Zaffaroni - Lombroso en Brasil.

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lombroso en Brasil

Sumario: I. ¿Mera coincidencia?— II. Subsiste en nuestra América.— III. Las contradicciones personales.— IV. La disolución de las contradicciones.— V. La traducción cubana y mexicana.— VI. La traducción argentina y brasileña.— VII. Las incursiones personales.— VIII. Es imposible negar lo innegable.— IX. Las diferentes traducciones y su vuelta.— X. La irrupción de los espíritus.— XI. ¿Aniquilar una cultura?— XII. El racismo no ha muerto.

I. ¿Mera coincidencia?

Acaba de aparecer en italiano el libro de Livio Sansone (“La galassia Lombroso”, Laterza, 2022) y de reeditarse en portugués el de Luciano Góes (“A ‘tradução’ de Lombroso na obra de Nina Rodrigues, ‘O racismo como base estruturante da criminologia brasileira’”, Revan, 2021).

Es llamativo que casi simultáneamente hayan aparecido dos libros sobre Lombroso y, además, ambos estrechamente vinculados a Brasil, lo que bien merece una reflexión. Si el racismo de Lombroso y Nina Rodrigues fuese solo un hecho del pasado, sería una curiosidad para memoriosos que no despertaría ninguna atención en nuestros días, pero estos libros nos recuerdan que no se trata de un pensamiento del que se derivaron episodios que ahora son meros datos del pasado, sino que justamente su interés responde a que son hechos históricos, entendiendo por tales los que continúan teniendo significación para el presente o que, al menos, son determinantes para explicarlo.

En el primer sentido, pese a que en lo académico se considere superado el biologismo —o se lo disfrace de jerarquización de culturas—, es innegable que, consciente o inconscientemente, solapada o abierta, sigue vigente esa grosera antropología reduccionista en los prejuicios alimentados por nuestros medios de comunicación monopólicos que nutren los estereotipos selectivos de nuestra América, aunque quienes lo promueven nunca hayan tenido en sus manos “L'uomo delinquente”. Y más todavía: lejos de nuestra región y de nuestra materia, la psi-

quiatría alemana, al registrar su historia, tampoco parece restarle significación, pues de otro modo no se explicarían investigaciones meticulosas como la de Mariacarla Godebusch Bondio (“Die Rezeption der kriminalanthropologischen Theorien von Cesare Lombroso in Deutschland von 1880-1914”, Matthiesen Verlag, 1995).

II. Subsiste en nuestra América

En nuestra América se ejerce ahora un poder punitivo formal (habilitado por jueces) y otro paralelo o informal, fuera de todo control jurisdiccional (en manos de policías autonomizadas, grupos de autodefensa, parapoliciales, paramilitares, etc.), con penas más graves que el anterior, tales como torturas y muerte (ejecuciones sin proceso, letalidad policial), propias del preiluminismo. El poder punitivo informal se rige por criterios selectivos de autor, mientras en el propio poder punitivo formal (que complementa al informal, porque es incapaz de criminalizarlo) no dejan de filtrarse consideraciones de peligrosidad positivista de autor o se pretende convertir doctrinaria y jurisprudencialmente a la culpabilidad en su equivalente funcional. Muchas veces estas expresiones de peligrosidad y de culpabilidad de autor no son tan manifiestas, porque por lo general evitan caer en la sinceridad de la vieja escuela positivista y menos en la extrema de la escuela de Kiel, que pretendieron llevarlo al ejercicio formal mediante una construcción dogmática en el marco de una teoría política schmittiana (amigo y enemigo, la política como poder de elección del enemigo al que aniquilar).

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Si bien casi nadie en nuestra región invoca hoy a Carl Schmitt —salvo inexplicablemente alguna izquierda extrema—, no es menos cierto que el real comportamiento político se suele polarizar y los intereses que procuran la contención de las pulsiones de ampliación de ciudadanía real, validos de los medios de comunicación monopólicos, imponen una vivencia política schmittiana, aunque tampoco hayan leído nunca “El concepto de lo político” y ni siquiera sospechen de su existencia.

