Diego en Acapulco, ataque que se llevó a cabo el 25 de enero de 1836. Esta acción en su apoyo agradó sobre manera a Santa Anna, quien dispuso que se revocara la orden de expulsión del país de los Álvarez, documento que se dio a conocer el 12 de febrero siguiente. En unión de Bravo había tomado la decisión de atacar el fuerte en Acapulco, y obtuvieron con ello los resultados que requerían; se supone que la presencia de Álvarez era indispensable en el país, auque en ello estaba el compromiso ante el gobierno, de haber aceptado el régimen centralista que acababa de implantarse por los cambios constantes en la política de Santa Anna, que salía y entraba a la presidencia como si no hubiera orden en la casa, y cada vez imponía el sistema de gobierno que en ese momento favoreciera a sus intereses personales. Álvarez, Catalán y Bravo, sólo respondían aplicando el mismo sistema; obraban así por conveniencia momentánea a la nación y en contra del elitismo imperante del grupo conservador. Santa Anna, ya había enseñado el cobre y era nocivo a los intereses de la patria. Juan Álvarez compra tierras en las propiedades conocidas como hacienda de la Brea. Venía el nombre porque allí se producía este material básico para diversos usos en la navegación. El lugar surtía a los marinos, que la aplicaban en la reparación de sus embarcaciones. En esta nueva propiedad hace radicar a su familia y le aplica un nuevo nombre el de “La Providencia”. A partir de ese momento, la hacienda se convierte en un valuarte estratégico para su representación, centro de apoyo para los liberales y sus actividades; cuartel para sus tropas y refugio para su familia. Desde este lugar, estableció el centro perfecto del área de sus acciones; pudo muy bien vigilar y administrar el tráfico terrestre que se llevó a cabo entre Acapulco y la capital; por mar, todo el movimiento mercantil o bélico que hubiera con otros puertos. Las salidas y entradas que pudieran hacerse por el Pacífico.

SURGE “LA PROVIDENCIA”. Esta hacienda de La Brea, había pertenecido al extranjero Enrique Wirmond, que se había dedicado seguramente al negocio de la navegación y a la venta de resinas que los hombres de mar utilizaban en las faenas de conservación del maderamen de los barcos. Mientras fue el propietario Wirmond, dedicó esta área a la explotación de la brea, lo que motivó que con este nombre se conociera y además, se le aplicara el título de hacienda. Se encuentra en plena Sierra Madre del Sur; área boscosa de coníferas, que producían en abundancia la resina que se explotaba.

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El historiador Rafael Rubí Alarcón1 nos da referencias de la superficie que tuvo la hacienda de La Brea al referirnos, las medidas y colindancias que tenía en los momentos que las dio a conocer el propietario original, al hacer la denuncia de estas tierras ante el virrey de la Nueva España. La hizo don Bartolomé Rodríguez, sobre las tierras de Santa Bárbara, en los Montes de Ceutla; y para tener noción de esta superficie, diremos que unos linderos se ubicaban, en febrero de 1790, “cerca de Acapulco, otros por la costa de Zacatula, otros lindan con tierras de Ajuchitlán y otros con los montes de Chilpancingo, se necesitan por lo escarpado del país veinte días” para recorrerlos y poder definirlos en ese tiempo. En los Padrones de Acapulco, levantados en 1782, aparece marcado el nombre de La Brea, como un paraje, que ya en poder del general Álvarez, se convierte en el casco de la Hacienda “La Providencia” lugar donde llegaron a tomarse decisiones que en alguna forma incidieron en el devenir histórico nacional de esos tiempos. Este lugar se convirtió en la residencia de los soldados de la libertad. Se transformó en emporio agrícola y ganadero. Surtía las necesidades regionales de granos, carnes secas y saladas; tenía reservas suficientes en ganado caballar y mular, para transportes y caballería militar. Era refugio de los desvalidos, fueran indios, nativos, negros o esclavos liberados. Aquí se deliberaron asuntos nacionales cuando concurrían políticos relevantes y militares que luchaban por la patria. Se entregaban armas de la maestranza que trabajaba para las fuerzas insurgentes; se recogía ganado de arriería y de combate; se suministraba alimento y reservas alimenticias para los combatientes, y se daban emolumentos para los patriotas que los necesitaban. Aquí se concentraban los hombres en espera del llamado de la causa nacional. La Providencia era refugio y trinchera para los insurgentes. VI.- PRIMERA GUERRA CON FRANCIA. LOS FRANCESES EN MÉXICO. Como respuesta a lo sucedido en el campo internacional con México, los franceses amagaron por mar al puerto de Acapulco; incluso, ocuparon el Castillo de San Juan de Ulúa por el Atlántico. Ante ello Juan Álvarez, en prevención a los sucesos, se comunicó el 17 de diciembre de 1838 con el prefecto de Acapulco Manuel Dublán, para ponerse a sus órdenes como persona y en forma incondicional su ejército; ofreció todo lo necesario para defender el honor nacional. Salió con rapidez de La Providencia el día 21, y al siguiente, estaba en contacto con 40 de sus antiguos subordinados. Le dieron amplias explicaciones de los motivos que orillaron a Francia a querer invadir el país. El 23 realizó

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.- Miembro de la Asociación de Historiadores de Guerrero.

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entrevista con el coronel Luis Pinzón, con el mismo fin y el 24 ya estaba de regreso en su hacienda. El 1º de enero de 1839 dio a conocer el nuevo nombre de sus propiedades; a partir de entonces se llamaría oficialmente hacienda “La Providencia”, pasando al olvido el título de La Brea, que había recibido como paraje. Responsabilizado de aplicar la ley en la zona de Costa Grande, le allegaron el informe de los asesinatos perpetrados en contra de los ingleses Jhon Ashley y su asistente Charles Chretien Demmber, y el 6 salió a San Luis con el propósito de impartir justicia, a donde llegó el 14. Aquí se le presentó José María Gallardo, con quien adquirió la información faltante, para tomar presos a Francisco Sánchez y Prudencio Ambrosio, llevándolos consigo atados y a “jalón de caballo” en forma ejemplarizante para los que transgredían la ley; llegó con ellos al Zanjón el día 16. Mientras los acontecimientos nacionales se acumulaban. Se había perdido Texas, y estaba en su apogeo el movimiento separatista de Yucatán (1839-1843). Bustamante desde la presidencia fortalecía gravemente al centralismo provocando levantamientos armados. Ya en La Providencia, lanza una proclama exhortando a los mexicanos a que tomen las armas y enfrenten a los invasores. No terminada su acción de justicia en la costa, el 6 de febrero sale nuevamente en persecución de los asesinos faltantes en el caso de los ingleses sacrificados. El 8 estuvo en San Miguel Coyuca, y continuó su camino hasta acampar en El Tomatal por la tarde del 9, donde recopiló más información sobre el asunto que lo llevaba. Tuvo necesidad de regresar al Zanjón (San Jerónimo) dos días después y apresó y aplicó sanciones a otros participantes en el crimen. En Corral Falso capturó al coronel Pinzón y lo envió al Zanjón en calidad de prisionero. Hizo un recorrido hasta Tecpan. Ya de regreso pasó por Tixtlalcingo por los presos y detenidos, que dejó en el lugar indicado para sus sentencias y luego estar en La Providencia el 21 de febrero. A los pocos días parte a Tixtla, donde se entera por informe del maestro local Cayetano de la Vega, que el Instituto Literario del Estado de México, pedía una beca municipal para otorgársela a un destacado alumno que pudiera trasladarse a estudiar a Toluca. Este tipo de becas fueron creadas a iniciativa del maestro Ignacio Ramírez. En Tixtla la obtuvo el joven Ignacio Manuel Altamirano, quien es presentado al general Álvarez. Éste, al poco tiempo, le extiende al estudiante una carta de recomendación, dirigida al gobernador del Estado de México, Mariano Riva Palacio, y comienza así una relación de amistad cultural y política tan sólida como importante, que se prolonga hasta la muerte del caudillo. Altamirano logró ser alumno del Instituto mexiquense, a partir del 17 de mayo de 1849.

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A la caída del antiguo insurgente, general Isidoro Montes de Oca, que había sido su jefe, le dio pauta para lanzar una proclama el 24 de junio de 1840 llamando a la ciudadanía a la concordia. El 29 de abril de 1841, lanzó un manifiesto desde La Providencia a sus coterráneos en el sur del Estado de México, con relación a la encomienda que había dado al coronel Manuel Primo Tapia, para intervenir en el apaciguamiento de los indígenas de Chilapa, levantados por asuntos agrarios que les afectaban en la región. Desde 1716 los indígenas de esa zona, venían siendo despojados de sus tierras por los grandes terratenientes. Ya consumada la independencia habían perdido más de la mitad de sus propiedades, y eran tratados con marcado desprecio y despotismo. La situación subió de tono en 1838, motivando que en 1841, el prefecto de Chilapa, Vicente J. Villada, pidiera la intervención de Juan Álvarez, como militar en jefe y como gente respetable en la comarca, y como guía patriarcal de los campesinos naturales. Este año, los indígenas de Chilapa, Zitlala y Quechultenango, siguiendo a su líder llamado Pitzotzin, llevaron su queja al general Álvarez para que fuera el mediador. En 1842 volvieron a levantarse los ánimos en Quechultenango al no respetarse los acuerdos tomados, y se propagó con rapidez la lucha por la tierra en Mochitlán, Chilapa, Tlapa y la Tierra Caliente. Para detener la descriminación social de que eran objeto, inician los indígenas su levantamiento contra los hacendados, y hay derramamientos de sangre en Mochitlán, Quechultenango, Chilapa, San Jerónimo, Santa Catarina, San Agustín, Ayahualulco, San Juan, Colotlipa, San Miguel, Jocutla, Hueycantenango, San Guillermo Atzacualoya y San Martín. En una entrevista que sostuvo Álvarez con el general Nicolás Bravo, comentaron los problemas políticos del sur, y consideraron la necesidad de intervenir, para que con el impulso de ambos, se integrara el Departamento de Acapulco. El Estado de México era tan extenso, que se dificultaba administrarlo debidamente en territorio que se mostraba tan diferente en sus necesidades geográficas, económicas y políticas. Toda esta diversidad de intereses era notoria en toda la territorialidad del Departamento de México, al que pertenecía el sur de la república. Eran zonas muy extensas y diferentes, y por lo tanto difíciles de controlar. Viendo esas dificultades naturales y lógicas lanzaron un manifiesto el 10 de octubre de 1841, donde se propone por primera vez la erección de ese nuevo departamento, aduciendo que: “Desde la época colonial se consideró monstruosa la Provincia de México por su magnitud, por su población y por la exhuberancia de sus recursos.” Vivían en esos momentos una etapa centralista. En esta empresa que culminaría en 1849, los partidos antagonistas, representados por Álvarez y Bravo, se unificaban para un propósito común: la formación de una nueva entidad política. Era bien sabido que este propósito había sido sustentado por primera vez por Morelos, cuando en 1811, emitió un decreto para la creación de la Provincia de Tecpan. Se tenía también el antecedente de

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la creación de la Comandancia Militar del Sur, que estuvo bajo el mando de Vicente Guerrero; que los realistas confirmaron poniendo al frente a Iturbide. Al triunfo de la república, ambas comandancias se fundieron en una con el nombre de Capitanía General de la provincia de Chilapa, creada por el emperador Iturbide para el “Mariscal de Campo” Vicente Guerrero, en su afán de satisfacerlo y controlarlo. Luego se convirtió en División del Sur, a cuyo mando estuvo el mismo Nicolás Bravo hasta 1845, en que lo sustituyó el general Juan Álvarez. Guerrero, Bravo y Álvarez, habían conformado desde este puesto, un espíritu unificador de los hombres del sur.

SIGUE LA REBELIÓN INDÍGENA. El 17 de mayo de 1842, su hijo Diego recibió despacho con el ascenso a coronel y con órdenes de pasar al mando de Nicolás Bravo. El 22 de junio de 1842, Juan Álvarez hace una muestra de su revolución agraria al reunir en La Providencia a los representantes de los pueblos que padecían este problema. Prometió que intercedería por ellos ante el gobierno para que les bajaran las altas contribuciones y les restituyeran sus tierras y que se les asignaran parcelas a los pueblos que no las tenían. Daba otra muestra más de sus principios agraristas. Esto calmó un poco la inquietud, porque al mes siguiente, se corrió el rumor que las tropas gobiernistas avanzaban para hacer la exterminación indígena, y se aplicó a la vez, la Ley del Impuesto Personal de un real mensual. La respuesta fue el saqueo e incendio de las haciendas. Estos acontecimientos causaron una persecución sin cuartel contra los indígenas, originando las quemas de San Martín, Tlaxinga, Atlitengo y Mazintla. En esta revuelta estuvo involucrado el general Nicolás Bravo que, con mano dura quiso apaciguar el levantamiento indígena. Diego Álvarez tuvo que aplicar nuevamente sus buenas razones como mediador, para que Bravo amnistiara a los indígenas presos en Chilapa. Juan Álvarez aplicaba sus principios agrarios, pero esto sirvió para que se le acusara de ser el promotor oculto de esta revuelta indígena, para desprestigiar al gobierno de Santa Anna. El presidente dio órdenes a Bravo de que lo persiguiera hasta extinguirlo, pero pretextando carecer de elementos castrenses, no lo hizo. El grito de ¡Tierras! ¡Tierras! se extendió por 77 pueblos del hoy Estado de Guerrero y otros tantos de Oaxaca y Puebla. Nuevamente los movimientos del general Santa Anna ponen en acción a Álvarez, y para emularlo, el 10 de septiembre toma las armas y entra en Acapulco el 12 para formar la División del Sur. El 14 toma el rumbo a la Ciudad de México con la intención de combatir al gobierno de Anastasio Bustamante, pero detuvo su marcha en Chilpancingo para entrevistarse con Nicolás Bravo, y tomar conjuntamente determinaciones militares. Nuevamente se unían para salvar los intereses de la patria. Ambos lanzan una convocatoria para

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crear el Departamento de Acapulco, que en tiempos federalistas hubiera recibido el nombre de Estado. El 10 de octubre de 1842, Álvarez y Bravo aprovechan un momento de inestabilidad política del período centralista. Lanzaron un manifiesto que proclamaba la erección de un nuevo departamento que llevaría el nombre de Acapulco, y pedían una Junta de Notables para levantar el acta que autorizara la separación de esta nueva entidad, quintando la mayor parte de la superficie necesaria al enorme Departamento de México. De éste, incluía en su bosquejo las prefecturas de Acapulco, Chilapa y Taxco. En el Departamento de Puebla serían considerados Tlapa y Ometepec, y del Departamento de Michoacán era considerada solamente la subprefectura de Huetamo, y “de quererlo así”, podrían incluirse: la prefectura de Cuernavaca y el partido de Cuautla, del mismo Departamento de México. Con este intento de “coyuntura”, obtienen la ventaja de haber formado la Sociedad Amigos del Sur y la promoción de Juan Álvarez a general de división. La Junta de Notables se realizó del 10 al 13 de noviembre. Estuvieron en ella 81 representantes de 42 localidades consideradas incluidas. Eran auténticos representantes de los pueblos del sur. Pero Santa Anna, mientras pedía explicaciones que justificaran la petición, preparaba un ejército para invadir el sur. El presidente prometió que se cumpliría con el deseo suriano, pero hizo cuanto pudo para encajar la idea de que sería tan pronto como hubiera un nuevo Congreso Constituyente. El 24 de noviembre se le ratifica el grado concedido de general de división para Álvarez, tras secundar el plan conocido como “Regeneración”. El 11 recibió el despacho con el nombramiento de Segundo Jefe de la División del Sur, y el 16, el general Bravo, le dio indicaciones en Chilpancingo de que fuera a batir a los pronunciados en Iguala. Tomó la ruta de Tepecoacuilco donde llegó el día 20 y se estableció allí por algunos días. Hasta el 26 prosiguió a Iguala, y no tuvo problemas para posesionarse de la plaza, en la que estuvo hasta el 1º. de noviembre que regresa a Tepecoacuilco. A los seis días se ubica en Chilpancingo, donde el 15 recibe la orden del presidente Santa Anna, de que desista en su idea de formar el Departamento de Acapulco, orden que con disciplina militar acata. Tras esta decisión, marcha al puerto y a su llegada el 20 de noviembre de 1841, asume el cargo de miembro de la Junta de Fomento. El 23 de ese mes, se le expidió el despacho con el nombramiento que le concede el grado de General de División, documento que recibe el siguiente día 28 en Acapulco. El 7 de diciembre sale hacia La Providencia y permanece con su familia hasta el 20, en que sale a conferenciar con el coronel Gordiano Guzmán para que depusiera las armas que había tomado contra el gobierno de Santa Anna, y el 16 de enero de 1842, entró con él a su lado al puerto de Acapulco. De allí se dirigió a La Providencia con el coronel Gordiano, y desde allí hizo los trámites necesarios, para

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interceder a su favor ante el gobierno, documentación que envió a México el 28 de febrero. Ese mes, Riva Palacio, yerno de Vicente Guerrero, le envía como obsequio especial a Juan Álvarez, el último uniforme de general que había vestido el Mártir de Cuilapan, debido a que el hombre de La Providencia ya ostentaba esa jerarquía. Lo aceptó, manifestando a Riva Palacio, que no lo usaría por respeto a la memoria de su amigo y jefe, pero lo guardaría como una reliquia familiar que sería conservada hasta el último de sus descendientes. La veneración a Guerrero era tan especial, que cuando recibió un grabado enmarcado, de la urna que contenía las cenizas del ínclito tixtleco, se le rindieron en La Providencia, los honores que creyó eran los indicados para hacerlos ante la persona viva. El 18 de marzo se encontraba de regreso en Acapulco. Parte de inmediato a Costa Chica, y el 22 da inició a una gira que lo lleva a Cacahuatepec el 28, con motivo de la segregación que se proyectaba en Tecoanapa.

MÁS ACTIVIDAD PARA UN HOMBRE INCANSABLE. El 8 de abril de 1842 se ubicó en La Providencia y el 26 de mismo mes, lanzó una proclama a los descontentos de Chilapa, exhortándolos a incorporarse al orden. Esa misma fecha hace saber a Riva Palacio su inconformidad por que mandaron la candidatura de su hijo Diego a la Cámara de diputados. Requería la presencia de su hijo, como ayuda en las tareas productivas de sus propiedades. Consideraba más útil su estancia en La Providencia que en la curul que le ofrecían.

LA HACIENDA DE SAN MARCOS. La hacienda de San Marcos comienza a destacar en 1740. En los momentos de venderla su próspero dueño Jacinto del Castillo, la tenía como proveedora de su producción en el mercado lógico de Acapulco, de donde se embarcaba a diferentes rumbos, o era llevada por la arriería al interior del país. Producía algodón, cacao, sal, madera, ganado, y el beneficio de sus minas de Sultepec. Después fue propiedad de José Antonio Palacio del Castillo y su esposa Teresa Suárez del Rosal. Pasó como heredera su hija María Antonia Palacio del Castillo, pero desmereció en sus manos por diferentes razones. Después de un pleito familiar, se entregó a su dueña en 1799. A principios del nuevo siglo sufrió pérdidas por una prolongada sequía, abandono e invasiones. Se vio involucrada en los levantamientos indígenas de 1832-33, en los que se apaciguó con las armas del gobierno y la intervención mediadora de Juan Álvarez. Diez años más tarde habría de recobrar gran parte del esplendor que gozó en el siglo anterior; contaba con más de 200,000 hectáreas.

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Se sabe que en 1842 nuevamente la invade la violencia, donde se involucraron los propietarios liberales que encajonaban a Santa Anna. En la revuelta pierde la vida su propietario el Dr. Gutiérrez Martínez. La hacienda de San Marcos fue robada y quemada y gran parte usada para repartirla entre antiguos propietarios y devolverla a los campesinos. Después de los acontecimientos de 1844, pasa a manos del gobierno, quien la vende a Juan Álvarez en pagos parciales. Antes de morir el general manifiesta que aún debe poco más de mil pesos de esta deuda. Con Nicolás Bravo y el coronel Bernardino Villanueva, administrador de la Aduana de Acapulco, el 15 de julio de 1842, empezó a figurar en calidad de concesionario de la carretera que uniría a la capital de la República con el puerto del Pacífico. Hizo una sociedad financiera, que a la larga le redituaría algunas ganancias, de la misma manera que a sus socios, los Bravo. Con esto quedaban más estrechos los lazos que lo unían a los intereses de esta familia, que para entonces, eran mayores que los puramente militares y políticos. Apegado a su espíritu emprendedor y tesonero, se dedicó de lleno a vigilar de cerca estos trabajos y personalmente se abocó, del 7 al 10 de noviembre, a dirigir una parte de la construcción del camino Pie de la Cuesta-Acapulco, escenario que tuvo en múltiples acciones de sus luchas libertarias. Enseguida hizo lo mismo en la ampliación de la carretera a Las Cruces. Después de estas actividades, descansó algunos días en el puerto, para trasladarse a La Providencia el 27 de marzo de 1843. Pendiente siempre de lo que pudiera suceder dentro del campo bajo su responsabilidad, el 1º de mayo se encaminó al puerto para tomar rumbo a la Costa Chica, con el propósito de enfrentar el levantamiento del general Joaquín Rea. El 17 estaba de regreso en La Providencia y para el 28 de junio se encargó de la Comandancia General del Sur, por enfermedad del general Bravo. El día 10 partió hacia Acapulco, para tomar ruta hacia Tixtla el 13. Parecía que la enfermedad de Bravo le daba la oportunidad para que él fuera el encargado de reprimir la rebelión de castas surgida en Chilapa y algunos puntos de la Tierra Caliente. Ocupó Tixtla el 29 de ese mes, y desde allí mandó varios despachos y trató diversos asuntos con relación a los problemas de Chilapa, asuntos que le permitían conocer a fondo las circunstancias que campeaban en ese lugar. El 20 de septiembre, cubiertos los preparativos necesarios, marchó contra los insurrectos de El Gallo y Copaltepec. El 5 de octubre ya había realizado una larga travesía y se encontraba en San Miguel Totolapan, para luego dirigirse a Teloloapan donde enfermó levemente el día 12. Con la movilidad que le era característica, el 24 de noviembre estaba de regreso en Chilapa, y el 11 de diciembre emprendía regreso al puerto de Acapulco. La situación de Chilapa no tenía visos de pronto arreglo. Las comunicaciones que recibía, le indicaban la necesidad de su presencia,

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y en plan de campaña, el 31 de enero de 1844, se acuartelaba nuevamente en Tixtla, donde permaneció hasta el 7 de marzo. El 23 de junio entregó el mando al general Nicolás Bravo, para llegar a descansar el 20 de octubre en su casa de La Providencia. En diciembre volvió a la actividad política, y la noche del 9, pasando por Texca, se dirigió a Acapulco, para declararse en rebelión la tarde del día 10. Hizo una salida de campaña, estando de regreso en el puerto a los 3 días. Volvió a tener otra marcha de campaña y el 24 de diciembre tomó la hacienda de Mazatlán, al sur de Chilpancingo, avanzando a Tixtla al día siguiente. El 19 de enero de 1845 llegó a la capital de la República y se hizo presente ante las autoridades superiores. El presidente de la república le dio órdenes de pacificar el Distrito de Tlapa. Llegó el 23 a Puente de Ixtla y el 28 entró a Tepecoacuilco. Para el día 4 de febrero, se instalaba en Tixtla y el 19 hacía lo mismo en Chilapa, la entrada a su meta final la hizo en Tlapa el 5 de marzo. Así comenzaba otra etapa azarosa en su dinámica vida militar. Se internó en los picos escarpados de la mixteca oaxaqueña y entró en Silacayoapan, para dirigirse, dos días después a Tepescolula. Su presencia en esos lugares imponían el respeto que se le profesaba, por eso eran escasas o nulas sus intervenciones bélicas. Cuando era propicio, imperaba el diálogo y el convencimiento. Dejando tras su paso la tranquilidad y las propuestas de solución, no tardó en estar en Tixtla nuevamente, y el 24 de marzo, ya despachaba en esa plaza. Atendió asuntos allí hasta el 2 de abril. Se dirigió al puerto de Acapulco y se instaló del 11 al 14, tiempo suficiente para percatarse de la situación y actuar, así las cosas, retorna a La Providencia el 22. Siempre atento a sus responsabilidades de Comandante General del Sur, el 24 de junio de 1845, en pleno festejo familiar por la conmemoración de su santo, tomó rumbo a Tixtla, con el propósito de confirmar las versiones que circulaban sobre la situación que vivía ese rumbo. El 9 de julio sentaba plaza en este lugar, y el 16 lo hizo en Chilapa, para ubicarse nuevamente en Tixtla el 30. El 24 de agosto se encausaba por el camino de regreso al puerto de Acapulco. No abandonaba los quehaceres de su rango militar, y así lo hizo durante ese trayecto que se alargó hasta el 16 de septiembre, en que consideró haber despachado lo pendiente. Llegado el 14 de octubre decidió renunciar al mando militar y con fecha 22 le fue confirmada la aceptación. NO SE SALVA DE CALUMNIAS. Era tan importante su presencia al frente del mando, que con fecha 12 de noviembre, el Presidente de la República le pidió que continuara de Comandante del Sur en la Costa Grande, por haber determinado que la Costa Chica pasara a pertenecer nuevamente, a la Comandancia General de Puebla.

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El 25 de noviembre sale de La Providencia y el 2 de diciembre permanecía en Acapulco, y tuvo la oportunidad de impedir que prosperara el levantamiento del general Rangel, apoyado en esta ocasión por Joaquín Rea que operaba en tierras de la Costa Chica. Volvió a su hacienda el 31 a pasar al lado de su familia las festividades del fin de año. Ya había aparecido en la Ciudad de México, la publicación de “un manifiesto que dirige a la nación el general Juan Álvarez, con motivo de la representación calumniosa que unos emigrados de la Villa de Chilapa, hicieron a la augusta Cámara de Diputados en febrero último”. El 11 de enero de 1846, habiendo dejado ya la presidencia José Joaquín de Herrera, contestó una carta del Ministro de Guerra Juan N. Almonte, donde le aclaró que “para reconocer el gobierno del general Mariano paredes y Arrillaga”, esperaba saber de las determinaciones tomadas de los otros Departamentos de la Nación, y que de momento continuaría conservando el orden en la región que le correspondía. Para el 27 se encontraba en Acapulco y después de tomar algunas medidas, regresa a La Providencia, dedicándose desde el día 3 de febrero al reclutamiento de gente en atención a su representación de Comandante General del Sur. Regresa al puerto y da a saber su reconocimiento al régimen de Paredes, para ser el último militar de tal responsabilidad que diera su aprobación. No dejó de estar en su hacienda y asistir a la atención de sus asuntos en Acapulco, ese trayecto era constante en incansable para el caudillo. El 11 de marzo de 1846 se dirige a Tecpan, pero vuelve a su cuartel de inmediato, impulsado por los acontecimientos nacionales; y hace el desconocimiento público del gobierno de Paredes y Arrillaga, el 15 de abril, porque lo nombra una junta de notables que pide el regreso de Santa Anna para ocupar la presidencia de la república, y que mientras, sean interinos Rincón y José Joaquín de Herrera. En mayo inicia una incursión armada hasta la región de Tixtla, para acampar en Ejido Nuevo el 8 de julio y retornar a La Providencia el 23. Nada tardó para iniciar otro recorrido, y el 19 de agosto ocupó la hacienda de Tierra Colorada. Avanzó constantemente hasta llegar el 21 a la de Mazatlán. Se presentó en Alto del Camarón y el 23 ya se encontraba en Chilapa. Dio vuelta hacia Tixtla, llegando el primero de septiembre. Luego se encaminó hacia Atlixtac llegando allí el 17, pasó el 22 a Alcozauca y el 30 ya se encontraba de regreso en Tixtla. Fiel al cumplimiento de su deber, reconocía que eran importantes sus incursiones para la pacificación de este territorio. Su edad avanzaba también, y consideraba que ya era necesario su retiro. Pese a los acontecimientos nacionales que se enlazaban sin dejar respiro, tomó una determinación y envió al gobierno un comunicado el 7 de octubre de 1846, en que insistió en su renuncia a la Comandancia General del Sur, y prometió al gobierno santanista que si Acapulco era atacado por los estadunidenses, él se encargaría de rechazar al invasor.

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Como era de esperarse, las complicaciones internacionales aumentaron. La tirantez de las relaciones entre México y Estados Unidos llegaron al límite. Ofreció sus servicios al gobierno el 21, ignorando el reciente envío de su renuncia al cargo.

