La Rosa Secreta VI.
DE CHARLES BASKERVILLE A JEFFREY HUDSON
En relación al misterioso asunto del Libro de la Rosa, he llevado a cabo algunas pesquisas, divididas entre antiguos documentos y mi propia
memoria,
cuales
he
mediante
las
concluir
lo
podido
siguiente: es muy probable que el hombre perdidos,
que el
escribió tal
John
los
diarios
Lawrence,
venga a ser la misma persona que cierto joven que conocí hace más de 20 años, y cuyo cuerpo sin vida fue
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rescatado
del
aproximadamente
Támesis por
aquellas
fechas en que se sitúa la narración que apenas tuvo tiempo de ojear. Le envío un recorte de la noticia tal como apareció en los periódicos; aunque
reconozco
que
con
tan
turbios antecedentes, y después del insólito episodio que vivió usted la otra noche, me siento tentado de abandonar
la
investigación.
He
estado meditando largamente sobre ello:
temo
que
rigurosamente
estemos
vigilados,
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siendo y
que
cualquiera de nuestros progresos venga aparejado a un grave peligro de carácter sobrenatural. Ponga al señor Darcy al corriente de todo, por supuesto, para que pueda valorar su grado de interés en el asunto: aunque no sepa que perdió
usted los diarios y esté
convencido de que no aportaban ninguna información de valor, es posible que desee seguir la pista de Lawrence. En cuyo caso, si solicita su
colaboración,
deseo
mantenga informado.
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que
me
DE JEFFREY HUDSON A CHARLES BASKERVILLE
Recibí los recortes y los leí con atención; tengo que decirle que el señor Darcy, tal como me supuse, sigue
interesado
–por
no
decir
empecinado- en que tratemos de encontrar el Libro, así que haré algunas averiguaciones en el lugar donde vivía el malogrado Lawrence. No tengo esperanzas de conseguir gran cosa, pero nunca se sabe; digo yo que debió ser un sujeto extraño, cuanto menos lo bastante peculiar
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como para que alguien se acuerde de él. Le mantendré informado.
DE CHARLES BASKERVILLE A JEFFREY HUDSON
Después de recibir la nota en la que me comunica su propósito de investigar sobre Lawrence, me he percatado de la grave negligencia cometida por mí al no enviarle la primera
vez
una
descripción
detallada de él tal como era cuando le conocí – que se trata del autor de
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los diarios, es algo de lo que estoy prácticamente convencido-. Pues
bien:
recuerdo
a
John
Lawrence como un joven agradable; debía tener unos 26 ó 27 años en aquella época, en cualquier caso no más de 30. Llevaba los cabellos castaños descuidadamente largos, lo
que
le
romántico
daba o
cierto
quizás
aspecto un
aire
melancólico, al que contribuían unos grandes ojos claros y una delgada figura. Aunque no creo que pudiera llegar
a
considerársele
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apuesto,
poseía cierto encanto que tal vez haya dejado huella en la memoria de alguna mujer; era muy educado, y particularmente amable con el bello sexo. Había crecido en Essex su familia vivía allí, pero ignoro si todavía vive - , por lo que hablaba con ese acento suave, melodioso, tan
distinto
al
de
la gente
de
Londres. Creo recordar que vestía de manera discreta y pulcra, por lo que en este particular supongo que debió pasar bastante desapercibido. Era muy estudioso, y tenía una gran
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capacidad
para
las
lenguas
extranjeras; fuera de estos aspectos, desconozco
todo
lo
demás;
me
refiero a datos de carácter más íntimo: si se divertía, o tenía amigos, o cortejaba a alguna muchacha, pero sospecho que su vida privada debió ser bastante monótona, y que la mayor parte de su tiempo era empleado en el estudio. Como puede comprobar por mi descripción,
Lawrence
era
básicamente un joven anodino, y no creo que sirva de mucho habérsela
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presentado.
Aunque
también
es
posible que una pormenorización de sus rasgos más característicos avive los recuerdos pudieron
de aquellos que
haberle
conocido.
Los
crímenes violentos, y en especial aquellos que no se resuelven, suelen permanecer bastante tiempo en la memoria,
así
que
tal
vez
le
sorprenda obtener algún resultado. Espero sus noticias.