Esto demuestra que, si bien las vidas de Lombroso y de Nina Rodrigues se extinguieron en la primera década del siglo pasado, ambos lanzaron semillas que echaron raíces en los estereotipos que rigen el ejercicio informal del poder punitivo de nuestra América y también en ciertas grietas de la propia dogmática jurídico penal, aunque tampoco dejen de manifestarse más explícitamente en algunas sentencias imprudentes del propio ejercicio formal, que poco se cuidan de ocultar prejuicios racistas propios de la subjetividad de procedencia de clase, tanto en la valoración de la prueba como en la cuantificación de la pena.

III. Las contradicciones personales

Una particularidad de la investigación de Sansone es que su autor no es un criminólogo sino un antropólogo, que durante muchos años fue catedrático de la Universidad Federal de Bahía. Luciano Góes, por su parte, es un jurista docente e investigador de la Universidad Federal de Santa Catarina y lo original es que suma a esto una destacada actuación en la lucha contra la discriminación racial en Brasil. Ambos estudios ponen atención sobre la llegada de la versión lombrosiana al Brasil y, por tanto, en su recepción, en particular por el famoso profesor de medicina legal de Bahía, Raimundo Nina Rodrigues, que falleció en París en 1906, en el curso de su primer viaje a Europa, pero sin lograr encontrarse personalmente con Lombroso, como era su deseo.

El libro de Sansone destaca que el lombrosianismo estalló en una Italia dividida en un norte que pretendía ser civilizado frente a un sur considerado primitivo. Es notorio que este autor trata a Lombroso con objetividad, pero también con cierta benignidad, especialmente destacan-

do algunos aspectos poco conocidos, como que se oponía al colonialismo, rechazaba la pretensión militarista y colonial de su país (especialmente después de la derrota de Adua), preveía cierto peligro por parte de Estados Unidos para los países latinoamericanos, pues criticaba fuertemente la intervención en Cuba y Filipinas, como tampoco dejaba de ser severo con el imperialismo británico de la época. En todo esto Lombroso al parecer guardaba cierta coherencia con ideas socialistas, aunque en la línea de lo que Gramsci llamaría el socialismo de los profesores.

Estos datos ponen de manifiesto las enormes contradicciones personales del autor de “L'uomo delinquente” entre su discurso científico y su ideología política que, dicho de paso, no solo se podrían detectar en este autor, sino en otros muchos criminólogos de las etapas etiológicas posteriores que, a lo largo de décadas, creyeron hallar las causas del delito en el delincuente, omitiendo toda referencia al poder punitivo y a su selectividad criminalizante. Hemos conocido, escuchado y leído los trabajos de muchos criminólogos de las generaciones de etiólogos bastante posteriores a Lombroso que políticamente eran personas progresistas y democráticas, pero a los que el peso de la tradición académica positivista —y el prejuicio de que eso era ciencia pura— les impedía caer en la cuenta de su contradicción.

Sería un error ignorar estas incoherencias subjetivas, propias de sociedades en que la tradición académica no siempre fue capaz de seguir los pasos de la dinámica política, cuando tampoco sabemos si no estaremos hoy incurriendo en incoherencias de calibre semejante y que pondrán de resalto las generaciones futuras.

IV. La disolución de las contradicciones

Sansone denomina “galaxia Lombroso” al núcleo de personas más cercano a este, formado por sus hijas y yernos, por Enrico Ferri, Salvatore Ottolenghi, Alfredo Niceforo, Scipio Sighele, Enrico Morselli, Giousappe Sergi y un tanto más alejado por sus ideas políticas Rafael Garofalo, pero que paulatinamente se extendería al extranjero y, en particular, a nuestra América.