POR LA TIERRA CALIENTE. El 26 se instaló en Tixtla y luego se trasladó a Tepecoacuilco el 30. Tomó rumbo a la Tierra Caliente y el 1º de noviembre estaba en Tlalchapa, para atravesar el Balsas y llegar a Totolapan el 5, y recorrer las riveras del caudaloso río hacia abajo hasta Ajuchitlán donde estuvo el 16. El día 25 acampó en Coyuca y el 1º de diciembre entró a Tlalchapa nuevamente, cerrando un círculo de campaña abierta, para levantar el espíritu cívico nacional y crear el ambiente favorable entre los hombres de la región de Tierra Caliente, disponiéndolos para enfrentar al invasor. Sabía que su movilización estaba contra el tiempo, por eso la realizaba con sigilo y rapidez. Para el 7 se encontraba en Huetamo, patriota pueblo michoacano, y el 10 pasaba por Zirándaro a la orilla opuesta del Balsas, para continuar hasta Coahuayutla, y dirigirse luego a Zacatula, en franca muestra de preparar la defensa de estas tierras. Continuó por la Costa Grande rumbo a Acapulco, dando por terminado su recorrido en San Miguel Coyuca, en donde lanzó una proclama, el 12 de enero de 1847; y con el mismo fin lo mandó a los habitantes de la Costa Chica. Era una inquietud patriótica la que afloró en los surianos para enfrentar la invasión estadunidense. Ese mismo día 12, el Presidente Santa Anna, nombra a Diego Álvarez, hijo de don Juan, como prefecto de Acapulco. Álvarez, el 19 hizo su arribo al puerto, saliendo de inmediato a la Costa Chica. Llegó a San Marcos y el 21 realizó una reunión con los jefes militares del rumbo, logrando unificarlos y que dejaran diferencias locales ante la tensa situación nacional. Tras estas actividades fructíferas, el 26 ya se encontraba en Acapulco. Asuntos importantes de la misma índole, lo hicieran trasladarse al Tixtla y el 31 de marzo se encontraba al frente de los preparativos de defensa en el puerto. Dispuestos los pertrechos necesarios, tuvo excedentes para enviar el apoyo a las fuerzas de la capital, que era la meta de los invasores. El 7 pasó por la hacienda de Tierra Colorada y llegó a Dos Caminos. Mientras, aparecía en el Diario del Gobierno con fecha 22 de mayo, que los generales Bravo y Álvarez, presionaban al Congreso Constituyente para que aprobara la propuesta de la creación del nuevo estado. Fue así como aparece en Acta Constitutiva y de Reformas Constitucionales, del 18 de mayo de 1847, en el artículo 6º la frase “Se erige un nuevo Estado, con el nombre de Guerrero” y hacía una descripción de los territorios que se consideraban parte de él. De Michoacán solamente aparecía la municipalidad de Coyuca, y ninguna mención sobre Cuernavaca, Cuautla y Huetamo. Pero era requisito el

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consentimiento manifiesto de los tres estados afectados, para que la erección surtiera efecto.

LA INVASIÓN ESTADUNIDENSE. El 14 de abril de 1848, el Teniente Gobernador del Estado de México Diego Pérez Fernández, llegó a La Providencia, en solicitud de armas. Sabido era que en esta hacienda se fabricaban algunas. Fusiles y cañones le fueron entregados para la defensa de la capital, meta de los invasores estadounidenses. Álvarez enlistó a su tropa un contingente de 3,000 hombres, y de acuerdo a los acontecimientos, el 3 de mayo salió del puerto y se dirigió a la capital de la República a dar el urgente apoyo de los surianos. Lo acompañaba su hijo Diego con fuerzas a su mando. El 29 de mayo de 1847, de boca del diputado Diego Pérez y Fernández, se oyó la propuesta en la Legislatura Local del Estado de México, la creación del Estado de Guerrero, y el 27 de julio, el diputado Mariano Arizcorreta, propuso que se auscultara la voluntad ciudadana entre la gente del sur. Esta era una fórmula indirecta que sólo buscaba distraer la atención y detener el proceso. Pero fue la invasión estadounidense la verdadera causa de su estancamiento. El 4 de junio, Álvarez daba entrada a la capital del Estado de México, que se ubicaba en Tlalpan y al día siguiente lanzó una proclama dando a saber la presencia de su ejército, listo para prestar sus servicios a la patria en peligro. Se le dio el nombramiento de general en jefe de las divisiones de caballería, deferencia que utilizó hasta que se le confirió el mando militar en Puebla. Recibió instrucciones superiores de hostilizar al enemigo en el camino de Puebla, y el 18 se instala en la Hacienda del Cristo, cerca de Atlixco en apoyo de Juan Clímaco Rebolledo, destacado en el trayecto de Veracruz a Puebla, que ya atacaba un convoy de los estadounidenses. El 8 de septiembre de 1847, estuvo al frente de la caballería en la histórica batalla del Molino del Rey, lugar donde pudo definirse el triunfo a favor de los mexicanos, pero por decisiones absurdas del alto mando no se logró. García Cubas, nos relata en su “Libro de mis recuerdos” las tácticas aplicadas el 8 de septiembre por el presidente Santa Anna, ante el ataque del invasor frente a la Ciudad de México; tácticas que confirmaron el apoyo que dio a los invasores para que perdiera la batalla el ejército mexicano. Manuel Magaña Contreras, describe en un párrafo, todo lo que pudiera decirse de la batalla de Padierna, en el Molino del Rey y Casamata: “Era la mañana del 8 de septiembre de 1847, cuando se produjeron esos sucesos en que una nueva derrota aplicaron las tropas estadounidenses a los defensores de la patria, apoyados en nuevas traiciones de Santa Anna, quien cambió el plan de batalla establecido con sus generales, dio órdenes a Juan Álvarez de que no atacara la

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retaguardia ni los flancos de los invasores, y el mismo generalpresidente abandonó el teatro de la lucha, una vez más, cuando se necesitaba su apoyo.” Francisco Modesto de Olaguibel, que mantendría por siempre animadversión hacia Juan Álvarez, lo acusó de no haber entrado en batalla contra el ejército invasor, tanto en Padierna como en Molino del Rey;1 lo llama cobarde y traidor, porque no participa en la batalla contando con sus dos brigadas de caballería, y fuera del alcance de la artillería enemiga; que si lo hace, la balanza del triunfo se hubiera inclinado a favor de los mexicanos. Cosa cierta, pero lo que Olaguibel ignoraba, era que las órdenes últimas y urgentes que recibió Álvarez del alto mando, --en este caso Santa Anna- eran otras, las que cumplió debidamente, y dieron al traste con los planes preestablecidos. Álvarez y otros altos jefes militares, comprendieron y luego confirmaron, de quién surgieron esas disposiciones que tanto sirvieron al enemigo para derrotar a las fuerzas mexicanas. Después del siempre lamentable descalabro, Álvarez fue designado, comandante Militar del Estado de Puebla. Ese movimiento se hizo, más como maniobra política que como táctica militar; el patriota suriano se mantuvo en pie de guerra al frente de 600 hombres, acosando al enemigo. El presidente Santa Anna llegó y se hizo presente; con el general Rea, pusieron sitio a la Ciudad de Puebla; luego se retiró el presidente mexicano del sitio para continuar con el asedio Álvarez y Rea; después, ambos se dirigieron hacia Atlixco. Tras estos movimientos que crearon diversos comentarios, retornó a la capital con la intención de continuar en el camino hasta llegar a su región. Se detuvo en Cuernavaca el 24 de octubre para llegar después a Teloloapan el 12 de noviembre, donde se dio a la tarea de organizar un ejército de 5,000 hombres. La lucha interna estatal, se había enconado entre 1Álvarez y Florencio Villarreal, cuando este revolucionario propaló la versión de que los sureños serían vendidos como “corderos” a los norteamericanos. Esta maniobra se descubrió y por ello se siguió proceso a Villarreal. A principios de enero de 1848, Álvarez, se vio envuelto en problemas por una acusación de “abuso de autoridad”, cuando mandó en Acapulco, fusilar al capitán Casimiro Ramos por deserción en campaña frente al enemigo, con más de cien elementos. En Cuernavaca, Álvarez tuvo serias dificultades con el gobernador del Estado de México, Olaguíbel, cuando éste lo recriminó porque se apoderó de las oficinas receptoras de rentas; si Álvarez lo hizo, fue para hacer los pagos a su tropa que estaban atrasados en emolumentos, argumentando verazmente, que eran dineros de la nación, y que sus soldados requerían del pago por encontrarse en campaña. Fue una determinación extrema, que realizó cuando le negaron todo apoyo para 1

8 de septiembre.

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cubrir los salarios de su ejército. Por eso, no fueron valederos los cargos de robo a los caudales públicos que Olaguíbel le imputaba al general. Terminado el conflicto bélico con los Estados Unidos, estuvo a la expectativa manteniendo su puesto militar en el sur del Estado de México. Estableció su campamento en Iguala hasta el 5 de junio, de donde tuvo que partir a sofocar un levantamiento en Sultepec. Se renovaron los intentos de que se formara el Estado de Guerrero. A la vez, corrieron las versiones de que a Bravo le sugerían al oído los conservadores, que él tenía mayor derecho, para que se le pusiera su apellido a la nueva entidad. Cierto o no, don Nicolás, se mostraba en esta etapa, más frío que en otras ocasiones para ejercer presiones y lograr que se decretara la erección. Ya iniciado el año de 1848, el 24 de enero, se afirma que Álvarez mandó aprehender a Olaguibel, gobernador del Estado de México en las cercanías de la prefectura de Sultepec. Lo hizo prisionero el general Esteban León, militar de las filas de Juan Álvarez; y enseguida con la debida discreción, se envió al detenido a Teloloapan. Y a fines de febrero se le liberó en Morelia por intervención directa del Presidente de la República y Melchor Ocampo. Álvarez negó ser el responsable del secuestro, pero todo mundo sabía que era una artimaña por él usada para presionar, a Olaguíbel, que como gobernador, aceptara ceder el territorio de la entidad mexiquense y se lograra la formación del Estado que anhelaba el caudillo del sur. Regresó a Iguala donde recibió el 9 de julio, la confirmación de su nombramiento de Comandante General del Sur. Partió con ese cargo a su hacienda La Providencia para llegar a ella el 17. Los acontecimientos le hicieron retornar a Iguala, donde estuvo del 19 al 25 de agosto de 1848 y el 15 de septiembre se desempeñaba en Chilapa. El 29 de septiembre, la Legislatura de Puebla, afirmaba: “No es de consentirse, por ahora en la cesión del Partido de Tlapa, para que se erija el nuevo Estado de Guerrero”.y pusieron la traba de la auscultación entre los pueblos. El 2 de octubre entró a Chilpancingo, y para el 13 lo hacía en Tepecoacuilco donde permaneció despachando hasta el 13. El 15 se trasladó a Iguala. El 16 de octubre de 1848, la Legislatura del Estado de México, no aguantando la presión a que era sometida, puso como condición para aceptar la erección del nuevo estado, si la consentían los estados de Puebla y Michoacán. Coincidentemente, ese día, la Legislatura de Puebla, expedía un decreto aceptando la separación del distrito de Tlapa para la creación del Estado de Guerrero. Su único requisito interpuesto, era de que los pueblos afectados dieran su consentimiento. El 23 de noviembre, Michoacán se negó a ceder la municipalidad de Coyuca. Los tres estados afectados negaron su aceptación de la erección, sin poner objeciones al Acta Constitutiva.

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El Congreso de la Unión, aprobó nuevamente el decreto de la erección del Estado de Guerrero el 15 de mayo de 1849, siguiendo el procedimiento constitucional de contar la mayoría de las tres cuartas partes de ambas Cámaras y de la ratificación de las tres cuartas partes de las Legislaturas de los estados. La Legislatura del Estado de Puebla, hizo llegar su ratificación el 17 de agosto, luego llegaron las de otros 14 estados, con lo que, el Congreso de la Unión se dispuso a decretar el 27 de octubre de 1849: “Queda erigido en la Federación mexicana un nuevo Estado con el nombre de Guerrero, compuesto de los distritos de Acapulco, Chilapa, Taxco, Tlapa y la municipalidad de Coyuca.” Álvarez, no pudo lograr que se incluyeran también las prefecturas de Cuautla, Cuernavaca y Sultepec, así como los partidos de Zacualpan y Temascaltepec, sin que por ello no insistiera en lograrlo posteriormente, como lo demuestra el proyecto de Constitución leído en la sesión parlamentaria del 16 de junio de 1856, presentada por el diputado constituyente Isidoro Olvera, quien defendió la integridad del Estado de México, pidiendo que no se aceptara tal petición en una iniciativa que se había presentado el 27 de noviembre del mismo año. El 30 de octubre de 1849, se hizo la publicación en el Bando Oficial, y al siguiente día se solemnizó el decreto. La separación de la parte territorial de los estados afectados, fue un proceso legal de ocho largos años, pese a la oposición de las tres entidades afectadas. Pero al fin se establecerían los límites del Estado Libre y Soberano de Guerrero. El 26 de enero de 1849 Álvarez había recibido órdenes presidenciales de pasar a la capital, para responder a los cargos que le imputaban en relación con el fusilamiento del capitán Casimiro Ramos, que a fines del año anterior había dictado por deserción de éste. Haciendo caso omiso de tal indicación, se dirigió a Tixtla el 2 de febrero, consciente de que era más importante resolver los problemas que surgían en el sur, en esos momentos tan confusos. En Tlapa se daba el levantamiento de los indígenas de la región de La Montaña dirigidos por Domingo Santiago; Álvarez se encamina hacia esa zona y llega a Chilapa el 7 de febrero, donde una vez más enarbola sus principios agrarios. El 12 de marzo incursiona hasta Teipalco, para estar en Chilapa de regreso el día 20. Se dirige a Tixtla y acampa en este lugar del 24 de marzo al 1º de abril, luego, el 7, se dirige a Tepecoacuilco. El 31 de mayo parte a Iguala para retornar de inmediato. Su traslado siguiente lo hace a la Costa Grande, y entra en Atoyac el 29 de junio de 1849. Orozco y Berra dice en su Diccionario Universal, que los pueblos del sur dan a conocer las razones que los inclinan a favor de la separación de sus respectivas entidades para conformar el nuevo Estado de Guerrero. Entre ellas se cuenta: la pobreza, la barbarie, su deseo de progreso; lo agresivo de la geografía, la lejanía de las iglesias y la escasez de párrocos, la falta de escuelas y maestros; por la economía debilitada, y un puerto y minas cada vez menos prósperas y sin posibilidades de mejorar la raquítica industria; producción agrícola de

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autoconsumo y sin mercado, y pésima distribución de la riqueza, entre otras razones, además de la unidad étnica y patriótica que poseían. VII.- UNA NUEVA ENTIDAD FEDERATIVA. NACE EL ESTADO DE GUERRERO. Álvarez recibe informes de la continuación del levantamiento indígena en la región de La Montaña, y el 12 se establecía en Tixtla, a un paso del escenario. El 3 de octubre ya se cumplían sus órdenes militares. Se instala nuevamente en Iguala a partir del 12 de octubre, donde reúne 300 soldados que integra a sus filas. Pide licencia y parte a informar a la capital del Estado de México, sobre la rebelión de Villalba, a quien había atacado y sometido. Este proyectado viaje, en eso quedó; solamente en proyecto. Lo suspendió al enterarse que sus deseos de integrar un nuevo estado dentro de la Federación, se habían hecho realidad por medio de un decreto dado a conocer el 27 de octubre de 1849. El 31 del mismo mes, fue designado gobernador de la nueva entidad que llevaba el nombre de su admirado general, el caudillo Vicente Guerrero. La residencia de la capital provisional, sería Iguala. El 27 de diciembre del mismo año, se entrevista con Mariano Riva Palacio, en la hacienda de San Gabriel, para tratar lo referente a la construcción de la carretera que uniera a la Ciudad de México y el puerto de Acapulco. Reunido el Congreso Constituyente el 1º de enero de 1850, declaran al general Juan Álvarez, gobernador provisional, sin afectar con ello, su representación militar de Comandante General del Sur. El 4 de febrero instalado en Iguala, el Congreso lo nombra gobernador interino. La representación militar que ostentaba, lo obligó de inmediato salir a una misión emergente, por lo que su hijo Diego fue sustituto del gobernador por diez días, del 23 de febrero, al 4 de marzo. Poco después, el 30 de marzo, traslada la capital de Iguala, a Tixtla. El 12 de abril, el gobernador despachaba en la nueva sede. La erección del Estado de Guerrero no se hizo como resultado de un enfrentamiento bélico o político entre los grupos liberales o conservadores, entre federalistas y centralistas; si no que es resultante de la participación de las dos corrientes antagónicas. Las gestiones se realizaron durante el período centralista y terminaron durante una administración federalista. Los deseos de los surianos fueron impulsados por el general Juan Álvarez liberal-federalista, y por el general Nicolás Bravo conservador-centralista. El Estado de Guerrero se daba por la unión idealista de estos dos personajes. Pero en el fondo se adivinaba la fuerza de por lo menos cinco polos políticos, de los que sobresalían tres grandes cacicazgos: el de Álvarez, desde La Providencia, dominando la Costa Grande; el de Nicolás Bravo desde su hacienda de Chichihualco, dominando el centro; y de Florencio

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Villarreal, que desde Ometepec, controlaba la Costa Chica. Pero no puede negarse la participación definitiva de Álvarez para lograrlo. A causa de una enfermedad y con el propósito de atenderse debidamente, Álvarez pide licencia el 13 junio de 1850, y entrega el poder al teniente coronel Miguel García. Le otorgaron la licencia de un mes que solicitó para atenderse en La Providencia, pero su convalecencia duró más del tiempo calculado. Regresó a retomar la gubernatura en Tixtla el 30 de octubre.

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UN GOBERNADOR ACTIVO. El 10 de noviembre se dirigió a la Costa Chica, presentándose en Ayutla, para iniciar desde allí, la persecución de los asesinos del general Joaquín Rea. Tomó el rumbo de Tecoanapa y para el 17, ya estaba de regreso en Ayutla en compañía del general Tomás Moreno que se le había incorporado en el trayecto. Se encontraba en Cruz Grande el 26 de noviembre, y capturó a los nueve asesinos del general Rea. Personalmente los condujo a la capital del estado, en donde permaneció desde el 2 de diciembre. Pasó una larga temporada atendiendo y despachando los asuntos que eran de su competencia. Del 26 de agosto al 9 de septiembre de 1851, estuvo con su familia en La Providencia. El 4 de octubre ya se le veía despachando en Tixtla. Aquí se le encontraba el 24 de diciembre, cuando el Congreso local lo declara “Benemérito del Estado en grado heroico”. Esta honrosa distinción le fue otorgada en reconocimiento a su trayectoria militar, y por los frutos obtenidos en su larga gestoría para la erección del Estado de Guerrero.

EJIDO VIEJO. En 1852 Álvarez adquiere otra gran propiedad: la de Ejido Viejo, que vista sobre la geografía actual, tendría parte de la superficie del municipio de Coyuca de Benítez, y parte del de Acapulco, frente a los litorales del Pacífico. Hizo la compra a su propietaria, señora Josefa Galeana, rica heredera de grandes propiedades en la Costa Grande en la cantidad de dos mil pesos. Con esto queda de manifiesto que Juan Álvarez es un fuerte terrateniente de las costas guerrerenses. Esta fuerza económica lo convierte en jefe de un cacicazgo que se manifiesta en las tierras del sur de la nación. Nuevamente la enfermedad lo obligó a trasladarse a La Providencia para atenderse. Por esta causa estuvo al lado de los suyos del 29 de julio al 31 de agosto de 1852. Permaneció a la vez, algunos días en la hacienda de Tierra Colorada, hasta el 22 de septiembre, y del 1º de octubre al 13 de diciembre, se restableció en La Providencia. Al inicio del nuevo año de 1853, estaba plenamente restablecido, y se encaminó a Tixtla para ponerse al frente de la gubernatura el 17 de febrero. Al presentarse situaciones difíciles en el poder nacional, manifestó su lealtad al presidente Mariano Arista, sin embargo, reconoció en su oportunidad, el triunfo que obtuvo el general Antonio López de Santa Anna. Sin embargo, manifestó que era seguro que con la presencia de Santa Anna, el país iba a empeorar, y se enteró de la opinión que provocó esa opinión en Lucas Alamán: ...”llegarle a Álvarez, como le llegó a Guerrero...” bajo esta advertencia, procuró no acercarse al peligro pese a las grandes manifestaciones de afecto que se le daban.

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CHILPANCINGO CAPITAL. En uno de sus altibajos políticos Santa Anna sale del país, pero es llamado nuevamente. A su regreso de Turbaco, Colombia, donde había pasado su destierro, sube nuevamente a la presidencia y cimenta un gobierno conservador. Esto le permite expulsar del país a los principales hombres del liberalismo: Juárez, Arista y Ocampo. Aunque se manifestaba completamente restablecido, su salud estaba quebrantada. Una recaída lo obligó a solicitar licencia al Congreso Local, para separarse temporalmente del cargo. Autorizada la licencia, el 19 de julio lo suplió como gobernador y como comandante militar interino, el general Manuel María Villada. Para atenderse al lado de su familia, salió de Tixtla el 25 de julio. Detuvo su marcha en Tierra Colorada, donde se enteró, que su suplente, el general Villada, había sido víctima de la epidemia de cólera que asolaba la región tixtleca, y que había muerto inesperadamente. Esta noticia, lo obligó a retornar de inmediato sus funciones, dado que la responsabilidad frente al gobierno era elemental. El 2 de agosto de 1853, trasladó los poderes del estado a Chilpancingo, mientras pasaba el peligro de la mortal epidemia. El 31 de diciembre renuncia a los cargos de gobernador del estado, y a la Comandancia Militar, y pide la confirmación de la licencia anterior solicitada. Es así como hace entrega de su puesto, interinamente, al general Tomás Moreno el 8 de octubre de 1853, al 5 de marzo de 1854 y se dirigió nuevamente a La Providencia, para atender su quebrantada salud. Anteriormente y en tres ocasiones diferentes, por breves lapsos de tiempo, por la misma razón, lo habían sustituido el general Miguel García, Lic. José Trinidad Gómez, y el fallecido Gral. Manuel María Villada. Su bonhomía nunca tuvo discusión, ni en el ámbito del hogar, ni en el campo de batalla. Don Luis González Obregón nos da un ejemplo, que publicó en “El Universal” de México, el 16 de septiembre de 1929, que describe en uno de sus párrafos de la manera siguiente; “Cierta ocasión, sentado en el dintel de la puerta de su hacienda de “La Providencia”, vio venir por el camino de México y a todo escape, montado en un caballo, a un oficial del Ejército que traía varios pliegos en la mano. Llegó el oficial, apeóse violentamente, y al ver la humilde actitud y el traje sencillo de aquel hombre, le arrojó las riendas del caballo y le dijo con brusquedad: -¡Paséalo! Don Juan se levantó, tomó las bridas y comenzó a pasear al animal. Entretanto, el portador de los pliegos había entrado a la casa de la hacienda y al preguntar por don Juan Álvarez, una pobre le había dicho: -Ahí está, el que cuida el caballo de usted.

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El oficial, confuso, comprendiendo la abrumadora situación en que se hallaba, salió, al acercarse a don Juan Álvarez, comenzó a ensayar una disculpa en estos términos: -Mi general... Álvarez lo interrumpió y le dijo sonriendo, tomándole el hombro: -No tengas cuidado, muchacho; aquí todos somos iguales. Creemos inútil insistir: este rasgo pinta al verdadero demócrata.” En el retiro de su hacienda, Álvarez recibe el 19 de noviembre la presea que le otorgan y le da el rango de Comendador de la Orden Mexicana de Guadalupe. Santa Anna, siendo primer mandatario del país, desató una campaña para desacreditar a Álvarez y trató de perjudicar al Administrador de la Aduana de Acapulco, Ignacio Comonfort, con quien Álvarez comentó ampliamente la situación; también lo hizo en La Providencia, con el coronel Florencio Villarreal, que les permitió analizar los acontecimientos nacionales que vivía el país. Estaban poniendo las bases para lanzar el Plan de Ayutla cuyo fin era el restablecimiento del federalismo y el liberalismo. Era el 2 de enero de 1854. En esas reuniones lograron estar presentes: Eligio Romero, enviados por los mexicanos desterrados en Nueva Orleáns, Marcial Caamaño, de Tlapa, y José Salgado, de Michoacán: luego se agregaría, por el mismo estado, Gordiano Guzmán, que fue apresado y fusilado por el gobierno el 11 de abril de 1854. El 1º de marzo, Comonfort escribió a los liberales desterrados en Nueva Orleáns, para que se incorporaran al movimiento liberal que trataba derrocar a Santa Anna, y que podrían lograrlo apoyando el Plan de Ayutla. Por lo tanto, los invitaba a que regresaran al país y los secundaran. Sacudidos por el rayo de la libertad, se dieron cuenta de que el fin de la dictadura estaba próximo y partieron hacia México. Existe la anécdota de que el licenciado Benito Juárez llega al puerto de Acapulco en julio de 1855, y se incorpora como voluntario en las fuerzas de Álvarez, en donde se desenvuelve de incógnito, pero es descubierto por la forma culta en que redacta y se comporta.1 Identificado como el ex gobernador de Oaxaca, que impidió a Santa Anna entrar a su estado, Álvarez no puso reticencias y al instante lo incorporó a su equipo de trabajo como secretario, dada su experiencia y capacidad. El general, ni tardo ni perezoso, en precaución a lo que sucediera, armó sus compañías. Ya estaba preparado cuando Santa Anna ordena a su tropa marchar sobre Acapulco con el pretexto de “impedir el desembarco de filibusteros”. Estas tropas gobiernistas, llegan hasta la cuesta de El Peregrino; y por mar, el 27 de febrero, se presentan a bloquear el puerto de Acapulco los barcos “Guerrero” y “Carolina”. 1

Se dice, que además de Juárez, fueron secretarios de Álvarez: José María Córdoba, Manuel Primo Tapia, su hijo Diego Álvarez, Anastasio Zerecero y José María Pérez Hernández.

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Entonces Álvarez acusa al presidente en una proclama como centralista tirano. El ataque fue rechazado pero la tirantez siguió latente. Álvarez, se interesó en un nuevo planteamiento del panorama nacional, y se dirigió a San Marcos, para entrevistarse con Villarreal el 20 de enero. A su regreso y paso por Acapulco el 6 de febrero, se entrevista con el otro afectado, Comonfort. Ambos habían sido destituidos de sus cargos. También se desconoció como gobernador interino al general Tomás Moreno, de origen guanajuatense. Estas dos entrevistas fueron muy importantes, pues abrían las puertas de un Plan político que haría conmocionar a México. Estaba en ciernes una importante revolución. Citó Álvarez a sus antiguos soldados y los reunió en La Providencia, listos con las armas a enfrentar combate. Estuvieron presentes Comonfort, Trinidad Gómez, Diego Álvarez, Eligio Romero, y Rafael Benavides, entre otros jefes. Se le daba forma en La Providencia a un Plan que proponía el desconocimiento de Santa Anna al frente del gobierno, se asentaba la necesidad del nombramiento de un presidente interino, y confirmaba la convocatoria a un Congreso Constituyente, que restableciera la forma de república representativa y popular en el país. El día 27 los arengó a derribar la dictadura de Santa Anna. El general se trasladó con su gente a Texca, en donde recibió al coronel Comonfort para darle instrucciones de que actuara de acuerdo a las instrucciones que tenía Villarreal. Álvarez cita a una reunión urgente en Taxco el 27 de febrero, estando presente Comonfort y gente importante del estado, mientras en la hacienda La Providencia redacta lo que sería el Plan de Ayutla. Ante esta actitud de reto, el presidente Santa Anna, lo destituyó de sus cargos inmediatamente el 1º de marzo, y Álvarez rompe en definitiva con él. El contenido del plan, incendia como reguero de pólvora todo el país, y se levantan las voces de Santos Degollado y Epitacio Huerta, Ignacio de la LLave, Juan de la Garza, Santiago Vidaurri, Ignacio Pesqueira, Plutarco Gonzáles, y otros prominentes pensadores liberales.

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VIII.- ÚLTIMA DICTADURA SANTANISTA. EL PLAN DE AYUTLA. Este plan, decía Carlos Román Celis1, es el pórtico de la Reforma. Se consideró como el paso que daba México hacia la independencia política del país. Es un Plan sobrio, sin formular programas complicados. Fue directo y práctico. Sus principios político-sociales, son vigentes todavía en la vida pública actual, en muchos de sus conceptos. Como queda dicho, el Plan tuvo su origen en La Providencia. Después se le dio todo el protocolo que debería llevar, para darle la legalidad e influencia que el caso requería. Héctor F. López2, nos relata que el 11 de marzo de 1854, hubo una reunión citada por el coronel Rafael Solís, y sus oficiales, en la fortaleza de San Diego, indicando a los allí reunidos, que había recibido del coronel Florencio Villarreal, una nota que invitaba a secundar, en compañía de esa guarnición, el Plan Político que había proclamado en Ayutla y que le daba lectura para conocimiento de los presentes, manifestando que lo apoyaba, por las razones conocidas. Esperaba, por lo tanto la respuesta que le dieran, para él ratificar la suya. Apoyaron el Plan, y unánimemente, acordaron manifestar su posición para que le fuese comunicada a Comonfort, que se encontraba en el puerto. Los pasos premeditados que seguían, daban a entender intencionalmente que las personas que lo crearon, ignoraban completamente de la existencia del plan, y que, en el caso de que el ex jefe de Aduanas aceptara, éste se pusiera al frente de las fuerzas y al mando de la plaza. Una comisión formada por el comandante de batallón Ignacio López Vargas, y los capitanes Genaro Villagrán y José Marín, partió para informarle a Comonfort de los sucesos. A la media hora la respuesta estaba dada, y a la vez condicionada. Comonfort aceptaba las condiciones y responsabilidades, pero proponía algunas enmiendas al documento, que fueran más claras en las vindicaciones para el pueblo mexicano. Su propuesta fue aceptada y el Plan aprobado con sus modificaciones. Sus ocho importantes considerandos, y sus diez puntos resolutivos, están en el contenido que es el siguiente: “Los jefes, oficiales e individuos de tropa que suscriben, reunidos por citación: del Sr. Coronel don Florencio Villarreal, en el pueblo de Ayutla, distrito de Ometepec, del departamento de Guerrero.

