Amistad amorosa

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Amistad amorosa

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escuchando cotorrear a las mujeres sobre la forma de una manga o el acampanado más o menos cerrado de una falda. Si con ese poquito de arte se tiene a una madre y a una Hélène como las mías, y un amigo como usted, una es una mujer que no puede quejarse demasiado. Es por estas razones de puro goce como quiero un poco a los hombres que se burlan de nuestras tentativas y de nuestros esfuerzos hacia un ideal que ellos quieren cruelmente acaparar. Afortunadamente tenemos unos Maupassant, unos Massenet, unos Sully-Prudhomme, indulgentes maestros que quieren conducirnos y ayudarnos con toda su ciencia a obtener un fino rayo de sol para iluminar para siempre nuestra pobre vida con ese bello ideal: el Arte. He aquí una carta que me parece de las más sublimes… ¿Qué le parece a usted? ¡No se vaya a burlar de mí! Después de todo, búrlese si quiere. Tomo especialmente en su honor la bella divisa de la señora Geoffrin: « Dar y perdonar. » Adiós.

CXVII Denise a Philippe. 16 de junio.

¡Qué temperamental es usted! ¿No le da vergüenza, una vergüenza horrorosa, de no contestar a mi última carta? ¿y que cree usted que tengo ahora que decirle? Carta gratuita al ingrato, así es como titulo ésta. Incluso no la recibiría si no tuviese que anunciarle una buena noticia: mi hermano ha llegado ayer, por sorpresa, y mamá y yo estamos un tanto locas de alegría por tener a nuestro guapo lugarteniente de navío. Hélène está enamorada de su tío. Ella enseguida le ha hablado de usted; fue en el salón, por la noche, después de cenar. Gérald, que no se anda con rodeos, exclamó: – A propósito, señorita Suzanne, ¿eres como Hélène? ¿Será el elegido nuestro asombroso Philippe? ¿te has decidido? ¿lo amas? Me daba la impresión de que había un flirteo entre vosotros cuando dejé Francia; ¿qué hay de cierto? Suzanne respondió un poco secamente: – Tienes una divertida manera de interrogar a las personas a disparos de fusil… –Es que necesito saber si está en la fila antes de ponerme yo. –Tú puedes ponerte ahí siempre, querido; no se hacen buenos regimientos sin buenos soldados. Y después, disparado ese fuego de pelotón, se han puesto a cotorrear en un rincón. Esta mañana, a las once, cuando yo estaba en mi habitación, Alice entró. Usted sabe el afecto que nos tenemos mutuamente. Me pidió, después de muchos circunloquios, que escribiese a Aprilopoulos para invitarlo a pasar algunos días con nosotros. A la pobre mujer le ecantaría que él fuese el elegido. Así pues, dado que el gallinero se enriquece con dos gallos, mi hermano y el buen griego, usted también podría venir; no ponga disculpas. Para colmar de alegría su alma blanca, le diré que ayer mi suegra se fue al balneario de Aix. Suzanne acompaña a su abuela hasta París, con la institutriz de Hélène; va a estar ocho días ausentes bajo la custodia de su padre y de miss May, pues ella es dama de honor de la riquísima pequeña Meg O’Cornill.

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