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Lo cierto es que, en el curso de los años, la galaxia Lombroso se disolvió en diferentes direcciones políticas, dando la impresión de que se superaron las contradicciones, sea sincerando el discurso político en forma reaccionaria, o bien debilitando o renunciando al racismo. Aún antes de la muerte de su cabeza convocante se separó bastante Garofalo, que era más conservador y lucía un título de nobleza: su “Criminologia” es una verdadera legitimación del más burdo imperialismo y colonialismo. Pero luego se produjo una diáspora política completa. A partir de 1911 Sighele se fue inclinando hacia el nacionalismo. Como es sabido, Ferri acabó siendo senador fascista después de publicar un par de artículos de apoyo al régimen. Salvatore Ottolenghi creó la escuela de policía científica y el reconocimiento por huellas digitales y, pese a ser judío, fue ferviente fascista hasta su muerte en 1934. Sus hijas y yernos permanecieron antifascistas; Gina y Guglielmo Ferrero murieron en el exilio suizo en 1942 y 1944, respectivamente.

Las incoherencias habían sido de toda evidencia, pues Lombroso podía oponerse al colonialismo, pero Mario Carrara, casado con su hija Paula, había escrito un artículo sobre una etnia africana observado en uno de los conocidos y detestables espectáculos zoológicos humanos montados en exposiciones europeas hasta entrado el siglo XX, y aunque después de la muerte de su suegro siguió dirigiendo el Archivio (la revista fundada por Lombroso) hasta su extinción en 1932, pasó a ser un abierto opositor del fascismo.

Como puede verse, algunos de los integrantes de la Galaxia rebobinaron su pensamiento y volvieron de su racismo que, al fin, debía conducir a lo peor de la política europea, pero otros siguieron por el mismo camino y, en efecto, terminaron en lo peor, todo lo cual demuestra que, con el correr del tiempo, las contradicciones entre el discurso académico y la política no se sostienen y, para bien o para mal, se recupera la coherencia política. El caos ideológico es tan insostenible como el físico.

V. La traducción cubana y mexicana

Pero lo que caracteriza estos dos libros recientísimos es que se centran en el traslado del lombrosianismo a nuestra América. A este

respecto, es interesante el análisis de Góes, que lo caracteriza como una traducción, o sea, como una reconstrucción del discurso necesaria para adaptarlo al uso funcional conforme a la realidad y a la clase dirigente de cada uno de nuestros países, siempre llevada a cabo por el respectivo traductor o receptor local, en el caso de Brasil por Nina Rodrigues.

A la traducción brasileña la considera antropofágica, en el particular sentido que a esa palabra se le dio desde la famosa Semana de Arte Moderna de San Pablo de 1922, que oponía esa ciudad moderna a la vieja Rio y sostenía que se debía engullir la cultura importada y expeler lo sobrante. Cabría entender que en este caso lo sobrante sería la parte de lombrosianismo no funcional a la discriminación subhumanizante de los esclavos formalmente liberados.

Si bien Sansone exime en cierta medida de responsabilidad a Lombroso por estas traducciones, de cualquier manera, no puede dejar de observarse que las citaba con entusiasmo, considerándolas demostraciones del éxito científico mundial de sus teorías.

El panorama que presenta Sansone es más amplio que el de Góes, porque no se limita a la traducción brasileña, sino que abarca otras no menos significativas, trazando un paralelo muy interesante entre Nina Rodrigues y su contemporáneo cubano Fernando Ortiz. El libro de este último (“Los negros brujos”), escrito en Génova cuando era diplomático, es abiertamente racista, pero a lo largo de su vida fue separándose de esta posición hasta llegar a escribir en 1946 un ensayo contra el racismo, titulado “El engaño de la raza”. Señala que la diferencia entre ambos autores finca en que Ortiz vivió hasta los ochenta y siete años y tuvo tiempo de revisar su pensamiento conforme a los cambios de época, en tanto que Nina murió a los cuarenta y siete años. Por cierto, que este último hubiese podido seguir un camino análogo es solo una hipótesis, que no es la que se permite Jorge Amado con la licencia literaria de su personaje en “Tenda dos milagres”.