1 2

.- Político y escritor coyuquense. (1922-1995). .- Historiador y político que, además de militar, fue gobernador de Guerrero. .

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CONSIDERANDO: Que la permanencia de don Antonio López de Santa Anna en el poder es un amago constante para las libertades públicas, puesto que con el mayor escándalo, bajo su gobierno se han hollado las garantías individuales que se respetan aún en los países menos civilizados: Que los mexicanos tan celosos de su libertad, se hallan en el peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un poder absoluto ejercido por el hombre a quien tan generosa como deplorablemente confiaron los destinos de la patria: Que bien distante de corresponder a tan honroso llamamiento, solo ha venido a oprimir y vejar a los pueblos, recargándolos de contribuciones onerosas, y formar la fortuna, como en otra época, de unos cuantos favoritos: Que el plan proclamado en Jalisco, y que le abrió las puertas de la República, ha sido falseado en su espíritu y objeto, contrariando el torrente de la opinión, sofocada por la arbitraria restricción de la imprenta: Que ha faltado al solemne compromiso que contrajo con la nación al pisar el suelo patrio, habiendo ofrecido que olvidaría resentimientos personales, y jamás se entregaría en los brazos de ningún partido: Que debiendo conservar la integridad del territorio de la república, ha vendido una parte considerable de ella, sacrificando a nuestros hermanos de la frontera del norte, que adelante serán extranjeros en su propia patria, para ser lanzados después como sucedió a los californios: Que la nación no puede continuar por más tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni dependiendo su existencia política de la voluntad caprichosa de un solo hombre: Que las instituciones republicanas son las únicas que convienen al país, con exclusión absoluta de cualquier otro sistema de gobierno: Y por último, atendiendo a que la independencia nacional se halla amagada, bajo otro aspecto no menos peligroso, por los conatos notorios del partido dominante levantado por el general Santa Anna; usando de los mismos derechos de que usaron nuestros padres en 1821 para conquistar la libertad, los que suscriben proclaman y protestan hasta morir si fuere necesario, el siguiente plan: l.- Cesan en el ejercicio del Poder Público, el Excelentísimo Señor General Don Antonio López de Santa Anna y los demás funcionarios que como él hayan desmerecido la confianza de los pueblos, o se opusieran al presente plan. 2.- Cuando este hubiera sido adoptado por la mayoría de la Nación, el General en Jefe de la fuerzas que lo sostengan, convocará un representante de cada departamento y territorio y por el Distrito de la Capital, para que reunidos en el lugar que se estime oportuno, elijan Presidente Interino de la República, y le sirvan de consejo durante el corto período de su encargo. 3.- El Presidente Interino, sin otra restricción que la de respetar invariablemente las garantías individuales, quedará desde luego

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investido de amplias facultades para reformar todos los ramos de la Administración pública, para atender a la seguridad e independencia de la Nación, y para provocar cuanto conduzca a su prosperidad, engrandecimiento y progreso. 4.- En los Departamentos y territorios en que fuere secundado este plan político, el jefe principal de las fuerzas que lo proclamaren, asociado de cinco personas bien conceptuadas, que elegirá él mismo, acordará y promulgará al mes de haberlas reunido, el estatuto provisional que debe regir en su respectivo Departamento o Territorio, sirviendo de base indispensable para cada estatuto, que la Nación es y seguirá siempre una sola, indivisible e independiente. 5.- A los quince días de haber entrado a ejercer sus funciones el Presidente Interino, convocará un Congreso Extraordinario, conforme a las bases de la ley que expedida con igual objeto el 1º de diciembre de 1841, el cual se ocupará exclusivamente de constituir a la nación bajo la forma de República representativa, popular, y de revisar los actos del actual Gobierno, así como también los del Ejecutivo provisional que habla el artículo 2. Este Congreso Constituyente deberá reunirse a los cuatro meses de expedida la convocatoria. 6.- Debiendo ser el ejército el defensor de la Independencia y el apoyo del orden, el Gobierno interino cuidará de conservarlo y atenderlo cual demanda su noble instituto. 7.- Siendo el comercio una de las fuentes de riqueza pública, y uno de los más poderosos elementos para los adelantos de las naciones cultas, el Gobierno provisional se ocupará desde luego, de proporcionarle todas las libertades y franquicias que a su prosperidad son necesarias; a cuyo fin expedirá inmediatamente el Arancel de Aduanas marítimas y fronterizas que deberá observarse, rigiendo entre tanto el promulgado durante la Administración del señor Cevallos, y sin que el nuevo que haya de sustituirlo, pueda basarse bajo un sistema menos liberal. 8.- Cesan desde luego los efectos de las leyes vigentes sobre sorteos, pasaportes, capitación, derecho de consumo, y los de cuantas se hubieren expedido, que pugnen con el sistema republicano. 9.- Serán tratados como enemigos de la Independencia Nacional, todos los que se opusieran a los principios que aquí quedan consignados, y se invitará a los Excelentísimos Señores generales D. Nicolás Bravo, D. Juan Álvarez y D. Tomás Moreno, a fin de que se sirvan adoptarlos, y se pongan al frente de las fuerzas libertadoras que los proclamen, hasta conseguir su completa realización. 10.- Si la mayoría de la Nación juzgare conveniente que se hagan algunas modificaciones a este plan, los que suscriben protestan acatar en todo tiempo su voluntad soberana.” Se acordó al final de la reunión enviar copias de este plan a los Excelentísimos señores generales Juan Álvarez, Nicolás Bravo y Tomás Moreno, para efectos del artículo 9º ; otra al señor coronel Florencio Villarreal, Comandante de la Costa Chica, pidiéndoles acepten las reformas que se le hicieran en Acapulco. De ello, fueron informados también, los Gobernadores y Comandantes generales de la República,

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invitándoles a sumarse a la causa. Se le envió a Comonfort para tomar su firma, dándole el reconocimiento de gobernador de San Diego y Comandante de la demarcación. Este documento lo respaldaron las firmas de: Ignacio Comonfort. coronel retirado.- Coronel retirado Rafael Solís.- Teniente coronel retirado, Miguel García.- Comandante de Batallón, Ignacio Pérez Vargas.- Comandante de artillería, capitán Genaro Villagrán.- Capitán de milicias activas, Juan Hernández.- Capitán de la Compañía de matriculados, Luis Mallani.- Capitán de la primera compañía de nacionales, Manuel Maza.- Capitán de la segunda, José Marín.Teniente, Francisco Pacheco.- Teniente, Antonio Hernández.- Teniente, Rafael González.- Teniente, Mucio Tellechea.- Teniente, Bonifacio Meraza.- Alférez, Mauro Frías.- Alférez, Tomás de Aquino.- Alférez Juan Vázquez.- Alférez, Gerardo Martínez.- Alférez, Miguel García. Por la clase de sargentos, firmaron: Mariano Bocanegra, Jacinto Adame, y Concepción Hernández. Por la de cabos, intervinieron: José Marcos, Atanasio Guzmán, y Marcelo Medrano. Aparecieron las firmas, en representación de los soldados: Atanasio Guzmán, Felipe Gutiérrez y Rafael Rojas. Las sutiles modificaciones fueron sustanciales, aunque de momento no les dieran la importancia que tenían. Consistieron en usar la palabra “departamento,” en lugar de “estado,” cuando se referían a las entidades republicanas. El nombre departamento, era usado cuando Santana convertía a la república en centralista, favoreciendo a los conservadores. Se aplicaba el de estado, por que se transformaba la república en federalista, de acuerdo a los principios de los liberales. Estos cambios, sin duda, los realizó Comonfort, en un momento que estuvo en el Castillo de San Diego, a invitación que hizo a varias personas el coronel Rafael Solís. Este Plan fue proclamado por Florencio Villarreal en Ayutla, el 1° de marzo de 1854, y el día 11 en Acapulco, con las enmiendas de Comonfort. Este mismo día, siguiendo los pasos preestablecidos, se hizo la invitación formal a Nicolás Bravo, al general Moreno y a Juan Álvarez. Con este personaje, para cubrir las apariencias y guardar la discreción que el caso exigía.

LAS DERROTAS DE SANTA ANNA. El levantamiento se había iniciado en el sur contra el gobierno nefasto de “Su Alteza Serenísima”. En la misma fecha abría el pórtico del Plan de Ayutla Florencio Villarreal, por mera coincidencia, en el oriente del país porque se hacían levantamientos armados contra Santa Anna, ambos acontecimientos estaban separados por grandes distancias y amparados por razones distintas pero justas. Este documento histórico, como quedó dicho, fue reformado en algunas de sus partes en Acapulco el 11 de marzo, y fue designado Álvarez como caudillo de la revolución. Con este propósito se le

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entrevistó en Venta Vieja, pero fue en Texca donde aceptó dirigir este movimiento. Decidido a enfrentarse a las tropas gobiernistas, tomó dirección al cerro de El Peregrino el 14 del mismo mes, en donde lanza una proclama al día siguiente, que en su parte medular decía: “¡Soldados del Sur! Ya véis que el general Santa Anna, para hostilizarnos, apela a una negra y atroz calumnia. Que la respuesta sea el silbido de nuestras balas, y que en todos nuestros desfiladeros y montañas, resuene este grito de guerra suriano: ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia! ¡Mueran los verdaderos traidores!” El historiador Bancroft, señala las diferencias entre los dos bandos prestos al ataque: por un lado 40,000 gobiernistas sobre las armas, y los recursos del erario de la nación. Muchos de los hombres liberales en condiciones de participar los habían exiliado o estaban en prisión. Y sigue haciendo un esbozo de las fuerzas de Santa Anna: “1.- General Ángel Pérez Palacios, con cuartel general en Chilpancingo; fuerte en más de 3,000 hombres de todas las armas; 2.- General Luis Noriega, marchando de Jimiltepec, Oaxaca, sobre Ometepec, Guerrero, con misión de operar en la región de Ayutla. Las fuerzas de esta brigada constaban de infantería y caballería, sumando más de mil hombres. 3.- Coronel Francisco García Bahamonde, al frente de una sección operativa marchando de Morelia sobre Huetamo, con misión de cubrir Tierra Caliente y vigilar la zona: Huetamo, Coyuca de Catalán, Ajuchitlán y Cutzamala. 4.- Fuerza destacada de los departamentos limítrofes de México y Puebla para reforzar las guarniciones fronterizas con el departamento de Guerrero, y 5.- El ala dirigida por el propio Santa Anna, que seguiría el eje formado por Chilpancingo-Acapulco, llevando la misión de recuperar este puerto y batir al núcleo principal rebelde a las órdenes de Álvarez, Moreno y Comonfort.” Y al referirse a las fuerzas del grupo de liberales con que contaban los ejércitos surianos: “1.- Coronel Comonfort, en Acapulco, contando con poco menos de 500 hombres. 2.- Coronel Florencio Villarreal, en las márgenes del río Papagayo defendiendo el paso en el “Coquillo”, con el Batallón de Ometepec, Batallón de Acapulco y Compañías de Cuautepec, aproximadamente 700 hombres de infantería. 3.- General Juan Álvarez en la “cuesta del Peregrino” con elementos difíciles de precisar y en plena organización. 4.- En Costa Grande y Tierra Caliente, los guerrilleros Tabares, Berdeja y sobre todo el antiguo insurgente don Gordiano Guzmán reclutando adeptos y organizándolos. 5.- En la región de Mexcala, Faustino Villalba, con guerrillas operando entre el paso del Mexcala, a la altura del pueblo del mismo nombre y Balsas, y

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6.- Numerosos guerrilleros operando en la región de Cuautepec, Ayutla, San Marcos, Agua Zarca, Peña, Mochitlán, Quechultenango y Chilapa.” El presidente López de Santa Anna sale a su encuentro desde la Ciudad de México el 16 de marzo, acompañado de Santiago Blanco, ministro de guerra, y anticipa a la prensa, una ausencia de un mes, mientras afrontaban y resolvían, las dificultades surgidas en el sur del país. Para manifestarse ante los hombres que militaban con Álvarez, el presidente lanzó otra proclama el día 20, tratando de convencerlos, por su investidura, a desistir de la invasión que hacían al centro. Ya el gobernador de Querétaro, general Barasorda había llamado a Álvarez “la Pantera del Sur”. Otros dirigentes mexicanos, en claro afán de agradar a Santa Anna, se declararon contrarios al Plan de Ayutla. En los vaivenes políticos del santanismo, a veces la república era centralista y a veces federalista. Cuando campeaba el federalismo, las entidades del país recibían el nombre de “estados”. Cuando imperaba el centralismo se les llamaba “departamentos”. Al partir hacia Acapulco para someter a Juan Álvarez, tomó bajo su mando 5,000 hombres. El 30 de marzo entra a Chilpancingo aclamado como un héroe, en un recibimiento preparado ex profeso. Se hospedó en la casa de Nicolás Bravo, y fue agasajado por los generales Ángel Pérez Palacios y Miguel Blanco. Al pasar el río en el pueblo de Mexcala, Faustino Villalba, lo atacó y Álvarez le hizo pasar malos momentos, pese a la superioridad del ejército gobiernista. El 9 de abril de 1854, Santa Anna continúa su avance y llega a Los Nuevos. El 15 por la noche y en plena marcha hacia Acapulco, en Dos Arroyos. Álvarez atacó a las tropas gobiernistas, pero no logró hacerlos retroceder, y siguiendo una táctica preestablecida, optó por atrincherarse en el cerro de El Veladero. En la batalla de El Coquillo, el día 13, salió herido Florencio Villarreal y cayeron prisioneros los comandantes de compañía José Miguel Indart y Nicolás Vargas. Los surianos fueron perseguidos por la “Brigada Blanco” de caballería, logrando hacerlos prisioneros en Dos Arroyos. Mientras Santa Anna avanzaba hacia Acapulco con estos triunfos superficiales, los grupos armados de Álvarez ocupaban los puntos importantes desalojados, dándoles cabida para que su avance, fuera lento y penoso. En la capital de la república se corría la voz del “victorioso avance” de las fuerzas santanistas. Zamacois1, historiador español, afirma lo contrario, al decir que “las tropas de Santa Anna enfrentaban un enemigo invisible que diezmaba sus filas sin ruido ni ostentación”...”con enfermedades, debilitamientos, fiebre, fatiga y muerte”. 1

Niceto de Zamacois (1820-1885). Historiador, Novelista y Poeta, nacido en Bilboa, España. Llegó a México muy joven y se dio a conocer con poesía y novelas románticas. Colaboró con dos capítulos de “Los mexicanos pintados por sí mismos” (1885). Es autor de una “Historia de México” en 20 tomos, fue testigo de acontecimientos y trató a personajes mexicanos.

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El flanco derecho del ejército gobiernista, formado por 400 hombres al mando del coronel Francisco Suárez, marchó hacia La Providencia. En la cima de La Calera fue detenido por Encarnación Álvarez, hijo de don Juan, al mando de 500 elementos. Mientras el general Luis Noriega, penetraba en Ayutla el 12 de abril, no pudiendo continuar su marcha hacia Acapulco por falta de víveres para la tropa y forrajes para los animales. Comonfort, esperando, se fortalecía en San Diego. Al llegar al puerto Santa Anna el día 20, pidió su rendición, y grande sorpresa tuvo al ser recibido con fuego de cañón. El presidente se situó a distancia conveniente y levantó banderas blancas con deseos de negociación; la respuesta fue otra andanada de artillería. Esto lo hizo decidir a lanzarse en un ataque definitivo. Estratégicamente colocada la artillería, apareció el fuego de las fortificaciones surianas “Álvarez”, “Moreno”, “Comonfort” y “Solís” que habían pasado desapercibidas para los atacantes. La sorpresa y el acoso que pasaron las fuerzas gobiernistas, obligaron a Santa Anna, a pedir la rendición del fuerte por conducto del general Manuel Céspedes, dando un plazo de doce horas. Ni la intimidación, ni el ofrecimiento de 100 mil pesos, convencieron a Conmonfort afirmándole al enviado que era una decisión que debería tomar Álvarez. Se mandó la propuesta al general, quien dio largas para dar contestación, cuando sorpresivamente, el 26 de abril, Santa Anna levanta el sitio y parte a la capital de la república. Había ejecutado con crueldad, un día antes, a sus prisioneros Indart y Vargas. La escapada del presidente dejó tras su paso pertrechos y animales, que fueron recogiendo los surianos, que no dejaron de atacarlos en su huída tanto por las fuerzas del general Moreno, como de los coroneles, Diego, Encarnación Álvarez y Miguel García. Santa Anna a su paso, incendiaba y mataba. Esta etapa bélica ha sido ampliamente discutida por los historiadores, quienes, unos a favor y otros en contra de ambos bandos, han dado sus opiniones.

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UN MERECIDO DESCANSO. Derrotado el dictador veracruzano en Acapulco, huyó por el camino de regreso a la capital, Álvarez tomó su tiempo para regresar a La Providencia. Allí estuvo del 9 de junio al 9 de agosto. Luego en compañía de Florencio Villarreal incursionó a la población de Ayutla, para atacar y derrotar el día 5 de septiembre al coronel Carlos Tejada que huyó hasta Ometepec. El 21 entraba a su hacienda La Providencia y el 1º de octubre llegaba a la ciudad de Tixtla, desde donde hizo circular una proclama contra López de Santa Anna. El 1º de noviembre estaba de regreso en La Providencia, y el 22 se encontraba en Texca haciendo reclutamientos para su tropa. Con ellos regresa a su hacienda el 3 de diciembre. A los pocos días, hizo una retirada táctica ante el acoso del general Severo Castillo. Estuvo en Tixtlancingo antes de arribar a El Veladero, en donde soportó con bizarría el asedio, rompiendo el sitio a que fue sometido. Fue tesonero en su campaña militar; no daba reposo al enemigo. El 11 de febrero de 1855, contaba ya en Xaltianguis con 4,000 hombres con armas en la mano. Partió hacia Dos Caminos y permanece en este lugar por tres días. Luego toma rumbo a Buenavista, a donde llega el 19. Teniendo al alcance Chilpancingo, retorna al cerro de El Peregrino para acampar el 12 de marzo. El 20 de abril se ubica en Texca, y permanece en el lugar hasta el 4 de agosto. Mientras, la Revolución de Ayutla se extendía por los estados de Michoacán, México y Colima, surgiendo en su apoyo los caudillos Pueblita, Epitacio Huerta, Santos Degollado y Plutarco González. En Tampico y Nuevo León surgen Santiago Vidaurri, y Juan José de la Garza; en Veracruz, Ignacio de la Llave.1 El 13 de junio de 1855, la guarnición de la capital, reconoce el Plan de Ayutla. Esto motivó que se rompiera el orden y se saquean las casas de don Teodosio Lares, Manuel Bonilla y la del Dictador. También el jefe de la guarnición, Rómulo Díaz de la Vega, aprovecha esos acontecimientos; se adjudica facultades que no le correspondían, convoca por su cuenta a una junta de representantes de Departamentos y Territorios, los que nombraron presidente interino de la república, al general Martín Carrera, que posteriormente –11 de septiembre-renunció reconociendo la ilegalidad de su nombramiento. También Antonio de Haro se constituía jefe del movimiento revolucionario proclamando otro Plan, en San Luis Potosí. Para el 16 de septiembre, el mismo Antonio de Haro y Manuel Doblado, cambian sus intenciones y se declaran a favor del Plan de Ayutla reconociendo como único Jefe a Juan Álvarez y segundo a Comonfort.

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Lo detalla el historiador Porfirio Parra.

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Furtivamente Santa Anna sale de la Ciudad de México el 9 de agosto de 1855. Álvarez recibió el informe de que el dictador huyó del país el día 17, desmantelando el erario nacional, El general suriano emprende la marcha para posesionarse de Chilpancingo, donde permanece el resto del mes. Se traslada a Mezcala, y se estaciona el 18 y 19 de septiembre en este lugar. El 24 continúa su avance y llega a Iguala y lanza la convocatoria a una Junta Nacional con verificación en Cuernavaca. Sale de Iguala el día 30 con dirección al lugar de la Junta, y es recibido con aclamaciones en este lugar a las 4:00 de la tarde, del día 1° de octubre. En la Junta de representantes de los Departamentos del país, celebrada el 4 de octubre de 1855, y de acuerdo al artículo segundo del Plan de Ayutla, Álvarez fue nombrado Presidente Interino de México. Juárez, que había fungido como su secretario particular y consejero, deja este puesto en manos del general José María Pérez Hernández, para recibir el nombramiento de ministro de Justicia e Instrucción Pública. Este cargo lo desempeña del 6 de octubre al 9 de diciembre. El 13 de noviembre se había tomado el Palacio Nacional por fuerzas del coronel Cesáreo Ramos. Nos dice la periodista Guadalupe Appendini en “Excelsior” del domingo15 de septiembre de 1991, que Álvarez cuando se enteró de su designación , expresó, según su biógrafo, el general José María Pérez, que se encontraba acompañando al caudillo: “Cuanto siento ese suceso, por que se juzgará que como otros me rebelé contra Santa Anna, para que me hicieran Presidente, pero poco estaré en el poder, hay un ambicioso a quien hacerle lugar y es preciso darle gusto.” A esto se agrega la polémica sobre el mismo tema, que sostuvo con Manuel Doblado, después de que éste dejara el gabinete y se radicara en Guanajuato, polémica que Álvarez dio fin con una carta que le envió desde Tlalpan, el 20 de diciembre de 1855. En esta misiva, el patriarca del sur le expone claramente su situación real y sincera sobre su intervención en la lucha que provocó el Plan de Ayutla. Solamente se toman dos párrafos que fueron importantes para su propósito: ...”Enemigo de la tiranía, luché contra el gobierno colonial, derramando mi sangre en los campos de batalla en defensa de los imprescriptibles derechos y soberanías de la Nación; y jamás he apoyado a los tiranos, como U., que, empuñando las armas a favor del hombre funesto del país, manchó el suelo patrio con la sangre de sus hermanos, porque es lo mismo ejecutar que mandar o consentir en la ejecución.”... ...”Pobre entré a la presidencia, y pobre salgo de ella; pero con la satisfacción de que no pese sobre mí la censura pública, y porque, dedicado desde mi tierna infancia al trabajo personal, sé manejar el arado para sostener a mi familia, sin necesidad de los puestos públicos, donde otros enriquecieron con ultraje de la orfandad y de la miseria”... El 23 de ese mes, se expide la Ley sobre Administración de Justicia, y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios, que

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fue conocida como Ley Juárez. Causó serios comentarios y acciones molestas, porque suprimía los fueros eclesiásticos y militares. Permaneció en Cuernavaca durante los días necesarios para que el nuevo gobierno de la república asumiera sus responsabilidades. Una de sus primeras actividades, consistió en nombrar su gabinete que funcionó de la manera siguiente: Relaciones Exteriores: 6 de octubre al 30 de octubre: Melchor Ocampo. 31 de octubre al 11 de diciembre: Miguel María Arrioja. Gobernación: 4 de octubre al 21 de octubre: José Guadalupe Martínez O. 22 de octubre al 11 de diciembre: Fco. de P. Cendejas. Justicia: 6 de octubre al 9 de diciembre: Benito Juárez. Fomento: 4 de octubre al 11 de diciembre: Miguel Lerdo de Tejada. Guerra y Marina: 4 de octubre al 9 de octubre: Manuel Ma. Sandoval. 10 de octubre al 10 de diciembre: Ignacio Comonfort. 11 de diciembre al mismo 11 de diciembre: Manuel Ma. Sandoval. Hacienda: 6 de octubre al 6 de diciembre: Guillermo Prieto. 7 de diciembre al 11 de diciembre: José Ma. Urquidi. Fue hasta el 4 de noviembre que arribó al pueblo de Tlalpan, para dirigirse a la capital del país hasta el día 15. Tomó la determinación de separarse temporalmente del mando presidencial, aduciendo razones de salud, por medio de un decreto que se firmó el día 8 de diciembre de 1855, y que apareció al siguiente día 9. En el fondo, todo mundo sabía que, además de sus achaques, no se adaptaba a la vida palaciega de la presidencia de la república donde campeaba la lisonja, la soberbia, la adulación y la mentira -vestigios claros del reciente período santanista-. El general expresó además, que estaba en condiciones de trabajar en el campo, y tomar el arado para ganarse la vida. Era sabido que Álvarez prefería la tranquilidad y el trabajo de su finca. Era un hombre feliz al lado de su gente, de su familia, recorriendo sus trillados caminos o dentro de su casa. Canalizó el procedimiento para que lo sustituyera el general Ignacio Comonfort, republicano y liberal moderado, que en cierto modo le concedía merecimientos por haberlo secundado en la elaboración del Plan de Ayutla, y haber luchado por el sostenimiento del mismo. Estaba seguro que el momento político requería de un presidente de sus características, para lograr un equilibrio de paz duradera. Hubo quien le sugiriera que el indicado para sustituirlo era Benito Juárez. El Presidente de la República redactó su renuncia de la manera siguiente;

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“JUAN ÁLVAREZ, General de División y Presidente Interino de la República, con la consideración que es debida a la representación Nacional y dignos miembros que la constituyen, paso a exponer: Que restablecida la paz y conquistada la libertad en el país, derrocado el poder dictatorial que afligió a los pueblos durante un período de luto, sangre y exterminio; vencidos los reaccionarios que pretendieron de nuevo encadenarnos a la esclavitud, y estando vuestra soberanía en ejercicio del Poder Legislativo para dar la Carta Fundamental de la República, justo es me retire al hogar doméstico a gozar de la tranquilidad inherente a un anciano padre de familia, que desde sus más tiernos años consagró su existencia a la Patria a quien tanta gratitud le debe. “No pretendo, señor, reseñar la escala de mis servicios, por que solo he cumplido como mejor me ha sido posible con los deberes de ciudadano y de soldado del pueblo, se me llama el veterano de la Independencia y este título me enorgullece y lega a mi posteridad un nombre. Mi ambición de la libertad al suelo en que nací del yugo del despotismo, está satisfecha ya; pero lo avanzado de mis años, el decadente estado de mi salud y mi notoria pobreza, me obligan a renunciar al elevado destino de la Primera Magistratura de la Nación y el empleo de General de División de nuestro Ejército para ocuparme de tomar un arado, y que este me dé con que subvenir a las primeras necesidades de la vida de mi familia. Y si antes no había dado este paso tan necesario, fue por que aun quedaban enemigos de la libertad en Costa Chica, a quienes era preciso reprimir y castigar lo que verifiqué en persona, restableciendo el orden público en aquella demarcación. “Mas si alguna vez mi débil espada fuere necesaria para sostener el Código Fundamental, o para defender los imprescindibles derechos y soberanía de la nación, y volver a luchar en pro del uno y de los otros sin necesidad de empleos ni distinciones, por que mientras tenga un momento de existencia este será entero de la Patria. Por tanto: “A vuestra Soberanía, suplico que, tomadas en consideración las expuestas razones, se sirva admitirme mi formal y terminante renuncia de Presidente Interino de la República y del empleo de general de División. Es gracia que no dudo alcanzar de la benevolencia de Vuestra Soberanía. La Providencia, mayo 15 de 1855. (Sic). Juan Álvarez. Al día siguiente de aparecido el decreto, 9 de diciembre, Álvarez, con paternal desinterés, abandonaba la capital de la república. Comonfort ya con la investidura de presidente interino, lo acompañó hasta el pueblo de Tlalpan. Nunca llegó a saberse que Juárez tuviera resentimiento por tal decisión. Comonfot juró y tomó posesión a las 3:30 pm., del día 11 como presidente Constitucional. Terminaría su gobierno al triunfo del Plan de Tacubaya, el 21 de enero de 1858, saliendo a Veracruz ese

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mismo día a las 7:00 am., para enseguida embarcarse a los Estados Unidos. Después de instalado en La Providencia, el 7 de febrero de 1856 se encontraba en San Miguel Coyuca, de allí se dirigió a Acapulco y el 24 puso en libertad a los presos políticos que dirigía Benito Delgado. El 27 descansaba en la Providencia, y el 24 de marzo, siguiendo su reiterada costumbre de movilización permanente, partió con dirección a la Costa Chica, al enterarse que surgía un movimiento armado en contra del gobierno que él había instaurado y dejado en manos de Comonfort. Llegó a San Marcos, y para el 17 de abril se le encontraba en Cuautepec, dando un ataque frontal a la gente de Bonifacio Morales, que se había rebelado en Copala. El 5 de mayo está en las tierras de La Providencia en condiciones para firmar pocos días después, la renuncia como Presidente Interino de la República. El Congreso Extraordinario Constituyente no aceptó esa renuncia, apoyándose en el dictamen emitido el 28, y haciéndolo valer con la votación registrada en sesión del 5 de junio siguiente. No hizo ningún movimiento. Hasta el 27 de septiembre inició una fructífera campaña militar a favor del régimen de Comonfort, que lo consolidó. El 7 de octubre se encontraba en Iguala, y el 11 infringió una derrota a Juan Vicario en la Hacienda de San José, para trasladarse luego a Puente de Ixtla. Con un ejército engrosado de 3,000 elementos, llega a Iguala el 25 de noviembre. El 11 de diciembre abandona estas posiciones y se dirige a Cuernavaca, de donde regresa a Tepecoacuilco. Algunos elementos armados asesinaron al español Víctor Allende en la Hacienda de Chiconcuaque, y los mismos, privaron de la vida también al día siguiente en Zacualpan a Juan y Nicolás Bermejillo, Ignacio de la Tejera y León Aguirre. Recibió órdenes del gobierno federal para que de la zona de Puente de Ixtla fuera a la capital del país, para aclarar las controversias que habían levantado estos crímenes, que involucraban e soldados de la tropa de Álvarez. Fue en su Hacienda La Providencia que le correspondió jurar la Constitución del 5 de febrero de 1857, postrado de hinojos ante una imagen de Cristo, poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios1. Siempre demostró que era un católico convencido, y que a su manera era creyente de verdadera fe. El régimen de Conmonfort y el Congreso Constituyente, cerraban definitivamente las páginas de la triste etapa del santanismo. Al saberse la sublevación de Tlapa, el 16 de mayo abandonó su cuartel principal, y el 18 acampaba con su tropa en Dos Caminos. El 20 hacía lo mismo en Acahuizotla. El 12 de junio se encontraba en Tixtla y el 6 de octubre seguía el camino a Chilapa, para tomar esa plaza el día

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.- Álvarez nunca manifestó quebrantada su fe católica, pese a las confrontaciones que tuvo varias veces con el clero mexicano.

