1840 La Rosa Secreta 3

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La Rosa Secreta III.


DE JEFFREY HUDSO A CHARLES BASKERVILLE Tengo aquí, sobre mi mesa, el dietario de un tal John Lawrence. De momento, se trata de la única aportación al misterio que ha hecho el ilusionista del Queen Theatre, pero le aclaro que no fue él quien lo trajo sino su ayudante, una jovenzuela irlandesa que le sacó 30 libras a Darcy con el mayor desparpajo. En fin, por lo que he podido comprobar

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hasta ahora - las hojas están desordenadas- recoge ciertos sucesos ocurridos entre finales de 1819 y principios de 1820; la letra se vuelve más apretada y confusa conforme avanza la narración y algunos pasajes han sido deliberadamente emborronados, presumo que por el mismo autor. Todo sea que al final no tenga ningún interés, aunque estoy seguro de que usted le sacará algún

provecho:

la

chica

ha

comentado que había otra persona

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tras el manuscrito, un caballero, así que no debe carecer de valor. Le daré un buen repaso esta noche, después de cerrar, y mañana a primera hora se lo llevaré a su casa.

DE CHARLES BASKERVILLE A JEFFREY HUDSO

Conforme,

pues.

Le

espero

mañana a la hora del desayuno; le ruego encarecidamente que no se

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retrase. Y ponga especial atenci贸n en verificar la coherencia del conjunto, ya que no puedo evitar sospechar de las j贸venes irlandesas que se dedican personalmente

a

este

tipo

de

transacciones.

DE JEFFREY HUDSO A CHARLES BASKERVILLE Me temo que voy a retrasarme; ha surgido

cierto

imprevisto

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y

es


necesario

que

le

ponga

en

antecedentes, no sea que se le indigeste el desayuno. Cuando me vea entrar por la puerta de su casa, no me pida que le muestre los diarios de John Lawrence, porque no los tengo: me los robaron anoche. Y usted se preguntará ¿cómo ha podido ocurrir tal cosa? Sabe de sobra que un ladrón común no me hubiera causado ningún problema, por lo que puede imaginarse el cariz de este asunto. Resumo la cuestión: una

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especie de lagarto volador entró anoche

rompiendo

una

ventana,

encontró los diarios con facilidad y se marchó por donde había venido Las cosas sucedieron de la siguiente

manera:

estaba

yo

acostado, y prácticamente dormido, cuando me despertó un ruido de vidrios rotos. Sin estar seguro de no haberlo soñado, bajé rápidamente las escaleras buscando la compañía de mi perro guardián –sí, Satán, ese estúpido

sabueso

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que

usted

ya


conoce- y, sin perder el tiempo en vestirme, me dispuse a averiguar qué ocurría. Advertí enseguida que el sonido había sido real, y que mi fiel compañero lo había oído a la par que yo, porque después de proferir una serie de ladridos nerviosos, pasó a esconderse en lo más profundo de la habitación y no hubo manera de hacerlo salir de allí. A partir de ese momento, las cosas empezaron a no ir bien: en su feroz huída, Satán apagó la vela que yo había tenido la

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precaución de encender, y como consideré una demora innecesaria volver a por lumbre –después lo iba a lamentar, y mucho-, seguí adelante solo y en la oscuridad más absoluta. Así pues, armado con un robusto leño que acostumbro guardar detrás de

la

puerta

del

dormitorio,

encaminé mis pies descalzos hacia el lugar de donde provenía el sonido, con el firme propósito de darles una buena ración de palos a esos mangantes. Ay, señor Baskerville

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¡qué equivocado estaba! Guiado por un murmullo de papeles y cierto golpeteo casi imperceptible me fui acercando, muy despacio, hacia la estantería – vaya casualidad- donde había guardado los diarios de John Lawrence. Iba yo pensando en cómo aprovechar mi reducido tamaño para atacar por sorpresa cuando, en lugar de un par de cacos, me di de frente con unos ojos rojos y brillantes que me miraban con muy poca dulzura; justo en ese momento, una nube que

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cegaba la luna desapareció dejando entrar un poco de luz a través de la ventana rota, y fue entonces cuando lo vi: una especie de lagarto, o salamandra, o pequeña alimaña cubierta de escamas de piedra, que tenía en sus manos nada más y nada menos que nuestro famoso dietario valorado en 30 libras. i que decir tiene que me esforcé por alcanzarle y probar la consistencia de mi bastón en sus lomos, pero descalzo como iba y con tan poca luz –la dichosa

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nube había vuelto a tapar la luna--, ni vi, ni pude esquivar los vidrios rotos del suelo, que se ensañaron con las plantas de mis pies de un modo terrible. El dolor era tal que me hizo proferir

las

más

espantosas

maldiciones en mi lengua escocesa, cosa que por lo visto sobrecogió al pétreo intruso animándolo a escapar sin demora, no sin antes amarrar bien los codiciados papeles para llevarlos consigo. Sepa que hice un último

intento

desesperado

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por


alcanzarle, pero uno ya va teniendo una edad, y en la vejez todo lo que se gana en sabiduría se pierde en agilidad; así, tuve que conformarme con vapulear el aire, mientras el alado bichejo se esfumaba delante de mis narices. Así que, bueno, vaya haciéndose a la idea de que estamos como al principio, o aún peor, porque voy a tener que inventarme algo para aplacar al joven Darcy, que es de resultas

el

más

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perjudicado.

Y


aunque en esta nota he entrado en más detalles de lo que tenía previsto, y puede decirse que ya sabe todo cuánto puedo yo contarle, acudiré a su casa igualmente, porque estoy seguro de que querrá hacerme muchas preguntas. Saldré hacia allí en cuanto termine de asegurar la ventana rota, no vaya a ser que otro tipo de lagartos –o lagartonasacaben colándose también en la librería.

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EXTRACTOS DEL DIARIO DE JOHN LAWRENCE. PARTE PRIMERA

20 de octubre de 1819: Yo, John Taylor Lawrence, miembro de la Sociedad de Investigaciones Mágicas, inicio la redacción de este dietario con el firme propósito de consignar y ordenar todos los sucesos que, a partir del momento presente, vayan a desarrollarse alrededor de mi gran búsqueda. Dicha búsqueda no

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persigue otro fin que dar con el paradero de un volumen tan insólito como formidable, dado por perdido durante

cientos

de

años

y

cuya

posibilidad de existencia se revela ante mí como un portentoso regalo: el Libro de la Rosa, que seres de Otro Mundo escribieron con sus propias manos; que llegó primero hasta icolas Flamel y más tarde obró en poder del gran maestro John Dee; que no solo procede de una Esfera Desconocida, sino que promete revelar grandes y únicos

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misterios, entre ellos el secreto del Lapis Mistico.