Respecto de México, es interesante que recuerde autores del tiempo del porfiriato incluso olvidados en ese país, como Rafael de Zayas, “Fisiología del crimen. Estudio jurídico-so-

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ciológico” (1886) y Francisco Martínez Baca y Manuel Vergara (“Estudio de antropología criminal”, 1892), aunque el primero casi no menciona a Lombroso, como también la “Biblioteca Sociológica Internacional”, donde se tradujeron y publicaron artículos de Ferri, Mantegaza, Colajianni, Sighele y otros positivistas.

Aunque el autor no lo menciona, esta recepción mexicana obedecía al llamado grupo de los científicos, integrado por personajes como Francisco Bulnes, que clasificaba a las razas por la alimentación (del trigo, del maíz y del arroz). En realidad, los intelectuales de este grupo legitimaban a la oligarquía porfirista del momento, valiéndose del evolucionismo biológico y de la incapacidad de los originarios para gobernarse, por lo que el oficialismo dictatorial dio un salto pasando del liberalismo al spencerianismo, en la forma tan bien estudiada por Leopoldo Zea.

VI. La traducción argentina y brasileña

En cuanto a la Argentina, afirma Sansone que fue el país latinoamericano que con más fuertes contactos con la cultura italiana y, por lo que hace al lombrosianismo, destaca el lugar que el propio Lombroso asignaba a Francisco Ramos Mejía en el prólogo a la versión italiana de Los hombres de presa (“I delinquenti nati”) de Luis María Drago. Respecto de José Ingenieros, señala su socialismo corporativo y su pensamiento racista, que lo llevó a pensar en un cierto imperialismo argentino, dado que sostenía que los países nuevos poblados por europeos (como la Argentina y Australia) estarían destinados a reemplazar a los viejos del norte. Ingenieros también había evolucionado algo, al punto que en uno de sus últimos escritos se aproximó a la famosa idea de la raza cósmica latinoamericana de José Vasconcelos. No se menciona en el libro de Sansone el artículo “Las razas inferiores”, publicado en La Nación en 1906, en la más perfecta línea racista lombrosiana.

Al igual de Nina Rodrigues en Brasil, Ingenieros es considerado el fundador de la criminología argentina. Podría afirmarse a su respecto que, como murió casi a la misma edad que Nina, quizás una vida más larga le hubiese dado la misma oportunidad que a Fernando Ortiz. Tampoco en este caso deja de ser una hipótesis, aun-

que con cierto grado mayor de probabilidad, considerando sus últimos trabajos.

En cuanto a Brasil, señala que los vínculos comenzaron un poco más tarde que con la Argentina, haciendo notar que en el Archivio aparecen artículos de João Vieira de Araujo y de Tobias Barreto, aunque señala las diferencias de este último con la línea biologista pura.

Menciona la larga lista de autores brasileños conocidos como positivistas —entre otros a Viveiros de Castro con su “A nova escola penal”, 1894— e identifica a Leonídio Ribeiro como el mayor difusor de ese pensamiento en el país, continuado por Afrânio Peixoto. La cantidad de autores positivistas brasileños con un racismo más o menos matizado muestra la importantísima influencia de esta corriente en el país.

VII. Las incursiones personales

Tres fueron las personalidades positivistas que cruzaron el Atlántico reforzando con su presencia la recepción del biologismo racista en la Argentina, Uruguay y Brasil: Gina Lombroso, su marido —el historiador de Roma Gugliemo Ferrero— y Enrico Ferri. Al analizar detalladamente los discursos de Ferrero en su estadía sudamericana, destaca que se extendió a Brasil por invitación de la Academia Brasileira de Letras, cuyo primer socio honorario fue nada menos que el propio Herbert Spencer, lo que pone de manifiesto que la República Velha —al igual que al porfiriato mexicano— buscaba legitimar su poder oligárquico apelando a la ideología evolucionista.