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9 tras sangrienta lucha que sostuvo contra el jefe rebelde Juan Vicario. El 10 de octubre de 1857, se enfrentó y venció al español José María Cabos.

CONTRA LOS CONSERVADORES. Volvió a Tixtla donde se acentuaron sus males, que le obligaron a salir en busca del lugar de sus recuperaciones; el 9 de noviembre deja su división al mando del coronel Vicente Jiménez. Así como fue leal al gobierno de Comonfort, dio amplio reconocimiento al régimen del licenciado Benito Juárez, que opuso fuerte resistencia a los conservadores que intentaron apoderarse del gobierno nacional. Su actitud, le trajo como consecuencia, el haber sido dado de baja del ejército por el general Félix María Zuloaga, según acuerdo que este espurio gobernante firmó el 11 de marzo de 1858. A mediados de abril, llegó al puerto de Acapulco el presidente Benito Juárez en su viaje marítimo hacia Panamá y Veracruz, y como no pudo saludarlo porque se encontraba en La Providencia, dictó un comunicado indicando a los generales del partido liberal, que en su ausencia, se le informara al general Álvarez sobre las actividades de campaña que se libraba contra los conservadores. Juárez recomendó, a la vez, que durante el tiempo que durara la ausencia de su gobierno itinerante fuera de la capital del país, no dudaran en recurrir ante Juan Álvarez para pedir su consejo o su apoyo. En esta época, se hizo cargo de sus nietos Antonio y Juan que se encontraban estudiando en el extranjero, debido a que su padre Encarnación, había fallecido. Grande fue la sorpresa del caudillo al recibir a sus nietos al regreso, se habían modificado en su cultura y principios morales, que estaban muy lejos de la idiosincrasia de la familia Álvarez. Los mismos nietos renegaron de su abuelo, y tras infringirles algunos desfalcos y causarle serios enojos familiares, los hermanos unieron sus criterios y se embarcaron en Acapulco con rumbo desconocido.1 Jamás llegó a saberse de sus paraderos. Algunas personas enteradas, dijeron que se embarcaron a Sudamérica, otros que a California. La actitud tomada por don Juan, hacia ellos fue criticada, pero no modificada, por parte de su familia. Recuperada la Ciudad de México, por las fuerzas juaristas, el 27 de septiembre de 1861, fue declarado por el Congreso de la Unión como Benemérito de la Patria, a iniciativa del diputado guerrerense Ignacio Manuel Altamirano. 1

Los nietos del general: Antonio y Juan Álvarez Pereyra, nacidos en La Providencia, fueron hijos de Encarnación Álvarez y Victpria Pereyra. Regresaron de Francia por la vía de Nueva York el 25 de junio de 1857, al morir su padre. Al pasar por Iguala se les detuvo poco tiempo. Al abandonar La Providencia, vivieron en Acapulco; de allí se embarcaron y desaparecieron; nunca más se supo de ellos.

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Cuando se presentó la armada francesa ante la costa mexicana, Álvarez estuvo presto para enlistarse a las filas de los defensores del territorio patrio. Días antes redactó su testamento, nombrando a su hijo Diego como albacea, al igual que su esposa, doña Faustina Benítez. Se transcribe este documento en el apéndice adjunto. Ese año, 1861, se le declara benemérito de la Patria, y el Estado de México también le otorga otro nombramiento, y le concede una medalla honorífica. En marzo de 1863 sufrió una caída del caballo en su hacienda La Providencia, y tuvo que hacer cama por el estado delicado de salud en que estuvo. Las fuerzas armadas de Francia tomaron el puerto de Acapulco el 5 de mayo de 1864. No perdió tiempo para lanzar una proclama a las tropas bajo su mando y se dedicó de lleno a dirigir las operaciones para expulsar con balas al invasor. Con su familia abandonó la hacienda La Providencia el 7 de junio y se encaminó a la Costa Grande. Su presencia en todas partes, era un monumento nacional que levantaba con su orientación, el espíritu patriótico de los surianos. Regresó al terreno de sus propiedades y se enteró con satisfacción que la guerra inclinó la balanza a favor de los republicanos.

VIII.- EL GENERAL MURIÓ EN SU CASA. EL FIN. En junio de 1867, enfermó de erisipela y no pudo evitar caer en cama. De esa enfermedad ya no se repuso. No lo soltó hasta llevarlo a la muerte. A las 8:15 horas del 21 de agosto de 1867, sus ojos dejaron de contemplar el paisaje que se filtraba por una de las ventanas de su casa habitación de la hacienda La Providencia. Su rostro permanecía adusto, con rasgos que marcaban la firmeza de su carácter, la tranquilidad del hombre que sabe esperar. Sus espesas patillas, ocultaban con blancura serena las huellas que la viruela le dejó en el rostro, y hacían resaltar la patriarcal presencia del imán espiritual que siempre mantuvo cerca y presto a los hombres que lo buscaban y le rodearon. Junto a la cabecera de su cama, mantuvo la protección piadosa de un Cristo, que extendía su mirada benevolente en el entorno del cuarto donde yacía el moribundo. Paz de paz, que raras veces permitía la misericordia llevar como cortejo a la muerte de los hombres que nacieron para la guerra. Moría en el seno de la familia, lejos del horrísono estallar de los cañones; del espantoso silbido de los tiroteos, de la tumba inesperada en las trincheras. No salieron gritos de dolor en sus labios; no manaron borbotones de sangre en sus heridas, no había ayes de dolor de moribundos a su lado. Moría como un hombre amoroso al lado de su

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esposa, mirando a sus hijos, rezando ante un Cristo. No pronunció las palabras últimas que maldijeran la bala que le arrancara la vida. Llegó al momento final con la frente enhiesta, ondeando la bandera de sus ideales en las cicatrices de sus propias heridas, y sembrando en campo feraz, su sangre bienhechora. Lo insólito en esos tiempos era que un general, con esa clara trayectoria bélica y honesta, muriera en su casa. Fue sepultado en el costado norte de la iglesia que él mismo había construido. La Providencia había crecido, era un próspero pueblo donde sobresalían las casas de los campesinos; donde llegaban y podían pernoctar, cientos de lugareños y comarcanos, lo mismo que soldados y militares en acciones de armas o afán de descanso; y los personajes de la política, que no pocas veces circularon por el trazo de sus calles en busca de pertrechos o consejo. La iglesia levantada en el centro del lugar, era refugio para la fe de todos los que allí llegaban. En ella se dijo la última misa de cuerpo presente dedicada a Juan Álvarez.

HONRAS PÓSTUMAS. El 6 de febrero de 1968, el Congreso de la Unión, por medio de un decreto determinó que su nombre se inscribiera con letras de oro en el Salón de Sesiones. En otro decreto, emitido con anterioridad, el 30 de diciembre de 1921, se dispuso que sus restos fueran exhumados y conducidos a México para ser reinhumados1 en la Rotonda de los hombres ilustres, en el panteón de Dolores de la capital mexicana. La tumba del general permaneció en silencio largos años dentro del atrio de la iglesia de la hacienda La Providencia. Pero se abrió ante el bullicio popular y los honores militares correspondientes, el 6 de diciembre de 1922 cuando se procedió a la exhumación de sus restos mortales, para iniciar su traslado el día 24 a la definitiva y merecida morada en el centro de Anáhuac: la Ciudad de México. Llegaron sus despojos al seno de la tierra, el 27 de diciembre de 1922, en el lugar destinado a los hombres privilegiados que de alguna manera sirvieron a la Patria. Él era uno de ellos y, aunque a largo tiempo, se demostró que no se le había olvidado. Nos cuenta la profesora Delfina Alarcón Sánchez, que en Chilpancingo, ella estudiaba la primaria cuando este traslado ocurrió. Dice que, pese a que los escolares fueron informados de este acontecimiento, entre los niños de todos los niveles persistía la inquietud que esta movilización causó. Era pública y notoria la actividad de los sectores sociales de la ciudad; de los cohetes que estallaban, de

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Se anexa copia del acta de exhumación que generosamente nos facilitó el distinguido bibliógrafo, Hermilo Castoreña Noriega

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las bandas de música y de guerra, tocando en las plazoletas y la alameda; de las acciones que desarrollaba el ejército en las calles principales, y las prisas de los maestros en comisiones de organización, que les causó nerviosismo y temor; sentían la sensación de estar ante los preparativos de una contienda militar. Por doquiera se sucedían los truenos de los juegos pirotécnicos y el revuelo de las campanas, que tocando a rebato levantaban nerviosismo; por el alboroto causado y el bullicio general, ni en los mismos templos podían desarrollarse las misas. La caravana pasó por Chilpancingo. En todas las poblaciones que cruzaba en su trayecto hacia la capital, se hacían los honores correspondientes a los restos de tan ilustre mexicano. El gobernador del estado, Lic. Rodolfo Neri, encabezaba las ordenanzas que se le hicieron a su paso por Chilpancingo, acompañado por el presidente municipal, señor Susano Vega Cuenca; la totalidad de las autoridades estatales, cívicas y militares estuvieron reunidas en esa ceremonia. Hubo lágrimas y duelo entre los asistentes, muestra latente del cariño que persistía hacia el creador del Estado de Guerrero. A partir del 27 de diciembre de 1922, la tumba con el nombre del general Juan Álvarez, aparece al lado de otros héroes mexicanos que participaron en la integración de la patria. Y de personajes que destacaron en forma brillante dentro de sus profesiones; y que por esa razón, para honra de México, ahora reposan su descanso eterno en la Rotonda de los Hombres Ilustres. El periódico diario tabloide de la Ciudad de México “El Demócrata” publicó en sus cinco columnas de la primera plana, el 27 de diciembre de 1922, el siguiente título de su reportaje: “Hoy van a ser inhumados en la Rotonda de los H. Ilustres los restos del General Juan Álvarez”, seguido de un epígrafe que dice: “Durante el día de ayer Fueron expuestos en el salón “Hidalgo” del Palacio Nacional.” En el centro del reportaje destaca una fotografía a tres columnas tomada al frente de la estación ferroviaria de Buenavista, donde aparece la infantería y la caballería del ejército, en formación reverente ante el paso de los restos del ilustre patriarca. El pie de foto la explica. Como puntos relevantes de la nota, se toman los siguientes: 1.- “Hoy, a las tres de la tarde, serán inhumados en la Rotonda de los Hombres Ilustres, los restos del ex Presidente de la República, general Juan Álvarez...” 2.- “Durante toda la noche del lunes, los restos fueron velados por militares y diversas personas, especialmente por miembros de la colonia guerrerense, y algunos políticos.” 3.- “Los turnos se efectuaron dentro del mismo carro del ferrocarril... hasta la tres y media de la tarde de ayer, en que fueron conducidos al Palacio Nacional”... 4.- “La capilla ardiente fue improvisada en el salón Hidalgo del Palacio Nacional, el cual fue cubierto con paños negros y colgaduras de

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terciopelo. El catafalco quedó bajo el docel presidencial, y en todos los balcones y puertas se colocaron grandes cortinajes negros.” 5.- “Seis grandes candelabros con velas de cera, estuvieron ardiendo durante el tiempo en que los restos estuvieron expuestos”... 6.- ...”habiendo hecho guardias de honor, de quince minutos, los generales, jefes y oficiales francos de la guarnición, así como las comisiones de cada una de las Secretarías de Estado, Gobierno del Distrito, Cámaras de Diputados y Senadores, Suprema Corte de Justicia, Contraloría General, Departamento de salubridad y Contaduría Mayor de Hacienda.”...”durante la noche comisiones enviadas por las Secretarías de Estado, Cámaras y particulares.” 7.- “La compañía de infantería del Colegio Militar, hizo el servicio de guardia de honor en la capilla ardiente, permaneciendo cuatro cadetes con el arma terciada durante todo el tiempo en que los restos estuvieron expuestos.” 8.- “Se ha fijado para las tres de la tarde de hoy, la hora de la inhumación. Será presidida por el Primer Magistrado de la Nación 1, los Secretarios de Estado, los diputados, senadores, magistrados, por los miembros del H. Cuerpo Diplomático extranjero...” 9.- “... habiendo designado la Secretaría de Guerra una división de las tres armas para que haga los últimos honores militares al ilustre caudillo de la Reforma. La oración fúnebre estará a cargo del licenciado José Vasconcelos y contestará probablemente uno de los diputados por el Estado de Guerrero.” Y la reseña se extiende, analizando los detalles del acontecimiento, hasta cerrarse en la Rotonda de los Hombres ilustres. Parte de la oración fúnebre pronunciada por el Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, aparece en otra publicación y dice: “De la luminaria de la Reforma, fuiste tú la primera llama... tu desinterés, se volvió colectivo y se hizo rasgo común entre los patriotas de tu tiempo... tú apareces abuelo augusto de quien otros aprendieron a ser grandes”.

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.- Gral. Álvaro Obregón.

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EPÍLOGO. A la muerte del general Juan Álvarez Hurtado, la hacienda donde vivía fue abandonada poco a poco. El espíritu patriarcal del caudillo vaga por sus abandonadas calles, y habita como transeúnte los promontorios de los edificios en ruinas. Considerada la hacienda de La Providencia, como la cuna del Movimiento de Reforma, sería adecuado hacer de ella, un altar a la patria, un santuario histórico, un recuerdo vivo de los guerrerenses dedicado a los hombres que derramaron su sangre en seguimiento al Plan de Ayutla, y en particular, a su inspirador y ejecutor, el general Juan Álvarez. Esas ruinas que aún hablan de La Providencia, se deshacen ante el levantamiento arquitectónico y material del cercano emporio acapulqueño. Bien merece este lugar que se le dieran unas migajas de presupuesto para su resurgimiento, que sería comparable a otros monumentos históricos del país; ya convirtiéndolo en museo; ya como lugar de recreo para derechohabientes del ISSSTE o del IMSS; o como centro de orientación, capacitación y rehabilitación campesina y social, etc. La Providencia se resiste a desaparecer pese a la negligencia del conservadurismo. Las campanas de su iglesia fueron llevadas a poblados vecinos, y en ellos, siguen llamando a la gente a misa, como si se prolongara en el tiempo la presencia de don Juan Álvarez. Esta hacienda es un lugar digno de mejores merecimientos. 1 1

.- Nota del autor.

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APÉNDICE. 1.- DOCUMENTOS. DECRETO POR EL QUE SE DETERMINA RECTIFICAR LA “n” DEL NOMBRE DE JUAN ÁLVAREZ HURTADO, IMPUESTO Y COLOCADO EN LUGARES PÚBLICOS EN EL ESTADO DE GUERRERO. ARTÍCULO 1°.- Se determina rectificar el nombre de Juan Álvarez Hurtado, sin la letra “N” intercalada entre el nombre de pila y apellidos impuesto y colocado en edificios públicos, y vialidades, Instituciones Educativas y todos aquellos lugares públicos que llevan dicho nombre. ARTÍCULO 2°.- Con pleno respeto a la autonomía municipal se recomienda a los Honorables Ayuntamientos del Estado de Guerrero, para que en Sesión de Cabildo acuerden acatar la disposición que prevé el artículo que precede. ARTÍCULO 3°.- Se instruye a la Secretaría de Educación Guerrero, para rectificar el nombre de Juan Álvarez Hurtado, sin la letra “N”, impuesto y colocado a las diversas Instituciones de Educación en la entidad. ARTÍCULO 4°.- La Secretaría de Desarrollo Social del Gobierno del Estado, vigilará el cumplimiento del presente Decreto, comunicando por escrito a la dependencia o autoridad correspondiente cuando se detecte la irregularidad a que se refiere la disposición contenida en el presente instrumento. T R A N S I T O R I O S PRIMERO.- El presente Decreto, entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Guerrero. SEGUNDO.- Las autoridades y dependencias en el Estado de Guerrero, deberán corregir el nombre de Juan Álvarez Hurtado, en aquellos lugares en que aparece la letra “N” intercalada entre el nombre de pila y los apellidos. TERCERO.- Dado en la residencia oficial del Poder Ejecutivo Estatal, en la Ciudad de Chilpancingo de los Bravo, Capital del Estado de Guerrero, a los quince días del mes de diciembre de mil novecientos noventa y nueve. El Gobernador Constitucional del Estado. C. RENÉ JUÁREZ CISNEROS. Rúbrica. El Secretario General de Gobierno. C. FLORENCIO SALAZAR ADAME. Rúbrica. El Secretario de Educación Guerrero. C. MARCELINO MIRANDA AÑORVE. Rúbrica. El Secretario de Desarrollo Social. C. JESÚS H. NORIEGA CANTÚ. Rúbrica.”

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2.- DOCUMENTOS. “TESTAMENTO DEL GENERAL JUAN ÁLVAREZ. (Testimonio del Testamento original del señor general de división don Juan Álvarez, el 18 de octubre de 1861, que se expide para la señora Teresa Álvarez de Heredia, por mandato judicial. Juez receptor, Domingo Martínez. Proporcionado por monseñor Rafael Bello Ruiz, obispo de la diócesis de Acapulco).” “En la parte superior: “Número 95.- admón.. Principal de la Renta. De papel sellado.- Del Estado de Guerrero.- Para actuaciones.- Sello segundo cuatro pesos.- Habilitado para los años 1860 y 1861.- Guerrero octubre 10 de 1860.- Macsimo Ortega, rúbrica.- A. Torija, rúbrica.- En el fondo:- “En el nombre de Dios Todopoderoso. Yo Juan Álvarez, natural de la Ciudad de Atoyac y vecino de esta Hacienda, hijo legítimo de don Antonio Álvarez y D. Rafaela Hurtado, difuntos, naturales que fueron, el primero de España y la segunda del Puerto de Acapulco, hallándome enfermo de la enfermedad que Dios Nuestro Señor se ha servido enviarme, pero en completo juicio y cabal acuerdo y memoria creyendo como firmemente creo todos los misterios de nuestra Santa fe Católica, en cuya fe y creencia deseo, deseo, quiero y protesto vivir y morir y esperando en la divina misericordia que por intención de María Santísima nuestra Señora, a cuyo patrocinio me acojo para que con el Santo Ángel de mi guarda, santo de mi nombre y demás de mi devoción, me amparen y me favorezcan en el trance de mi muerte; hago, otorgo, este mi testamento en forma siguiente: - 1ª. Primeramente encomiendo mi alma a Dios, que crió de nada, y mi cuerpo a la tierra de que fue formado.- 2/a. Ytem., es mi voluntad que mis funerales y entierro se hagan pobre y humildemente, sin pompa ni ostentación, y que mis Albaceas y herederos manden hacer por mi alma los sufragios que su piedad les dicte: 3/a. Ítem., declaro que soy legítimamente casado por ante nuestra Madre la Santa Iglesia con la señora Da. Faustina Benítez de Álvarez:- 4/a.- Ytem., declaro que aunque tanto mi señora esposa como yo trajimos algunos cortos intereses a nuestro matrimonio, todo absolutamente se perdió y desapareció en la guerra de nuestra independencia; por manera que lo poco que hoy poseo lo hemos adquirido durante él, con nuestro trabajo y economías; declaro así para que conste. 5/a. Ítem., declaro, que de mi unión con mi citada Esposa, hemos tenido tres hijos: Dn. Diego, vivo; Dn. Encarnación, que falleció en el año de 1857, dejando cinco hijos: Antonio, Juan, Rafaela, María Petra y Leandro, ya finado; y el tercero Félix, que murió de dos meses de edad. 6/a. Ítem., declaro que adeudo a Da. Josefa Galeana, de San Jerónimo, la cantidad de (...) guerras constantes en las que nos hemos visto envueltos, que han paralizado todos los giros y entorpecido los trabajos, hasta el punto de arruinar completamente la finca, y 2° porque habiéndose obligado el Gobierno hacer el pago de su no

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cumplimiento (dimanado también de las circunstancias en que se ha encontrado la Nación) no puede ser responsable, ni pagarme en perjuicio; declárolo así para que conste. 9/a. Ytem., declaro que en el año de 1859 envié al señor general Don José María Pérez Hernández en comisión cerca del Gobierno Constitucional residente en aquella fecha en el Puerto de Veracruz solicitar armamento y recursos para la División de mi mando; el supremo Gobierno le autorizó para que pasando a los Estados Unidos del Norte los agenciase, como en efecto los consiguió de los señores Domingo de Goicouria y Cía. de N. Orleáns, según contrato del 3 de julio y 26 de septiembre del propio año, en virtud de que aquella casa suministró hasta la cantidad de treinta y un mil y pico de pesos. En el año indicado de los fondos de la Aduana Marítima de Acapulco se mandaron abonar 6 mil, y en el próximo pasado de 1869 (sic) un mil y tantos por cuenta de réditos y otras varias. El Gobierno Supremo, a quien se dio cuenta con el contrato celebrado con los señores Goicouria y Cía., lo aprobó, y por las diversas comunicaciones que obran en el archivo de la Secretaría, se verá que se hizo cargo de su pago, y de arreglar ese asunto con estos señores, desde cuyo momento comprendo que cesó toda responsabilidad por mi parte; debiendo advertir, que aunque y a los repetidos señores Domingo de Goicouria y Cia., parece quieren indicar en sus contestaciones que su contrato lo celebraron conmigo en lo particular y haciendo abstracción de mi carácter público, nunca he podido aceptar una obligación de tal naturaleza, con responsabilidad de mi casa e intereses, cuando se trata de asuntos puramente públicos y en que intervenía como General del Ejército Mexicano y en representación del Presidente de la República que me había otorgado la autorización; por eso se verá que en la escritura relativa a este negocio no se hace mención de mis intereses, ni de mi persona como simple particular; cuantas dudas puedan ocurrirse, aclararán por los documentos y constancias que existen en mi archivo; lo declaro así para que conste. 10/a., Ytem declaro poseer como de mi pertenencia y propiedad única y exclusivamente los bienes siguientes: un terreno conocido con el nombre de Cayaco, otro en el pueblo de Coyuca y otro en el Ejido Viejo; el de San Marcos y esta hacienda; algún ganado vacuno y caballar existente en los ranchos nombrados Amatlán, Xaltianguis, El Tecomate y Tepetixtla, y cuyo número consta en los libros de esta hacienda; un crédito contra el Gobierno por sueldos vencidos y que no me han cubierto, y otros por la indemnización que me fue acordada y de lo que dejo hecha mención en la cláusula 7/a. Recomiendo a mis albaceas soliciten la liquidación y ajuste de aquellos, y arreglen con el mismo Gobierno el pago del crédito de que hablo en la penúltima parte de la cláusula 6/a., en abono de mis expresados vencimientos: lo declaro así para que conste. 11/a. Ytem declaro que don Mariano Miranda me es deudor de la cantidad de quinientos pesos, trescientos pesos, trescientos que le suministré en calidad de préstamo y doscientos que por rentas de las tierras que estuvo administrando, me salió adeudando; si algo hubiera a su favor por la parte que de lo que

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adeudare le concedí, se restará de la cantidad dicha, al efecto encargo se liquide su cuenta; declárolo así para que conste. 12/a. Ytem declaro, que los créditos activos y pasivos de la servidumbre de esta finca, constan en los libros respectivos a los que me remito; lo declaro así para que conste. 13/a. Ytem es mi voluntad dejar a la de mis albaceas la asignación de la cantidad que se haya que aplicar a cada una de las manda forzadas. 14/a. Ytem es actualmente mi voluntad que el quinto de mius bienes se divida en tres partes; una se aplicará por mitad a cada uno de mis hijos de crianza Felipe Zúñiga y Francisco Oliveros, pues de ellas les hago perfecta y cabal donación y le legado como una remuneración de sus servicios, y en recompensa de su buen comportamiento en los años que han permanecido a mi lado; las otras dos partes, cubiertas que sean las mandas forzadas y demás cargas que al quinto son anexas, volverán entrar al monto de mis bienes. 15/a. Ytem, es mi voluntad dejar a mi hijo Dn. Diego mis armas y cuanto es de mi uso personal, y los muebles de ajuar y todo de casa é la familia toda, para que en común sigan usando de ellos, sin que nada se les aplique o baje de sus legítimas, sino que una y otra donación deberá tenerse como una corta mejora. 16/a. Ytem, después de cumplido y pagado todo lo expresado, del remanente de mis bienes, muebles, raíces, derechos y acciones, instituyo por mis únicos y universales herederos al expresado Don Diego, mi hijo, a mis citadas nietas Da. Rafaela y Da. Petra Álvarez y mi referida esposa Da. Faustina Benítez, para que cada uno en la parte que la ley les asigna los hayan y lleven por su orden, grado y representación, y disfruten de ellos con la bendición de Dios y la mía. 17/a. Ytem, por cuanto que en la educación de mis dos nietos Antonio y Juan Álvarez, he gastado más de veinte mil pesos, en el tiempo que estuvieron en México, en los Estados Unidos del Norte y en Francia, sin que hubieran aprovechado ni adelantado cosa alguna; a que se han mostrado renuentes durante su permanencia en esta casa a prestarme ningún servicio; a que han desoído y despreciado mis consejos y amonestaciones siempre que he tratado de corregir su conducta; a que el primero se fugó de mi lado abandonando la casa sin mi consentimiento, el segundo, habiéndole mandado a un colegio de México en el mes de mayo último, bajo frívolos pretextos se devolvió; habiéndolo destinado después a la Marina se fugó también del buque marchándose para California con su hermano, y a otros muchos actos de ingratitud y rebelión contra la autoridad paterna, que han cometido. Y porque lo que he gastado en educarlos según dejo dicho, excede indudablemente de lo que por su legítima podría tocarles; usando de la facultad que las leyes me conceden, les desheredo completamente; les privo y aparto de cualquier derecho que después de mis días a alguna parte de mis bienes pudieran tener y alegar, y quiero, mando y ordeno, que ni por razón de alimentos, ni por ningún otro título o motivo, sean admitidos total ni parcialmente al goce de parte alguna de mis bienes; ya sea con el carácter de legítima u otro cualquiera; y sin que por esta desheredación pueda en tiempo alguno anularse este mi testamento. 18/a. Ytem., por cuanto a que mi nieta Da. Rafaela, aunque

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mayor de 12 años se encuentra en su menor edad, le nombro por curadores a mi señora esposa y a mi hijo Dn. Diego con elevación de fianzas y consignación de frutos por alimentos y suplico a Sr. Juez, a quien fuera presentada esta cláusula, aprueba el nombramiento hecho con la relevación y consignación hechas, por ser así mi voluntad. 19.Ytem., declaro que el Sr. General don José María Pérez Hernández me es deudor de la cantidad de un mil y pico de pesos por auxilio que se le proporcionaron para levantar la casa sita en el terreno conocido con el nombre de La Fábrica, en esta hacienda, según consta en mis libros. 20.- Ytem., declaro que la segunda parte de la cláusula 15 debe entenderse en estos términos: que los muebles, ajuar y alhajas sólo pasarán a poder de la familia después de los días de la señora Esposa, a quien pertenecen durante ellos, y que llegado aquel caso, es de mi voluntad se dividan y repartan entre mis herederos. 21.- Nombro por mis albaceas y ejecutores de este mi testamento, a mi Señora Esposa Da. María Faustina Benítez, y mi hijo Dn. Diego, y a cada uno de ellos de mancomún e insólidum, doy mi poder cumplido, bastante, y cuanto en derecho se requiere para que puedan entrar y entren en todos mis bienes, los vendan y rematen si necesario fuere en pública almoneda, o fuera de ella, para que con sus productos cumplan con estas mis disposiciones, dentro o fuera del término legal que les amplío y prorrogo por todo el que necesitaren; los faculto para que puedan sustituir su cargo en otras personas, a los que doy por nombrados con las mismas facultades que a los expresados, y por último les recomiendo que todo lo que tenga relación con el cumplimiento de esta mi última voluntad lo arreglen extrajudicialmente sin más que ocurrir después a la aprobación judicial, pues tal es mi deseo y determinación. Y por el presente revoco y anulo cualquiera otro testamento o testamentos, codicilo o codicilos que aparecieran por mí hechos u otorgados con anterioridad, para que no valgan ni tengan efecto alguno en juicio o fuera de él, ahora ni en ningún tiempo, aunque tenga cláusulas derogativas y palabras particulares de que haya de hacer especial mención; y quiero y mando que el presente se cumpla y ejecute como mi última y deliberada voluntad, en la toma y modo que mejor haya en derecho. Así lo otorgo por falta de escribano ante los testigos ciudadanos: Librado Salas, Mariano Miranda, Lic. Miguel Dondé, Trinidad S. Giles, Vicente Altamirano, Margarito Luna y Francisco Oliveros, que firman conmigo a los diez y seis días del mes de octubre de mil ochocientos sesenta y uno. J. Álvarez, L. Salas. M. Miranda, Miguel Dondé, Trinidad S. Giles, J. Margo Luna, Francisco Oliveros, Vicente Altamirano. Rubricados. “ “Concuerda con su original que obra de la foja treinta y tres frente a la treinta y ocho y también frente del Protocolo de Instrumentos Públicos de esta Notaría, correspondiente al año de mil ochocientos sesenta y ocho; va en cuatro fojas útiles para la señora Teresa Álvarez de Heredia, con los timbres de ley debidamente cancelados por mandato judicial de veinte del corriente, siendo testigos de su fiel saca, corrección y cotejo, los de asistencia ciudadanos Delfino Balanzar y Luis López, los dos mayores de edad...”