Para llevar a buen término mi empresa, he entrado en tratos con una persona que conoce profundamente la lengua de los filósofos y su simbolismo, que ha indagado en los secretos de la Alquimia y la Sabiduría Hermética, que ha visitado lugares que yo solo conozco por los libros; esa persona es una mujer y su nombre es Lady Talbot. Se trata de una anciana, aunque vigorosa dama, por cuyas venas corre

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la misma sangre del sabio Dee; de hecho, es portadora de un poderoso amuleto que le perteneció, y también me ha mostrado el legendario Espejo de Obsidiana, un círculo oscuro y perfecto que es capaz de reflejar mundos y lugares y gentes invisibles. Pero para ello, necesitaremos un médium, alguien con la sensibilidad adecuada, que sea capaz de conectar con la energía sobrenatural

que

desprende

superficie vacía del precioso objeto.

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la


(Páginas emborronadas. Se ha vertido tinta sobre ellas, una sábana intermitente de sombras) 31 de octubre de 1819. Hoy se ha celebrado la primera sesión del espejo. ada podemos oír, y nada podemos ver, salvo aquello que nos transmite nuestro médium, Mary Black. En el pasado, el maestro Dee también hizo uso de estos métodos, según confirman los escritos y la propia Lady Talbot, pero debo admitir que

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resultan decepcionantes; en cuanto a Mary Black, es una muchacha simpática y bonita, aunque muy vulgar y un tanto parlanchina. Desconozco dónde ha podido encontrarla Lady Talbot, porque no debe haber cumplido los 20 y me consta que es totalmente analfabeta. Sin embargo, parece que su sensibilidad espiritual

está

más

allá

de

su

inteligencia, y puede escuchar con nitidez las voces del otro lado del Espejo; éstas hablan constantemente en enigmas, y ella no es capaz de comprender

nada

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de

lo

que

le


transmiten. Tengo en mi poder gran cantidad de notas que ahora mismo me dispongo a analizar y estudiar con detenimiento.

2 de noviembre de 1819. Hoy ha tenido lugar la segunda sesiĂłn; la joven Mary parece haber tomado confianza, y todo se ha sucedido mĂĄs

rĂĄpidamente

y

mejor

de

lo

esperado. PodrĂ­amos aventurar que el libro efectivamente existe, y que no fue destruido debido a su propia naturaleza,

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en

parte

mística

y

por

tanto

indestructible; ahora bien, debemos conseguir que los enigmas lo sitúen en un punto geográfico concreto. Sarah, la hija de mi casera -una niña paliducha de pelo castaño- acaba de traerme, junto al té, una carta de mi familia.

Siguen escribiendo a mi

antigua dirección e ignoran que he abandonado los estudios; no sé cómo ni cuándo voy a darles la noticia, ni cual será su reacción. De momento, Ellison se

encarga

de

reenviar

mi

correspondencia, pero dudo que esta

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situaciĂłn

pueda

mantenerse

largo

tiempo, y no puedo evitar que su futuro desenlace me angustie.

P.S. He podido observar que Sarah no sabe leer.

6 de noviembre de 1819 Hoy Lady Talbot se ha retrasado tanto, que he llegado a temer algĂşn percance, pues nunca habĂ­a dejado de ser extremadamente puntual a nuestra cita. Durante la espera, me he visto

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acechado por la sibilina curiosidad de Mary, que ha aprovechado nuestra casual intimidad para formularme todo tipo

de

preguntas,

algunas

verdaderamente atrevidas. Si en un primer momento me pareci贸 vulgar, mi opini贸n sobre ella ha cambiado: su mirada es profunda y escrutadora, su mente tenaz, su voluntad inusualmente firme. Ahora la estoy recordando, tal como la vi esta tarde, con su cabello negro

torpemente

recogido

y

sus

peque帽os ojos casta帽os, brillantes y

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astutos como los de un animalillo inquieto. Con Mary, los Seres del Espejo se encuentran cómodos y comunicativos – la Hermosa Gente, les llama ella-, y no dejan de transmitir sus bellas y crípticas palabras.

9 de noviembre de 1819 “El Libro es la mano que escribe los nombres en las últimas torres de los confines del aire.”

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“La

Rosa

Blanca

prende

una

lágrima y huye con el viento, por la sombra del avellano hasta el País de la

iebla.” “En su corazón,

la Rosa Roja

señala el eterno círculo, y hunde una luna invisible en sus sueños de oro.” Así habla el Espejo, con opacos acertijos; en algunas frases encuentro significado, pero otras son tan oscuras que ni los emblemas de los sabios ni los escritos de los filósofos pueden servirme de guía para descifrar qué es lo que desean

transmitirnos.

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Lady

Talbot


parece

impacientarse

por

nuestros

escasos progresos, y muestra un talante mucho menos afable y muy alejado de la amabilidad primera con la que se presentó.

En mis ratos libres –que no son muchos- he empezado a enseñar a leer a Sarah; es una actividad que me reconforta, y de algún modo me aparta del irremediable sentimiento de culpa que invade mi vida, mi ser y mis actos.

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Primrose

Hill

es

un

lugar

particularmente silencioso a altas horas de la noche. John Daniels, sentado en la misma butaca frente a la misma chimenea encendida, escucha crepitar las hojas enmohecidas que su mentor, el caballero

extranjero,

examina

cuidadosamente. Imagina qué otras manos y qué otros ojos han recorrido esas líneas en el pasado; imagina el rostro de John Lawrence: cual sería

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su aspecto, hace veinte años, y cual será ese mismo aspecto ahora.

28 de noviembre de 1819 Hace tres días que el Espejo ha enmudecido. Mary no consigue ver más allá de su brillante y negra superfície, y nuestra esperanza yace tan muerta como la misma obsidiana. ¿Qué hemos hecho mal? o puedo asumir que todo nuestro esfuerzo haya sido inútil.