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DE JEFFREY HUDSON A CHARLES BASKERVILLE
Tal
como
pensaba,
nadie
se
acuerda de ningún Lawrence en la dirección
que
mencionaban
los
recortes; es más, ya no vive allí nadie de aquella época, y el edificio se ha degradado bastante. A pesar de esto, existen dos datos curiosos que seguro le interesará saber. En primer lugar, que en las antiguas habitaciones
de
John
Lawrence
ahora vive el ilusionista del Queen Theatre, que se llama Jack Parry – o
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Gran
Abradamus,
como
usted
prefiera -; en segundo lugar, que dicho individuo no me reconoció en ningún momento, y eso que la noche del espectáculo estuvimos hablando largo y tendido, y mi aspecto no es muy corriente, que digamos. Fíjese usted que no solo se había olvidado de mí, sino también del señor Darcy, de las promesas de dinero y de los diarios. Juzgue si le parece normal y decida qué quiere hacer al respecto.
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DE CHARLES BASKERVILLE A JEFFREY HUDSON
No revele nada al joven Darcy sobre este particular; si insiste en seguir investigando, haga lo que le dije:
bríndele
todo
su
apoyo
y
transmita cualquier novedad. Visto con
perspectiva,
sucesos
que
los
truculentos
rodearon
a
John
Lawrence ocurrieron hace 20 años; resulta mucho más preocupante su extraña
salamandra
-
capaz
de
robar manuscritos - , pues seguimos desconociendo su procedencia y – lo
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que es todavĂa mĂĄs grave - la identidad de su propietario.
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AISLIN O’GEAL VUELVE A BASKERVILLE BOOKS Aislin
O’Geal
había
planeado
dedicar la mañana a sus negocios personales que, como ya sabemos, guardaban una estrecha relación con los disparatados diarios de John Lawrence. No es que le fuera mal en el teatro, pero opinaba que en
esta
vida
era
necesario
progresar; con las 30 libras que ya les había ganado la primera vez, el plan de alquilarse un puesto en el
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bazar del Soho estaba casi a su alcance. Aunque claro, tendría que hacerse ropa nueva, y buscar un alojamiento decente, y demás cosas que surgirían; si todo salía redondo, podía conseguir hasta tres veces más, calculando a ojo de buen cubero y contando con que el joven tenía una pinta de mastuerzo que no se la acababa. Ea, vendería guantes, y cintas de seda, y cuellos de encaje; se iba a quedar con el puesto de Nancy Boyd, que le habían
dicho
que
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no
pagaba
puntual y encima empinaba el codo – y era Jack Coster el que se lo había contado, un tipo de fiar-. Pondría a Belle de dependienta y ganaría un dineral, porque Belle era la chica más bonita que conocía, con su cara redonda y sus rizos rubios; es verdad que Emma era su amiga, pero estaba muy hecha a la calle, y le calculaba ya 28 por lo menos. Que no, que el negocio era el negocio, y Emma ya tendría ocasión de sacar algún pico si le ayudaba con la estafa del niño, que
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era un asunto difícil e iba a hacer falta buena cosa de picardía. La única referencia que tenía para encontrar al señor Darcy era aquel establecimiento mostoso de Paternoster
Row;
el
único
incoveniente, que incluía al enano librero. Bien pensado, no se iba a librar de ese tipo ni por saber morir: el joven caballero no parecía que supiera hacer nada sin él. ¡Si se lo había llevado al teatro y todo, el muy ridículo! antes
le
Así que cuanto
cogiese
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la
medida
al
duende aquel, mejor que mejor, pensaba. En cuanto a los diarios propiamente dichos, no valía la pena que Halley copiase nada más, entre
otras
significaría
cosas,
deberle
dos
porque favores.
Había tomado nota de las cosas más importantes que decían – que al fin y al cabo, eran casi siempre las mismas- y cosido el papel entre el corsé y la camisa, junto al paquete de las 30 libras – no por nada en particular -
Se atusó el
pelo, se ahuecó las enaguas y se ató
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con un bonito lazo el sombrero, antes de encaminarse a Baskerville Books
con
su
aspecto
más
respetable. Era una hora avanzada cuando llegó a la City y las calles estaban bastante despiertas: los tenderos en sus tiendas abiertas, los oficinistas en sus oficinas laboriosas y los cocheros
sobre
circulantes; actividad, librería,
sus
en
fin,
bullicio que
exactamente
y
estaba
en
la
20
coches todo
era
afán.