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3.- DOCUMENTOS. “PARA LA EXHUMACIÓN DE SUS RESTOS”. (Tomada de copias del original manuscrito) “Sufragio Efectivo No Reelección. Acapulco, diciembre 4 de 1922. Al C. Presidente Municipal, Juez del Registro Civil de esta ciudad. Presente: El Tribunal Superior de Justicia del Estado en telegrama de fecha 3 del actual dice a este Jusgado lo que sigue: “Dispone Tribunal Superior que acompañado Secretario y Agente del Ministerio Público, trasládase Providencia, levante información adperpetuan para identificar lugar sepulcro General Juan Álvarez y luego extienda acta, sin protocolizar con solo timbres cincuenta centavos por hoja, inventariándose restos que entregará Comisionado Gobierno Federal. Con información, acta y demás documentos relativos formará expediente por triplicado, dejándose un ejemplar remitiendo otro Gobierno local y entregando último dicho Comisionado. Solicite orden oficial Juez registro Civil ese puerto, proceder exhumación y ocurra Recaudación por suma cien pesos para gastos viaje. El Secretario de Acuerdos.- José Calvo.- Rúbrica. Y tengo el honor de transcribirle a Ud., para su conocimiento y efectos legales correspondientes, advirtiéndole que hoy a las doce horas del día es la marcha al lugar indicado. Sírvase aceptar las seguridades de mi atenta y distinguida consideración. El Juez de Primera Instancia. P.M.D.L.- Rúbrica.

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4.- DOCUMENTOS. “ACTA DE EXHUMACIÓN”. (Tomada de copias del original manuscrito) “Ministerio Público y enterado dijo: que lo que oye es conforme y firma. Doy fe. B.P.Flores.- Rúbrica. D. Balcasar.- Srio. En la Hacienda de La Providencia a las nueve del día 6 de diciembre de 1922, día y hora señaladas para la exhumación de los restos del finado General de División Juan Álvarez, el suscrito Juez se constituyó en el costado norte de la Iglesia de esta propia hacienda, en el lugar designado por los testigos: Juan Damián y Tiburcio Gómez, acompañados de un Secretario del Agente del Ministerio, del mayor médico Doct. Vicente Jiménez Sánchez, comisionado por el gobierno federal para recibir los restos del capitán primero José Romero Rodríguez, jefe de la fuerza que escoltará los restos, y capitán segundo de la misma: señor José Guevara. Da fe el suscrito Juez, haber visto un nicho que contiene ocho gabetas, y en una de ellas una lápida de mármol blanco con esta inscripción: “Aquí yacen los restos mortuorios del C. General de División Juan Álvarez, Benemérito de la Patria, y decano de la Independencia Mexicana, Campeón de la democracia e iniciador de la Reforma, siendo Presidente de la República en 1,855. Su causa pública fue sin mancha. En la vida privada fue excelente esposo, tierno padre y leal amigo. Nació el 27 de enero de 1,790 en el barrio de la Tachuela de la ciudad de Atoyac, y falleció en su Hacienda de la Providencia el 21 de agosto de 1,867. Su esposa e hijos, oprimidos de dolor, consagran a su memoria esta humilde lápida.” Acto continuo y con la previa autorización del ciudadano Juez del Estado Civil del Municipio de Acapulco, del Distrito de Tabares a cuya jurisdicción correspondiente lugar, comunicación que obra en estos actos, se procedió a romper la gabeta que contiene en la lápida la inscripción antes dicha, empleando el mayor señor Doctor Vicente Jiménez Sánchez los desinfectantes correspondientes; y abierta la dicha gabeta, se encontró una caja de madera forrada de zinc casi destruida por la acción del tiempo de dos metros de longitud, cincuenta centímetros de ancho en la cabecera y treinta centímetros en los pies, dando fe el suscrito Juez, da haber encontrado en dicha caja los restos siguientes: un cráneo en su maxilar inferior sin dientes; dos clavículas, el externón sin dos partes, dos omóplatos; veinticuatro costillas; treinta y dos vértebras, dos húmeros, dos huesos radios, dos cúbitos, cuarenta y dos de ambas manos y una uña; dos huesos iliacos, dos fémures con las extremidades inferiores destruidas, dos rótulas, dos tibias, dos peronés y veinticinco huesos de los pies; una banda de seda bordada de oro, tres botones de oro unidos por una cadena del mismo metal; veintiocho botones de una forma y un par de zapatos destruidos, cuyos

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restos fueron depositados con los demás objetos que se indican, en una urna de madera especial traída por el repetido doctor Vicente Jiménez Sánchez, a quien se le hizo formal entrega de los restos y objetos indicados los que, recibidos de conformidad con la lápida respectiva. Con lo que se dio por terminada esta diligencia y previa lectura, firmamos de conformidad los que en ella intervienen. E=R= Juan Álvarez= Vale= F= (tres palabras ilegibles). Doy fe.- Domingo Martínez.Rúbrica. B. P. Flores.- V. Jiménez Sánchez.- Rúbricas. El Cap.1° de Caballería. José Romero Rodríguez.- Rúbrica. José Guevara.- Rúbrica. D. Balcasar.- Srio.- Rúbrica. En la misma fecha, se expidió copia certificada para el gobierno federal al señor Doctor Vicente Jiménez Sánchez en cinco fojas útiles y firmó por recibido. Doy fe. V. Jiménez Sánchez.- Rúbrica. D. Balansar.- Srio. Rúbrica.°

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PLAN DE AYUTLA Antecedentes y consecuencias políticas y jurídicas Enrique Trujillo Armenta Marzo del 2001, Chilpancingo, Gro.

PRINCIPIOS DE UN SISTEMA DE GOBIERNO Después de Iturbide, los mexicanos se enfrentaron durante casi treinta años en una serie de luchas y conflictos para tratar de establecer un sistema de gobierno. De 1824 a 1854 las fuerzas predominantes fueron de dos tendencias: la federalista, republicana y de espíritu liberal, y la centralista, monárquica, defensora de los privilegios de la Iglesia, y en consecuencia, conservadora. En 1824, los federalistas consiguen el poder nacional. En la Constitución promulgada eso año, se asentó que México era una República gobernada por tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El primero, dirigido por un presidente y un vicepresidente; el segundo, integrado por la Cámara de Diputados; y el tercero, representado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se señalaba que los estados serían Libres y Soberanos y que tendrían sus propias leyes de aplicación en todo su territorio geográfico; pero que, globalmente formaban los Estados Unidos Mexicanos, comprometiéndose a sostener el gobierno federal. La misma Constitución ratificaba la oficialidad de la religión católica, conservaba los fueros eclesiásticos y militares, y no definía claramente las garantías individuales de los mexicanos.

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Por otra parte, faltaba una verdadera integración de jefes políticos nacionales y estatales que aceptaran cumplir las políticas, programas e instituciones resultantes de la declaración de apoyo a la república federal y de la nueva Constitución. En consecuencia, el intenso intercambio de opiniones entre los diferentes grupos políticos, las dificultades económicas y las ambiciones de políticos poco escrupulosos, imposibilitaron la consolidación de la primera república federal. Mientras tanto, la tendencia centralista monárquica y defensora de privilegios logró generar un Proyecto de Bases para una nueva Constitución. El 23 de octubre de 1835 se puso fin al sistema federal y se da a conocer el proyecto de las llamadas Siete Leyes. La primera es promulgada en diciembre de 1835, la segunda en abril de 1836 y en diciembre de ese mismo año, las otras cinco. En esta modalidad de gobierno los Estados cambian a Departamentos, con gobernantes nombrados por el supremo poder ejecutivo. Éste se constituyó, además de los tres poderes tradicionales, por uno nuevo: el Supremo Poder Conservador cuya obligación era evitar los abusos ejercidos en la práctica por los poderes Ejecutivo y Legislativo. Su propuesta de periodo presidencial era de ocho años. Anastasio Bustamante, fue el presidente que encabezó la primera república centralista, y con algunas interrupciones e interinatos gobernó entre 1837 y 1841, año en que fue sucedido por Antonio López de Santa Anna. Las dos grandes tendencias (federalistas y centralistas) continuaron su lucha desde 1824 a 1854. Una impulsaba los criterios jurídicos, pero la existencia de la otra en el poder, limitaba su cabal cumplimiento. Las dos, decidieron organizarse como sociedades secretas en torno a las logias masónicas: los criollos pudientes bajo el rito escocés, que era el núcleo de un partido político de tendencia centralista. Bajo el rito yorkino se unieron algunos federalistas radicales como: Lorenzo Zavala, Vicente Guerrero, Ramos Arizpe, y un grupo importante de aquellos que fueron desplazados de los diferentes puestos civiles y militares. El primero de septiembre de 1828 se realizaron elecciones para presidente de la República, en las que Vicente Guerrero fue derrotado

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por Manuel Gómez Pedraza. Antonio López de Santa Anna, con el Plan de Perote, desconoce el triunfo de Gómez Pedraza y apoyado por la guarnición de La Acordada de la ciudad de México, hace huir a Pedraza; e1 12 de enero de 1829 el Congreso le confirió a Vicente Guerrero la Presidencia de México. Éste nombró como vicepresidente a Anastasio Bustamante. El régimen de Guerrero, como es sabido, duró poco menos de un año, pues él, siendo representante del rito yorkino, fue derrocado por órdenes de Bustamante que pertenecía al rito escocés. Vicente Guerrero trató de retornar al poder, pero fue traicionado y asesinado. Este suceso permitió que Santa Anna iniciaría un levantamiento militar en contra de Bustamante, y que llegara al poder por primera vez. Santa Anna, ya en la presidencia, acompañado de Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora intentaron una triple reforma, dirigida hacia la Iglesia, el Ejército y la Educación. La situación política de México durante el periodo comprendido de 1821 a 1850 fue muy variable, tanto, que en ese lapso hubo cincuenta gobiernos, casi todos producto de cuartelazos; once de ellos presididos por Santa Anna. Esta prolongada guerra civil tuvo consecuencias desastrosas para la economía y el territorio del país. En cuanto al aspecto económico, éste no podía lograr una mejoría que diera la estabilidad para sostener a cualquier gobierno. Como consecuencia de la guerra de independencia, las regiones agrícolas y los centros mineros menguaron su producción. Sin embargo el hecho de romper con la dependencia colonial y permitir un incipiente comercio con otros países, logró la parcial eliminación del grupo de españoles peninsulares que acaparaban el poder político y económico y el nacimiento progresivo de un grupo de comerciantes-prestamistas que a partir de 1850, multiplicaron sus inversiones. Pero también se daban otros fenómenos: la limitada expansión demográfica no permitía el crecimiento de un mercado interno y por lo mismo, la oportunidad de empleo. La forma de hacer producir la tierra carecía de innovaciones y su rendimiento era muy bajo Existía, además, un sistema financiero caracterizado por la usura y el agiotismo que limitaba las posibilidades a la inversión.

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GUERRA CONTRA ESTADOS UNIDOS El 6 de abril de 1830, el gobierno de México promulgó una ley por la cual Texas pasaba a formar parte de la federación y prohibió la entrada de nuevos norteamericanos a ese estado. Dicha medida originó la rebelión de los colonos americanos, quienes vieron amenazados sus intereses económicos. A fines de 1831, los colonos desafiaron a las aduanas recién establecidas y a los destacamentos militares mexicanos. Se pretendió convertir a Texas en un estado independiente. Sin embargo, es necesario anotar que de los 28 mil habitantes que ocupaban aquel territorio, sólo 3,400 eran mexicanos. Luego vino la ley de abril de 1835, que prohibía la venta de tierras de aquella zona. Esto dio lugar a que los colonos solicitaran su anexión a los Estados Unidos. En México, la opinión pública presentía la virtual anexión de Texas a la Unión Americana, como un atentado a la soberanía y se percataba del peligro que corrían los estados de California, Arizona y Nuevo México, Utah y parte de Colorado y Wyoming. Las negociaciones entre México y los Estados Unidos fracasaron totalmente cuando México se negó a vender los territorios. Los estadounidenses no lograron entender que, por agotado que estuviera el país y sus recursos financieros, no se trataba de una situación de dinero sino que era algo más profundo: la idea de la unidad de la Nación.

PRIMERA GUERRA CONTRA FRANCIA "GUERRA DE LOS PASTELES" Francia fue uno de los primeros países que entabló relaciones (informales) con México en 1814, y uno de los primeros en aceptar que los barcos mexicanos llegarán a sus puertos en un informal y provisional comercio recíproco. Sin embargo, no reconoció la independencia de México sino hasta 1830. A partir de este momento, se mostró más exigente para negociar un tratado de amistad, comercio y navegación. Los problemas políticos mexicanos habían impedido la atención y solución de los deseos franceses. La desatención a las exigencias relativas al tratado y otras reclamaciones, motivaron el bloqueo y la guerra que Francia hizo a México de 1838 a 1839.

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El 21 de marzo de 1838, el barón Deffaudis, ministro plenipotenciario de Francia, argumentó que "un número casi infinito de súbditos de S. M. se habían hallado expuestos en el territorio de la República a los atentados más graves contra sus personas y propiedades durante los disturbios del país, ya fuera por parte del pueblo o por los partidos políticos". También señaló que, durante las revueltas, se obtuvieron de los franceses préstamos forzosos por medio de la violencia y “denegación de justicia, actos, decisiones o juicios ilegales e inicuos de autoridades administrativas, militares o judiciales”. La cancillería mexicana no admitió todos los hechos, pues la mayoría de ellos eran total o parcialmente falsos, En cambio, ofreció la propuesta de un arbitraje internacional y la expedición inmediata de una ley que arreglase el punto de indemnizaciones. Como Francia no aceptó, fue inevitable la ruptura de relaciones. El 27 de noviembre de 1838, los franceses bombardeaban San Juan de Ulúa y el 5 de diciembre desembarcaron en Veracruz. El 22 del mismo mes, arribó a este puerto el ministro de Inglaterra Ricardo Pakenham; el 26 arribó una escuadra británica más poderosa que la francesa, que estaba en aguas mexicanas. Pakenham, venía a reiterar a Baudin el ofrecimiento que su gobierno proponía para una mediación amistosa. En enero de 1839, Manuel Eduardo de Gorostiza y Guadalupe Victoria fueron comisionados para entablar las negociaciones con el representante de Francia (Baudin). Estas se realizaron los días 7 y 8 de marzo y el día 9 se firmó el Tratado de Paz y una Convención. Los puntos sometidos al arbitraje, fueron sentenciados por la reina Victoria de Inglaterra, árbitro escogido por las dos naciones. El primero de agosto de 1844, se pronunció en el palacio de Winsor la sentencia arbitral a la que los dos países tuvieron que sujetarse.

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EXPANSIONISMO DE LOS ESTADOS UNIDOS El presidente norteamericano James K. Polk, desató la guerra en enero de 1846, al ocupar la región ubicada entre los ríos Nueces y Bravo. La guerra con los Estados Unidos se entabló por la codicia norteamericana de anexarse Nuevo México y las Californias. El ataque fue muy poderoso: por el Pacífico atacaron Mazatlán y tomaron La Paz. En el oeste se posesionaron de Santa Fe y San Diego. También se apoderaron de Monterrey y Saltillo. Para finales de 1846, tenían bajo su control Parras y toda la Alta California. La resistencia mexicana fue dirigida por Santa Anna, pero sus errores lo llevaron a la derrota en San Luis Potosí. Polk decidió acelerar la guerra y atacar por el Golfo de México. Desde el 9 de marzo de 1847 había empezado el bombardeo a Veracruz, el cual capituló el 16 de marzo. El 18 de abril, Santa Anna era vencido en Cerro Gordo, Ver., y el 15 de mayo las fuerzas invasoras entraban a Puebla. Es verdad que hubo gobernadores que se negaron a dejar desprotegido su estado, y evitaron la salida de la Guardia Nacional en defensa de la capital de la República o de otros estados. No obstante, la reacción primera de defensa de "la patria chica", su estado, dio paso a la guerra de guerrillas, a la guerra popular, donde las tropas Invasoras tuvieron que enfrentarse a un enemigo menos vulnerable. Los oficiales norteamericanos anotaron alguna vez en sus memorias no temer el enfrentamiento con la tropa regular, pero de tener continuo desasosiego al enfrentar a un enemigo invisible, a los batallones y cuerpos de voluntarios que golpeaban al ejército invasor. La situación de la capital era crítica. Sólo siete estados habían contribuido a la defensa de la Nación. La forma en que se entendía el federalismo hizo que, ante el peligro inminente de México, se negaran las tropas para ser utilizadas fuera de los límites estatales. Cada uno trataba de mantener sus recursos para el momento de ataque a su territorio La disciplina del ejército norteamericano y su mejor equipo de guerra, le permitió avanzar hacia la ciudad de México. Se apoderaron de Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. En el centro de la capital de

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la República, los mexicanos ofrecieron una gran batalla y aunque a la postre las tropas nacionales se rindieron, causaron más de 2,700 bajas al ejército atacante. México, su sociedad, ejército y ciudadanía armada, no pudieron derrotar al invasor, pero dejó patente su voluntad de resistencia y su defensa como Nación soberana. México perdió más de ocho mil patriotas y Estados Unidos más de dos mil quinientos, pero la huella que dejaría en la conciencia nacional la pérdida del territorio sería indeleble. El 14 de septiembre de 1847, el ejercito norteamericano ocupó la ciudad de México, capital de la República. El 16 de septiembre, fecha conmemorativa de la Independencia, la bandera de las barras y las estrellas ondeaba en Palacio Nacional. El país estaba verdaderamente lastimado. Como desde el mismo mes de septiembre se había accedido a la cesión de Nuevo México y Alta California, las discusiones posteriores versaron sobre fronteras e indemnizaciones. Se logró evitar la entrega de Sonora, Chihuahua y Baja California y se aceptó el río Bravo como frontera. De esta manera los mexicanos cedieron 2 y medio millones de kilómetros cuadrados, más de la mitad de su territorio, recibiendo a cambio una "indemnización” de quince millones de pesos. El Tratado se firmó en la Villa de Guadalupe el 2 de febrero de 1848.

LA GUERRA DE REFORMA Una vez concluido el conflicto con Estados Unidos y firmado la paz, el Congreso de México se ocupó de la elección del presidente constitucional. El 3 de junio de 1848, el general José Joaquín de Herrera y Ricardos, prestó juramento para este cargo. Para mediados de 1850, los partidos políticos se habían identificado perfectamente en dos bandos: liberales y conservadores. El 15 de enero de 1851, José Joaquín de Herrera entregó el mando a Mariano Arista, en cuyo gabinete participaron liberales puros, moderados y conservadores. Durante su gobierno trató de moralizar la Hacienda y el Ejército, sin lograrlo. Dadas las circunstancias que predominaban durante su mandato y en vista de la falta de apoyo del Congreso, Arista renunció el 6 de enero de 1853.

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El 5 de enero del mismo año, un día antes de la renuncia del presidente Mariano Arista, los conservadores enviaron al coronel José Manuel Escobar a Turbaco, Colombia, para entrevistarse con Antonio López de Santa Anna -que estaba en el exilio-, y ofrecerle, una vez más, la presidencia. Lucas Alamán y Escalada, líder de los conservadores en una carta que le envía el 23 de marzo de 1853, le expuso los principios que profesaban los conservadores y las condiciones con las cuales este partido aceptaría gobernar con él. Destacaba el propósito de conservar la religión católica como lazo único de unión entre los mexicanos, sostener el culto con esplendor y arreglar todo lo relativo a la administración eclesiástica con el Papa. Después, la abolición completa del sistema federal y de todo cuanto mencionara el término: elección popular; una nueva división territorial que olvidara la forma de Estados vigente y facilitara nueva administración; la organización de un ejército competente y de las milicias de provincia. Miguel Lerdo de Tejada, representante de los liberales federalistas, le decía, por su parte a Santa Anna, que la solución de la crisis estaba en atender las exigencias de la opinión pública, y que quienes aconsejaban el uso de la fuerza para reprimirla y "conservar la situación actual(...) sin emprender ninguna reforma útil por temor de las resistencias que se oponen a ella; en realidad perseguían aplazar la resolución de la crisis”. Y señalaba que de continuar la misma situación social, la problemática se volvería alarmante y peligrosa. Antonio López de Santa Anna llegó a México el 20 de abril de 1853, para recibir el poder presidencial. En la Cámara de Diputados juró ante Dios defender la independencia, la integridad del territorio mexicano, y hacer todo por el bien y la prosperidad de la Nación. Sin embargo, a finales del año, surgió un nuevo problema con los Estados Unidos. El general norteamericano William Car Lane, gobernador de Nuevo México, declaró que el territorio de La Mesilla pertenecía a su país y lo ocupó. México reclamó esta acción a Washington; entraron en negociación y una vez más, mediante diez millones de pesos, México sufrió una nueva mutilación de su territorio. Santa Anna debía dejar el poder un año después, pero a fin de conservarlo en el cargo un grupo encabezado por el gobernador de Jalisco, elaboró en noviembre de 1853 la llamada "Acta de Guadalajara”, la que secundada por otras que se levantaron en diversas poblaciones

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del país, dieron lugar a que el 16 de diciembre, se expidiera un decreto que declaraba que el presidente continuara -con sus facultades omnímodas- por todo el tiempo que juzgara necesario y que en caso de fallecer o imposibilidad física o moral, escogiera sucesor, mediante un pliego cerrado y sellado que sería depositado en el Ministerio de Relaciones, y que su tratamiento sería el de Alteza Serenísima. Las facultades otorgadas y ejercidas arbitrariamente, lograron que poco después la dictadura santanista provocara el disgusto y la antipatía de todas las clases de la sociedad. Aquellos conservadores que lo habían llevado al poder, lo repudiaban porque el descontento popular ponía en peligro sus intereses; los liberales moderados consideraban absolutamente ilegal su régimen, y además, perjudicados sus intereses de propietarios y de industriales; los liberales radicales buscaban imponer su posición, principalmente, por los ataques a las libertades civiles y políticas, por las medidas persecutorias que se estaban dando y en contra de los proyectos monárquicos. Ante las situaciones de abuso de poder que predominaban desde mediados de 1853, un grupo de liberales planeaban activamente en Nueva Orleáns, en contra de la tiranía. Lo Integraban: Melchor Ocampo, Benito Juárez, José María Mata, Ponciano Arriaga., Juan José de la Garza y otros, quienes trabajaban en la formulación del Programa del Partido Liberal. Su doctrina defendía los siguientes puntos: La emancipación completa del poder civil con respecto al poder religioso; la supresión de los fueros y de las comunidades religiosas; la nacionalización de los bienes del clero; la abolición de los impuestos y las aduanas entre estados (alcabalas); la consolidación de la libertad de conciencia y demás garantías individuales y derechos del hombre. Estos principios deberían ser considerados fundamentales al proclamar la nueva Constitución.

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EL PLAN DE AYUTLA En Ayutla, modesta población del joven Estado de Guerrero, se dio el primero de marzo de 1854, un nuevo pronunciamiento contra la dictadura de Santa Anna; aparentemente no era sino otro más de los muchos que se estaban generando en el país. Pero las ideas reformistas agitaban a la conciencia nacional, el unánime repudio al absolutismo santanista, dieron fortaleza al esfuerzo de los rebeldes y contribuyeron para que el movimiento militar se enmarcara en un contenido ideológico y se convirtiera en una verdadera revolución social. Los principales puntos del Plan de Ayutla, proclamado por el coronel Florencio Villarreal, apoyado por el general Juan Álvarez, por el general guanajuatense Tomás Moreno y el entonces coronel Ignacio Comonfort, eran consecuencia del daño causado al pueblo por la dictadura de Santa Anna " ... puesto que con el mayor escándalo bajo su gobierno se han hollado las garantías individuales que se respetan aún en los países menos civilizados (...) que los mexicanos (...) se hallan en el peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un poder absoluto, ejercido por el hombre a quien tan generosa como deplorablemente confiaron los destinos de la Patria". “Que (...) sólo ha venido a oprimir y a vejar a los pueblos recargándolos de contribuciones onerosas, sin consideración a la pobreza general, empleándose su producto en gastos superfluos y formar la fortuna(...) de unos cuantos favoritos". "que el Plan proclamado en Jalisco(...) ha sido falseado en su espíritu y objeto(...) contrariando el torrente de la opinión, sofocada por la arbitraria restricción de la imprenta". "que debiendo conservar la integridad del territorio de la República, ha vendido una parte considerable de ella sacrificando a nuestros hermanos de la frontera del Norte, que en adelante serán extranjeros en su propia patria, para ser lanzados después, como sucedió a los californianos (...) (En consecuencia) La Nación no puede continuar por más tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni dependiendo su existencia política de la voluntad caprichosa de un sólo hombre; (...) Que las instituciones republicanas son las únicas que convienen al país, con exclusión absoluta de cualquier otro sistema de

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gobierno (...) Y por último, atendiendo a que la independencia nacional se halla amagada, bajo otro aspecto no menos peligroso, por los conatos notorios del partido dominante levantado por el General Santa Anna”. Nueve puntos contempla el Plan proclamado en Ayutla. De estos, por su Importancia, sobresalen los siguientes: “1°. Cesan en el ejercicio del poder público don Antonio López de Santa Anna y los demás funcionarios, que como él hayan desmerecido la confianza de los pueblos, o se opusieren al presente plan. 2°. Cuando este haya sido adoptado por la mayoría de la Nación, el general en jefe de las fuerzas que lo sostengan, convocará un representante por cada Estado y Territorio, para que reunidos en el lugar que estime conveniente, elijan al presidente interino de la República, y le sirvan de Consejo durante el corto periodo de su encargo. 3°. El presidente interino quedará desde luego investido de amplias facultades para atender a la seguridad e independencia del territorio nacional, y a los demás ramos de la administración pública. 5°. A los quince días de haber entrado en sus funciones el presidente interino, convocará el congreso extraordinario, conforme a la base de la ley que fue expedida con igual objeto en el año de 1841, el cual se ocupe exclusivamente de constituir a la nación bajo la forma de República representativa popular, y de revisar los actos del ejecutivo provisional de que se habla en el art. 2°.” El 11 de marzo del mismo año, en la fortaleza de San Diego, en Acapulco, el coronel Rafael Solís. los jefes, oficiales, los individuos de tropa permanente, Guardia Nacional y matricula armada; se reunieron convocados por el primero de los mencionados para analizar el documento que había sido enviado por el coronel Florencio Villarreal comandante principal de Costa Chica. Aprovechando la casual estadía del Coronel Ignacio Comonfort, en aquella plaza, se resolvió invitarlo para secundar lo que la Junta resolviera. El comandante de batallón Ignacio Pérez Vargas, y los capitanes Genaro Villagrán y José Marín fueron los responsables de cumplir con dicha comisión. Comonfort aceptó participar en los sucesos por iniciarse, pero consideró que el Plan a secundarse necesitaba de algunos cambios que mostrarían a la Nación con toda claridad que los participantes "...no abrigaban ni la más remota idea de imponer condiciones a la soberana voluntad del país,

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restableciendo por la fuerza de las armas el sistema federal o restituyendo las cosas al mismo estado en que se encontraban cuando el Plan de Jalisco se proclamó, (a favor de Santa Anna) pues todo lo relativo a la forma en que definitivamente hubiere de constituirse la Nación deberá sujetarse al Congreso, que se convocará con ese fin, haciéndolo así notorio muy explícitamente desde ahora". En las razones que se exponen en el Plan a modificar, se habla del "constante amago para la independencia y la libertad de la Nación que representaba el gobierno santanista, puesto que durante su permanencia "se ha vendido sin necesidad una parte del territorio de la República". Se señala también que el mexicano 'ha quedado despojado traidoramente de su soberanía y esclavizado por el poder absoluto, despótico y caprichoso del hombre a quien con tanta generosidad y confianza se le llamó desde el destierro. Además, la Nación "no puede, continuar por mas tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni seguir dependiendo su existencia política y su porvenir de la voluntad caprichosa de un sólo hombre”. Y por último, que las instituciones ”se encuentran en inminente riesgo de perderse bajo la actual administración, cuyas tendencias al establecimiento de una monarquía ridícula y contraria a nuestro. carácter y costumbres, se han dado a conocer ya de una manera clara y terminante con la creación de órdenes, tratamientos y privilegios abiertamente opuestos a la igualdad republicana". En consecuencia, se hacen cambios y adecuaciones en el cuerpo principal del Plan. Estas se refieren al agregado que se le hizo al Artículo 5o. original que dice:“Este Congreso Constituyente deberá reunirse a los cuatro meses de expedida la convocatoria"; al Artículo 7°: "Siendo el comercio una de las fuentes de la riqueza pública y uno de los más poderoso elementos para los adelantos de las naciones cultas, el Gobierno Provisional se ocupará desde luego de proporcionarle todas las libertades y franquicias que a su prosperidad son necesarias, a cuyo fin expedirá inmediatamente el arancel de aduanas marítimas y fronterizas que deberá observarse, rigiendo entre tanto el promulgado durante la administración del señor Ceballos (Juan Bautista Ceballos, presidente Interino del 6 de enero al 8 de febrero de 1853), y sin que el nuevo que haya de sustituirlo pueda basarse bajo un sistema menos liberal". Este Artículo queda complementado con el 8o. "Cesan desde luego los efectos de las leyes vigentes sobre sorteos, pasaportes,