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1 de diciembre de 1819 Carta de mi hermana: me anuncia que va a pasar una temporada en casa de nuestras tías y sugiere que podría visitarles en avidad, porque mi tía Augusta se encuentra ya muy delicada, y reconozco que

siempre he sido su

favorito-. Responderé afirmativamente a su propuesta, aunque todavía debo encontrar alguna razón que justifique mi presencia en Londres. Otro desvelo más, porque nuestra búsqueda sigue sin progresar lo más mínimo.

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2 de diciembre de 1819 ¡Han vuelto! ¡El Espejo ha hablado de nuevo! O cuánto menos, Mary ha logrado experimentar otra vez uno de sus

poderosos

trances,

y

ha

pronunciado crípticos versos aunque carentes por completo de significado. Doy vueltas y más vueltas a sus palabras, y ni una sola idea, o punto de anclaje, o mínima luz, he podido hallar en ellas. Hay algo que me empuja a confiar en Mary, y estoy persuadido que nos ofrece exactamente todo aquello

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que le es revelado. ¿Es posible que en su

ignorancia

esté

transmitiendo

el

precioso

erróneamente

mensaje?Cuando la miro a los ojos, no veo otra cosa que una inteligencia penetrante y una perturbadora y vieja sabiduría…

3 de diciembre de 1819 Mary me confiesa que los Seres del Espejo –su Hermosa Gente- están muy preocupados. ¿Qué les angustia?: ella no lo sabe con exactitud, pero al

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parecer, sospechan que encontraremos el Libro muy pronto. ¿Cómo podrá suceder tal cosa, le pregunto? Lo ignora, pero me dice que tenga cuidado. ¿De qué?

(Páginas

arrancadas.

Pequeños

fragmentos de papel malcosidos con formas extrañas y torturadas) 15 de dicembre de 1819 Lady Talbot desea tomar alguna medida que cambie el rumbo de nuestra

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investigación: no está completamente satisfecha con la mediación de Mary, y me ha planteado en privado cierto plan alternativo que obligaría a los Seres del Espejo

a

proporcionarnos

la

información que deseamos. Su plan –en caso que fuera factible- no me parece ni bien ni mal, pero finalmente

hemos

convenido esperar un poco más. El plazo para tomar nuevas decisiones se ha

establecido

en

las

próximas

avidades, por lo que no podré visitar a mis

tías

–fingiré

obligaciones

ineludibles; si alego estar enfermo,

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puede que mi hermana desee venir a cuidarme-

Mientras escribo, la pequeña Sarah ha venido a traer unas camisas que su madre me ha arreglado; trazaremos juntos algunas letras antes de que se haga demasiado tarde. Desde que comenzó mi búsqueda y se iniciaron las sesiones, siento que el mundo tangible se aleja de algún modo de mí; los Seres del Espejo me parecen a menudo más reales que las gentes que deambulan por las calles de Londres. Quizás

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nuestras pequeñas clases vespertinas sean lo único que me ancla a esta realidad palpable, y Sarah mi nexo de unión con la cordura…

John Daniels abandona la butaca y su sopor y pasea despacio sobre la alfombra turca; se acerca hasta una de las vitrinas y contempla los lomos ajados de los valiosos incunables, la elaborada

tipografía

de

algunos

tomos más modernos, el sutilmente invisible olor del papel. Se imagina a

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él mismo dentro de veinte años – porque vuelve a pensar en John Lawrence- y contempla por el rabillo del

ojo

el

rostro

inmutable

y

aristocrático de su amigo, para el que no ha pasado el tiempo desde que emprendieron juntos aquel viaje por el Continente, la primera vez. No hace muchos años de aquello, pero Daniels no lo siente de ese modo, y se ve a sí mismo viejo y ajado como uno de esos antiguos grimorios: con el

corazón

apergaminado,

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seco,


cargado de tinta. Mientras, su mentor se ocupa de la lectura con devota atención, y sus mejillas adquieren una tonalidad encendida, rosada, vibrante… 20 de diciembre de 1819. Hoy, Drummond

por

medio

del

señor

de Baskerville Books, he

recibido la referencia exacta de un volumen que podría ser el Libro de la Rosa. uestra gran amistad ha hecho que confíe en mí de manera absoluta y

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me encargue la revisiĂłn del pedido. Si los astros o los poderes del mundo invisible ejercen su influencia sobre este hecho, no puedo asegurarlo, pero estoy convencido de que asĂ­ es, y que mi paciencia, mi fe y mi perseverancia, se verĂĄn pronto recompensadas

22 de diciembre de 1819. Parto hacia Praga de inmediato.

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01 de enero de 1820. El frío de la ciudad es intenso, el idioma

extraño,

las

gentes

poco

hospitalarias; nada de eso me importa, porque ahora sé que las voces del espejo son las que me guían, las que me hablan en sueños por la noche y en símbolos

durante

la

mañana;

las

escucho en el lánguido murmullo de la nieve, en el agua, en los insectos... Era mi destino encontrar la sabiduría negada a muchos, solo comprensible por

mediación

de

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sobrenaturales


maestros. Me dispongo a redactar una carta con mi hallazgo, y a estudiar detenidamente el precioso tesoro que ha llegado hasta mis manos.Jamás había visto

un

manuscrito

características:

los

de

símbolos

estas de

escritura son únicos, y las ilustraciones completamente insólitas y desconocidas –flores raras e inexistentes animales, mapas diagramas

de

mundos

imposibles,

inexplicables-:

estoy

convencido de que no hay otro igual sobre la tierra, y de que algo semejante no puede haber surgido de imaginación

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ni mente humana, sino que ha sido trazado bajo el influjo de poderes más allá

de

nuestro

conocimiento

y

comprensión.

John Daniels sigue de pie en la biblioteca, que poco a poco ha sido tomada por la penumbra: el fuego es solo un débil rescoldo y las velas emiten una luz escasa y vacilante. Una sombra avanza hacia él: el reflejo grotesco de un reptil, una criatura lúgubre con rostro de arena.

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Daniels posa sus ojos sobre ella, y súbitamente experimenta una mezcla de piedad y repulsión que le resulta confusa. Inquietantemente inmóvil, el ser percibe su mirada fría y gris, y comienza a retroceder muy despacio, hasta los pies de su dueño. Una vez se siente a salvo, se encarama torpemente a la mesa para situarse junto a los diarios, agita sus escamas de piedra y fija en Daniels sus ojos de rojo carbunclo.