La
situada
esquina
de
Foster Lane, tenía
los ventanales
de la fachada descubiertos, y unas mesas con algunos libros junto a la entrada
pretendían
convidar
al
viandante a acercarse, y en el mejor de los casos, a franquear el umbral de la casa. Así que la señorita O’Geal, después de repasar por última vez su disfraz de cordero, resolvió
dejarse
irresistible entrada
tentar
reclamo con
una
y
por cruzó
mezcla
tan la de
indecisión y modestia que resultaba a todas luces encantadora.
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Aparentemente, no había nadie dentro,
salvo
un
adormilado
y
ronchoso sabueso que a penas levantó la cabeza para mirarla, antes de proseguir con su sueño. Hubiese
sido
cosa
de
brujería
encontrar al aristocrático mochales esperándola, pensó Aislin, y se consideró afortunada de, cuanto menos,
no
haber
tenido
que
enfrentar la fea cara del enano de buenas a primeras. Esto era lo que pensaba, hasta que una voz surgió
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de entre las pilas polvorientas de libros - ¿Puedo ayudarle…? – murmuró amablemente
-
hace
usted?
aquí
¡Usted! –
¿Qué toda
amabilidad se había esfumado. Era el enano. - Pues sí que… parece que no se alegra de verme - Sospecho
que
ha
encontrado
algo más con lo que sangrar al señor Darcy…-
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- Ay, oiga, si se va a poner borde, me largo. Y ya se apañarán.El librero suspiró - Venga, qué más da. DígameLa cosa no estaba yendo mal del todo, pero el enano iba a ser difícil. - Bueno ¿recuerda los papeles que les di… que el mago les dio?- ¿Esos que usted le vendió al señor Darcy por la módica y
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razonable
cantidad
de
30
libras?- ¿Y a usted que más le da el dinero del señor Darcy?- Velo por los intereses de mi cliente, desde luego. Y porque pueda
pagar
también
mis
facturas.Muy difícil, pensó. - Ya decía yo que… Pero a lo que íbamos, los diarios esos.-
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- Precisamente quería hablar con usted de ellos. En fin, no decían nada, nada en relación a ese libro que buscamos.Terriblemente difícil - ¿Cómo que no? – Aislin cayó en la cuenta de que había estado a punto de meter la pata, todo por culpa
de
ese
hombrecillo
deforme- Si ya lo sabía yo... Mi patrón no es de fiar. Como no sé leer, me entregó unos papeles
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falsos, eso tuvo que ser. Pero ¿sabe
una
averiguar
cosa? donde
Yo
puedo
están
los
buenos. Y venir, y decírselo al señor Darcy.Había salvado la situación de un modo impecable, pero aún así, librero fijamente
se
quedó con
una
el
mirándola expresión
ambigua que Aislin era incapaz de descifrar.
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- Haga el favor. – le dijo al fin, mostrándole una silla. La
joven
supuso
que
debía
sentarse, y se sentó; todo parecía ridículamente solemne. - Bien, la cuestión es como sigue: nunca llegué a leer esos papeles.- el enano estaba muy serio - ¿Ah, no? – y Aislin no entendía nada
-
Pues
es
usted
poco
mentiroso, me había dicho…
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- ¡No importa lo que haya dicho! ¿Me
toma
por
tonto?
Usted
actúa a expensas de su patrón, ya lo creo. Y pretende vendernos la misma cosa dos veces.El enano era listo, pero ella seguía teniendo la sartén por el mango, como se dice; determinó que lo mejor era volver a ponerse de pie,
porque
era
realmente
una
ventaja poder mirar a su enemigo desde mayor altura.
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- Pues mire, eso no es verdad- ¿Se atreve a negarlo? – preguntó el enano, colérico. Aíslin
retrasó
su
respuesta
a
propósito, y se puso a curiosear en las mesas dándose muchos aires, solamente porque pensó que eso enervaría más al librero. - La misma, la misma cosa no es lo que quería yo darles; les iba a traer la hojas que faltan, para que se enterasen de qué va todo.
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Pero si no han leído el principio, de poco les van aprovechar, me pienso yo- ¡ ¿Tuvo la desfachatez de vender solo la mitad del diario? ¡Ya le tenía donde ella quería: enfurecido y desconcertado - Qué pesado es usted. Yo no les dije que estuviera entero. ¿Se les dije? No, y no preguntaron. ¿Y se puede saber por qué no lo leyó?- Eso es asunto mío.-
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- Sí, desde luego – pero solo podía haber un motivo: Aíslin lo vio claro de repente- ¡Se lo han birlado! ¿A que tengo razón? Me parece
que
va
a
tener
que
apechugar conmigo y dejarme hacer negocio, le guste o no.- ¡Rabanera
desvergonzada!
