Amistad amorosa

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Amistad amorosa

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–Marie, prefiero coger otro para usted. –Eso me gusta. –Vea, las flores de este están ya casi marchitas… –¿Tú tienes cariño a ese ramo? –Mi buena amiga, yo le haré uno más bonito; de éste voy a dar la mitad a mamita (dirigiendo una mirada hacia Claude y volviéndose roja viendo el aire un poco ofendido del muchacho) porque mamita es todavía un poco yo… ¡Pero para usted corro a buscar uno bonito, uno más bonito, amiga mía! Y hela allí en el extremo del césped. ¡Ah! ese « es todavía un poco yo…» MarieAnne sonreía; en cuanto a mí, dos lágrimas perlaban mis pestañas y pensaba: ¡ya! –¿Ves? ¿no tenía razón? ella agudiza su corazón y ve «otra cosa que flores en esas flores ». ¡Ah! Philippe, ¡quedé aterrada! ¡pesar que hace algunos meses apenas me sentía arrastrada por esa locura de amor sin pensar que la hora de mi Hélène estaba tan próxima! ¡Con qué esmero voy a tener que ocuparme de su corazón y convertirme en confidente de sus más secretos pensamientos! quiero ser su amiga: la tarea será dulce y fácil… pero que frustración armarla para la lucha sentimental en lugar de tener que decirle: «¡cree, ama, espera!» ¿Qué diligente madre ha conservado puro el corazón de su hijo y dirige en este momento a ese hijo que se convertirá en el esposo de mi hija? ¿Podré, como se ha hecho con todas nosotras, entregarla, basándome en bellas apariencias, a un desconocido? ¡Ah! me gustaría poder quitarle quince años de su vida, a usted, de la que conoce sus cualidades y sus defectos y comenzar a educarle con vistas a esposarse con mi hija… No se ría de esta locura; tengo el alma anegada en lágrimas. Créame siempre y por encima de todo, su muy afectísima.

CCXXXVII Philippe a Denise 26 de julio.

Mi querida Denise, vea en esta carta, sobre la que llamo su atención de un modo un poco solemne, un compromiso que voy a adquirir; podrá estrechar entre nosotros los lazos de amistad basados en nuestra recíproca y profunda estima; transformará mi existencia dándole un objetivo. Desde hace algún tiempo ya, tenía el deseo de llevar a cabo un proyecto; hoy voy a someterlo a su opinión. Si no lo he hecho antes, es por escrúpulo: no quería influenciarla; pero en este deseo de educar a su yerno para que sea digno de su hija, veo como una aquiescencia anticipada a un deseo que ha ido germinando en mí vagamente. De la amistad como la nuestra, amiga mía, se desprende una idea muy elevada. Es un sentimiento que respeto mucho y crea, desde mi punto de vista, unos deberes estrictos. Uno de los primeros de esos deberes es la confianza; si la idea que me guía le resulta inoportuna, le suplico que me lo diga con franqueza; prometo no ofenderme con ello, no se producirá esa cuestión entre nosotros, eso es todo. Me explico: Usted recuerda sin duda que bella encontramos ambos a Hélène el día de su primera comunión. Alta, elegante, diáfana en sus velos blancos, deslumbrante con una belleza de forma y de alma verdaderamente ideales. No éramos los únicos en admirarla. Su madre había tenido la gentileza de invitar a mi hermano Jacques a la cena familiar. Cuando vio a

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