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22 de enero de 1820 El

Libro

es

de

todo

punto

incomprensible, pero el Espejo ha vuelto a enviar un mensaje

y ha

revelado la existencia de una criatura, el Hijo de los Filósofos, cuyo destino al parecer

está

ligado

al

preciado

manuscrito de tal forma que sin su ayuda no podremos descifrarlo jamás. Solo hemos conseguido dilucidar que se trata

de

alguien

muy

joven,

probablemente un niño. Solo en Londres debe haber miles, y sin embargo, Mary

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parece

convencida

de

que

le

encontraremos sin la menor dificultad. Al terminar la sesión, Mary se ha acercado y me ha susurrado al oído: “ o te preocupes , John. La Hermosa Gente ha prometido enviar un guía, pero solo para mí. Quieren que yo lo encuentre, John”. Y se ha marchado, sin decir nada más. Más tarde, he vuelto a ver a Sarah, quien se ha alegrado verdaderamente de mi regreso a Londres. Su cálido recibimiento supone un grato consuelo

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para mí, y espero que pronto podamos reanudar nuestras clases.

(Páginas cubiertas de tachaduras. Son un bosque furioso que impone el silencio a la palabra escrita) 9 de febrero de 1820 En la sesión de hoy, Mary ha aparecido con un espeluznante sabueso, un perro grotesco que supuestamente es “El Guía” para hallar al Hijo de los Filósofos; es una criatura horrible, de

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aspecto antinatural, pero Mary le trata con inusitado afecto. ¿De dónde lo ha sacado? Ella se niega a decirlo. Lady Talbot

ha

tenido

un

instante

de

confusión y de duda, al igual que yo, pero viendo la fe de la joven en el extraño ser, ambos hemos coincidido en darle cuanto menos una oportunidad.

10 de febrero de 1820 Mary y yo partimos hacia el norte; la pequeña Sarah queda a cargo de

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estos diarios, bajo promesa de no leerlos. Mi tía Augusta ha muerto.

John Daniels

no acierta a

comprender la mirada perpleja de su amigo y mentor cuando este vuelve a recorrer con el dedo la última página del diario. - ¿Y bien?- pregunta Daniels - Está incompleto

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CARTA DE LADY MATILDA A JOHN LINNELL

Estimado señor Linnell:

Hace poco que mis hijos y yo llegamos a Londres, para la temporada de San Miguel, y espero que muy pronto sus hijas puedan venir a visitarnos y tomar

el

con

nosotros:

puede

considerar esta misiva una invitación formal a nuestra casa. Pero, como habrá deducido, no era necesaria una nota tan extensa para

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formular una invitación – y sabe que siempre nos sentimos muy felices de recibir

a

encantadoras-

unas Así

señoritas pues,

tengo

tan la

intención de solicitar su impagable ayuda en un asunto para el que le considero el más capacitado de los hombres, debido a la gran confianza que usted me inspira no sólo en el terreno profesional sino también como caballero y amigo,. Por expreso deseo de mi esposo, sir Arthur, he recibido el encargo de buscar un profesor de dibujo, de probada competencia e indiscutible

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respetabilidad. Su tarea sería doble en este caso: por un lado, perfeccionar en el dibujo

a

acuarela

a

dos

jóvenes

señoritas, mis hijas; por otro, emprender el proceso de restauración de ciertas obras de arte pertenecientes a la familia. Sus servicios se requieren por un tiempo indefinido, y deberá estar dispuesto a prestarlos tanto en Londres, mientras mis hijas se encuentren aquí, como en Alder House, donde llevará a cabo las tareas de limpieza y restauración según los deseos de sir Arthur. El sueldo será de tres guineas semanales, que incluirán

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alojamiento y manutención desde el momento en que deba trasladarse a nuestra residencia en Yorkshire. Debo insistir, no obstante, en que la persona recomendada debe ser un caballero en todos los aspectos: de otro modo mi esposo jamás lo aprobará, y en relación con mis dos jóvenes hijas, comprenderá perfectamente que las referencias de respetabilidad se hacen más que imprescindibles. Envíe a su candidato

con

una

carta

de

recomendación suya, y mi hijo se encargará de entrevistarle en ausencia de

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sir Arthur. Quedo en espera de sus noticias y eternamente agradecida por su amabilidad.

Cordialmente Lady M.

P.D. ¿Me permitirá una última petición?

Únicamente

para

la

satisfacción personal de una dama que se ve obligada a recibir en su casa a gentes muy selectas: intente en la medida de lo posible que se trate de un caballero moderadamente agradable y,

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sobretodo, presentable para la buena sociedad.

EXTRACTOS DEL DIARIO DE JOHN LAWRENCE. PARTE SEGUNDA.

28 de febrero de 1820: Mary y yo hemos traído al niño desde su pequeño pueblo de Lancashire a Londres. El viaje ha sido duro a causa del clima, pero nuestra ruta ha estado

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en todo momento fijada con suma claridad: el sabueso de Mary seguía sin vacilación un rastro sobrenatural que nos ha conducido hasta el hijo de los Filósofos. Siempre que sea él, y no se trate de un error, porque me cuesta creer que el chico sea tan importante. Solo tiene seis años, es pálido y desmedrado, y llora casi todo el tiempo; pero también es dulce y afectuoso, y me inspira cierta extraña piedad cuando me mira fijamente con sus ojos oscuros. Está muy asustado, a pesar de nuestras promesas, aunque creo que poco a

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poco acabará acostumbrándose, al menos a mí. Ya ha empezado a cogerle cariño a Mary- e incluso ha dejado de temer

al

perro-,

pero

detesta

profundamente a Lady Talbot, con un tipo de odio completamente irracional. Espero que su cometido se resuelva pronto y podamos llevarle a un sitio mejor.

(Páginas

cortadas,

presumiblemente

por

afilado)

56

un

objeto


3 de marzo de 1820:

El libro sigue siendo indescifrable; resulta inútil que intente aplicar mis conocimientos lingüísticos, ya que es evidente que se trata de algún tipo de escritura

mística,

y

necesita

la

intervención de fuerzas ocultas para ser desvelada. Podría pedirle al señor Baskerville las señas del profesor F., pero me vería obligado a ponerle al corriente

de

todo

este

asunto

y

comprometería a Drummond, quien me

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facilitó el libro a sus expensas. De todos modos, o existe un grave error y el pequeño que trajimos de Lancashire no es

el

Hijo

de

los

Filósofos,

o

desconocemos la envergadura de su papel con respecto al extraño volumen que adquirí en Praga; no ha habido ningún resultado positivo, y aunque le mostremos el libro una y otra vez, el niño no comprende su escritura ni es capaz de arrojar ninguna luz sobre su contenido;

así

pues,

símbolos resultan tan como antes.