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capitación (repartimiento de tributos y contribuciones por cabeza, per cápita), derecho de consumo y los de cuantas se hubieren expedido, que pugnan con el sistema republicano". Los artículos 8° y 9° del Plan original, quedan considerados en el 9°. del renovado: "Serán tratados como enemigos de 1a independencia nacional, todos los que se opusieren a los principios que aquí quedan consignados y se invitará a los Excmos. señores generales don Nicolás Bravo, don Juan Álvarez y don Tomás Moreno, a fin de que se sirvan adoptarlos y se pongan al frente de las fuerzas libertadoras que lo proclaman, hasta conseguir su completa realización”. En el Plan ya enmendado, se agrega un Artículo más; el 10º. Este contiene una parte del Artículo 9º. original, sustancialmente modificado y agregado, que señala: "Si la mayoría de la Nación juzgare conveniente que se hagan algunas modificaciones a este Plan, los que suscriben protestan acatar en todo tiempo su voluntad soberana (...) se acordó además, antes de disolverse la reunión, que se remitieran copias de este Plan a los Excmos., señores generales don Juan Álvarez, don Nicolás Bravo y don Tomás Moreno, para los efectos que expresa el Artículo 9º., que se remitiera otra al señor coronel don Florencio Villarreal, comandante de la Costa Chica, suplicándole se sirva adoptarlo con las reformas que contiene; que se circulará a todos los Excmos. señores gobernadores y Comandantes Generales de la República, invitándoles a secundarlo; que se circulará igualmente a las autoridades civiles de ese Distrito, con el propio objeto; que se pasará al señor coronel don Ignacio Comonfort, para que se sirva firmarlo, manifestándole que desde este momento se le reconoce como Gobernador de la fortaleza y Comandante principal de la Demarcación y por último, se levantará la presente acta para la debida constancia. Ignacio Comonfort, Coronel retirado.- Ídem, Rafael Solís.- Ídem, Teniente Coronel Miguel García, comandante del Batallón, Ignacio Pérez Vargas.- Ídem, de la artillería, Capitán Genaro Villagrán.Capitán de Milicias activas, Juan Hernández.- Ídem, de la Compañía de Matriculados, Luis Mallani.- ídem, de la 1ª. Compañía de nacionales, Manuel Maza.- Idem, Bonifacio Meraza.- Alférez, Mauricio Frías.-ídem, Tomás de Aquino.- Idem, Juan Vázquez.- Ídem, Gerardo Martínez.- Ídem, Miguel García.- Por la clase de sargentos, Mariano Bocanegra.- Jacinto Adame.- Concepción Hernández.- Por la de cabos, José Marcos,- Anastasio Guzmán.-

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Marcelo Medrano.- Por la de soldados, Anastasio Guzmán.- Felipe Gutiérrez.- Rafael Rojas". Se unieron al Plan de Ayutla todos los pueblos del Sur, muchos de la Costa Chica y Costa Grande, acaudillados por Juan Álvarez y Tomás Moreno. Se afirma que Álvarez fue el generador de grandes ideas sociales que formaron parte del Programa del Partido Republicano Puro o Democrático, y que, al parecer se hicieron conocer en el contenido del Plan de Ayutla. Estas convicciones hablaban de: "La libertad civil en toda su plenitud y por consiguiente, la de conciencia; ampliación del fuero común y limitación estricta de los fueros y privilegios de clases; ninguna participación del clero en los negocios políticos; prohibición de la intervención de la Iglesia en los actos del estado civil, como matrimonios, divorcios, bautismos y entierros, sin la previa autorización de la autoridad civil (secularización); nacionalización de los bienes de la Iglesia y sostenimiento del culto y de sus ministros por el Estado; asistencia gratuita del párroco a los matrimonios, bautismos y entierros y aplicación de las limosnas voluntarias a fin de extinguir la mendicidad en la República, y la creación de una ley agraria que arregle la propiedad territorial y de por resultado la cómoda división y adquisición de ésta". Esto programa, fue calificado por Santa Anna como el "Plan de los Demagogos". Santa Anna acudió personalmente a combatir la rebelión en el Sur, pero sin éxito. El alzamiento fue secundado por Michoacán, Colima, Jalisco, San Luis Potosí, Tamaulipas y Nuevo León. Un año y cuatro meses después, se habían sumado a la sublevación los entonces Departamentos de Veracruz, Oaxaca, Puebla, Chiapas, Tabasco, Campeche, Durango, Yucatán, Sonora, Aguascalientes, Monterrey, Sinaloa, Coahuila, Querétaro, Zacatecas y territorios de la Isla del Carmen y Baja California. El 13 de Julio de 1855, en la ciudad de México, a la una de la mañana, el General Rómulo de la Vega, Jefe de la guarnición, proclamó su adhesión al movimiento revolucionario. Ante el empuje incontenible de la insurrección, y habiendo fracasado en todos sus intentos por contrarrestarla, Santa Anna renuncia a la presidencia el 9 de agosto de 1855, y abandona el país rumbo a

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Granada, Colombia. En la ciudad de México fue nombrado Martín Carrera presidente provisional. Sin embargo, como su nombramiento no se ajustó a lo estipulado en el Plan de Ayutla, tuvo que renunciar el 14 de septiembre. Juan Álvarez, reconocido por todas las facciones como jefe de la revolución, y convocada la Junta de Representantes de los Estados, esta se reunió el 4 de octubre de 1855, en la ciudad de Cuernavaca, para elegir al presidente provisional de la República, cargo que le fue conferido al propio Álvarez. Su gabinete quedó integrado con los siguientes cargos y funcionarios: Melchor Ocampo: Relaciones Benito Juárez: Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública J. Miguel Arrioja: Gobernación Guillermo Prieto: Hacienda Ponciano Arriaga: Fomento Ignacio Comonfort: Guerra. Todos liberales resueltos a llevar a la práctica los principios de su ideología. El 16 de octubre del mismo año, el presidente Juan Álvarez expidió la convocatoria para la integración del Congreso Constituyente y se fijo el plazo de un año para que dicho Congreso concluyera los trabajos que deberían organizar a al país sobre nuevas bases. Un mes después, Álvarez traslada su gobierno a la ciudad de México. El primer acto reformista realizado por el presidente Álvarez fue expedir el 23 de noviembre de 1855. la Ley Juárez, primera disposición que sienta las bases para la supresión del fuero eclesiástico y militar. “Esta decisión dividió a los liberales en radicales y moderados. Los primeros no aceptaban transacciones con la Iglesia, los segundos en cambio, proponían acuerdos conciliatorios. Melchor Ocampo, liberal radical, después de una agitada sesión en la Cámara de Diputados, renuncia a la Secretaría de Relaciones. Este acto agravó la inestabilidad en el gobierno, pues Guillermo Prieto había renunciado el 15 de noviembre del mismo año. En consecuencia, el 8 de diciembre de 1855, Juan

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Álvarez renuncia a la presidencia, favoreciendo así a los moderados; quien nombró a Ignacio Comonfort como presidente sustituto. Comonfort expidió varias leyes. La primera fue la Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas propiedad de las Corporaciones Civiles y Religiosas, de fecha 25 de junio de 1856 llamada Ley Lerdo. El 27 de enero de 1857, fue expedida la Ley Orgánica del Registro Civil, la que regulaba el establecimiento y uso de los cementerios. El 11 de abril del mismo año, da a conocer la llamada Ley Iglesias o de Obvenciones Parroquiales, que ordenaba considerar como pobres a las personas que no ganaran más que lo preciso para vivir, imponía castigos para los curas que la infringieran, también se decía que el gobierno se cuidaría de los curas que desatendieran de su observancia. Esta ley fue muy elogiada por la prensa, y objeto de censuras y protestas del clero y de los intelectuales conservadores.

CONSTITUCIÓN DE 1857 Expedida en octubre de 1855 la convocatoria a un Congreso Extraordinario, éste quedó Integrado por 98 diputados (de los 155 a elegir) en su mayoría moderados, pero influenciados por los radicales. Mariano Arizcorreta sometió a la asamblea el Proyecto de Reestructuración de la Constitución de 1824 y logró que se acordara su discusión. La intervención de los diputados Guillermo Prieto (Puebla) y Francisco Zarco (Durango) hizo que dicho proyecto fuera turnado a la Comisión de Constitución de la cual ya no salió; esto dio lugar a que se continuara discutiendo el proyecto de Constitución y se emitiera una nueva. Restaurar la Constitución de 1824 significaba impedir que se atacaran los privilegios del ejército y del clero que dicha Constitución garantizaba, y evitar un cambio en el sistema de propiedad que en la época prevalecía. Para la Comisión de Constitución se nombró como presidente a Ponciano Arriaga (que había sido diputado por siete distritos y presidente del Congreso); Mariano Yánez, Isidoro Olvera, José Romero Díaz, Joaquín Cardoso, León Guzmán y Pedro Escudero Echánove, como propietarios. José Ma. Mata y José M. Cortés Esparza, fueron los suplentes. Arriaga logró que se agregaran los puros o radicales; Melchor Ocampo y José M. del Castillo Velasco.

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Algunos estudiosos aseguran que en el Constituyente de 1857, más que intereses económicos o sociales, estaban representados los políticos. Siendo la Constitución heredera de la filosofía especulativa de Rousseau, que proclamaba como dogma la libertad y la igualdad absoluta del hombre, atribuía a estos principios la calidad de derechos naturales inalienables e intangibles. Por lo tanto, era un resumen de las garantías, las libertades y los derechos que el poder público debe reconocer y sancionar en favor de las personas y del Individuo en particular, considerado como la base fundamental de las instituciones sociales La Constitución de 1857 establecía y consagraba: La libertad de pensamiento, de enseñanza, de tránsito, de trabajo, de asociación y demás garantías en favor de los mexicanos, protegiéndolos en contra de las arbitrariedades y atropellos de autoridades intransigentes, abusivas e irresponsables. Se destacaban: El derecho de petición, la abolición de la prisión por deudas; la abolición de la pena de muerte; la desaparición de las costas judiciales; la normatividad de las formalidades legales que deben observarse en el desarrollo de los juicios penales y civiles; el pago de la justa y previa indemnización en caso de expropiaciones motivadas por causa de utilidad pública; la prohibición de los estancos, acaparamientos y monopolios; la supresión de los fueros y títulos nobiliarios; pero preponderantemente, la creación de la suprema garantía: El Juicio de Amparo. También se estableció el sistema de sufragio universal; se acordó la supresión de los fueros y la desamortización de los bienes de la iglesia, confirmando la prohibición a las corporaciones religiosas de adquirir bienes raíces. La Constitución de 1857 fue un propósito de integración nacional que llevó a la condición de ley suprema los principios fundamentales de la doctrina democrática, del federalismo y las aspiraciones del Partido Liberal. Por ello, representaba una amenaza letal para las fuerzas tradicionalistas, pues afectaba los intereses económicos del clero y los privilegios de los militares, desplazaba a los poseedores del poder y la riqueza y postulaba la igualdad política y la libertad dentro de la ley para todos los mexicanos. Su expedición establecía las bases de la República representativa.

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El Artículo 1° señalaba: ''El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales”. En consecuencia declara que "Todas las Leyes y todas las autoridades del país, deben respetar y sostener las garantías que otorga la presente Constitución". Además, contenía los siguientes títulos: I, De los Derechos del Hombre"; II, De la Soberanía Nacional y de la Forma de Gobierno; III, De la División de Poderes; IV, De la Responsabilidad de los Funcionarios Públicos; V, De los Estados de la Federación; VI Prevenciones Generales; VII, De la Reforma de la Constitución y VIII, De la Inviolabilidad de la Constitución. El 5 de febrero de 1857, se juró la Constitución, primero por el Congreso integrado en aquel momento por más de 90 representantes, después por el Presidente Comonfort. Las sesiones se clausuraron el 17 del mismo mes y el 11 de marzo fue proclamada. El 8 de octubre se instaló el Poder Legislativo; el 1° de diciembre, El Ejecutivo y el Judicial. Comonfort fue designado Presidente Constitucional (Miguel Lerdo, candidato de los radicales retiró su candidatura), Benito Juárez, ocupó la vicepresidencia

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ORIGEN Y PROCLAMACIÓN DEL PLAN DE AYUTLA Lic. Juan Ramos Valenzo

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n febrero de 1854, Juan Álvarez Hurtado preparaba un levantamiento armado; para éste propósito se reunió en su hacienda “La Providencia” con un grupo de liberales opuestos al gobierno de Santa Anna, ellos eran: Ignacio Comonfort, Trinidad Gómez, Diego Álvarez, Rafael Benavides, Tomás Moreno y el general Eligio Romero, para redactar el plan que derrocaría el gobierno santanista. Para efectos de seguridad, posteriormente se trasladaron a Texca, población cercana al puerto de Acapulco, donde completaron el texto, que posteriormente fue reformado en Acapulco, por iniciativa de Comonfort, representante de los liberales moderados. Fue proclamado y dado a conocer el plan en la población de Ayutla (Ayutla de los Libres), el primero de marzo de ese año (1854), por el Coronel Florencio Villarreal, quien era Comandante Militar de la Costa Chica. Éste fue el inicio de lo que se conoce como LA REVOLUCION DE AYUTLA. Se exigía el desconocimiento del dictador Santa Anna y el establecimiento de una junta para nombrar presidente interino y un consejo de estado, así como el proceso para emitir un estatuto provisional, mientras se convocaba a un Congreso Constituyente a fin de restablecer el sistema federal, mediante una nueva Constitución.

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TEXTO DEL PLAN DE AYUTLA Los jefes oficiales e individuos de tropa que suscriben, reunidos por citación del Sr. Coronel don Florencio Villarreal, en el pueblo de Ayutla, distrito de Ometepec, del departamento de Guerrero. ▪ Que la permanencia de don Antonio López de Santa Atina en el poder es un amago constante para las libertades públicas, puesto que con el mayor escándalo, bajo su gobierno se han hollado las garantías individuales que se respetan aún en los países menos civilizados: ▪ Que los mexicanos tan celosos de su libertad, se hallan en el peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un poder absoluto ejercido por el hombre a quien tan generosa como deplorablemente confiaron los destinos de la patria: ▪ Que bien distante de corresponder a tan honroso llamamiento, solo ha venido a oprimir y vejar a los pueblos, recargándolos de contribuciones onerosas, sin consideración a la pobreza general, empleándose su producto en gastos superfluos, y formar la fortuna, como en otra época, de unos cuantos favoritos: ▪ Que el plan proclamado en Jalisco, y que le abrió las puertas de la República, ha sido falseado en su espíritu y objeto, contrariando el torrente de la opinión, sofocada por la arbitraria restricción de la imprenta: ▪ Que ha faltado al solemne compromiso que contrajo con la nación al pisar el suelo patrio, habiendo ofrecido que olvidaría resentimientos personales, y jamás se entregaría en los brazos de ningún partido: ▪ Que debiendo conservar la integridad del territorio de la república, ha vendido una parte considerable de ella, sacrificando a nuestros hermanos de la frontera del Norte, que en adelante serán extranjeros en su propia patria, para ser lanzados después como sucedió a los californios: ▪ Que la nación no puede continuar por más tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni dependiendo su existencia política de la voluntad caprichosa de un sólo hombre: ▪ Que las instituciones republicanas son las únicas que convienen al país, con exclusión absoluta de cualquier otro sistema de gobierno: ▪ Y por último, atendiendo a que la independencia nacional se halla amagada, bajo otro aspecto no menos peligroso, por los conatos notorios del partido dominante levantado por el general Santa Anna; usando de los mismos derechos de que usaron nuestros padres en 1821 para conquistar la libertad, los que suscriben proclaman y protestan hasta morir si fuere necesario, el siguiente plan: 1°. Cesan en el ejercicio del poder público don Antonio López de Santa Anna y los demás funcionarios, que como él hayan desmerecido la confianza de los pueblos o se opusieron al presente plan.

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2°. Cuando éste haya sido adoptado por la mayoría de la nación, el general en jefe de las fuerzas que lo sostengan, convocará un representante por cada Estado y Territorio, para que reunidos en el lugar que estime conveniente, elijan al presidente interino de la República, y le sirvan de consejo durante el corto periodo de su encargo. 3°. El presidente interino quedará desde luego investido de amplias facultades para atender a la seguridad e independencia del territorio nacional, y a los demás ramos de la administración pública. 4°. En los Estados en que fuere secundado este plan político, el jefe principal de las fuerzas adheridas, asociado de siete personas bien conceptuadas que elegirá el mismo, acordará y promulgará, al mes de haberlas reunido, el Estatuto provisional que debe regir en su respectivo Estado o Territorio, sirviéndole de base indispensable para cada Estatuto, que la nación es y será siempre una sola, indivisible e independiente. 5°. A los quince días de haber entrado en sus funciones el presidente interino, convocará el congreso extraordinario, conforme a la base de la ley que fue expedida con igual objeto en el año de 1841, el cual se ocupe exclusivamente de constituir a la nación bajo la forma de República representativa popular, y de revisar los actos del ejecutivo provisional de que se había en el art. 2°. 6°. Debiendo ser el ejército el apoyo del orden y de las garantías sociales, el gobierno interino cuidará de conservarlo y atenderlo, cual demanda su noble instituto, así como de proteger la libertad del comercio interior y exterior, expidiendo a la mayor brevedad posible los aranceles que deben observarse, rigiendo entre tanto para las aduanas marítimas el publicado bajo la administración del Sr. Ceballos. 7°. Cesan desde luego los efectos de las leyes vigentes sobre sorteos y pasaportes, y la gabela impuesta a los pueblos con el nombre de capitación. 8°. Todo el que se oponga al presente plan, o que prestare auxilios directos a los poderes que en él se desconocen, será tratado como enemigo de la independencia nacional. 9°. Se invita a los Excelentísimos Generales don Nicolás Bravo, don Juan Álvarez y don Tomás Moreno, para que puestos al frente de las fuerzas libertadoras que proclaman este plan, sostengan y lleven a efecto las reformas administrativas que en él se consignan, pudiendo hacerle las modificaciones que crean convenientes para el bien de la nación. Ayutla, marzo 1°. de 1854. -El coronel Florencio Villarreal, comandante en jefe de las fuerzas reunidas. -Esteban Zambrano, comandante de batallón. -José Miguel Indart, capitán de granaderos Martín Ojendiz capitán de cazadores Leandro Rosales capitán -Urbano de los Reyes, capitán. -José Jilón, subteniente. -Martín Rosa, subteniente. -Pedro Bedolla subteniente. -Dionisio Cruz, capitán de auxiliares -Mariano

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Terrazas, teniente. Julián Morales, subteniente. -Toribio Zamora, subteniente. -José Justo Gómez, subteniente. -Juan Diego, capitán. José Ventura, subteniente. -Manuel Momblán,, teniente ayudante de S.S. -Por la clase de sargentos, Máximo Gómez, Teodoro Nava. -Por la clase de cabos, José Cañizo, Miguel Perea -Por la clase de soldados, Agustín Sánchez -El capitán Carlos Crespo, secretario. "Es copia, Ayutla marzo 1° de 1854. -Carlos Crespo, Secretario”. Pronto manifestaron su adhesión a los ideales en torno al plan, en la mayor parte de Guerrero, sobre todos los pueblos de Costa Grande, Costa Chica y el sur de Michoacán. Posteriormente Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León, Sonora y México se incorporan, por lo que Santa Anna convocó a un plebiscito para que el ciudadano externara su opinión acerca de quién debería gobernar la nación, que –según varios autores-, fue un pretexto para perseguir a los partidarios de la revolución. En Acapulco, once días después de la proclama (11 de marzo de 1854), Comonfort reunió a los militares en el Fuerte de San Diego, lugar donde reformó el plan exigiendo el desconocimiento inmediato del gobierno de Santa Anna. Fue nombrado gobernador del estado y jefe provisional de las tropas revolucionarias; él a su vez, confió la jefatura del recién formado Ejército Restaurador de la Libertad, al General Álvarez, quien nombró segundo jefe al General Moreno. Al tener informes Santa Anna de la insurrecciones sociales y el inminente fracaso de sus hombres, él personalmente, acompañado con más de cinco mil hombres, marchó hacia el estado de Guerrero, para combatir a los que habían apoyado el plan. En el trayecto tuvo diversos enfrentamientos con los rebeldes. En principio se dirigió a Chilpancingo, donde el general Ángel Pérez Palacios fue nombrado comandante general. Al mismo tiempo, el dictador ordenó al general Luis Noriega que avanzara hacia Costa Chica, mientras que el General Francisco Cosío se dirigió a Tierra Caliente, pero poco antes de llegar a Chilpancingo, Santa Anna fue atacado por las fuerzas de Faustino Villalva cuando se aproximaba a las orillas del río Mezcala. Posteriormente, el 13 de abril, las fuerzas santanistas libraron otro combate en El Coquillo, y una semana después atacaron sin éxito el Fuerte de San Diego, plaza defendida por una guarnición al mando de Ignacio Comonfort.

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La revolución iniciada en Ayutla se fue extendiendo por todo el país a base de la acción de las guerrillas, y el 13 de julio de 1855 se puso de su parte la guarnición de la ciudad de México, al darse a conocer el plan a la una de la mañana de ese día, y siendo nombrado como Jefe Militar el general Rómulo de la Vega. Las fuerzas de Santa Anna fueron atacadas en Cacahuatepec y Dos Arroyos. Al aproximarse al cerro llamado El Peregrino fueron sorprendidas por las fuerzas de Diego y Encarnación Álvarez, hijos del popular caudillo. Santa Anna se regresó a la ciudad de México y entregó el mando de sus fuerzas al general Félix Zuloaga. Más tarde, las tropas santanistas fueron nuevamente derrotadas por Villalva, quien poco después perdiera la vida en un enfrentamiento con las tropas de Zuloaga, cuando éste intentó ocupar, sin éxito, la Costa Chica. El ejército santanista perdió combatividad y para 1855, los seguidores del movimiento de Ayutla vencieron a las tropas santanistas en Chilapa y Chilpancingo. Santa Anna, convencido de que había perdido la batalla, se concentró en Chilpancingo para destituir a Pérez Palacios, pero sus tropas fueron vencidas en Zumpango, Taxco y Xochipala. Estas importantes acciones fueron las últimas que se desarrollaron en nuestro territorio, y al verse derrotado, el 9 de agosto de 1855 Santa Anna renunció a la presidencia y abandonó el país en busca de exilio. Rómulo Díaz de la Vega, quien tenía el mando militar en la ciudad de México, convocó a una junta de notables que nombró Presidente Interino de la República al general Martín Carrera, designación rechazada por los revolucionarios de Ayutla, el que renunció, mientras de que Álvarez y su gente enfilaba hacia la capital del país. Con el triunfo del Plan de Ayutla, la tarea dio inicio para reorganizar política y administrativamente la República Mexicana. El primero de octubre de 1855, Cuernavaca se convirtió en la sede de los poderes federales y para este efecto se reunieron representantes de los departamentos, ahí se integró una junta de revolucionarios que nombró como Presidente Interino del país al general Juan Álvarez Hurtado, quien asumió el cargo el 4 de octubre de 1855. Encabezó un gobierno liberal con un conjunto de grandes personalidades en el gabinete , ellos eran: Benito Juárez García en Justicia y Negocios Eclesiásticos, Miguel Lerdo de Tejada en Fomento, Ignacio Comonfort en Guerra, Melchor

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Ocampo en Relaciones, Guillermo Prieto en Hacienda y Ponciano Arriaga en Gobernación. Ya como presidente, Álvarez designó gobernador del estado de Guerrero al general Tomás Moreno, lo que sirvió para que nuestra entidad volviera al orden institucional. Durante la breve administración de Álvarez, que concluyó el 11 de diciembre de 1855, retomó la vía de las reformas iniciadas veinte años antes por Valentín Gómez Farías pero frustradas por Santa Anna, convocó a un Congreso Constituyente con el fin de que se elaborara una nueva Constitución e implementó reformas liberales. El 23 de noviembre de 1855 se promulgó la Ley Juárez, redactada por el Ministro de Justicia e Instrucción Pública Benito Juárez García, legislación que ordenaba la impartición equitativa de justicia; se restringió el poder privilegiado de la iglesia, al formarse el registro civil y poner bajo el control del gobierno los cementerios; asimismo terminaba con el fuero de los militares en los casos de delitos comunes. Comonfort, que al principio del gobierno de Álvarez desempeñó el ministerio de guerra, el 11 de diciembre de 1855 tomó posesión del cargo de Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Juan Álvarez renunció al poder ejecutivo ese día, para que al siguiente (12 de diciembre de 1855) Ignacio Comonfort ocupara la Presidencia de la República. Después del retiro del general Álvarez, y siendo presidente Comonfort, para cumplir con los principios del Plan de Ayutla, se convocó a la Nación para elegir diputados al Congreso Constituyente. Por el Estado de Guerrero fueron nombrados diputados Ponciano Arriaga, Francisco Cendejos e Isidoro Olvera. Efectuadas las elecciones, el Congreso se reunió en la ciudad de México, el 14 de febrero de 1856. Esta asamblea elaboró, aprobó y promulgó una nueva constitución. Entre los puntos principales, se adoptó la república representativa y federal; los derechos del hombre, la soberanía popular y la división de poderes; se suprimió el puesto de vicepresidente; el ejército sería cuidado y atendido; se declaró la libertad de cultos, de expresión, de educación, industria, trabajo y asociación; el comercio protegido libremente y puesto momentáneamente el arancel Ceballos. Además, se propugnaba porque la nación permaneciera indivisible e independiente. Cesaban desde luego los efectos de las

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leyes sobre sorteos, pasaportes y sobre capitación; quienes se opusieren a este proyecto serían tratados como enemigos de la independencia nacional. El Congreso Constituyente de 1856-57 ha sido una de las asambleas legislativas más notables de México; tal era la libertad de que gozaron todos los partidos para nombrar sus representantes, pues a ella concurrieron liberales radicales, moderados, y también conservadores. Entre los representantes se encontraban los liberales radicales, Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga, Santos Degollado, Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Félix Romero, y entre los moderados estaban José María Lafragua, Manuel Ruiz, Juan N. Navarro y José de la Luz Rosas, entre los más conocidos. Después de un año de deliberaciones y de los más amplios debates, la obra del Constituyente se dio por terminada. Fungió como Presidente del Congreso el patriarca del liberalismo mexicano Dr. Valentín Gómez Farías, de avanzada edad, pero feliz de haber logrado servir a su patria de esta manera. Tomó el Juramento al Congreso y poco después aparece en el recinto el presidente Comonfort con su gabinete, quienes también juran cumplir y hacer cumplir la Constitución que acaba de nacer. De esta manera se cumplía otro de los más importantes postulados del Plan de Ayutla: México tenía una nueva Constitución y de las más avanzadas del mundo, y se abría a sus destinos un porvenir distinto. Quedaba atrás la noche de la intolerancia y del despotismo y se vislumbraba la aurora de una patria mejor. La aplicación de las bases del Plan de Ayutla, representó el inicio de la Reforma y del periodo de luchas civiles conocido con el nombre de Guerra de Tres Años. Las causas que promueven la Revolución Liberal, contenidas en el Plan de Ayutla, están acordes con la realidad de la época, al expresar que Santa Anna: .Violó impunemente las garantías individuales; -detenta un poder absoluto con peligro de la libertad de los mexicanos; -oprime y veja a los pueblo recargándolos de contribuciones onerosas que emplea en gastos superfluos; -falsea el Plan de Jalisco que le abrió las puertas de la República, con desprecio de la opinión pública, cuya voz

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se sofocó de antemano con la arbitraria restricción de imprenta; -falta al solemne compromiso contraído con la nación al ofrecer olvidar resentimientos personales y no entregarse a ningún partido; y vende una considerable parte del territorio. El Jurista Ignacio Burgoa Orihuela, en su “Reseña Histórica Sobre la Situación Político-Jurídica de México desde 1810”, señala que el cumplimiento de los postulados del Plan de Ayutla, de acuerdo con las realizaciones concretas que aportó a la Historia de México su Revolución, están resumidas en los siguientes cuatro atributos: 1. El Plan de Ayutla se propuso derrocar violentamente la dictadura santanista, porque era, según lo afirma el documento fundamental, un gobierno de facto, espurio y oprobioso. 2. Se propuso establecer la “igualdad republicana”, mediante la abolición de “órdenes, tratamientos y privilegios”, abiertamente opuestos a ella, así como la frustración de tendencias al establecimiento de una monarquía ridícula y contraria a nuestro carácter y costumbres”. 3. Pugnó por la organización “estable y duradera” del país, mediante el establecimiento de un orden constitucional “bajo la forma de república representativa y popular” y sobre la base del “respeto inviolable” de las garantías individuales, disponiendo la formación de un gobierno provisional para que promoviera “la prosperidad, engrandecimiento y progreso” de la patria, así como la convocatoria a un congreso extraordinario que expidiera para México una Constitución. 4. Hizo surgir con perfiles ideológicos perfectamente marcados al partido liberal que sostuvo con las armas la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, y cuyos ordenamientos, una vez obtenidos el triunfo de sus propugnadores sobre sus enemigos, adquirieron carta de legitimidad en el pueblo mexicano, pues no sólo fueron aceptados por este sin reticencias, sino invocados posteriormente por los gobernadores contra las arbitrariedades del poder público. La forma cómo reaccionaron los liberales fue descrita por Ignacio Manuel Altamirano de la siguiente manera: “El país se hallaba agobiado por una enorme deuda extranjera que provenía de contratos ruinosos y leoninos celebrados por gobiernos en apuro, con una deuda interior irredimible y que aumentaba cada día, con una empleomanía absorbente, con un erario siempre exhausto, minados sus recursos

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fiscales por el contrabando o devorados por el agio, con una industria, con un proletariado inmenso; en suma, en condiciones económicas que iban conduciendo al pobre país a la muerte.” Para la formación de gabinete Juan Álvarez invita a los principales dirigentes del Partido Liberal, pues él estaba enterado de los trabajos tan importantes que estos hombres, desterrados y destituidos por Santa Anna de sus altos puestos, habían realizado en la Junta Revolucionaria Mexicana que constituyeron en la ciudad de Browsnville. El historiador Jesús Romero Flores realizó un relato pormenorizado de estas personas: “Esta Junta tuvo como directivos a Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga y Manuel Gómez, y se sabe que provocó el levantamiento del General José María Carbajal en el Estado de Tamaulipas, Manuel Gómez salió para Monterrey para trabajar al lado del General Vidaurri; para el efecto de que no se desnaturalizara la acción de este jefe de los principios democráticos que sustentaba la Revolución. Otra comisión de desterrados estuvo consiguiendo armas y dinero para enviarlos a México. Otra más que encabezaba el Dr. José María Mata, estuvo publicando artículos y noticias en los periódicos estadounidenses, a fin de contrarrestar los infundios contra la revolución propalados por los cónsules del gobierno santanista. La Junta logró estar siempre en comunicación con el General Álvarez, en Acapulco, para mantener unidos a los revolucionarios del norte y del sur”. “Redactó la Junta Revolucionaria un periódico que se llamó: El Noticiero del Bravo. Alistó ciento cincuenta mexicanos para que marcharan en compañía del General Manuel Cepeda Peraza, Victoriano Cepeda de Calderón y Fagoaga, a engrosar las filas revolucionarias del General Felipe de la Garza, en Tamaulipas. Envió doscientos pesos al Licenciado Benito Juárez para que hiciera el viaje desde Nueva Orleáns hasta Acapulco, a efecto de que se uniera con el jefe de la revolución, General Juan Álvarez, dándole cuenta de los trabajos que se habían llevado a cabo en la frontera. Como se sabe, Juárez hizo el viaje por Panamá, y llegó al lado de Álvarez, quien utilizó sus servicios como Secretario”. “Cuando ya no consideró útiles sus servicios en el extranjero los mexicanos exiliados disolvieron la Junta Revolucionaria y dieron providencia de su regreso al país, haciendo cada quien el viaje como le fuera posible. Se sabe que para los últimos días de septiembre de 1854, ya estaban todos en la ciudad de México”.