La detallada y documentada descripción de las visitas de Gina y Ferrero a Argentina, como los dos viajes de Enrico Ferri, es una fuente de curiosidades y la mejor demostración del interés de las clases dominantes de nuestras repúblicas oligárquicas para justificar con al apoyo de la ilustración europea su subestimación de nuestros pueblos y la supuesta necesidad de ser gobernados por una minoría local biológicamente superior.

Es sabido que Ferri realizó dos viajes —invitado y pagado por empresarios— y que dio lugar a una polémica con los socialistas argentinos, en particular con Juan B. Justo, al afirmar que

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el socialismo era inviable en un país no industrializado. Esta polémica es bien conocida entre nosotros, pero no lo es la que se produjo en Brasil y que alcanza un extremo de paradoja: allí dedicó una conferencia a la mujer y, en consonancia con el misógino libro de Lombroso y Ferrero (“La donna delinquente, la prostituta e la donna normale”), sostuvo su inferioridad biológicamente condicionada, dando nuevo ropaje al prejuicio subhumanizante señalado por el “Malleus Maleficarum” a fines del siglo XV. Lo curioso y paradojal fue que la Iglesia católica brasileña emprendió una campaña contra las conferencias de Ferri, en la cual el sacerdote que se dedicaba a replicar sus contenidos fue quien sostuvo que había mujeres geniales que en nada debían envidiar a los hombres: el científico misógino y el cura feminista.

VIII. Es imposible negar lo innegable

De cualquier modo —y contradicciones e incoherencias aparte— es imposible negar que el lombrosianismo se desarrolló dentro de un marco ideológico evolucionista racista legitimante del neocolonialismo (o de los nacionalcolonialismos) que llevó a cabo una Europa empoderada con los medios de pago y las materias primas robadas a nuestra región por el colonialismo originario y su genocida colonización y respectivo transporte de africanos esclavizados. En este sentido, el propio discurso de Lombroso prestó un gran servicio ideológico a la empresa genocida neocolonial que cuenta en su haber muchos millones de muertos en diferentes episodios, como el sometimiento de China, la colonización británica de la India, la extinción de la población originaria de Estados Unidos, Canadá y Australia, el criminal reparto de África en la conferencia de Berlín convocada por Bismarck, las atrocidades de la empresa presidida por Leopoldo II en el Congo, el casi exterminio de los hereros en el África alemana, etcétera.

Desde su juventud, Lombroso esbozó con claridad su antropología biológica. En resaltar esto insiste Góes y lo menciona Sansone, recordando que desde su juventud, cuando a los veinticinco años publicó en “L'uomo bianco e l'uomo di colore. Letture sulle origine e la varietà delle razze umane” (Padova, 1871), se refirió a los caracteres atávicos de las razas inferiores, donde delineaba lo que desarrollaría ampliamente en su

obra posterior. Dado que desde esa obra mencionaba los casos de Bolivia y de Perú, la presencia indígena en nuestra América preocupó a los autores americanos de la época, a Ingenieros con una visión pesimista y luego a Vasconcelos con otra optimista, a la que en sus últimos trabajos se aproximó el primero.

Con toda razón Góes no guarda condescendencia por la figura de Lombroso, recordando justamente la diferencia entre la raza aria y latina trazada por este en esa obra, contrastando el norte y el sur italiano, lo que alimentaba una discriminación interna que no ha desaparecido del todo hasta el presente, pero donde también se preguntaba si los blancos como él “no habrán de inclinar un día la frente ante el hocico prognático del negro o la amarilla y terrosa cara del mongol”, es decir, si esa superioridad no se debe a la casualidad, a lo que respondía que la respuesta correcta solo podía proveerla la ciencia, que es lo que pretendía demostrar con su reduccionismo biologizante: no se debía al azar, sino a que los criminales natos presentaban caracteres de inferioridad comunes con los colonizados, negroides y mongoloides. Nada de esto se puede negar en el propio discurso lombrosiano, pues es salido de su pluma.