58

los

extraños

ininteligibles


(Los

márgenes

cortados

irregulares,

son

trazados

inequívocamente por la premura o el miedo.) 10 de marzo de 1820:

Lady Talbot insiste en que el niño no solamente es el adecuado, sino que resulta imprescindible; está persuadida de

que

nuestro

procedimiento

es

erróneo y dispuesta a explorar y considerar todo tipo de posibilidades, lo

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cual empieza a disgustarme. Mary también dice recibir mensajes positivos a favor de la autenticidad del niño, pero en ocasiones, pienso si no estará modificando únicamente

dichos con

el

mensajes propósito

de

quedarse con él, pues parece que le ha tomado verdadero afecto: los dos son muy parecidos -pequeños y morenos-, y ella lo cuida con auténtico amor maternal; mi ‘niño de las hadas’, lo llama cariñosamente, y le ha puesto el sobrenombre de ‘Bonny’, de tal modo que se ha convertido en su único

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apelativo. A veces, canta solo para él melancólicas tonadas, que parecen gustarle

mucho,

porque

logran

apaciguarle más que cualquier otra cosa y hacerle dormir con placidez. Mary tiene una bonita voz; nunca la había oído cantar antes, y reconozco que a menudo me quedo mirándola demasiado fijamente, cuando canta. Es posible que se haya dado cuenta, pero no ha dicho ni hecho nada al respecto.

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15 de marzo de 1840: Todo sigue igual, salvo porque el niño se encuentra más tranquilo y confiado; aún así, temo por su salud, que no es muy buena. Debería poder tomar el aire de vez en cuando, pero Lady Talbot no consiente en dejarlo salir. Sarah James, a quien le dije que se trataba de mi sobrino, ha sido muy amable y me ha traído hoy algunas cosas que pertenecieron a sus hermanos pequeños - ropas, viejos juguetes – y que esta noche le llevaré. Siento que si

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no resuelvo pronto el significado de todo esto, puede que enferme o muera, y esa idea me atormenta y entristece por igual.

21 de marzo de 1820: ¡Les he visto! Mi excitación no tiene límites, todavía me siento aturdido, confuso,

exultante,

tembloroso;

un

cúmulo

aterrado, de

ideas,

palabras, visiones, se agolpan en mi cabeza y siento que puede llegar a estallarme… Con mis propios ojos, he

63


visto a los seres que

Mary Black

solamente puede escuchar; elegido por ellos para llevar a término la Gran Obra, para preservar su sabiduría… Pero

debo

calmarme

antes

de

continuar… Mi

espíritu

sosegado,

pero

está las

ahora

más

sobrenaturales

revelaciones no han apaciguado mis sospechas sobre Lady Talbot, sino que han

agravado

aún

más

mi

preocupación. Esa mujer está dispuesta a hacer daño al niño, sin ningún tipo de escrúpulo

ni

conciencia;

64

estoy


convencido de que los Seres del Espejo quieren evitar tanto ese daño como todo el conocimiento que ella podrá obtener a través de él; puedo discernir con claridad que no es digna de conocer el Gran Secreto, y que jamás debí aceptar su compañía. Pero ¿qué puedo hacer yo? Goza de la protección del Amuleto de su antepasado, cuyo hechizo ni siquiera Ellos mismos pueden romper. Puede que ni la muerte logre apartarla de su poderoso influjo, y jamás se desprende de él. En ocasiones he podido vislumbrarlo debajo de sus ropas: un

65


pequeño disco dorado con cuatro torres…

Aislin O’Geal no podía seguir leyendo. Aunque tampoco estaba segura de querer hacerlo: la historia era rara, no entendía muchas

palabras

pasajes

habían

y

algunos

conseguido

asustarla. Ese John Lawrence estaría loco de remate, pero había encontrado un libro que podía valer un Potosí. Si quería sacar

66


tajada

de

esto,

tendría

que

terminar de leer y averiguar dónde lo había escondido. Pero estaba oscuro; ¿cómo se le ocurrió leerlo

de

noche?

Menuda

estupidez… El último cabo de vela se había consumido por completo y no quedaba ninguno; importaba poco, porque los apandaba en el teatro, pero ahora no podía llegar al final del diario –y estaba segura de querer hacerlo-

67


Buscó en la penumbra la vieja botella y apuró su contenido de

un

trago

–hasta

eso

se

terminaba, pensó- Poco a poco, sus ojos iban acostumbrándose a la falta de luz; a lo lejos aullaba un perro, y en el callejón se oían risas y pasos. Aislin se levantó y fue directa- aunque estaba un poco mareada- al jergón donde dormía su compañera, Emma. Emma hacía la calle desde hacía mucho;

68


esa tarde había tenido trajín y ahora dormía a pierna suelta. -Emma. Emma, despierta. – dijo zarandeándola un poco. -Vete

al

infierno,

Sally

(Emma también la llamaba Sally) -Oye, sé que tú estas a bien con Phemie La Coja. Y que ella me puede conseguir ropa decente. Algo bonito y discreto, ya sabes-¿Ya sé? No, no sé... ¿Vas a volver a hacer de soplona? -No, qué va. Es otra cosa.

69


-¿Tan

urgente

despertarme

a

como

mitad

para noche?

Estás como un cencerro, Sally O’Geal. -Escucha, es por un buen negocio. Ya te lo contaré, y puede que tengas tu parte. -No se trata de una casa, dices. -No.

Es

algo

mejor.

Más

seguro. Con más ganacias. -¿Tiene

que

ver

papeles?

70

con

esos


-Sí. Y con un caballero. A partir de ahora, necesitaré estar más que presentable, Emmie...

GILBERT LEESON EN GROSVENOR SQUARE

Lady Matilda lee con artificial languidez

mi

recomendación; superado

los

71

carta

de

debe

haber

cuarenta,

pero


todavía conserva parte de su antigua belleza, que tuvo que ser mucha.

