El final de Maupassant

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EL FINAL DE MAUPASSANT

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Una aurora boreal magnífica cubre el cielo sobre el Estérel durante la jornada del 30. Maupassant, para contemplarla mejor, se va al camino que rodea el jardín de su vecina, la señora Littré. Lleva a su asistente doméstico con él. Encantado por el espectáculo, el gran escritor resplandecía. - Nunca, dijo, nunca he visto semejante herida en el cielo. Esto no se parece en nada a las auroras boreales de un rosa anaranjado que he podido ver en otras partes. Vea pues, François: ¡ es rojo sangre ¡ Así era. El cielo había tomado un color tan brillante que apenas podía fijarse la vista en él más que algunos instantes. El año se acaba apaciblemente. El señor Muterse almuerza con el escritor pero, cansándose mucho con la conversación, éste último pide pronto a su invitado permiso para retirarse a su habitación. Maupassant se encuentra mejor hacia las tres. Paseó en compañía de François que no sospechaba en absoluto la tragedia en la que él representaría un papel agotador algunas horas más tarde. Desde las siete de la mañana, el 1 de enero de 1892, el autor del Horla estaba a pie. Quería tomar el tren de las nueve para reunirse con su madre como le había prometido. Ahora bien, tiene algunas dificultades para afeitarse. Una neblina parecía flotar ante sus ojos. Se lo dice a François y declara no encontrarse bien para ir a Nice. François lo anima, le sirve dos huevos con su té habitual. Esta pequeña comida le fortalece. El servidor abre la ventana completamente. El aire perfumado, puro como el cristal, suave como un brazo de mujer, y el incomparable sol matutino de la Riviera llenan la habitación. El correo. Un montón de cartas. Guy lee algunas. - Peticiones... Siempre lo mismo, murmura. Los dos marineros del Bel-Ami llegan. Desciende para recibirlos y cuando éstos le desean feliz año, al igual que François, parecen emocionarle mucho más que otras veces. A las diez se decide: - Marchemos. Si no vamos, mi madre creerá que estoy enfermo. En el vagón, su mirada no cesa de dirigirse al mar tranquilo, verdoso, azulado y crepitante de luz bajo el cielo sin nubes. Comenta que hace un tiempo ideal para navegar, luego pide a François ojear los periódicos e indicarle aquello que pueda ser de su interés. El almuerzo tuvo lugar en la villa de Ravenelles donde se encontraban reunidos, alrededor de la señora de Maupassant, la valerosa viuda de Hervé, su encantadora hija y la señora de Harnois, tía de Guy, a la que este último quería mucho después de su infancia durante la que iba a menudo a verla a Bornambusc, en los alrededores de Fécamp, y que era frecuentemente su confidente y consuelo. Una vez más, François muestra aquí una discreción extrema. Una vez más, entramos en una zona de incertidumbre sino de misterio. Según la señora de Maupassant, quién refiere que Guy la abrazaba a su llegada « con una efusión extraordinaria », nada de anormal tuvo lugar durante la comida. Había tal vez en Maupassant « cierta exaltación », pero esa comida fue agradable. Se charla mucho. Según François, su señor « pareció » comer con buen apetito. El fiel servidor no dice ni una palabra más. Según el doctor Balestre, médico de la señora de Maupassant, por el contrario, Guy divaga durante el almuerzo. El médico precisa: «... Cuenta que había sido advertido, por una píldora, de un suceso que le interesaba. Ante el desconcierto del auditorio, se retrajo. A partir de ese momento estuvo triste y la comida se acaba en un preocupado silencio.» Otro desacuerdo. Según François, Guy y él dejaron la villa de Ravenelles a las cuatro de la tarde. Un coche los transportó a la estación de Nice y, en el camino, compraron una gran caja de uvas blancas al objeto de que el escritor pudiese continuar « su cura habitual ». Entraron directamente a la villa donde,


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