IX. Las diferentes traducciones y su vuelta

Las cuestiones que planteó este racismo en nuestra América y que dieron por resultado las diferentes traducciones fueron debidas a las particularidades de los distintos países. En la Argentina, era la masa migratoria, o sea, el verdadero transporte masivo de población del sur europeo —producido principalmente entre 1880 y 1914— que le planteaba a nuestra oligarquía la cuestión de qué tipo de raza y de nacionalidad crearía en nuestra tierra. En México era la preocupación del porfiriato de saber cómo compatibilizar el orden y progreso positivista con una población fuertemente indígena, en tanto que en Cuba y Brasil el problema para sus clases dominantes era la compatibilidad de ese progreso con la presencia africana. Tampoco dejó de tener efecto en Estados Unidos, donde su Administración optó por una discriminación racista en su política migratoria de la primera posguerra, que limitaba las cuotas de inmigración del sur europeo, considerados potencialmente criminales. Recordemos que esa política

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migratoria estadounidense fue ponderada por el propio Hitler en “Mein Kampf”.

Según Sansone, el posterior giro contra este racismo respondió a la consideración del pueblo como algo positivo, pero no lo vincula con los cambios políticos de la región. En rigor, este racismo se debilitó en los pensadores locales como consecuencia de la decadencia de las repúblicas oligárquicas, a partir de la Revolución mexicana y su generación de 1910, aunque en un comienzo tampoco la resistencia estuvo exenta de cierto resabio del viejo racismo que, a partir de la oposición entre raza aria y latina, consideró que la primera —que incluía a los anglosajones— era más analítica y la segunda más sentimental, optando por revalorizar la última.

Esta pretendida diferencia, que se había señalado para el racismo italiano, pasó en alguna medida a nuestra región. Las peripecias de esta paulatina regresión del racismo lombrosiano y del evolucionismo biologizante deben ser analizadas en cada uno de nuestros países, pues se fue produciendo a medida que las oligarquías neocolonialistas locales fueron enfrentadas por movimientos populares nacionales, cada uno con sus propias contradicciones pero, en general, con una marcada pulsión igualitaria, al ampliar la base de la respectiva ciudadanía real.

De cualquier manera, el racismo no desapareció del todo de los discursos de esos primeros giros igualitarios, sino que también fueron antropofágicos en el sentido antes señalado, puesto que con frecuencia también se lo engulló para quedarse con la parte que se consideraba útil para desarmar sus consecuencias negativas y revertirlas. Prueba de esto es el lema de la Universidad Autónoma de México, debido a José Vasconcelos: “Por mi raza hablará el espíritu”.

X. La irrupción de los espíritus

No podía dejar de llamar la atención de los dos autores de estos libros el giro espírita de Lombroso en sus últimos años, incluso disimulado o subestimado por sus más cercanos colaboradores, que no pudieron impedir que publicase su “Ricerche sui fenomeni ipnotici e spiritici”, en cuyo prefacio dice: “Cuando al término de una carrera rica, sino en victorias, por cierto en duras batallas, en favor de las nuevas

corrientes del pensamiento humano en la psiquiatría y en la antropología criminal, inicié las investigaciones primero y luego la publicación de un libro sobre los fenómenos llamados espíritas, se opusieron incluso mis propios amigos más queridos gritándome: ‘No quieras perjudicar un nombre honrado, una carrera que, después de tantas luchas, había llegado finalmente a la meta, por una teoría que todo el mundo no solo repudia sino que, lo que es peor, la desprecia y la considera ridícula’”. Ese libro fue traducido al portugués y obtuvo gran difusión por la Federación Espírita de Brasil, según la cual el propio Lombroso habría enviado mensajes desde el más allá.

Podría considerarse que esto respondió a un brote exótico de sus últimos años, pero la relación del positivismo con esta tendencia es bastante compleja. Como señala Góes, el propio Kardec explicaba que los negros no modificarían sus cuerpos, pero sus espíritus podrían reencarnar en otros cuerpos y evolucionar, es decir, que sus espíritus podrán evolucionar hasta que sus cuerpos desapareciesen.