¿Cómo se atreve a insistir en semejante majadería? ¡Sepa que no lo voy a permitir!- Yo creo que sí ¿Le ha dicho ya al señor Darcy que le guindaron su inversión? Me imagino que
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no. ¿Y si le dijera que los tengo enteritos; todo lo que Parry les iba a vender? Se hizo el silencio, un silencio que no prometía nada bueno. El enano
resultaba
más
siniestro
perdido en sus meditaciones que rojo de ira; rojo de ira tenía una traza un tanto cómica, si se quería mirar así. - ¿ Y qué? ¿El pisaverde de su cliente no viene por aquí? preguntó Aislin
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- Sí viene... ¿lleva ahí el diario? - No veo al señor Darcy ¿o es que me va a soltar usted 30 libras?Cuando Jeffrey Hudson estaba a punto de pasar de la lobreguez meditativa
a
una
tonalidad
purpúrea que se perfilaba como verdaderamente
alarmante,
un
muchacho zarrapastroso irrumpió en la librería, agitando en su mano una blanca nota. El enano arrebató el
mensaje
y
lo
desplegó
furiosamente, despidiendo con
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un
gesto brusco al animoso Mercurio, que se había quedado absorto en la contemplación de nuestra bonita chica pelirroja. ¿Qué diría la carta?, se preguntó Aislin O’Geal. Muy pronto lo averiguaría.
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CORRESPONDENCIA ENTRE JOHN DANIELS Y OLIVER DARCY, MÁS UNA ÚLTIMA MISIVA.
(JOHN DANIELS A OLIVER DARCY)
Albany.
Estimado señor Darcy
Desde nuestro último encuentro, no he podido olvidar el gran interés que mostró por aquel raro volumen, el Libro de la Rosa. ¿Recuerda
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nuestra conversación? Bien, pues debo decirle que ha llegado hasta mí cierta información que podría serle de
gran
reunirnos
utilidad. en
un
¿Sería posible ambiente
que
ofrezca garantías de privacidad? Es un asunto un tanto delicado, y desearía
que
fuera
tratado
de
manera discreta. Si considera que su Club es un lugar apropiado para nuestra entrevista, estaré allí a la hora que mejor le convenga.
John Daniels.
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(OLIVER DARCY A JOHN DANIELS)
Grosvenor Square.
Estimado señor Daniels:
Su billete me ha reportado una gran
satisfacción;
hace
mucho
tiempo que estoy interesado en ese libro
singular,
pero
hasta
el
momento mis avances han sido muy escasos,
y
poco
investigaciones.
fructíferas Soy
mis
totalmente
partidario mantener este tema en la
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más estricta confidencialidad, pues se trata, sin lugar a dudas, de un volumen muy valioso. Si está usted de
acuerdo,
preferiría
concertar
nuestra cita en un establecimiento de Bow Street, ‘La Pinta Llena’, que ofrece
un
ambiente
distendido,
acogedor y reservado.
Oliver Darcy
PD ¿Le importaría que mi librero, el señor Hudson, acudiera a la reunión? Es un hombre de total
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confianza, de cuyos consejos me siento
incapaz
de
prescindir.
Respondo de su absoluta discreción-
(JOHN DANIELS A OLIVER DARCY)
Albany.
Estimado señor Darcy
Estaré encantado de reunirme con usted y el señor Hudson en ‘La Pinta Llena’ mañana, a las siete en
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punto, si sus compromisos se lo permiten. La confianza que usted deposita en su librero es suficiente garantía para mí, por lo que no tengo ningún inconveniente en contar con su presencia.
John Daniels.
(Y en la página siguiente, la última misiva)
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(OLIVER DARCY A JEFFREY HUDSON)
Señor
Hudson,
tengo
una
importante pista en relación al Libro de la Rosa; dicha información me será proporcionada por el doctor John
Daniels,
un
respetable
caballero con el que he entablado recientemente amistad – usted le ha visto en una ocasión, aunque tal vez no lo recuerde - Mañana, a las siete en punto de la tarde, acuda a ‘La Pinta
Llena’,
donde
nos
hemos
citado. Necesitaré de su consejo y su
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sagacidad, caballero
porque ha
el
remarcado
mismo que
el
asunto es de un carácter ‘un tanto delicado’. No falte.
Oliver Darcy.
© Mª Carmen Pardo
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