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Al abrir la primera página de la Constitución de 1857, en su artículo inicial había una expresión que habría de esculpirse en la Historia de nuestras legislaciones, decía: “El pueblo mexicano reconoce que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales. En consecuencia, declara que todas las leyes y todas las autoridades del país deben respetar y sostener las garantías que otorga la presente constitución”. La consecuencia más importante de la Revolución de Ayutla, fue la integración de una patria nueva, basada en la libertad y el progreso. La Revolución de Ayutla, al liquidar el régimen militarista y dictatorial de Santa Anna, terminaba al mismo tiempo, todo el cúmulo de errores y prejuicios heredados de nuestra viciada educación virreinal y abría un nuevo horizonte a los mexicanos al otorgarles sus derechos individuales que sancionaba la nueva Constitución e inauguraba una era de progreso con las nuevas leyes de carácter liberal, que se habían expedido a fines de 1855, y en curso del siguiente, antes de que la Constitución fuera promulgada. Estas legislaciones fueron: • Ley de Abolición de los Fueros Eclesiásticos y Militares, conocida generalmente con el nombre de Ley Juárez, por haber sido redactada por este gran hombre, durante sus gestiones como Secretario de Justicia y Negocios Eclesiásticos. • Ley de Extinción de la Compañía de Jesús, expedida el 5 de junio de 1856 y por la cual, una vez más, los jesuitas eran expulsados del territorio nacional y suprimida su cooperación. La primera vez, su expulsión se hizo por el monarca católico español Carlos III en 1767. • Ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos. Esta ley se conoce con el nombre de Ley de Lerdo, por haber sido redactada por el Secretario de Hacienda, Miguel Lerdo de Tejada. Esta Ley, como las anteriores, provocó las protestas del clero y ocasionó levantamientos armados de los miembros del partido conservador. • Decreto del Presidente Comonfort Suprimiendo la Comunidad del Convento de San Francisco de la Ciudad de México. La propia ley nacionalizaba los bienes pertenecientes a este convento. • Ley del Registro Civil y Ley de Secularización de Cementerios. Estas leyes fueron expedidas por el Presidente Comonfort, el 27 y 30 de enero de 1855, poco antes de expedirse la Constitución. Podemos entender que con las Leyes de Reforma, las ideas de la Revolución Francesa, así como las de los tratadistas norteamericanos

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que compendiaron las inquietudes del siglo XVIII y florecieron en el siglo XIX, se volcaron sobre la vida institucional, jurídica y política de México. La Constitución de 1857, herencia inmortal del Plan de Ayutla y de la Revolución que provocó, echó las bases jurídicas de la nacionalidad y definió plenamente su soberanía frente a todo poder extranjero. Con motivo de conmemorar la decisión de volver a constituir el país sobre bases democráticas, el 8 de agosto de 1974 cambió la denominación del municipio y la cabecera de Ayutla, por la de Ayutla de los Libres, por el hecho de haberse proclamado ahí el plan. En 1954 se estableció en el Fuerte de San Diego, un museo con el nombre de “El Plan de Ayutla”, para celebrar el primer centenario de su proclamación, además, porque fue en ese sitio donde fue reformado el plan por Ignacio Comonfort.

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Juan Álvarez, el hombre, su historia y su tiempo

MIS QUINCE DÍAS DE MINISTRO REMITIDO DEL CIUDADANO MELCHOR OCAMPO AL PERIODICO TITULADO “LA REVOLUCION”, FONDO FCO. ALVARADO, BIBLIOTECA DE EL COLEGIO DE MICHOACÁN, MÉXICO. ESTABLECIMIENTO TIPOGRAFICO DE ANDRES BOIX (CERCA DE Sto. Domingo núm. 5), 1856, COLEGIO DE MICHOACÁN, BIBLIOTECA. (Se respeta la ortografía de la época)

Agradecemos al Ing. Joel Dueñas Rodríguez, Delegado de la SAGARPA en el Estado de Guerrero, su colaboración para obtener el folleto de los Archivos del Colegio de Michoacán, en Zamora. Próximo a cumplirse el centenario de la muerte del Benemérito de las Américas, Lic. Benito Juárez, ediciones “Casa de San Nicolás” publica un documento que tiene gran significación en la vida histórica de nuestra Patria. Al publicar “Mis Quince Días de Ministro que escribiera el ilustre reformista Lic. Melchor Ocampo, rendimos también justo homenaje a Don Benito Juárez. Porque ambos fueron intransigentes en materia de principios y ajenos a la maldad y a la traición. Ambos lucharon por un México nuevo, ambos comprendieron cuál era el verdadero destino de su pueblo, supieron y comprendieron la miseria y grandeza humana cuándo se está en el poder. La generación de Don Benito Juárez fue la más brillante de su época; vivió los momentos más críticos de su patria, luchó por su independencia, por crear un estado libre y soberano, por una nación digna y respetada frente a las demás naciones del mundo. La figura de Don Melchor Ocampo no desmerece frente a la de Benito Juárez; uno y otro son ejemplos de rectitud y honestidad política. Fue el 14 de noviembre de 1855, cuando Ocampo desde su Hacienda de Popomoca, escribió a los reductores del periódico “Revolución” para refutar lo publicado en el número 2510 del periódico Siglo XIX, el 11 de noviembre de ese mismo año: “Nos han asegurado que el Sr. Comonfort manifestó abierta y francamente que si el gobierno no emprendía las reformas que reclama la situación del país y no seguía una marcha en consonancia con las primitivas tendencias de la revolución, estaba decidido a presentar la renuncia formal e irrevocable de su cartera...” Ocampo tomó la pluma y escribió: “... Quince días hace que volví a esta casa de udes. y escribí el adjunto papasal, á fin de no olvidar los hechos, y aquí estaría hasta que pasarán las pasiones del momento, si

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la publicación á que me he referido no me obligara á ésta, que es ya de natural defensa” Y así Ocampo escribiría una de las páginas más dignas y respetables de su actitud política y de su lealtad incorruptible a su propio partido en los sucesos de Cuernavaca de 1855. Fue el 1° de Octubre de ese mismo año, cuando llegó Don Juan Álvarez a la mencionada población, a organizar un gobierno fuerte y poderoso; procedió a formar la Junta de Representantes que deberían elegir al Presidente Interino, predominaban los “puros”: Gómez Farías, Juárez, Arriaga, Cendejas, Prieto, siendo incluido Don Melchor Ocampo; Don Ignacio Comonfort había preparado su propia lista en la cual se encontraban representados “puros” y “moderados”, pues al lado de Juárez Don Sabás Iturbide, Guillermo Prieto, Ramírez y Arriaga, figuraban “moderados” relevantes como Lafragua, Lacunza, Cardoso y De La Rosa. El choque político entre Don Ignacio Comonfort y Don Melchor Ocampo no se hizo esperar. Comonfort representó la actitud mediadora, la transacción a los principios revolucionarios; Ocampo representó los principios incorruptibles de los liberales “puros”. Con mucha razón se ha dicho que: “... en México se ha pensado que Comonfort es como la tierra: su vida tiene la mitad bañada por la luz, y la otra mitad envuelta por la sombra”. Don Juan Álvarez fue presidente de, Don Ignacio Comonfort fue presidente... La revolución siguió el camino de las transacciones. Y así Ocampo escribió “Mis quince Días de Ministro”. Sres. Redactores de la Revolución. Pomoca, Noviembre 14 de 1885 Amigos y señores míos.- Acabo de leer el núm. 2,510 del Siglo XIX, que corresponde al 11 de noviembre corriente, en la tercera columna de la página cuarta y bajo el rubro de Crisis, este párrafo: “Nos han asegurado que el Sr. Comonfort manifestó abierta y francamente que, si el gobierno no emprendía las reformas que reclama la situación del país y no seguía una marcha en consonancia con las primitivas tendencias de la revolución, estaba decidido á presentar la renuncia formal e irrevocable de su cartera.” Tan notables aserciones de parte de quienes informaron á los Sres. redactores del siglo, indican que el Sr. presidente ó los otros miembros del gabinete se oponen á las primitivas tendencias de la revolución. Si

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así fuere, han variado mucho las intenciones que les conocí y con que los dejé. Pero como hace tan pocos días que salí del ministerio, y como era posible para algunos esplicarse ahora mi salida, tomando por dato el que han asegurado á los Sres. redactores del Siglo, suplico a udes. se dignen a insertar el adjunto escrito en su acreditado periódico, á fin de que se conozcan mejor ciertos pormenores que no dejan de tener hoy importancia. Quince días hace que volví a esta casa de udes. y escribí el adjunto papasal, á fin de no olvidar los hechos, y aquí estaría hasta que pasaran las pasiones del momento, si la publicación á que me he referido no me obligara á esta, que es ya de natural defensa. Soy de udes. señores redactores, amigo agradecido y obligado servidor Q. B. SS. MM. M. Ocampo.

Mis Quince Días de Ministro “La publicidad es la mejor garantía en los gobiernos”. Si cada hombre público diese cuenta de sus actos, la opinión no se extraviaría tan fácilmente sobre los hombres y sobre las cosas. Siguiendo estas dos reflexiones que a mi mente se ofrecen como axiomas, he creído que es un deber mío publicar, cuando sea oportuno, los motivos de mi conducta pública, cuando fui nombrado representante por Michoacán, hasta que me separé de los ministerios de relaciones y gobernación. No diré todo lo que observé y pasó; parte por consideraciones á algunas personas, parte por estraño á mi principal intento, porque por lo que juzgo perjudicial hoy á la causa misma de la revolución, cuyo objeto y feliz desenlace deseo; pero seguro de que nada de lo que callé perjudicará á la debida exactitud y claridad de lo que escribía. El 17 de Setiembre llegué a la República de vuelta de mi destierro, y el 23 á México. Cuando recibí el nombramiento de consejero del Distrito, apenas llegado a ésta ciudad, lo rehusé sin la menor hesitación, y tuve que vencer mi habitual deseo de obsequiar á uno de los amigos que mas amo. Por cuantas seducciones de raciocinio y sentimiento son posibles á esa persona de imaginación y sensibilidad y gran talento procuro domar mi primera, instintiva y después reflexionada repulsa. Lo más que consiguió fue, que no publicara mi renuncia. Uno de mis más marcados defectos es la prontitud en las resoluciones, siendo otro, aunque menor, porque no siempre incido en él, la obstinación con que persisto en la resolución tomada. Sin embargo, al recibir poco tiempo después mi nombramiento de representante, dude, y por varios dias, de lo que debía hacer. No veía claro mi deber en aquel caso. Juzgue tal duda como una degeneración de mi carácter, y doliéndome de ello con

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algunos amigos, tuve ocasión de ir formando juicio. Al fin, por lo que todos me decían, y principalmente por el dictamen de personas cuya imparcialidad, sensatez y benevolencia eran para mi seguridades de acierto, me resolví á ir á Cuernavaca no sin duda notable repugnancia; aunque no hubo uno solo que me hablara contra el viaje. Salí pues, de México por la diligencia del 3 de Octubre, y en la mañana del 4 pasé desde temprano á la casa llamada Cerena, en la que estaban alojados muchos de los representantes, en su mayor parte antiguos amigos míos. Oí varios computos sobre la inmediata elección, y dije, porque á ello se me invitó, que yo iba á votar por el Sr. Álvarez; no por su mérito, aunque se lo reconozco grande e innegable, porque considero la primera magistratura una comisión de difícil desempeño, y no una recompensa de buenos servicios, sino porque casi crei que era el único ante cuyo nombre callasen las ambiciones vulgares que se crean con derecho á ellas. Enemigo como siempre he sido de toda intriga, aunque sea electoral, supliqué al Sr. Alcaraz, que allí se hallaba, se dignara acompañarme, prometiéndole decirle luego lo que iba a hacer. Salidos de la casa, le aseguré que mi negocio era hacer que se hacia, á fin de libertarme de listas y combinaciones cabalísticas. Andando á la ventura, llegamos á las doce, hora citada para reunirnos. El consejo se instaló nombrando por aclamación su presidente al Sr. Farías y á mí su vice. Hecha la elección del Sr. Álvarez, que se sabía de antemano, como después diré, el Sr. Farías nombró una comisión, cuyo residente fui, y cuyo objeto era, según las instrucciones que se nos dieron, hacer saber al Sr. Álvarez su elección, felicitarlo en nombre de la nación, invitarlo a jurar luego y acompañarlo. Pasamos, pues inmediatamente á cumplir nuestro cometido, y prestado el juramento, acompañamos al nuevo presidente de la República al Te Deum que se cantó en la parroquia en donde todo estaba preparado. Al salir de la iglesia, el Sr. Presidente, a quien daba yo el brazo, me dijo que le ayudase como ministro interino á formar su gabinete. Accedí desde luego á tan honrosa invitación, recalcando sobre la palabra interino y dando a entender que tal interinato lo entendia yo por solo aquel trabajo. Suplique al Sr. Presidente, me designara hora, suponiendo que por avanzada é incómoda no habia ser aquella, y S. E. Se dignó citarme para las cinco de esa tarde. Pena me causa recordar las circunstancias en que fui introducido: rodeaban varias personas al Sr. Presidente, y la conversación, que era general á mi llegada, continuó sobre el tono más de tertulia que de consejo de Estado. Invitado para que dijera mis candidatos, me abstuve de hacerlo delante de tantas personas alegando la gravedad del caso, la dificultad de tal elección, y sobre todo, la conveniencia de dar participio de ella al Sr. Comonfort. El Sr. General Miñon propuso entonces que fuese nombrado ministro de guerra el Sr. General Villarreal,

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exponiéndole los méritos que habia contraido en la campaña por los buenos servicios prestados á la revolución. El Sr. Villarreal se escusó, alegando entre otras razones la de decirse que habia nacido en la Habana; que por esta procedencia extranjera podia llevarse á mal por la oposición: á su turno indicó para ministro del mismo ramo al Sr. General Miñon. Después de cierta ligera porfía de urbanidad entre ambos señores, este último me interpeló directamente para que dijese si no me parecía bien el Sr. Villarreal. Yo, que me hallaba ya violento, alcé la voz, consiguiendo que todos me escuchasen; hice ver que no teníamos ley ni reglamento que nos forzasen á la festinación, y supliqué al Sr. Presidente esperásemos hasta el siguiente dia, puesto que se aseguraba que en él llegaría a Cuernavaca el Sr. Comonfort. El Sr. Presidente, después de exponer la necesidad que habia de hacer saber prontamente el resultado de la elección á los Departamentos y á las naciones amigas, consintió en que aplazáramos el nombramiento hasta las diez de la mañana siguiente. A la hora citada estuve puntual en la sala de recibir, esperando que el Sr. Presidente se desocupara de las varias personas que supe lo acompañaban, y que me llamase. Así permanecí hasta cerca de las doce, hora en que suponiendo que no le hubiera sido posible darse tiempo para que yo lo viese, le dejé un recado, después de haber procurado tomar acta de mi estancia y permanencia, hablando con diversas personas de la hora que iba siendo y del motivo de mi espera. Como el estado de salud del Sr. Presidente y en algun hábito anterior que supuse, atendiendo al clima en que ha vivido, me habia hecho creer que reposaba un poco n las altas horas del dia, me hice ánimo de salir á encontrar al Sr. Comonfort entrampando, si así puedo decirlo, aunque me ruborice de ellos, las horas que faltaban para su llegada. Hablé, en efecto, cuatro palabras con el Sr. Comonfort, antes de que entrara en la población, pero sólo de felicitaciones amistosas y de la ansiedad en que me habia tenido; dejé después que se adelantara. Con el Sr. Álvarez estuvo largas horas, y ya en la noche y en la misma casa que nos sirvió después para establecer un simulacro de ministerio, el Sr. Comonfort y yo debatimos muy largamente: primero mi repulsa de entrar al gobierno, fundada en mi ignorancia casi absoluta de la situación, de las personas y de las cosas; segundo, de la admisión de él para el ministerio de la guerra, punto que discutimos y porfiamos mucho, logrando yo –según entiendo- convencerlo de esa conveniencia; tercero, de los nombramientos de los Sres. Juárez y Prieto, propuestos y apoyados por mí, y que fueron desde luego, admitidos por el Sr. Comonfort, porque habian ya precedido largos razonamientos sobre las cualidades que en general se necesitaban para los ministerios de justicia y hacienda, y las especiales de nuestro caso; cuarto, sobre la teoría del Sr. Comonfort quien quería que el ministerio estuviese formado por mitad, de moderados y progresistas; quinto y último, sobre el nombramiento del Sr. Lafragua para gobernación, nombramiento que yo

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resistí. Nada mas adelantamos y convenimos en volver a discutir al dia siguiente, por ser ya tan entrada la noche: nos establecimos en la misma casa y avisamos á nuestras respectivas habitaciones que pernoctábamos fuera. Yo resistia el nombramiento del Sr. Lafragua, no tanto por sus hábitos, que, según he oido decir, se diferencian mucho de los mios, cuanto por el principio, calificado por mí de error, que el Sr. Comonfort pretendía establecer, sobre que el gabinete se compusiese mitad de moderados y mitad de puros: creia y creo que entre nosotros no debia atenderse ni aun mentarse tal distinción, y que debia componerse el gabinete de personas que pudieran caminar de acuerdo, sin buscarles antecedente filiación. Confesaré tambien un mal pensamiento que tuve y me asaltó tan luego como el Sr. Comonfort me habló del ministerio de gobernación. Fué el de que dejándome con el nombre de gefe del gabinete, si al fin entraba yo á él, se me escluia de la intervención directa que, en caso de admitir, deseaba yo tener el en el régimen del interior del país. Confieso esta mi mi ambición, que por la primera vez de mi vida he tenido específica, determinada, cuando en cualquiera otra circunstancias solo he tenido en general la de ser útil, así como otros tienen la de ser sabios, ricos, poderosos, valientes, hábiles. Yo ambicioné para la hipótesis de que fuera ministro influir directamente en la política interior, y no reducirme a ser un duplicado del ministro de hacienda (pero sin tesoro), para arreglar reclamaciones, cumplimientos y ceremonias, más uno que otro rarísimo negocio verdaderamente diplomático. Y quise la intervención directa, porque soy de esas personas que no dan consejo si no se les pide, y que no creyéndose tutores ni guardianes de los otros, no están pendientes de lo que esos otros hagan o nó. Todo lo que no es deber mío dejo que los otros lo cumplan como sepan, y de seguro que hubiera dejado plenísima libertad al que hubiese sido ministro de gobernación, sin entenderme yo en su rango sino cuando él me lo pidiera. Respeto las luces superiores de probidad y mérito del Sr. Lafragua, con cuya amistad me honro desde el año 42; y si rechacé su nombramiento fué porque reprobaba el sistema de equilibrio en el gabinete y porque deseaba yo en él mayor acción. No reflexionaba en la fatuidad con que naturalmente aparecía yo, queriendo encargarme de los dos ministerios; y lo que es peor y declaro para mi mayor confusión, que ahora que en la calma lo considero, ahora que ya han pasado las escitaciones del momento, todavía tengo la presunción de sentirme con fuerzas para haber procurado el desempeño de ambos. El Sr. Comonfort me calificaba de puro, y yo me abstuve de hacer toda calificación de su persona. Hasta ese dia yo habia visto con suma indiferencia esa subdivisión del partido liberal, considerándola por mis reminiscencias fundada más bien en afecciones personales a los Sres. Pedraza y Gómez Farías que no en los ligeros tintes que creí lo separaban. Habiéndome conservado estraño á la política siempre que no estaba en servicio público; no habitando en la capital sino solo en los

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periodos en que alguna elección me imponía tal deber, y conservando en las votaciones de ambas cámaras una especie de independencia salvaje, que puedo decir que forma parte de mi carácter, nunca tuve ocasión ni voluntad de de meditar ni estudiar los puntos de diferencia entre los puros y moderados. Habia, sí, creído, distinguir, aunque de un modo vago, que aquellos eran, si más activos e impacientes, más cándidos, más atolondrados, mientras que los otros eran, si más cuerdos y más mañosos, más negligentes y tímidos; pero nunca habia profundizado estas observaciones. Debo al Sr. Comonfort con ocasión del larguísimo debate que entre nosotros se sostuvo sobre esto, haber aclarado un poco más mis ideas y poder decir, hoy que vislumbro yo mejor lo que los divide, que soy decididamente puro como aquel señor se dignó llamarme, y del modo que yo lo entiendo. Mis amistades políticas, sin embargo, habian sido siempre de los llamados moderados, y mi conducta pública y privada, sin habérmelos propuesto nunca por modelo, más parecida a la de éstos. Comprendo más clara y fácilmente estas tres entidades políticas: progresistas, conservadores y retrogrados, que no el papel que en la práctica desempeñan los moderados. Los progresistas dicen a la humanidad; “Anda, perfecciónate”; los conservadores: “Anda ó nó, que de esto no me ocupo, no atropelles a las personas, ni destruyas los intereses existentes”, los retrógrados: “Retrocede, porque la civilización te extravía.”. Los unos quieren que el hombre y la humanidad se desarrollen, crezcan y se perfecciones, otros, admitiendo el desarrollo que encuentran, quieren que quede estacionario: los últimos admitiendo tambien aunque á más no poder, ese mismo desarrollo, pretenden que se reduzca de nuevo al germen. Los conservadores, consintiendo el movimiento y regularizándolo, serían la prudencia de la humanidad, si reconociesen la necesidad del progreso y en la práctica se conformasen con ir cediendo gradualmente: única condición, la de consentir en ser vencidos: los progresos se cumplen á pesar de ellos, y después de derrotas encarnizadas, y haciendo perder á la humanidad tiempo, sangre y riquezas: con solo conservar el estado de actualidad (statu quo) se convierten en retrógrados. Estos son unos ciegos voluntarios que reniegan la tradición de la humanidad y renuncian al buen uso de razón. ¿Qué son en todo esto los moderados? Parece que deberían ser el eslabón que uniese á los puros con los conservadores, y este es su lugar ideológico; pero en la práctica parece que no son más que conservadores mas despiertos, porque para ellos nunca es tiempo de hacer reformas, considerándolos siempre como inoportunas ó inmaturas; ó sea por rara fortuna las intentas, solo es á medias é imperfectamente. Fresca está, muy fresca todavía la historia de sus errores, de sus debilidades y de su negligencia.