Pero la cuestión de los espíritus no parece haber sido ajena a las creencias de todos los científicos de la época. A este respecto, una curiosa anécdota resulta significativa: tanto Lombroso como Nina Rodrigues montaron museos antropológicos en sus respectivas ciudades. El de Lombroso contribuyó a popularizar los signos de la pretendida inferioridad racial, aplicados a los propios italianos del sur y a los africanos, pero lo que Nina coleccionaba en su museo eran objetos de la religiosidad afrobrasileña. Por muy científicos que fuesen sus propios colegas, todo parece indicar que esos objetos les infundían miedo, por lo que el museo terminó destruido por un incendio intencional. Esto indica que, aunque despreciaban la religiosidad afrobrasileña, le temían.

XI. ¿Aniquilar una cultura?

Hoy sabemos que una concepción religiosa es la síntesis de una cultura, como también que la religiosidad brasileña ha sido objeto de estudios determinantes de la sociología de la religión, especialmente en Francia. Por ende, nos resulta claro que la criminalización de esa religiosidad —que describe Góes en detalle— no

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fue más que un intento de aniquilar una cultura. Como todo fenómeno que molesta al poder, puede ser criminalizado (reprimido como delito) o bien patologizado (combatido como enfermedad). Nina se afiliaba a esta última posición, pues estigmatizaba esa religiosidad mediante su psiquiatrización, aunque paradojalmente, al describir sus ritos en detalle, sin saberlo hacía un importantísimo aporte a la antropología. Hasta cierto punto, pareciera que Nina Rodrigues legitimaba la creencia espírita y la aceptaba hasta determinado punto, pero le resultaba inadmisible como religiosidad cuando era practicada por los negros.

Hay aquí un curioso entrecruzamiento de argumentos, al punto que cuando se refiere al posible mestizaje con el catolicismo, pues rechazaba la idea de que esto mejoraría las cosas, entendiendo que en lugar de mejorar la religiosidad de los negros degradaba al catolicismo al yuxtaponer sus imágenes a sus dioses. En verdad, como se sabe, esta yuxtaposición no buscaba contaminar al catolicismo ni mucho menos, sino ocultar esa religiosidad a los ojos de sus perseguidores.

Góes analiza los textos de Nina y los comentarios que a su respecto hacen varios autores, donde entre otras cosas se pone de relieve la dificultad de compatibilizar la resistencia de Nina a la misigenación con la idea de progreso del positivismo de la República Velha. No lo sabe-

mos, pero sin duda que el racismo lombrosiano traducido por Nina Rodrigues, o al menos su difusión simplificada, tuvo algo que ver en la tentativa de blanqueamiento que promovió el transporte de población europea al sur brasileño, en lugar de promover un desplazamiento de mano de obra del norte al sur, cuando colapsó la economía del azúcar del nordeste.

XII. El racismo no ha muerto

Si bien el lombrosianismo acabó en el mundo académico, es incuestionable la vigencia del racismo en los medios hegemónicos de comunicación y en la construcción de los estereotipos por los que se rige la selección criminalizante no solo en Brasil, sino en toda nuestra región. Es claro que prejuicios discriminatorios de todo orden existen en todas las sociedades, porque el ser humano no deja de descalificar al otro. En el caso del racismo evolucionista spenceriano —o del involucionista gobineano—, de la versión lombrosiana y de sus traducciones, queda por investigar hasta qué punto el prejuicio condicionó el conocimiento de los académicos o este reforzó el prejuicio en un proceso de reciprocidad circular, sin contar con la incidencia de los intereses geopolíticos y de las clases hegemónicas y del poder de estigmatización intelectual de quien se apartase del paradigma de la época. Nada es simple en un fenómeno de tal magnitud y perversidad como es la jerarquización humana en razón de melanina.

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