Desde

nuestra

que

comenzó

entrevista,

movimientos

han

cuidadosamente

sus estado

medidos

y

estudiados; tiene un gesto y una pose para cada situación, así que adivino que está a punto de formular una pregunta porque levanta un poco la nariz y aspira profundamente, intentando hacer

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ver que este asunto es una terrible carga de la que quisiera librarse. Pero no dice nada. Se limita a extender su mano como si le supusiera

un

gran

esfuerzo

hacerlo, y a duras penas alcanzo a comprender que desea leer mi otra recomendaci贸n: la carta que el amable se帽or Dawson se ha molestado en redactar y que yo no consigo sacar del bolsillo.

73


Demasiado

a

menudo

movimientos resultan torpes,

mis y

nunca son elegantes. A veces pienso que es una suerte no tener que

bailar.

Poder

quedarme

sentado y limitarme a sonre铆r en las

asambleas;

he

practicado

mucho, y ahora soy capaz de mostrar una sonrisa encantadora, que casi nunca es apreciada en su justo valor por las j贸venes damas.

74


-

Excelente-

dice

por

fin

milady- Mi deseo es no retrasar más este asunto; las habilidades artísticas de una señorita nunca deben dejar de cultivarse. Pero en ausencia de mi señor esposo, mi hijo debe dar el visto bueno. - Comprendo- digo. Lady Matilda me observa con esmerada atención; me devuelve la carta, con el mismo gesto indolente, mientras examina mi

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rostro valorando cualquier indicio que pueda revelarle algo más sobre mi carácter. Por fortuna, acaba decidiendo –lo sé porque arquea suavemente las cejas- que parezco un joven competente y formal, así que pienso que voy a superar la prueba. -En realidad, no creo que exista ninguna objeción a que usted ocupe el puesto.- dice milady, confirmando

mis

76

mejores


expectativas

-

¿Le

gustaría

conocer a mis hijas? Al fin y al cabo, estoy persuadida de que muy pronto se convertirán en sus alumnas.-

Estoy en el número 50 de Grosvenor Square y esta es la casa de sir Arthur Darcy. Intento no pensar en ello, o pensar en cuántos

Darcy

de

Yorkshire

pueden haber en Londres ahora

77


mismo, aunque la cifra resultante no me tranquilice en absoluto. No digo que me disguste, claro que no, pero no me permite estar tan sereno como deberĂ­a. Tampoco ayuda

que

la

dama

haya

empezado a pasearse, mientras me habla, por toda la habitaciĂłn: es una pieza agradable, decorada en tonos ocres y carmesĂ­, con cierta ostentosidad en los muebles pero buen gusto en general.

78


Imagino, por su tamaño y algunos detalles

muy

femeninos

álbumes de moda, un costurero, una novela que hay sobre un pequeño velador-, que Milady ocupa

esta

estancia

habitualmente, y que por eso se encuentra tan deshinibida –y yo tan

cohibido-.

Las

sillas

son

pequeñas e incómodas, así que decido aprovechar la ocasión para ponerme también de pie

79


¿He

dicho

movimientos

ya

que

muchas

mis veces

resultan torpes? Creo que sí. Ahora vais a ver un buen ejemplo de ello: cuando me incorporo, el cartapacio con los dibujos cae y las hojas se esparcen sin orden por el suelo. Las recojo deprisa, claro –qué vergüenza- . Entonces ocurre, quiero decir, estoy justo en ese momento en el que todo va a empezar a salir mal. Porque de

80


entre todas las muestras que he traído,

la

única

que

no

he

recuperado es la imagen conocida como “Joven del Teatro”.

Y ahora os preguntaréis ¿cómo puedes ser tan tonto? ¿Por qué ese dibujo seguía ahí, en tu carpeta? Pues porque no quería dejarlo en el

estudio,

ni

sabía

dónde

ponerlo, y pensé... en fin, ahí está, sobre la alfombra, demasiado

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lejos para poder alargar el brazo y cogerlo. No sé de qué está hablando Lady Matilda ahora, pero tengo que impedir que vea ese

retrato;

dada

mi

suerte,

sospecho que le resultará familiar. Si hago un movimiento brusco llamaré su atención, así que intento atraerlo hacia mí con el extremo del bastón. Sin éxito. Solo un poco más, tal vez: pero no, no es suficiente. Cuando pienso que

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la cosa no puede ir peor, la puerta se abre y una doncella pelirroja con una cofia de lazos asoma la cabeza. No ha visto el dibujo. No entra en la habitación. Pero cierra la puerta con brío, y la corriente de aire que se crea envía la hoja más lejos aún de mi alcance. Y para colmo, Milady, cansada de dar vueltas, decide

sentarse de

nuevo. Con esto, solo me queda concluir que el azar es una fuerza

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voluble y caprichosa, y que es inĂştil tratar de ganar a la suerte, si es que esta decide llevarte la contraria. Pasan algunos minutos, que yo interpreto

como

horas.

Estoy

ahora sentado, y mi mirada oscila entre el lejano retrato y el rostro de Milady. Un turbador silencio empieza a invadirlo todo: sube por las paredes, se enrosca en las colgaduras,

rezuma

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de

los


espejos.

Milady

sonríe,

y

sospecho que me juzga tímido y poco hablador; al

menos

no

parece disgustarle. De repente, no sé cómo ni por qué, vuelvo a ver la cabeza pelirroja y sus correspondientes lazos. Y por supuesto, viene acompañada donaire

para

de

su

abrir

singular y

cerrar

puertas. Esta vez, sin embargo, es diferente. El azar es una fuerza

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voluble y caprichosa, y es inútil luchar contra la suerte. Pero sucede que, en ocasiones, puedes llegar a engañarla. Me levanto, muy despacio: el retrato está junto a mis pies ahora. Con suavidad, poniendo tanto cuidado en no estropearlo –¡es tan fiel

al

original!-

como

en

mantener mi equilibrio – la cojera no me ayuda demasiado en estos casos- consigo devolverlo al lugar

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del que nunca debió salir. Tengo el tiempo justo para inclinar la cabeza cortesmente, y decir algo asi como ‘encantado’ o ‘es un placer’. Porque ella ha entrado en la habitación.

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EXTRACTOS DEL DIARIO DE JOHN LAWRENCE. PARTE TERCERA

25 de marzo de 1820 La sesión de hoy ha sido la última en la que Mary ha participado: Lady Talbot la ha despedido, tras enzarzarse ambas en una acalorada discusión sobre la salud del pequeño. La rebeldía que supuse a Mary se ha manifestado, y de forma más violenta de lo que imaginé; sin embargo se ha marchado

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en silencio, sin decir una última palabra.