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Los liberales se entienden en la teoría hasta donde llega su instrucción, y en la práctica hasta donde alcanza la energía de su carácter, la sencillez de sus hábitos, la independencia de sus lazos sociales ó de sus medios de subsistencia. Nosotros no estamos aún bien clasificados en México, porque para muchos no están definidos ni los primeros principios, ni arraigadas las ideas primordiales, buenos intentos de felices organizaciones, mas que un sistema lógico y bien razonado de obrar, es lo que forma nuestro partido liberal. Nada más común que encontrarse personas que defienden el principio y que en la aplicación teórica ó práctica inciden en groseras contradicciones. Verdad es, que en el estado actual de la humanidad y bajo un punto de vista más genérico, pocas personas hay, cuyo conjunto de ideas forman un todo razonado y consecuente; pero al menos en una sola serie de ideas, en los puntos prominentes se debían evitar las contradicciones. ¡Hay sin embargo liberales que creen que el hombre es más inclinado al mal que al bien, que el pueblo debe estar en perpetua tutela que los fueros profesionales deben entenderse á todos los actos de la vida, que convienen los monopolios y los alcabalas, con otras mil lindezas de la misma estofa! Por otra parte, en todos los partidos hay bueno y malos, exagerados y simplemente entusiastas, moderados, tibios, atrasados y morosos. Las mismas calificaciones de puros y moderados son presuntuosas é inadecuadas. La moderación y la pureza son dos virtudes: poseerlas una ventaja, y desapreciarlas un estravío. ¡Cuántos moderados hay con pureza! ¡Cuántos puros con moderación!. Aún en cada subdivisión de un mismo partido, aún en las subdivisiones mejor marcadas se encuentran todos los tintes. ¿Es acaso imposible en la política reunir una convicción bastante profunda para que muera sin transigir y bastante precedente para contenerse en límites racionales? No, no, mil veces no. ¡Pobre del género humano si así fuese! No solo se encuentra esta feliz combinación, sino que es más común de lo que se cree. Todos lo dias se ven ejemplos de ella en la vida común. Nada de esto, sin embargo, discutimos el Sr. Comonfort y yo (suplico me perdone la digresión): entendiendo cada uno lo que podia por puro o moderado, el Sr. Comonfort quería que en el gabinete hubiera tantos de unos como de otros. Yo sostenía que puesto que ambos confesábamos que entre moderados y puros habia alguna diferencia, y puesto que debíamos de marcar más esa diferencia porfiando sobre ella, no se debía desequilibrar el gabinete. Yo decía: que toda colisión entorpece cuando no paraliza el movimiento: que en la economía del poder público, tal como ahora se entiende aun en un régimen constitucional, el ejecutivo es el movimiento, es la acción: que en una dictadura, tal como la que por naturaleza de las circunstancias íbamos a ejercer, el ejecutivo debía ser todo movimiento y vida, si no quería suicidarse ó perder la ocasión de ser útil, que el equilibrio es justamente una de las ideas opuestas a la de movimiento. &c. No pudiendo convenirnos en las primeras horas de esa mañana, nos fuimos a ver al Sr. Presidente, quien oyó con benevolencia y calma el resumen de nuestras anteriores

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discusiones, y cuando me convencí que en la discusión nada adelantábamos y que no hacíamos más que repetirnos, dí las gracias al Sr. Presidente por su confianza, le aseguré que vista la imposibilidad en que me hallaba, renunciaba al honor de servirle, y pedido su permiso me retiré, dejándolo con el Sr. Comonfort. Muy contento, satisfecho de haber salido á tan poca costa de compromiso en que me habia puesto la confianza del Sr. Presidente, sólo pensaba yo en pedir al consejo la admisión de la renuncia que pensaba hacer, cuando siendo ya tarde me avisaron que el Sr. Comonfort deseba verme. Inútil es que repita cuanto volvimos á decir; explanamos ampliamente nuestras ideas, y varias veces rogué al Sr. Comonfort que fuese á avisar al Sr. Presidente que yo me escluía de todo participio en el nombramiento del ministerio, y que ya no sabía como esplicarme. Bien entrada ya la noche, habiendo el Sr. Comonfort oídome por la cuarta ó quinta vez, que estaba yo agotado, que ya no sabía como variar la repetición de las mismas cosas que habiamos estado diciendo sobre mi ignorancia de la situación, sobre el equilibrio del ministerio, etc., me dijo que yo habia vencido a pesar de mi protesta de no pretender triunfo alguno; que desistía de su sistema y de su candidato; pero que yo entraría al ministerio y éste se compondría de solos nosotros cuatro. Entonces no pareciéndome ya decente resistir yo, cuando se me cedía, me comprometí a servir a los ministerios de relaciones y gobernación, y resolvimos ir á invitar á nuestros compañeros y avisar al Sr. Presidente, terminando yo esta conferencia con estas ó semejantes palabras: “Pues bien, seré ministro, aunque con gran riesgo de tener que dejar de serlo dentro de poco”. Llamaba yo a esto riesgo, porque de dos ó más veces habia yo explicado en los debates, que los que aceptasen las carteras debían hacerlo con el ánimo firme de permanecer al lado del Sr. Álvarez durante toda su administración, en razón de que la salida de cualquiera de los ministros desacreditaba al gabinete y daba por lo menos, á pensar que algo malo habia visto dentro de él, quien salía, cuando procuraba sacar a salvo su reputación. Vimos á los Sres. Juárez y Prieto, quienes tambien nos resistieron con buenas razones. Yo no me olvidaré nunca (y esta es buena ocasión para hacer constar el hecho, y con él mi gratitud perenne) que ambos señores, pero mas cordialmente el Sr. Juárez, se resignaron á ayudarnos, por ser presidente el Sr. Álvarez, y nosotros quienes rogábamos y en cuya compañía iban a trabajar. Avisado el Sr. Presidente, confirmó gustoso, según se dignó mostrárnoslo, el nombramiento que habiamos concertado. El Sr. Comonfort nos aseguró que habia convenido con el Sr. Presidente que iría a México al siguiente dia, y que era necesario que fuese

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ampliamente facultado para determinar lo que allí fuese preciso para el restablecimiento de la tranquilidad. Convenimos entonces en que cada ministro lo facultaría por su ramo dudando todos ó al menos yo, de la regularidad que habría en delegar nuestras facultades. Así marchó el dia siguiente á la capital, teniendo yo la satisfacción de ver poco después que los temores sobre la situación de ella eran infundados, como lo habia dicho a cuantos quisieron oírmelo. En efecto, antes de la llegada del Sr. Comonfort, ya se habia entregado el mando al Sr. García Conde, garantía que pareció suficiente puesto que así continuó después. Nosotros creimos que la permanencia del Sr. Comonfort sería de uno ó dos dias, y cuando supimos la pacificación anterior á su llegada, no dudamos que inmediatamente se volvería al lado del Sr. Presidente. Comenzamos, pues ó á lo menos comencé yo, á escribirle en ese sentido casi diariamente, exponiéndole los graves inconvenientes de su lejanía. Llegué hasta preguntarle en una carta si pensaba en organizar la república ó en establecer dos gobiernos. Nada quiero decir de algunos de sus decretos, como la supresión de la órden de Guadalupe, cuya urgencia no comprendo todavía. Estando en México pensó en hacer ir allá al Sr. Prieto, lo que resistimos constantemente. Por fin vino y lo recibimos con el gusto y cordialidad que debíamos. En la misma noche del dia de su llegada mostraba al Sr. Juárez una carta recibida de México y escrita por el Sr. García Conde. Cuando yo entré inmediatamente me la hizo leer. Confieso que su lectura me hizo muy desagradable impresión. En ella se pintaba como peligrosísima la situación de México, y el Sr. García Conde no le veía más remedio que la inmediata vuelta del Sr. Comonfort. Cuando terminé la lectura, arrojé la carta sobre la mesa, diciendo: “Me parece muy torpe”. El Sr. Comonfort, sin embargo hizo valer la autoridad de quien la escribía, y el abismo á cuyo borde estábamos, concluyendo con la necesidad de volverse luego. El tiempo nos confirmó que ni el mal era grave, como á algunos parecía, ni el remedio eficaz el que se quería aplicar pues que el enfermo se curó por sí solo. Unánimemente nos opusimos á este segundo viaje, declarando como un ultimátum de nuestra parte que de no volver todos juntos, ninguno iría, y resolvimos; que siendo el Sr. Comonfort la persona que más confianza con el Sr. Presidente emplease todos sus esfuerzos para resolverlo á ir cuanto antes á la dizque peligrosa ciudad. Recuerdo que , entre otras cosas dije al Sr. Comonfort: “¿Cómo, señor, se asusta cuando le dicen que hay un toro de petate, ud. due ha combatido al lobo rabioso cuando tenía las garras afiladas” En la mañana del dia siguiente y muy temprano nos reunimos de nuevo, y el Sr. Comonfort nos dijo: que investido como estaba del doble carácter del ministro de la guerra y de general en gefe, consideraba que sus obligaciones eran diversas e incompatibles por las circunstancias

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que su investidura de general en gefe los hacía responsable de la tranquilidad pública: que no sabría que responder á la nación, si aquella se viese perturbada, pudiendo probársele que en su mano habia estado conservarla; que por eso, y reservándose esta investidura, renunciaba la cartera de la guerra, para quedar más espedito y volver a México, porque así creía que podrían sus servicios ser mas útiles á la revolución. Luego que concluyó su exposición, dejando mi asiento, le supliqué dijera cuáles eran los síntomas que en nosotros advertía, capaces de hacerle juzgar imposible su permanencia en nuestra compañía. “Hablo de síntomas, dije, y no de hechos, porque ¿qué hemos hecho durante la ausencia ud. que de tal modo merezca tan severa reprobación, ó que le impida seguir con nosotros? Nada hemos hecho, nada de sustancia, aunque he juzgado estos los momentos más preciosos: nada, temiendo encontrarnos en contradicción con el gobierno que ud. iba estableciendo en México. Y ud. ¿qué ha hecho en punto á soldados? No lo se, ni quiero saberlo, porque su ramo ud. lo desempeñará como sepa. Pero en esto no es tal mi torpeza que ignore que ud. comenzó su reforma por una ley insuficiente de desertores, cuando habiamos hablado, y aún puedo decir convenido, pues que no lo contradijo ud., que por tal ley de desertores y amplísima debia acabarse tal arreglo. Simples trámites y medidas sin trascendencia han sido todos nuestros actos. El nombramiento de gobernadores, punto sobre el que unia la opinión pública, lo he consultado usted, mandándole mi proyecto á México, y aún está pendiente, porque ud. tiene la ciencia de hechos que deseo aprovechemos... ¿Qué es, pues, lo que obliga á ud. á renunciar el ministerio? Y qué debemos esperar sus compañeros, para mañana, para de aquí á ocho dias, para después que habrá llegado el caso de tomar medidas sin consulta ni venia de ud, y que por desgracia para nuestra paz le parezcan desacertadas. (Desde ese momento conocí que yo estorbaba y dudé un instante si convendría esperar á que me hecharan) Sería yo quien renunciara, pues que no soy aquí sino intruso” La discusión, variando de medios y á veces de objeto, se prolongó inútilmente todo el dia. Durante ella me hecho en cara el Sr. Comonfort mi exclamación de la noche anterior. “Me parece muy torpe.” Por toda explicación le dí el ningun fundamento que yo reconocía á sus temores y á los del Sr. García Conde, atribuyéndolos a esceso de celo, ya que no podia ni figurárseme que tales aprensiones eran poco sinceras. Dije que las cartas hubieran podido hacernos el coco; pero que ya no eramos niños, y que la peor de las persuasiones que conmigo habian emplearse era la amenaza, pues que de ordinaria me confirmaba en la resolución contra la cual se me hacia. En la noche repetí mi resolución de separarme del ministerio, mi calificación de intruso en una revolución en la que solo de lejos y muy secundaria é imperfectamente habia tomado yo parte. Mis compañeros todos me instaron amistosamente para que unidos soportasemos la situación y el Sr. Juárez me dijo cosas que me enternecieron y me

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cortaron la palabra. Propuso el mismo señor, para terminar por aquella noche, que á otro dia discutiéramos un programa, y así nos despedimos, bien resuelto yo á no ceder en mi resolución de separarme. Hable de ella á algunos amigos; pocos me hacían justicia, entre los que el Sr. D. Sabás Iturbide, cuya elevación de alma y entereza de carácter eran para mí apoyo y fundamento; otros me hacían cargos graves por lo que llamaban mi deserción y el abandono que suponían que hacía yo de las deseadas reformas. Pero ¿era posible que permaneciese yo en una administración en que no tenía más título que la voluntad del Sr. Presidente, de la que no estaba muy seguro para el caso de antagonismo, y con una contradicción que ni siquiera espero motivo plausible de desavenencia, ó que tomó por tal ocasión de resistirnos á su vuelta á México, vuelta tan no urgente que pudo permanecer aun con nosotros sin que estallara el soñado volcan de la capital? Con razon uno dijo, hablando con del Sr. Comonfort en esta circunstancia: “Es el casero que viene por las llaves.” Resumen epigramático, pero sin exactisimo de la situación. Yo sentí bien que estorbaria mi inquilinato, pero entregué las llaves sin dudar. Por dos veces, el Sr. Comonfort nos dijo: “Déjenme udes. de general en gefe, y como entonces cesa mi responsabilidad de gobierno, en mi calidad de soldado haré cuanto udes. me manden.“ Hasta se valió de un ejemplo muy expresivo. Yo, que sin dificultad hubiera andando tambien ese camino, cargando con la responsabilidad que nunca he huido por mis actos, le dije en las dos veces “Bien, pero entonces ud. obedece al ministro de la guerra que nosotros nombraríamos un ministro de la guerra con quien pudiese entenderse. Debo, una vez por todas manifestar, que en todas nuestras discusiones habia plena libertad, absoluta franqueza, inmejorable intención en bien del país, y al menos por mi parte puedo decirlo, entera buena fé, ninguna segunda intención, desprendimiento y desintereses perfectos. Creo que la memoria de estas conferencias será siempre grata a nuestro corazón y halagará siempre nuestro amor propio, y creo tambien que nos hubieran honrado mucho en el concepto de personas sensatas é imparciales que las hubiesen presenciado. Pero en estas dos ocasiones en que el Sr. Comonfort propuso quedar de simple gefe, me pareció notar que, sin que él lo advirtiera, sin que pudiera formularse siquiera interiormente su pensamiento, quería ser y no ser director de la cosa pública, cumplir y no cumplir ciertos compromisos personales, tener la gloria, si alguna habia, y no la responsabilidad de la situación; me pareció notar en su ánimo ciertas miradas retrospectivas que hubiera deseado borrar con ciertas aspiraciones (no personales) del porvenir. Es muy posible que yo haya juzgado mal: tengo la esperanza de que frecuentísimamente me equivoco, y si asiento estas conjeturas es solo para dar cuenta de la disposición de mi espíritu en aquellas horas solemnes. Debo tambien decir, que durante todos nuestros debates, me

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pareció el Sr. Comonfort, como siempre lo habia conocido, patriota, sincero y ardiente, hombre generoso y probo. Al siguiente dia, y conforme con la indicación del Sr. Juárez, nos volvimos á reunir , pe interrogados por el Sr. Comonfort sobre si llevábamos nuestro programa, yo dije que no, como persona convencida de que todas aquellas fórmulas eran inútiles para que yo dejara el ministerio, y como quien ya llevaba en la bolsa el borrador de su irrevocable renuncia: el Sr. Juárez contestó igualmente que no. El Sr. Comonfort repitiéndonos que estábamos con los fines de la revolución, nos leyó entonces un borrador de su programa (seria de desear que lo publicase), en cuya mayor parte estábamos en efecto conformes, mientras su enunciación se conservaba en las regiones vagas de la generalidad. Pero en tal programa habia puntos, cuya simple lectura me hubiera convencido de nuestro disentimiento, si necesidad hubiese yo tenido de esa convicción. Entre los últimos habia artículos sobre los cuales ni los principios podian sernos comunes: y así cuando el Sr. Comonfort, cambiando de medio, dijo en una especie de epílogo, no escrito que en nuestros principios: no ya en los objetos o fines de la revolución, estábamos de perfecto acuerdo, me fué indispensable contradecirle y ponerle como ejemplo las explanación de dos puntos. Estos eran tomados de la guardia nacional. El primero que se dividiría en móvil y sedentaria: el segundo, que el ser guardia nacional era un derecho, pero que ninguno tenia el gobierno para obligar á este servicio á quien lo repugnase . Del primer punto ni quería yo explicación, puesto que fui el primero (pueden consultarse los documentos de la época, 1846) que habia introducido entre nosotros la división de la guardia en móvil, sedentaria y de reserva; pero después vi la suma necesidad que tenia yo de tal explicación, cuando el Sr. Comonfort nos dijo que entendia por guardia móvil la que se compusiera de los propietarios. No menos nueva era para mi la teoría de que el ser guardia nacional era un derecho pero no un deber. En caso de que yo pudiera admitir esos sistemas truncos sobre el deber y el derecho, mas bien que el de los utilitarios, preferiria para este punto de guardia nacional, el de los místicos que solo reconocen deberes y no derechos. En tal sistema evitaria á lo menos ese bárbaro absurdo llamado contingente de sangre. Yo hubiera de buena gana aprovechado la ocasión para explanar mis ideas sobre derecho y deber, y para demostrar tanto así me alucino, que la fuente del derecho y el deber es la necesidad de las relaciones, y que por lo mismo, toda relación necesaria es derecho por el lado que ostensiblemente halaga, y deber por el que grava tambien ostensiblemente. De la necesidad que á veces tenemos de armarnos con los productos de la industria humana, ya que la naturaleza nos negó las pieles duras, las astas y colmillos, las pezuñas y espinas, los picos y las garras, reemplazando todos esos medios imperfectos con la experiencia y la mano: del derecho natural de defendernos hubiera yo

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inferido y probado fácilmente el derecho y la obligación de ser guardia nacional. Nunca, sin embargo, hubiera podido encontrar buenas razones para que los pobres sacrificasen sin recompensa su tiempo, sus esfuerzos y su sangre a favor de los comparativamente ricos , ni por que solo entre propietarios y proletarios habia de desempeñarse la defensa de una nación, ni tampoco por qué el gobierno no tendría derecho de hacer cumplir con sus obligaciones á los que las despreciaran. No nos eran pues, comunes unos mismos principios al Sr. Comonfort y a mi, aunque en lo superficial nos fuesen comunes los fines ú objetos de la revolución. Puede servir tambien de ejemplo este otro dato: el Sr. Comonfort pretendia que en el consejo hubiera dos eclesiásticos ¡como garantía del clero! No lo discutimos, el momento no era oportuno; pero cualquiera que tenga la razon fria convendría en que el consejo formado según el plan de Ayutla, era de representantes, no de clases, sino de Departamentos considerados como entidades políticas. Por otra parte, parece que el Sr. Comonfort se olvidaba en ese proyecto de que era miembro del gobierno, porque un gobierno cualquiera, debe ser la suma de las garantías y asegurarlas á todos sus súbditos, permanentes ó transeúntes, naturales y extranjeros. El es la garantia por excelencia y quien piense hallarla fuera de él es un iluso ó un necio. Ahora, si han de pedirse garantías á la comunidad, en ese mismo hecho se reconoce que se tienen intereses contrarios á esa comunidad y la petición de tales garantías es el acto de mas insolente descaro, el mas notorio que puede darse de lesa majestad nacional. Además ¿de qué modo dos eclesiáticos pueden ser la garantía del clero? ¿Impidiendo la acción del gobierno, cuando á aquel le convenga? ¿Dos eclesiásticos bastarían para maniatarlo cuando no estuviese impotente? ¿De qué parte del clero habian de escojerse? De la que entre él mismo, ya por sólida é ilustrada piedad, va por bastardas miras quiere las reformas ó de la parte que las resiste a todo trance y lama impiedad al solo hablar de ella? Para que fuesen siquiera el simulacro de tan quimérica garantía, no era el general en gefe del plan de Ayutla, sino el que debia nombrarlos, á fin de que mereciesen su confianza. ¿Y las otras clases, ya que dos clases se habian de nombrar, y los otros intereses, que garantia tenian...? ¡En verdad que es fecunda en observaciones tal especie!. Pero le repito, no era aquel momento oportuno de hacerlas: y así por abreviar, y porque solo me presenté á aquella reunion por diferencia, principalmente al Sr. Juárez que la habia propuesto, hice someramente algunas observaciones al programa, y luego dije: que como su lectura no me habia hecho mudar de ideas, y como llevaba en la bolsa el borrador de mi renuncia, suplicaba á mis compañeros me permitiesen leerlo, á fin de que en el seno de la amistad, me dijesen qué debia cambiarse, para no perjudicar al gabinete, de querer lo cual estaba yo muy lejos. De pronto no pareció mal á mis otros compañeros; pero oida una observación del Sr. Comonfort, convenimos en que se suprimieran tres

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palabras de la renuncia, cambiando una frase. El borrador decia: “He sabido entre otras cosas que la presente revolución sigue el camino de las transacciones”. La nota oficial dijo: “He sabido entre otras cosas, el verdadero camino que sigue la presente revolución”. Cuando el Sr. Comonfort objetó la redacción primitiva, creí que me desmerecia, pretendiendo en aquel momento no haber dicho en el dia anterior el camino de las transacciones. Exaltado yo entonces, le repetí: que así me lo habia dicho; que estaba yo en mi derecho, repitiendo con exactitud lo que habia pasado entre nosotros, y que apelaba al intachable testimonio de los Sres. Juárez y Prieto. Tenia yo tan presente lo del dia anterior, como si en aquel instante estuviera pasando. Cuando el Sr. Comonfort me habia dicho, hallándose de pié” pues no señor, la revolución sigue el camino de las transacciones,” le interrumpí, parándome tambien y dije: “Ahora sí nos entendemos; encuentro en lo que acaba ud. de asegurar una razon mas para que me separe yo, yo que puedo considerarme aquí como intruso. Habia creido que se trataba de una revolución radical, á la Quinet: yo no soy propio para esas transacciones. El Sr. Comonfort repuso: “Esas doctrinas son las que han perdido la Europa;” y yo, en vez de manifestar mi asombro por oir de su boca semejantes palabras, en vez de contestar que ni la Europa está perdida, ni son idénticas las doctrinas de Quinet y las de Cabet, Prudhome, Luis Blanc &c., me contenté con repetir: “Pues yo no soy propio para transacciones.” Me heria pues su observación, porque de pronto me parecio un mentis. Entró después en ciertas explicaciones sobre el camino del que habia hablado el dia anterior, recordando y reconociendo que habia dicho de las transacciones; pero que quiso decir ciertas consideraciones á las personas, &c. -Despues de estos comentarios, dijo, suplico á ud. que no use de la palabra transacciones. -¿Quiere ud., le pregunté entonces, que ponga que la revolución sigue el camino de ciertas consideraciones á las personas? -No, tampoco. -¿Pues el camino,en términos generales, que sigue la revolucion? -No, no. -¿Le parece a ud. bien, entonces que funde mi renuncia en que repentinamente he perdido la chaveta, y que sin sentido, me he vuelto mentecato, puesto que callando mis verdaderas razones para hacerla, no encontraré ni inventaré ninguna aplausible? Convenimos, por último, en que usaria de la palabra camino, sin especificación, y así lo hice, y en que, por instancias de los Sres. Prieto y Juárez todos dariamos nuestra dimisión. Combatí la renuncia del Sr. Prieto con mi antiguo argumento de que la hacienda es terreno neutral, y con mis razones y con mis ruegos le insté para que continuase. Todo lo resistió, alegando su necesidad de pensar ya seriamente en el porvenir

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de su familia, en el uso comun de separarse todo el gabinete, cuando se separaba el considerado como su gefe &c. Mis compañeros pasaron á ver al Sr. Presidente, sin saberlo yo, y en una larga sesion arreglaron con S. E. El nuevo ministerio compuesto, según se me dijo en la tarde de los Sres. Cardoso, Arriaga, Juárez, Comonfort, Prieto y Degollado, y resucitando así los ministerio de gobernación y fomento que yo habia procurado suprimir, y sin los cuales creo que bien puede pasarse la República, siempre que los ministros de relaciones y de hacienda quieran trabajar con teson y metodo. El ministerio de fomento principalmente, me parece un error, atenido nuestro estado. Consolídense las garantias y gástese algo en superar los obstáculos que á la inmigración presenta la lejanía de nuestras mortíferas costas en la mesa central en que hay alguna vida, aprovechando principalmente ahora la alarma que las doctrinas de nounozinjismo deben producir en los emigrantes que de Europa piensen venir á los Estados Unidos; dedíquense algunos presidios á unos caminos y contrátense otros en hasta pública, vigilando sus trabajos; divídase la hipoteca de las fincas rústicas, de manera que puedan éstas partirse en lotes accesibles á las pequeñas fortunas, para que no anden la propiedad y el capital agrícolas en diversas manos; reformense los aranceles, bajándolos; quítense las alcabalas y monopolios; ábranse nuevas carreteras para las ciencias exactas y de observación, déjese, sobre todo, plenísima libertad para que cada cual haga cuanto no perjudique á un tercero, y el fomento vendría por si solo. Entre nosotros, en donde el movimiento es tan corto y los negocios y empresas tan pequeños, gastar tantos miles de pesos en sostener un ministerio de obras públicas, es comprar un instrumento mas caro que la obra que con él debe hacerse es querer un fomento adrede en su tanto igual á un bienestar político mandado hacer. ¿Por qué no instituir por ideas semejantes un ministerio de felicidad?. Cuando algunos amigos me refirieron lo que por tan festinado procedimiento se habia convertido en mi destitución, y el nombramiento de mis sucesores, confieso que me sorprendí, á pesar de que sigo en cuanto puedo el consejo de Horacio sobre no admirarse de nada; sentí particularmente, que no fuesen mis compañeros los que me lo notificasen. El Sr. Prieto fué el primero que después me dijo el resultado; y si no hubiera yo tenido á medio concluir el nombramiento de gobernadores y el de... y ciertas supresiones... y el de otros señores del esterior, y si no hubiese temido que pareciera que mostraba un berrinche pueril, que no sentia, dejándolo todo en el estado que estuviese, de seguro que me hubiera ido inmediatamente á México, aun sin presentar mi renuncia, puesto que ya tenia sucesores. Absténgome de intento de escribir sobre esto toda reflexion, que no por eso dejaran de ocurrir á cualquiera persona que se digne leer estos imperfectos apuntos.

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El domingo hice de todos mis nombramientos, supresiones y reformas de algunas legaciones, un solo acuerdo; y en compañía del Sr. Comonfort, á quien habia yo rogado fuese conmigo á ver al Sr. Presidente, dí cuenta á este señor de todo lo hecho, leí en seguida el acuerdo que lo resumia procurando que el Sr. Comonfort siguiese con la vista cada renglón de mi lectura y la dí en alta voz á mi renuncia que dejé en manos del Sr. Presidente. Deseando que el acuerdo se examinase mas y sin estar yo allí, lo dejé al mismo señor pidiéndoles lo firmara, si lo aprobaba definitivamente, y al Sr. Comonfort, tuviese la bondad de recogerlo firmado y me lo entregase. Me despedí oficialmente del Sr. Álvarez, con cierta solemnidad que hasta me pareció que lo conmovia, lo mismo que al Sr. Comonfort. Creo inútil entrar en mas pormenores. Mis antiguos compañeros de ministerio se vinieron á México: yo me quedé á esperar la sesion que el consejo debia tener el miércoles. Queria esforzar la renuncia que de él hice al entrar al ministerio, ó recabar una licencia siquiera de dos meses, si tal renuncia no era admitida, como varios amigos me lo habian anunciado. Yo no encuentro palabras bastante enérgicas con que censurar la costumbre por la que en la República nos creemos autorizados para faltar á todas las consideraciones aun las de la simple urbanidad, á toda corporación á que lleguemos á pertenecer. Muy atentos, aun con nuestros sirvientes domesticos, muchos de nosotros se creerían degradados si lo fuesen con sus iguales, luego que estos iguales forman cuerpo, y debian por lo mismo ser mas considerados. Es un fenómeno que no puedo comprender, aunque lo he observado mil veces. Me quedé, pues, aun á riesgo de parecer ridículo (hasta ridículo parece ya cumplir con ciertos deberes) á esperar que el consejo se dignara tomar una resolución sobre mí. La renuncia no se admitió, pero conseguida nueva licencia por dos meses, he venido á cuidar de mí, y á mi destierro, que consideré duraba hasta que llegué a mi casa y ví a mi familia. A mi paso por México procuré visitar á mis antiguos compañeros, habiendo recibido visita de los Sres. Juárez y Prieto; pero no pudiendo encontrarlos de despedida, ni al Sr. Comonfort, les dejé las cartas de ella. Quejábamele á este señor en la que le dirijí de que contase á algunos de sus amigos, así me lo habian asegurado, que no podia ir conmigo, porque yo trataba de ir á brincos. Se fundaba mi queja en que, no habiendo habido ocasión de que yo le expusiese mi sistema de medios, no lo consideraba con derecho para calificarlos ni en bien ni en mal. He recibido aquí su respuesta: en ella desmiente tal aserción contra mí; y todo lo explica por el empeño que algunos tienen en desunirnos; empeño, sin embargo, que yo no puedo sospechas en las personas de cuya boca lo supe y que con esta publicación sabrán á quien echar la culpa de este mentis.

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He llenado, como mi corta prudencia me lo ha permitido, el deber que creo tenia de satisfacer á las personas que se habian dignado poner en mi su confianza. Dejo á su juicio calificar si es cierto, como lo dije en mi renuncia, que habia llegado yo al terreno de las imposibilidades; y aunque á algunos les ocurran medios por los cuales hubiera yo podido conservar el puesto, no dudo que los habrán desechado como deseché yo algunos que se me indicaron por juzgarlos indecorosos é indignos. Si erré, lo siento mucho por mi, y por las personas que en mi confiaban; pero desgraciadamente yo no puedo juzgar sino mi propio entendimiento. Espero con el temor natural de la reflexion, pero con plena confianza por parte de la conciencia, el juicio de los contemporáneos y de la posteridad, si es que esta llega a ocuparse de mi. Pomoca, Noviembre 18 de 1885 M. Ocampo

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Permítaseme citar, entre otros que pudiera, estos dos actos de mi vida, que prueban eso mismo: que yo no soy propio para transacciones. A las ocho de la noche de un dia de correo, siendo yo gobernador constitucional de Michoacán, recibí en copia los tratados de Guadalupe. Por uno de sus artículos se establecía que las fuerzas americanas sostendrían á nuestro gobierno, en caso de pronunciamiento contra él. Reconocí y confesé luego que tal artículo era diestro de ambas partes contratantes, y necesario si se queria conseguir el principal objeto del tratado, la paz. Inmediatamente que lo leí, oficié al Sr. Consejero decano, llamado por la constitución en las faltas de gobernador, que á las ocho de la mañana siguiente se dignara pasar á recibirse del gobierno, por juzgarme, por juzgarme yo moralmente imposibilitado de continuar en él. Escribí tambien al Sr. Otero, que sin negar yo que en la sociedad hubiese alcaides, verdugos y otros empleados, así, yo no queria ser ni verdugo ni alcaide, ni unirme en ningun caso con los enemigos naturales de mi patria contra sus propios hijos, aun cuando éstos errasen. Al otro dia entregué el gobierno, y dije á la legislatura, ante la cual tenia pendiente mi renuncia desde que ví que era imposible la guerra, que me la admitiese ó me castigase porque ni un solo momento mas continuaria yo en el gobierno. *** Cuando se trataba de elegir presidente al Sr. Arista, me opuse cuanto pude á su nombramiento, especialmente ante el Sr. Pedraza, á quien pronostiqué que si Arista era electo, volviamos á las vias de hecho: puede atestiguarlo el Sr. Haro y Tamariz, quien me lo ha recordado después, y quien accidentalmente entró á visitar al Sr. Pedraza pocos momentos después de que yo lo habia dejado. De esa administración hice yo parte en el senado y en el gobierno de Michoacán, tambien por compromiso que no es del caso explicar, y apoyé al Sr. Arista cuanto me fué posible, por el mismo temor de que, de lo contrario, volveríamos á las vias de hecho. Quien acertó y quién erró entre los que combatian y defendiamos tal administración, nos lo ha dicho ya una triste esperiencia. Cuando aquella cayó y fué electo presidente el Sr. Cevallos, tuvo la bondad, en la misma tarde del dia de su elección, de escribirme una carta, en la que me recomendaba que aviásemos el Sr. Zincúnegui (comandante general de Michoacán) y yo á los pronunciados, que bien podian volverse pacíficamente á sus casas sin temor de que se les persiguiese, porque, agregaba, que la revolución no debia terminarse con las armas. Le contesté que yo no veia, como S. E., ni creia que lo pronunciados se fuesen á sus casas: que puesto que la revolucion no habia de castigarse, yo no era el hombre á propósito para el caso, porque no habia de transigir con ella; que mi carácter era tal, que preferia quebrarme á doblarme, y que, en consecuencia, iba á dejar inmediatamente el gobierno para no servir de obstáculo al bien del

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país; ya que este lo creia hallar en las transacciones. La otra parte beligerante transigio, y ya vimos todo lo que la República adelantó y ganó en el camino de las transacciones.

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