Ha

sido

verdaderamente

extraño.

o

cómo

haremos

para

interaccionar con el Espejo si no encontramos otro médium, porque yo, por mi parte, no tengo intención de revelar a Lady Talbot que Ellos pueden comunicarse conmigo, sin objetos ni rituales. o obstante, esto no me preocupa

tanto

como

el

haberme

quedado solo, y que el futuro del niño dependa únicamente de mí.

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27 de marzo de 1820 Mis argumentos en contra de las ideas Lady Talbot se agotan del mismo modo que se agota mi cordura: tengo la sensación de que Ellos me vigilan, constantemente, aún cuando no les veo ni les oigo. Está claro que todo cuanto nos ha sido revelado, por emblemas o por símbolos, apunta a que la única forma de acceder al conocimiento cifrado del Libro de la Rosa es, de un modo u otro, sacrificando al muchacho. ¡Si al menos no llevara el Amuleto! ¡Si

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sólo

hubiera

algún

modo

de

arrebatárselo!

28 de marzo de 1820 He decidido abandonar, regresar a casa y olvidar mis estudios. La situación ha llegado demasiado lejos, y no existe ningún tesoro, ni en este mundo visible ni en otros invisibles, por el que esté dispuesto a perder mi alma. Renuncio a la Sabiduría que me ofrecen y renuncio a Ellos y a sus revelaciones: no pienso seguir escuchando sus voces. Asumo mi

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cobardía, pues dejo la vida del niño en manos de esa mujer cruel, pero no puedo hacer nada más.

(Y hay también algunas hojas en blanco que esconden un mensaje silencioso, intangible, inexistente...) 05 de abril de 1820 Las voces gritan en mi mente, me empujan,

me

acosan:

pretenden

volverme loco. Hoy no he podido soportarlo más: tras varios días de

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vacilaciones y desvelos, he tomado la determinación de buscar a Mary y confesárselo todo. Valoré confiar en Sarah, pero me hubiera tomado por loco, o quizás algo peor; de todos modos es demasiado joven, y no deseo involucrarla

en

todo

este

asunto.

Después de algunas pesquisas, he encontrado a la joven médium en una casa de Spitalfields: Mary ha escuchado impasible mi relato, y cuando he terminado –presa de una gran agitación - se ha limitado a añadir: ‘Está bien’.

ada más. Siento que empatiza con mi

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sufrimiento, pero que este no la conmueve. Su actitud es fría, distante.

08 de abril de 1820 Están en los espejos; también en las superficies de metal, o en los charcos. Desde allí me observan, y en ocasiones, también me hablan. Temo verlos en las pupilas de los que me rodean: no puedo salir a la calle, o lavarme la cara, o afeitarme.

Están

ahí,

siempre,

acechando, y no sirve de nada intentar eludirlos; estaban ahí mucho antes que

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nosotros, mucho antes que las redes del tiempo, que la lluvia blanca, que las estaciones o las mareas.

Sarah me ha traído un poco de pan con queso, y té, pero no he podido probarlo. Están en el té. Están en los espejos.

12 de abril de 1820 Mary Black ha venido a visitarme, inesperadamente, y el sabueso infernal la acompañaba; ambos me parecen

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igual de misteriosos y sobrenaturales ahora. Ha traído con ella un extraño brebaje que he dudado en probar: ‘no puedo hacer nada más por ti’, ha dicho. Pero gracias a su pócima he gozado de un sueño reparador; volverá en un par de días.

14 de abril de 1820 Cuando el niño esté a salvo, desaparecerán. Lo ha prometido. Ellos se lo han prometido. Ella lo sabe, y me ayudará. Ella comprende.

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15 de abril de 1820 Ellos siguen acosándome. Aunque huya de los espejos: se cuelan detrás de mis párpados, emergen allí, entre las sombras. Y les veo, la medicina no tiene ya efecto ninguno: están en el aire, están en todas las cosas.

(Y el silencio, que no ocupa ningún lugar; si acaso mora en los lugares que nadie mira, o en las letras que han querido ser trazadas y no han encontrado su forma)

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17 de abril de 1820 Mary está decidida a recuperar al niño. Tiene un plan para arrebatarle el Amuleto a Lady Talbot, pero debo estar dispuesto a hacer cualquier sacrificio, incluso a destruir el Libro, si es necesario. El Libro es la única cosa que esa mujer aprecia en este mundo. Temo que Ellos se enfurezcan, y así se lo he hecho saber. Pero ella no teme nada. Mi papel consistiría únicamente en prestarle apoyo y en escapar con el pequeño en cuanto se presente la

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ocasión: ella va a encargarse de todo. Siento que soy un hombre vil y pusilánime; debo encontrar las fuerzas necesarias

para

ayudarla,

debo

acometer este último acto de valor, aún cuando lo único de lo que me siento capaz es de huir lejos, tan lejos… Mary tiene razón: la muerte del niño pesaría sobre mi conciencia, y no existe ningún lugar donde esconderse de algo así. Escribiré una nota con mis últimas voluntades

y

nombraré

a

Sarah

improvisada albacea – me pregunto si tengo derecho: solo tiene 12 años - de

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mi también improvisado testamento. Es muy poco lo que poseo, pero no quiero morir sin enviar un último saludo a mi familia.

Hecho. Sé que Sarah sospecha algo terrible, pero también es valiente, y ha prometido

cumplir

lealmente

mi

encargo. Sé que lo hará: todos a mi alrededor cumplen firmemente con su deber. Ahora soy yo quien debe hacer lo propio.

100


17 de abril de 1820 El niño está a salvo: pase lo que pase, no van a poder encontrarlo. Es todo tan terrible que a penas puedo escribir. Ellos se han ido. Mary ha muerto. El libro se ha salvado, en su mayor parte, y me he ocupado también de trasladarlo a un lugar secreto. Me dispongo a abandonar Londres esta misma noche: cierro este diario y lo añado a las pocas pertenencias que me permito llevar en mi viaje. El sacrificio de Mary me da fuerzas para

101


poder continuar: guardaré el recuerdo de sus bellos ojos negros en mi corazón, durante el resto de mis días. Tengo que darme prisa: he de redactar dos cartas y asegurarme que serán enviadas, antes de hacer una última cosa. Debo tener la certeza, antes de partir.

Con que un ‘lugar secreto’, se dijo Aislin O’Geal. Había perdido el

tiempo

soberanamente.

Se

levantó de la silla y dio unas cuantas vueltas por la habitación,

102


no

sin

reparar,

con

gran

inquietud, en el espejo que había colgado junto a la ventana. Pero estaba tan sucio que no era capaz de reflejarla ni a ella misma; difícilmente podía servir al Más Allá para manifestarse. En fin, quizás todo este lío del diario

no

era

más

argumento

de

novela

que de

un a

penique: la historia era invención de algún escritorzucho que se había

muerto

tísico

103

en

las


habitaciones

de

Parry,

hacía

veinte años. Y sin embargo, había algo inquietantemente real en ello; no en los Espíritus ni en los Amuletos, claro está, sino en el propio John Lawrence, que había perdido la chaveta y quien sabe dónde andaría ahora – si es que todavía andaba, cosa que Aíslin dudaba mucho- De alguna forma, la

providencia

había

puesto

aquellos diarios a su alcance, y también al señor Darcy, que se

104


tomaba pero que muy en serio pamplinas como esta. No era ningún crimen vender cosas a quien quería comprarlas. Dejar pasar esta oportunidad, eso sí que era un crimen. Un crimen que, fuera

como

fuese,

Sally

la

Pelirroja no estaba dispuesta a cometer.

105


DIARIO DE ELIZABETH DARCY

Londres, 03 de octubre de 1840: Esta noche, al abrir mi diario, no sabría decir con certeza si tengo poco o mucho que contar. Mi narración sería la de un día corriente,

si

no

fuera

porque

hemos conocido al nuevo profesor de dibujo. Que no es otro que el señor Gilbert Leeson, el joven con

106


quien me cruzé en aquel pequeño teatro de magos. Me

he

llevado

una

gran

sorpresa, desde luego. ¡Vaya una casualidad!

Pero

pasada

primera

impresión,

considerado

prudente

la he

no

dar

ninguna señal de reconocimiento. Las explicaciones hubieran sido muy embarazosas, y no sólo por la

prohibición

porque

de

papá,

verdaderamente

sino nos

conocimos en circunstancias muy

107


poco usuales. Ni siquiera fuimos presentados

como

es

debido,

pienso ahora. Creo que también era consciente en todo momento de la situación, porque tampoco ha dicho nada; por fortuna, he podido

intercambiar

unas

palabras con él – cuando mamá y Lou

estaban

distraídas-

y

explicarle mi comportamiento. Los dos hemos acordado conducirnos todo el tiempo como perfectos desconocidos.

108


Aparentemente, ya no tenía nada de qué preocuparme: el señor Leeson miraba nuestros dibujos y alababa el buen hacer de

Louisa;

complacida

mamá y

se

Oliver

sentía no

le

prestaba la menor atención. Yo no dibujo nada bien, y me ha dado mucha

vergüenza

tener

que

mostrar mis trabajos, pero como no ha hecho ningún comentario al respecto –parece un maestro poco severo, no como el caústico señor

109


Abbot -, mi amor propio se ha conservado

intacto.

Además,

reconozco que su aspecto mejora a la luz del día; era evidente que había puesto especial cuidado a la hora de vestirse, y lucía el cabello –que yo no recordaba que fuera tan negro- peinado hacia atrás, de manera que los rizos le caían ordenadamente sobre los hombros, dándole un aire muy formal.

110


Pero estoy desviándome de lo que realmente quiero contar: un pequeño suceso tan insólito como ciertamente comprometido. Y la cuestión es que todo hubiera salido bien si mamá, que es tan curiosa como poco tímida, no hubiera decidido comprobar por su cuenta el talento de nuestro joven profesor. Sin pedir permiso, se ha apoderado de su carpeta y ha ido, uno por uno, sacando todos los dibujos y exponiéndolos

111


sobre la mesa, hasta llegar a un elaborado retrato...¡ de mí misma ! Ahora ya no estoy segura de que me representara, pero en ese momento no tenía ninguna duda, como tampoco el resto de los presentes. En toda mi vida me había sentido más avergonzada, como

cuando

preguntado

a

mamá

le

ha

Oliver

si

no

pensaba que el parecido entre el dibujo del señor Leeson y yo no

112


era “asombroso”-

en verdad lo

era, y sigo preguntándome cuánto talento poseerá, dado que su memoria es tan prodigiosa- En cualquier caso, eso no ha sido todo: no sé de qué forma, el descubrimiento ha derivado a la feliz idea de que el señor Leeson nos haga un retrato a Louisa y a mí.

Según

mamá,

esto

va a

alegrar inmensamente a nuestro padre;

tanto,

que

Lou

y

yo

tememos que en un estallido de

113


alegría acabe cerrando la casa y haciéndonos volver de inmediato a Yorkshire, para no dejarnos salir de allí nunca más. El señor Leeson supuesto,

ha y

aceptado, hemos

hablando

de

intrascendentes

hasta

por

seguido cosas que

la

visita ha terminado. ¿Por qué habrá hecho ese dibujo? Le tenía por un joven tímido y amable, y no recuerdo haberle dado permiso para hacer

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una cosa así. Me gustaría poder estar muy enfadada, pero no lo estoy: era un retrato muy bonito, hecho con gran delicadeza – Lou dice que siempre estoy con la boca abierta, y él ha tenido la deferencia de dibujarla cerrada, lo que es de agradecer-

Seguro

que lo hizo sin la intención de ir exhibiéndolo por ahí, porque me ha parecido que se sentía tan incómodo como yo cuando mamá lo ha encontrado. Supongo que

115


únicamente

se trataba de un

ejercicio

memorístico

importancia;

puede

sin

que

ni

siquiera pensara en mí cuando se propuso hacerlo. Como era de esperar, Louisa ha

venido

hace

un

rato

a

preguntarme si había visto antes al señor Leeson: como era de esperar, yo lo he negado todo. Pero Lou no se rinde fácilmente y estaba más que decidida a seguir hablando de él. Al parecer, le

116


encuentra muy guapo; o mejor dicho, creo que pretendía que yo dijera que era guapo, y luego utilizar mis propias palabras para fastidiarme

–como

hizo

en

primavera con el capitán Grey-. No lo ha logrado, y ha tenido que irse

a

la

cama

sin

verse

complacida. No me oirá decir nada halagüeño sobre el señor Leeson en ese sentido; al fin y al cabo, se ha tomado la libertad de

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retratarme sin mi consentimiento. Y no voy a perdonĂĄrselo nunca.

Š Mª Carmen Pardo

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